Capitán Jenny - Capítulo 23


VEINTITRÉS



Llevaban una semana en la isla y los hombres parecían empezar a impacientarse. Necesitaban acción.

También el conde de Leyssen estaba deseoso de volver a balancearse sobre la cubierta de la galeaza pero, sobre todo, ansiaba encontrar pruebas contra Jenny Cook o darle su bendición. Lo uno o lo otro, pero poner tierra –o mar- entre ellos lo antes posible. Desde su interludio en el cuarto, cuando se habían besado, ambos procuraron no cruzarse con el otro, cosa harto difícil estando en la isla y frecuentando los mismos lugares.

Sin embargo, Nick iba a ser testigo, de nuevo, de la verdadera personalidad de aquella muchacha que capitaneaba una banda de corsarios. Un episodio que no olvidaría nunca.

Como uno de los centros de encuentro de piratas en el Caribe, la isla recibía tripulaciones de toda índole. Y aquella mañana acogió a un barco que ondeaba bandera francesa y, a la vez, otra negra con una calavera y dos sables cruzados. El Gazzelle. Un navío hermoso y cuidado, como la mujer que acompañaba a su capitán, y en la que Russell se fijó mientras descendían la pasarela. Una beldad pelirroja que acaparó al instante la atención de todos cuantos se interesaban por los recién llegados.

-Es el capitán Lampierre –le informó un sujeto que se encontraba a su lado-. Un francés renegado, por mucho que su barco luzca la bandera de Francia. Se dice que era un aristócrata en su país.

Russell desvió la mirada hacía él, olvidándose de la pelirroja. Lampierre era alto y delgado. Vestía demasiado elegante, con pantalones ceñidos, una chaqueta larga de color burdeos y una camisa de inmaculadas chorreras. Por debajo del ala de su sombrero asomaba una melena larga y rizada muy oscura. Le desagradó su ridículo bigotito, que parecía una fila de hormigas, sobre una boca ancha, de labios gruesos. Sonreía de manera forzada.

No. No le agradó en absoluto.

Y, por lo que parecía, tampoco era santo de la devoción de Jenny Cook. Lo comprobó por la tarde, mientras tomaba una copa en la taberna en la que solían reunirse los capitanes y donde, por descontado, se servía ron de la mejor calidad.

-Partimos mañana, al amanecer –le dijo Potter, haciendo que le prestara atención.

El segundo de a bordo tenía los ojos clavados en Lampierre y un rictus de desagrado en su rostro.

-¿Por ese tipo? –preguntó Nick.

-Cuanto antes nos alejemos de ese franchute, mejor. No me gustaría emprender viaje con menos hombres a bordo.

Russell arqueó una ceja. Conocía que existían rivalidades entre los capitanes piratas que, en ocasiones, se disputaban las presas en el mar. Pero ese simple hecho no podía ser suficiente para que un hombre como Alex Potter estuviese deseoso de poner distancia entre ellos y Lampierre.

Desde luego, no era motivo suficiente. Nick lo comprobó minutos después, cuando Jenny franqueó las puertas del local. Apenas entrar y ver al francés, el gesto sonriente de la muchacha cambió a otro adusto. Muy al contrario que Lampierre quien, al verla, dejó con la palabra en la boca a los que le rodeaban y, sorteando clientes, avanzó hacia ella con los aspavientos de un pavo real buscando hembra. Al llegar a su altura se quitó el sombrero, hizo una exagerada reverencia a la joven y volvió a colocárselo sobre los rizos.

-Pensaba que os habían hundido –dijo a modo de saludo, y lo suficientemente alto como para que todos lo escuchasen.

-Yo escuché que os habían ahorcado en París, monsieur –le contestó Jenny.

Lampierre se rio de buena gana, pero Nick percibió la tirantez entre los seguidores de una y otro.

-¿Me aceptáis una copa, capitán, para celebrar que ninguno de los dos estamos en el infierno?

Ella se encogió de hombros y se dejó acompañar hasta la mesa que el francés ocupara momentos antes. La tensión disminuyó, dando paso de nuevo a las animadas conversaciones.

Nick no perdió de vista al francés, aunque sus ojos se desviaban con frecuencia hacia la muchacha pelirroja que le acompañaba. La muy bruja era consciente de ser hermosa y de acaparar las miradas del género masculino. Se había puesto un vestido azul celeste, exageradamente escotado. Hasta la llegada de Jenny no se había movido del lado de Lampierre, pero al parecer la conversación emprendida entre ambos no le interesaba demasiado, así que abandonó la mesa y se aproximó a la barra. Fue entonces cuando descubrió a un sujeto que, al lado de Alex Potter, bebía con los ojos clavados en ella. Moreno, ancho de hombros y guapo como un demonio. Sin pensárselo dos veces se acercó a la mesa.

-¿Qué tal vamos, Potter?

-Tirando –repuso Alex en tono hosco, viendo que ella a quien miraba era a su compañero.

-Y usted… ¿busca barco? –le preguntó a Nick.

Russell sonrió.

-Ya tengo uno –al escuchar la risa de Lampierre se olvidó de la pelirroja. También ella echó un vistazo a la otra mesa.

-¿Hombre de Cook?

-En efecto.

-Es una lástima –suspiró la joven-. Estamos faltos de hombres con buena musculatura en El Gazzelle. Si quiere cambiar a mejor, nos quedaremos aquí una semana.

-No tengo nada que pensar, pero le agradezco el ofrecimiento.

Ella volvió a suspirar afectadamente. Luego, pasó un dedo por el mentón de Nick.

-¿Tenéis ocupada esta noche?

Un ofrecimiento tan directo asombró al conde.

-Creí que érais de Lampierre.

-No es mi amo. Tenemos una relación muy abierta. Le dedico mi tiempo cuando estamos en el barco, pero en tierra puedo elegir a mis acompañantes. Lo mismo que él es libre para… -miró al grupo donde Jenny departía con el francés- llevarse a la cama a vuestra capitana si lo desea.

A Nick le pareció que le habían asestado un puñetazo en el estómago. Se acabó la bebida de un trago, se levantó, tomó a la muchacha por la nunca y acercó su cara a la suya. Potter hizo intención de levantarse también, pero lo pensó mejor y se quedó donde estaba. Los ojos grises de Russell despedían tormenta y era mejor no interferir.

-También yo soy libre de elegir las mujeres a las que meto en mi lecho, preciosa –le oyó decir-. Pero no serás tú.

La soltó como si le quemase y ella retrocedió con un rictus irritado en la cara. Le dedicó una larga mirada biliosa y luego se alejó hacia la mesa de Lampierre.

-Podría causarte problemas, muchacho –le avisó Potter.

Nick volvió a ocupar su asiento y el otro palmeó su espalda.

-Necesito otra copa –dijo Russell.

Potter hizo señas a una de las camareras y solo habló cuando les hubieron servido.

-¿Quieres el puesto de Roylan? Has acabado con él y yo soy viejo ya para controlar a todos esos hijos de perra del Melody Sea.

A Nick se le escapó la risa. Si Potter no era capaz de capaz de llevar derecha como un palo a la tripulación, él era el prometido de Isabel I Tudor.

-¿Ella estaría de acuerdo?

-¿El capitán? Ni se lo he preguntado, elegir a mi hombre de confianza es asunto mío. Haber tenido que tragar con ese malnacido de Roylan fue una excepción, ella me lo impuso. ¿Por qué te preocupa que esté de acuerdo?

-No parece muy cómoda conmigo. ¿Sabéis algo de la carta que quise enviar?

-Algo he oído, sí.

-Se puso como una fiera. ¡Por el amor de Dios! Era como si… como si me estuviera acusando de traición. Como si creyera que estoy espiándola.

-Bueno, algo de culpa tengo yo –admitió el otro-. Le puse al tanto de que hacías demasiadas preguntas.

-Soy curioso por naturaleza y me gusta saber con quién trabajo.

-No se lo tengas en cuenta. Es un capitán excelente, a pesar de su poca edad.

-No debería estar al mando de un barco corsario.

-Te aseguro que es capaz de cuidarse sola. Ella decidió quedarse en el barco de su padre, cuando éste murió. Y ahí se quedará hasta que la maten en un abordaje o se la lleve una enfermedad. No te calientes la sangre con eso, Jenny siempre hace lo que quiere.

En ese instante, la mesa en la que estaban Jenny y Lampierre se volcó con estruendo. Vasos y botellas rodaron por el suelo y en la mano derecha de Cook apareció un sable.



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Published on February 14, 2013 15:01
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Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

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