Nieves Hidalgo's Blog: Reseña. Rivales de día, amantes de noche, page 49

February 25, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 30


TREINTA





Nick creyó conveniente no esconder la verdad cuando Miriam le preguntó directamente. Cuanto más dilatase las cosas, mucho peor.

-He conocido a alguien, sí.

-Ya veo. Pensabas en ella –dijo, irritada-. ¿Es bonita?

Nick evocó el rostro de Jenny y asintió.

-Lo es.

-¿A qué familia pertenece?

Russell se mordió el labio inferior. ¿A qué familia? Hasta ese momento ni había reparado en ello. Tampoco le importaba.

-No pertenece a la aristocracia, Miriam.

Las cejas femeninas se arquearon por la sorpresa.

-¡No irás a decirme que te has enamorado de una lavandera o algo parecido, Nicholas!

-Te juro que no es una lavandera –contestó en tono seco. Pero sí una corsaria, pensó, y estuvo a punto de soltar una carcajada imaginando su reacción de haberle dado esa respuesta.

Miriam movió la mano de un lado a otro, sin encontrar las palabras adecuadas para responderle.

-Bueno. Supongo que será uno de esos devaneos masculinos que pronto olvidarás. Nada de importancia, así que no voy a dársela. Pero deberá acabar cuanto antes.

-Miriam…

-Nicholas, no soy una mojigata –le cortó ella-. Sé que los hombres sois enamoradizos y las mujeres debemos hacer a veces oídos sordos a alguna que otra conquista. Pero también sé que tú debes casarse con una dama, con alguien de tu misma clase social.

-¿De veras?

-No temas. No voy a armarte un escándalo por un capricho pasajero. Mi madre decía que los hombres deben correrse alguna juerga cuando son solteros para que después, una vez casados, se dediquen en cuerpo y alma a su esposa.

Le dedicó una sonrisa radiante, como si acabara de concederle la absolución, y Nick no supo si mandarla al infierno o retorcerle el cuello. Ella daba por sentado, una vez más, que su unión era cosa hecha. Y fue en ese mismo instante cuando se dio cuenta de que no le importaría casarse con Jenny. Revolucionaría a toda la sociedad de Londres y hasta podía ser repudiado por la reina, pero la idea se le antojaba irresistible. A pesar de desear poner las cosas claras entre él y Miriam, solamente dijo:

-Eres muy comprensiva.

-Lo soy. Bien, Nicholas, he de marcharme. Espero que no vuelvas a ausentarte sin despedirte de mí. No te lo perdonaría, cariño –musitó alzando la mano y acariciándole el rostro, pasando un dedo por los labios masculinos-. Sigues siendo el hombre más atractivo que conozco.

-Gracias –refunfuño él.

-¿No vas a darme un beso? Como pago por haberme abandonado durante tanto tiempo.

Lo que menos le apetecía a Russell era besar a la muchacha, pero se lo pensó mejor. De momento, lo que primaba era quitársela de encima, ya habría un momento más adecuado para hacerle ver que se confundía en sus apreciaciones. Así que la tomó de la nuca, la acercó a él y se inclinó para depositar en sus labios un beso que a ella le resultó demasiado casto.

La repuesta de la muchacha fue echarle los brazos al cuello, pegarse a él y besarlo con avaricia.

A cierta distancia, Pit Pitman, que en esos momentos se despedía de su tío, fue testigo de la escena. Reconoció de inmediato al que se había convertido en el compañero de su capitana. ¿Qué hacía Nick besando a aquella dama en los jardines de la mansión? Había sido fiel a Adrian Cook y ahora era devoto de su hija, por tanto no podía olvidar lo que estaba viendo. Y se prometió seguir los pasos de Nick para informar a su capitana.



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Published on February 25, 2013 15:01

February 22, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 29


VEINTINUEVE





Pit Pitman pertenecía a la tripulación del Melody Sea desde hacía seis años, cuando su mala suerte en una partida de naipes le llevó a pagar su deuda sirviendo en el barco del capitán Cook. Pero no lo lamentaba. Desde entonces, su vida había dado un giro completo: había dejado de beber, se convirtió en un hombre bajo el mando de Cook y hasta podía decir que tenía un trabajo, puesto que la patente de corso extendida por la Corona inglesa les convertía en ladrones amparados por la Ley.

Durante esos años, había conseguido ahorrar y era su tío Jonas el encargado de guardar sus ganancias que, sistemáticamente, le entregaba cada vez que pisaban Inglaterra.

Sin poder decir que le desagradaba la vida de corsario, Pit tenía el objetivo de retirarse alguna vez y poder comprar una pequeña granja al norte de la isla, en el pueblo donde nació. Su tío Jonas trabajaba para una familia de abolengo y le había hablado muchas veces de su señora, una gran dama que podría ayudarle más adelante, siempre que mantuviesen en secreto a qué se había estado dedicando.

Como en otras ocasiones, Pit aprovechó los días de permiso. Alquiló un caballo y se dirigió hacia Grovers Hills para visitar a su tío. Si le hubiesen dicho lo que se iba a encontrar al llegar a la mansión, no lo hubiese creído. Y hubiese dado su brazo derecho por no ser testigo de lo que aconteció.





Nick puso su montura al galope en cuanto distinguió la construcción. Inspiró lentamente, volviendo a saborear el aroma del campo abierto, sintiéndose de nuevo en casa.

Como si hubiesen adivinado su presencia, abrieron la puerta antes de que él ascendiese los escalones, y le recibió la franca sonrisa de su criado.

-¡Virgen Santísima! ¿De veras es usted, señor?

Russell palmeó con afecto el hombro de Justin y contestó, sin especificar, sobre sus andanzas desde que partiera de Londres.

-¿Dónde está mi madre?

-En su salita privada, milord, como siempre –repuso, echando una mirada apreciativa a la vestimenta de su amo.

-Estoy deseando verla.

Nick ya enfilaba la galería hacia la sala cuando la voz de su criado le detuvo en seco.

-No está sola, milord.

-¿Alguien que yo conozca, Justin?

-Lady Miriam.

Se le frunció el ceño ante la noticia. Lady Miriam era la última persona a la que le apetecía ver en esos momentos, pero acabó por encogerse de hombros.

-No todo podía salir bien -gruñó.

Justin disimuló una sonrisa mientras le veía alejarse, y se preguntó si la señora necesitaría las sales cuando viese a su hijo vestido tan poco apropiadamente. Por si acaso, fue en su búsqueda.

Lady Ariadne no reconoció en un primer instante al hombre que, vestido completamente de negro y tostado por el sol, irrumpió en la sala, y buscó sus lentes.

-Buenos días, madame.

Entonces sí. Sufrió una sacudida y se levantó para correr hacia él.

-¡Nicholas!

Él la acogió en sus brazos y la besó en el cuello, remiso a soltarla. Tampoco ella quería separarse. Lo había echado tanto en falta… Después de un largo momento, Nick la tomó de los hombros para poder mirarla a la cara.

-Estás más hermosa que cuando me fui, madre.

-Tú, sin embargo, estás cambiado. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo, hijo? ¿Tostarte en el infierno?

-Más o menos –admitió. Clavó sus ojos entonces en la muchacha que le observaba sin disimular su asombro. Se acercó a ella, tomó su mano y se la llevó a los labios-. Un placer inesperado, milady.

-Han pasado meses desde tu marcha, Nicholas –le recriminó mirándole de arriba abajo-. Y no he recibido ni una carta. ¿Tan difícil era escribir?

A él le molestó la protesta. Miriam no era santo de su devoción por mucho que las familias de ambos hubiesen hecho planes de futuro para ellos.

-Tengo solamente dos días –comunicó a su madre sin molestarse en contestar a la joven-. He de volver a marcharme.

-¡Dos días! –se quejó lady Ariadne.

-Que pienso disfrutar a tu lado.

La dama dijo algo entre dientes que él no acabó de entender y tiró del cordón situado junto a la chimenea. Summers apareció casi al momento llevando un botecito de sales. Ella arqueó sus perfectamente delineadas cejas, interrogándole con la mirada.

-Creí que las necesitaría, milady.

-Como siempre, Summers, estás en todo. No me van a hacer falta, pero seguro que a lady Miriam le vendrán bien.

La joven elevó la barbilla, un tanto ofendida por la broma.

-¡Me encuentro perfectamente, lady Ariadne!

-Summers, haga que pongan un cubierto más en la mesa. Porque imagino que nos acompañarás… después de cambiarte, ¿verdad, Nicholas?

-Será un placer gozar de la compañía de dos damas tan encantadoras.

Le retuvieron en la sala algunos minutos, interesándose por lo que había estado haciendo lejos de Inglaterra, pero Nick sorteó sus preguntas con habilidad. Luego, subió a su habitación para asearse y cambiarse de ropa, dispuesto a pasar una agradable velada en compañía de su madre, por mucho que hubiera de soportar también la presencia de la muchacha. Fue una tarea ardua, porque cuanto más miraba a lady Miriam, más venía a su pensamiento el recuerdo de Jenny Cook, tan distinta a ella.

Miriam era una dama de alta clase, heredera de la fortuna de lord Raditon, y Jenny se jugaba la vida sobre la cubierta de un barco; una era rubia y de ojos azules, la otra morena y de mirada verde intenso como los mares del Caribe; la primera educada bajo la tutela de buenos profesores, la segunda habiendo adquirido su cultura en los libros… Pero Miriam carecía de luz propia y Jenny, por el contrario, era un faro en la oscuridad.

-¡Nicholas! –le llamaron la atención- ¿Me estás escuchando?

-Perdón, estaba distraído –se excusó-. ¿Qué me decías, Miriam?

-Te preguntaba si querrías dar un paseo antes de que venga a recogerme mi cochero. Prometí a mi padre acudir esta noche a la fiesta de lady Mayors –lo pensó un momento y añadió:- Podrías acompañarme.

-No me es posible, lo lamento. Pero estaré encantado de dar ese paseo contigo. ¿Nos disculpas, madre?

Lady Ariadne hizo un gesto condescendiente y les vio salir al jardín. Le dolía que le arrebatasen a su hijo aunque fuese por unos momentos, pero no podía entrometerse. Sabía que Miriam llevaba tiempo intentando seducir a Nicholas, aunque él no trataba de encubrir demasiado su falta de interés por corresponderla. Pero tarde o temprano él debería sentar la cabeza, casarse y tener un heredero, el condado de Leyssen así lo exigía. Y ella estaba dispuesta a hacérselo ver en cuanto regresara a Londres definitivamente.

Observaba pasear a los dos jóvenes cuando entró Summers en el comedor.

-¿No le encuentras extraño?

-¿Extraño, milady?

-¡Vamos, Summers! Tienes ojos de lince y conoces a mi hijo casi mejor que yo. ¿Crees acaso que no sé las veces que le has sacado de un aprieto?

-Señora, yo…

-Tú también le notas algo raro –insistió la dama-. Habla claro, estamos solos.

-Así es, milady.

-¿No tienes idea de en qué está metido?

-Lo lamento, señora, pero no.

-Algo relacionado con Isabel, seguro. Bueno –suspiró-, imagino que dos carcamales como nosotros no estamos ya para meternos en secretos de estado.



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Published on February 22, 2013 15:01

February 21, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 28


VEINTIOCHO



Cuando llegaron a Londres el tiempo era poco menos que infernal.

Acodado en la baranda, Nick echó de menos el sol del Caribe, pero no podía negar que se sentía reconfortado pisando de nuevo suelo inglés. Dejó que sus ojos escrutasen su tierra natal y después desvió la mirada hacia el ajetreo de los marineros, preparándose para el atraque en el puerto. No cesaba de preguntarse cómo llevaría su investigación de ahí en adelante. Debería ir con pies de plomo para no delatarse ante Potter y Jenny, en una ciudad en la que conocía a demasiada gente. Era imperioso informar a la reina.

Y volver a ver a su madre.

Con seguridad, tendría que soportar un tirón de orejas cuando se la echase a la cara, por haberse ausentado durante tanto tiempo y sin apenas despedirse de ella. Pero deseaba abrazarla de nuevo y sonrió al recordarla. De estatura media y delgada, a él –y a muchos otros- le seguía pareciendo hermosa a sus cuarenta y ocho años. Tenía un cabello lustroso y oscuro, sin asomo aún de canas, unos ojos grandes y grises y un porte señorial. Era una gran mujer y él la amaba.

Suspiró, pensando que muy pronto estaría de nuevo a su lado y bajó para echar una mano en los quehaceres del barco.

Cuando desembarcaron, buscaron alojamiento en El Tiburón, una de las mejores posadas, mientras la tripulación del Melody Sea y la del Gazzelle se dispersaban por el puerto buscando ya diversión.

Lo primero que hizo Jenny al tomar la habitación fue solicitar un baño caliente. Nick había hecho otro tanto, pero quiso saber de primera mano cuales eran los proyectos de la muchacha y se acercó hasta su cuarto. Ella abrió y le dedicó una sonrisa, cediéndole el paso mientras comenzaba a quitarse el chaleco. Había estado deseando que él apareciera. La idea de tomar el baño en compañía de Nick la había mantenido encandilada desde que desembarcaran y ahora lo tenía allí. No iba a dejar que se le escapase.

Nick se olvidó de lo que había ido a hacer al ver que se desnudaba. En lo único que pudo pensar fue en volver a tenerla en sus brazos. Cuando ella se quedó solo con los calzones y elevó sus brazos para recogerse la cabellera sobre la coronilla, regalándole la visión de sus pechos perfectos, al conde de Leyssen dejó de interesarle todo, salvo disfrutar de tan sublime momento. Sabía que lo estaba excitando adrede, que se convertía en un muñeco cuando la miraba, pero se dejaría arrastrar al infierno con tal de estar a su lado.

-Si quieres volverme loco, lo estás consiguiendo –le dijo con voz ronca, cargada de deseo.

-¿Yo? –le miró como si se asombraba, deshaciéndose ya de la única prenda que la cubría. Descubriendo la pasión en los ojos masculino se echó a reír y dejó que él la abrazase- Eres un tunante.

-Y tú una bruja deliciosa. Seguramente están preparando ya mi baño, pero me encantaría compartir el tuyo.

-Estaba rezando para que así fuese –le confesó después de saborear su boca.

Le costó separarse de él, pero la lo hizo para meterse en la bañera, ya dispuesta, encogiéndose cuanto pudo para dejarle espacio. Nick miró el recipiente con el ceño fruncido. Les iba a ser imposible asearse debidamente en tan estrecho espacio, pero por nada del mundo despreciaría semejante ocasión, así que se apresuró a quitarse la ropa para unirse a ella.

Más que un baño, el interludio fue un juego erótico donde ambos se enjabonaron, salpicaron agua a todos lados y disfrutaron de su proximidad. Nick volcó uno de los cubos que habían dejado cerca para aclararse e hizo lo mismo sobre Jenny. Después, se secó con prisas, la sacó de la tina para envolverla en una toalla y, tomándola en brazos la llevó a la cama.

Mucho tiempo después, cuando hubieron dado rienda suelta a su pasión, Jenny dejó descansar su cabeza en el hombro de Nick, ocultando una sonrisa placentera. No acababa de creerse que pudiera tener a ese hombre a su lado. Hasta hacía poco ni siquiera le conocía y ahora se le hacía imposible pensar en que sus caminos pudieran separarse. Como si el destino quisiera jugarle una mala pasado le escuchó decir:

-Jenny, necesito un par de días.

-¿Para qué?

-Hace mucho que falto de Londres y me gustaría dejar un par de temas arreglados antes de que zarpemos de nuevo.

-¿Qué asuntos son esos?

-Me deben dinero, princesa. Y quiero recuperarlo. Además, tú debes encargarte de entregar el tributo conseguido. ¿Crees que podrás soportar mi ausencia unas cuantas horas?

-No será problema. Hay muchos hombres en Londres… -se echó a reír al ver que fruncía el ceño y la miraba hosco. Le besó en los labios-. Dos días. Ni uno más o te juro que mandaré a toda la tripulación a buscarte. Y cuando te encuentre, te colgaré del palo mayor.

-No te daré la oportunidad. ¿Qué harás después de que Potter despache con el codicioso funcionario de la Corona que se quedará con parte de nuestras ganancias?

-Tengo unos conocidos. Norman y Jessica Felton. Hace tiempo que no les veo, desde antes de morir mi padre.

-Londres es peligroso.

-No más que la cubierta de un barco corsario, Nick. Vamos, no seas quejica. Potter me acompañará, siempre lo hace cuando estamos en tierra.

Nick se tiró de la cama y comenzó a vestirse. Ella lo miró a placer. Aceptó su beso de despedida y sonrió cuando él advirtió, al salir:

-No te metas en líos, mi vida.





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Published on February 21, 2013 15:01

February 20, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 27


VEINTISIETE



El cambio que se operó entre Nick y Jenny fue un bálsamo para Potter y el resto de la tripulación, que habían sufrido en los últimos tiempos el carácter levantisco de su capitana.

Jenny quería entregar las ganancias a la Corona, así que navegaron en calma, sin buscar nuevas presas, hacia Inglaterra. Estarían en Londres el tiempo mínimo y luego viajarían hacia las islas Caimán, donde no habían estado desde hacía año y medio.

Repostaron en Las Azores y continuaron viaje de inmediato, al anochecer, con un firmamento que presagiaba tormenta. El Melody Sea cabeceaba sobre la cúspide de las olas, cada vez más encrespadas, y Jenny se hizo cargo del timón.

Nick se encontraba eufórico después de dos vasos de ron y haber ganado unas cuantas manos a los dados. Apenas salir a cubierta la vio y se acercó a ella, que lo recibió con una sonrisa.

-¿Perdió Potter?

Russell se echó a reír recordando el gesto hosco del segundo de a bordo cuando le ganó la última partida. Se situó tras ella, rodeó su talle y la besó en la nuca.

-Soy yo el que ha perdido –contestó con voz ronca-. He perdido mi orgullo, porque me lo has arrebatado.

A ella se le hinchó el pecho escuchándolo. Se sentía feliz teniendo a Nick a su lado, pero no quería hacerse demasiadas ilusiones. Se las había hecho tres años atrás y el recuerdo de lo que sucedió le traía un amargo sabor de boca. Sin embargo, estaba dispuesta a disfrutar del momento porque sabía que, en su azarosa vida, todo podía acabar de un plumazo. En cualquier confrontación, una bala y el filo de un sable podían acabar con su vida. No se llamaba a engaño. No era una damisela que podía esperar a su hombre mientras cuidaba de sus niños. Era una corsaria y, como tal, se enfrentaba con demasiada frecuencia al peligro. Recostó la cabeza en el pecho de Nick y dejó al Melody Sea navegar casi a su antojo.

-¿Cansada?

-Un poco.

Las manos de Nick comenzaron a masajear su cuello y sus hombros intentando relajarla. Pero le quemaban. Cada vez que él la tocaba sentía el fuego extenderse por cada partícula de su ser. Había sido así desde la primera vez que se besaron.

A él le pasaba otro tanto y sus manos se volvieron más atrevidas.

-Déjame.

No era una orden, era una súplica.

Nick adivinó que ella estaba tan excitada como él. La hizo volverse, la apoyó en el timón y la besó.

-Jenny…

-Ahora no –suspiró ella, enredando sus dedos en su cabello oscuro-. He de gobernar el barco.

-Al demonio con eso. Buscaré alguien que te sustituya y haremos el amor.

Ella se rio bajito mientras le veía alejarse para bajar a las bodegas, de donde subió poco después acompañado de uno de los marineros. Abandonó el timón en manos del otro y se dejó abrazar por la cintura siguiéndole como una niña.

No llegaron al camarote. Al pasar por al lado de uno de los botes, Nick alzó la lona que lo cubría, la tomó en brazos y la colocó dentro. Luego, saltó él al interior y volvió a cubrirlo.

Se buscaron en la oscuridad del refugio elegido, acuciados por la necesidad de volver a tenerse. Nick la hizo tumbarse en el fondo del bote, lo hizo a su lado y la abrazó. Durante un momento, permanecieron en silencio, escuchando la bravura del mar a su alrededor. De pronto, Nick se echó a reír y ella se ladeó intentando ver su rostro en la oscuridad.

-¿Qué es tan divertido?

-Solo pensaba en el asombro que produciría a algunas personas mi proceder. Nunca he hecho algo semejante.

-¿Qué cosa?

-Hacer el amor en un bote salvavidas.

-Tampoco yo –repuso ella con una carcajada.

Nick la abrazó con más fuerza y se quedó silencioso. Al cabo de un momento, Jenny presintió que pasaba algo.

-¿Qué pasa?

-Nada.

-Vamos, suéltalo.

Nick volvió a guardar silencio, pero acabó haciendo la pregunta que le quemaba desde hacía días.

-¿Cuántos hombres han pasado por tu vida, Jenny?

La muchacha se puso tensa. Así que era eso. Él no era distinto al resto de los varones. No había dudado en meterse en su cama, pero ahora le preocupaba si se había entregado a otros. ¡Hombres! Se deshízo de su abrazo y se sentó.

Sin embargo, se equivocaba. Cierto era que Nick había pensado en el asunto después de hacerle el amor y comprobar que no era virgen, pero ella se le había metido tan dentro que le importaba un comino si había entregado su cuerpo a otro hombre. La quería como era. Y ahora era suya.

-Abre la lona, Nick.

-¿Por qué? Creí que te apetecía estar conmigo.

-Ni por todo el oro del mundo –quiso ponerse en pie, pero los brazos masculinos la retuvieron.

-No seas niña.

-¡Suéltame!

-Ni por todo el oro del mundo –se hizo eco de la frase de ella.

-Nick…

La tumbó de nuevo y buscó su boca. A su pesar, Jenny respondió a la caricia.

-Vamos, chiquilla. Era solo curiosidad. No trataba de echarte nada en cara.

-¡Habrías de hacerlo, mulo engreído! ¿Acaso te he preguntado yo con cuántas mujeres te has encamado?

-Bueno… No es lo mismo.

-Ya entiendo. Tú eres un hombre y yo solo una estúpida hembra. ¿Es eso? El macho puede saltar de cama en cama, pero una mujer es una furcia si lo hace –se le enfrentó con furia.

-No me gusta que pongas palabras en mi boca, Jenny.

-Solo digo en voz alta lo que estás pensando.

-¡Por todos los…! –se irritó él.

-¡Está bien! Voy a complacerte. Voy a enumerarte todos y cada uno de los hombres con los que he…

Nick la hizo callar tapándole la boca. Ella estaba enfurecida de veras. Abrió la lona y sus ojos se clavaron en los de Jenny, que refulgían de cólera.

-Me importa un bledo con cuántos te hayas acostado –le confesó, malhumorado consigo mismo por haber echado al garete el momento de placer.

Ella perdió un poco de fuelle al escucharle. Parecía sincero.

-Fue uno –le dijo muy bajito.

-No quiero saber…

-Solamente uno, Nick. Y fue mi esposo.

-Jenny, no…

-Hace tres años, cuando era una chiquilla, me enamoré de un joven dulce y apasionado que conocí en Tortuga, solo Dios sabe qué le condujo allí y… No, déjame continuar, por favor –pidió cuando él quiso interrumpirla-. Se llamaba Frank y era galés. Accedió a embarcarse en el Melody Sea, aunque no era su tipo de vida. Era un estudioso. Ni siquiera sabía manejar un sable.

-Cariño…

-Nos casamos en la isla el día antes de zarpar. La semana que estuve con él fue maravillosa. Pero nos dimos de frente con un galeón español. Hubo lucha –siguió contando con los ojos cuajados de lágrimas-. Debí haberle prohibido que subiera a cubierta. Debí haberle atado en el camarote incluso. No lo hice. Él creyó que debía estar a la altura, que por ser mi esposo debía comportarse con valentía. No duró ni dos minutos. Le atravesaron el corazón –se le escapó un sollozo-. Ni siquiera pudo morir en mis brazos, Nick, cuando llegue a él, después de la pelea, estaba…

-Jenny…

-Una semana. Mi matrimonio duró una semana. Aún me duele el corazón recordándole. Juré que nunca volvería a casarme, que jamás volvería a caer en las redes del amor, que…

Nick la besó para hacerla callar, bebiéndose sus lágrimas. Se maldijo por haberla hecho rememorar hechos tan dolorosos para ella y quería hacerla olvidar de nuevo. La arrastró consigo sin dejar de besarla y sus manos iniciaron un cortejo que alejara los fantasmas del pasado.

Jenny necesitaba la paz que le ofrecían los brazos de Nick y se entregó a él. Porque era cierto que había jurado no volver a enamorarse, pero no contaba con que el corazón traza su propio camino y en él se había cruzado el hombre que ahora le prodigaba caricias que la hacían estremecer.




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Published on February 20, 2013 15:01

February 19, 2013

Capitán, Jenny - Capítulo 26


VEINTISÉIS

¿Celosa? ¿Aquel engreído pensaba que ella estaba…?

Pero lo estaba, reconoció. No podía explicar el motivo, pero era exactamente lo que sentía. Lo que sintió cuando la amante de Lampierre le había procurado a Russell demasiada atención.

-Estáis borracho –dijo, sin atreverse a enfrentarlo.

Nick paseó su mirada por el cabello oscuro de la muchacha. Deseaba hundir sus dedos en esa melena rizada. Luego, dejó que sus ojos vagaron por sus pechos, su estrecha cintura, sus caderas, sus largas piernas enfundadas en calzones masculinos.

La tomó del brazo haciendo que se volviera hacia él y en sus ojos adivinó la misma duda que le corroía. ¿Qué estaba pasando entre ambos?

-No estoy bebido, capitán. Estoy hecho un mar de dudas.

Antes de que ella pudiese reaccionar, la atrajo hacía sí para besarla. Una caricia leve, un roce ligero, apenas nada, temeroso de su respuesta.

Jenny tembló de pies a cabeza. Le gustaba ese hombre, negarlo era inútil. Nunca se había engañado y tampoco iba a hacerlo ahora. Lo deseaba. Era una mujer adulta que sabía lo que quería, y ahora quería a Russell.

-Nick, hazme el amor –le pidió.

El conde de Leyssen sintió una sacudida. Pensó que había oído mal, que ella se burlaba, pero la muchacha le echó los brazos al cuello y dijo:

-Es una orden, marinero.

Nick mandó al infierno sus temores. Se olvidó de la posible traición de aquella mujer, e incluso de que podía acabar colgado del palo mayor del Melody Sea. Había deseado tenerla desde que la viese por primera vez y ahora tenía vía libre. La envolvió en sus brazos para buscar de nuevo su boca y, en esa ocasión, su beso fue voraz, demostró el deseo largo tiempo reprimido, su necesidad imperiosa de tenerla.

Jenny, a pesar de todo, carecía de experiencia. Acarició los hombros masculinos y sus dedos volaron hacia la camisa que los cubría para abrirla.

Nick la detuvo tomándola de las muñecas y ella le miró con una pregunta en sus ojos.

-Por esta vez, capitán –dijo él-, déjame llevar el timón.

A ella se le escapó una sonrisa. ¿Por qué no? Hasta podía resultar encantador que alguien tomara el mando por una vez, y Russell parecía un experto. Hasta entonces no se había sentido como una verdadera mujer. Cuando él comenzó a abrir los cordones de su camisa, se dejó hacer. El corazón le latía desbocado bajo la caricia de esos dedos largos que acariciaban su piel según le iba quitando la prenda. Se sonrojó cuando Nick le sacó la camisa y la dejó caer al suelo. No llevaba nada debajo y los ojos masculinos se pasearon con deleite por sus hombros desnudos, por sus pechos pequeños y altivos, haciéndola temblar de nuevo. Cruzó los brazos para cubrirse, pero él la tomó de las muñecas para impedirlo.

-No, Jenny –su voz le llegaba en un susurro-. Déjame que te vea.

Gimió al sentirse alzada en los fuertes brazos de Russell y volvió a entregarle su boca mientras la levaba a la cama. La depositó en ella con delicadeza, sin dejar de recrearse en su cuerpo. Luego, le quitó el sable y las botas con parsimonia, como si quisiera alargar el momento. Tragó saliva mientras él se tomaba su tiempo para quitarle los calzones. Su rostro estaba ya escarlata para cuando acabó de desnudarla y le entró el pánico. ¿Qué estaba haciendo? ¿No sería acaso una locura? Pero la voz de Nick la envolvía en el deseo escuchándole decir:

-Tan hermosa…

Russell se irguió un momento para deshacerse de sus ropas sin dejar de observarla. Sonrió viendo que ella adoptaba una postura pudorosa, pero que sus ojos, lagos verdes, no disimulaban que le agradaba su cuerpo.

-Tú sí eres hermoso… -murmuró ella.

A Nick se le cortó la respiración cuando Jenny se sentó en el lecho y alargó sus manos para acariciarle el pecho. El contacto fue como una descarga, pero la dejó hacer. Sintió como fuego sus manos paseándose por su cintura, por su vientre y sus muslos. Ella no se atrevió a ir más allá, aunque en sus pupilas apareció un brillo de picardía.

-¿Debo armarme, marinero?

Nick se mordió los labios. El descarado comentario a su masculinidad hizo que su sangre circulase más aprisa por las venas. Le dolía cada músculo por la tensión. Quería ir despacio, adorarla, saborear cada milímetro de su piel, pero estaba demasiado excitado. La hizo tumbarse y fue besando su cuello, sus hombros, bajó hasta sus pechos enhiestos, agasajó sus caderas mientras sus manos acariciaban las rodillas y subían por los muslos. No podía esperar mucho más. Ella, a su vez, paseaba sus manos abiertas por su espalda deleitándose con el poder de sus músculos, bajaban hacía sus nalgas…

Fue Jenny quien guió su miembro dolorido, instándole a poseerla. Y la que pujó contra su cuerpo cuando se acoplaron, amarrándose a él y uniéndose a sus embestidas.

La explosión de placer les llegó como una ráfaga de fuegos artificiales haciéndoles gemir, boca contra boca, piel contra piel, para envolverlos en un mundo ajeno a todo donde solo existían ellos dos.

Momentos después Jenny, satisfecha, apoyó su cabeza en el pecho de Nick cuando él se tumbó a su lado. La suave brisa que entraba por el balcón acarició sus cuerpos desnudos y ella se sumió en el sopor, sintiéndose plena y protegida.

Nick permaneció despierto, preguntándose qué pasaría ahora. Porque si al final se demostraba que Jenny Cook era quien abordaba a los barcos ingleses, ¿cómo iba explicar a la reina Isabel que se había enamorado locamente de su enemiga?





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Published on February 19, 2013 15:01

February 18, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 25


VEINTICINCO





Tras los acontecimientos, decidieron quedarse cuatro días más en la isla, a fin de dar descanso a la tripulación del Gazzelle. Aprovecharon para repostar el navío y elegir a un hombre que lo capitanease mientras navegase junto al Melody Sea.

Nick pidió a Potter ese puesto. Prefería cien veces estar a cargo de cuarenta piratas que seguir a bordo del barco que gobernaba Jenny. Sin embargo, Potter le dijo que ya habían elegido a otro y él hubo de aceptar su mandato.

Partieron con el alba del quinto día.

Apenas dos horas después de hacerse a la mar, Jenny salió a cubierta. Nick sintió su presencia, igual que si hubiese sido un farorillo rojo que anunciaba peligro. Atravesó el barco hasta llegar a ella.

-¿Puedo hablar con usted, capitán?

Jenny le miró un segundo.

-Hablad.

-A solas.

Ella escondió una sonrisa. Estaba rabioso, seguramente por no haberle dado el mando el otro barco. Bueno, pues que rabiase todo cuanto quisiera, porque no iba a perderlo de vista. Aún no estaba segura de las verdaderas intenciones de Russell. Y seguía recriminándole en silencio su fría acogida tras despachar a Lampierre.

-En mi camarote, Russell.

Potter les vio alejarse. Como Jenny, tampoco acababa de estar seguro de Nick, pero después de verle pelear en la cubierta del galeón español, y arriesgar su vida por salvar la de ella, el joven merecía el beneficio de la duda. Lo que no acababa de gustarle era el claro interés, que no disimulaba, por Jenny. Ambos eran tercos y Potter se preguntaba quién ganaría de los dos. La muchacha había encontrado la horma de su zapato. Y él se sentía ya viejo para seguir bregando con su carácter indómito. Llevaba mucho tiempo queriendo apartar a la muchacha de aquella vida de peligro y, tal vez, Russell había llegado a sus vidas para conseguir lo que él no había sido capaz de hacer. Jenny merecía algo mejor que acabar sus días como capitana de un barco de corsarios.





La puerta del camarote se cerró con demasiada violencia y Jenny se volvió con el ceño fruncido.

-Bien. ¿Qué es eso tan importante que tiene que decirme, Russell?

Nick no pudo remediar mirarla apreciativamente. Era preciosa. Y porfiada como ella sola. Así como estaba, vestida con ropa masculina, con los brazos cruzados bajo el pecho y el gesto altivo, lo atraía sin remedio.

-Quiero una explicación, capitán.

-¿Explicación?

-¿Por qué no se me ha permitido la custodia del Gazzelle?

Así que efectivamente se trataba de eso.

Con un encogimiento de hombros, le dio la espalda y salió al balcón. Se acodó en la baranda y, por un momento, sus ojos quedaron clavados en la estela que iba dejando el barco.

Ahogó una exclamación cuando unos dedos como hierros la atraparon del brazo y la hicieron volverse.

-Os haría falta una buena zurra, muchacha –dijo Nick, apretados los dientes, aunque lo que estaba pensando era volver a besarla-. ¿Nunca os han dado una?

Ella se quedó momentáneamente muda. Russell parecía muy dispuesto a cumplir la solapada amenaza. Pero reaccionó recordando qué puesto tenía cada uno.

-¿Y a vos? Sería muy fácil, Russell.

-¿Hacer qué?

-Hacer que Potter os despellejase la espalda con el látigo.

Nick apretó los dientes. Sí, ella sería capaz de ordenar que le propinasen un escarmiento. Seguramente lo había hecho muchas veces para hacerse obedecer. Y Potter sería su mano ejecutora. Suavizó el tono de voz para no enfurecerla más de lo que ya parecía que estaba.

-Quiero trasladarme al otro barco, capitán. Si no es como responsable, como triste marinero.

-¡Vaya! Vuelvo a ser capitán. Lo que se puede conseguir con cuatro palabras.

-No me hace gracia acabar en cubierta con marcas de látigo. Por eso os pido que me dejéis ir a bordo del Gazzelle.

-Daros el mando de ese barco significaría perderlo.

-¿Perdón?

-No me fío de usted, Russell.

-¿Cree que le robaría el navío?

-¿Quién me dice que no es eso lo que planeáis?

-¡Por el amor de Dios! Está demente.

Nada más insultarla, se puso rígido. La mirada de Jenny contenía tal fiereza que pensó que acababa ya de ganarse la caricia del cuero.

-Señor Russell –le dijo ella, arrastrando las palabras-. Desde que lo embarcamos no me ha dado más que quebraderos de cabeza: hube de retarle para que accediera a llamarme capitán, constantemente parece recriminarme lo que hago, me sigue como un perro faldero. ¡No me hace falta un guardián! Sé muy bien cuidarme sola.

-¿Por eso luce ahora una herida en el brazo? –atacó él con la misma rabia- Lampierre podía haberla hecho trocitos.

-Y usted lo hubiese preferido, sin duda –se le acercó tanto que Nick dejó de respirar-. Pertenecer a la tripulación de Lampierre hubiese tenido sus ventajas, ¿no es cierto? Margot Lafont es una mujer muy hermosa.

Nick parpadeó, completamente confundido. ¿A qué diablos se estaba refiriendo? Entonces cayó en la cuenta: Jenny estaba rabiosa por culpa de aquella ramera francesa, de la que ni siquiera había llegado a saber el nombre. Le entraron ganas de echarse a reír, pero se contuvo mordiéndose los labios. Sin embargo, no pudo dejar de preguntar:

-¿Celosa, capitán?



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Published on February 18, 2013 15:01

February 15, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 24


VEINTICUATRO 

  
El local se quedó en completo silencio.

Nick hizo intento de moverse, pero la manaza de Potter le devolvió a su asiento.

-Voy a hacer que te tragues tus palabras, Lampierre –escucharon la voz de Jenny en medio de la expectación total.

El francés mostraba un gesto furioso y sus ojos brillaban de rabia contenida.

-Solo digo lo que se rumorea por ahí.

-¡Sucias mentiras!

-Eso es lo que vos decís.

-Es lo que mantengo, Lampierre. No conseguirás mi barco por ese camino, levantando falsas acusaciones de traición.

Desde su posición, Russell observó con atención a ambos contrincantes. El capitán de La Gazzelle era sin duda un hombre acostumbrado a las peleas, pero Jenny estaba colérica como nunca antes la viese. Parecía dispuesta a ensartar al otro en su sable. ¿A qué traiciones se refería?

-En todo caso, señora mía –insistía Lampierre con aire de suficiencia-, no soy yo el que hace las acusaciones. Se ha visto vuestro barco. ¡Su nombre!

-¡Condenado seáis! Si continuáis por ese camino, me veré obligada a mataros.

Lampierre dejó que una ladeada sonrisa estirase sus labios. Se atusó el bigotito y acabo asintiendo.

-¿Me estáis retando, capitán Cook?

-Os estoy retando, sí.

-Y… ¿qué apostamos? ¿Nuestra sangre?

Jenny se irguió. Su rival había buscado la confrontación con un claro propósito y allí, en medio de todos, ella no podía echarse atrás. No, sí quería mantener limpio su nombre y que sus hombres la siguiesen obedeciendo.

Nick intercambió una rápida mirada con Potter. El segundo de a bordo se encogió de hombros y murmuró:

-Se batirán si Lampierre no retira lo que sea que ha dicho.

-Mierda.

El francés esperaba la respuesta de la muchacha. Los que se congregaban a su alrededor también. No era la primera vez que dos capitanes se enfrentaban y, en más de una ocasión, la apuesta pasaba por jugarse el barco y la tripulación. Jenny lo sabía porque así fue como su propio padre consiguiese el Melody Sea.

-De acuerdo –accedió ella por fin-. El barco y el cargamento que tengo depositado en los almacenes de Bubble.

-Una buena carga, según he sabido.

-¿Y vos? ¿Qué habéis atrapado en vuestra última correría, monsieur? ¿Un par de tortugas marinas?

La chanza fue acogida con una risotada general.

-No exactamente –contestó Lampierre-. Un pequeño mercante holandés. Nada tan apetitoso como un galeón español… o un velero inglés, señora.

El brazo de Jenny tembló al escucharle. Nick temió que ella alojase la punta de su sable en la garganta del francés, pero no lo hizo. Si la pelea no era limpia, las tripulaciones se enzarzarían y aquello acabaría en una matanza.

-Armaos, Lampierre –dijo ella, retrocediendo unos pasos.

-Tenéis demasiado ímpetu –se rio él.

-Pondré eso en vuestra lápida.

Nick tenía todos los músculos en tensión. Jenny estaba completamente loca. Vio que Lampierre tomaba distancia y los hombres se abrieron en abanico para dejarles sitio. Algunos se subieron a las mesas para poder ver mejor la pelea.

El rugido de muchas gargantas acogió la primera embestida del francés. Nick cerró los ojos. No quería ver a la muchacha atravesada por el sable de su enemigo. Pero los vítores que siguieron le obligaron a centrarse de nuevo en la contienda y se quedó asombrado al advertir que Lampierre se encontraba en el suelo y la punta de sable de Jenny apuntaba a su garganta.

-¡Jesús! –murmuró para sí- Si sale de esta, voy a retorcerle el cuello.

A su lado, Potter estalló en carcajadas y le palmeó la espalda con tanta fuerza que a punto estuvo de hacerle perder el equilibrio.

Jenny sonreía como un demonio. Lejos de acabar la pelea allí, se retiró, dejando que su oponente volviera a ponerse en guardia. Puesto ya en pie, Lampierre atacó con un golpe maestro haciendo retroceder a la joven. Tenía un estilo depurado, pero a Nick no se le pasó por alto que sus movimientos eran un tanto rígidos. Eso podía darle una oportunidad a Jenny, si sabía aprovecharla. Algunos golpes más y Russell acabó adivinando el punto débil del francés. Levantaba demasiado el brazo cuando atacaba.

La pelea continuó entre mandobles, gritos por parte de una y otra tripulación y alguna maldición apagada de Lampierre cuando se veía obligado a retroceder antes las embestidas de Jenny que, contrariamente a él, se movía de una forma disciplinada y elástica. Ella parecía estar disfrutando; Lampierre mantenía una sonrisa cada vez más forzada.

El capitán del Gazzelle se abalanzó contra Jenny y a Nick se le atascó el aire en la garganta. Hubiese dado un brazo por cambiar su lugar con ella y acabar con aquel estúpido engreído, pero viendo la reacción de la joven, que no solo burlaba el ataque sino que respondía con bravura, supo que sabía lo que estaba haciendo. Intentaba cansar al francés para tenerlo a su merced, y lo estaba consiguiendo.

Sin embargo, durante un segundo, los ojos de Jenny se desviaron para cruzarse con los de Nick. Apenas nada, pero lo suficiente como para hacerle perder la concentración y permitir que el filo del sable enemigo alcanzara su objetivo. Hubo un murmullo general cuando la blusa de Jenny se tiñó de rojo, pero el corte no revestía mayor importancia.

Nick dio un paso hacia delante, y de nuevo le detuvo la mano de Potter agarrando su brazo:

-No compliques las cosas, joder. Si intervienes, esto va a terminar en una batalla campal.

Jenny echó un vistazo a la herida de su brazo izquierdo. Un simple rasguño que ni siquiera escocía aún. Luego, centró su atención en su rival y dijo:

-Me he cansado de perder el tiempo, Lampierre.

Confirmando sus palabras atacó en firme. El francés no pudo sino retroceder mientras intentaba parar el aluvión de mandobles que se le venía encima. Pero aún se guardaba en la manga una carta. Hizo que resbalaba y Jenny cayó en la trampa. Quedaron pegados, cuerpo con cuerpo, midiendo sus fuerzas. En esa posición, era imposible que la muchacha saliese victoriosa.

En la mano izquierda de Lampierre apareció una daga… Jenny vio la jugada, levantó la rodilla, le golpeó entre las piernas y cuando él se dobló en dos aprovechó para distanciarse lo justo. No tembló su brazo al atravesar el pecho de Lampierre.

El francés abrió los ojos como platos, sus manos perdieron fuerza, dejó caer sable y cuchillo y se derrumbó en el suelo. Estaba muerto.

Durante un momento, no se escuchó nada. Luego, la concurrencia estalló en vítores y Jenny, aceptando las felicitaciones, atravesó el local para acercarse a Potter, que la recibió con un abrazo de oso.

Nick por su parte solo la miró fijamente. Sus ojos grises eran dos trozos de hielo. Le dio la espalda y salió del local a pasos largos para evitar hacer lo que había dicho momentos antes: retorcerle el cuello.





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Published on February 15, 2013 15:01

February 14, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 23


VEINTITRÉS



Llevaban una semana en la isla y los hombres parecían empezar a impacientarse. Necesitaban acción.

También el conde de Leyssen estaba deseoso de volver a balancearse sobre la cubierta de la galeaza pero, sobre todo, ansiaba encontrar pruebas contra Jenny Cook o darle su bendición. Lo uno o lo otro, pero poner tierra –o mar- entre ellos lo antes posible. Desde su interludio en el cuarto, cuando se habían besado, ambos procuraron no cruzarse con el otro, cosa harto difícil estando en la isla y frecuentando los mismos lugares.

Sin embargo, Nick iba a ser testigo, de nuevo, de la verdadera personalidad de aquella muchacha que capitaneaba una banda de corsarios. Un episodio que no olvidaría nunca.

Como uno de los centros de encuentro de piratas en el Caribe, la isla recibía tripulaciones de toda índole. Y aquella mañana acogió a un barco que ondeaba bandera francesa y, a la vez, otra negra con una calavera y dos sables cruzados. El Gazzelle. Un navío hermoso y cuidado, como la mujer que acompañaba a su capitán, y en la que Russell se fijó mientras descendían la pasarela. Una beldad pelirroja que acaparó al instante la atención de todos cuantos se interesaban por los recién llegados.

-Es el capitán Lampierre –le informó un sujeto que se encontraba a su lado-. Un francés renegado, por mucho que su barco luzca la bandera de Francia. Se dice que era un aristócrata en su país.

Russell desvió la mirada hacía él, olvidándose de la pelirroja. Lampierre era alto y delgado. Vestía demasiado elegante, con pantalones ceñidos, una chaqueta larga de color burdeos y una camisa de inmaculadas chorreras. Por debajo del ala de su sombrero asomaba una melena larga y rizada muy oscura. Le desagradó su ridículo bigotito, que parecía una fila de hormigas, sobre una boca ancha, de labios gruesos. Sonreía de manera forzada.

No. No le agradó en absoluto.

Y, por lo que parecía, tampoco era santo de la devoción de Jenny Cook. Lo comprobó por la tarde, mientras tomaba una copa en la taberna en la que solían reunirse los capitanes y donde, por descontado, se servía ron de la mejor calidad.

-Partimos mañana, al amanecer –le dijo Potter, haciendo que le prestara atención.

El segundo de a bordo tenía los ojos clavados en Lampierre y un rictus de desagrado en su rostro.

-¿Por ese tipo? –preguntó Nick.

-Cuanto antes nos alejemos de ese franchute, mejor. No me gustaría emprender viaje con menos hombres a bordo.

Russell arqueó una ceja. Conocía que existían rivalidades entre los capitanes piratas que, en ocasiones, se disputaban las presas en el mar. Pero ese simple hecho no podía ser suficiente para que un hombre como Alex Potter estuviese deseoso de poner distancia entre ellos y Lampierre.

Desde luego, no era motivo suficiente. Nick lo comprobó minutos después, cuando Jenny franqueó las puertas del local. Apenas entrar y ver al francés, el gesto sonriente de la muchacha cambió a otro adusto. Muy al contrario que Lampierre quien, al verla, dejó con la palabra en la boca a los que le rodeaban y, sorteando clientes, avanzó hacia ella con los aspavientos de un pavo real buscando hembra. Al llegar a su altura se quitó el sombrero, hizo una exagerada reverencia a la joven y volvió a colocárselo sobre los rizos.

-Pensaba que os habían hundido –dijo a modo de saludo, y lo suficientemente alto como para que todos lo escuchasen.

-Yo escuché que os habían ahorcado en París, monsieur –le contestó Jenny.

Lampierre se rio de buena gana, pero Nick percibió la tirantez entre los seguidores de una y otro.

-¿Me aceptáis una copa, capitán, para celebrar que ninguno de los dos estamos en el infierno?

Ella se encogió de hombros y se dejó acompañar hasta la mesa que el francés ocupara momentos antes. La tensión disminuyó, dando paso de nuevo a las animadas conversaciones.

Nick no perdió de vista al francés, aunque sus ojos se desviaban con frecuencia hacia la muchacha pelirroja que le acompañaba. La muy bruja era consciente de ser hermosa y de acaparar las miradas del género masculino. Se había puesto un vestido azul celeste, exageradamente escotado. Hasta la llegada de Jenny no se había movido del lado de Lampierre, pero al parecer la conversación emprendida entre ambos no le interesaba demasiado, así que abandonó la mesa y se aproximó a la barra. Fue entonces cuando descubrió a un sujeto que, al lado de Alex Potter, bebía con los ojos clavados en ella. Moreno, ancho de hombros y guapo como un demonio. Sin pensárselo dos veces se acercó a la mesa.

-¿Qué tal vamos, Potter?

-Tirando –repuso Alex en tono hosco, viendo que ella a quien miraba era a su compañero.

-Y usted… ¿busca barco? –le preguntó a Nick.

Russell sonrió.

-Ya tengo uno –al escuchar la risa de Lampierre se olvidó de la pelirroja. También ella echó un vistazo a la otra mesa.

-¿Hombre de Cook?

-En efecto.

-Es una lástima –suspiró la joven-. Estamos faltos de hombres con buena musculatura en El Gazzelle. Si quiere cambiar a mejor, nos quedaremos aquí una semana.

-No tengo nada que pensar, pero le agradezco el ofrecimiento.

Ella volvió a suspirar afectadamente. Luego, pasó un dedo por el mentón de Nick.

-¿Tenéis ocupada esta noche?

Un ofrecimiento tan directo asombró al conde.

-Creí que érais de Lampierre.

-No es mi amo. Tenemos una relación muy abierta. Le dedico mi tiempo cuando estamos en el barco, pero en tierra puedo elegir a mis acompañantes. Lo mismo que él es libre para… -miró al grupo donde Jenny departía con el francés- llevarse a la cama a vuestra capitana si lo desea.

A Nick le pareció que le habían asestado un puñetazo en el estómago. Se acabó la bebida de un trago, se levantó, tomó a la muchacha por la nunca y acercó su cara a la suya. Potter hizo intención de levantarse también, pero lo pensó mejor y se quedó donde estaba. Los ojos grises de Russell despedían tormenta y era mejor no interferir.

-También yo soy libre de elegir las mujeres a las que meto en mi lecho, preciosa –le oyó decir-. Pero no serás tú.

La soltó como si le quemase y ella retrocedió con un rictus irritado en la cara. Le dedicó una larga mirada biliosa y luego se alejó hacia la mesa de Lampierre.

-Podría causarte problemas, muchacho –le avisó Potter.

Nick volvió a ocupar su asiento y el otro palmeó su espalda.

-Necesito otra copa –dijo Russell.

Potter hizo señas a una de las camareras y solo habló cuando les hubieron servido.

-¿Quieres el puesto de Roylan? Has acabado con él y yo soy viejo ya para controlar a todos esos hijos de perra del Melody Sea.

A Nick se le escapó la risa. Si Potter no era capaz de capaz de llevar derecha como un palo a la tripulación, él era el prometido de Isabel I Tudor.

-¿Ella estaría de acuerdo?

-¿El capitán? Ni se lo he preguntado, elegir a mi hombre de confianza es asunto mío. Haber tenido que tragar con ese malnacido de Roylan fue una excepción, ella me lo impuso. ¿Por qué te preocupa que esté de acuerdo?

-No parece muy cómoda conmigo. ¿Sabéis algo de la carta que quise enviar?

-Algo he oído, sí.

-Se puso como una fiera. ¡Por el amor de Dios! Era como si… como si me estuviera acusando de traición. Como si creyera que estoy espiándola.

-Bueno, algo de culpa tengo yo –admitió el otro-. Le puse al tanto de que hacías demasiadas preguntas.

-Soy curioso por naturaleza y me gusta saber con quién trabajo.

-No se lo tengas en cuenta. Es un capitán excelente, a pesar de su poca edad.

-No debería estar al mando de un barco corsario.

-Te aseguro que es capaz de cuidarse sola. Ella decidió quedarse en el barco de su padre, cuando éste murió. Y ahí se quedará hasta que la maten en un abordaje o se la lleve una enfermedad. No te calientes la sangre con eso, Jenny siempre hace lo que quiere.

En ese instante, la mesa en la que estaban Jenny y Lampierre se volcó con estruendo. Vasos y botellas rodaron por el suelo y en la mano derecha de Cook apareció un sable.



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Published on February 14, 2013 15:01

February 13, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 22

VEINTIDOS


Jenny se dispuso a hacerlo y a Nick se le dispararon los latidos del corazón. Si la leía, estaba condenado.

Ella rasgó el sobre, pero no llegó a sacar la cuartilla. Se le quedó mirando. Russell parecía relajado, como si no le importase nada. La comían las dudas sobre él porque no sabía qué pensar. Por un lado, se inclinaba a creer que él no había llegado al Melody Sea por casualidad, sino que había forzado la situación con la pelea en el puerto. Nick estaba lejos de parecer un muerto de hambre… y también lejos de asemejarse a un hombre de mar a pesar de su vestimenta. Había demostrado, desde que le embarcaran, que estaba acostumbrado a la lucha. Se defendió como un profesional, no solo contra Potter y luego contra el malogrado Roylan, sino contra los españoles. Pero algo no le cuadraba. ¿Dónde se había visto a un pirata solicitando libros para entretenerse? Y había otra cuestión: él arriesgó su vida por salvarla, cuando una de las normas en los abordajes era que cada uno se guardase sus propias espaldas.

Nick aprovechó su momento de aparente desconcierto para decirle:

-Leedla de una vez… si tanto os interesa lo que yo tenga que decirle a una mujer.

Jenny se irguió, sintiendo que se le subía el color a la cara. No estaba muy segura, pero sentía como si él acabase de tildarla de cotilla.

-No es mi…

-¿Queréis que os la lea yo?

-¡No me interesa su contenido! –se irritó ella.

-¿Que no? ¡Por Dios bendito, señora mía! –Nick se le acercó más- ¿Queréis hacerme creer que os habéis presentado en mi habitación, con una carta que ya debería estar camino de Tortuga, y no estáis interesada en su contenido? Cualquier ramera del puerto hubiera inventado una excusa más inteligente para colarse en mi cuarto y…

La bofetada que recibió sonó como un trallazo.

Nick se rebeló contra el golpe al segundo siguiente. Y lo hizo del único modo que podía. En realidad, del modo en que deseaba batallar con aquella mujer vestida de varón, desde el primer momento en que la viera. Atrapó la mano aún levantada de Jenny, le retorció el brazo a la espalda y la pegó a su pecho. Durante un instante se miraron a los ojos. Luego, Nick bajó la cabeza y atrapó la boca de ella en un beso rabioso.

Lejos estaba él de adivinar la reacción de la muchacha y se quedó perplejo. Porque en lugar de luchar contra él, Jenny respondió a la caricia con todo su fervor, y hasta tomó el mando. No desaprovechó él la oportunidad de saborear aquellos labios que se le ofrecían e intensificó el beso hasta que ambos necesitaron aire.

Cuando por fin se separaron, los dos respiraban entrecortadamente. Ella tenía las mejillas arreboladas y sus ojos eran dos pozos verdes y brillantes que desarmaron a Nick por completo. Se apartó de ella con brusquedad y se tumbó en el lecho, boca abajo.

-Lo siento –dijo-. Estoy bastante borracho, capitán. Espero que pueda disculparme.

Jenny se llevó la mano a los labios. Un escalofrío le recorrió la espalda y sintió que las rodillas apenas la sostenían. Clavó sus ojos en la espalda de Russell. Deseó que él abandonase su dejada pose, se levantara y volviera a besarla. Lo deseó como nunca había deseado a nadie. Pero no podía dejarse llevar. Sacudió la cabeza para echar de su mente esos pensamientos y, viendo que aún tenía el sobre entre sus dedos lo lanzó hacia él.

-Olvidaré lo ocurrido, señor Russell –le dijo abriendo la puerta-. Os debo la vida y yo siempre pago mis facturas.

-¡A la mierda con eso! –exclamó Nick, incorporándose y mirándola.

Apenas soltar el exabrupto se mordió los labios. ¡Maldita fuese! Él no quería el agradecimiento de aquella arpía, quería su entrega. Ese sentimiento absurdo hacia una mujer de la que apenas conocía nada, era lo que le había impulsado a jugarse la vida por salvarla. Estaba aturdido. Hasta entonces, ninguna mujer había ocupado completamente sus pensamientos. Sin duda, las largas horas en el mar lo habían vuelto idiota, pensó.

Volvió a dejarse caer en el colchón y pidió:

-Por favor, capitán, déjeme solo.

No la escuchó salir, pero cuando tomó valor para levantarse, ella había desaparecido y la carta para Simmons yacía olvidada en el suelo.


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Published on February 13, 2013 15:01

February 12, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 21

VEINTIUNO


Había bebido demasiado y el dolor de cabeza no cesaba. Se había comportado como un estúpido. Ahora lamentaba haberse dejado incitar por Roylan. No le gustaba matar, pero no le dio otra opción.

Se dejó caer sobre el colchón y cerró los ojos. Tal vez si durmiese se le pasaría el martilleo de las sienes.

De repente, se abrió la puerta haciéndole pegar un brinco, llevando su mano ya hacia la pistola que reposaba bajo la almohada. Sus ojos se entrecerraron al ver de quién se trataba. Olvidó el arma y volvió a tumbarse.

-Si ha venido a darme la murga por haber matado a ese estúpido, ya puede largase, capitán.

Jenny se le quedó mirando con los puños apoyados en su estrecha cintura, pero no dijo ni una palabra. Porque no pudo dejar de admirar lo que veía. Desnudo de cintura para arriba, el cuerpo de Russell, tostado por el sol, acaparó toda su atención. Era sumamente atractivo y ella sintió un cosquilleo que le bajaba por la columna vertebral. Le había encontrado fascinante desde que le descubriese peleando con Potter en el puerto de Tortuga. Nick abrió un ojo y preguntó:

-¿Aún no se ha marchado?

Jenny cerró la puerta con el tacón de su bota y él le prestó toda su atención. No deseaba estar con ella en el mismo cuarto. Ni por todo el oro de los galeones españoles quería quedarse a solas con ella. Encontrarse cerca de ella le hacía estar tenso y a la defensiva porque…

La muchacha sacó entonces un sobre de su chaqueta, mostrándoselo, y a Nick se le cortó la respiración reconociendo su letra. Consiguió mantener la sangre fría y no saltar de la cama para arrebatárselo. ¡La carta que pensaba enviar a Tortuga! ¿Cómo era posible? ¿Qué había hecho que el sobre llegar a ella si…? Se llamó estúpido mil veces. Sin duda se le había caído durante la pela con Roylan.

-¿Qué significa? –preguntaba ella.

Nick se incorporó despacio, sin disimular su irritación. Se acercó a ella. Tenía que pensar y tenía que hacerlo deprisa. El sobre no había sido violado, por tanto Jenny Cook desconocía el contenido de su carta. Estiró la mano y dijo:

-Gracias por devolvérmela.

Ella retrocedió un par de pasos sin soltar el sobre. Sus ojos le miraban con recelo.

-¿Para quién es?

-No es de su incumbencia.

-Eso lo decidiré yo, Russell. Le he estado observando y…

-¡Qué halago!

-… y no me gusta –finalizó ella.

-Pues lo lamento, princesa –masculló él, loco por hacerse de nuevo con la carta-. Pero tranquila, tengo mujeres de sobra a las que sí les agrada lo que ven.

Jenny achicó la mirada. El muy bandido tergiversaba sus palabras a su conveniencia y se las daba de Casanova.

-Me estoy refiriendo a sus preguntas, señor Russell. Ha hecho demasiadas desde que subió a mi barco.

-Me gusta saber con quién me juego la vida.

-Yo creo que hay algo más. No me fío de un sujeto que, en tan poco tiempo, ha conseguido que muchos de mis hombres le admiren. ¿Quién es P. Simmons, el destinatario de esta carta? ¿Qué ha escrito en ella? ¿Algo sobre mi barco?

Nick hizo un gesto vago encogiéndose de hombros, aunque estaba con los nervios en tensión. Si ella llegaba a sospechar par quién iba realmente la misiva, ni la mismísima reina de Inglaterra podría librarle de caminar por la plancha o colgar del palo mayor del Melody Sea.

-Podéis leer la carta, si tanto os intriga.




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Published on February 12, 2013 15:01

Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

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