Álvaro Bisama's Blog, page 230

January 31, 2016

Sabingo: La tele del fin de semana

La televisión del fin de semana es algo peculiar. Salvo el prime time del domingo, donde hace tiempo se ha declarado una batalla sangrienta, el resto de las horas de transmisión no parecen importarle mucho a nadie al punto de que se podría intuir que los canales han renunciado a pensar qué programar el sábado y el domingo.


Esa renuncia es entendible, pero también supone una suerte de languidez y falta de imaginación, de abandono; algo que traduce colocando en pantalla cualquier cosa sin demasiado criterio ni orden, casi siempre todo lo que sobra o lo que está fondeado en sus bodegas o archivos. Caben así documentales de la BBC buenísimos, series compradas sin un público objetivo, proyectos aprobados con fondos públicos, programas campesinos musicalizados con charango, cápsulas donde alguien recorre Chile para mostrar sus maravillas o simplemente algún reportaje reciclado de una década anterior donde todos los entrevistados lucen distintos, salidos de ese universo paralelo que es el pasado.


Eso queda claro al ver Sabingo, que Chilevisión pone al aire los sábados y domingos después de almuerzo. Más allá de su desafortunado nombre, el programa es la continuación de Sin vergüenza, un show que se empezó a programar hace años con el objetivo de darle cabida a figuras como Karol Dance o Carolina Mestrovic. Sin vergüenza era barato e improvisado y servía para que los talentos surgidos en Yingo no pudiesen huir a otros lados. Ahí Rodrigo Salinas se volvió notero, mientras se exhibían compilaciones de YouTube, imágenes de ovnis y fantasmas, cámaras escondidas pirateadas de mil lados distintos y repeticiones de Kramer o de algún humorista del Festival de Viña.


Originalmente conducido por Mestrovic y Julio César Rodríguez (que fue reemplazado por Juan Pablo Queraltó y ahora por Andrés Caniulef), Sabingo repite al dedillo el mismo esquema: notas sueltas enlazadas casi al azar, privilegiando un tono magazinezco ligero hecho de noticias del corazón y reportajes turísticos de manual. De hecho, basta ver el último programa, donde en poco más de media hora exhibió notas sobre las biografías de Miguel Bosé y Eros Ramazzotti, el agroturismo en Hijuelas, la ruta de las empanadas en Concón, otra sobre las picadas de Santiago como Don Peyo o el Rincón de los Canallas, las aventuras de Rodrigo Salinas en Isla de Pascua (lejos lo más original y divertido), la historia de la señora Crepita de Machalí (ganadora de un premio al mejor charquicán) y de Olga (quien hace dulces en Curacaví). Nada de esto está mal pero no carece de novedad u originalidad.


Solo más de lo mismo. Salvo Salinas, el resto del programa multiplica la sensación de que durante los sábados y domingos solo hay espacio para caminos rurales, artistas del recuerdo y un tedio disfrazado de etnografía gastronómica.


Hay algo frustrante ahí pero también demoledor, porque es en el fin de semana cuando es posible percibir el vacío de ideas de la industria y la atomización del medio. Acá la televisión abierta es una especie de fósil que emite imágenes también fósiles. Están ahí los destellos de lo que la tele chilena alguna vez fue, al modo de un museo improvisado  donde el espectador se mueve por azar y a desgano, esperando tener la suerte de estrellarse con algo interesante.


La ausencia de Sábado Gigante solo subraya dicho abandono pero lo mismo podríamos decir -yendo hacia atrás- de shows como Venga Conmigo u Hombre al agua, por poner ejemplos diversos. Nadie parece extrañar ninguno de ellos pero justamente su vacío (que Sabingo no ayuda a llenar en modo alguno) implica en apariencia la ausencia de estructura o de foco, de alguna fuerza de gravedad sobre la que ordenar la parrilla; pero también el hecho de que los canales no han sabido ofrecerle ideas frescas al espectador en ese horario.

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Published on January 31, 2016 06:10

January 24, 2016

¿Volverías con tu ex?: Una comedia bizarra

“A ti te importan más lo medios”, le dice Camila Recabarren a Alberto Púrpura en el segundo episodio de ¿Volverías con tu ex?, el nuevo reality de Mega. No importa lo que diga él de vuelta. En la afirmación de la chica está la clave, porque hay cierta verdad profunda ahí, por más que -como prueba de amor- Púrpura se haya lanzado minutos antes en paracaídas y ambos tengan que pasar la noche a la intemperie.


Por supuesto, ya sabemos que Recabarren tiene 24 años y Púrpura, al que le dicen “Tatón”, 60. Él la conoció cuando ella tenía 17. Lo que pasó después fue extraño y patético: se hicieron famosos y vino una larga lista de peleas, separaciones, intentos de suicidio y un juicio de paternidad más bien triste. Entre medio, Recabarren estuvo en dos o tres programas y fue coronada Miss Chile. Entre medio, la fama actuó como actúa en estos casos; reptando de la rabia de la pasión a la caricatura de quienes lucran con exhibir su vida.


El odio y los 36 años de distancia que separan a Recabarren y Púrpura representan el sentido del show y la condición inverosímil de la fárándula que lo alimenta; aquel extraño mérito de haber convocado a una serie de ex parejas dispuestas a lavar sus trapos sucios en pantalla. Sí, acá el casting lo es todo. Armado con una colección de figuras dispuestas a explotar a como dé lugar, todas ellas aspiran a jugar sus últimas cartas en este reciclaje final antes que el olvido del público se los lleve bien lejos. Así, caben en el programa figuras como Francisco Huaiquipán, los histéricos Tony Espina y Oriana Marzoli, chicos reality ancianos como Oscar Garcés  y Angélica Sepúlveda (expulsada por agresión física en el tercer episodio), una muchacha que dice “no hacer nada” y su novio tarotista, entre otros. Sí, no es una lista muy sofisticada, pero funciona en el show, que explota superficialmente la tensión de la ruptura y la promesa del reencuentro de estas parejas como materiales dramáticos, aunque en realidad le interese otra cosa: la agresión verbal y el aura softcore que puedan llegar a proyectar en pantalla.


La estructura es la clásica del formato, predecible y funcional. Muchos tiempos muertos en una casa estudio idéntica a todas las casas estudios del mundo, largas tomas de conversaciones sin sentido al lado de una piscina, juegos sexies que son en realidad ridículos y una gymkana de eliminación aburridísima. Que las peleas y reconciliaciones sean reales o no importa poco. Lo que vale son los gritos, las recriminaciones, los juegos histéricos de celos.  ¿Volverías con tu ex? funciona entonces a partir de un morbo diseñado desde esos conflictos íntimos que no son tales. Nada nuevo. Acá es iluso buscar alguna clase de espontaneidad; todos tienen conciencia de que están en pantalla; todos (con Oriana y Tony a la cabeza) están tratando de sacarle a la tele lo que puedan mientras duren al aire. Para ellos, estar al aire es la promesa de una extraña trascendencia pero también la confirmación de la presencia de un oficio retorcido ahí, acaso la promesa de un carrera hecha de escándalos revenidos y violencia emocional, por más trucha que éstas sean.


Mega, de este modo, explota en su nuevo reality una sordidez que deviene en vacío. ¿Volverías con tu ex? es la resaca de nuestra cultura de la farándula. Acá están sus restos, sus escombros y sus últimos sobrevivientes: personas determinadas por su condición de personajes, degradados en sus afectos, contaminados por la ilusión de que la televisión cura cualquier enfermedad imaginaria del corazón y que la fama sí supone alguna clase de gracia. Pero nada de eso está oculto; se luce a plena vista. El saldo es justamente la inversión del sentido de lo que se mira. No hay ninguna empatía o espesor real acá salvo la inversión del sentido de lo que vemos: el drama en carne viva es en realidad una comedia bizarra.

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Published on January 24, 2016 06:14

January 17, 2016

Pobre Gallo: Grato ambiente familiar

Nada dura para siempre. A pesar de que ahora mismo Pobre gallo revienta el rating y parece estar barriendo con la competencia, es evidente que la nueva teleserie de Mega muestra síntomas de agotamiento. No exagero. En apariencia, todo anda bien con el relato protagonizado por Paola Volpato, Ingrid Cruz y Alvaro Rudolphy. La historia del empresario millonario abandonado por su esposa, enfermo de síndrome vertiginoso, que huye a su pueblo de origen para sanarse y encontrar el amor, es veloz y eficaz. El mencionado trío protagónico funciona como una maquinaria aceitada hasta el más mínimo detalle, con Rudolphy interpretando a un héroe atolondrado, Ingrid Cruz como una alcaldesa sexy y Paola Volpato esgrimiendo su característica seriedad como una policía de pueblo.


Pero el éxito puede ser una cárcel, una trampa. Mal que mal, en sus culebrones, Mega parece que pilló un modo, construyó un sistema. Que, aparte del trío protagónico, gran parte de las parejas de Pobre Gallo (de Augusto Schuster/Mariana Di Girolamo a Gabriela Hernández/Fernando Farías) hayan sido puestas en los mismos lugares exactos que ocuparon  en Pituca sin lucas es una apuesta segura pero tristemente predecible. Algo que no está mal, pero tampoco demasiado bien, pues la sombra de la repetición acecha ahí al punto de que, en cuanto al argumento, esta no es solo la tercera teleserie consecutiva del canal donde el protagonista es un hombre solo que queda al cuidado de sus hijos, sino también la tercera donde la problemática social del país es usada como decorado de fondo.


Aquello era algo que funcionaba bien antes. Si Pituca sin lucas abordaba el nuevo mapa social de Santiago para desplegar desde ahí una sátira de clases ligera y más bien clásica; en Papá a la deriva los ecos del incendio de Valparaíso del 2014 definían las motivaciones y las tensiones afectivas de la heroína. Con eso Mega usaba a la realidad como material pero evitaba banalizarla de modo extremo. Era algo que alimentaba a los personajes; podía verse como algo bastante ridículo (como Gonzalo Valenzuela como un marino viudo), pero tenía sentido en relación al deseo de Mega de presentarse como canal familiar.


Pero en Pobre gallo aquello no funciona. Si antes la lucha de clases era entre pobres versus ricos, acá es entre indígenas versus carabineros, entre otras cosas. Pero no hay siquiera humor negro. Pobre gallo no da para eso sino para algo bastante más escuálido, que no aprovecha a actores como Hernández, Farías o Godoy (todos mapuches en el programa) y los deja a merced de un guión hecho de tics y bromas de dudoso gusto, un humor ramplón hecho de prejuicios y lugares comunes.


Aquello hace pensar en el sentido de la televisión familiar que viene construyendo Mega hasta este momento. Así, lo mismo que sucede en The switch en relación a los géneros sexuales es lo que pasa en Pobre gallo en relación al tema indígena. El conflicto mapuche acá es convertido en una caricatura, despojado de sentido y usado para alimentar una trama que bien podría haber sucedido en cualquier parte. Es quizás la poética del canal, que apela a un populismo televisivo que quiere aprovecharse a como dé lugar del nuevo mapa simbólico del país sin detenerse a pensar en su sentido en el contexto del presente. Por lo mismo, hay que preguntarse qué realidad está construyendo Mega ahora mismo, algo que en este culebrón toma la forma una televisión alimentada por la fiebre del rating y la repetición de fórmulas probadas hasta el cansancio: una tele hecha de narraciones acicateadas por la necesidad de llegar al gag siguiente y amparada en una serie de lugares comunes que lucen inofensivos cuando en realidad representan un pensamiento reaccionario y vacuo, vendido como un grato ambiente familiar.

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Published on January 17, 2016 06:00

January 10, 2016

20añero a los 40: La inmadurez

Un joven tiene un accidente. Cae en coma y despierta 27 años después. Todo ha cambiado: la ciudad, el país y el mundo. Su padre murió. Su familia languidece en la vigilia de ese sueño forzado, llena de deudas, quebrada de modo silencioso.


Afuera las cosas están peor: su novia embarazada se casó con su mejor amigo. Mientras, el personaje trata de encontrarse a sí mismo, de entender todo. No puede. Su rostro no es el que recordaba. Su cara es otra. Alucinado y confuso, se aferra a lo único que tiene; a los recuerdos que chocan y se deshacen en su memoria rota y a las ropas que usaba en el pasado, que se le vuelven un fetiche que le permite acomodarse a sí mismo y relacionarse con los otros.


Lo anterior podría ser un drama pero es en realidad una comedia. En medio de una polémica sobre el plagio de su argumento, Veinteañero a los 40, la nueva teleserie de Canal 13, trabaja con una idea viejísima, la de alguien que al ser desencajado de su tiempo se vuelve un héroe anacrónico. Aquello, que está en obras tan disímiles como La zona muerta de Stephen King, películas como Capitán América o mangas como Barrio Lejano de Jiro Taniguchi, sirve para componer relato ligero dirigido por Herval Abreu. Pero donde otros armaban fábulas políticas (King) o reflexiones sobre la vida precaria de una comunidad familiar (Taniguchi), a Abreu lo hace retornar a su tema predilecto, que es el de cómo funciona la educación sentimental de la generación que hoy orbita los 40 años.


Pero Veinteañero a los 40 no aborda esa preguntas con gravedad. Por el contrario, es un culebrón rápido y algo descerebrado donde la elección de Francisco Pérez Bannen como protagonista solo acrecienta el vértigo de una alegre confusión. Aquello es interesante. Pérez Bannen tiene talento para la comedia y es notable cómo Tamara Acosta, su interés romántico, construya a su heroína a partir de lo contrario, clausurándose a sí misma, acomodando sus sueños a la medida de lo posible. Se trata de un desbalance que le da sentido al melodrama pues le permite cierta movilidad y amplitud de registro. Todo resulta divertido pero en realidad es una pista resbaladiza: el abandono, el envejicimiento de los cuerpos, la renuncia a los ideales. Por lo mismo, Veinteañero a los 40 es interesante. Bajo los decorados luminosos de Abreu hay en realidad una tragedia sorda pues la teleserie presenta a dos protagonistas quebrados, demolidos porque la imagen que el espejo les devuelve no se parece a la que imaginaron alguna vez para sí mismos.


Lo anterior se agradece. En un panorama dominado por las teleseries turcas y las comedias familiares del Mega, el nuevo culebrón del 13 marca una diferencia no menor porque posee una frescura que no veíamos hace un par de años en el formato. Por supuesto, aquello es engañoso porque Veinteañero a los 40 es en el fondo un relato tristísimo, la puesta en escena desde la ficción de los mundos que dating shows como Solteros o Espías del amor presentan desde lo documental. Acá el tono de comedia permite procesar lo que un reality es abordado con la luz cruda del fracaso sexual. Pero lo que hay en el fondo sigue ahí y es el tema predilecto de su director, que acá vuelve sobre los temas que le daban sentido a las dos partes de Soltera otra vez, su último éxito. Son preguntas que están en el aire y que acá los personajes encarnan no sin desconcierto: cuál es la distancia entre el amor y el deseo, cuáles son los costos emocionales de madurar y qué o quién es lo que debe olvidar o abandonar en el camino.

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Published on January 10, 2016 06:07

January 3, 2016

El limbo feliz

Hoy & siempre contigo es un programa inquietante. Lo dan los sábados y domingos a las 18.00 horas por La Red. Lo anima José Alfredo Fuentes y lo hace la productora de Alfredo Lamadrid. Tiene un opening cuyas etiquetas son “imperdible”, “grandes invitados”, “secretos de las estrellas” y “reveladores recuerdos”. Mientras, se intercalan imágenes en sepia de gente feliz, además de Marilyn Monroe, Marlon Brando y Elvis. La escenografía es tan sencilla como precaria. El auspiciador principal es una empresa de suplementos alimenticios, cuyo representante es entrevistado por Fuentes en la mitad del show. Los panelistas fijos son dos doctores (un sexólogo, una nutricionista) y un tercero que rota. Ahí han estado René Orozco y Nelson Ávila. Los temas del show tratan exclusivamente de salud (diabetes, obesidad, transplantes, riñones, el uso terapeútico de la marihuana) y su estructura es la clásica del formato: la conversación intercala notas, consultas a la gente de la calle y, por ahí, aparece Claudio Moreno caracterizado el CNN.


Todo lo anterior es confuso, anacrónico y desastroso pero resulta encantador. Dedicado a la tercera edad (que parece que es el público cautivo del canal), el programa es conducido por un Pollo Fuentes relajado, que anima sin estridencia, casi como si no le importara. Cómodo de manera inusitada, hay algo ahí. Mal que mal, Fuentes es un personaje interesante; un cantante pop adolescente de los sesenta que nunca abandonó tal rol y que luego se reinventó con animador televisivo. Entre medio, estuvo con los militares en Chacarillas y se consolidó como el rostro de Exito, ese programa con el que Canal 13 quiso competir con el Festival de la Una y que desplegó el arsenal más trash visto nunca en ese horario: concursos que buscaban al doble de Mister T o una competencia llamada “la carrera de las guaguas”. Sí, todo suena destemplado e impresentable ahora, pero hay que recordar que en los 90, fue capaz de convertir a Venga conmigo, su show de los domingos, en lo que Sábado gigante dejó de ser cuando Don Francisco emigró a Miami: un escenografía hecha de puro kitsch cordial, acaso el último show familiar importante de la tele abierta chilena.


Después Fuentes estuvo en Mega, volvió al canto, un par de bandas de rock lo homenajearon, fue jurado en programas de concursos de talentos y apareció y desapareció varias veces de las pantallas. Ahora, La Red lo trae de vuelta y es posible darse cuenta de que el artista ha envejecido con su público permanenciendo fiel a él. Acá no hay ambición ni desilusión: en Hoy & siempre contigo lo más importante es cómo él se acomoda al formato de modo natural, carente de ansiedad y urgencia. De hecho, da lo mismo la medicina porque Fuentes es capaz de elevarse de cualquier gravedad. Hace dos semanas confesó que sus amigos Wildo y Buddy Richard le dieron marihuana a los veinte años y que le vino la “pálida”, para luego preguntarle al sexólogo “¿usted ha fumado alguna vez un pitito, doctor?”; y terminar ironizando con el vestido verde “cogollo” de la doctora Yaisy Picrin.


Sí, no sucede mucho pero en una tele donde todo es grave y empaquetado, hay acá una cercanía no buscada, una ligereza inesperada. Habría que preguntarse cómo funcionaría el Pollo Fuentes en un programa de mayor calado. Ahora mismo, como conductor, tiene la habilidad de explotar su propia mitología contradictoria y aquello es algo que hace sin alharaca, comportándose como un sobreviviente de sí mismo pero también del medio. Por lo mismo, como programa de salud Hoy & siempre contigo es con suerte un infomercial extendido y más bien pobre, pero justamente eso es lo que permite que se vuelva otra cosa: una instantánea del funcionamiento de los rostros en sus momentos de menor fama,un retrato complejo sobre cómo envejecen nuestros ídolos pop y cómo, en ese extraño limbo, pueden llegar a encontrarse con la audiencia.

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Published on January 03, 2016 05:49

December 27, 2015

Modern family: vida de familia

Sí, lo obvio sería juzgar la recién estrenada Familia moderna de Mega a la luz de Modern Family, la versión original del show, una sitcom familiar norteamericana emitida por ABC. Tiene lógica. Salvo en pequeños detalles, la adaptación local sigue al dedillo las pautas del programa protagonizado por Ed O’Neill y Sofía Vergara y eso es, en cierto modo, una ventaja. Destacan así los ambientes luminosos, la cámara nerviosa que simula un documental que nunca veremos, la caracterización de la mayoría de los personajes y cierta narración digresiva. Lo mismo corre con las actuaciones: Patricio Contreras funciona bien como un patriarca medio disminuido y algo perdido, sometido a la tensión constante de tener una esposa extranjera más joven (Nidyan Fabregat), un yerno (Alvaro Escobar) que se comporta como niño y dos hijos (Mariana Loyola y Nicolás Saavedra) que apenas entienden las reglas de la adultez. Que uno de ellos sea gay, viva con su pareja y sea padre de una niña, solo alimenta la necesidad del programa de poner al aire una intimidad dibujada como un alegre caos.


Más allá que la duración de cada episodio sea el doble de la original (y con esto se resienta esa ciencia exacta del formato) y que el diseño de los espacios no esté adaptado en modo alguno a los códigos locales (resulta difícil la verosimilitud de tanto jardín trasero que se extiende hasta el horizonte) el show se deja ver y es entretenido, en el sentido de que es ligero a la hora de construir un relato familiar donde la cercanía va de la mano de la levedad.


Por lo mismo, quizás debiéramos ver Familia moderna desde otro lado, preguntándonos cómo funciona en relación a los programas parecidos que nuestra televisión ha tenido. De este modo, si sketchs de Sábado Gigante como “Los Eguiguren” ponían sobre la mesa los cambios culturales de la década del 80, la longevidad de Los Venegas pudo funcionar como un correlato perfecto de la vida chilena del período que fue de 1989 al 2011. Emitidos a la hora de almuerzo por TVN, no solo estuvieron un tiempo larguísimo al aire sino que mantuvieron cierta fidelidad a su corazón original, a la idea de que era posible hacer comedia de situación con la vida cotidiana de los chilenos. De este modo, vimos a los personajes pasar del sector público al privado, emprender mil negocios, tener hijos y nietos. Mientras, los actores crecían y envejecían (salvo Adriano Castillo), construyendo un clásico televisivo afirmado por la certeza de su permanencia, de una invisibilidad que en realidad los dotaba su peso simbólico al volverlos parte del aire.


Casado con hijos (2006-2008) rompió todo aquello. Adaptación de otra sitcom gringa, acá cobró vida propia al convertirse de lejos en la indagación más feroz en el grotesco que puede llegar a ser la cultura chilena. Ahí, mientras Javiera Contador monologaba de mono delirante, sometiendo todos los lugares comunes de la felicidad conyugal a un bombardeo constante, Fernando Godoy se convertía en el mejor actor físico de su generación a costa de doblar su cuerpo en la medida de que el ridículo y el patetismo del relato se lo exigiesen. Milagro deforme e inesperado, el show de Mega era chocante, violento y divertido como pocos al devolver como un vómito de vulgaridad, chistes sexuales y tedio la cultura de la farándula de la que bebía directamente.


Familia moderna (que está dirigida por Diego Rougier, también encargado de Casado con hijos), de este modo, debe ser juzgada a luz de lo anterior. Hay que ver cómo funciona en esa tradición, interviniéndola. Por ahora, es posible vislumbrar cómo aborda ciertas cuestiones con una comodidad inusitada, algo a lo que puede haber ayudado el hecho de que Mega la tuvo congelada por un par de años. Quizás esto ayude a dotar al show de cierta sincronía (como si su momento fuese éste y no cuando fue filmada, el 2013), permitiendo que temas como el matrimonio homosexual, la crisis de los 40 y la picaresca de la vida sexual local aparezcan retratados con cierta naturalidad y candor, a la luz de un falso realismo ligero y sin estridencias, acaso veraniego.

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Published on December 27, 2015 06:04

December 20, 2015

Pantallazos, aciertos y olvido: anuario de la TV en 2015

Vamos por lo fácil. Lo más interesante del año 2015 casi no tuvo rating, no fue impulsado por sus canales y existió en una especie de tierra paralela, en un universo invisibilizado por las teleseries turcas, los dating shows y las noticias sobre lanzazos y portonazos. Lo anterior suena como una reducción, pero programas como Chile en llamas (CHV), Zamudio: perdidos en la noche (TVN) o Guerrilleros (CHV) pasaron casi desapercibidos para el público y la potencia de sus imágenes pareció perderse en un océano de banalidad mezclada de pánico social. Así, el riesgo fue sancionado con la invisibilidad y lo obvio (con las turcas a la cabeza) elevado a nivel superlativo. De este modo, mientras Carmen Luz Parot contaba la traumática y vergonzosa historia de la relación del Estado con los artistas locales en Chile en llamas, en Alerta máxima el mismo canal celebraba -como si el periodismo fuese algo parecido a un videojuego- una lista interminable de allanamientos policiacos y detenciones nocturnas, relatando como una película de acción las condiciones de vida de las zonas más vulnerables de nuestra sociedad. Lo mismo corre para TVN:  mientras Zamudio construía un mapa posible de la clase media de un Santiago apenas entrevisto, un bodrio como Lip Sync mostraba al diputado Pepe Auth vestido de cuero, arriba de una moto y rodeado de bailarinas; al modo de un galán otoñal que consigue por primera vez actuar en una kermesse escolar.


Esa tensión definió cómo nuestra televisión negoció con el imaginario de nuestro presente. Este fue el año en que Bachelet se confesó con Don Francisco a tal punto que fue capaz de sacrificar a su Ministro del Interior en cámara. También fue el año en que se acabó Tolerancia Cero, que no tuvo funeral vikingo sino un fin más bien impresentable. Recordemos: en las mismas semanas en que Jaime de Aguirre -ex director ejecutivo de Chilevisión- era despedido del canal luego de una mala gestión económica y tras haber sido implicado en el caso SQM por unas boletas millonarias, Fernando Villegas relativizaba delante de Carmen Gloria Quintana la posibilidad de justicia en los procesos de Derechos Humanos, Fernando Paulsen renunciaba a la estación para volverse un lobbysta y Matías del Río se cambiaba a TVN para animar el noticiaro central. La llegada de Mónica González fue una anécdota efímera que vino a paliar una situación más bien terminal, el apronte de un futuro que jamás llegó. Mientras, Sábado Gigante  terminaba de morir en Miami, con saludos de Barack Obama y en medio de un carnaval más bien lejano y quizás insulso. Que Canal 13 haya decidido ocupar el gigantesco archivo del show en un programa al mediodía solo reafirmaba esa condición de fósil, de paseo por una memoria donde la tele era precaria pero también deforme; ahí, Kreutzberger animado por una violencia y una sorna que sintonizaba con el autoritarismo de los años más duros de Pinochet, que fueron los mismos donde tuvo su momento de gloria.


Hay más cosas, pero no vale la pena detenerse en ellas. O sí, un poco, pero ya las conocemos. Ya hemos hablado acá del fin de TVN y la desastrosa gestión de Carmen Gloria López, Nicolás Acuña y Eugenio García. También nos hemos referido a cómo Chilevisión terminó de volverse un canal sensacionalista y extremo o cómo Mega usó todas las armas que tuvo para conseguir un liderazgo absoluto como un espacio que define los bordes de ese concepto inasible que es la familia chilena. También hemos mencionado cómo La Red se hizo un harakiri y mató a su departamento de prensa; y cómo UCV programó una sitcom mínima y preciosa como Los años dorados al lado de programas como Generación perdida, lejos el show más imbécil y triste perpetrado estos meses.


Porque fue extraño ver televisión abierta este año. No hubo demasiadas pautas, ni líneas editoriales, ni horizontes. Quizás en eso la tele se convirtió en el correlato de lo que pasó en política: mientras que nuestra institucionalidad veía puesta en entredicho su autoridad y legitimidad por escándalos como SQM, Penta, el confortgate y Caval, la industria del espectáculo también era sacudida por una confusión que en cierto modo revelaba las distancias con el imaginario que aspiraba a representar o inventar. La desconfianza ante la clase política se convirtió en algo paralelo a la desconfianza en nuestra televisión y a la incapacidad que ésta tuvo a la hora de sintonizar con relatos que tuviesen sentido con los espectadores. Aquello corrió para los culebrones locales; salvo Mega, que apostó por las viejas recetas ultraprobadas de María Eugenia Rencoret, todos se estrellaron, todos se perdieron. La pregunta es hasta qué punto la ciudadanía pudo verse ahí, en el país falso de las pantallas. Imposible saberlo con certeza. Quizás la crisis de la tele abierta se explica porque ahí ya nadie tiene nada que decir, engolosinados como están en la repetición de viejas fórmulas, en relatos e imágenes gastados, en determinismos ciegos, en ficciones revenidas que han perdido el sentido pues no son capaces de reflejar la realidad y, por lo tanto, les resulta imposible inventarla como ficción o documento, para tejerla como un relato posible que hable del mundo y de quienes viven en él.

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Published on December 20, 2015 05:40

December 13, 2015

Solteros: cómo aman los chilenos

Es interesante la imagen que los dating shows están entregando sobre la vida amorosa nacional. De hecho, si Espías del amor (CHV) es capaz de escenificar situaciones de desesperación tal que los protagonistas carecen de certezas respecto a la identidad y el género de sus parejas , en Solteros, de Canal 13, aquello toma un tono más bien triste, como si el goce televisivo dependiese de exhibir la precariedad afectiva de una generación.


El show tiene una premisa sencilla: dos mujeres y dos hombres se conocen en el set, forman parejas, pasan tiempo juntos y luego deciden quién se queda con quién. Entre medio, comparten casas, tienen citas, hacen juegos sexies, hablan con sicólogos, tienen escarceos amorosos y se hacen confesiones demoledoras. Por supuesto, el casting es malévolo: todos están quebrados y fracasados, todos están solos o han sido abandonados, o tienen fobias de las que ni siquiera son conscientes. Gracias a lo anterior, el espectador accede a sus relatos como si se tratase de un culebrón acelerado. Con esto, Solteros juega a ejecutar un melodrama comprimido de las historias de los concursantes. Si en un capítulo era posible ver la neurosis incontrolable de un hombre que no soportaba el humo del cigarrillo de sus posibles parejas, en otro veíamos cómo una muchacha luego era hostigada por un pretendiente que la había hecho dormir en una pieza pintada de azul donde en un muro estaba la insignia del club de fútbol Everton.


Ahí está la gracia. El programa funciona desde una suerte de realismo que puede ser leído como esa clase de etnografía falsa que solo la televisión puede construir. Acá hay cuerpos y familias, pero también está la arquitectura de habitaciones donde los concursantes transitan, algo que funciona como metáfora de sus pulsiones sentimentales. En ese sentido, el programa opta por  filmar todo casi siempre desde tiros de cámara que empequeñecen el espacio, asfixiándolo. Pero aquello, en vez de determinar cierto tono dramático produce el efecto contrario; es el principal de los atributos cómicos de cada capítulo, que quizás se burla de quienes participan, poniéndolos en situaciones que prueban su tolerancia.


Por eso verlo provoca cierta incomodidad; el programa narra el deseo desde la luz turbia del fracaso y de la trampa, usando el lirismo involuntario de la mentira y la obsesión, mientras colecciona momentos que pueden verse como cómicos pero que en realidad son trágicos. Lo anterior es más bien triste pero se constituye en el material perfecto para perpetrar un relato televisivo. En la era de Tinder y el sexo virtual, Solteros posee la poesía de un romanticismo desfigurado por el encanto de unas promesas de amor que han sido repetidas tantas veces que han perdido todo sentido.


Entre las confesiones y los desencuentros, entre las suegras y los bailes eróticos, aparecen las biografías de sus protagonistas, que son casi siempre construidas con imágenes que explotan la crudeza de lo cotidiano, acaso una desesperanza intangible que no puede ser fingida. Quizás esto es lo más perdurable de Solteros pues aquello se cuela en las habitaciones donde viven sus protagonistas, en los destellos de una clase media chilena que las teleseries y la ficción televisiva parecen haber olvidado; algo que aquí se exhibe como una serie de espacios dibujados por la soledad y la ansiedad y las lágrimas, que tratan de apuntalar frente a la cámara los fragmentos de un discurso amoroso que dote de sentido a las vidas de los concursantes.

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Published on December 13, 2015 06:07

December 6, 2015

Código rosa: sentidos comunes

Una mujer descubre que su hijo supuestamente muerto en realidad fue vendido por la clínica donde dio a luz. Una mujer es abandonada por su marido y se obsesiona con las cirugías plásticas a tal nivel que queda en coma. Una mujer se muda a Santiago con su familia; su esposo se vuelve violento y casi la mata. Todas estas son las historias que Código rosa exhibe en las tardes de Mega como un modo de disputar el lugar de Lo que callamos las mujeres, que dan por Chilevisión.


No es una decisión extraña: es parte de la política de Mega, que hizo lo mismo con los culebrones y los realities. De hecho, casi es inquietante la precisión con que abordaron la forma cerrada del género: una presentadora (Karla Constant) introduce el caso, accedemos a una realidad familiar donde la normalidad se quiebra, escuchamos luego una voz en off que detalla el derrumbe, después la crisis se acelera hasta convertirse en una catástrofe (si hay un poco de riesgo vital, mejor), al final lo que está en peligro se salva por los pelos, un nuevo estatus de normalidad aparece y la voz en off suelta alguna moraleja mientras suena por ahí alguna canción de Arjona.


Eso, a grandes rasgos. Nada nuevo pues la gracia del formato está justamente en esa capacidad predictiva decretada por aquella estructura común, en el hecho de que el espectador sabe de antemano lo que va a pasar. Así, las historias de Código rosa son tristes y quizás atroces porque eso es lo que persiguen, una identificación básica con el público donde el sensacionalismo termina cumpliendo una suerte de rol público, como si la ficción tuviese la intención de disparar una serie de advertencias sobre lo real sobre temas como la violencia familiar o el abuso sexual. Las noticias y los escándalos del presente se cuelan acá pues uno puede entrever los ecos de casos actuales como el del cura Joannon, el del cirujano plástico Aníbal Lotocki o las perturbadoras noticias diarias de femicidios locales.


Eso le da al show una sustancia, una cercanía que su estética precaria aumenta. Como el de Lo que callamos las mujeres, su estilo descansa en cierta carencia de estilo, algo que se traduce en una especie de realismo involuntario, en un drama que quizás es cercano justamente por la condición terrible de lo que vemos en pantalla. Mientras, los personajes en crisis recorren los espacios interiores de casas genéricas, calles de villas residenciales, de cafés intercambiables y plazas de barrio vacías. La presencia de actores que no son rostros acá resulta fundamental. En ellos descansa la verosimilitud de lo que vemos. Figuras como Soledad Pérez, Alejandra Herrera o Alex Zisis pueden ser percibidos como ciudadanos a pie con vidas similares a la del espectador, protagonistas posibles de lo que se relata porque justamente han crecido con él, cambiando con él a través de los años como si participaran de una historia común.


Patrimonio secreto del melodrama local, queda en el aire la pregunta sobre cómo estos shows abordan la figura de la mujer a la hora de referirse a su lugar tanto individual y colectivo. El didactismo de la moraleja anula cualquier complejidad, volviéndose quizás un consuelo a lo terrible de lo que se cuenta, a la sensación perversa de que la vida se puede desmoronar en cualquier momento producto de un determinismo ciego o de la crueldad de azar. En ese sentido, la supervivencia al aire de Lo que callamos las mujeres y el futuro de Código rosa está más o menos asegurada. Shows como estos están construidos sobre una base estricta de limitaciones y restricciones formales, algo que les permite ser pauteados desde una serie de códigos morales que aspiran a darle sentido al mundo. Es el consuelo que la ficción puede proponer ante la incertidumbre de lo real en tanto educación cívica de los afectos; es el lugar común escondido tras el sentido común, es la luz neutra de un drama falso que se convierte en la resolana de la comedia humana.

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Published on December 06, 2015 05:43

December 1, 2015

El candor

La crisis de TVN no debería asombrar a nadie. Acá no hay nada nuevo. Ya sabemos que TVN se hundió este 2015. Se hundieron sus estelares, sus rostros, sus noticiarios, sus culebrones, sus programas franjeados. No fueron capaces de empujar gran parte de los programas buenos que sí tenían (Zamudio, Sitiados, Juana Brava, El informante, La poseída) y terminaron dándole respiración artificial a bodrios como Lip Sync. Con la nueva versión del noticiario tampoco pasó mucho.


Idem con la renuncia de Nicolás Acuña y la llegada de Eugenio García como director de programación. La vuelta de García al canal no implicó nada. Pura challa: García es una vieja gloria de antaño que parece no tener que decirle nada a nadie en el presente. Por supuesto, era imposible predecir la epidemia de las teleseries turcas y el abandono en que La Moneda tiene al canal, porque al gobierno de Bachelet parece no interesarle mucho la televisión pública. Ya eligieron. Se están inventando un canal cultural paralelo y, reconozcámoslo, para ellos Don Francisco es más eficaz que Amaro Gómez-Pablos. De hecho, que Ricardo Solari esté o no en el directorio da un poco lo mismo. Podrían haber puesto a Francisco Vidal y sería igual. U otra vieja reliquia concertacionista. O a cualquiera, en realidad.


Todo lo anterior hace que ver TVN ahora mismo, sea una experiencia frustrante, la contemplación de un desastre anticipado, un culebrón más complejo que todos los que ha hecho este año su área dramática. Porque TVN no prende, no pasa nada ahí. El problema es el costo: $18 mil millones de pesos. ¿Quién va a hacerse cargo del desastre?¿Los rostros y los ejecutivos con sueldos millonarios?¿Los trabajadores? Acabo de leer que quizás le van a pedir ayuda a la banca privada. Así está la televisión pública chilena. En ese contexto, el único éxito que la estación ha tenido ha sido un programa como ¿Y tú qué harías?, con cierta vocación cívica donde unas cámaras escondidas graban situaciones que delatan la bonhomía o la mala educación de los chilenos. No es un mal show, pero tampoco es demasiado original, aunque tiene una candidez más o menos escasa en nuestra actual televisión, llena de filmaciones en primera persona de allanamientos a casas de narcos y portonazos de diversa índole. Así que hay una luz ahí, en esas imágenes de chilenos reaccionando ante situaciones que reflejan su idiosincracia. Quizás es eso lo que es TVN para la gente. Ese candor o la nostalgia de ese candor. Ese relato sin estridencia, ese espejo hecho de cercanía, esos apuntes al natural de un relato colectivo.

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Published on December 01, 2015 04:46

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Álvaro Bisama
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