Álvaro Bisama's Blog, page 235
March 15, 2015
Mentiras Verdaderas: Otra vuelta de tuerca
Mentiras verdaderas lleva varios años al aire sin que se sepa muy bien qué clase de programa es. Sabemos que no es un late, por ejemplo. Sabemos también que desde hace un buen tiempo dejó de ser un programa serio. Un día puede marcar la pauta con algún tema urgente y al otro poner a alguien a llorar en cámara y, luego, darle dos horas a algún exorcista salido quizás de qué submundo de YouTube. Alguna vez Pamela Jiles explicó con cierto didactismo la trama idiota de varios escándalos políticos. Alguna vez tuvo música en vivo. Alguna vez tuvo panelistas. Y si ahora hay un día (los lunes) en que se vuelve un espacio cultural, antes había otro día (los viernes) donde el profesor Rossa hacía rutinas de stand up que en realidad eran puros chistes cochinos.
Esta indefinición es su principal atributo, pero también su peor problema. Cuando comenzó, el 2011, el show estaba hecho a la medida de Eduardo Fuentes, que era un animador liviano que traía cierta frescura y novedad en el formato. Fuentes tenía hambre y ganas de demostrar que estaba para cosas mayores por lo que se dedicó a consolidar el espacio, a dejarlo todo en cada episodio, a riesgo de parecer cliché o autocompasivo. Cuando volvió a Canal 13 como un hijo pródigo, Jean Phillipe Cretton lo reemplazó. Cretton había sido notero de CQC y luego se había encargado de Calle 7, el Yingo de TVN. Ahí Cretton empezó a curtirse, entre medio de los gritos, los piscinazos y los líos del corazón de varias decenas de personajes olvidables.
Mentiras verdaderas fue el canto del cisne de Cretton, que logró algo que Fuentes no había hecho, que era empatizar con el espectador. Aquello sucedía no porque fuese alguien especialmente brillante sino todo lo contrario: su curiosidad podía ser parecida a las del público. De este modo, Cretton creció en cámara, volviendo al show en una especie de vitrina donde exhibió los modos en que aprendió tanto de política como de cultura, sacudiéndose la etiqueta de animador juvenil para volverse una suerte de rockero de multitienda, inofensivo pero simpático al aire.
Ignacio Franzani acaba de reemplazarlo. Franzani estaba en TVN hace años y ahí no sabían muy bien qué hacer con él, más allá de ponerlo a cargo de varios proyectos culturales. Mentiras verdadera” supone un cambio de registro que podría implicar algo parecido a su madurez. Por ahora, Franzani lo ha hecho bien. Luce cómodo y le da al show un peso que Cretton no tenía. Por supuesto, hay desajustes pero no son culpa suya porque el programa está desbalanceado desde hace tiempo. De hecho, Franzani debe padecer a una producción que está un poco a la deriva: las entrevistas son demasiado extensas, no ha habido innovaciones formales, carecen de una pauta propia (trajeron a Carlos Tejos un par de días después de que estuviese con Álvaro Escobar en Mega) y es posible preguntarse qué interés tiene la cháchara delirante del ufólogo Cristián Contreras para que lo sigan invitando semana tras semana a hablar incoherencias.
Con todo, es interesante ver Mentiras verdaderas ahora mismo, ya que su animador debe encontrarle otra vuelta de tuerca al formato y acomodarlo a su gusto. De hecho, el programa debería ser un espejo de lo que sucede en su cabeza, algo que en La Red no han percibido aún. Ese es su principal capital.. En un momento en que los programas de conversación proliferan hasta volverse banales, sería bueno ver qué pasa si Mentiras Verdaderas se sacude sus peores tics y deje de ser una corte de milagros para quizás, convertirse en ese espacio arriesgado y filoso que siempre aspiró a ser.
March 8, 2015
¿Qué comes?: Primer Plato
Llama la atención la decisión de TVN de exhibir ¿Qué comes? la noche de los lunes. Hay una especie de apuesta suicida que quizás cobra sentido al definir el modo en que el canal se está armando para este 2015. Así, al poner en pantalla un programa periodístico de este tipo hay intento por ir a contrapelo de las teleseries turcas y los realities y, con eso, de cualquier maquinaria de rating.
¿Qué comes? es una serie de programas de investigación periodística que trata de las costumbres alimenticias locales. Conducido por Carola Fuentes, su primer capítulo se preguntaba cuáles eran los pilares de la alimentación escolar chilena e indagaba tanto en las familias como en los casinos de los colegios; poniendo el acento en la denuncia de una serie de equívocos culturalmente arraigados sobre cómo deben comer los niños. En términos formales, el episodio cumplía con todos las características requeridas. Estaba muy bien investigado, presentaba las miradas de doctores, profesores y padres y seguía a un chico para ver cuáles eran sus hábitos. Más allá de la musiquita chistosa que ponían cuando mostraban a la vendedora de un carrito ambulante pasándole dulces a unos estudiantes a través de una reja, el reportaje tenía cierto sentido de la urgencia y descansaba en la necesidad de someter el tema a debate.
Ahí, el único problema era su didactismo, que dejaba la sensación de estar asistiendo a una clase antes que seguir el relato de una o varias historias capaces de sintetizar el tema o exponer sus aristas más compleja. En cualquier caso, eso también ponía a ¿Qué comes? en contra de las modas televisivas del día de hoy. De hecho, incluso podríamos decir que un programa como el del lunes pasado no era el indicado para la apertura de la temporada. O por el contrario, quizás sí: en un momento en que lo realities de cocina están debatiendo una y otra vez sobre los valores tradicionales de la cocina chilena en tanto señas de identidad, un programa sobre las colaciones infantiles disparaba el tema en un marco más amplio, sometiendo a examen la demagogia de shows como MasterChef a la hora de definir usar esas mismas fantasías culturales. Ese contrapunto valía la pena justamente porque, si por un lado en el programa se esbozaba una clase de investigación que evitaba toda estridencia, mientras se preguntaba por las prácticas domésticas de los ciudadanos leyéndolas desde los errores de sus lugares comunes; por otro, ¿Qué comes? también daba cuenta da cuenta de las dos almas que dividen ahora mismo a TVN.
En una de ellas la voluntad de construir una televisión pública parece ser lo más importante. En la otra está el momento terrible donde la estación no puede despegar en relación al rating y sus números. En una, está ¿Qué comes? y la máquina aceitada de la investigación que se vio el martes en el especial sobre los casos Caval y Penta. En la otra, están Viñuela, Claudia Conserva, Solabarrieta y las llamadas del directorio por cualquier cosa que los ofenda a ellos o a sus amigos. Por lo mismo, este debería ser el año en que TVN termine por decidirse por alguna de las opciones; el año en que elija cuál es su verdadero corazón: si desea parecerse a Chilevisión o convertirse en un lugar donde exista una televisión de nicho bien hecha, capaz de discutir sobre los temas más complejos del día a día.
March 7, 2015
Reality Penta
Lo mejor del especial de TVN del martes sobre los casos Caval y Penta fueron las caricaturas con las que se resumió la intrincada maraña judicial de cada una. Dibujadas por Cristián Rojas, esas caricaturas eran feas pero graciosas y cumplían la función de sintetizar en pocos rasgos la personalidad o la importancia de los involucrados. Por supuesto, aquello es lo que causó más escozor en nuestra clase política aunque, a pesar de las quejas del directorio del canal, ha sido imposible olvidarse de esos dibujos en estos días, cuando la formalización de Délano, Lavín, Bravo, Wagner y Cía. ha ocupado nuestras mañanas como una obsesión inesperada.
Transmitida por CNN, 24horas.cl y portaltv.poderjudicial.cl y resumida por los noticiarios centrales de los canales; algunos de nosotros no hemos podido despegarnos de la audiencia. Como si fuese el cierre de “La hoguera de las vanidades”, la vieja novela de Tom Wolfe, hemos visto en ella las pruebas contundentes del modo en que el poder económico se estrella con el político, desfigurándolo de modo irrevocable. La trama de lo anterior es delirante e intrincada, pero también reveladora pues si bien las imágenes con los mails de Ena von Baer e Iván Moreira pidiendo dinero ya son parte del folclor de las redes sociales, aquello no quita lo impresentable y monstruoso de las mismas. Lo mismo corre para todos esos pequeños detalles que se cuelan en medio de las audiencias: la repetición una y otra vez de los términos “medidas cautelares” y “forward”, el patético whatsapp de Gustavo Hasbún, la foto con los comentarios de autoayuda espiritual de Délano y la aparición del ex fiscal Peña como querellante.
Gracias a lo anterior, desde las pantallas, el caso Penta ha sido demasiadas cosas a la vez, todas sorpresivas y quizás inolvidables. El primer juicio público a un grupo de financistas truchos de un partido político ha terminado convirtiéndose en reality show que ha superado a “House of cards” y “Better call Saul”, a la hora de mostrar las maquinaciones de la política y del derecho como un arte verbal de la mentira y la relativización de la culpa. Por lo mismo, no ha sido raro percibir ecos de “El padrino 2” en la shakesperiana venganza de Hugo Bravo contra sus viejos compañeros Délano y Lavín. Ahí solo puede quedar tierra arrasada como el resultado de un peso de la noche construido con boletas falsas, un dramático arribismo y traiciones de todo tipo. Por supuesto, recordaremos por un rato la desnudez de la transmisión online, esa luz que no es luz iluminando el rostro de Délano y Lavín, recordándonos que el poder no tiene nada de abstracto y que su rostro, muchas veces, es tanto o más banal que el de una caricatura.
February 28, 2015
Un resumen
El Festival de Viña 2015: La Quinta Vergara en un set externo de Chilevisión. El Rodin que Farkas sacó de su jardín. La idea de regalar un Rodin y contratar a un doble chileno de Sinatra para celebrarlo. Viña como el nuevo jardín de Farkas. La peor resurrección de los poetas chilenos de la que se tenga memoria, pero que merece por eso el Premio Nacional o un Nobel.
La fan que interrumpió a Vicentico y le hizo perder el hilo de sus ideas. La cero empatía entre Carolina de Moras y Rafael Araneda. Lo pequeño que se ve Araneda al lado de ella. El stand up ravotrilizado de León Murillo. El stand up que no es stand up. Las pifias a la mujer de Ivan Núñez que se subió a la mala al show de Arjona. El chiste que subió a las redes sociales Nano Stern sobre Iván Núñez. La fanática de Arjona que llevó una reproducción gigante de su carnet de identidad. Las cejas paralizadas de Arjona y la lírica paralizada de Arjona. El bigotito de Hitler del Huaso Filomeno. El lánguido epílogo de Dinamita Show. ¿Centella? La campaña de Francisco Saavedra. El colapso de Francisco Saavedra. La coronación de Francisco Saavedra. La tristeza porque Saavedra se retira de Viña. El Negro Piñera. La cero empatía entre Carolina de Moras y Rafael Araneda con el público. El cartel de la muchacha que estaba detrás de los despachos de Macarena Pizarro en las noticias de Chilevisión y que decía: “Papá págame la pensión”. Julio César Rodríguez como un Vicentico de mentira. Daniella Chávez a la deriva. El llanto de Michael Roldán, panelista de Intrusos. La ausencia del concejal Celis. Las hermanas Urrejola. La ausencia de mujeres en la programación; impresentable explicación de Jaime de Aguirre para justificarlo. El micrófono dorado de Romeo Santos y la cama de motel de Romeo Santos y la guagua que levantó Romeo Santos. La cero empatía entre Carolina de Moras y Rafael Araneda con los artistas. El músico de Toto: un extraterrestre de una película la década del 80. El 3.1 que le puso el jurado. La pantalla gigante donde aparecía el promedio obtenido por cada concursante, como si se tratase de un examen de grado, como si la competencia tuviera alguna clase de relevancia. La cero empatía entre Carolina de Moras y Rafael Araneda con el mundo. La ausencia de escándalo. La ausencia de onda. Las jornadas interminables. La muerte del monstruo de la Quinta. El fantasma de los festivales pasados. La nostalgia del monstruo. El sismo de 4.9 grados que provocó Arjona. Algo de música. Eso.
February 27, 2015
El monstruo
Este año el monstruo del Festival se murió. Es raro: si no media ninguna sorpresa, el público de la Quinta Vergara no va a bajar con pifias a nadie del escenario, aunque tres de los cuatro humoristas de este año fueron programados para que eso pasara: Centella y su humor anacrónico, el Huaso Filomeno y sus chistes sobre exhibicionistas y sexo con animales; y León Murillo y su populismo de choripán. Todos se salvaron; triunfaron de un modo plácido y sin estridencia. Fueron escuchados con respeto, aceptó sus halagos y terminó premiando con unas gaviotas deslucidas.
El monstruo jamás apareció. A lo mejor, maduró y creció. A lo mejor, le pasó lo mismo que al público metalero, que dejó de escupir a sus bandas favoritas. Antes, cualquier violencia inesperada era parte de los ritos de Viña. En esos días, la transmisión era sólo algo accesorio y la condición popular del evento no sólo descansaba en la selección de los artistas sino también en una masa in situ que comprendía la fiesta como suya. Ahí, el público no sólo se componía de la gente que compraba su entrada, sino también de la gente que se colaba, subiéndose a los árboles o saltándose las barreras de la platea. Muchas veces, la municipalidad regalaba entradas en la calle para que las graderías no se vieran vacías. De este modo, cualquier cosa era posible porque la mitología de la Quinta se basaba en alimentar el caos y la intolerancia como muestra de una suerte de democracia estética. Es lo que se esperaba ver por la tele: un circo romano, un sacrificio, la caída de algún artista al que años después se le concedería alguna clase de resurrección.
Ahora ya no pasa eso. Desde hace un tiempo los humoristas empezaron a ser incluidos en la parrilla para ver si sobrevivían al monstruo, quizás para salvar al resto de los artistas. Así, lo que era espontáneo se volvió especulación, una especie de pacto. Mientras, el Festival cambió. Los shows musicales eran más largos, la remodelación de la Quinta le quitó todo cariz popular a la galería y la transmisión del evento por la tele subordinó el espectáculo al cálculo rating. Murillo, el Huaso y Centella la sacaron barata. El monstruo ya no estaba. No sé si lo extrañaremos. Animal extinto, con él se fueron la vergüenza y la sorpresa pero también cierta tensión, acaso esa chispa perversa que incendió las pesadillas de los Festivales pasados.
February 26, 2015
Los burócratas
Los ritos son importantes porque determinan la identidad de lo que lo representan, sintetizándola. El domingo pasado, cuando Carolina de Moras y Rafael Araneda inauguraron esta versión del Festival, no se dieron beso alguno. La galería no lo pidió y ellos no lo forzaron. El hecho pasó desapercibido hasta el lunes cuando De Moras le insistió a Araneda y éste, sin demasiada coquetería, accedió a besarla.
Carentes de cualquier clase de química, ambos conforman una pareja extraña en la Quinta. Sí, están más afiatados que el año pasado y De Moras es mejor animadora que Eva Gómez, pero algo no termina de cuajar.
Quizás eso tiene que ver con el hecho de que el mejor atributo de Araneda es ser un empleado eficiente del canal. Eso lo define. Araneda es como Don Francisco: no se mete en polémicas, no habla de política, ni se ensucia con la realidad. Eso le permite conducir Viña mejor que Camiroaga y Sergio Lagos, que lo antecedieron; pero aquello hace que sacrifique cualquier drama o emoción porque no es capaz de poner suspenso alguno en los momentos climáticos. El Festival no es una montaña rusa sino algo que hay que sacarse rápido de encima, porque quizás ya no tiene que ver con su carrera internacional. De Moras, por el contrario, sabe qué se está jugando. Ha mejorado. Comete menos errores, trata de ser simpática. Con todo, son una pareja inquietante: a ratos, en la tele se ven inverosímiles en el escenario gigantesco de la Quinta, entregando premio tras premio por decreto mientras fingen una intensidad y una empatía de la que carecen.
Por supuesto, esto hace preguntarnos si los animadores son necesarios en el Festival. De hecho, con la competencias musicales a las 2 AM; uno se cuestiona si es no es mejor que los artistas se presenten a si mismos, sin fanfarria.
Décadas atrás, en la época de Antonio Vodanovic, el animador era una pieza indispensable. El Festival era un ente vivo donde cualquier cosa podía pasar. En ese escenario volátil, Vodanovic respondía al monstruo de la galería con un siutiquería y una verborrea florida cuya hipercorrección la volvía un objeto de culto. Vodanovic era ridículo porque el Festival también lo era y había ahí cierta sintonía idiota pero viva. En De Moras y Araneda, no hay nada de eso salvo el hecho de ver todas estas noches a unos funcionarios cumpliendo un trámite, ambos burócratas sin sudor ni sangre o lágrimas.
February 24, 2015
Fábulas de resurrección
¿Estuvieron el domingo pasado a la altura el Flaco y el Indio en la Quinta Vergara? No mucho. Aunque Dinamita Show era una sandía calada se los notó vacilantes y un poco a la deriva. Su libreto era endeble y el tic que querían imponer (un bailecito que Paul Vásquez repetía como su moda de este año) pasó sin pena ni gloria. Aún así, el público fue respetuoso. No los pifiaron y les dieron las gaviotas de rigor sin demasiado entusiasmo. La dupla había dicho, además, que este sería su último año en la Quinta Vergara, donde vienen apareciendo hace casi dos décadas. Eso los dotaba de cierta condición terminal, como lo del domingo fuese la última secuela de una película que hemos visto demasiadas veces.
¿Valió la pena? Quizás sí, aunque lo mejor de su humor se basa en algo que nunca han explotado del todo: la confesión de la propia biografía. Nacidos en las calles de Viña, su bautismo de fuego había sido en la misma Quinta, donde habían vuelto una y otra vez, como si fuese una especie de casa. Ahí, como pocos, Vásquez y Mauricio Medina habían construido un relato dramático sobre sus éxitos y sus fracasos que no evadía la realidad sino que la interpelaba, aspirando a presentarlos como espejos del espectador. Más allá de cualquier prensa amarilla, sus enfermedades, adicciones, peleas y escándalos siempre fueron a escala humana y, gracias a eso, permitieron que la actualidad se colase en sus rutinas, como si ambos sobrevivientes de sí mismos y del show que prometían.
Lo anterior nos obliga a pensar -por enésima vez- en el lugar que ocupa el humor en el Festival. Hay una paradoja insistente ahí: el humor es lo que menos nos importa de los cómicos convocados sino el llanto, el drama, la moraleja de la nota triste pero enternecedora. Porque todos los humoristas deben llorar en la Quinta mientras dicen que lo hacen por los niños, por Dios, por sus madres y padres y quien se les cruce en ese momento. Así, agradecen con lágrimas cada aplauso, como si el éxito fuese producto de la caridad y no de su trabajo.
De este modo, es en el humor donde descansa la tragedia en Viña. La producción del Festival lo sabe y explota aquello pues ahí yace ahí la condición ominosa de su espectáculo, la sensación de lo que mejor que puede entregar la Quinta no es un show sino estas fábulas de autoayuda donde el monstruo de la galería es un coro que alienta o diluye el desastre, donde los sollozos de los comediantes ahogan cualquier risa, jibarizando la comedia al volverla la resurrección de unas vidas perdidas que se enderezan en el escenario, que les promete segundas o terceras oportunidades.
February 23, 2015
Gala vs. Gala
El gran problema de la gala del Festival que transmitió Chilevisión el viernes pasado es que todo resultó bien. “Bien”, en realidad, significa fome, predecible, obvio, aunque todo estaba en su lugar, todo salió de modo correcto. Francisca García Huidobro dirigió, Julio César Rodríguez vulgarizó cualquier conversación, Rubén Campos repitió la palabra “divino” ad nauseam y Lucía López fue condenada al subsuelo de una cámara que detallaba cómo la gente se pintaba las uñas.
Mientras, todos fingían estar en ese Hollywood alien que siempre es Viña. Todo lo anterior hacía que el programa del viernes careciese de cualquier atractivo, algo que sólo fue roto por una Tonka Tomicic que repitió el mensaje que Cecilia Bolocco había enviado hace años: la única forma de destacar ahí es romper cualquier protocolo en pedazos.
Por lo mismo, la mejor gala fue la que no se transmitió por televisión sino el evento que organizó Leonardo Farkas el día siguiente. Desde hace un buen tiempo, es él quien mejor entiende el Festival. Hace unos años no sólo fue jurado, también repartió comida gratis y fue incluido en la programación oficial quizás por qué razones. Por supuesto, el millonario terminó ofreciendo un show tan extraño como penoso. Este año, Farkas no actuó sino que organizó una gala paralela que tuvo el delirio que a la oficial le faltó: la gente se coló, no hubo alfombra roja alguna y las fotos que circularon en las redes sociales mostraban una pista de baile vacía donde tocaron Kool & The Gang y un doble de Sinatra.
La razón que justificó todo lo anterior era que él le regaló a la ciudad una reproducción de El pensador, de Rodin. La escultura sintetiza quizás el espíritu del Festival mejor que todo lo que ha hecho Chilevisión. Están en ella el glamour tardío, las pretensiones de fiesta nacional, la farándula que ahora quiere venderse como cultura y el goce sin pudor del culto a la personalidad.
Con ella, Farkas entendió como éxtasis la vacuidad del Festival, devolviéndola como un reflejo extraño de estos días. Leído en clave, todo aquello resulta genial y quizás profundo aunque no lo parezca. Por lo mismo: Leonardo, gracias por traer de vuelta la magia a Viña.
February 22, 2015
El Festival y la memoria
Muchas veces lo que recordamos de la televisión es más importante que la televisión misma. Supongo que eso pasa con el Festival de Viña. El Festival que más nos importa no es el que tiene lugar cada año sino el que persiste como mito, al modo de un tiempo pasado que queremos recordar como mejor. En relación a nuestros sueños y nuestros recuerdos, la Quinta Vergara es una fantasía kitsch que apela a la infancia de los que crecimos en los 70 o los 80, un periodo presuntamente dorado y extraño que aparece en todas las repeticiones con la que los canales nos bombardean cada año, pero que contiene un costado monstruoso, como bien supo leer una teleserie como Secretos en el jardín con precisión y no poca crueldad.
Ver el Festival es, por lo tanto, preguntarse cómo funciona la propia memoria. Ahí el show crece y se agiganta. Ahí se vuelve una comedia triste o camp, un mundo que existe solo por una semana y que pretende ser el centro del universo, como si el espectáculo fuese capaz de imaginar una identidad efímera, la mentira de un país que solo existe en las pantallas.
De hecho, cada vez que he estado en la Quinta, he sentido eso: la sensación de que lo que sucede en vivo palidece ante lo que se transmite por la tele. De hecho, recuerdo que nada me pareció más decepcionante ver como Felipe Camiroaga parecía perdido en ese escenario, a pesar de haberse ganado al público de antemano. Lo mismo me pasó en la noche que debutaron Rafael Araneda y Eva Gómez. Todo lucía forzado, como si animar Viña fuese una ecuación resuelta gracias a una serie de gestos calculados y obvios: coqueteos impostados, besos sin gracia, sentimientos de mentira.
Esa desaparición de cualquier tensión compite con un recuerdo donde la cercanía con el desastre era una energía poderosa, que impregnaba la transmisión en vivo. Si antes percibíamos que cualquier cosa podía pasar en Viña, ahora toda sorpresa ha desaparecido al punto que, por ejemplo, sabemos que los encargados de la programación han puesto a los humoristas ahí para que los destrocen, para que la galería despierte y se los devore con la animadversión que solo puede tener una masa ciega. Antes, esa transgresión no estaba consensuada: cuando Alejandro Lerner tocó en Viña, solo bastó que una de las pantallas gigantes mostrase una bandera argentina para que un nacionalismo idiota aflorase y todo se fuese al diablo.
Hay mil ejemplos más. Todos tenemos nuestros fracasos y fábulas de redención preferidos; todos recordamos el momento en que quisimos apagar la tele porque la vergüenza ajena o la pena casi impedían seguir mirando el Festival.
De este modo, si la Teletón nos une en la solidaridad y la compasión, Viña del Mar nos une en el morbo y el espanto. Es una fantasía social, acaso la promesa de un país que no existe pero que comparte con éste el ridículo y ambición, la fastuosidad del mal gusto y la épica de un espectáculo obsesionado con sí mismo. Ahí la televisión es algo más que la televisión y la música algo menos que la música. Es una forma peculiar y extraña de nuestra sinuosa memoria colectiva.
February 15, 2015
Primer Plano: La caricatura
Primer plano ya no es lo que era. Antes, hace cinco o seis años atrás, quedarse en la casa un viernes en la noche y sintonizarlo entrañaba la posibilidad de contemplar una sesión de telebasura sin culpa, de historias idiotas contadas con el tono pomposo de las grandes de noticias, pero relatadas un glamour de plaza de pueblo pobre. No es raro el desgaste, el show lleva demasiado tiempo al aire y, con el desmoronamiento de la farándula más trash vino la consiguiente decadencia del programa, cuya pauta empezó a ir a la deriva.
Es fácil saber cuándo se produjo el punto de inflexión: el 2006, en el momento en que García-Huidobro entrevistó a Julio César Rodríguez, su ex pareja, luego de que este fuera sorprendido en Buenos Aires con la modelo Claudia Arnello. Ahí el show, empezó a pisarse la cola. Por lo mismo, que luego se filtrase un video donde los panelistas Julián Elfenbein, Jordi Castell y Pamela Díaz se burlaban de Carolina Julio, otra panelista, solo hipotecó cualquier credibilidad y terminó de convertir al espacio en un reality que nunca quiso definirse como tal, donde el periodismo de espectáculos era sólo la excusa para sacarle jugo a la vida íntima de sus animadores.
De este modo, todo se volvió predecible. A las peleas internas se le sumaron infinitas entrevistas a Anita Alvarado, soporíferas notas nostálgicas sobre el Chavo y cuanto comediante mediocre pisó el Japenning, visitas de cantantes como Pablo Ruiz o Yuri y, sobre todo, la legítima obsesión de Chilevisión de convertir a Francisca García- Huidobro en la mujer fuerte del canal aunque luego, por razones inexplicables, le negase de modo obstinado animar el Festival de Viña. Por momentos, esa decadencia adquirió tintes surreales: por ahí se exhibieron notas tan impresentables como la del indígena amazónico Aroldo Miveca comprando ropa en Santiago o la entrevista en vivo a un señor africano con sus facultades mentales perturbadas y que había adquirido cierta notoriedad al acosar a Tonka Tomicic y Paulo Ramírez.
Esta última temporada, Primer plano trató de resucitar, innovando como no lo había hecho en un buen tiempo. Así, trajo a Julio César Rodríguez a coanimar, buscando establecer cierta tensión sexual con García- Huidobro en pantalla. Mientras, la producción intentaba recuperar cierto glamour con una sección de moda saqueada impunemente del Fashion Police, del canal E!. Funcionó a medias. En vez de proponer cualquier cuita romántica, Rodríguez llenó el programa con un humor chabacano salido del peor café con piernas, algo que terminó por pasarle la cuenta cuando le hizo en pantalla un gesto tan obsceno a su ex pareja, que ella explotó al aire sin remisión alguna. Respecto a la moda: rodeada de expertos en tan inverosímiles como caricaturescos, García-Huidobro trató de convertirse en una Joan Rivers sudaca, algo que se veía forzadísimo, pero que tuvo el suficiente éxito como para que la sección se volviese un programa propio.
Poco queda del show que alguna vez colonizó el prime de los viernes con su trash imborrable. Igual que a Tolerancia Cero, lo único que le queda es una inercia que no permite que se acabe o evolucione. Porque Primer plano ya no es divertido ni golpea como antes, ni expone tongos que se presentan como muestras de las peores miserias humanas. Antes era confiable porque su glamour era trucho y calzaba perfecto en un pastiche que apenas se tomaba en serio y cuyo riesgo quizás descansaba en traer invitados hambrientos de fama para ser entrevistados por animadores o panelistas que no tenían mucho que perder. Eso dotaba al programa de cierta libertad caótica que le permitía volverse ridículo o extremo sin demasiado cálculo. En esa época, Chilevisión era un canal pequeño y no quería ninguna clase de respetabilidad. Esos días el periodismo de farándula era capaz de perpetrar a la vez los crímenes más miserables como si fuera la mejor de las ficciones. En ese territorio pantanoso, Primer plano definía cierta agenda. Hoy ya no queda nada de eso. El show es una caricatura de una caricatura, acaso una sombra que nos recuerda que alguna vez la farándula fue tan idiota como �sorpresiva, tan divertida como atroz.
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