Nieves Hidalgo's Blog: Reseña. Rivales de día, amantes de noche, page 46

April 5, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 59

CINCUENTA Y NUEVE





La tormenta era más fuerte de lo que Nicholas había previsto y no puso impedimento a que el capitán de Bella Melissa arriara velas. Rezongó entre dientes el temporal porque le retrasaba en su deseo de avistar el barco de Jenny. Si ella estaba lo suficientemente lejos como para librarse de la borrasca, podría perderle la pista.

Sin embargo, Potter acababa de dar las mismas órdenes que el capitán Rogers y la tripulación del Melody Sea se aprestó a recoger trapo.

Nick consintió por fin en bajar al camarote para cambiarse de ropa y descansar un poco. En ello estaba cuando, a través del ruido del aguacero que castigaba el navío, escuchó la voz del vigía:

-¡Barco a la vista!

Subió a cubierta como una exhalación, solicitó un catalejo y enfocó a la otra nave. Soltó una larga carcajada devolviendo el instrumento a Rogers. Luego afianzó las manos en la baranda y dijo:

-Te pillé, bruja.





Jenny pasó el catalejo a Alex torciendo el gesto.

-Bandera inglesa -confirmó.

-Y parece que están ansiosos por darnos alcance. No me gusta llevar a una nave pegada a mi trasero.

-Voy al camarote, estoy empapada. Vigila a ese barco. Si se acerca más de lo prudente, avísame. A estas alturas, poco me importa enviarle una andanada que les quite las ganas de seguirnos.





Nick era un manojo de nervios.

-¡Por todos los demonios, señor Rogers! –bramó dando un palmetazo- ¡Se nos van a escapar!

El otro le miró con gesto hosco. La tormenta había quedado atrás y llevaban todas las velas izadas, pero el barco no tenía alas, cosa que parecía ser lo que deseaba el joven conde.

-Hacemos todo cuanto podemos, señor.

-¡Pues hagan más!

Tardaron más de dos horas en dar alcance al Melody Sea. De pronto, sin previo aviso, les sorprendió el retumbar de cañones y a punto estuvieron de ser alcanzados. Rogers dio de inmediato la orden de zafarrancho.

-¡Capitán, saque bandera blanca! –le ordenó Nick - ¡Maldita sea, muestren esa puñetera bandera de una vez! –se volvió hecho una furia – Hija del diablo. Así que quieres hundirme.





Potter avistó trapo blanco y dio orden de no disparar.

Jenny llegó junto a él a la carrera.

-¿Qué pasa? ¿Por qué has disparado?

-¿No dijiste que una andanada de advertencia les quitaría las ganas de besarnos el trasero?

-¡Mierda, Alex! Es un barco inglés. ¡Por todos los santos!

-Y si no me equivoco, a bordo va alguien a quien no deseas ver, muchacha. Echa un vistazo a la bandera que ondea bajo la inglesa.

Ella le arrebató el catalejo, hizo justamente eso y se lo devolvió con mano temblorosa. Se había quedado pálida como un muerto.

-¡Hijo de perra! Manda abrir fuego, Alex.

-¿Estás loca?

-Es una orden.

-Que no voy a cumplir, jovencita. Han izado bandera blanca.

-¡Me importa poco! Da orden de abrir fuego o lo hago yo, Alex.

Potter la atrajo hacia sí tomándola de un brazo y la zarandeó de tal modo que a Jenny se le cayó el pañuelo que le cubría el cabello.

-Si estás decidida a que te ahorquen por atacar a un barco de bandera inglesa que se ha rendido, mejor sería que yo mismo te rebanase el cuello.

-¡Es uno de sus barcos!

-No soy ciego.

-No quiero que se me acerque –dejó escapar un gemido de angustia.

-No nos queda otro remedio. Tal vez Nick no vaya a bordo y solo traigan un recado de vuestra abuela.

-¡Y un cuerno! –repitió la muchacha.

-Sea lo que sea, voy a dejar que se acerquen.

Jenny maldijo entre dientes, bajó al camarote y, cuando subió de nuevo a cubierta, lo hizo con el sable colgando a su cadera. Potter puso los ojos en blanco, rezando para que el conde de Leyssen se hubiera quedado en Londres o aquello acabaría mal. Empezaba a cansarse de ver a Jenny siempre en plan de guerra.


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Published on April 05, 2013 15:01

April 4, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 58

CINCUENTA Y OCHO





Acodado en la baranda de estribor, Nick dejó que su mirada se perdiera en la inmensidad de las aguas. El viento azotaba su rostro, lo despeinaba y se colaba por entre sus ropas, pero no lo sentía.

-Deberíamos recoger velas, milord –recomendó alguien a su lado.

Echó un vistazo al cielo encapotado.

-Aún no, señor Rogers. Aún no.

-No podemos seguir navegando a este ritmo si estalla la tormenta.

-El Bella Melissa aguantará el temporal. Estamos cerca.

George Rogers, el hombre que capitaneaba la nave, puso los ojos en blanco. Luchar contra los sentimientos de un hombre enamorado no entraba en sus planes. Y su patrón lo estaba hasta la médula. Amaba aquella nave como si se tratara de un hijo, pero correría el riesgo de seguir surcando el océano con todo el velamen desplegado, ya lo había hecho otras veces.

Nick le vio hablando con el contramaestre y sonrió. Si alguien era capaz de burlar la tempestad en alta mar y mantener intacta la nave era Rogers. Y él conocía la mejor nave de su propiedad lo suficiente como para saber que no se hundiría. Se sentía tan vivo y lleno de energía que le hubiese gustado gritar su entusiasmo a los cuatro vientos.

Le había costado hacerse a la idea pero, una vez tomó la decisión, no dejaría que nadie, ni siquiera la más feroz de las tormentas, le alejara de su objetivo. Aquella era la vida que le gustaba a Jenny y él iba a unirse a la mujer que amaba aunque tuviera que romperle el cuello.

Una semana sin ella se le había hecho infinita y casi acabó con sus nervios. Pero su madre, y la abuela de Jenny, le habían convencido de que la muchacha necesitaba tiempo. Tiempo para asimilar que era una heredera y despedirse de su vida anterior. Él prometió esperar. Y rompió su promesa tres días después, loco de impaciencia. Tenía que aclarar las cosas y por Dios que las aclararía, le gustase a ella o no.

-Te alcanzaré, Jenny. Maldita sea tu alma corsaria, voy a encontrarte.





A pocas millas de distancia, sobre la cubierta del Melody Sea, otra voz, menos ronca pero igual de rabiosa, repetía palabras similares:

-Condenada sea tu alma, Nick –gimió Jenny, incapaz de olvidar al hombre por el que su corazón sangraba.

-Renegar no ayuda en nada, muchacha.

Ella lanzó una furiosa mirada hacia Potter. Aún no le había perdonado haberla mantenido en la ignorancia durante tanto tiempo.

-¿Por qué, Alex?

Él supo a qué se refería. Encogió un hombro y se acomodó a su lado apoyando los antebrazos en la baranda.

-Deberíamos arriar velas –dijo por toda respuesta.

-¡Vete al infierno! Te he hecho una pregunta y creo que ya es hora de que contestes.

-Tu padre me lo hizo prometer.

-¿Te hizo prometer guardar silencio sobre mi familia?

-Tenía miedo.

-¿De qué?

-De que quisieras saber de ellos. De que ellos te reclamasen. Lady Eleanor fue el gran amor de su vida, no quiso a ninguna otra mujer. Podría habérsela llevado de Inglaterra –se volvió para apoyarse en los codos y elevó la mirada hacia el alto de los mástiles-, pero no quiso arrastrarla a un futuro incierto, a que renunciara a cuanto le pertenecía. Por eso se marchó sin saber que tu madre ya te esperaba. Cuando se enteró de que existías y supo de su muerte, te raptó. Eras lo único que le quedaba de lady Eleanor, lo único por lo que merecía la pena seguir viviendo. Para entonces ya había hecho fortuna más que suficiente y podría darte una vida de opulencia. No contaba con que tú te negarías a separarte de él y acabó por asumirlo.

-Debería haberse sincerado conmigo, Alex.

-No tuvo valor. Muchas veces lo vi llorar, muchacha, atormentado, rompiéndosele el alma entre la necesidad de tenerte a su lado o devolverte a Inglaterra para que gozaras del título que te correspondía.

-Poco me importaba un título, amigo mío. Y sigue sin importarme.

-Lo sé. Pero él, no. Tú eras feliz en el barco y acabó por aceptarlo. Pero me hizo prometer guardar silencio para siempre. No quería que lo maldijeras si te enterabas.

-¡Por Dios! ¿Cómo maldecir al hombre que me dio la vida, Alex? ¿Cómo hacerlo cuando me sentí mimada por él a cada segundo? –se desesperó-. La culpa también fue mía. Muchas veces quise preguntarle quién era mi madre, por qué me había rogado que guardara siempre el camafeo. En cada ocasión que sacaba el tema él se ponía triste y yo desistía.

-Sufría recordándola, muchacha.

-Ahora lo sé. ¡Como sé que el hombre del que me enamoré es un despreciable farsante! –estalló.

-¿No sería mejor decir… el hombre del que sigues enamorada?

-¡Y un cuerno!

Poter sonrió de oreja a oreja viendo que se le subían los colores a las mejillas.

-Me pregunto qué harías si Nick apareciera.

-¡Te juro que lo atravesaría con mi sable!

-¿De veras?

Jenny apretó los dientes escuchando su ronca risa y volvió a maldecir al petulante conde de Leyssen y, de paso, a todos los hombres de la Tierra.


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Published on April 04, 2013 15:01

April 3, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 57

CINCUENTA Y SIETE




Posó las piernas sobre la mesita lacada y se sirvió una copa más. Había perdido ya la cuenta de las que llevaba consumidas tras dos días encerrado en aquella sala, sin probar bocado. Estaba ebrio pero ¿qué más daba cuando su vida era un completo desastre?

A su cabeza volvió, por millonésima vez, la mirada fría de Jenny cuando todo se descubrió. Maldijo en voz alta y se echó al coleto lo que quedaba en la copa, echando de nuevo mano a la botella. Estaba vacía y la lanzó contra la chimenea.

-¡¡Summers!!

Escuchando abrirse la puerta, sin volverse, pidió más bebida.

-Ni un sorbo más, Nicholas.

Se medio volvió en el sillón al escuchar la voz airada de su madre. Entrecerró los ojos pero no hizo ademán de levantarse. Tampoco podía porque el alcohol lo tenía abotargado. Balbució un:

-Buenos días, milady.

-¿Te has lamentado ya lo suficiente? –se le puso enfrente recibiendo una mirada biliosa. No se amedrantó sino que aumentó su enfado. Deseaba cruzar el rostro de su hijo más que nada-. Si todo lo que sabes hacer es estar ahí sentado, bebiendo como un majadero, Inglaterra ha perdido a uno de sus mejores hombres.

La reprimenda avivó el fuego que lo consumía. Se levantó buscando apoyo en los brazos del sillón para no caer.

-Quiero estar solo, señora.

-¿Para seguir ahogándote en alcohol? ¿Para continuar lamentándote como un crío?

-¿Por qué no? No tengo otra cosa mejor que hacer.

-Siempre queda una solución mejor que la de darse a la bebida como un estúpido.

-¡Por los clavos de Cristo! –explotó Nicholas- Solo pido un poco de paz. Necesito estar solo.

-Necesitas cumplir con tu obligación.

-¿Y cuál es? ¿Hacer como si nada hubiera pasado?

La condesa viuda de Leyssen clavó la mirada en él. Sabía que su hijo sufría y lo lamentaba; hubiera dado cualquier cosa por evitarle la agonía que lo consumía. Pero no podía permitir que continuara encerrado lamiéndose sus heridas. Así no se solucionaban los problemas. Conseguiría hacerle reaccionar aunque para ello hubiese de abrirle la cabeza. Así que se sentó y espero, con toda la paciencia de la que era capaz, a que él se calmara y volviera a tomar asiento.

-Nicholas, te estás comportando como un cretino.

-Lo sé –suspiró él.

-Entonces busca un remedio para tu situación. Yo te ayudaré.

A él se le escapó una sonrisa sarcástica. Hizo un esfuerzo para centrar la imagen de su madre y la miró con cariño. Siempre había estado a su lado tendiéndole la mano. Ahora volvía a hacerlo, pero ¿de qué le servía la ayuda del mundo entero?

-Madre, no hay nada que remediar. Jenny me odia.

-Y yo soy la amante de Isabel.

Bizqueó Nick escuchando tamaña barbaridad y sacudió la cabeza para despejarse.

-¿Qué quieres decir?

-Que esa muchacha no te odia, hijo. Es todo lo contrario.

Se dejó caer contra el respaldo del asiento. Su madre veía visiones porque entre él y Jenny no cabía entendimiento. Todo había salido mal. Rematadamente mal. Después de la sorprendente declaración de lady Corning habían conseguido una audiencia privada con la reina, habían puesto los hechos sobre el tapete dando nombres y fechas. Jenny no había abierto la boca mientras se enteraba de la relación de sus padres, de su angustiosa separación y de su rapto de la casa señorial al enterarse Adrian de la muerte de su amada. Isabel había guardado silencio un momento y luego determinó que la joven sería presentada en la corte como la desaparecida y recuperada nieta de lady Corning, heredera del marquesado. Lo que había echado todo a perder fue la última orden de la soberana dirigiéndose a él:

-Conde de Leyssen, agradecemos vuestra colaboración en la buena nueva. Tened por seguro que recibiréis vuestra recompensa por habernos servido, como siempre, de modo encomiable. No os preocupéis por las habladurías sobre lo sucedido en alta mar. Los implicados guardarán silencio o sus cabezas acabarán en una pica.

Después de soltar lo que para él supuso más desastre que una andanada de cañones en la línea de flotación, salió de allí para regresar al salón del trono y anunciar a los presentes la noticia. Todo fueron parabienes a Jenny, a su recién encontrada abuela (única que se enfrentó a la familia cuando se opusieron al romance entre los padres de la joven), a Potter por habérsela devuelto. Pero tampoco Alex salió bien parado: Jenny no quería saber nada de él por haberle ocultado durante años su auténtica procedencia.

Rodeada de curiosos interesados por los avatares de su vida, Jenny no respondió a pregunta alguna. ¿Qué podía decir? ¿Qué se había relacionado con sujetos despreciables y capitaneado un barco de corsarios? Afortunadamente la reina no hizo mención a ese punto y se encargaría de que nadie lo hiciese, asegurando solamente que el barco propiedad de ella había evitado que el suyo fuese abordado.

Nicholas, desenvolviéndose con maestría entre la jauría que era la corte, se sacó de la manga un convento en Francia y los cuidados de un lejano familiar en Escocia, donde había permanecido hasta que dieron con su paradero. Una nueva vida para Jenny, tan al gusto de los que la escucharon, que incluso Isabel I lo miró asombrada y sonriente. Por nada del mundo prescindiría de un hombre así en su reinado, capaz de inventar semejante historia que convenció a todos. Russel sería capaz de presentar al mismísimo Satanás ante su corte haciéndoles creer que se trataba del Arcángel San Gabriel.

Pero sagaz o no, a Nick se le hundió la tierra que pisaba cuando Jenny pidió permiso para retirarse y lo hizo en compañía de su abuela. De ahí en adelante se alojaría en la casa señorial. Solicitando también él el beneplácito de la soberana para ausentarse, siguió a ambas para acompañarlas. La respuesta que recibió no fue de lady Cecily, sino de la propia Jenny, cuyos ojos lo miraban con frialdad infinita:

-Mi abuela y yo tenemos muchas cosas que contarnos, conde de Leyssen. Lamentamos tener que obviar su compañía.

-Es importante que te diga…

-No hay nada que decir –le cortó dándole la espalda, tomando a la anciana del brazo y alejándose-. Espero, por su bien, que nunca volvamos a cruzar nuestros caminos.

Desde ese momento, Nicholas no había hecho otra cosa que cerrarse al mundo, maldecir su título, la misión encomendada por Isabel y a la propia reina por no darle la oportunidad de explicarse con Jenny antes de hacer saltar la pólvora. Maldijo también haberse enamorado locamente de Jenny, una mujer corsaria, guerrera, irascible… ¡la mujer a la que amaba y sin la que su vida carecía de sentido!

-Nicholas…

La voz de su madre le hizo parpadear y regresar de sus angustiosos recuerdos.

-Necesito una copa –gimió.

-Necesitas un baño de agua fría, un caballo y salir a galope hacia la mansión Corning.

-Déjame a solas, por favor.

Lady Ariadne suspiró con cansancio, se levantó y caminó hacia la puerta. Antes de salir se volvió hacia su hijo:

-Nicholas Russell. El conde de Leyssen. Uno de los consejeros de Isabel I de Inglaterra –enumeró con creciente ironía-. Tal vez el único hombre capaz de conseguir que la soberana cambie de parecer, muerto de miedo por enfrentarse a una muchacha. Hijo mío, das lástima.

Los dientes de Nick rechinaron al tiempo que la puerta se cerraba. Apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de las manos y permaneció allí un rato largo asimilando la burla de su madre. Blasfemó un par de veces y acabó por incorporarse tambaleante para llegar a la puerta y gritar a pleno pulmón:

-¡¡Summers!!

-No hace falta que grite, señor –contestó el otro, que estaba a un paso de él-, le oigo perfectamente.

Nicholas lo miró como si deseara matarlo.

-Que me preparen un baño. Y algo para despejarme la cabeza. Manda ensillar mi caballo, tengo que salir.

Justin asintió y se alejó para cumplir lo ordenado. Cuando alcanzó el primer recodo de la galería se encontró con la franca sonrisa de lady Ariadne que le palmeó en el brazo.

-Justin, me debes una libra –le dijo-. Te dije que acabaría reaccionando si le pinchaba en su orgullo.

El cuerpo de Summers se agitó por la risa. Buscó en su levita, sacó la libra y la depositó en la mano extendida de su señora.

-Es la apuesta que con más placer he perdido, milady.

Lo que ninguno de los dos imaginaba era que, cuando Nicholas llegó a Corning Hall, Jennifer Aurora Turner Barrington había partido de Inglaterra.
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Published on April 03, 2013 15:01

April 2, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 56

CINCUENTA Y SEIS


A Jenny le llamó la atención aquella dama vestida de oscuro que se acercaba con la condesa, a pasitos cortos. Imaginando que tenía delante otra presentación más, dejó asomar una sonrisa.

Pero para su desconcierto, no hubo tal presentación sino una pregunta directa que la hizo parpadear:

-¿Vuestro nombre?

Cruzó Jenny una mirada con la condesa y vio que ella asentía, por lo que contestó a la vez que doblaba ligeramente la rodilla derecha:

-Jenny, milady. Jennifer –rectificó de inmediato.

-¿Y el nombre de vuestro padre?

-Mi padre era el capitán Cook, señora.

-Quiero decir su nombre completo, joven –exigió la dama.

-Adrian Turner Cook –fue Alex el que respondió.

Jenny se volvió hacia Potter con los ojos muy abiertos y una protesta en los labios que no llegó a formular al ver que él la miraba fijamente. ¿De dónde se había sacado eso? ¿Por qué él parecía encontrarse tan incómodo como aquella mujer que la interrogaba?

La anciana pareció perder la fuerza de las piernas pero Potter acudió en su ayuda evitando que cayese.

Jenny no salía de su asombro. ¿Qué demonios estaba sucediendo que se le escapaba? ¿Por qué aquella mujer le hacía esas preguntas? ¿Por qué Alex había dado un nombre equivocado? ¿Por qué, condenada fuese, lady Ariadne la observaba como si ella tuviera dos cabezas? La siguiente pregunta la dejó del todo descolocada:

-¿Cuál era el nombre de vuestra madre?

El cuestionario la irritó. Nadie le había puesto en antecedentes de que tuviera la obligación de contar su vida y no estaba dispuesta a hacerlo. Pero tres pares de ojos la acuciaban y acabó por decir:

-Ely.

Aquel nombre hizo perder la entereza por completo a la anciana. Jenny vio con estupor que comenzaba a llorar en silencio y antes de que pudiera decir algo más se vio impelida por lady Ariadne para abandonar el salón, seguidos de cerca por un Potter que mostraba un rostro ceniciento mientras ayudaba a caminar a la octogenaria dama.

Desde el lado opuesto del salón, Nick descubrió el extraño encuentro y enarcó una ceja. ¿Qué pasaba? La marquesa de Corning, a la que su madre había saludado hacía escasos minutos, se comportaba como si estuviera a punto de desmayarse. Se excusó con la persona con la que hablaba y atravesó la estancia para unirse a ellos, que entraban en una habitación lateral. Llegó justo a tiempo de evitar que Potter le cerrara la puerta en las narices. Y se quedó de una pieza escuchando a su madre decir:

-Jenny debe tener una audiencia privada con la reina.

-¿Por qué? –inquirió Russell con cara de pocos amigos.

-Porque no puede ser simplemente presentada como la mujer corsario que le ha salvado la vida, Nicholas –repuso la marquesa de Corning, rehaciéndose-. Ella es Jennifer Aurora Turner Barrington, mi heredera.


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Published on April 02, 2013 15:01

April 1, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 55

CINCUENTA Y CINCO





El nerviosismo de Jenny alcanzó su cénit cuando el coche se detuvo en el patio de carruajes. De inmediato, un criado abrió la puerta, desplegó la escalerilla y les ayudó a descender.

Como si estuviese inmersa en un cuento de hadas, echó una mirada más a su compañera de viaje: lady Ariadne era la personificación de la elegancia.

Apenas apearse, se les acercaron Nick y Potter y ella hubo de contener una sonrisa adivinando la incomodidad de su segundo de a bordo, magnífico con su indumentaria oscura y su chamarra de negro y piel blanca. Nick estaba espectacular: calzas grises, greguescos negros a juego con la capa, jubón también gris recamado con diminutas perlas. De su cuello colgaba un medallón de plata repujada. De no haber estado enamorada de él, lo hubiera hecho en ese instante.

Descansó su mano en el brazo que él le tendía, sonriendo con disimulo al ver el gesto que le hacía a Alex quien, con cierta renuencia, acabó por ofrecer su compañía a lady Ariadne. Después, así emparejados, entraron en palacio. Y el sueño continuó para Jenny mientras atravesaban las galerías donde guardias uniformados permanecían estáticos en sus puestos, a cada pocos metros, admirando sin disimulo la riqueza de los muebles, lámparas, alfombras y cortinajes.

El salón en el que un nutrido grupo de personas aguardaba la presencia de la reina, era tan impresionante como ella había imaginado.

-Estoy loco por poder salir de aquí y volver a tenerte para mí solo –le susurró Nick al oído, haciendo que tropezara.

-Compórtate, aunque solo sea por esta vez –le dijo, sintiendo que se sonrojaba.

Molesta ante la expectativa que su llegada promovía, se dio cuenta de que iba a resultarle imposible pasar desapercibida. Eran el centro de atención de todas las miradas. Y lo más incómodo fue verse casi de inmediato inmersa en una larga lista de presentaciones a cargo de lady Ariadne. Sabía que debería pasar por ese mal trago, pero así y todo se acrecentaba su nerviosismo. Por fortuna, la condesa viuda la guiaba con disimulo para que no cometiera errores y, tal y como pactasen de antemano, Jenny saludó con inclinaciones de cabeza o pequeñas reverencias, dependiendo de si la condesa apretaba una o dos veces su brazo. Se le hizo eterno y rezaba por perderse en un rincón, lejos de las curiosas miradas que, con seguridad, verían en ella una intrusa.

Cuando lady Ariadne dio por finalizadas las presentaciones, no disimuló un suspiro de tranquilidad y buscó a Nick entre los distintos grupos que se habían ido formando.

Una voz suave, a su espalda, que destilaba un claro tinte chismoso, le hizo parpadear:

-Seguramente se trata de una nueva amante. Es una vergüenza que se atreva a traer a su entretenida a presencia de la soberana.

Lady Ariadne también lo escuchó. Lanzó una mirada biliosa a las dos damas que estaban cerca de ellas y condujo a Jenny al otro extremo del salón. Como si le hubiesen llamado con campanilla, Potter apareció a su lado.

-He de hablar con una conocida –le dijo ella, que acababa de descubrir la entrada en el salón de una mujer-. Cuide de Jennifer y no permita que hable con nadie hasta que yo vuelva. Y tú, criatura, haz oídos sordos a cuanto escuches. La corte está llena de lenguas viperinas.

Jenny asintió y la condesa se alejó con paso apresurado. Volvió a buscar a Nick. Le hacía falta su compañía y estaba segura de poder hacer frente a todo y a todos si él estaba a su lado. Potter era una protección, claro, pero también él estaba fuera de lugar. Lo descubrió hablando con un caballero que, para su asombro, le palmeó en un hombro y se echó a reír. El amistoso gesto la hizo fruncir el ceño porque ¿era normal en la corte tomarse tantas confianzas con un desconocido? ¿O era que se conocían de antemano? Y si era así… ¿cómo era posible? Algo confusa, clavó sus ojos en Alex. Su camarada tenía la atención fija en Nick y fruncía el ceño.

A Potter no se le había pasado por alto la familiaridad con la que Russell se movía por el salón. Tampoco dejó de percatarse de que, desde que entraran, algunos caballeros y damas se habían acercado a él.

Una espina de sospecha aguijoneó su cerebro, pero se contuvo de comentar nada con la muchacha.

Nicholas, efectivamente, conversaba en ese momento con el que había sido uno de sus mejores compañeros de estudios, ajeno por completo al examen del que estaba siendo objeto. Ni podía ausentarse del salón ni evitar los saludos porque conocía a muchos de los presentes. El miedo, sin embargo, a lo que Jenny y Potter pudieran sacar en conclusión si se daban cuenta, le atenazaba, obligándole a mostrarse casi hosco con Gerard Crown, su amigo. Sabía que aquella noche se estaba jugando su felicidad y no dejaba de darles vueltas a qué haría Jenny cuando acabase por enterarse de todo. ¿Lo insultaría y saldría a escape de palacio? ¿Lo retaría a duelo? Deseaba imaginar que caería en sus brazos, pero sabía que era una utopía. Él tenía un título que pondría a sus pies, una copiosa fortuna, una flota de barcos y varias propiedades aparte de Grovers Hill; era joven, las mujeres decían que atractivo y, por encima de todo, la amaba más que a su vida. Todo eso, sí… pero la había engañado y dudaba que Jenny se lo perdonase sin más.



Lady Ariadna alcanzó la posición de la dama que acababa de entrar.

La recién llegada era una mujer de estatura media, delgada como un junco, de cabellos blancos como la nieve recogidos bajo una toca azul marino, a juego con su vestido. Apoyaba el peso de su ligero cuerpo en un bastón con empuñadura de plata que, lejos de hacerla parecer una persona de avanzada edad, como era, le daba un porte elegante. Al ver a lady Ariadne sonrió y respondió al beso de salutación de la condesa. Un segundo después, atendiendo a sus palabras, se volvía y miraba hacia donde le indicaba. Sus ojos, cansados pero aún de un hermoso tono verde, no pudieron distinguir con nitidez a la joven a la que se refería lady Ariadne, así que se apoyó en su brazo para acercarse. A medida que se aproximaba a la muchacha crecía su asombro. Tembló la mano que sujetaba el bastón, la lividez cubrió su rostro y hubo de afianzarse en el brazo de su compañera para no caer.
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Published on April 01, 2013 15:01

March 29, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 54

CINCUENTA Y CUATRO





Había llegado el tan temido día.

Jenny se paseaba como un oso enjaulado, yendo y viniendo por el cuarto. Se había bañado, la muchacha a su servicio la había frotado el cuerpo con aceite oloroso, había aplicado polvos a su rostro y un toque de perfume tras las orejas y en el escote, entre los senos, el cabello, cuidosamente recogido bajo la toca. Y el traje para ese día, de color verde, la hacía parecer más sofisticada, pero era una maravilla.

A pesar de su apariencia, se encontraba hecha un manojo de nervios. Lo mejor hubiese sido poner agua por medio entre la reina y ella, pero ya no tenía solución.

Lady Ariadne entró en la habitación llevando una caja de raso en las manos. La miró de arriba abajo y asintió.

-Magnífica. Pero no puedes presentarte en la corte sin joyas. Me he permitido traerte algunas –dijo, depositando la caja sobre la coqueta y abriéndola.

En su interior, cuidadosamente colocadas, resplandecieron las alhajas. Collares y pendientes que hubiesen sido un buen botín en otras circunstancias.

-Disculpe, milady –sonrió a la condesa-, pero yo tengo un…

-Nada de lo que he visto en tus baúles es lo suficientemente elegante –le cortó lady Ariadne.

-Espero que cambie de opinión, porque me gustaría llevarlo hoy –contestó ella. Luego, rebuscó en su bolsa de viaje hasta encontrar una caja pequeña, forrada de seda negra. La abrió casi con miedo, temblándole las manos, y tomó entre sus dedos la joya a la que se refería para mostrársela.

Era un camafeo de oro. La efigie de nácar, extraordinariamente trabajada, representaba tres rosas y colgaba de una cinta de terciopelo verde.

Los ojos grises de la condesa viuda de Leyssen se tornaron fríos al verlo y su voz sonó dura al preguntar:

-¿De dónde has sacado esta joya, Jennifer?

-Según sé, milady, perteneció a mi madre.

-¿Quién era?

-No lo sé, señora –repuso ella con pena-. Mi padre nunca quiso desvelarme ese secreto. Decía que podía significar que me arrancaran de su lado. Sé que la amó hasta la locura. Aunque no quería hablar de ella, se le notaba en la mirada que nunca la olvidó, ni después de muerta.

-Y tú… ¿No hiciste nada por averiguar quién te alumbró?

-¿Para qué? –se encogió de hombros, acariciando el camafeo-. Ella había fallecido y yo tenía el amor de mi padre.

-Pero tu vida…

-Mi vida ha sido el mar, milady –le cortó, irritada ante tanta pregunta-. El mar, la cubierta de un barco corsario, el cariño de mi padre y, después, la lealtad de mis hombres. No he conocido otra cosa. Tampoco lo he deseado. ¿Qué hubiese ganado investigando sobre la familia de mi progenitora? Lo único que sé de ellos es que separaron a mis padres cuando se amaban, convirtiéndole a él en un hombre amargado que sufría, y privándome a mí de su compañía. ¿Vos, milady, os hubiéseis interesado por personas de semejante calaña?

Lady Ariadne, pálida, se acercó a una butaca en la que se derrumbó. Una duda espantosa se iba abriendo camino en su mente. Recordó que tuvo un sobresalto la primera vez que había visto a la joven, pero se resistía a admitir que lo que empezaba a temer fuera cierto. La historia que acababa de contarle Jennifer podría aplicarse a unas cuantas familias que, celosas de su título, habían separado a una pareja (o incluso habían mandado asesinar al enamorado), haciendo pasar luego por viuda a la dama, según ellos, ultrajada. También podía tratarse de un bulo de Jennifer para encubrir el hecho de haber robado un camafeo cuyo emblema conocía muy bien. Sin embargo, argucia semejante en una mujer que se enorgullecía de capitanear un barco de corsarios, era impensable. Por tanto… ¡No! Antes de aceptar completamente lo que sospechaba, debía de confirmarlo.

La condesa viuda recuperó su aplomo. Sacó un pañuelito de encaje de su manga para pasárselo por la frente y se levantó, dejando que su rostro se dulcificase con la mejor de sus sonrisas.

-Esa joya lucirá maravillosamente en tu cuello, niña. Déjame que te lo ponga.

A Jenny se le llenaron los ojos de lágrimas. Un dolor penetrante le traspasaba el pecho porque, por mucho que dijera no importarle todo lo referente a su familia materna, no dejaba de ser cierto que, en el rincón más profundo de su alma, sentía su ausencia. Lady Ariadne le mostraba su palma abierta reclamando el camafeo y se lo entregó, dándole luego la espalda.

-Es bonito, ¿verdad? –preguntó como una criatura mientras la condesa se lo anudaba debidamente.

-Exquisito.

-No lo había usado hasta ahora por miedo a perderlo. Pero hoy es un día tan especial…

-Ese lugarteniente que tienes se quedará embobado al verte –sonrió la dama.

-¿Potter? ¡Oh, Dios mío! Me había olvidado completamente de él.

-No te preocupes. Nicholas le ayudó a elegir la vestimenta y, según me ha dicho, hasta ha accedido a prescindir hoy de un arete que lleva en la oreja. Estoy ansiosa por verlo.

A Jenny se le escapó una larga carcajada. Nunca había visto a Alex vestido como un caballero y, mucho menos, sin el zarcillo de oro.

Capítulo 55
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Published on March 29, 2013 16:01

Capítulo 54 - Capitán Jenny

CINCUENTA Y CUATRO





Había llegado el tan temido día.

Jenny se paseaba como un oso enjaulado, yendo y viniendo por el cuarto. Se había bañado, la muchacha a su servicio la había frotado el cuerpo con aceite oloroso, había aplicado polvos a su rostro y un toque de perfume tras las orejas y en el escote, entre los senos, el cabello, cuidosamente recogido bajo la toca. Y el traje para ese día, de color verde, la hacía parecer más sofisticada, pero era una maravilla.

A pesar de su apariencia, se encontraba hecha un manojo de nervios. Lo mejor hubiese sido poner agua por medio entre la reina y ella, pero ya no tenía solución.

Lady Ariadne entró en la habitación llevando una caja de raso en las manos. La miró de arriba abajo y asintió.

-Magnífica. Pero no puedes presentarte en la corte sin joyas. Me he permitido traerte algunas –dijo, depositando la caja sobre la coqueta y abriéndola.

En su interior, cuidadosamente colocadas, resplandecieron las alhajas. Collares y pendientes que hubiesen sido un buen botín en otras circunstancias.

-Disculpe, milady –sonrió a la condesa-, pero yo tengo un…

-Nada de lo que he visto en tus baúles es lo suficientemente elegante –le cortó lady Ariadne.

-Espero que cambie de opinión, porque me gustaría llevarlo hoy –contestó ella. Luego, rebuscó en su bolsa de viaje hasta encontrar una caja pequeña, forrada de seda negra. La abrió casi con miedo, temblándole las manos, y tomó entre sus dedos la joya a la que se refería para mostrársela.

Era un camafeo de oro. La efigie de nácar, extraordinariamente trabajada, representaba tres rosas y colgaba de una cinta de terciopelo verde.

Los ojos grises de la condesa viuda de Leyssen se tornaron fríos al verlo y su voz sonó dura al preguntar:

-¿De dónde has sacado esta joya, Jennifer?

-Según sé, milady, perteneció a mi madre.

-¿Quién era?

-No lo sé, señora –repuso ella con pena-. Mi padre nunca quiso desvelarme ese secreto. Decía que podía significar que me arrancaran de su lado. Sé que la amó hasta la locura. Aunque no quería hablar de ella, se le notaba en la mirada que nunca la olvidó, ni después de muerta.

-Y tú… ¿No hiciste nada por averiguar quién te alumbró?

-¿Para qué? –se encogió de hombros, acariciando el camafeo-. Ella había fallecido y yo tenía el amor de mi padre.

-Pero tu vida…

-Mi vida ha sido el mar, milady –le cortó, irritada ante tanta pregunta-. El mar, la cubierta de un barco corsario, el cariño de mi padre y, después, la lealtad de mis hombres. No he conocido otra cosa. Tampoco lo he deseado. ¿Qué hubiese ganado investigando sobre la familia de mi progenitora? Lo único que sé de ellos es que separaron a mis padres cuando se amaban, convirtiéndole a él en un hombre amargado que sufría, y privándome a mí de su compañía. ¿Vos, milady, os hubiéseis interesado por personas de semejante calaña?

Lady Ariadne, pálida, se acercó a una butaca en la que se derrumbó. Una duda espantosa se iba abriendo camino en su mente. Recordó que tuvo un sobresalto la primera vez que había visto a la joven, pero se resistía a admitir que lo que empezaba a temer fuera cierto. La historia que acababa de contarle Jennifer podría aplicarse a unas cuantas familias que, celosas de su título, habían separado a una pareja (o incluso habían mandado asesinar al enamorado), haciendo pasar luego por viuda a la dama, según ellos, ultrajada. También podía tratarse de un bulo de Jennifer para encubrir el hecho de haber robado un camafeo cuyo emblema conocía muy bien. Sin embargo, argucia semejante en una mujer que se enorgullecía de capitanear un barco de corsarios, era impensable. Por tanto… ¡No! Antes de aceptar completamente lo que sospechaba, debía de confirmarlo.

La condesa viuda recuperó su aplomo. Sacó un pañuelito de encaje de su manga para pasárselo por la frente y se levantó, dejando que su rostro se dulcificase con la mejor de sus sonrisas.

-Esa joya lucirá maravillosamente en tu cuello, niña. Déjame que te lo ponga.

A Jenny se le llenaron los ojos de lágrimas. Un dolor penetrante le traspasaba el pecho porque, por mucho que dijera no importarle todo lo referente a su familia materna, no dejaba de ser cierto que, en el rincón más profundo de su alma, sentía su ausencia. Lady Ariadne le mostraba su palma abierta reclamando el camafeo y se lo entregó, dándole luego la espalda.

-Es bonito, ¿verdad? –preguntó como una criatura mientras la condesa se lo anudaba debidamente.

-Exquisito.

-No lo había usado hasta ahora por miedo a perderlo. Pero hoy es un día tan especial…

-Ese lugarteniente que tienes se quedará embobado al verte –sonrió la dama.

-¿Potter? ¡Oh, Dios mío! Me había olvidado completamente de él.

-No te preocupes. Nicholas le ayudó a elegir la vestimenta y, según me ha dicho, hasta ha accedido a prescindir hoy de un arete que lleva en la oreja. Estoy ansiosa por verlo.

A Jenny se le escapó una larga carcajada. Nunca había visto a Alex vestido como un caballero y, mucho menos, sin el zarcillo de oro.


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Published on March 29, 2013 16:01

March 28, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 53

CINCUENTA Y TRES




Cuando dieron por finalizado el desayuno, Nick la sorprendió preguntando:

-¿Te apetecería un paseo, Jenny?

Deseosa de quedarse a solas con él, pero consciente de su situación como invitada en la casa, interrogó con la mirada a lady Ariadne. Ella asintió y Jenny hizo intento de levantarse, pero la gélida mirada que le echó la condesa la obligó a esperar a que Nick le retirara la silla. ¡Por el amor de Dios!, pensó con irritación. Empezaba a sentirse como una imbécil siendo objeto constante de tantas atenciones. Si todas las mujeres de la corte eran tan remilgadas que ni siquiera podían levantarse de la mesa por si solas, bajar de un carruaje sin ayuda, o abrir una puerta, no era de extrañar que al sexo femenino no se le tuviera en cuenta. Las normas de la clase alta se topaban una y otra vez con sus costumbres. Ella no era una muñeca, por mucho que ahora, lamentablemente, lo pareciera. Pero le debía un mínimo de respeto a lady Ariadne, que tan bien se estaba comportando con ella.

Nicholas la condujo tomándola apenas por el codo. Summers les esperaba ya en la salida con las capas preparadas y le agradeció con una inclinación de cabeza su permanente deferencia.

Apenas se alejaron unos pasos de la casa y, al que ella conocía como mayordomo de lady Ariadne cerró la puerta, a Jenny se le vino una imprecación a los labios:

-¡Demonios!

-Jenny…

-¡Oh, venga! ¡Déjate de pamplinas! Ahora estamos solos. Nunca pensé que todo resultara tan incómodo.

-Te acostumbrarás.

-¡Ni harta de ron! –lo miró a placer mientras caminaban- Estás muy guapo, Nick.

-Una señorita nunca debe decir halagos a un hombre.

-¿De veras? –se echó a reír con ganas.

Aquella risa chispeante y viva, tan distinta a las de las mujeres sofisticadas con las que solía tratar en la corte, hicieron bullir la sangre del conde de Leyssen. Jenny era real, auténtica, sin afectaciones ni palabras a medias. Tomándola de la mano, la llevó hasta la parte más alejada del jardín y, una vez allí, lejos de miradas indiscretas, la envolvió en sus brazos para confesar ardientemente:

-Si no te beso, voy a volverme loco.

-¡Caballero! –le puso las manos en el pecho, deteniéndole, juguetona y provocativa- Una señorita no puede permitir que…

-¡Al infierno con eso, mujer!

Nick la ciño a él y buscó su boca, encontrando de inmediato respuesta. Fue un beso voraz por parte de ambos, plagado de deseo reprimido. Jenny rodeó el cuello masculino buscando más intimidad, sintiéndose protegida y temblorosa. ¡Lo había echado tanto de menos!

A él, la cabeza le daba vueltas. Jenny demostraba lo mucho que le deseaba besándolo con ansia, pegándose a su cuerpo, excitándolo sin pudor alguno. Dejó resbalar sus manos por las caderas femeninas sin renunciar a saborear esos labios que se le ofrecían sin mesura.

-Nick… -suspiró ella cuando liberó su boca-, te deseo.

Se le escapó un gemido. Jenny no era consciente del poder que ejercía sobre él y su confidencia, directa y sin ambages, acabó por envolverlo en una espiral agónica que solo calmaría volviendo a poseerla. La tomó en brazos, atravesó el jardín para penetrar en la mansión por la parte trasera y, con su preciada carga, besándola a cada paso, ascendió las escaleras que llevaban al cuarto de Jenny.

Con el corazón bombeando alocado en el pecho, ella saboreaba la anticipación de una unión que había estado soñando desde hacía días.

Una vez en el cuarto, Nick la dejó en el suelo para atrancar la puerta. Cuando se volvió, Jenny había dejado caer la capa y se estaba desembarazando ya de zapatos y medias. Le dio la espalda y él sintió que sus dedos temblaban al abrir los corchetes del vestido. Ella la emprendió después con el costoso traje, haciéndolo a un lado como si se tratara de harapos, y Nick tiraba furiosamente de los botones de su levita. Jenny no escatimó apagadas maldiciones mientras intentaba quitarse el resto de los artilugios en los que estaba metida. Se le enredaron las enaguas en las piernas en su prisa por deshacerse de ellas y solo las manos expertas de Nick, ayudándola, evitaron que se desgarraran.

Jenny dejó escapar un suspiro cuando, por fin, se encontró desnuda en brazos de Nick.

Piel contra piel, aliento contra aliento, la boca masculina trazó una hilera de besos en su cuello, en su clavícula, bajando hacia los henchidos pechos que pedían caricias.

-Ámame, Nick –sollozó, arrastrada por el vendaval de la pasión.

-Siempre, mi vida –susurró él atrapando su boca una vez más-. Siempre.


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Published on March 28, 2013 16:01

March 27, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 52

CINCUENTA Y DOS



Nick pasó una noche agitada. Dando vueltas y más vueltas en la cama, recordó machaconamente la última frase de su madre antes de retirarse a sus habitaciones: <>. Sí, también él creía a Jenny capaz de enfrentársele de forma tan directa al descubrir que había estado engañándola. Que le jurase o no que se había enamorado de ella, iba a servir de poco, porque en ella primaba, ante todo, la honestidad y él no había jugado limpio.

Bajó a desayunar con el único apetito de volver a verla. En el comedor se encontraba únicamente su madre. Le dio los buenos días y ella, sin responder, apenas alzó la cabeza para recibir su beso. Se veía a la lengua, por sus ojeras, que tampoco había pasado buena noche y que aún estaba enfurruñada. Ocupó un lugar en la mesa, sin ganas de entrar en otra confrontación verbal y aguardaron ambos, en el más absoluto silencio, la llegada del tercer comensal.

Jenny bajó apenas unos minutos después.

Y a Nicholas se le atragantó el aire en los pulmones.

¡Se la habían cambiado! ¡Completamente!

¿Dónde estaba la mujer que él había conocido sobre la cubierta del Melody Sea? Lo que tenía ante él era un espejismo que lucía un vestido blanco de escote cuadrado adornado con pedrería. La prenda se ceñía a su estrecha cintura y las mangas, abullonadas y acuchilladas, permitían admirar la seda del jubón en tono verde, como sus ojos. Llevaba su oscuro cabello recogido por una toca y la pequeña gorguera rizada, casi transparente, que acariciaba su nuca, era una delicia que parecía haber sido creada solo para ella. Russell nunca había visto algo tan hermoso y deseable.

-¡Nick! –exclamó al verlo, con la intención de correr hacia él. Pero se reprimió de inmediato porque había estado en un tris de dejarse las narices con el ruedo del vestido cuando bajó las escaleras. Cruzó las manos sobre las amplias faldas, observando descaradamente, sin diplomacia alguna, lo soberbio que estaba Nick vestido como un verdadero caballero. Se dio cuenta de que había permanecido demasiado tiempo mirándole, carraspeó y saludó:

-Buenos días.

A su pesar, lady Ariadne asintió sin disimular su agrado. Jennifer parecía una dama. Pero no se engañaba: solo lo parecía.

-Acompáñanos a la mesa, querida –le pidió-. Nicholas ha venido para interesarse por tus adelantos. Al parecer, no podía esperar- le echó una mirada resentida.

Summers se apresuró a retirarle la silla y Jenny se lo agradeció con otra sonrisa tensa. Era cierto que, una vez que la criada de lady Ariadne había acabado de vestirla y peinarla, se había encontrado primorosa, pero empezaba a marearse. Respiró hondo, tomó la servilleta y se la puso sobre las rodillas.

-Estás preciosa, Jenny –alabó Nick. Ella volvió a inspirar con ansia, un poco pálida-. ¿Te encuentras bien?

¡Qué diablos iba a encontrarse bien! La parte superior del vestido le comprimía sus pechos y se entallaba de tal forma en la cintura que apenas podía meter aire en los pulmones. Acostumbrada como estaba a utilizar pantalones y camisas de corte masculino, encontrarse embutida en aquella coraza le estaba resultando un suplicio. ¡Jamás se podría acostumbrar a esa indumentaria! A pesar de todo, asintió.

Summers, consciente de una incomodidad de la que no parecían apercibirse ni la condesa viuda ni su hijo, le sirvió el desayuno y abandonó el comedor para dejarles privacidad.

-No creo que pueda comer nada.

-Y eso ¿por qué? –se interesó la condesa.

-Porque me estoy ahogando, milady.

Nick arqueó una ceja y luego, comprendiendo lo que le pasaba, estalló en carcajadas.

-Acabarás por habituarte a estos vestidos, cariño.

-Si no muero en el intento –gruñó, mirando con verdadero apetito la variada exposición de alimentos que ella no iba a poder degustar.

-Respira despacio –aconsejó lady Ariadne-. Toma aire de poco en poco.

-Ahora entiendo la causa por la que muchas damas se desmayen –gimió, llevándose la mano al pecho. Pero hizo lo que la otra le indicaba y, al cabo de un minuto, empezó a sentirse mejor.

Nick volvió a reír y ella le lanzó una muda advertencia que le hizo enmudecer.

La charla en la que se enfrascaron la condesa viuda y Nicholas, la incómodo. Porque la una daba cuenta detallada de todos y cada uno de los cuidados a los que la habían sometido y el otro asentía constantemente, satisfecho, dedicándola toda su atención a la dama, sin pedirle a ella que interviniera en la conversación y, peor aún, sin dedicarle una sola mirada. Se encontraba desplazada. Lady Ariadne estaba acaparando a Nick y ella deseaba quedarse con él a solas para decirle lo guapo que le encontraba y comérselo a besos.

Tampoco dejó de darse cuenta de la familiaridad con la que aquellos dos se trataban, lo cómodo que Nick parecía encontrarse allí, como si fuese su lugar habitual. Eso la hacía que pensar porque, aunque él no hubiese sido siempre un buscavidas, tampoco acababa de comprender su verdadera relación con una mujer como la condesa, por mucho que dijese conocerlo desde la cuna. Había algo extraño entre esos dos. Algo inexplicable que no alcanzaba a comprender, pero que se propuso descubrir.


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Published on March 27, 2013 16:01

March 26, 2013

Capitán Jenny - Capítulo 51

CINCUENTA Y UNO





Los días siguientes estuvieron marcados por una frenética actividad y, tanto Jenny como la condesa, se retiraban rendidas a sus respectivas habitaciones al finalizar la jornada.

Para Jenny, que flotaba como en una nube, le parecía mentira comprobar los cambios que se estaban efectuando en su persona: Julia, la criada personal de lady Ariadne, la trajo de cabeza obligándola diariamente a meterse en una tina de agua caliente, frotando luego su cuerpo con cremas olorosas; le ponía una cosa apestosa en la cara antes de acostarse; cepillaba su cabellos un millar de veces… Sin embargo, cuando se miraba en el espejo de cuerpo entero que había en su cuarto, reconocía que se veía muy bonita.

Lo peor fueron las pruebas para confeccionarla un par de vestidos. Lady Ariadne, al igual que hiciera Nick, se negó en redondo a que utilizase cualquiera de los que tenía en sus baúles, tildándolos de aparatosos y poco apropiados para ella. Por tanto, hubo de sufrir el acoso de la mujer que se presentó en Grovers Hill cargada con su caja de costuras y un montón de telas, a cual más maravillosa.

Aquella noche, tras una sesión interminable poniéndose y quitándose los vestidos nuevos, y soportar el soporífero cepillado del pelo antes de irse a la cama, Jenny estaba rendida; apenas se acostó, se entregó a los brazos de Morfeo.

No así la condesa viuda de Leyssen, que pidió a Summers que le llevara una botella de brandy a su gabinete. Los nervios desvelaban a la dama, porque se acercaba el día en que Jennifer debería presentarse en la corte. Habían conseguido un cambio increíble en la joven, pero así y todo no estaba convencida de haber logrado su propósito. Y aunque no era su costumbre, aquella noche necesitaba beber algo fuerte.

Apuró la copa y cerró los ojos dejando descansar su cabeza en el respaldo del sillón, solo para abrirlos un minuto después, al sonido de unos ligeros golpes en la puerta. Dio su beneplácito y entró el causante de todos sus problemas: Nicholas.

A Russell no se le pasó por alto el ceño fruncido de su progenitora y, de inmediato, se puso en guardia.

-Siéntate.

Lo hizo frente a ella, regalándole esa sonrisa que siempre le diera buenos resultados. Pero, por lo visto, en aquella ocasión no iba a servirle de mucho mostrarse encantador.

-¿Cómo van las cosas, madre?

-¿Qué tienes pensado respecto a Jennifer cuando acabe todo esto, Nicholas? –preguntó la dama a su vez, en un tono cortante que no aventuraba nada bueno.

Nick conocía lo suficiente a su madre como para saber que no se trataba de una curiosidad; era una orden en todo el sentido de la palabra. Se sirvió una copa mientras pensaba qué contestar. Iba a tenerla en su contra, no se hacía ilusiones, pero no estaba dispuesto a ceder y respondió:

-Quiero casarme con ella.

-¡Santo cielo! ¿Por qué me lo estaba temiendo?

-Antes de que te lances a una perorata que a nada va a conducirte, madre, déjame que te diga una cosa: estoy seguro de lo que voy a hacer. Nunca lo he estado tanto. Me importa un bledo de dónde venga Jenny y lo que ha hecho hasta ahora.

Lady Ariadne lo miró con los ojos entrecerrados y acabó dejando su copa sobre la mesita.

-¿Lo sabe ella?

-Si sabe ¿qué?

-Tus intenciones.

-Se lo he dicho, sí.

-Y ¿qué te contestó?

-Bueno… Me dejó que le hiciese el amor, señora.

-¡¡Nicholas Russell!!

Ante la explosión escandalizada de la dama, Nick se levantó y comenzó a dar vueltas por el gabinete. Se acabó la bebida de un trago y se sirvió de nuevo. Por fin se encaró a ella:

-Madre, no sé cómo ha sido, pero me he enamorado de Jenny.

-Beber no va a solucionar el problema.

-Lo sé. Pero no conozco otro modo de calmar los nervios.

-Podrías empezar por contarme todo desde el principio, si no te importa –azuzó ella y él asintió. No podía negar que le había dado escasas explicaciones.

-Los barcos ingleses estaban siendo atacados y la reina tenía en el punto de mira el de un tal Cook. Mi misión era descubrir si era un traidor y arrestarlo. Pero Cook resultó ser Jenny. Me atrajo desde la primera vez que la vi. ¡No pongas esa cara, madre! ¿Acaso no querías que sentara la cabeza de una vez y diera un heredero al condado?

-No con una corsaria ¡por amor de Dios! Y mucho menos, con una supuesta traidora a Inglaterra.

-Jenny nunca fue la culpable. Se enfrentó valientemente a quienes intentaban abordar la nave de Isabel y al hombre que había tomado su nombre. El causante de todo murió a mis manos.

-Así que mataste a un hombre.

-Con inmenso placer, madre –repuso, guardando silencio sobre el hecho de que no había el único al que quitase la vida en aquella deplorable misión.

-Ya veo. Te jugaste la vida por esa muchacha –dijo, sintiendo un lacerante dolor en el estómago al pensar en el riesgo que había corrido su hijo.

-Lo haría mil veces, si fuera necesario –afirmó con vehemencia.

A lady Ariadne ya no le quedaron dudas: Nicholas estaba enamorado hasta las cejas. Si se oponía a él abiertamente solo conseguiría que, lo que ella consideraba un capricho, se infectara más. Lo mejor sería aparentar que cedía; él acabaría por darse cuenta de que ese matrimonio no le convenía. La unión tenía todo en contra, empezando por la mismísima reina. A pesar de todo, no fue capaz de callarse y dijo:

-Cuando ella sepa que la has estado engañando y conozca tu verdadera identidad, es muy posible que te encuentres con un cuchillo en la garganta. La veo muy capaz de tomar venganza.

Capítulo 52
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Published on March 26, 2013 16:01

Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

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