Andrés Accorsi's Blog, page 176

October 19, 2013

19/ 10: MORTIS Vol.3

Para su tercer y último tomo, Mortis vuelve al formato de antología que desplegara en el Vol.1: nueve historias con distintos autores y distintos protagonistas se ensamblan en un complejo tapiz, que incluye además referencias a las historias de los dos tomos anteriores e incluso a las aventuras clásicas del Dr. Mortis de los años ´70. Miguel Ferrada delega los guiones de unas cuantas historias, lo cual le permite redoblar esfuerzos a la hora de que todo lo que leemos mantenga una cohesión, una unicidad sin fisuras. Veamos qué onda las historias.
La primera es un “secret files & origins”, una historia breve en la que Ferrada remonta el legado de Mortis muy hacia atrás, muchos siglos hacia el pasado, com para asentar más firmemente la mitología del personaje. Lo acompaña Pablo Santander, un dibujante realista con una línea muy suelta, muy fluída, y además muy barroca, muy sobrecargada en los detalles, realmente personal e interesante.
Francisco Ortega (el guionista de 1899) y Abel Elizondo entrelazan la saga de Mortis con el supuesto ataque de los talibanes a las Torres Gemelas en aquel recordado 11 de Septiembre de 2001. Para llegar a esa revelación (a mi juicio pedorra, facilista, reduccionista) dan unas cuantas vueltas interesantes, por suerte. El dibujo zafa, no está mal.
En la tercera historia, Kobal y “Caoz” meten al mismísimo Mortis (graficado como en las historietas clásicas) en un jueguito perturbador de manipulación y venganza, narrado en tono casi intimista. Tampoco está mal, tiene su onda. El dibujo zafa por la aplicación de los grises con aguadas, no por la anatomía ni por las expresiones faciales, que son bastante limitadas.
Alfredo Rodríguez (el autor de Siento y Miento) reaparece en su rol de guionista, en una historia intensa, heavy, en la que busca cerrar un plot iniciado en el Vol.1, el de la hija de Mortis. El final es medio frutero, pero la historia se disfruta, te logra poner nervioso. El dibujo está a cargo de Juan Nitrox Márquez, un dibujante de estética realista bastante atractivo y sólido, del que quiero ver otros trabajos.
Martín Cáceres, un referente del comic chileno desde los ´90, aporta una serie de 10 ilustraciones que acompañan a sendos extos de Jorge Baradit, que no leí porque quería leer historietas, no textos con ilustraciones. Los dibujos de Cáceres, una belleza. En Reliquias vuelven Ferrada y Santander con otra historia canónica, importante para darle relieve al personaje del Padre Libby, el némesis de Mortis en la etapa clásica, de nuevo con muy buenos dibujos.
Ya muy cerca del final, cuando definitivamente se empieza a ir todo a la mierda y la invasión de nuestro mundo por parte del Mal Supremo ya es inevitable, Carlos Reyes y un poco original Rodrigo Elgueta nos narran las desventuras de un equipito de paramilitares que se enfrentan (con tristes resultados) a inenarrables aberraciones en una ciudad de Portugal. El guión se hace entretenido, a pesar de que siempre sabés lo que va a pasar.
En la anteúltima historia reaparece “Caoz” para dibujar una historia de Mauricio Ahumada también chiquita, lo fi, casi desconectada de la saga central. No está entre lo más destacado del tomo, ni en cuanto al guión ni en cuanto al dibujo. Y cierra la antología el mismísimo Ferrada, junto a un inspirado Danny Jiménez, que pela dos estilos distintos para narrar dos secuencias que transcurren en paralelo, una en el presente y otra en el pasado. El dibujo de Jiménez pela efectos y recursos tan zarpados que rápidamente eclipsa a la historia y lo que amagaba con ser una cosa intrsopectiva, casi claustrofóbica, estalla en un despliegue memorable de imágenes muy, muy potentes.
Se terminó la historia. Ganaron los malos. Esta siniestra encarnación del Mal y la Muerte se apoderó de nuestra realidad y la va a hacer mierda. Por ahora, es eso, nomás. No hay metáfora, no hay subtexto, no se ve la intención de usar a Mortis para hablar de otra cosa. Simplemente (digo yo, como si fuera poco) queda clarísima la intención de Ferrada y su equipo de aggiornar a un concepto importante para el comic chileno de los ´70 y darle todas las vueltas de tuerca que hacían falta para seducir al lector de hoy. Eso se logró con creces. Veremos si más adelante se viene una nueva saga en la que alguien trate de hacerle un aguante a este villano de infinito poder.
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Published on October 19, 2013 17:11

October 18, 2013

18/ 10: EL GENERAL SAN MARTIN: PROCER

Le entré a este libro con ínfimas expectativas, convencido de que iba a leer una historieta apenas competente. Cuatro dibujantes distintos (ninguno de mis favoritos), una novela cortada “en fetas” para ser distribuída en fascículos junto a un diario que no leería ni con un chumbo en la cabeza, una primera hojeada que revelaba una cantidad cuasi-infinita de splash-pages... Rápidamente, y a pesar de la majestuosa portada de Fito Migliari, me convencí de que iba a leer una biografía del General San Martín decididamente floja, escrita por Luciano Saracino sin onda, sin placer, para pagar las expensas. Por desgracia, la lectura de la obra confirmó casi todos mis prejuicios.
Creo que donde menos le emboqué es en lo de la pasión. En un punto de la lectura, le empecé a creer a Saracino que realmente se interesó por el personaje, como si la fuerza del prócer se llevara puesto al guionista, lo envolviera y lo empujara hacia ese lugar donde se para Luciano para contar la historia (que es la que todos sabemos). Por supuesto, en 82 páginas es imposible contar toda la vida de San Martín. Saracino se da cuenta, analiza qué público va a leer esta historieta y en base a eso elige con qué quedarse. Y elige la hagiografía, que es algo que a mí no me cierra cuando leo una historieta biográfica.
Este San Martín es más San que Martín. Es más celestial que humano. No tiene defectos ni contradicciones, no participó en ninguna runfla espúrea (no hay una sóla mención a la Logia Lautaro, no se indaga en la misteriosa muerte de su esposa, NADA), no se nos ocurre siquiera sospechar que alguna vez haya hecho algo que no fuera arriesgar su vida de modo heroico y altruista por la libertad de nuestro continente. En un momento, el guión se hace cargo de que las autoridades de Buenos Aires lo consideraron “un traidor” y lo acusaron de “conspirador”. Y ya está, no se enfatiza en lo más mínimo en ese aspecto. “Es todo un pase de facturas porque San Martín no quiso pelear contra los caudillos del Interior sublevado”, explica suscintamente Saracino, para enseguida volver a concentrarse en la grandeza inmaculada del prócer. Desde el momento en que San Martín entra a Lima dos páginas antes del final, es obvio que la novela va a dejar MILES de cosas afuera, casualmente todas las que generan ciertas dudas acerca de la intachable moral del protagonista que nos quiere vender la historieta.
Los textos son bastante abundantes (quizás para compensar el exceso de splash-pages) y levantan vuelo en la secuencia narrada por el cóndor. En el resto de la novela son correctos, casi siempre con la responsabilidad de llevar adelante la narración. Porque si miramos sólo los dibujos, no sólo se entiende menos de la mitad de lo que pasa: también nos vamos a aburrir mucho. El dibujante que más me convenció es Rafael Ortiz que, sin ser espectacular, me pareció el más completo, el menos precario. Después hay varias cosas rescatables en las páginas de Tomás Aira al que, uno supone, le debe resultar incómodo narrar en un estilo tan clásico y con tanto apego por la anatomía tradicional. Acá se ven pifias, pero menores. Yair Herrera es un clon de Rafael Ortiz, con menos recursos, al que le complicás bastante la vida cuando lo sacás de los primeros planos (que evidentemente son su fuerte). Y finalmente Pablo Churín es un dibujante muy limitado, no impresentable, pero lejos de un nivel atractivo. A todos les salva bastante las papas el muy buen trabajo del colorista Gonzalo Duarte, a todos se les nota la escasez de pilas para dibujar fondos, la falta de imaginación, de huevos... En promedio, esto es peor que malo: es chato. Y la verdad que ver a Mauro Mantella, uno de los guionistas más zarpados y más creativos que aparecieron en este siglo, desaprovechando su talento como letrista de esta historieta, es para clavarse el sable corvo de San Martín en el ojete e inventar el seppuku anal.
Esta historieta nos propone seguir el derrotero de un José de San Martín excesivamente edulcorado e idealizado, como el Héctor Oesterheld que nos mostró Saracino en la recordada Germán: Ultimas Viñetas. En la tele, quizás por las dimensiones trágicas del personaje, o porque la mayoría del público conocía mucho menos de los pormenores de su vida, ese enfoque funcionó. Acá, mucho menos. Repito: lo que menos ruido me hizo fue la prosa cuidada, fina, por momentos emotiva de Saracino. El resto, bastante para atrás.
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Published on October 18, 2013 11:18

October 17, 2013

17/ 10: MANGAMAN

No me acuerdo quién me recomendó este libro, pero cuando lo vi barato me lo compré y la verdad que fue un hallazgo. Un hallazgo raro, porque es una novela gráfica de un guionista del que nunca había oído hablar (Barry Lyga) y una dibujante que me gusta, pero no me vuelve loco, no me compro comics porque los dibuja Colleen Doran.
Creo que lo que me cebó fue el planteo: un pibe llamado Ryoko, típico flaquito afeminado de los que protagonizan los mangas shojo, cae a través de una fisura interdimensional a algo que al principio parecer ser “el mundo real”. Con sus ojos enormes, sus brazos flaquitos y esas líneas que le aparecen alrededor cada vez que se mueve, Ryoko rápidamente se convertirá en “el freak” y sus intentos por integrarse a los otros chicos de su edad se harán muy cuesta arriba, sobre todo cuando se fija en él Marissa, la chica “popular” que acaba de cortar con un novio denso y violento, Chaz.
El argumento de “el freak que aparece de la nada y al que todos marginan menos una minita que está bárbara” lo usaron hasta el hartazgo los guionistas de Hollywood (me viene a la mente, por ejemplo, la bellísima Edward Scissorhands). Barry Lyga tiene un as de espadas para evitar los clichés y la reiteración: Ryoko se da cuenta de que es un personaje de manga! Se hace cargo de que le aparecen líneas cinéticas, que sus ojos cobran forma de corazón, que su cuerpo se deforma, que cuando está por pelear cambia su cuerpo (y se hace más shonen), que su sangre es negra y que cuando pela la chota los demás ven píxeles. Y si eso te parece poco, Lyga te sube la apuesta: Ryoko también deduce que la realidad en la que cayó no es la nuestra, sino la de un comic occidental! Ve los bordes de las viñetas, se mueve entre ellas, hace trampa (porque sabe moverse de derecha a izquierda, el sentido de lectura de los mangas) y habla con globos más finitos y altos, como pensados para contener kanjis en vez de textos en inglés.
O sea que la historia avanza por carriles trillados y predecibles, hasta que faltan... 12 ó 13 páginas para el final. Pero todo ese extenso tramo apoyado en fórmulas repetidas, está perfectamente condimentada por toda esta forma delirante (y por momentos brillante) de mostrarnos el choque de culturas y de estilos a la hora de narrar historietas. Y el tramito final no te lo ves venir nunca. No hay forma de adivinar si la historia de amor entre el “chico manga” y la “chica comic” va a terminar bien o mal. El ritmo narrativo de cada capítulo está muy bien logrado, aunque rompe un poquito las bolas que hayan tantos cortes, tanta separación entre capítulos, que ya para el final parecen separaciones entre escenas.
El trabajo de Colleen Doran es, probablemente, el mejor de su carrera. Al estar pensado para blanco y negro, la pelinaranja (y a veces rubia) pone un montón de detalles que habitualmente no vemos en sus trabajos que se publican a color. Para extremar el contraste entre las líneas muy básicas que definen a Ryoko y todo lo demás, termina por pelar un trazo más oscuro, más realista, con más carga de líneas y manchas, una onda Chris Weston o Phil Winslade, que le queda alucinante. Doran además maneja de taquito todos los efectos gráficos que habitualmente despliegan los y las mangakas, se mata en los fondos, descolla en las expresiones faciales (importantísimas para el desarrollo de la trama romántica) y sale sumamente airosa de los desafíos narrativos que le plantea el guión cuando le pide que los personajes se escapen de las márgenes de las viñetas para recorrer el resto de la página, o cuando un personaje empieza “llevarle la contra al resto”, desplazándose de derecha a izquierda. Realmente notable lo que pela en esta historieta la creadora de A Distant Soil.
Seas fan del manga o del comic occidental, esta historia te va a despertar curiosidad y, si le das una oportunidad, seguro te va a enganchar con sus personajes arquetípicos, su trama que combina obviedades con bizarreadas, su final impredecible y la magia gráfica y narrativa de una Colleen Doran inspirada como pocas veces. Amor, aventuras y una atrevida indagación en el contraste entre dos formas muy distintas de narrar historietas, que acá se reconcilian durante 120 páginas para hacernos pasar un gran rato.
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Published on October 17, 2013 14:00

October 16, 2013

16/ 10: LA MANO IZQUIERDA

En estas semanas que llevo inmerso en el mundo de la historieta chilena actual, encontré a unos cuantos dibujantes realmente buenos, sólidos, versátiles... Me faltaba encontrar al distinto, al irrepetible, al virtuoso, al que pueda aspirar a la categoría de Genio. Lo más parecido que tenía en ese rubro era Olivier Balez, el francés que vive en Chile. Pero ya está, ya lo encontré. Rodrigo López (ávido lector de este blog y ganador del premio al Mejor Dibujante de 2012 en la convención a la que asistí este año en Santiago) es el monstruo que me faltaba para sumar un chileno al panteón de los Más Grossos.
En las 10 historias cortas que componen este tomo, Rodrigo López se revela como un artista brillante, salvaje, inteligente, sumamente personal, aunque su trazo nos remita por momentos a Cyril Pedrosa, Juanjo Guarnido, Carlos Nine o Enrique Fernández. La mayoría de estas historietas están realizadas para hinchar las pelotas, para experimentar, para limar, y de esa absoluta libertad creativa López saca hallazgos muy, muy notables. En las cuatro páginas de Criaturas Aladas, por ejemplo, prueba la técnica del scratchboard, que habitualmente vemos dominar con maradoniana habilidad al maestro Thomas Ott. En la magnífica City Tour juega a contar una historia de 8 páginas sin textos, en la brevísima Qué Historia Tan Fea prueba un estilo más cercano al del humor gráfico y en La Teta Gorda deja que su lápiz levante vuelo y lo lleve para los mágicos territorios de Carlos Nine.
También se anima a reversionar (con finísima mala leche) el clásico cuento de Caperucita Roja e incluso a convertir en historieta un cuento inédito de su compatriota Roberto Ampuero (ambientado en mi querida Valparaíso) para la cual despliega un estilo distinto a lo que habíamos visto hasta ahí, con otro tratamiento de la línea y sobre todo de las masas negras.
En realidad, en todas las historietas hay cosas muy, muy grossas para destacar en materia de dibujo. Sin embargo, lo que me hace ponerlo tan arriba a López es cómo conjuga este indudable virtuosismo gráfico con las historias que quiere contar. No sé si escribirá guiones, o si se mandará de una a dibujar y que sea lo que Dios quiera. Lo cierto es que en las historias también hay hallazgos que me dejaron estupefacto. La primera, Un Día Agotador, baja una línea perfecta y combina sordidez y oscuridad con un cierto dejo de ternura freak. En El Carnicero mezcla un grotesco pasado de rosca con algunas convenciones del subgénero hard boiled... todas tienen elementos atípicos, volantazos impredecibles, momentos de alto impacto o de alto vuelo.
Me gustaron mucho los dibujos del fondo del libro, los pin-ups de López que complementan a las historietas, pero sin dudas los hubiese sacrificado (junto con prólogos, epílogos, dedicatorias y carátulas) para meter una o dos historietas más. Es imposible no cerrar el tomo al grito de “¡Quiero más!”. Y no sé si hay más. Por suerte, lo que hay alcanza y sobra para deleitarse con un verdadero talento, un autor que sabe mezclar humor, violencia, introspección, delirio, pasión, erotismo, ternura, climas densos y sátira salvaje en un brebaje irrestistible... y envasarlo en un dibujo definitivamente excelente. Rodrigo López, amigo viñetófilo, es una nueva droga a la que recomiendo vehementemente hacerse adicto.
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Published on October 16, 2013 18:06

October 15, 2013

15/ 10: KAMPFGRUPPE ZBV

Y sí, hay más Segunda Guerra Mundial, esta vez en un manga donde... los nazis son los buenos! O en realidad, los protagonistas. Motofumi Kobayashi nos lleva al frente oriental, en 1944, para ver cómo los nazis pierden terreno día a día frente a la embestida de los rusos, que contraatacan con todo, tras haber estado a milímetros de caer bajo el yugo del Tercer Reich. Kobayashi nos muestra a los soviéticos como una horda kilombera, no muy racional, casi como barrabravas con tanques y fusiles. Por el lado de los alemanes, en cambio, hay más matices. Los jerarcas aparecen como tipos fríos, bastante hijos de puta, sin el menor reparo a la hora de mandar a morir a sus subalternos, y entre los más pichis casi todos son tipos de indiscutible patriotismo, valentía y solidaridad.
Las aventuras del Kampfgruppe ZBV (un batallón “de castigo” donde mandaban a los soldados insubordinados, desertores o especialmente ineptos) tendrán todo el tiempo el clima de “misiones suicidas” a cargo de un puñado de soldados que, si no vuelven nunca del combate, le hacen un favor a sus jefes. Y una vez que arrancan, ya se empiezan a parecer mucho a las misiones imposibles que le veíamos cumplir al Sargento Rock y otros milicos yankis en las historietas bélicas que publicaba DC en los ´60 y ´70, o a lo que el propio Motofumi nos mostró en El Caballero Negro, su otra serie de “alemanes contra rusos” (la vimos el 21/08 de este año): “buenos” capaces de proezas asombrosas y malos de espantosa puntería. No hay, lamentablemente, conflictos mucho más profundos que el de tratar de sobrevivir a estas misiones, y antes de la mitad del tomo ya sabés que por lo menos Ash, Kowalski y el Teniente Brookheight van a llegar vivos hasta el final.
Al igual que en El Caballero Negro, el relato está todo planteado en tiras (casi siempre cuatro por página) finitas, con viñetas chatitas, y de nuevo hay muchas secuencias en las que la narrativa se hace confusa. Los ataques de uno y otro bando no están bien explicitados, los cortes de escena (de las tomas panorámicas de la batalla a los primeros planos de alguno de los combatientes) no funcionan ni para aclarar qué carajo está pasando, ni para acentuar los conflictos. En la reseña de El Caballero Negro, yo decía “Es como leer un cuento sin signos de puntuación: si le prestás atención, lo vas a entender y quizás incluso lo disfrutes. Pero todo el tiempo se hace obvio que falta algo”. Y esta vez eso se aplica nuevamente, sin dudas.
Una vez más, como en todas las obras de Kobayashi, el dibujo es impresionante. No se puede creer el grado de detalle que mete este zarpado en cada viñetita. Y también llama mucho la atención lo poco que se parece a los otros mangakas. Casi no usa líneas cinéticas, en vez de tramas mecánicas usa para los grises un pincel endemoniado del que brotan majestuosas y variadísimas tonalidades, y por si fuera poco, está publicado en sentido de lectura occidental. Como en varios de los trabajos de Kobayashi que ya vimos en el blog, la estética nos remite mucho más a un Juan Giménez setentoso, un Solano López o un Hermann, que a cualquiera de los mangakas más o menos conocidos en Occidente. Lo cual no habla ni a favor ni en contra del autor. Lo que realmente lo enaltece no es parecerse más o menos a tal escuela gráfica, sino la fuerza y la calidad que le pone a cada trazo.
Y bueno, hasta acá llego. La próxima obra que lea de Motofumi Kobayashi no va a ser un rescate de sus trabajos de los ´80, seguro. Para que vuelva a caer bajo el influjo de este prodigio del pincel y la tinta, me van a tener que mostrar una obra reciente, jurarme que los guiones son brillantes y constatar que la narrativa no conserva ninguno de los problemas que la empantanan en Kampfgruppe ZBV y El Caballero Negro.

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Published on October 15, 2013 17:23

October 14, 2013

14/ 10: SHOWCASE PRESENTS WEIRD WAR TALES Vol.1

En este masacote de 576 páginas, DC republica los primeros 21 números de Weird War Tales, una serie realmente extraña, creada en 1971 para contar historias bélicas con un toque sobrenatural, o extraño. Los primeros siete números (que traen muchas páginas y muchas historias cortas) los coordina el as de los comics de guerra de DC: el maestro Joe Kubert. Cada número presenta varios relatos breves, todos autoconclusivos y sin personajes recurrentes, más una secuencia que arranca en las primeras dos o tres páginas y se resuelve en las dos o tres últimas, cuyo argumento es casi siempre una mera excusa para meternos en el tema del que va a tratar (aproximadamente) cada entrega de la antología.
El propio Kubert escribe y dibuja varias de las historias cortas y además cuenta con colaboradores de lujo, como los gloriosos Russ Heath y Alex Toth (que están en casi todos los números) y otros muy llamativos como el maestro Mort Drucker (conocido sobre todo como caricaturista de MAD), su viejo amigo Norman Maurer (el de los Three Stooges), Carmine Infantino, Gene Colan, un primerizo Sam Glanzman y otros que a mí me gustan menos, como Ross Andru, Irv Novick o Frank Thorne. Entre los guionistas, se repiten mucho las firmas de los prolíficos Robert Kanigher, France Herron y Bob Haney, los incipientes Marv Wolfman y Len Wein, y un veterano ya de vuelta de todo, el nunca bien ponderado Bill Finger.
Como sucedía en los otros comics bélicos de DC, casi todas las historietas están ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, pero también había algunas con guerreros romanos, con la Legión Extranjera, con aviadores de la Primera Guerra Mundial y hasta alguna ambientada en el futuro, en la que en vez de elementos “de terror” hay cositas de ciencia-ficción. Como suele ocurrir en estos Showcase, hay que hurgar bastante entre toneladas de guiones muy chotos para encontrar un puñadito que zafa. Y también, como ya es costumbre, ayuda mucho la buena calidad de la mayoría de los dibujantes.
A partir del n°8, la revista pasa a tener menos páginas y –como la mayoría de las revistas de misterio- se la dan a Joe Orlando para que la coordine. Por supuesto, desaparecen al toque los dibujantes “de guerra” (Kubert, Heath, Andru, Novick, Glanzman) y Orlando los reemplaza con... adivinaste: las tropas filipinas, que desembarcan en Weird War Tales lideradas por Tony De Zuñiga, Alfredo Alcalá, Gerry Talaoc y el majestuoso Alex Niño, por citar sólo a los cuatro que más páginas le aportan a la antología. Realmente es impactante la cantidad de material
que produce cada uno de estos dibujantes, que le permiten a Orlando prescindir casi por completo de los artistas yankis. Entre los que se filtran entre las filas de los filipinos, hay un par de trabajos del veterano Bernard Baily (el creador de Hourman), una joyita del maestro Frank Robbins, un George Evans ya cansado, un primerizo (y muy flojo) Don Perlin, y el primer trabajo del genial Walt Simonson, con un guión EXCELENTE de Len Wein. Me imagino esas páginas dibujadas por el Simonson más maduro y me prendo fuego.
Entre los guionistas de la Era Orlando están el infaltable Kanigher (lejos, el que más historias publica), Jack Oleck (otro fetiche del coordinador) y algunos escribas que ya en los ´60 estaban medio de vuelta, como el legendario Sheldon Mayer, Arnold Drake o George Kashdan (que escribía casi todos los episodios de esos dibujos animados muy malos de Superman y Aquaman de fines de los ´60). Con la llegada de Orlando, las historias se acercan mucho a las de las antologías de misterio: casi todas pasan a centrarse en la Primera y Segunda Guerra Mundial, donde los alemanes se zarparán más de la cuenta, cruzarán límites que no conviene cruzar movidos por su ambición o su crueldad, y terminarán por ser víctimas de la inclemente venganza de fantasmas, zombies o vampiros. Obviamente casi no hay mujeres (los guionistas imaginan guerras en el Siglo XXII pero ni en ese contexto te muestran una mina con un chumbo) y los negros sólo aparecen cuando alguna tribu africana se manda un ritual vudú para vengar alguna afrenta de los alemanes pasados de rosca.
De alguna manera que no logro entender, esta serie se publicará hasta 1983, para acumular un total de 124 números. Más adelante habrá personajes recurrentes, que protagonizarán historias con “continuará” (los Creature Commandos o G.I. Robot, por ejemplo), pero durante muchos años la propuesta será esta: la de las historias cortas, muy parecidas entre sí, con guiones en su gran mayoría anodinos y con los dibujantes (primero yankis, después filipinos) como principal atractivo. Make war no more.
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Published on October 14, 2013 18:23

October 13, 2013

13/ 10: MIGUEL DE FUENTESANTA

Hoy me toca descubrir en su faceta de autor integral a Ismael Hernández, el dibujante de Varua Rapa Nui, al que conocimos en la reseña del 09/04/13. Y me encuentro con un autor raro, muy jugado a un relato que se propone, por un lado, revisitar la mitología y la cultura de la civilización araucana (o mapuche, no me terminó de quedar claro) y por el otro, sacudirnos con una epopeya pletórica de machaca y descontrol, con monstruos y demonios gigantes que harían irse al mazo al mismísimo Hellboy. Por si el desafío pareciera fácil, Hernández se propone además darle a su saga un cierto vuelo poético, una cierta pátina de comic finoli, más para el lado de Vertigo.
En total, la novela tiene 116 páginas. Pero pasan tantas cosas y hay tanto para ver, que parece que fueran 250, mínimo. Porque a Hernández no le tiembla el pulso a la hora meter muchísimos diálogos en cada viñeta, ni a la hora de armar páginas muy complejas, con muchos cuadros. En las secuencias en las que estalla la machaca, se controla un poco más y rara vez mete más de cuatro viñetas por página. Como ya vimos en Varua Rapa Nui, a Hernández le gusta probar cosas raras en la planificación, armar la página de formas novedosas, experimentales. Y casi siempre le salen bien. A veces (como en las mejores obras de Horacio Altuna) son los globos de diálogo los que nos terminan por “explicar” en qué orden hay que “leer” las imágenes, de tan intrincada que es la disposición espacial de las mismas. Pero lo bueno es que funciona.
El dibujo es sumamente zarpado, casi visceral. Por momentos muy trabajado, por momentos crudo, por momentos exquisitamente equilibrado. El color le permite a Hernández extremar el manejo de una amplísima gama de recursos expresivos que tienen que ver con la iluminación y las texturas, y estos se suman a los muchos recursos que maneja a la hora del pincel (o el plumín) y la tinta. La impronta gráfica de Hernández (tremendamente plástica, de hipnótico dinamismo) tiene acá un protagonismo mucho mayor que en Varua Rapa Nui, y sin embargo no se lo puede acusar de haber armado el guión como excusa para dibujar lo que tenía ganas de dibujar.
El guión, como se desprende de la lectura del primer párrafo, es un mecanismo complejo, que parece ir para adelante pero cada tanto mecha flashbacks extensos, y que se apoya mucho en la construcción de los dos personajes principales, Miguel de Fuentesanta y Carla. Son personajes opuestos, incluso de distintas épocas, y del contrapunto entre ambos surgirán las mejores escenas del libro. La fuerte apuesta de Hernández a revisitar exhaustivamente (casi a catalogar) criaturas, costumbres y hasta términos de la tradición aborigen chilena es lo que a mí menos me sedujo. Quizás sirva para que la historieta transmita esa onda “cultural” o “educativa” que tanto le gusta a las instituciones que apoyan estas ediciones con becas o subsidios, pero en un punto es demasiada información, mucha más de la que hace falta para engancharse con la aventura de Miguel y Carla.
Si obviamos estos excesos enciclopedistas por parte del autor, nos vamos a encontrar con una historia fuerte, atrapante, que combina muy bien misterio sobrenatural, machaca y caracterización, con un muy buen aprovechamiento del trasfondo histórico (encarado desde el pase de factura a los españoles por las masacres perpetradas contra los pueblos originarios de nuestra América), con varios giros impredecibles y momentos en los que el lirismo le gana a la violencia, que acá está mucho más presente e impacta mucho más que en el comic gracias al cual descubrí a Ismael Hernández. Prometo revisitar el año que viene (en la ¡quinta! temporada del blog) a este interesante artista chileno.
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Published on October 13, 2013 16:07

October 12, 2013

12/ 10: SALAMANCA

Hace un poco más de un año, el 14/09/12, me tocó leer una antología publicada por LARP en la que nos mostraban las historietas ganadoras de un concurso organizado por esa editorial. Ahí fuimos unos cuantos los que tomamos contacto con Salamanca, una historieta escrita por Valentín Lerena y dibujada por Roberto Fontana que -por estética y temática- se despegaba mucho de ese rejunte de pseudo-mangas que ocupaba casi todas las páginas de Ymir. Este año, LARP volvió a la carga con más Salamanca, en un libro de 100 páginas, de las que sólo 68 son de historieta y el resto se despilfarra en índices, prólogos y carátulas innecesarias. Sí, como lo leíste. 32 páginas de NADA, casi un tercio del libro completamente desaprovechado.
Tres de las breves historias del libro están centradas en Ceferino Robles, el Rastreador, el personaje al que conocimos en la antología. Es una especie de Alvar Mayor, pero que vive historias ambientadas alrededor de 1830-40 en las que invariablemente aparecen elementos sobrenaturales, a veces sutiles y a veces muy zarpados. No hay mucha indagación en la psiquis del personaje, Lerena no se propone contarnos por qué hace lo que hace, sino que todo está puesto en los argumentos y en los guiones, que se caracterizan por unos bloques de texto extensos, con una prosa florida, en un estilo cercano al de Robin Wood. Y le va bastante bien: la primera historia (la más extensa del tomo, con 12 páginas) está muy lograda y las otras dos clavan un poquito más abajo, pero bien.
Otras cuatro historias cortas están protagonizadas por el Malevo, y ambientadas casi 100 años después que las del Rastreador. Son relatos violentos, de facón y arrabal, de nuevo con un protagonista al que conocemos muy poco (no sabemos ni el nombre) y con mucho énfasis en los climas sórdidos y ominosos de una Buenos Aires manchada de sangre. Dos de las cuatro historias (la segunda y la cuarta) me parecieron atractivas y las otras dos, bastante flojas.
Y me quedan tres historias protagonizadas por María, la Hechicera, en las que se combinan el entorno agreste del Rastreador y la ambientación de principios del Siglo XX del Malevo. Acá vuelven con tutti los elementos sobrenaturales, claves en relatos extraños, en las que el misticismo lleva la batuta. Ya sin bloques de texto, Lerena encuentra su mejor forma en estas historias, donde por primera vez se anima a meterse en la psiquis de la protagonista y contar un poquito más sobre ella, sobre lo que le pasa y lo que la lleva a hacer lo que hace. ¿Y qué onda la Salamanca? Es raro... Pareciera ser una especie de sociedad secreta de raíces místicas, a la que se nombra en una aventura de la Hechicera, en una del Rastreador y en ninguna del Malevo.
Los dibujos de Roberto Fontana también alcanzan su pico en las historias de la Hechicera. Ahí es donde se lo ve más suelto, más expresivo, más arriesgado, más cerca de Sanyú que de José Massaroli, digamos. En las otras historias Fontana incursiona con poca suerte en recursos gráficos tomados de Gianni Dalfiume y Enrique Breccia (el pase a la línea clarísima en los flashbacks, por ejemplo), y no se decide nunca entre las texturitas y el cross-hatching enfermizo, o el claroscuro a todo o nada. Prueba con las dos cosas y en ninguna encuentra respuestas tan claras como en las historias de la Hechicera. El principal logro de este dibujante es bancar muy bien los trapos en la narrativa, fumarse muchas páginas de 9 viñetas (algunas con bastante texto), en las que el relato fluye sin inconvenientes. Tiene algunos problemas en la anatomía y en el entintado de las caras, y anda muy bien en los fondos y en la recreación de los distintos períodos históricos. Pareciera que las historietas de la Hechicera son las más recientes, y de ser así, me gustaría ver un próximo libro de Fontana dibujado todo en ese estilo.
Selvas cercanas y exóticas pobladas de indios, animales jodidos y espíritus aún más jodidos, gauchos, malevos... Hacía bastante que la historieta argentina no se metía con esos tópicos y eso hace que Salamanca sea una propuesta rara, inusual, casi alienígena. Lerena y Fontana rescatan la esencia de la aventura clásica con ambientación criolla pero sin olor a naftalina ni a refrito, y eso está muy bueno. Si logran ajustar algunos detalles de guiones y dibujos, Salamanca puede convertirse en una isla a la que cualquier fan de la historieta argentina querría visitar, aunque sea una vez por año.
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Published on October 12, 2013 18:00

October 11, 2013

11/ 10: A MAN NAMED HAWKEN

¿Te acordás que en los ´90 Joe Lansdale y Tim Truman resucitaron a Jonah Hex en el sello Vertigo y le metieron elementos sobrenaturales, para virar la serie un toque hacia el terror? Bueno, se ve que a Truman le quedó picando alguna idea de aquella época, porque Kit Hawken, la nueva creación del maestro, tiene muchísimos, demasiados puntos en común con el Jonah Hex de Vertigo. Esta podría ser tranquilamente una aventura crepuscular de Hex, ya que Hawken es un veterano, un tipo que para 1881 ya anda alrededor de los 60-65 pirulos.
La principal diferencia es el guionista. En lugar de trabajar con Joe Lansdale, acá Truman forma equipo con su hijo Benjamin, al mejor estilo Yves H. + Hermann. Nunca había leído historietas ni cuentos escritos por Ben Truman, pero aparentemente tiene bastante material publicado y una carrera interesante como escritor de videojuegos. Se nota bastante que Benjamin es fan de los comics que su padre escribía y dibujaba en los ´80 y ´90: A Man Called Hawken se lee como un típico comic de Tim Truman, aunque sin la clásica bajada de línea política (a veces menos sutil que un barrabrava borracho y duro de merca) que el maestro solía deslizar en sus obras. Y la verdad es que el guión de esta primera saga está bueno: apenitas estirado, con los conflictos bien planteados, la indagación justa en las motivaciones del protagonista, los elementos sobrenaturales controlados para que no se lleven puesto al argumento... una muy linda aventura, de irresistible atractivo para los fans de Jonah Hex.
Por supuesto, como las obras clásicas de Tim Truman, esta tiene una cuota bastante elevada de truculencia, mala leche y grim ´n gritty. Hawken no tiene nada que envidiarle al cowboy más fulero de DC en materia de crueldad para con sus enemigos y siempre tiene –como el querido Jonah- el cargador lleno de frases cortantes, ásperas, pensadas para dañar al interlocutor casi como un cuchillazo. Y como sucede cuando leemos comics de Hex, acá siempre está la certeza de que, pase lo que pase, Hawken no va a morir. Es un viejo cansado, curtido, cagado a palos por la vida, que se enfrenta a peligros inconmensurables, a enemigos que lo superan en todo menos en huevos y mala leche, y aún así el guión nunca te genera la sensación de “uy, se pudrió todo, de esta no zafa”. Lo cual está bueno esta vez, por ser la primera. En futuras aventuras, cuando ya estemos más encariñados con el personaje, estaría piola hacernos sufrir más, y hasta sería un hallazgo mostrarnos una muerte pulenta, impactante y definitiva del personaje, que es algo que DC nunca va a tener agallas para darle a Jonah Hex.
El dibujo del gran Timothy está en un nivel increíble. Lo más lindo es que está todo realizado en blanco, negro y grises, estos últimos aplicados mitad con la computadora, mitad con esos marcadores que hay ahora, pensados especialmente para ponerle tonalidades grises a los dibujos en blanco y negro (son los que usa, por ejemplo, Salvador Sanz). Truman maneja de taquito la ambientación del western y aplica todos los trucos con los que ya nos sorprendió en Jonah Hex y en otras historias con antihéroes repulsivos y elementos fantásticos casi igual de repulsivos. Además incorpora muy lindas páginas con cinco o seis viñetas widescreen, hermosas splash pages y el talento de siempre para armar y ejecutar secuencias brillantes, de gran intensidad dramática. La verdad es que todo se ve muy bien y la atmósfera que crea el autor es realmente poderosa. Sentís el olor a chivo, a bosta de caballo, a pólvora, a whisky berreta, el calor asfixiante... Claramente estamos ante un autor que sabe mucho más que dibujar. También la rompe a la hora de transmitir otras sensaciones y ahí reside buena parte de su atractivo y de su vigencia, en esa impronta visceral, recontra-expresiva y recontra-personal.
A Man Named Hawken es una historieta muy sólida, muy bien pensada por esta dupla padre-hijo. Tiene una trama bien planteada, un gran protagonista, mucha acción, un clima fatídico, sórdido y filoso, enrarecido por los elementos sobrenaturales, y un final fuerte que no sólo cierra sino que también abre puntas seguramente con miras a un segundo arco argumental. No es super-original, porque el propio Tim Truman hizo historietas muy parecidas a esta en los ´90. Pero como me divertí mucho, y como soy muy fan de Jonah Hex, no me quejo en lo más mínimo.
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Published on October 11, 2013 19:15

October 10, 2013

10/ 10: SIENTO Y MIENTO Vol.3

Tercer y último recopilatorio de la serie autobiográfica de Alfredo Rodríguez de la que ya vimos los dos tomos anteriores acá en el blog. Como siempre, recomiendo repasar las reseñas de los Vol.1 y 2 antes de seguir adelante.
¿Ya está? Bien. Esta reseña va a ser más cortita, para no machacar de nuevo con los conceptos ya vertidos en las dos anteriores. De nuevo encontré las mejores ideas y me reí más en las historietas en las que Rodríguez juega con el lenguaje de la narrativa secuencial, cuando se hace cargo de que Siento y Miento no es su vida, ni un documental sobre su vida, sino una historieta, que a veces hay que dibujarla sin tiempo o escribirla sin ideas. Cuanto más meta-comiquera se hace la tira, más me divierte. El resto, los pasos de comedia costumbrista, más de una vez me arrancaron una sonrisa, pero nunca me sorprendieron demasiado.
El libro cierra con una secuencia de unas 25 páginas en las que Rodríguez se propone darle un cierre definitivo a la serie. Ahí empiezan a pasar cosas raras: aparece un personaje de otra tira y de otro autor, el protagonista parece morir, el propio Rodríguez se incorpora como personaje de la tira e interactúa (dibujado por el ubicuo Gonzalo Martínez) con su alter ego, y entre los dos acuerdan un final que le cierra a ambos. En estas páginas hay todo tipo de rupturas, desde el personaje que le habla al autor y a los lectores hasta una página con cuatro viñetas 100% negras, sin imágenes ni textos. Sin llegar a darle a la tira visos realmente épicos, Rodríguez abandona definitivamente el slice of life jocoso para embarcarse en un relato que por momentos se vuelve más dramático y por momentos directamente metafísico. Muy loco.
Con tres libros a sus espaldas y una repercusión en la web que –uno supone- fue bastante fuerte, Siento y Miento se retiró en un buen momento, consagrada por fans y críticos como LA historieta autobiográfica chilena. No sé en qué andará ahora Alfredo Rodríguez, pero me gustaría ver otros trabajos suyos, a ver qué sabe hacer además de desplegar este grafismo minimalista a lo largo de centenares de páginas signadas por un muy buen timing para la comedia y un notable manejo del lenguaje historietístico. A mí, que no me ceba mucho la autobiografía “de entrecasa”, Siento y Miento se me hizo bastante llevadera y casi todo lo que tengo para criticarle a Rodríguez pasa por lo que eligió NO hacer, no por lo que efectivamente hizo. Lo que hizo se la banca, en parte gracias a sus mínimas pretensiones y a que el autor tenía clarísimas las limitaciones con las que se manejaba. Por eso, creo yo, las pudo pilotear con tanto decoro.
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Published on October 10, 2013 15:39

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Andrés Accorsi
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