Capitán Jenny - Capítulo 51
CINCUENTA Y UNO Los días siguientes estuvieron marcados por una frenética actividad y, tanto Jenny como la condesa, se retiraban rendidas a sus respectivas habitaciones al finalizar la jornada.
Para Jenny, que flotaba como en una nube, le parecía mentira comprobar los cambios que se estaban efectuando en su persona: Julia, la criada personal de lady Ariadne, la trajo de cabeza obligándola diariamente a meterse en una tina de agua caliente, frotando luego su cuerpo con cremas olorosas; le ponía una cosa apestosa en la cara antes de acostarse; cepillaba su cabellos un millar de veces… Sin embargo, cuando se miraba en el espejo de cuerpo entero que había en su cuarto, reconocía que se veía muy bonita.
Lo peor fueron las pruebas para confeccionarla un par de vestidos. Lady Ariadne, al igual que hiciera Nick, se negó en redondo a que utilizase cualquiera de los que tenía en sus baúles, tildándolos de aparatosos y poco apropiados para ella. Por tanto, hubo de sufrir el acoso de la mujer que se presentó en Grovers Hill cargada con su caja de costuras y un montón de telas, a cual más maravillosa.
Aquella noche, tras una sesión interminable poniéndose y quitándose los vestidos nuevos, y soportar el soporífero cepillado del pelo antes de irse a la cama, Jenny estaba rendida; apenas se acostó, se entregó a los brazos de Morfeo.
No así la condesa viuda de Leyssen, que pidió a Summers que le llevara una botella de brandy a su gabinete. Los nervios desvelaban a la dama, porque se acercaba el día en que Jennifer debería presentarse en la corte. Habían conseguido un cambio increíble en la joven, pero así y todo no estaba convencida de haber logrado su propósito. Y aunque no era su costumbre, aquella noche necesitaba beber algo fuerte.
Apuró la copa y cerró los ojos dejando descansar su cabeza en el respaldo del sillón, solo para abrirlos un minuto después, al sonido de unos ligeros golpes en la puerta. Dio su beneplácito y entró el causante de todos sus problemas: Nicholas.
A Russell no se le pasó por alto el ceño fruncido de su progenitora y, de inmediato, se puso en guardia.
-Siéntate.
Lo hizo frente a ella, regalándole esa sonrisa que siempre le diera buenos resultados. Pero, por lo visto, en aquella ocasión no iba a servirle de mucho mostrarse encantador.
-¿Cómo van las cosas, madre?
-¿Qué tienes pensado respecto a Jennifer cuando acabe todo esto, Nicholas? –preguntó la dama a su vez, en un tono cortante que no aventuraba nada bueno.
Nick conocía lo suficiente a su madre como para saber que no se trataba de una curiosidad; era una orden en todo el sentido de la palabra. Se sirvió una copa mientras pensaba qué contestar. Iba a tenerla en su contra, no se hacía ilusiones, pero no estaba dispuesto a ceder y respondió:
-Quiero casarme con ella.
-¡Santo cielo! ¿Por qué me lo estaba temiendo?
-Antes de que te lances a una perorata que a nada va a conducirte, madre, déjame que te diga una cosa: estoy seguro de lo que voy a hacer. Nunca lo he estado tanto. Me importa un bledo de dónde venga Jenny y lo que ha hecho hasta ahora.
Lady Ariadne lo miró con los ojos entrecerrados y acabó dejando su copa sobre la mesita.
-¿Lo sabe ella?
-Si sabe ¿qué?
-Tus intenciones.
-Se lo he dicho, sí.
-Y ¿qué te contestó?
-Bueno… Me dejó que le hiciese el amor, señora.
-¡¡Nicholas Russell!!
Ante la explosión escandalizada de la dama, Nick se levantó y comenzó a dar vueltas por el gabinete. Se acabó la bebida de un trago y se sirvió de nuevo. Por fin se encaró a ella:
-Madre, no sé cómo ha sido, pero me he enamorado de Jenny.
-Beber no va a solucionar el problema.
-Lo sé. Pero no conozco otro modo de calmar los nervios.
-Podrías empezar por contarme todo desde el principio, si no te importa –azuzó ella y él asintió. No podía negar que le había dado escasas explicaciones.
-Los barcos ingleses estaban siendo atacados y la reina tenía en el punto de mira el de un tal Cook. Mi misión era descubrir si era un traidor y arrestarlo. Pero Cook resultó ser Jenny. Me atrajo desde la primera vez que la vi. ¡No pongas esa cara, madre! ¿Acaso no querías que sentara la cabeza de una vez y diera un heredero al condado?
-No con una corsaria ¡por amor de Dios! Y mucho menos, con una supuesta traidora a Inglaterra.
-Jenny nunca fue la culpable. Se enfrentó valientemente a quienes intentaban abordar la nave de Isabel y al hombre que había tomado su nombre. El causante de todo murió a mis manos.
-Así que mataste a un hombre.
-Con inmenso placer, madre –repuso, guardando silencio sobre el hecho de que no había el único al que quitase la vida en aquella deplorable misión.
-Ya veo. Te jugaste la vida por esa muchacha –dijo, sintiendo un lacerante dolor en el estómago al pensar en el riesgo que había corrido su hijo.
-Lo haría mil veces, si fuera necesario –afirmó con vehemencia.
A lady Ariadne ya no le quedaron dudas: Nicholas estaba enamorado hasta las cejas. Si se oponía a él abiertamente solo conseguiría que, lo que ella consideraba un capricho, se infectara más. Lo mejor sería aparentar que cedía; él acabaría por darse cuenta de que ese matrimonio no le convenía. La unión tenía todo en contra, empezando por la mismísima reina. A pesar de todo, no fue capaz de callarse y dijo:
-Cuando ella sepa que la has estado engañando y conozca tu verdadera identidad, es muy posible que te encuentres con un cuchillo en la garganta. La veo muy capaz de tomar venganza.
Capítulo 52
Published on March 26, 2013 16:01
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Reseña. Rivales de día, amantes de noche
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.
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