Nieves Hidalgo's Blog: Reseña. Rivales de día, amantes de noche, page 47
March 25, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 50

La mansión a la que llegaron cuando ya estaba anocheciendo, y donde pasaría los siguientes días, era un edificio rectangular de piedra rojiza y tejados oscuros, ventanales alargados y rodeada de un amplio jardín. A Jenny le encantó apenas verla y de inmediato se imaginó una casa así, algo más humilde, para ella y Nick.
Apenas paró el carruaje, Jenny abrió la puerta y saltó al exterior.
-Primera lección, señorita: una dama debe esperar a que le ofrezcan la mano para descender –le dijo lady Ariadne mientras hacía casualmente eso: aceptar la ayuda de su cochero.
-Puedo bajar yo sola.
-Aún así.
-Lo siento –se excusó con el criado, regalándole una sonrisa traviesa. Él, correspondió con una inclinación de cabeza, sin disimular su diversión, y comenzó a soltar a los caballos.
Se accedía a la casa por el caminito que serpenteaba desde la construcción donde dejaron el carruaje, atravesando macizos de flores y aligustres trabajados con esmero formando figuras redondeadas.
-A Nick le gustaría esta casa –murmuró, inclinándose para oler las flores.
-Nicholas ya la conoce.
-¡Ah! Sí, claro.
Justin Summers les franqueó el paso, intercambiando una mirada significativa con la condesa, y se encargó de inmediato de instalar a la joven en la habitación azul del primer piso, ocupándose también de dejar las cosas de la dama en su cuarto. Después, bajó al gabinete, llamó, espero permiso y entró, cerrando la puerta tras él. Se quedó de pie, con las manos cruzadas a la espalda.
-¿Te has encargado de dar permiso a los criados?
-Como el conde ordenó, milady. En casa solo quedamos su sirvienta personal y yo. Bueno… Me he permitido no incluir en la salida a Linda, la cocinera. La verdad, señora, ni su criada ni yo somos un dechado de virtudes en los fogones, pero si usted lo desea…
-No, no. Has hecho bien. Pero recuerda: ninguno de los tres ha de descubrir a mi hijo. Cuando se presente aquí, será solamente un amigo de la familia. Ni se os ocurra llamarle milord o cosa similar, únicamente señor Russell.
-Ya he aleccionado a la cocinera, milady.
-Bien. Porque si todo este jaleo sale mal, vamos a tener problemas. Puedes retirarte, Justin.
Él, pareció remiso a abandonar el gabinete. Se armó de valor y preguntó:
-Milady… ¿Estamos haciendo lo correcto?
-¡Que me aspen si lo sé! –gruñó la condesa viuda.
-Si la señora me lo permite, a mí me parece una locura.
-Por una vez estamos de acuerdo.
-¿Milord ha pensado en las consecuencias si esa señorita descubre el engaño?
-Mucho me temo que no.
Summers suspiró, hizo una inclinación de cabeza y dejó a la condesa a solas.
Lady Ariadne se recostó en el ventanal y dejó la mirada perdida en el jardín. Se sentía irritada por haberse dejado convencer por su hijo en una aventura que dudaba diera los frutos deseados pero, por otro lado, el reto se le antojaba atractivo. Hacía mucho tiempo que nada la motivaba demasiado, empezaba a estar harta de las reuniones sociales a las que se veía obligada a acudir y su vida se había convertido en algo monótono. Refinar a Jennifer Cook en solo una semana podría ser peliagudo, pero no podía negar que, cuanto menos, sería una distracción a la que no pensaba renunciar. Ya vería, después, la mejor forma de quitar a Nicholas a la muchacha de la cabeza.
Published on March 25, 2013 16:01
March 22, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 49

Cuando Jenny abrió la puerta del cuarto, atendiendo a la llamada, lady Ariadne se quedó muda y no pudo evitar que se le dilatasen las pupilas.
No sabía exactamente lo que había esperado encontrar, pero desde luego no estaba preparada para darse de bruces con una muchacha de larga cabellera oscura y algo rizada, unos ojos verdes que quitaban el aliento y un rostro de ángel. Amén de un cuerpo menudo y armonioso. Eso sí, enfundado en pantalones masculinos, botas de caña alta y una camisa cerrada al cuello con cordones.
A pesar de su poco adecuada vestimenta, la condesa viuda de Leyssen tuvo la sensación de haberla visto con anterioridad. Esos rasgos no se correspondían con los de una mujer vulgar, rezumaban aristocracia.
Nick la instó a pasar para hacer las presentaciones pertinentes y Jenny retrocedió, intimidada ante una dama de porte orgulloso, elegantemente vestida y muy aún hermosa.
-Jenny, ella es lady Ariadne, condesa de Leyssen. Milady, esta preciosidad es la mujer a la que amo. Desde hoy y durante seis días, vuestra pupila.
Se siguieron estudiando ambas en silencio. Ninguna de las dos parecía saber qué decir. A Jenny le atacó el repentino deseo de pedir a la otra que se marchara, y de paso mandar a Nick a freír gárgaras. Nunca podría acercarse, ni por asomo, a la distinción de aquella mujer. Sin embargo, había algo en esa mirada gris e inteligente que le daba confianza. Hizo una flexión de rodilla y dijo, con voz trémula:
-Le agradezco que haya venido, madame.
La condesa se maravilló aún más al escuchar una voz dulce y educada. Si sus modales eran la décima parte de lo que se apreciaba, no iba a ser demasiado complicado conseguir su objetivo. Se volvió hacia su hijo, lo empujó hacia la puerta y ordenó:
-Déjanos a solas.
-Si puedo ayudar…
-No puedes. Jennifer y yo… Porque supongo que tu nombre completo es Jennifer, ¿verdad, criatura?
-Sí, señora.
-Bien. Pues tú y yo vamos a tener una pequeña charla. Adiós, Nicholas.
-Pero…
-¡Adiós! –y le cerró la puerta, dejándole en el pasillo.
Sentada frente a lady Ariadne, Jenny era un mar de nervios. Con las rodillas unidas, que notaba temblar, y las manos fuertemente entrelazadas sobre ellas, apenas se atrevía a enfrentar su mirada. Sentirse evaluada, como si se tratara de una yegua, la hacía vulnerable a la vez que la irritaba. De todos modos, comprendía que la condesa necesitara un tiempo para conocerla.
-Cuéntame algo sobre ti, Jennifer.
-¿Cómo debo llamarla, señora?
-Ariadne es mi nombre.
-Pero Nick dijo que sois una condesa y…
-Nicholas habla más de la cuenta a veces. Si vamos a convivir durante varios días, y a todas horas estás diciéndome señora, o condesa, o milady, acabaré con los nervios de punta –le sonrió cariñosamente-. Ariadne estará bien. Y ahora, dime, ¿estás dispuesta a seguir todos y cada uno de mis consejos?
-Sí, señora.
-Nicholas me ha dicho que de aquí a una semana, debes presentarte ante nuestra soberana.
-Tengo una invitación, en efecto. Milady… ¿conocéis mucho a Nick?
-Así es –afirmó, volviendo a sonreír al ver que la muchacha se resistía a utilizar su nombre a secas y percibiendo un atisbo de celos en la pregunta-. Se puede decir que le conozco desde que nació.
-Comprendo.
-Él dijo de vos que… Que sois su mejor amiga.
-¡Vaya! –soltó una carcajada- Me alegra escucharlo. ¿Y qué hay en cuanto a tu relación con él, Jennifer?
-Lo amo, señora.
Se distendieron los labios de la dama en una sonrisa satisfecha por la apasionada afirmación. Pero no todo era tan sencillo como que ambos declarasen su amor. Ni mucho menos. Había un sinfín de trabas con las que debían enfrentarse. Nicholas tenía un apellido ilustre y un título, estaban emparentados con parte de la nobleza. Hasta ella guardaba un lejano parentesco con la mismísima reina de Inglaterra. Imaginar siquiera que aquella muchacha, corsaria para más datos, pudiese casarse con el conde de Leyssen, era una chifladura. ¡Dónde se había visto que una mujer se dedicara a capitanear un barco de corsarios! Sabía que a Nicholas le importaban bastante poco las normas sociales; a ella le sucedía otro tanto y no tenía problemas en sacar los pies del tiesto si la ocasión lo requería; ni siquiera ante Isabel se había callado ciertas cosas. Pero de ahí, a permitir esa unión, iba un mundo. Por otra parte, aunque ella hiciese la vista gorda y Nicholas pudiera sortear todos los impedimentos, la reina no permitiría que uno de sus nobles y hombres de confianza se desposara con una mujer que no pertenecía a su clase.
Olvidando las trabas, hizo que la muchacha le narrase parte de su vida, a grandes rasgos, y le confiase los conocimientos que tenía. Cuando Jenny acabó, lady Ariadne estaba en verdad asombrada, porque podía ser cierto que carecía del refinamiento propio de una señorita, pero era inteligente en grado sumo y se había preocupado de adquirir instrucción.
-Aquí poco podemos hacer, Jennifer –le dijo tras haberla escuchado atentamente, mientras analizaba sus movimientos y posturas, el modo en que subía ligeramente el tono de voz cuando se sentía eufórica-. Nos trasladaremos a mi casa.
-No quiero ser una carga, señora.
-Tonterías. Necesitas un arreglo de cabello, hay que hacer algo con tus manos y aclarar ese cutis. Una señorita no puede lucir ese tono dorado, no está de moda. Es imposible dejarte una tez blanca, pero podremos suavizarlo. No puedo traer aquí a mi doncella, así que no hay más que hablar: partiremos esta misma tarde.
-Si así lo queréis, milady…
-Si no es mucho pedirte, cambia los pantalones y las botas por un vestido y zapatos.
Published on March 22, 2013 16:01
March 21, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 48

El carruaje dio una sacudida y a la mujer que iba en su interior se le escapó un bufido. Uno de los muchos que había soltado desde que su hijo se personase en Grovers Hill, le contase con prisas lo que quería y la hubiese instado a emprender una carrera de locos. En menos de media hora, había tenido que arreglarse y dar órdenes para que preparasen una bolsa de viaje con unos cuantos artículos de belleza y sus joyas. Luego, habían reunido en el salón a su criada personal y al ayuda de cámara de Nicholas, Justin Summers, para que el joven les explicase de qué iba todo aquel jaleo, haciéndoles salir a escape hacia la mansión en la ciudad. Y ahora estaba allí, acercándose al puerto de Londres, después de haber soportado un trayecto infernal, dispuesta a conocer a una muchacha de la que poco o nada conocía.
Observó a su heredero con el ceño fruncido. Parecía nervioso y preocupado. También ella lo estaba, porque lo que le había contado él, como si se tratara de una novela por entregas, aún la tenía confundida.
Nick le había hablado de una misión para la reina, de Tortuga, de un tal Potter, de otro individuo llamado Belton, o Beston, o ¡cómo diablos fuese! Luego se había referido a una joven y a una invitación de la reina Isabel. Todo ello, sin dejar de dar vueltas como un león enjaulado. No había entendido gran cosa, salvo que Nick se encontraba en un aprieto y necesitaba que enseñara modales a esa muchacha en poco menos de seis días.
Pero él no había dicho ni una palabra de sus sentimientos hacia ella.
Sin embargo, lady Ariadne conocía muy bien a su hijo. Demasiado bien. Si se tomaba tanto interés por una mujer era que, por fin, se había enamorado. La embargaba una alegría sin límites, pero también las dudas. ¿Quién era esa joven? ¿Por qué debía enseñarla a comportarse? ¿Acaso se había enamorado de una casquivana?
-¿Es muy vulgar? –preguntó.
Nick, sumido en sus pensamientos, la miró como si acabase de darse cuenta que tenía compañía.
-¿Vulgar?
-¿Es muy… bruta? La joven.
-Es muy inteligente, madre.
-¿En qué aspecto?
-Pues… -vaciló-, en todos. ¿Qué importancia tiene eso ahora?
-Nicholas, cariño –se inclinó un poco para tomar una de las manos masculinas entre las suyas-. No puedo hacer de una pelandrusca una dama, de la noche a la mañana.
-No es una pelandusca, señora mía.
-Si no entendí mal de toda la sarta de disparates que has soltado, se mueve por los puertos.
-También yo me muevo por ellos, madre. ¿Qué lugares piensas que frecuento cuando capitaneo uno de mis barcos o busco información para la reina?
-No hace falta que levantes la voz, Nicholas.
-No lo estoy haciendo.
-Lo haces.
Nick suspiró y se recostó en el asiento. Cerró los ojos y volvió a ver los de Jenny, presos de cobardía ante el hecho de tener que acudir a presencia de Isabel y su corte. Ella, a la que no le amedrentó batirse a muerte con Lampierre o jugarse la vida por defender el barco de la reina.
-Lo lamento, madre. Y lamento haberos embarcado en esta locura, pero es que para Jenny es importante.
-Y para ti, por lo que estoy viendo.
-También. No sé si te he dicho que quiero a esa mujer.
-No lo has dicho, pero no hace falta ser una lumbrera para adivinarlo, hijo –él le regaló una sonrisa animada-. De acuerdo, veremos lo que se puede hacer con esa jovencita. No te aseguro nada, que quede claro.
-¿Hay algo que mi maravillosa madre no pueda lograr?
-No me des coba, Nicholas. No soy un hada madrina que tenga una varita mágica.
Nick cambió de asiento para colocarse junto a ella y abrazarla por los hombros. Besó con cariño su cabello y aseguró:
-Careces de varita mágica, madre, pero sí que eres un hada.
-Adulándome no vas a conseguir que…
-Tú solo inténtalo. Por favor.
Lady Ariadne pasó las yemas de sus dedos por el mentón de su hijo. Por supuesto que iba a intentar lo que él le pedía con tanta vehemencia. Hasta era capaz de convertir en una señorita a una bruja, si ella había conseguido calentar el corazón de su heredero.
Published on March 21, 2013 16:01
March 20, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 47

Les despertaron los insistentes golpes en la puerta.
Jenny protestó quedamente cuando Nick la besó en la punta de nariz y saltó de la cama, volvió a cubrirse cabeza y con las mantas y cerró los ojos. No quería salir de aquel capullo caliente donde había disfrutado, una vez más, del hombre al que amaba.
La llamada se repitió con perseverancia y ella acabó por levantarse también. Nick ya se vestía con prisas.
-¡¡Un momento!! –pidió al intruso.
Abrió por fin Russell y Potter se coló en el cuarto sin pedir siquiera permiso. Echó una mirada recelosa a la muchacha, envuelta en una sábana a modo de toga, sacó un sobre de su chaqueta y lo estampó contra el pecho de Nicholas, que apenas tuvo tiempo de hacerse con él.
-Si podéis dejar lo que estabais haciendo por un momento, deberíais leer esta nota: la reina nos invita a palacio.
-¿Qué? –Jenny se apresuró a arrebatar el sobre a Nick.
-¡Joder! –barruntó él. Era justo lo que le faltaba.
-Es cierto, Alex –musitó la joven, sin acabar de creérselo-. Estamos invitados –se echó a reír-. Es fantástico, ¿no os parece? -Pero tanto Potter como Nicholas la miraban ceñudos-. ¿Qué os pasa? ¿No os hace ilusión?
-Ninguna –contestaron ambos al unísono.
-Pues no lo comprendo. Son ustedes un par de fiascos, caballeros. Por mi parte, pienso hacerme una casaca nueva y luciré el sable de mi padre –aseguró, entregando el documento a Nick, que se lo estaba pidiendo en silencio, con la mano extendida.
Russell dio un vistazo y se lo devolvió.
-Por si no has leído bien, Jenny, no es una simple visita, sino una fiesta. Así que ya puedes ir olvidando la casaca y eso de llevar sable. ¡Por el amor de Dios! –se mesó el cabello y buscó un punto de apoyo porque empezaba a encontrarse mareado.
Todo se le estaba poniendo cabeza abajo. Aún no había encontrado el modo de confesarse ante Jenny, dándole a conocer su verdadera identidad. Esperaba convencerla de que se casara con él antes de poner ante ella un arma que podía terminar con los logros conseguidos, e incluso con su cabeza. A ella no le haría ninguna gracia saber que la había estado engañando. La condenada Isabel volvía a dejarle, como suele decirse, con el culo al aire. Parecía disfrutar metiéndole en aprietos. ¡Maldición! Por otro lado, no podía consentir que Jenny se presentase en el palacio como una vulgar corsaria. ¡Qué idea la suya la de ir luciendo un sable! Tenía que actuar y deprisa, y la única persona que conocía que podía ayudarlo era su madre.
Jenny, viendo que ninguno de sus dos camaradas parecía satisfecho con la invitación, empezó a pensar con más detenimiento. Posiblemente Nick tenía razón y no podía presentarse en la corte de cualquier modo. De acuerdo, debería ir adecuadamente vestida, pero… ¿qué pasaba de sus modales? Llevaba toda una vida comportándose como un marimacho. Su padre, Potter, y aquel lechuguino que pasó un año a bordo del barco, habían tratado de pulir su vocabulario; también había leído todo cuanto cayó en sus manos. Pero en ese momento, ante la perspectiva de encontrarse al lado de gente distinguida, reconocía que estaba en desventaja. No era una dama ni mucho menos. La entró un súbito pánico y preguntó:
-¿Podremos dar una excusa para no ir?
-A la reina no se le dan excusas, muchacha –gruñó Potter-. Se cumple lo que ordena y punto.
-Bueno… -dudó ella-. Tenemos unos días para prepararnos.
El conde de Leyssen volvió a maldecir entre dientes. Sí, tenían unos días. Una semana, para ser exactos. Conseguir hacer de Jenny una pasable dama en solo seis días, se le antojaba una misión titánica, pero no le quedaba más remedio que intentarlo. Si su madre no era capaz de llevar a buen término la obra, la visita a la corte iba a resultar una catástrofe para Jenny.
Una hora después, a bordo del Melody Sea, Nick estaba a punto de perder la paciencia viéndola revolver un arcón y otro. Jenny sacó varios vestidos, pañoletas, abanicos y algunas joyas, depositándolos sobre el catre del camarote y pidiéndole con la mirada su opinión. Y él se limitaba a negar con la cabeza. Un traje color guinda, otro verde, otro negro, uno más de color ámbar. Confecciones recargadas que no estaba dispuesto a dejarle ponerse. Jenny tenía un cuerpo delgado y grácil y él quería que estuviese espléndida.
En cuanto a las joyas, no podía negar que habían conseguido una buena provisión de esmeraldas, zafiros y rubíes en los abordajes, pero tampoco se la imaginaba luciendo al cuello uno de aquellos abalorios, por muy caros que fuesen.
Al final, fue la muchacha la que se desmoralizó ante sus constantes negativas. Nada parecía ser del agrado de Nick. Lo cierto es que tampoco a ella terminaban de agradarle aquellos vestidos demasiado aparatosos. Reconocía que no sabría llevarlos y que, hasta era posible que se tropezase con las ampulosas faldas. Cerró la tapa de uno de los baúles con irritación.
-No pienso ir a esa fiesta. No es lo mío, Nick. Haré el ridículo.
Él se acercó, la abrazó por la cintura y apoyó su mentón en su hombro.
-Serás una maravilla si me dejas ayudarte y regalas toda esta basura.
-¿Basura? Estos vestidos valen una fortuna.
-Para mujeres de más edad, son perfectos. No para ti.
-Y las joyas son…
-Pomposas.
-Sí, ¿verdad? –aceptó, tirando la que tenía en la mano sobre el camastro.
-Necesitas algo que te haga lucir como lo que eres: una mariposa.
-Nick…
-Y una joya adecuada. Algo sencillo y elegante. Algo que haga resaltar tu candidez.
-¿Yo, cándida? –le entró la risa-. Has perdido el juicio.
-Confía en mí y todo saldrá bien –aseguró.
-Confío en ti. Pero, de veras –se volvió entre sus brazos para besarlo en la barbilla-, ¿no es posible excusarnos?
-Ni lo sueñes.
-¡Por todos los tiburones del…!
Nick la silenció con un beso y luego dijo:
-He conocido a algunas damas y puedo indicarte qué…
-¿A cuántas?
-¿Qué?
-A cuántas damas has conocido, Nick.
-Y eso, ¿qué importa ahora?
-Simple curiosidad -le respondió recelosa.
-Jenny, esas mujeres fueron… Bueno, lo que fueron y se acabó. Ahora solo tengo una damita que me interesa y de la que estoy enamorado: tú.
-No soy ninguna dama.
-Enmendaremos eso.
Ella lo miró esperanzada. Hasta entonces, nunca le preocupó dar la imagen de una mujer más o menos bonita y educada; en los lugares que frecuentaba debía mostrarse como un capitán de coraje y no como una estúpida damisela. Pero reconocía que si existía una posibilidad de cambiar, por pequeña que fuera, compartiendo la vida con Nick, era el mejor momento para refinarse un poco.
-¿Crees que conseguiré comportarme como ese tipo de mujeres? ¿Qué podré reír como ellas, hablar como ellas y…?
-¡Dios no lo quiera, chiquilla!
Jenny se enfurruñó y se alejó, saliendo al pequeño balcón de proa, pero él la siguió. De nuevo la enlazó del talle pegándola a su cuerpo.
-Conozco a una mujer que te ayudará con el vestuario, el peinado y… ¿lo llamamos tus bruscos modales?
-¿Una de tus antiguas conquistas?
Nick dio rienda suelta a la risa.
-Tiene casi cincuenta años y me ha visto nacer, pero sí, la conquisté apenas llegué al mundo. Es toda una dama.
-¿Cómo es posible que un vulgar corsario tenga relación con una mujer así?
-No siempre he sido corsario, mi amor. Lady Ariadne es mi mejor amiga y también puedes confiar en ella.
-¡Oh, está bien! –se rindió.
-Iré a visitarla, le hablaré de ti y volveré a buscarte. ¿Estás de acuerdo? Espérame en la posada.
Ella le acarició el brazo, dejó caer su cabeza sobre su pecho y pidió:
-Vuelve pronto.
Published on March 20, 2013 16:01
March 19, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 46

Jenny ronroneó y se acomodó en el hombro masculino.
Se encontraban en Inglaterra. Y llevaban muchas horas encerrados a solas en aquella habitación.
Afuera, una ligera llovizna que empezaba a convertirse en diminutos copos de nieve, tamborileaba contra los cristales de la ventana. Quedaban restos de comida sobre la última bandeja que habían pedido y que habían dejado en el pasillo, junto a la puerta. Era la única muestra de que seguían vivos.
Días antes, cuando viraron en redondo para dirigirse hacia las islas, y echaron el ancla, Isabel había llevado ya a cabo su entrevista con el rey de España. Y les sorprendió la exigencia de la soberana ordenándoles que regresaran con ella a Inglaterra. Aunque en un principio les había dejado partir, en ese momento se había negado a desprenderse de la escolta que le proporcionaban los tres barcos corsarios, puesto que el Gazzelle ya estaba reparado y dispuesto también.
Si a alguno le quedaban ganas de llevarle la contraria, desestimó la idea, porque Isabel regresó de su reunión con el monarca español hecha una furia, haciendo temer a todos en una posible confrontación con España. Por fortuna, el humor de la reina se fue suavizando durante la travesía de vuelta.
Antes de recluirse con Jenny en aquella habitación, Nick había podido escabullirse para mantener una conversación con William White, aprovechando cuando desembarcaron en Londres. Se enteró entonces de que Isabel estaba pensando en el mejor modo de recompensar a Jenny Cook por sus servicios, aparte de haberle entregado ya el barco de Leonard Benson.
-Ella no quiere recompensa alguna -le dijo-. Pero yo sí quiero respuestas. Quiero saber por qué nuestra reina no me ha descubierto. ¿Qué trama, capitán?
-Vos la conocéis mucho mejor que yo, conde –repuso el otro con una sonrisa divertida-. Nuestra soberana puede parecer una mujer adusta y fría, pero al fin y al cabo es mujer. No se le pasó por alto el agobio de la capitana Cook ni su preocupación al veros inconsciente tras la pelea con ese desgraciado traidor. Así que, en lugar de poneros en un brete, decidió que seáis vos mismo el que salga del conflicto. Está convencida, muy convencida, de que tenéis suficiente mano izquierda como para evitar que esa muchacha os corte el cuello cuando se entere de la verdad.
-Me enternece su confianza –gruño Nick.
-Ya lo imagino –se echó a reír-. ¿Qué vais a hacer?
-No tengo ni idea. Pero no pienso dejar que mi título, y mucho menos la misión que me encomendó Isabel, echen al traste mi relación con Jenny.
-Os deseo suerte, Russell –le tendió la mano.
-Voy a necesitarla –repuso él, estrechándosela.
Así que allí estaba ahora, debatiéndose entre la espada y la pared, sin saber muy bien cómo explicarle a Jenny quién era en realidad y los motivos que le habían llevado al Melody Sea. Estaba deseoso de poder ir con ella a las mejores tiendas para comprarle vestidos, sombreros y joyas; todo cuanto deseara. Soñaba con verla ataviada como una dama, pasear con ella por las calles de Londres, perderse por los parques, acudir a veladas musicales… Presentársela a su madre.
Estaba seguro de que Jenny acabaría por apreciar aquella nueva vida y disfrutaría de las compras y los bailes como cualquier joven. Terminaría haciéndolo. Sin embargo, horas antes, cuando se lo había propuesto, ella se había echado a reír. Según le dijo, ya tenía vestidos más que de sobra en los arcones del Melody Sea. Tomados, por supuesto, de los navíos españoles abordados. Y hasta le hizo reír a él comentando la moda femenina española, demasiado severa y fúnebre para su gusto.
Jenny parecía dichosa, pero no engañaba a Nick. Él había conseguido conocerla bastante bien y la mirada huidiza a veces de la muchacha le decía que no todo iba a las mil maravillas.
No erraba en su apreciación. Jenny había aceptado que amaba a Nick Russell con locura, que él la correspondía, pero le costaba trabajo dejarse llevar por las ilusiones. En su mundo, en el mundo que había conocido hasta entonces, todo podía acabar al momento siguiente; en aquel otro que habían decidido emprender juntos, podría suceder otro tanto. Fantaseaba, sí, con tener una casa por la que correteasen unos cuantos chiquillos, con esperar cada noche la llegada de Nick. Pero ¿y sí él se cansaba de llevar una existencia insípida? Por lo que sabía, era un hombre fraguado en la aventura y el peligro, como ella misma, no en vano le había conocido en un lugar tan salvaje como Tortuga. ¿Y si era ella la que terminaba por odiar la monotonía? Una cosa u otra podrían acabar con sus sueños de felicidad.
A Nick, cuando la veía tan pensativa, le envolvía la desagradable sensación de que ella estaba a punto de escapársele entre los dedos.
Se acomodó en el lecho y acarició el cabello oscuro de ella, seda pura entre los dedos.
-¿En qué piensas, mi amor?
-En que va siendo hora de que salgamos de este cuarto, si no queremos que Potter acabe derribando la puerta, temeroso de que estemos muertos.
Nick soltó una carcajada y ella alzó el rostro para mirarle.
-Eres tan, tan hermosa, Jenny.
-Usted tampoco está mal, caballero. Y antes de pedir un baño y vestirnos, quiero que vuelvas a hacerme el amor.
Su descarada petición le divirtió. Esa era la mujer por la que daría la vida: respondona, directa, dominante y descarada. Decía lo que pensaba sin medir las consecuencias.
-Señora mía, me tiene agotado –bromeó, pero ya la estaba colocando bajo su cuerpo y emprendía la búsqueda de las delicias del suyo.
-Tienes las manos ardiendo, Nick –le susurró, mordiéndole después el lóbulo de una oreja-. El resto… ¿está igual?
-Eres una deslenguada.
-Que te gusta.
-Eso es verdad.
-Entonces… ¿qué? –preguntó insinuante, con un brillo pícaro en los ojos.
Nick no pudo resistirse a sus demandas. ¿Cómo hacerlo, si era lo que estaba deseando? No se cansaba de ella. Se levantó de la cama, la tomó en brazos para depositarla en el suelo, arrancó la manta que extendió junto a la chimenea y después, relamiéndose como un gato y haciéndola reír, volvió a alzarla para depositarla sobre la prenda como si fuera la joya más preciada.
Ella le tendió los brazos, reclamándolo.
-Te amo, Jenny –le dijo Nick antes de tomar su boca.
Y el conde de Leyssen le dedicó, durante la siguiente hora, su exclusiva atención.
Capítulo 47
Published on March 19, 2013 16:01
March 18, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 45

Cuando Nick despertó, volvía a encontrarse a bordo del Melody Sea.
Sentía un dolor punzando en las sienes y la herida del brazo le molestaba, pero al menos estaba de una pieza. Le costó un triunfo conseguir incorporarse en el lecho para quedarse recostado en el cabecero del catre porque cada uno de sus músculos protestó. Cerró los ojos, se masajeó la frente por ver si disipaba el zumbido de la cabeza y respiró con cuidado. Un momento más tarde, su mirada recorrió el camarote, reconociéndolo y descubriendo a Jenny. Ella estaba medio sentada, medio tumbada en una silla, dormitando, pero despertó de inmediato, se levantó y se acercó a él, acomodándose a los pies del camastro.
-Cualquier día de estos te matarán, por osado –fue su crudo saludo, aunque iba acompañado por una sonrisa.
-Mira quién habla. Y que lo sepas: si me hirieron fue por mirarte –ella enarcó las cejas-. Aunque debo decir que merece la pena.
Jenny rio de buena gana. Luego se inclinó hacia él y lo besó en los labios. Ni que decir tiene que el conde de Leyssen aprovechó su buena disposición enlazándola con el brazo ileso por la cintura y pegándola a él. Su boca se movió sobre la de ella con apetito hasta escucharla gemir. Al separarse, ambos respiraban aceleradamente.
-¿Cuánto tiempo he estado fuera de combate?
-Dos días.
-¡Dos días por una herida insignificante! –se asombró él.
-Perdiste mucha sangre.
-Era una herida sin importancia –insistió Nick.
-No opinó lo mismo el doctor que te atendió. Ni nuestro matasanos, dicho sea de paso, en el que tengo más confianza que en ese lechuguino que iba a bordo del barco real.
-¿Estaba la reina…? Creí ver a una dama.
-Estaba, sí. La mismísima Isabel armada hasta los dientes –se echó a reír recordando la vehemencia de la soberana dando órdenes cuando todo hubo finalizado.
-Ya. ¿Hubo muchos desperfectos en su nave?
-Poca cosa, aparte de un par de agujeros que ya están reparando. Por nuestra parte, apenas nada, pero el barco de Benson…
-¿Quién es Benson?
-Según la información que nos facilitó, servicialmente, alguno de sus secuaces, el verdadero nombre del sujeto que usurpó mi apellido para atacar a los barcos de la Corona, se llamaba Leonard Benson.
-¿Te dijeron también sus motivos?
-Al parecer, había estado a las órdenes de mi padre. Yo no le recordaba, pero sí Potter y otros de mis muchachos. Fue abandonado en un arrecife como castigo a una violación. Imagino que su móvil era la venganza.
A Nick no le hacía gracia que ella se refiriese a su sanguinaria tripulación como sus muchachos, pero no comentó nada.
-La venganza le salió muy cara.
-Yo podría haber acabado con él. ¿Por qué te interpusiste, Nick?
-Ese tal Benson te habría partido por la mitad, cariño, no nos engañemos. Lo sabes.
-Es posible –asintió ella, echando hacia atrás un mechón del cabello masculino y acariciando luego el puente de su nariz-. Pero posible o no, era mi presa.
-También te equivocas en eso. Ese desgraciado fue mío desde el punto y hora que se atrevió a retarte a ti.
-Eres todo un caballero, ¿verdad? –se burló.
-Solo trato de protegerte, aunque me está costando más de una herida –escuchó la potente voz de Potter en cubierta ordenando levar el ancla y elevó una ceja-. ¿Hacia dónde vamos?
-Regresamos a Tortuga.
-¡¿Qué?! Pero la reina Isabel…
-Su Graciosa Majestad ha decidido no cancelar su reunión. Ahora no corre peligro. Renovó nuestra patente de corso y el barco de Benson nos pertenece, en pago por haberle salvado la vida. Así que seguiremos faenando como hasta ahora, pero con tres naves. He pensado en llamarlas Melody Sea I, II y III. ¿Qué te parece?
-¡Que te falta un tornillo! –exclamó él.
A Nick le exasperó que ella siguiera empecinada en llevar una vida azarosa y llena de peligros. ¿Es que no había tenido suficiente diversión ya? Lo que él quería era que abandonada sus actividades, llevársela a Londres, desposarla y tener varios hijos. Por otro lado, estaba disgustado con la reina. ¿Por qué no había puesto las cartas sobre la mesa? ¿Por qué no había confirmado su verdadera identidad? Hubiera sido lo lógico, aunque después Jenny, sabiéndose burlada, hubiese montado en cólera. Se preguntaba qué estaba tramando Isabel para dejarlo enrolado en una tripulación de corsarios en lugar de sacarlo del atolladero. Si al menos hubiese podido hablarle a solas…
-Jenny… Si yo pudiera ganarme la vida en tierra, ¿estarías dispuesta a abandonar el mar y venir conmigo? –preguntó de repente.
El semblante de ella se oscureció. ¿Dejar su barco? Sus barcos, rectificó. ¿Olvidarse de su tripulación? ¿Renunciar a la aventura y a la libertad? Pero la idea de vivir junto a Nick se le antojaba un sueño.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que no soporto más verte enzarzada en una pelea tras otra. Que no aguanto que sigas arriesgando tu cabeza ni arriesgar la mía por estar pendiente de ti. ¡Por todos los santos, mujer! ¡Ese maldito Benson podría haberme matado!
-¡Nadie te dio vela en el entierro! –se le enfrentó ella-. Puedo agradecerte que acabaras con él, pero no voy a olvidar que me arrebataste mi propia venganza.
-¡Cristo! –se dejó caer sobre los almohadones y se cubrió los ojos con un brazo- Acabaré por estrangularte, Jenny, te lo juro. Acabaré por hacerlo.
-Puede que antes lo haga yo, señor Russell.
-Así que vuelvo a ser señor Russell.
Jenny se puso en pie, dispuesta a abandonar el camarote, pero Nick se lo impidió atrapándola y haciéndola caer sobre el lecho. Furiosa, se volteó para agredirlo y él se vio en dificultades para someter a ese torbellino de mujer que lo desesperaba y excitaba a la vez. Cuando consiguió doblegarla, manteniéndola sujeta bajo su cuerpo, volvió a besarla y luego dijo:
-Jenny, no entiendes nada de nada.
-¿Qué diantre debo entender? ¡Y Suéltame, Nick!
-No entiendes que se me encoge el alma cuando te veo luchar. No entiendes que una vida de corsario no es para una muchacha. No…
-¡Mi padre era corsario!
-¡Tu padre era un hombre!
-¡Ahí quería yo llegar, maldito seas! –le gritó, hecha un basilisco mientras forcejeaba para liberarse de su abrazo-. Así que no soy más que una pobre mujercita, incapaz de llevar a cabo la tarea de un varón, alguien tan masculino y arrogante como tú. Una simple mujer que debería estar en casa, cosiendo y cuidando de varios mocosos. ¿Es eso?
-¡Sí! ¡Es eso! Cuidando de mí y de nuestros hijos. Porque te quiero. Porque quiero llevar una vida junto a ti, tenerte en mi cama, reír contigo y envejecer juntos.
Vale. Ya lo había dicho. Ahora no había vuelta atrás. O ella le aceptaba o lo mandaba al cuerno.
Jenny enmudeció y se quedó muy quieta. Él aguardó su reacción, tenso como una cuerda de violín, esperanzado por un sí, pero temiendo una rotunda negativa. Se juró que si ella se oponía, la raptaría y se la llevaría a Londres atada y amordazada, aunque tuviera que pasar sobre el cadáver de Potter y por encima de toda la maldita tripulación del Melody Sea. Pero lo que obtuvo fue una sonrisa que se fue abriendo paso en los labios femeninos, y un brillo alentador en los ojos verdes de Jenny.
-De modo que te has enamorado de mí.
-Eso acabo de confesar, ¿no es cierto? –hundió el rostro en el cuello de ella y la abrazó con más fuerza-. Búrlate si quieres, bruja, pero es así: estoy perdidamente enamorado de ti.
Jenny consiguió liberar sus brazos para enroscarlos a su cuello. Lo atrajo lentamente hacia ella, buscando ya su boca y los besos que deseaba más que nada en el mundo.
Mecidos por la marea que balanceaba el barco, mientras la noche caía en el exterior oscureciendo la cabina y envolviéndoles en el silencio, volvieron a unirse cumpliendo el rol de los amantes.
Ya habría tiempo de decirle a Potter que cambiara el rumbo y pusiera proa a Inglaterra.
Capítulo 46
Published on March 18, 2013 16:01
March 15, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 44

Bajo las impetuosas acometidas de Russell, atacando en aspa, Benson fue retrocediendo dejando que se confiase. Una estratagema que le había dado buenos frutos en otras querellas. Cuando menos lo imaginaba Russell realizó un giro inesperado y adelantó su brazo. Nick saltó a tiempo de evitar que el sable se alojase en su pecho y pugnó, con más tesón, obligando al otro a retroceder nuevamente. Comenzó entonces un toma y daca de golpes donde ambos midieron sus fuerzas, sudorosos, enajenados y arropados por la expectación más absoluta.
A Jenny el corazón se le escapaba por la garganta porque, minutos después, lejos de ver vencedor a Nick, se daba cuenta de que él empezaba a parar los embates de su enemigo con menos agilidad. Tenía la manga de la camisa empapada en sangre y, aunque seguía peleando valientemente, ella tuvo la certeza de que la herida lo estaba debilitando. Dio un paso adelante, pero la mano de Potter sujetó su brazo impidiéndole interferir.
Jenny estaba en lo cierto: Russell comenzaba a sentir un ligero vahído y la fuerza de su brazo lastimado disminuía a cada segundo que pasaba. Pero estaba lejos de encontrarse vencido. Echó mano de cuanto recurso pudo: de sus múltiples clases de esgrima a que su tutor le obligara y que ahora agradecía, de su experiencia y, sobre todo, del odio ciego que gobernaba cada uno de sus movimientos. Una finta hábil, un ataque, una defensa inmejorable… A pesar del dolor que se iba adueñando de sus cansados músculos, se le escapó una sonrisa viendo que su enemigo comenzaba también a perder fuelle.
Pensó tener la batalla ganada.
Y entonces, Leonard…
Benson estaba acostumbrado a las riñas sucias. Él no había estudiado esgrima entre caballeros, sino aprendido el manejo de las armas en los peores tugurios y contra sujetos deleznables que nada entendían de honor. Simuló que resbalaba sobre cubierta y dejó, por un momento, bajas sus defensas.
Nick, a pesar de su rabia, reaccionó como el hombre intachable que era y, en lugar de acabar con él, se reprimió, dándole la posibilidad de rehacerse.
Desde la cubierta superior, Jenny dejó escapar una exclamación y Potter una sonora blasfemia. A su lado, una dama en la que nadie había reparado, ocupados como estaban todos en el fragor del desafío, apretaba con los dedos blancos por la tensión una daga enjoyada de pequeñas proporciones, atónita, observando pelear a muerte a uno de sus más allegados y estimados nobles.
Viendo que su artimaña había surtido efecto, Leonard atacó y su sable colisionó con tal fuerza en el de Russell que el arma voló por los aires y se estrelló en cubierta, unos metros más allá.
Nick se hizo cargo de su precaria situación en un segundo. El otro no iba a tener la misma deferencia que él le demostrara momentos antes. No lo pensó dos veces: se lanzó en picado al suelo, resbaló sobre la cubierta húmeda de agua y sangre, estiró la mano para recuperar su sable y…
De los labios de Benson salió un grito de frustración. De dos zancadas llegó hasta su rival y alzó el brazo armado para ensartarlo traicioneramente por la espalda.
También Nick clamó, pero fue cuando sus dedos se engarfiaron por fin en la empuñadura de su sable. Giró sobre sí, desesperado, sujetándolo con ambas manos, en el mismo instante que el arma enemiga se disponía a darle muerte.
El acero quedó alojado en el pecho de Benson.
El falso Cook abrió mucho los ojos. Los clavó primero en el arma que lo atravesaba y en el flujo rojo que empezaba a manchar sus ropas. Luego, lentamente, los desvió hacia la mirada helada y gris del hombre que acababa de mandarlo a los confines de Lucifer. Sus miembros perdieron fuerza, dejó caer su sable y su cuerpo se dobló hacia delante.
Nick se hizo a un lado, levantándose con cierto esfuerzo, dolorido, extenuado y próximo a perder la consciencia, dejando que su enemigo se estrellase contra el suelo.
Hubo un momento de tensión y después estalló una algarada de gritos por parte de los corsarios de Jenny y la tripulación de William White. Se encontró rodeado por sus compañeros y por hombres que lucían uniforme. Todos le felicitaban y palmeaban su espalda, satisfechos de su triunfo. Pero sus ojos empezaban a velarse. En medio de la mortaja que comenzaba a envolverlo, buscó el rostro de Jenny. Ella le miraba, desde la cubierta superior, con una sonrisa henchida de orgullo y amor. No necesitaba nada más. Junto a ella, otra mujer, vestida como una dama, le regalaba también una mirada complacida, pero ya no pudo distinguir sus facciones. Se le doblaron las piernas y ni se enteró de que cayó desmayado en brazos de Potter.
A cierta distancia, el capitán White, que lo había reconocido, exclamó en voz alta:
-¡Nada menos que el co…!
-Que el corsario que ha terminado con una amenaza para Inglaterra, capitán –le interrumpió a tiempo la propia Isabel, evitando que descubriese su identidad.
White se asombró al verla allí, a su lado, mirándole con severidad y armada con una daga. Comprendió lo que ella le ordenaba sin palabras y guardó silencio.
Nick tampoco supo que Jenny llegó hasta él abriéndose camino a codazos, y se encargó personalmente de que fuera llevado a un camarote, hecha un mar de lágrimas.
Published on March 15, 2013 16:03
March 14, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 43

Mientras tanto, ajeno a la locura que ideaba la reina, Nick Russell se batía a muerte.
El filo de un sable pasó tan cerca de su oreja izquierda que le obligó a soltar una apagada maldición. Adelantó su brazo derecho atravesando el pecho de su enemigo, a la vez que lanzaba una escalofriante patada al que se acercaba a él por un costado. Se olvidó del primero para rematar al segundo y buscó un nuevo rival. Pero su mayor preocupación residía en el peligro que Jenny corría, zambullida como una demente en la contienda. No conseguía verla por ninguna parte y empezó a temerse lo peor.
Un espasmo de pánico le retorció las entrañas cuando, por fin, pudo descubrirla saltando hacia la nave real.
Momentáneamente distraído, pendiente de su seguridad, no pudo evitar que el arma de uno de sus antagonistas le hiriese en el brazo. Embistió contra el que le atacaba con renovados bríos, obviando la sangre que comenzaba a cubrir su camisa. No sentía dolor ni tenía tiempo para preocuparse por un leve corte cuando su vida y la de Jenny estaban en juego. Con un golpe preciso seccionó la yugular del otro y volvió a buscar, enardecido, la figura de su impetuosa capitana. Ella se batía ya con el empuje y la gallardía que le caracterizaba.
-¡Hija de Satanás! –rumió entre dientes.
Abriéndose paso entre sus adversarios a base de mandobles desesperados, corrió hacia la posición de Jenny, sintiendo que se le encogía el corazón cuando vio avanzar hacia ella, por la espalda, a dos contrincantes. Ella no se percató del peligro, más interesada en el sujeto alto y fornido que la esperaba, sable en mano, con un rictus de ironía en los labios.
Nick no pudo llegar a ellos antes de que el acero de sus sables chocasen, pero sí fue consciente del gesto de dolor de Jenny ante la brutal acometida del individuo que parecía retarla a ella, y solo a ella. No era de extrañar, porque se estaba enfrentando con un tipo que le sacaba dos cabezas y ante cuya corpulencia llevaba todas las de perder. Contrariamente a lo que esperaba Nick, ella no se amilanó y atacó en firme, haciendo incluso retroceder a su adversario.
Benson eludió una nueva ofensiva de la muchacha encaramándose a la baranda y saltando a la cubierta inferior.
Jenny hizo ademán de seguirlo, pero no pudo: un brazo de acero se ciñó a su cintura, cortándole la respiración, y se vio lanzada a un lado como si fuese un pelele, cayendo aparatosamente al suelo. Con los ojos enceguecidos por la cólera, buscó a su oponente.
-¡¡Nick!!
Fue una protesta rabiosa más que una expresión asombrada. ¡Demonio de hombre! Volvía a interponerse, queriendo protegerla, cuando ella lo que más deseaba era acabar con el sujeto que había enlodado su nombre. Viéndole saltar en pos del otro se arrancó con una maldición.
La pelea fue perdiendo intensidad cuando la tripulación del barco real, unida a la del Melody Sea, fue ganando posiciones. Muchos de los hombres de Benson yacían ahora en cubierta, heridos o muertos, y comenzaba a escucharse gritos de victoria cuando el resto rendía sus armas.
Pero para Leonard y Nick, que ganaran unos u otros parecía carecer de importancia. Lo lógico hubiera sido que el conde de Leyssen exhortara a doblar la rodilla al otro, o que Benson depusiera su sable puesto que estaba ya en inferioridad de condiciones. Sin embargo, no hicieron nada semejante. Ambos habían tomado ya una determinación: cruzar sus armas.
Para Leonard, la porfía significaba, en el mejor de los casos, morir peleando, porque de otro modo acabaría en la horca. Para Nick, representaba la venganza hacia el hombre que había puesto en peligro la cabeza de la mujer a la que amaba. Como agente de la reina, como aristócrata que había jurado defender los intereses de Inglaterra, y como enamorado, no podía renunciar a verter la sangre de su contrario.
Un gesto feroz atravesó el semblante de Benson estudiando al individuo que lo retaba. Sin duda alguna, su enemigo era un hombre peligroso. Muy peligroso. Sus ojos, tan fríos como el acero que manejaba, irradiaban una furia que no había visto hasta entonces. El clamor de la batalla dio paso a un silencio sobrecogedor. Todos estaban pendientes de aquella última reyerta. Apenas se escuchó alguna apagada exclamación cuando Nick se arrojó hacia el otro. Se encontraron los aceros, que levantaron chispas, y comenzó una pelea sin cuartel.
Published on March 14, 2013 16:01
March 13, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 42

En la nave en la que viajaba la reina, se extendió el desconcierto, tal y cómo había sucedido entre la tripulación del auténtico Melody Sea.
Cuando vieron aparecer a la segunda galeaza, el capitán White pensó que todo estaba perdido. En un primer momento, dio orden de disparar también contra los que se acercaban, pero de inmediato revocó la misma advirtiendo su maniobra. No parecían interesados en atacarlos a ellos, sino al otro navío. Se abrió en su corazón la luz de la esperanza y centró todos sus esfuerzos en mantener a raya a sus primigenios rivales intensificando el fuego de los cañones que aún quedaban en funcionamiento.
En el Melody Sea, Potter también dio orden de abrir fuego. Uno de los palos mayores de los contrarios fue alcanzado sembrando el caos en cubierta y algunos hombres perecieron al caerles encima el amasijo de madera y velas.
-¡Preparados para el abordaje! –se pudo escuchar claramente la voz de Jenny entre el griterío de los que caían bajo las balas de los arcabuces y el estruendo de la artillería pesada.
Como si su orden hubiera chocado contra la espalda del sujeto que capitaneaba el otro Melody, éste se volvió en redondo. Sus ojos se quedaron fijos en Jenny y una sonrisa demoníaca estiró sus labios. Haciendo gala de un sarcasmo sin precedentes, ejecutó una reverencia dedicada a ella. Jenny le respondió de igual modo y luego, alzó su puño cerrado, estiró el pulgar y lo inclinó hacia abajo, en un diáfano gesto que él entendió perfectamente.
El falso Cook no varió un ápice su inicial intención de tomar el barco real e instó a su tripulación a tal fin. Él tenía una nave mejor equipada, estaba seguro de la fiereza de sus hombres y no le amedrentaba enfrentarse a la tripulación el barco inglés y a los infelices a los que mandaba una muchachita, por mucho que se hiciera llamar capitán. Además, su juego quedaba al descubierto con la aparición del genuino Cook, y solo le quedaba hundirlos y echar a pique a sus iniciales víctimas si quería mantener el anonimato. Después, cambiaría el nombre de su barco y seguiría faenando como si nada tuviera que ver en el suceso. Como consecuencia, Cook sería tachado de traidor; ya se encargaría él de hacer correr la voz de haber sido testigo del enfrentamiento.
Jenny hubiera deseado luchar sobre la cubierta de la réplica de su barco, pero le quedó claro que la batalla se iba a desarrollar en la del navío inglés. Poco le importaba si daba caza a aquel hombre en una u otra embarcación, porque iba a mandarlo al infierno y limpiar el apellido de su padre. Aceptó por tanto el campo elegido por su enemigo y modificó su orden original, ordenando abordar el barco de la reina.
Como un enjambre de abejas enloquecidas, una y otra tripulación lanzó sus ganchos que se trabaron en las barandas. En escasos minutos, el barco del capitán White se llenó de hombres barbudos, malencarados y desaseados que se animaban e incitaban a sus compañeros a la batalla a fuerza de un griterío ensordecedor.
Curiosamente, la tripulación de White pareció quedar relegada a un segundo plano. Los seguidores del hombre de cabellera oscura se lanzaron como fieras contra los que llegaban en su ayuda. Resultaba una escena irreal y al capitán inglés le pareció estar inmerso en una pesadilla. Más aún, cuando vio saltar a su cubierta a aquella muchacha cuyos ojos impactaron con los suyos durante unos segundos, un instante antes de que ella se sumergiese, sable en mano, como un corsario más, en medio de la encarnizada contienda.
Leonard Benson, como realmente se llamaba el hombre que había tomado el del padre de Jenny, no se había equivocado al evaluar los destrozos causados por sus cañones: aparte de los desperfectos en cubierta y la pérdida de uno de los palos mayores y varias velas, habían conseguido abrir un par de vías de agua que, de no ser reparadas prontamente, lo llevarían a hundirse.
Abajo, en el camarote ocupado por la reina y sus damas de compañía, la situación era ya insostenible. Isabel había desistido en su intento de calmar a las muchachas y decidió actuar. Lo hizo con la misma frialdad con que tomaba todas y cada una de las disposiciones que afectaban al país. Con la misma resolución que la había llevado a conseguir el trono frente a sus múltiples enemigos, los partidarios de María, convirtiéndose en reina de Inglaterra e Irlanda. ¡Ella era la hija de Enrique VIII y Ana Bolena! Debía hacer honor a su estirpe y no pensaba convertirse en rehén de nadie o dejar que derramaran su sangre sin presentar batalla.
Hizo a su lado a las otras dos, atravesó el camarote y abrió uno de los arcones. Al volverse hacia las jóvenes, mostraba en su mano una daga. Era un arma pequeña en cuya empuñadura estaban engarzadas tres gemas preciosas; más un adorno que un puñal de defensa. Pocos sabían que siempre la llevaba consigo cuando salía de palacio, bien fuera entre su equipaje, bien escondida entre las ropas, porque siempre la guardaba personalmente.
Miró la daga con cariño, recordando quién se la había regalado hacía años: un hombre al que amó desesperadamente y al que hubo de renunciar por el bien de Inglaterra. Un hombre al que no olvidaría nunca y a causa del cual había terminado por convertirse en La Reina Virgen, amargada, calculadora y resentida.
Un momento después, Isabel, reina absoluta de Inglaterra, ante el asombro de sus dos damas, abría la puerta del camarote dispuesta a vender cara su vida.
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Published on March 13, 2013 16:01
March 12, 2013
Capitán Jenny - Capítulo 41

CUARENTA Y UNO
El Melody Sea redujo la distancia que le separaba de los combatientes en pocos minutos, hasta situarse tan cerca del barco atacante que pudieron ver claramente a la tripulación contraria.
Jenny Cook no podía reaccionar. Simplemente, no podía dar crédito a lo que estaba desarrollándose ante sus ojos: el navío pirata que atacaba al que llevaba insignia real ostentaba, en un costado, el mismo nombre que el suyo.
Una y otra nave se asemejaban de tal modo que parecía una pesadilla: idéntico velamen, igual color de pintura, el mismo mascarón de proa en forma de sirena cuya cola se enroscaba en el cuerpo de madera. El otro era un barco de mayor calado y, por lo que pudo apreciar, ligeramente mejor armado. Sin embargo, para cualquiera que no conociese perfectamente al auténtico Melody Sea, aquel navío podía pasar por el que estaba bajo su mando.
Ahora comprendía las bravuconadas de Lampierre cuando se enfrentaron. El francés no había mentido, realmente deberían haber llegado a sus oídos los ataques perpetrados por sus imitadores. Una cólera ciega la embargó.
Nick también descubrió la verdad de inmediato, como Potter y algunos marineros. Hubo un momento de confusión en que unos y otros intercambiaron miradas aturdidas, preguntándose cómo era posible. El conde de Leyssen se las ingenió para hacer que los hombres olvidasen todo lo que no fuese centrar su interés en lo que acuciaba: interceptar a los agresores y enfrentarse a ellos.
A pesar del asombro, y de darse cuenta de que iban a luchar contra un barco mejor armado, una alegría sin límites le recorrió el cuerpo. Ahora se confirmaba lo que siempre creyó: Jenny era inocente. Frente a ellos tenía al verdadero culpable y, por tanto, ya no pesaba sobre ella una acusación de traición que no se sostenía.
Los ojos oscuros y fríos del sujeto que se hacía llamar Cook, brillaron de furia. Blasfemó viendo acercarse a la otra nave. Una nave que conocía muy bien porque había faenado en ella.
Hacía tiempo que se había jurado vengar la afrenta que le hiciera Adrian, el hombre que había sido su capitán y al que robase el nombre. El auténtico Cook había mandando que lo azotaran por violar a una mujer y luego, convertido en un guiñapo, lo había dejado abandonado en una isla con escasas provisiones. Escapó de aquel arrecife perdido de puro milagro, gracias a un barco mercante que lo recogió cuando, falto de alimento y agua, estaba a punto de morir. Pero no olvidaba ni el dolor del castigo ni la vergüenza a la que fue sometido.
Cuando supo de la muerte de Adrian, su inquina no disminuyó, porque aunque había desaparecido el hombre del que quería vengarse, quedaba su hija, Jenny. Ella sería entonces la que pagase por las culpas de su padre y, atacando barcos de bandera inglesa, había conseguido socavar su nombre. Sus contactos en Londres le habían asegurado que, hacía meses, el capitán Cook estaba en el punto de mira de la Corona. Y por todos los infiernos que vería a la muchacha en prisión… o colgada.
Sin embargo, el destino acababa de darle un revés que no esperaba: el auténtico Melody Sea se acercaba a ellos y era imposible burlarlo. Si Jenny Cook unía sus fuerzas al otro barco, sus expectativas de éxito se mermaban.
El falso Melody envió dos descargas más contra la nave real, alcanzando la baranda de babor que desapareció junto a un par de desgraciados sujetos que cayeron al mar.
-¡A estribor! –ordenó Jenny- ¡Gordon, sitúanos a estribor!
El aludido hizo lo que le pedían. Era un tipo fuerte como un toro, bruto, bebedor infatigable y tenía un par de asuntos pendientes con la justicia. Pero también era un excelente timonel. No había secretos para él en lo que se refería a llevar una nave, y lo hacía con mimo, como si estuviera danzando con una mujer. Lo demostró una vez más, girando a toda prisa y poniendo el Melody Sea en la posición conveniente, justo cuando los del otro barco estaban listos para el abordaje.
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Published on March 12, 2013 16:01
Reseña. Rivales de día, amantes de noche
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.
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