A propósito de una historia de amor

Para Yazmín y Abraham


No tengo buena memoria. Apenas retengo alguno que otro instante reciente. Muy pocos del pasado. No sé cómo logré ser periodista. Tampoco me agobia. Ya sea como mera circunstancia o como un mecanismo mental que no domino, el resultado es que tengo pocos recuerdos pero cada uno me es significativo. Lo digo porque hace unos minutos leí un post en el Facebook de Yazmín, la esposa de mi primo Abraham. Cumplen 20 años juntos. ¡20 años! Quizá para las generaciones anteriores esto sea apenas un trocito del camino, pero para mi generación y, sobre todo, para aquellos adultos contemporáneos urbanos con los que suelo convivir parece inconcebible. Imposible. Las generaciones se transforman, nuestros contextos también. Me dio suma alegría leer de este aniversario no por lo anterior sino porque, en alguna u otra medida, yo y todos en la familia hemos sido testigos de esa historia. Me hizo remover, además, recuerdos. Abraham y yo acudimos en temporadas a la misma escuela, aparte de que nos veíamos en las fiestas familiares. Teníamos amigos y compañeros en común. Uno de ellos fue Yazmín. No enlistaré anécdotas porque no recuerdo tantas y todas son, como son las anécdotas de muchachos arropados por una familia unida a su manera, inocuas. Simples en su relevancia. Carentes de tragedia. Juegos, pláticas, caminatas, alguna torta compartida, alguna manía, algún travesura, alguna confesión. En mi cabeza permanece la imagen del muchacho desparpajado, sonriente, solidario y cariñoso que aún es. Yo era y sigo siendo su antítesis. Él tomaba la vida con todo el humor y la sencillez que a mí me faltaban. Cuando éramos compañeros, amigos, siempre me sentí seguro. Yo era un muchacho apocado, arrinconado en sí mismo mientras asimilaba el hecho de que le gustaban otros muchachos, ansioso, confiado en su precaria inteligencia como mecanismo de supervivencia, pero cuando estaba con Abraham sentía un respaldo para correr tantito. Hoy temo que no ocurrió así en el caso contrario. Siendo unos chicos que rondaban sus 15 años coincidimos en la prepa Yazmín, Abraham y yo. Ahí comenzó su historia. Han pasado 20 años y en ellos reconozco su amor y su familia, pero, sobre todo, su valor. De los primos, ellos fueron los pioneros. Apenas habían cruzado la frontera de la mayoría de edad y se convirtieron en papás de Alejando, el primero de los bebés de la familia. Yo mismo llegué a cambiarle, todo nervioso, el pañal alguna vez. Ahora ya es un muchacho que ronda la edad de sus papás cuando lo tuvieron. Y fue con este bebé en brazos que un buen día Yazmín y Abraham emprendieron camino a una odisea lejos. Me acuerdo de la mañana en que todos les ayudamos a cargar una mudanza rumbo a León, Guanajuato. Sus rostros contenían ilusión y desasosiego, alegría y tristeza, esperanza y miedo. Iban, como poco a poco todos los primos de la familia comenzaríamos a hacerlo, a construir su propia prosperidad. Juntos tienen 20 años. En este tiempo mis hermanos y primos también han forjado sus historias. Todas hermosas y dramáticas en su medida. Todas memorables por ser nuestras. Se han ido sumando pequeños relatos, nuestros niños, que eventualmente se encaminarán hacía sus propias aventuras y espero que nosotros, los primos, seamos capaces de darles el mismo respaldo que a nosotros nos dieron nuestros padres. Por lo pronto, también en ello, Yazmín y Abraham son pioneros. Alejandro es un muchacho que ha salido dar la cara al mundo. A su manera. Confío, pues, que todos los demás así lo haremos mientras este gran relato de la familia se sigue desarrollando en tramas que, pese a la distancia, están hilvanadas por el afecto que brota cuando estamos juntos aun a pesar de nosotros mismos.


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Published on October 14, 2015 22:57
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Omar G. Villegas
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