Omar G. Villegas's Blog, page 8
November 7, 2015
Mi cuerpo
Mi cuerpo me gusta cada día más. No pensé que alguna vez fuera capaz de decir esto. Siempre le juzgaba desde aquello que consideraba un desperfecto: una cicatriz, alguna alergia, una tendencia al acné en determinadas zonas, algunas estrías, un exceso de vello, una semicalvicie prematura y una infinidad de anomalías. Sin embargo, ahora noto que todo lo anterior eran suposiciones mías. Invenciones. Mi cuerpo es como es y me encanta. Me encanta justamente porque aprendí a revalorarlo a partir de mis “defectos”. Porque las virtudes, o lo que creemos virtudes, son máscaras. Apariencias pasajeras. Asumir mis límites y rasgos. Mis ignorancias y desatinos. Todo lo que uno niega y esconde es lo que nos determina y sale a flote cuando salen de control o cuando algún cómplice te hace redescubrir tus límites. Te lleva a terrenos desconocidos que en un inicio te avergüenzan o te dan miedo, pero que después te seducen. Dejé de avergonzarme y empecé a asombrarme. Comencé a ser más compasivo con él de la misma manera que otros, testigos de sus devaneos, han sido. Cada día me gusta más mi cuerpo.


October 14, 2015
A propósito de una historia de amor
Para Yazmín y Abraham
No tengo buena memoria. Apenas retengo alguno que otro instante reciente. Muy pocos del pasado. No sé cómo logré ser periodista. Tampoco me agobia. Ya sea como mera circunstancia o como un mecanismo mental que no domino, el resultado es que tengo pocos recuerdos pero cada uno me es significativo. Lo digo porque hace unos minutos leí un post en el Facebook de Yazmín, la esposa de mi primo Abraham. Cumplen 20 años juntos. ¡20 años! Quizá para las generaciones anteriores esto sea apenas un trocito del camino, pero para mi generación y, sobre todo, para aquellos adultos contemporáneos urbanos con los que suelo convivir parece inconcebible. Imposible. Las generaciones se transforman, nuestros contextos también. Me dio suma alegría leer de este aniversario no por lo anterior sino porque, en alguna u otra medida, yo y todos en la familia hemos sido testigos de esa historia. Me hizo remover, además, recuerdos. Abraham y yo acudimos en temporadas a la misma escuela, aparte de que nos veíamos en las fiestas familiares. Teníamos amigos y compañeros en común. Uno de ellos fue Yazmín. No enlistaré anécdotas porque no recuerdo tantas y todas son, como son las anécdotas de muchachos arropados por una familia unida a su manera, inocuas. Simples en su relevancia. Carentes de tragedia. Juegos, pláticas, caminatas, alguna torta compartida, alguna manía, algún travesura, alguna confesión. En mi cabeza permanece la imagen del muchacho desparpajado, sonriente, solidario y cariñoso que aún es. Yo era y sigo siendo su antítesis. Él tomaba la vida con todo el humor y la sencillez que a mí me faltaban. Cuando éramos compañeros, amigos, siempre me sentí seguro. Yo era un muchacho apocado, arrinconado en sí mismo mientras asimilaba el hecho de que le gustaban otros muchachos, ansioso, confiado en su precaria inteligencia como mecanismo de supervivencia, pero cuando estaba con Abraham sentía un respaldo para correr tantito. Hoy temo que no ocurrió así en el caso contrario. Siendo unos chicos que rondaban sus 15 años coincidimos en la prepa Yazmín, Abraham y yo. Ahí comenzó su historia. Han pasado 20 años y en ellos reconozco su amor y su familia, pero, sobre todo, su valor. De los primos, ellos fueron los pioneros. Apenas habían cruzado la frontera de la mayoría de edad y se convirtieron en papás de Alejando, el primero de los bebés de la familia. Yo mismo llegué a cambiarle, todo nervioso, el pañal alguna vez. Ahora ya es un muchacho que ronda la edad de sus papás cuando lo tuvieron. Y fue con este bebé en brazos que un buen día Yazmín y Abraham emprendieron camino a una odisea lejos. Me acuerdo de la mañana en que todos les ayudamos a cargar una mudanza rumbo a León, Guanajuato. Sus rostros contenían ilusión y desasosiego, alegría y tristeza, esperanza y miedo. Iban, como poco a poco todos los primos de la familia comenzaríamos a hacerlo, a construir su propia prosperidad. Juntos tienen 20 años. En este tiempo mis hermanos y primos también han forjado sus historias. Todas hermosas y dramáticas en su medida. Todas memorables por ser nuestras. Se han ido sumando pequeños relatos, nuestros niños, que eventualmente se encaminarán hacía sus propias aventuras y espero que nosotros, los primos, seamos capaces de darles el mismo respaldo que a nosotros nos dieron nuestros padres. Por lo pronto, también en ello, Yazmín y Abraham son pioneros. Alejandro es un muchacho que ha salido dar la cara al mundo. A su manera. Confío, pues, que todos los demás así lo haremos mientras este gran relato de la familia se sigue desarrollando en tramas que, pese a la distancia, están hilvanadas por el afecto que brota cuando estamos juntos aun a pesar de nosotros mismos.


A propósito de una historia de amor de 20 años
Para Yazmín y Abraham
No tengo buena memoria. Apenas retengo alguno que otro instante reciente. Muy pocos del pasado. No sé cómo logré ser periodista. Tampoco me agobia. Ya sea como mera circunstancia o como un mecanismo mental que no domino, el resultado es que tengo pocos recuerdos pero cada uno me es significativo. Lo digo porque hace unos minutos leí un post en el Facebook de Yazmín, la esposa de mi primo Abraham. Cumplen 20 años juntos. ¡20 años! Quizá para las generaciones anteriores esto sea apenas un trocito del camino, pero para mi generación y, sobre todo, para aquellos adultos contemporáneos urbanos con los que suelo convivir parece inconcebible. Imposible. Las generaciones se transforman, nuestros contextos también. Me dio suma alegría leer de este aniversario no por lo anterior sino porque, en alguna u otra medida, yo y todos en la familia hemos sido testigos de esa historia. Me hizo remover, además, recuerdos. Abraham y yo acudimos en temporadas a la misma escuela, aparte de que nos veíamos en las fiestas familiares. Teníamos amigos y compañeros en común. Uno de ellos fue Yazmín. No enlistaré anécdotas porque no recuerdo tantas y todas son, como son las anécdotas de muchachos arropados por una familia unida a su manera, inocuas. Simples en su relevancia. Carentes de tragedia. Juegos, pláticas, caminatas, alguna torta compartida, alguna manía, algún travesura, alguna confesión. En mi cabeza permanece la imagen del muchacho desparpajado, sonriente, solidario y cariñoso que aún es. Yo era y sigo siendo su antítesis. Él tomaba la vida con todo el humor y la sencillez que a mí me faltaban. Cuando éramos compañeros, amigos, siempre me sentí seguro. Yo era un muchacho apocado, arrinconado en sí mismo mientras asimilaba el hecho de que le gustaban otros muchachos, ansioso, confiado en su precaria inteligencia como mecanismo de supervivencia, pero cuando estaba con Abraham sentía un respaldo para correr tantito. Hoy temo que no ocurrió así en el caso contrario. Siendo unos chicos que rondaban sus 15 años coincidimos en la prepa Yazmín, Abraham y yo. Ahí comenzó su historia. Han pasado 20 años y en ellos reconozco su amor y su familia, pero, sobre todo, su valor. De los primos, ellos fueron los pioneros. Apenas habían cruzado la frontera de la mayoría de edad y se convirtieron en papás de Alejando, el primero de los bebés de la familia. Yo mismo llegué a cambiarle, todo nervioso, el pañal alguna vez. Ahora ya es un muchacho que ronda la edad de sus papás cuando lo tuvieron. Y fue con este bebé en brazos que un buen día Yazmín y Abraham emprendieron camino a una odisea lejos. Me acuerdo de la mañana en que todos les ayudamos a cargar una mudanza rumbo a León, Guanajuato. Sus rostros contenían ilusión y desasosiego, alegría y tristeza, esperanza y miedo. Iban, como poco a poco todos los primos de la familia comenzaríamos a hacerlo, a construir su propia prosperidad. Juntos tienen 20 años. En este tiempo mis hermanos y primos también han forjado sus historias. Todas hermosas y dramáticas en su medida. Todas memorables por ser nuestras. Se han ido sumando pequeños relatos, nuestros niños, que eventualmente se encaminarán hacía sus propias aventuras y espero que nosotros, los primos, seamos capaces de darles el mismo respaldo que a nosotros nos dieron nuestros padres. Por lo pronto, también en ello, Yazmín y Abraham son pioneros. Alejandro es un muchacho que ha salido dar la cara al mundo. A su manera. Confío, pues, que todos los demás así lo haremos mientras este gran relato de la familia se sigue desarrollando en tramas que, pese a la distancia, están hilvanadas por el afecto que brota cuando estamos juntos aun a pesar de nosotros mismos.


October 6, 2015
La casa de papá
El otro día me acordaba de papá. De camino al trabajo por la mañana pensaba en la casa que mandó construir durante años. En las ilusiones, el esfuerzo y el dinero que ahí fue depositando. Recuerdo cuando, siendo yo un púber, me mostró los planos que él mismo diseñó tal vez en ratos de ocio o en pausas de sus jornadas de trabajo. Me acuerdo cómo iba comprando materiales: arena, costales de cemento, varillas, grava, sobre los cuales yo jugaba con mis hermanos. Cómo pausadamente, pero sin tregua, se fue irguiendo la edificación: su utopía: un cuarto grande para cada quien, baños, estudio, terraza, una sala y un comedor amplios, jardín. Sin embargo, después de años, justo cuando estaba por terminarla, todos nos empezamos a ir. Papá jamás ha dicho nada pero lo imaginé embargado por esa sensación que se desencadena cuando estás a punto de terminar una larga película y se va la luz, o cuando estás por cruzar la meta y te tropiezas. Ya en la tarde, de regreso a mi depa, volví a reflexionar al respecto. En el metro se sentaron junto a mí dos hombres mayores. Trabajadores de construcción: asoleados, cubiertos con ese polvo que no logra quitar la ducha, con una pequeña mochila salpicada de mezcla en las manos callosas. Platicaban animados sobre unos terrenos que habían tomado. Sin servicios. Seguramente en los suburbios de la Ciudad de México. Ahí estaban forjando su utopía. Volví a pensar en papá. En su casa que, finalmente, dejó inconclusa. No sé si quedó desilusionado o emocionado con la idea de que cada uno comenzara a alcanza su propia quimera. Quizá un poco de las dos.


September 12, 2015
Recuerdos
Recuerdo una vez que iba en el coche con mi familia. Pasábamos por sembradíos de maíz. En el camino nos cruzamos por una casita solitaria en medio del campo. Yo dije en voz alta, siendo un adolescente, que quería vivir en una casa así. Imagínense un sitio sencillo en medio de la naturaleza. Me acuerdo que mi madre me dijo que debía aspirar a más. Con ese comentario de unos segundos logró transformar mi rumbo. Ahora comprendo que quería decir que debía conocer el mundo antes de decidir dónde asentarme. Dónde echar raíces. Hoy, después de haber alcanzado con suerte y perseverancia lo que siendo joven me planteé, retomo ese deseo de vivir en medio de un bosque. O mejor aún: en una casita frente al mar donde pueda estar tranquilo. Escribir, beber café o mezcal, trabajar. Estar solo o quizá con una familia. Con un hijo y un perro. Con un esposo o un amante. Con una horda de amigos. Pero apacible. Feliz.


Carta a mi hijo que aún no conozco
Amado hijo mío. Te escribo esta carta aun sin conocerte, pero queriéndote ya con toda la potencia de mi ser. Quiero decirte que estoy tratando de encontrarme contigo. Sin prisas. La vida nos da lo que anhelamos en el momento idóneo. Hace año y medio comencé un proceso de adopción en el DIF Nacional y no fructificó. Me dijeron que serías un niño de ocho años. No fue así. Quizá no busqué en el sitio adecuado. No importa. En absoluto considero que haya sido tiempo perdido. Ocurrió, tal vez, que no seguí el camino indicado para coincidir contigo. Es posible que no tengas ocho años. O que seas una niña. La niña de mis ojos. O si eres niño, serás el rey de mi vida. Por lo pronto quiero decirte que no desesperes. Yo no lo hago. Nos veremos en el instante indicado. Hasta entonces yo será paciente. Te pido que tú lo seas. Yo aquí estoy con los brazos abiertos, con tu cama lista, con tu cuarto arreglado. Te espero con un mar de besos de frente. Y si no es en esta vida, será en otra. De lo que estoy seguro es que nos hemos de topar.
Con todo el amor del que soy capaz de sentir.
Papá.


September 11, 2015
¿Un solitario nace o se hace?
Me pregunto si un solitario nace o se hace. Yo me considero solitario. Por supuesto hasta hace poco viví aferrado al anhelo de estar emparejado y constantemente rodeado de las personas a las que amo, pero lo primero no ha sucedido y lo segundo es recurrente más no cotidiano. Suelo estar solo. Ir al cine solo, hacer el súper solo, comer un helado solo, pasear por la ciudad solo. No hace tanto esto me atormentaba porque pensaba que estaba trastornado. Intenté lo contrario pero me descubrí huyendo de chicos que me pretendían o enamorándome de quien saldría corriendo. Cada día hablo menos en el trabajo y a mis amigos y a mi familia los veo con menor frecuencia, pero con mayor entusiasmo. Ahora simplemente asumo que disfruto mucho estar solo y elijo con mayor cuidado con quién comparto mi tiempo. Mi aspiración es regalarme momentos hermosos con todos aquellos a los que quiero. No sé qué ocurrirá mañana. Tal vez acabe mis días sin haber estado relacionado con un chico o cada vez más silencioso. No importa. Me siento a gusto y ya entendí que este solitario nació y con el tiempo se ha ido afinando. Puliendo. Como una piedra preciosa.


September 10, 2015
Elogio al lápiz
Quiero abrazar el hábito de escribir diario. Donde sea. A cualquier hora. De preferencia con lápiz y papel. Tiene que ser con lápiz porque me siento más cómodo con la sencillez de lo efímero que con el pretencioso espejismo de lo permanente de la tinta. Quiero drenar todas esas palabras que se han ido estancando bajo estúpidos pretextos. La falta de tiempo es sólo una justificación para tener miedo. Tal vez de la hoja en blanco. O de la propia incapacidad para narrar. Pero incluso asumir nuestras limitaciones es iluminación. Quizá nos volvemos menos idiotas siendo un poco más osados. Y si ocurre lo contrario la perdición nos pondrá en el lugar adecuado.


September 9, 2015
De pronto
De pronto te recordé con la intensidad de otros días. Quise confesarte que en ocasiones, aún, me invades como un mar de fondo. Pero finalmente me convencí de que, después de tanto tiempo, resulta absurdo. Inútil y reiterativo. Empalagoso. Así que dejé que tu espectro pasara como una nube solitaria en un cielo azul.


July 27, 2015
Mi caballero y mi dragón
Dice que tiene las manos grandes y que le gusta la idea de ser mi caballero. “Por usted sí mataba un dragón”, me confesó un día de todos aquellos en los que me ha ofrendado frases así de conquistadoras y otras algo más desinhibidas pero nunca descorteses o vulgares. No hace tanto me regaló revelaciones que decidí recuperar para tenerlas presentes porque tienen el poder de reflejarme. Él, mi caballero que me habla de usted, vive a miles de kilómetros y nunca nos hemos visto cara a cara. Sin embargo, logró descifrarme y tuvo las agallas de enfrentar a mi dragón interno. Feroz y sanguinario. Lo hirió y así se devolvió un puñado de mí mismo. Una mañana me dijo: “Te preocupas demasiado por agradarles a los demás y la mitad de los hombres allá afuera son unos idiotas engrandecidos por gente que quiere agradarles. Y la verdad es que son hombres pequeñitos. Usted necesita un hombre de verdad y esos toman lo que quieren. Así que usted sea usted mismo. No hay nada más atractivo que eso”. La conversación siguió un poco más y la remató con una declaración bellísima en respuesta a mi comentario de que los chicos me temen. Me rehuyen. Me evitan. No descarto que sea por mi torpeza. “Si usted quema pues me lanzo al fuego y ya”. Por eso ahora quiero ser yo mismo. Fuego.


Omar G. Villegas's Blog
