Capitán Jenny - Capítulo 57

CINCUENTA Y SIETE




Posó las piernas sobre la mesita lacada y se sirvió una copa más. Había perdido ya la cuenta de las que llevaba consumidas tras dos días encerrado en aquella sala, sin probar bocado. Estaba ebrio pero ¿qué más daba cuando su vida era un completo desastre?

A su cabeza volvió, por millonésima vez, la mirada fría de Jenny cuando todo se descubrió. Maldijo en voz alta y se echó al coleto lo que quedaba en la copa, echando de nuevo mano a la botella. Estaba vacía y la lanzó contra la chimenea.

-¡¡Summers!!

Escuchando abrirse la puerta, sin volverse, pidió más bebida.

-Ni un sorbo más, Nicholas.

Se medio volvió en el sillón al escuchar la voz airada de su madre. Entrecerró los ojos pero no hizo ademán de levantarse. Tampoco podía porque el alcohol lo tenía abotargado. Balbució un:

-Buenos días, milady.

-¿Te has lamentado ya lo suficiente? –se le puso enfrente recibiendo una mirada biliosa. No se amedrantó sino que aumentó su enfado. Deseaba cruzar el rostro de su hijo más que nada-. Si todo lo que sabes hacer es estar ahí sentado, bebiendo como un majadero, Inglaterra ha perdido a uno de sus mejores hombres.

La reprimenda avivó el fuego que lo consumía. Se levantó buscando apoyo en los brazos del sillón para no caer.

-Quiero estar solo, señora.

-¿Para seguir ahogándote en alcohol? ¿Para continuar lamentándote como un crío?

-¿Por qué no? No tengo otra cosa mejor que hacer.

-Siempre queda una solución mejor que la de darse a la bebida como un estúpido.

-¡Por los clavos de Cristo! –explotó Nicholas- Solo pido un poco de paz. Necesito estar solo.

-Necesitas cumplir con tu obligación.

-¿Y cuál es? ¿Hacer como si nada hubiera pasado?

La condesa viuda de Leyssen clavó la mirada en él. Sabía que su hijo sufría y lo lamentaba; hubiera dado cualquier cosa por evitarle la agonía que lo consumía. Pero no podía permitir que continuara encerrado lamiéndose sus heridas. Así no se solucionaban los problemas. Conseguiría hacerle reaccionar aunque para ello hubiese de abrirle la cabeza. Así que se sentó y espero, con toda la paciencia de la que era capaz, a que él se calmara y volviera a tomar asiento.

-Nicholas, te estás comportando como un cretino.

-Lo sé –suspiró él.

-Entonces busca un remedio para tu situación. Yo te ayudaré.

A él se le escapó una sonrisa sarcástica. Hizo un esfuerzo para centrar la imagen de su madre y la miró con cariño. Siempre había estado a su lado tendiéndole la mano. Ahora volvía a hacerlo, pero ¿de qué le servía la ayuda del mundo entero?

-Madre, no hay nada que remediar. Jenny me odia.

-Y yo soy la amante de Isabel.

Bizqueó Nick escuchando tamaña barbaridad y sacudió la cabeza para despejarse.

-¿Qué quieres decir?

-Que esa muchacha no te odia, hijo. Es todo lo contrario.

Se dejó caer contra el respaldo del asiento. Su madre veía visiones porque entre él y Jenny no cabía entendimiento. Todo había salido mal. Rematadamente mal. Después de la sorprendente declaración de lady Corning habían conseguido una audiencia privada con la reina, habían puesto los hechos sobre el tapete dando nombres y fechas. Jenny no había abierto la boca mientras se enteraba de la relación de sus padres, de su angustiosa separación y de su rapto de la casa señorial al enterarse Adrian de la muerte de su amada. Isabel había guardado silencio un momento y luego determinó que la joven sería presentada en la corte como la desaparecida y recuperada nieta de lady Corning, heredera del marquesado. Lo que había echado todo a perder fue la última orden de la soberana dirigiéndose a él:

-Conde de Leyssen, agradecemos vuestra colaboración en la buena nueva. Tened por seguro que recibiréis vuestra recompensa por habernos servido, como siempre, de modo encomiable. No os preocupéis por las habladurías sobre lo sucedido en alta mar. Los implicados guardarán silencio o sus cabezas acabarán en una pica.

Después de soltar lo que para él supuso más desastre que una andanada de cañones en la línea de flotación, salió de allí para regresar al salón del trono y anunciar a los presentes la noticia. Todo fueron parabienes a Jenny, a su recién encontrada abuela (única que se enfrentó a la familia cuando se opusieron al romance entre los padres de la joven), a Potter por habérsela devuelto. Pero tampoco Alex salió bien parado: Jenny no quería saber nada de él por haberle ocultado durante años su auténtica procedencia.

Rodeada de curiosos interesados por los avatares de su vida, Jenny no respondió a pregunta alguna. ¿Qué podía decir? ¿Qué se había relacionado con sujetos despreciables y capitaneado un barco de corsarios? Afortunadamente la reina no hizo mención a ese punto y se encargaría de que nadie lo hiciese, asegurando solamente que el barco propiedad de ella había evitado que el suyo fuese abordado.

Nicholas, desenvolviéndose con maestría entre la jauría que era la corte, se sacó de la manga un convento en Francia y los cuidados de un lejano familiar en Escocia, donde había permanecido hasta que dieron con su paradero. Una nueva vida para Jenny, tan al gusto de los que la escucharon, que incluso Isabel I lo miró asombrada y sonriente. Por nada del mundo prescindiría de un hombre así en su reinado, capaz de inventar semejante historia que convenció a todos. Russel sería capaz de presentar al mismísimo Satanás ante su corte haciéndoles creer que se trataba del Arcángel San Gabriel.

Pero sagaz o no, a Nick se le hundió la tierra que pisaba cuando Jenny pidió permiso para retirarse y lo hizo en compañía de su abuela. De ahí en adelante se alojaría en la casa señorial. Solicitando también él el beneplácito de la soberana para ausentarse, siguió a ambas para acompañarlas. La respuesta que recibió no fue de lady Cecily, sino de la propia Jenny, cuyos ojos lo miraban con frialdad infinita:

-Mi abuela y yo tenemos muchas cosas que contarnos, conde de Leyssen. Lamentamos tener que obviar su compañía.

-Es importante que te diga…

-No hay nada que decir –le cortó dándole la espalda, tomando a la anciana del brazo y alejándose-. Espero, por su bien, que nunca volvamos a cruzar nuestros caminos.

Desde ese momento, Nicholas no había hecho otra cosa que cerrarse al mundo, maldecir su título, la misión encomendada por Isabel y a la propia reina por no darle la oportunidad de explicarse con Jenny antes de hacer saltar la pólvora. Maldijo también haberse enamorado locamente de Jenny, una mujer corsaria, guerrera, irascible… ¡la mujer a la que amaba y sin la que su vida carecía de sentido!

-Nicholas…

La voz de su madre le hizo parpadear y regresar de sus angustiosos recuerdos.

-Necesito una copa –gimió.

-Necesitas un baño de agua fría, un caballo y salir a galope hacia la mansión Corning.

-Déjame a solas, por favor.

Lady Ariadne suspiró con cansancio, se levantó y caminó hacia la puerta. Antes de salir se volvió hacia su hijo:

-Nicholas Russell. El conde de Leyssen. Uno de los consejeros de Isabel I de Inglaterra –enumeró con creciente ironía-. Tal vez el único hombre capaz de conseguir que la soberana cambie de parecer, muerto de miedo por enfrentarse a una muchacha. Hijo mío, das lástima.

Los dientes de Nick rechinaron al tiempo que la puerta se cerraba. Apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de las manos y permaneció allí un rato largo asimilando la burla de su madre. Blasfemó un par de veces y acabó por incorporarse tambaleante para llegar a la puerta y gritar a pleno pulmón:

-¡¡Summers!!

-No hace falta que grite, señor –contestó el otro, que estaba a un paso de él-, le oigo perfectamente.

Nicholas lo miró como si deseara matarlo.

-Que me preparen un baño. Y algo para despejarme la cabeza. Manda ensillar mi caballo, tengo que salir.

Justin asintió y se alejó para cumplir lo ordenado. Cuando alcanzó el primer recodo de la galería se encontró con la franca sonrisa de lady Ariadne que le palmeó en el brazo.

-Justin, me debes una libra –le dijo-. Te dije que acabaría reaccionando si le pinchaba en su orgullo.

El cuerpo de Summers se agitó por la risa. Buscó en su levita, sacó la libra y la depositó en la mano extendida de su señora.

-Es la apuesta que con más placer he perdido, milady.

Lo que ninguno de los dos imaginaba era que, cuando Nicholas llegó a Corning Hall, Jennifer Aurora Turner Barrington había partido de Inglaterra.
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Published on April 03, 2013 15:01
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Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

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