Omar G. Villegas's Blog, page 7

February 4, 2016

Fe, violencia y vida cotidiana

Desde los ataques yihadistas en París el año pasado y ahora con la próxima visita del Papa Francisco a México he pensado en el ejercicio de la fe como uno de los motores de la cotidianidad y de lo extraordinario. Como aglutinante de una colectividad y, al mismo tiempo, como repelente de la otredad que alcanza niveles de violencia tales como los que se atestiguan a diario en guerras, atentados, asesinatos, discriminación.


Después de merodear el asunto sólo tengo unos apuntes que deseo no pequen de simplistas o evidentes, pero que embonan con dinámicas de intolerancia, exhibicionismo y prejuicio que detecto en la actualidad, sobre todo, en espacios como las redes sociales. El asunto es que navegan ocultos de anonimato o vestidos de una falsa superioridad intelectual.


En principio asumo que la fe es un asunto fundamentalmente personal. Introspectiva en su estadio más esencial. Privada en la mayoría de las veces cuando las personas oran en silencio o lanzan una petición o agradecimiento en medio de alguna adversidad.


Sin embargo, en estos días de hiperexposición la fe se exhibe como el cuerpo. La privacidad se ha desvanecido no por la mera posibilidad de mostrar la vida cotidiana, sino porque se ha caído en la tentación de hacerlo sin reparos. Ni la alegría ni la fe son experiencias que se sienten y viven en el interior primero. Antes se proyectan y, quizá después, se paladean.


Ahora bien, cuando se quiere compartir públicamente la fe hay espacios para ello: iglesias, sinagogas, templos, donde en apariencia convives en paz con gente con creencias semejantes. El equilibrio se rompe cuando arrasa el afán de ostentar la fe e imponerla en un acto narcisista, egoísta, de querer que los demás sean como uno: un reflejo.


Esta ansia de imperar en sociedades cada vez más complejas genera tensiones. Trastoca la convivencia. Sobre todo en las urbes donde las fronteras entre creencias se entremezclan: devienen porosas. Entre los extremos, creyentes y ateos, hay distintas expresiones de fe que cambian y están vinculadas con la edad, el género, la educación escolar, el contexto familiar o hasta la orientación sexual.


La ortodoxia, el dogmatismo que le ha permitido a las religiones sobrevivir milenios se ha puesto a prueba porque nada es bueno o malo per se. Porque la fe tiene un toque personal y, en ese sentido, existen cuantas percepciones de esta como personas. Porque los excesos y atropellos de las religiones se han destapado.


En este panorama han surgido toques de empatía como los que tiene el Papa Francisco hacia grupos señalados por la iglesia católica como los gays o los divorciados. No obstante, estas expresiones no suelen ser la regla. Paradójicamente entre mayor multiculturalidad, los extremos se alejan. Se tensan. Los fanáticos derrochan violencia, los ateos rechazan, los fieles callan. Y entre estos grupos emerge la ruptura cuando se quiere imponer, subyugar, juzgar.


La fe como ejercicio personal, como creencia compartida en paz, abrazada con distancia crítica y conocimiento, proyectada en la alteridad, en convivencia con otras formas de practicarla contribuiría a construir la inclusión, un desafío que aún se percibe distante. Muy lejano. México estará puesto a prueba con la próxima visita del Papa Francisco en febrero.


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Published on February 04, 2016 12:48

February 2, 2016

Para mi primer amor

Desprenderme de ti fue duro. Doloroso. Tu partida silenciosa me dejó deshecho. Confundido. Me quedé anhelándote. Deséandote. Me aferré a tu recuerdo. Luchaba para contener cualquier reproche. No comprendí el porqué de tu egoísmo. De tu incapacidad para corresponder a mi cariño. De tu adiós. Me tomó tres años superarlo. Llanto, vacío, desconsuelo. Ahora no sólo lo entiendo, he aprendido la lección. Sin que lo supiera te convertirste en un gran maestro. Tu paso, arrasador, me develó el camino para alcanzar una plenitud que consideraba imposible. Tratar de dilucidar por qué te procuraste a ti antes que a mí, por qué desististe tan pronto ante nuestras incompatibilidades, por qué no te enamoraste de mí perdidamente, me llevó a ahodar en lo más oscuro de mí mismo. Leí a filósofos y poetas, a psicólogos y guías espirituales. Traté de hallar respuestas en la música y en el cine. Pasé por todos los estados de ánimo. Me confronté pero, sobre todo, empecé a amarme como nunca. Hoy, de estar en tu lugar, es posible que hubiese reaccionado igual que tú. Que me haya ponderado a mí antes que a todos. Ahora me siento mejor que nunca. Fuerte, amoroso, querido, confiado, seguro. Acariciando la tierra con las manos y dejando que las nubes pasen sin querer tocar su reino inaprensible. Exploro: mi cuerpo y mis emociones. Me siento abierto al afecto. Me he revalorado. Me sonrío. Me miro con comprensión y ternura. Con admiración incluso. Gracias por ello y por haberme compartido besos, caricias y momentos. Sobre todo aquellos apasionados junto a ese cuerpo fuerte y moreno que llegue idolatrar más que a mí mismo. Ya no es así.


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Published on February 02, 2016 14:42

December 20, 2015

Damianus

Damianus tomó su hacha y salió del bosque rumbo a Arabia. Un murmullo lo llamó en sueños. No conocía aquellas tierras lejanas ni sabía lo que ahí encontraría. Caminó días que sumaron semanas. Cruzó montañas y valles repletos de flores que empezaron a escasear conforme se acercaba. El calor se hacía más intenso. El cielo se teñía de un azul impoluto. En la frontera subió a un peñasco para mirar hacia dónde tomar camino y vio el desierto por primera vez. Sudaba. Respiró profundo. Se sacudió la arena que se había pegado a su barba y oyó aquel susurro. Tenue. Trató de identificar de dónde provenía pero ante sus ojos sólo se extendían dunas inmensas. Dudó. Consideró regresar. ¿Hacia dónde ir si no había algo que guiara su camino? Pero el siseo continuó. Damianus bajó de la piedra, titánica como él. Se internó en la arena caliente. El sol abrasador producía sensaciones que al poco tiempo se tornaron apabullantes debido a la sed y el hambre. Siguió. Conforme andaba el sonido se intensificó. Una ráfaga de aire fresco le golpeó el pecho. Sintió alivio. Aceleró sus pasos y detrás de un cerro de arena lo encontró: el origen de aquel canto que lo había atraído hasta ahí. El mar se le reveló esplendoroso. Damianus quedó fascinado con las olas estrellándose contra la playa, con la brisa y su aroma, con un bisbiseo que parecía provenir de las entrañas del océano. Se quitó su calzado y corrió hacia donde el agua se encuentra con la tierra. La espuma acarició sus pies y sintió un placer inmenso. Volteó y descubrió un oasis. Palmeras, un manantial, frutas, peces. Se dirigió hacia ahí sin soltar su hacha. Bebió grandes sorbos de agua transparente y se desprendió de su ropa sucia. Se bañó. Comió las manzanas más dulces que jamás haya probado. Se recostó desnudo bajo la sombra de una higuera y suavemente se quedó dormido. Abrazado por una tibia humedad, entregado a aquella música que le inspiró hazañas dignas del más célebre trozador de todos los bosques del mundo.


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Published on December 20, 2015 20:34

December 19, 2015

Entre el hollín negro y los ladrillos quemados

Para Carlos de la O


Leía “La guerra no tiene rostro de mujer” de Svetlana Alexiévich cuando me topé con un párrafo que me conmovió profundamente:


<>


Las palabras de esta mujer que relata su experiencia inadvertida en las trincheras me remitió, no sé a través de qué mecanismo de ilación, a las conversaciones con mi amigo Carlos de la O. No sobre la guerra, sino sobre algo más cotidiano que puede resultar desgarrador, desconcertante: el amor. Cómo, perplejos, tratamos de comprender esa experiencia que Carlos y yo miramos más con un sentido místico que palpable. Platónico con toda la imposibilidad que ello implica.


No pretendo comparar nuestras confusiones sobre el amor con las de aquella mujer que sobrevivió a una experiencia casi mortal que ni siquiera soy capaz de comprender a cabalidad. Simplemente la imagen de ella me dio una idea para vislumbrarnos a Carlos y a mí tratando de encontrar respuestas en medio de un campo de batalla. Del fango y la duda. Del dolor y la esperanza. De la sensación de fracaso.


Las palabras de esa mujer me encauzaron a hipótesis que Carlos y yo hemos aventurado. A una en particular: a esa de que más que entre grandes hazañas, el amor brota justamente en los actos sencillos. Pero insisto. Esto es, claro, sólo una sugerencia modestísima y obvia que toma como punto de partida el testimonio de una mujer que fue tan valiente como para darle acceso a la posibilidad del amor pese al sufrimiento, pese a la tragedia, pese a las ilusiones perdidas y la más insondable desesperación. Pese a sí misma. Una lección.


 


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Published on December 19, 2015 10:40

November 29, 2015

El tamaño de mi decepción

Ya tengo la edad suficiente para no ilusionarme de primera instancia. Para anticipar las trampas que hay detrás de las promesas y las intenciones. Para desenmascarar las frases huecas, los te quiero vacíos, los estoy bien falsos. Para saber cuando alguien juega a jugar contigo. Para descifrar las sonrisas perversas y los comentarios en voz baja. Para manejar mis deseos hechos añicos. Para sacudirme el polvo en el que se convierten. Pero eso no evita que cada vez me sienta un poco más decepcionado. Imaginarán ya el tamaño de mi decepción


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Published on November 29, 2015 20:13

Tifoidea

No recuerdo la última vez que me sentí tan enfermo. Sufrir en carne propia la lucha de tu cuerpo contra un padecimiento. Estar en medio de un fuego cruzado en el que manoteas, gritas, lloras, pero el resultado es el mismo: dolor. Esta semana me enfrenté a un malestar intenso: días de fiebre, de delirio, de un dolor muscular imparable que me hizo sentir que el aire se componía de pequeñísimas navajas que te cortaban así estuvieras sentando, andando, respirando profundo. Esos días me repetí mi mantra ante cualquier adversidad: acabará: no es para siempre. Pero pasó un día, dos, tres y yo me iba sintiendo peor. Como en una caída libre hacia un volcán en erupción. Cuando fui al doctor, al borde del desfallecimiento, el diagnóstico fue fiebre tifoidea. O salmonelosis. Quedé perplejo. No creía que algo así pudiera darme a mí. Apenas si como algo en la calle. Diario me cocino. No comprendía cómo pudo pasarme a mí. Cada que nos enfermamos gravemente todos pensamos así. ¿Por qué yo? Me resultaba desconcertante después de un año tan atronador. Huracanado. Creía que el final del 2015 sería, tal vez, tranquilo. Pero ha sido inauditamente desafiante. Duro. Férreo. Poco a poco fui recuperándome. En todo sentido. Mi cuerpo dejó de serme ajeno y volvió a mis manos. Un poco más delgado y maltrecho. Pero vivo. Palpitante. Este domingo, después de una semana en medio de dolores y malestares, al fin pude disfrutar del sol y el aire fresco. De una caminata. Y lo agradezco sin reparos. Conmovido. Con lágrimas. Como esas que también derramé, solo, en silencio, en el momento cumbre de mi malestar. Cuando sentía que no sería capaz de aguantar más. Pero resistí y logré atravesar un túnel oscuro, muy oscuro. Y del otro lado me reencontré. Me vi con una mirada más amorosa, orgullosa, solidaria y optimista. Atravesar un dolor apabullante te ilumina. Te transforma.


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Published on November 29, 2015 19:31

Desde mi ventana

Desde mi ventana veo el departamento de enfrente. No tiene cortinas. Lleva meses vacío. Los últimos inquilinos fueron unos asiáticos que no hablaban con nadie. Un hombre desgarbado que se la pasaba en casa frente a la  computadora viendo videos de youtube. Con él vivían dos mujeres menudas y pálidas que andaban todo el tiempo cabizbajas. Ellas sí salían, medianamente arregladas. Parecía que a trabajar. Sólo a eso. El resto del tiempo se la pasaban limpiando el pequeño apartamento y cocinando. No tenían televisión. Dormían temprano. Nunca oían música. Una mañana corrí las cortinas y vi que habían vaciado todo. Se habían ido. Nadie ha llegado desde entonces.


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Published on November 29, 2015 10:39

November 7, 2015

La historia de nuestro amor

Voy a contar la historia de nuestro amor: nos conocimos y se acabó


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Published on November 07, 2015 10:06

Disparo

Se decía que el día en que le dispararan no pondría las manos en un intento inútil de frenar lo inevitable. Se imaginaba cumpliendo su cometido, pero ahora que un hijo de puta irrumpió en su casa de noche y lo alcanzó a amarrar se quedó inmóvil. Se exigía abrir el pecho y mirar fijamente el arma con que le apuntaban. Esperar a que la bala atravesara su piel como la aguja a la seda. Se propuso soportar, imperturbable, aquella mortal penetración. Sin embargo, se descubrió con la mirada y la voz llenas de terror. Con el grito atorado en la boca de la garganta. El hombre disparó. Quién sabe qué chingados se siente cuando la bala se clava en la frente y todo acaba ahí. El wey empacó lo que pudo y antes de huir se bajó los pantalones excitado por la adrenalina. Le dejó ahí con las nalgas arriba, sangrantes. Expuesto.


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Published on November 07, 2015 00:46

No soy bueno para dar primeras impresiones

Primero se satisfacen otros deseos y luego el amor, dicen. Yo esperé primero al amor para después satisfacer otros deseos. No alcancé ni lo uno ni los otros y me convertí en un viejo torpe con ilusiones de adolescente.


Quise recuperar el tiempo desperdiciado, pero fue imposible. Cuando lo intenté había perdido el candor juvenil y la sensualidad. Era un adulto fuera de lugar que creía en cuentos de hadas mientras intentaba, torpemente, el desbordamiento del cuerpo.


Vivo con vacío.


Vivo con un sin saber qué es eso que me recorre desde el fondo de la garganta hasta el estómago. Una especie de angustia que nunca se detiene. Con el poder perverso de inflar mi pecho sin hacerlo estallar. Me he habituado a esa sensación de dolor que no mata.


Me preguntaste si estaba nervioso durante nuestro primer encuentro y lo negué aun cuando me temblaban las piernas y la voz. No soy bueno para dar primeras impresiones. Doy las equivocadas. O las contrarias.


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Published on November 07, 2015 00:32

Omar G. Villegas's Blog

Omar G. Villegas
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