Capitán Jenny - Capítulo 43


CUARENTA Y TRES


Mientras tanto, ajeno a la locura que ideaba la reina, Nick Russell se batía a muerte.

El filo de un sable pasó tan cerca de su oreja izquierda que le obligó a soltar una apagada maldición. Adelantó su brazo derecho atravesando el pecho de su enemigo, a la vez que lanzaba una escalofriante patada al que se acercaba a él por un costado. Se olvidó del primero para rematar al segundo y buscó un nuevo rival. Pero su mayor preocupación residía en el peligro que Jenny corría, zambullida como una demente en la contienda. No conseguía verla por ninguna parte y empezó a temerse lo peor.

Un espasmo de pánico le retorció las entrañas cuando, por fin, pudo descubrirla saltando hacia la nave real.

Momentáneamente distraído, pendiente de su seguridad, no pudo evitar que el arma de uno de sus antagonistas le hiriese en el brazo. Embistió contra el que le atacaba con renovados bríos, obviando la sangre que comenzaba a cubrir su camisa. No sentía dolor ni tenía tiempo para preocuparse por un leve corte cuando su vida y la de Jenny estaban en juego. Con un golpe preciso seccionó la yugular del otro y volvió a buscar, enardecido, la figura de su impetuosa capitana. Ella se batía ya con el empuje y la gallardía que le caracterizaba.

-¡Hija de Satanás! –rumió entre dientes.

Abriéndose paso entre sus adversarios a base de mandobles desesperados, corrió hacia la posición de Jenny, sintiendo que se le encogía el corazón cuando vio avanzar hacia ella, por la espalda, a dos contrincantes. Ella no se percató del peligro, más interesada en el sujeto alto y fornido que la esperaba, sable en mano, con un rictus de ironía en los labios.

Nick no pudo llegar a ellos antes de que el acero de sus sables chocasen, pero sí fue consciente del gesto de dolor de Jenny ante la brutal acometida del individuo que parecía retarla a ella, y solo a ella. No era de extrañar, porque se estaba enfrentando con un tipo que le sacaba dos cabezas y ante cuya corpulencia llevaba todas las de perder. Contrariamente a lo que esperaba Nick, ella no se amilanó y atacó en firme, haciendo incluso retroceder a su adversario.

Benson eludió una nueva ofensiva de la muchacha encaramándose a la baranda y saltando a la cubierta inferior.

Jenny hizo ademán de seguirlo, pero no pudo: un brazo de acero se ciñó a su cintura, cortándole la respiración, y se vio lanzada a un lado como si fuese un pelele, cayendo aparatosamente al suelo. Con los ojos enceguecidos por la cólera, buscó a su oponente.

-¡¡Nick!!

Fue una protesta rabiosa más que una expresión asombrada. ¡Demonio de hombre! Volvía a interponerse, queriendo protegerla, cuando ella lo que más deseaba era acabar con el sujeto que había enlodado su nombre. Viéndole saltar en pos del otro se arrancó con una maldición.

La pelea fue perdiendo intensidad cuando la tripulación del barco real, unida a la del Melody Sea, fue ganando posiciones. Muchos de los hombres de Benson yacían ahora en cubierta, heridos o muertos, y comenzaba a escucharse gritos de victoria cuando el resto rendía sus armas.

Pero para Leonard y Nick, que ganaran unos u otros parecía carecer de importancia. Lo lógico hubiera sido que el conde de Leyssen exhortara a doblar la rodilla al otro, o que Benson depusiera su sable puesto que estaba ya en inferioridad de condiciones. Sin embargo, no hicieron nada semejante. Ambos habían tomado ya una determinación: cruzar sus armas.

Para Leonard, la porfía significaba, en el mejor de los casos, morir peleando, porque de otro modo acabaría en la horca. Para Nick, representaba la venganza hacia el hombre que había puesto en peligro la cabeza de la mujer a la que amaba. Como agente de la reina, como aristócrata que había jurado defender los intereses de Inglaterra, y como enamorado, no podía renunciar a verter la sangre de su contrario.

Un gesto feroz atravesó el semblante de Benson estudiando al individuo que lo retaba. Sin duda alguna, su enemigo era un hombre peligroso. Muy peligroso. Sus ojos, tan fríos como el acero que manejaba, irradiaban una furia que no había visto hasta entonces. El clamor de la batalla dio paso a un silencio sobrecogedor. Todos estaban pendientes de aquella última reyerta. Apenas se escuchó alguna apagada exclamación cuando Nick se arrojó hacia el otro. Se encontraron los aceros, que levantaron chispas, y comenzó una pelea sin cuartel. 




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Published on March 14, 2013 16:01
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Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

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