Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 8
November 9, 2017
Meade, la importancia de no llamarse Ernesto (Zedillo)
Si José Antonio Meade no es el candidato de Enrique Peña Nieto, qué desperdicio de cargada. Desde hace algunas semanas el ministro de Hacienda es chile de todos los moles, portada de los diarios, tema de columnas, orador principal de cuanta reunión empresarial, académica o religiosa se celebra. Es tan conspicua la promoción que el aparato oficial ha desplegado a su favor, que algunos aseguran que el llamado “tapado” es ya un destapado de facto.
No se descarta, desde luego, que el despliegue mediático en torno al secretario fuese una cortina de humo para develar a otro candidato en el último instante. En teoría, eso protegería a un tercero del golpeteo previo. Pero dos razones minan esa posibilidad. Por un lado, el problema del PRI es que cualquiera de sus candidatos acusa un enorme rezago frente al “posicionamiento de marca” que exhibe Andrés Manuel López Obrador entre la opinión pública. La campaña electoral será una apretada carrera contra el tiempo para popularizar a escala nacional al candidato oficial. Las semanas que Meade ha dedicado a “placearse” en medios, a establecer acuerdos tácitos con grupos regionales, sociales y empresariales habrían sido una inversión tirada a la basura en caso de que Los Pinos opte comenzar prácticamente de cero a partir de diciembre.
Por otro lado, los niveles de reprobación que padece el partido en el poder, el repudio a la corrupción y la incertidumbre sobre el contexto económico nacional e internacional, hacen del ministro de Hacienda la mejor si no es que la única opción con alguna posibilidad de éxito, desde la perspectiva oficial. No es priista, es un técnico reconocido y respetado por la iniciativa privada, carece de enemigos políticos y no hay trapos sucios en su expediente (una singularidad en el Gabinete). Un hombre afable, discreto y serio que se ha abierto camino en medio de la clase política gracias a su capacidad para ofrecer resultados y no ser una amenaza para nadie. En suma, el perfil de Ernesto Zedillo en 1994 cuando fue destapado por Carlos Salinas.
Y como Zedillo, Meade no sería el candidato natural de Los Pinos, pues ni siquiera pertenece al círculo cercano al grupo político en el poder. Pero como Zedillo, el ministro de Hacienda es el candidato que dicta la necesidad. En 1994 porque la muerte de Colosio dejó al presidente prácticamente sin opciones para ocupar la boleta electoral a tres meses de los comicios. En 2018 porque es tal el descrédito del PRI y el temor a entregar el poder a López Obrador que prefieren un hombre ajeno al grupo Atlacomulco en aras de tener alguna oportunidad en la disputa electoral.
Muy probablemente el fantasma de Zedillo se apersone en los insomnios de Enrique Peña Nieto estas noches
Nada asegura que con José Antonio Meade el PRI vaya a ganar. Las probabilidades están en su contra. Pero al menos tendrá argumentos para ir a la batalla (apelar al no priismo de su candidato, masificar las campañas negativas en contra de López Obrador, invocar los miedos de la clase media por la incertidumbre económica, presumir la honradez de su candidato, sumar a grupos empresariales desencantados con el peñanietismo, etcétera).
Para ser exitosa la campaña de Meade tendría que tener un subtexto tan necesario como explosivo: “Si me eligen, mi Gobierno no será priista ni tendrá relación con el grupo que deja el poder y me ha puesto en la silla presidencial”. No podrá decirlo explícitamente, pero será la narrativa implícita. Lo cual, una vez más, lleva a pensar en Ernesto Zedillo. El expresidente, como es sabido, desafió a su predecesor, Carlos Salinas, quien acabó exiliado políticamente y con un hermano en la cárcel. Zedillo resultó tan poco priista que profundizó las reformas políticas y electorales que permitieron el triunfo de la oposición al finalizar su sexenio.
Muy probablemente el fantasma de Zedillo se apersone en los insomnios de Enrique Peña Nieto estas noches. Pero, otra vez, la alternativa de un López Obrador justiciero sigue siendo la peor pesadilla.
En 1895, Oscar Wilde escribió la obra The Importance of Being Earnest, jugando con el doble sentido de Ernest y earnest (serio, sincero, honesto). En español circuló bajo el título La importancia de llamarse Ernesto, pero existieron traducciones que optaron por La importancia de ser severo (Alfonso Reyes) o La importancia de llamarse Honesto. En las próximas semanas, Peña Nieto y la cúpula priista tendrán que decidir si José Antonio Meade es un Ernesto Zedillo en potencia o si simplemente es el candidato honesto, serio y severo (earnest) que puede darles una oportunidad para no entregar el poder a su archienemigo. No hay decisiones fáciles para alguien que se encuentra de espaldas a la pared.
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November 6, 2017
¿En qué se parecen el PRI y Hollywood?
Me parece muy sano que el escándalo sobre los abusos cometidos por Harvey Weinstein esté provocando un alud de denuncias de casos similares en el mundo. El hecho de que inclusive el todopoderoso productor de Hollywood haya mordido el polvo, ha estimulado a víctimas de otros abusadores a salir de su silencio y a exhumar agresiones cuyas secuelas no se han borrado. El fotógrafo Terry Richardson y los actores Kavin Spacey y Dustin Hoffman han sido acusados de utilizar poder e influencia para hacer avances impropios a jóvenes, algunos de ellos cuando aún eran menores de edad. Ben Affleck y Oliver Stone tuvieron que salir al paso de sendos testimonios de mujeres cuyos senos aseguraron haber sido manoseados en plan de fiesta pero sin que mediera su consentimiento.
El resultado de estas denuncias es variopinto; algunas terminarán en tribunales y otras, la mayoría, se agotará en los medios. En el caso de Weinstein y Kavin Spacey el asunto podría culminar en la cárcel y por lo pronto han sido separados de sus respectivos proyectos: el productor, despedido de su propia empresa; Spacey, de la exitosa serie House of Cards. Para Hoffman y casos aparentemente de “menor gravedad” el asunto al parecer no pasará de un linchamiento mediático, pero uno que marcará al resto de sus vidas. Los méritos del actor que protagonizó El Graduado y Rain Man pasarán a segundo plano por los siglos de los siglos frente al abuso cometido. Hay personas cuya existencia queda definida por una frase o por un instante (de gloria o tragedia). Y desde luego no estoy justificando el comportamiento de Weinstein y Spacey quienes, todo indica, recurrieron sistemáticamente de su influencia para hostilizar sexualmente a jóvenes en situación vulnerable emocional y profesionalmente hablando. Pero sí de celebridades, como Hoffman, que ha sido acusado de haber hecho comentarios inapropiados de índole sexual hace 32 años en presencia de una menor. Por lo menos hasta donde se sabe.
Hay pues una parte sana en todo el revuelo que ha causado el affaire Harvey. En muchos países han surgido sitios virtuales, blogs y páginas de Facebook, para que las víctimas se atrevan a denunciar a hombres y mujeres de poder que han cometido abusos similares. Se ha abierto una muy intoxicada caja de Pandora.
Pero también hay algo deleznable en la militancia hipócrita con la que el stablishment ha emprendido esta cruzada punitiva. Hollywood convertida súbitamente en una dama puritana e indignada como si nunca hubiese sabido de los desmanes imperdonables de uno de sus principales faraones. Los pecados de Harvey Weinstein, el hombre más poderoso en los estudios fílmicos, fueron tolerados durante décadas porque a nadie le convenía malquistarse con el influyente productor. Pero una vez que el asunto encendió a las redes sociales, Hollywood actúo con toda la ferocidad e impiedad con la que suele devorar y luego escupir a sus hijos caídos. El arte de execrar sus propios pecados para fingir de nuevo una virginidad prístina que en realidad nunca ha existido.
Toda proporción guardada me recuerda el ascenso y caída de los gobernadores como los Duarte en Veracruz y Chihuahua, y de Borge en Quintana Roo. Durante seis años robaron todo y sin medida, y a plena luz del día. Hostigaron a periodistas y activistas (muertos incluidos) hicieron del patrimonio público un coto personal, usaron y abusaron. Fueron denunciados mediáticamente una y otra vez, pero el sistema se cerró en su defensa. No obstante, una vez que dejaron el poder y ya no fueron requeridos (era notable su aporte al financiamiento ilegal de las campañas), sus ex colegas se volvieron contra ellos y los convirtieron en detritus, en parias objeto de desprecio e indignación. Los mismos que antes los consideraban orgullosos representantes del nuevo PRI, ahora hablan de ellos como anomalías ultrajantes, como seres impresentables en la escena pública. Eliminados de la foto oficial, los rostros sobrevivientes se presentan a sí mismos como una familia feliz, decente y depurada de toda mácula.
El Hollywood que ha hecho de la cosificación de la mujer una mina de enriquecimiento, que rentabiliza y prostituye el sentimentalismo o la belicosidad hasta convertirlos en valores universales, ahora convertido en alter ego justiciero. Hipocresía sin memoria. El mismo PRI, que se apresta a exigir a sus gobernadores ingentes recursos para financiar por debajo de la mesa la campaña presidencial que se avecina, levanta el dedo flamígero y acusador para castigar a sus hijos caídos en desgracia.
En suma, útil y necesario ventilar las prácticas viciadas e inaceptables que libera esa caja de Pandora recién abierta. Pero eso no puede hacernos olvidar las infamias permanentes y cotidianas que comete la mano que finalmente ha aceptado abrir esa caja. ¿No creen?
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August 21, 2016
¿Quién (des)protege al presidente?
Cuando tenía seis años y escuché por vez primera la palabra olimpiadas, quedé convencido que ese era el nombre que recibían los juegos por los cinco brillantes aros entrelazados: cinco Oes-limpiadas. Hoy he vuelto a recordarlo, preguntándome que habrá pensando Peña Nieto que eran las Olimpiadas cuando designó a Alfredo Castillo dirigente del deporte nacional.
¿Qué resulta peor? ¿Un deportista convertido en improvisado político o un político metido a dirigir deportistas? Usted escoja. Allí están Cuauhtémoc Blanco y Alfredo Castillo para ilustrar una mala versión, en uno y otro caso, de reciclajes desafortunados en la vocación profesional.
Y desde luego que hay conversiones virtuosas. Salvador Allende era médico y José Mujica era ingeniero agrónomo. Chile perdió a un doctor y la agricultura uruguaya a un técnico, pero al dejar atrás su oficio terminaron convirtiéndose en referencias históricas para sus países.
En el caso que me interesa, Cuauhtémoc y Castillo, tiendo a ser menos crítico con el futbolista porque, después de todo, la naturaleza efímera de este oficio obliga a todos ellos a improvisar alguna otra vocación a partir de su temprano retiro. Al acercarse a los 40 de edad deben dejar atrás lo que fueron para reinventarse en tareas distintas a aquellas en las que tanto éxito tuvieron.
Lo que no entiendo, en cambio, es en qué forma un policía fracasado podría convertirse en dirigente de un grupo de personas dedicadas a un oficio del que no tiene la menor idea. Castillo, ex procurador de Peña Nieto en el Edomex y fiscal en el controvertido caso de la muerte de la niña Paulette, se hizo célebre por las peores razones durante su mandato como comisionado plenipotenciario en Michoacán al arranque del sexenio. Sus abusos de autoridad y su deplorable manejo del caso de las guardias de autodefensa, por no hablar de los nulos resultados en materia de inseguridad, obligaron al presidente a pedirle su dimisión.
Constituye un misterio las razones que llevaron a Peña Nieto a reciclar a este personaje designándolo director de la Conade, haciéndolo responsable nada más y nada menos que de promocionar el deporte nacional (tras un breve paso como procurador federal del consumidor). En el caso de Cuauhtémoc Blanco y su cuestionada gestión como alcalde de Cuernavaca al menos existe el atenuante de que fue elegido por los vecinos que habrán de padecerlo durante tres años. Castillo en cambio ha sido una calamidad para atletas que no tuvieron voz en su designación.
Pero Castillo en la Conade es un misterio a medias. Ya en otros casos el presidente ha mostrado su tendencia a proteger infames en nombre de la amistad o de los servicios recibidos. Allí está el caso del ex gobernador Humberto Moreira o el de Emilio Lozoya, ex titular de Pemex, que en cualquier otro país estaría siendo investigado luego de una gestión tan dispendiosa como ineficaz.
Quizá Peña Nieto le debía favores a su ex procurador. No debió haber sido fácil asumir la versión oficial en el caso de Paulette (una niña que se metió abajo del colchón para morir por asfixia). Un dictamen tan conveniente para el padre de la víctima, perteneciente a una familia de influyentes del Edomex. O quizá simplemente al mandatario le cae en gracia este abogado penalista.
Pero si quería arroparlo bastaba con designarlo titular de alguna oscura dependencia jurídica en el basto reino de la burocracia nacional. El misterio reside en su designación como responsable del deporte sabiendo que se venían encima las olimpiadas. Algo así como ir a una feria de libro sin aprenderte dos o tres títulos, por si te preguntan.
Con el manotazo sobre la Conade en víspera de unos juegos olímpicos, el presidente tenía mucho que perder y nada que ganar. De haberse cosechado un buen número de medallas, los deportistas habrían sido considerado responsables de sus triunfos; en el caso de una derrota, la miradas crítica se depositaría en los dirigentes. Con la designación de Castillo, Los Pinos cargó en las espaldas de Peña Nieto el costo político de un fracaso en Brasil. Un riesgo tan innecesario como inexplicable.
Y si encima nos detenemos en los defectos del personaje, encontramos los elementos de una tormenta perfecta. Rijoso y conflictivo con los dirigentes de las distintas federaciones deportivas, proclive al gasto suntuario, descuidado en el uso y distribución de privilegios y prebendas (¿a quién se le ocurre dotar a la novia de una de las muy cotizadas acreditaciones y exhibirla en medio de la mayor concentración de periodistas del orbe?).
En suma, la pregunta queda en el aire ¿quién protege al presidente? (porque está claro que él no lo hace).
Publicado en Sinembargo.mx y una veintena de diarios
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August 14, 2016
Videgaray, el renacido
Luis Videgaray no ha muerto. No para efectos de la sucesión presidencial. O como dice la canción el Secretario de Hacienda sólo andaba de paseo: lo que duró la precandidatura de Aurelio Nuño, su ahijado.
Me incluyo entre los muchos comentaristas que habíamos considerado sepultada cualquier posibilidad de que el poderoso ministro suceda en el trono al actual presidente. El escándalo de la casa adquirida en Malinalco por Videgaray al Grupo Higa, una de los constructoras más beneficiadas por el gobierno de Peña Nieto (tanto en la gubernatura del Edomex como desde Los Pinos), parecía habérselo llevado entre las patas. No sólo se trataba de una compra que generaba suspicacias por un posible conflicto de intereses, sino que venía a sumarse al recién destapado caso de “la casa blanca”, propiedad de la esposa del presidente.
Para nadie era un secreto que desde el inicio del sexenio había dos candidatos “naturales” para convertirse en delfín de Peña Nieto: Miguel Ángel Osorio Chong, en la Secretaría de Gobernación y Luis Videgaray, en la de Hacienda. Eran los dos brazos del Presidente, los capitanes a cargo de tareas y equipos.
La disputa entre estos dos se resolvería a partir de los méritos acumulados en dos distintas arenas: por un lado, ganándose el aprecio de Peña Nieto (quien sin duda tendrá la última palabra en la designación del candidato del PRI): algo que se mostraría con lealtad personal y eficacia en las tareas asignadas. Y por otro lado, en su capacidad para convertirse en un candidato potencialmente atractivo para la opinión pública y los grupos de interés que influyen en ella. Es decir, Peña Nieto no necesariamente escogerá al candidato que más le guste en lo personal, sino aquel que le ofrezca posibilidades reales de un triunfo en las urnas. En las elecciones del Estado de 2011 ya lo demostró decantándose por Eruviel Ávila, quien distaba de ser su preferido.
Justamente por esa razón Videgaray se cayó de la contienda. Los escándalos, su criticada Reforma Fiscal, los pobres resultados en materia económica, convirtieron al ministro en un personaje cuestionado por empresarios, prensa y opinión pública en general. Consciente de sus escasas posibilidades, Videgaray impulsó a Aurelio Nuño, uno de sus colaboradores. Si él no podía ser el elegido, al menos que lo fuera alguien de su grupo. Nuño fue designado Secretario de Educación con el propósito de convertirse en una figura nacional a lo largo de la segunda parte del sexenio. La Reforma Educativa estaba destinada a mostrar sus dotes de estadista y operador político.
El fracaso de Aurelio Nuño con la Reforma Educativa es conocida por todos. Peor aún, la crisis política en la que metió a la administración de Peña Nieto con la CNTE, es producto en buena medida de su inexperiencia, su soberbia y la falta de sensibilidad. Hoy las posibilidades de Nuño son aun menores que las de Videgaray para llegar a ser candidato del PRI.
Quizá eso es lo que ha revivido las esperanzas del Secretario de Hacienda. No está dispuesto a dejar el terreno a su eterno rival, Osorio Chong, pero se ha quedado sin cartas. José Antonio Meade, titular de la Sedesol, otro de los precandidatos, es un hombre cercano a Videgaray, pero no forma parte de sus cuadrillas, ni mucho menos.
Lo cierto es que en los últimos diez días advierto una sutil estrategia para reposicionar al ministro. Súbitamente los columnistas han comenzado a hablar de él como un probable contendiente después de haberlo desahuciado durante tantos meses (sí, eso es lo que estoy haciendo aquí, pero ellos lo hacen entre elogios a su persona); se han activado foros y tribunas para darle exposición; y, lo más importante, desde la Secretaría de Hacienda se intenta cortejar al empresario por todas las vías posibles.
Dentro de la estrategia por convertir a Videgaray en un candidato atractivo para la iniciativa privada y sectores influyentes, Hacienda ha planteado la posibilidad de aligerar aspectos de la normatividad fiscal cuestionados por la opinión pública. Eso, y la esperanza de que la economía cierre el sexenio con un mejor desempeño, son las apuestas del ministro más poderoso del gabinete para convertirse en el heredero de Peña Nieto.
Personalmente no creo que, incluso si logra esos dos objetivos, pueda transformarse en un candidato con posibilidades de ganar una elección. No sólo porque carece de carisma y sensibilidad política; también porque no tiene argumentos para presentarse en una campaña electoral que, todo indica, habrá de centrarse en el tema de la corrupción y su combate.
Lo que no cabe duda es que lo está intentando. Si usted observa con atención prensa y noticieros los próximos días podrá notar que hay un resucitado en la escena nacional.
@jorgezepedap
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July 31, 2016
SEP y la CNTE “Es México, güey, capta”
La reforma de la secretaría de Educación está más entrampada que Lord Audi, el tripulante sorprendido por un video en el momento de agredir a un ciclista. Por más que argumente que el de la bicicleta lo molestaba porque no lo dejaba pasar (en un carril destinado a bicicletas) y que el policía que intentó detenerlo no tenía atribuciones porque era bancario y no de tránsito, el video viralizado en redes sociales no deja ninguna salida a este mirrey de pacotilla. Una vez que fracasaron sus esfuerzos para imponer su estatus social o amedrentar con el nombre de su padre sólo le quedó apelar a la madre de todas las argumentaciones: “Es México, güey, capta”.
Aurelio Nuño, Secretario de Educación, puede decir misa sobre las virtudes de la reforma pedagógica (que como se ha dicho muchas veces es en realidad una reforma laboral), pero a estas alturas prácticamente está muerta. Puede invocar el apoyo de sus tutores, Peña Nieto mismo y su poderoso ministro Luis Videgaray, y puede desgañitarse afirmando que sus propuestas representan la modernidad y la civilización frente el atavismo clientelar y anacrónico que entrañan los privilegios del sindicato magisterial. Pero aún si tuviera razón, lo cual está sujeto a controversia, el hecho es que las posibilidades de su reforma son tan grises como el aire del Valle de México.
La verdad es que en este momento el costo político de reprimir a los maestros que toman carreteras y vías públicas resulta absolutamente prohibitivo para el gobierno federal. La misma opinión pública que exige poner un alto a los desmanes, demandaría cabezas y dimisiones ante el muy probable derramamiento de sangre que supondría una acción violenta de parte de las autoridades. Los inconformes han dejado en claro que están dispuestos a llevar la confrontación hasta sus últimas consecuencias, y estas, las últimas consecuencias, podrían ser catastróficas. No se necesitan muchos nochixtlanes más para incendiar una región en la que anida la rabia y la desesperación por la miseria y la desigualdad crónicas.
Pero el gobierno tampoco puede seguir nadando de muertito. Los paros de los maestros y sus grupos aliados están asfixiando económicamente a la región. Los daños al turismo, la industria y el comercio han sido severos y en caso de prolongarse podrían ser irreversibles. Empresas internacionales que operan en o a través del puerto de Lázaro Cárdenas, Michoacán, amenazan con retirarse para no regresar; el cerco a los aeropuertos de la zona genera un daño que, si hace más longevo, tomará años subsanar. Eso por mencionar un par de ejemplos.
A la secretaría de Gobernación, responsable de las negociaciones, sólo le queda la salida de la vía de una claudicación que no lo parezca. Y justamente eso es lo que están en proceso de definir, aunque nadie lo diga. Presidencia y la SEP dijeron tantas veces que la reforma educativa no cedería ante el chantaje, que ahora tienen que desarticular las propuestas laborales a satisfacción de los agraviados y al mismo tiempo salvar la cara. Así que no nos extrañe que las negociaciones terminen en un arreglo cargado de eufemismos, fórmulas compensatorias, privilegios escondidos. En suma, una reforma de letra muerta.
En esta confrontación no hay buenos o malos, sólo ineptitud política e intolerancia. Muchos de los privilegios de los que goza el sindicato son absurdos y francamente lesivos para la calidad de la enseñanza pública; y por más que resulten eficaces sus métodos de lucha el costo que infligen a la comunidad tomándola como rehén, es irresponsable y egoísta, por decir lo menos.
Del otro lado, la soberbia y la insensibilidad que supone tratar de imponer de manera vertical y punitiva un cambio laboral al interior del gremio más combativo y articulado (entre sí y con su comunidad) revela un desconocimiento abismal de la realidad. Al salirse con la suya, la CNTE le ha dicho al gobierno federal “es México, güey, capta”.
Hay zonas en el que no podemos transigir con el México viejo y atrasado, plagado de privilegios; en ese sentido los mirreyes no merecen consideración alguna. Pero hay otros anacronismos que responden a situaciones complejas, producto de las necesidades de sobrevivencia de grupos sociales y políticos prohijados por el propio sistema. Creer que pueden desaparecer simplemente por así convenir a la carrera política de un ministro revela que, en efecto, no han captado.
@jorgezepedap
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July 27, 2016
Trump vs México. ¿Y ahora qué hacemos?
Mientras el resto del mundo observa el encumbramiento de Donald Trump como un rasgo del mal gusto y de la excentricidad desaforada de la peor expresión de la sociedad estadounidense, los mexicanos lo contemplan como la cuenta regresiva de una terrible pesadilla a punto de convertirse en realidad.
Lo que hasta hace algunos meses parecía una broma puede dar lugar a la peor crisis que el país haya padecido en mucho tiempo. Y no sólo porque somos vecinos y compartimos 3.000 kilómetros de frontera, también porque el candidato republicano ha convertido a los mexicanos en chivo expiatorio de los males que aquejan a su país. Peor aún, ha convencido a gran parte de la población blanca de que el país vecino es el responsable del empobrecimiento y del deterioro de su calidad de vida. Drogas, inseguridad, pandillerismo, pérdida de empleos a manos de los migrantes, competencia desleal a los agricultores, cementerios industriales por el traslado de empresas a territorio mexicano.
Un discurso rampante y tramposo que no sólo ha atrapado a la llamada white trash (población blanca de origen rural, empobrecida y poco educada), sino también a buena parte de la clase media que ha perdido poder adquisitivo en los últimos años.
En un artículo reciente del New Yorker, Hua Hsu ofrece nuevos ángulos al resentimiento que experimenta la mayoría blanca y el punto de fuga que ofrece Trump a sus problemas. Para las clases trabajadoras blancas el color de su piel no representa ya un privilegio o una garantía. Predomina el sentimiento de que las políticas de integración y las laxas leyes de inmigración los han empujado hacia abajo en la escala del ascenso social. La blancura de su piel, justamente, es la razón por la cual se encuentran en desventaja.
Paradójicamente, la elección de Obama imprimió una tensión adicional en esta sensación de despojo, pues significó el avance de la otredad a la máxima posición de la escalera y, en esa proporción, la peor de las afrentas. La llegada a la Casa Blanca de un presidente que no es blanco por primera vez en la historia, provocó en estos sectores la posibilidad de verse a sí mismos como desplazados. La xenofobia de Trump y sus acusaciones en contra de los latinos ofrecen una vía política y emocional para la reconquista del poder, sin importar las consecuencias.
¿Y cuáles podrían ser esas consecuencias? Los especialistas apenas comienzan a hacer el inventario de los posibles daños y ciertamente no son menores. Si bien es cierto que la capacidad del Ejecutivo está limitada por el entramado institucional (y para muestra lo poco que pudo hacer Obama para impulsar su agenda), la mera radicalización de la opinión pública y el cambio de actitudes hacia el sur provocaría tsunamis en la economía mexicana. Ahora mismo, la candidata demócrata, Hillary Clinton, ha declarado su disposición a revisar los tratados comerciales con México (algo que ella ya había anticipado pero que ha acentuado a partir de la actitud de Trump).
Estados Unidos representa el 80% del comercio internacional de México y el único socio con el que tiene un superávit comercial; las plantas automotrices son el motor de la industria nacional (exportan 44.000 millones de dólares anuales) y los cultivos de exportación representan la columna vertebral del sector primario. El norte del país, la zona más próspera, opera en función de una relación simbiótica con el sur norteamericano. Las remesas de los inmigrantes son el verdadero subsidio a la miseria rural del México profundo (22.000 millones de dólares anuales); en fin, la cotización del peso frente al dólar puede transformarse en montaña rusa con el anuncio de un triunfo de Trump.
No se trata de profetizar escenarios apocalípticos. Incluso si Trump gana, muchas de sus amenazas no pasarán de simples promesas de campaña. Pero las catástrofes comienzan así, como ominosas y lejanas posibilidades súbitamente convertidas en realidad.
Además del tardío intento del Gobierno mexicano para hacer cabildeo entre la opinión pública estadounidense, tendríamos que comenzar a otear estrategias comerciales y productivas que nos hagan menos dependientes de los vaivenes de una atmósfera política tan inestable y emocional. En el mejor de los casos, Trump es apenas un anuncio de lo que nos depara el futuro. Al corto plazo no queda sino resistir, pero al mediano y largo plazo estamos obligados a buscar un mayor espacio de autonomía comercial y económica. El imperio está herido y nos puede cargar con cualquiera de sus coletazos.
@jorgezepedap
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July 17, 2016
Erdogan y El Señor de los Anillos
¿Qué habría pasado si Salvador Allende hubiese tuiteado al pueblo chileno que Pinochet y sus huestes estaban dando un golpe de Estado en contra de su gobierno, elegido en las urnas? Más o menos eso es lo que hizo el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, la madrugada de viernes a sábado para denunciar un alzamiento militar y solicitar la intervención de los ciudadanos para impedirlo.
“Exhorto al pueblo turco a acudir a las plazas públicas y aeropuertos”, escribió la presidencia en Twitter y Facebook. “No hay poder más alto que el poder del pueblo”. Y en efecto, en cuestión de horas, si no es que de minutos, comenzaron a circular en Facebook y posteriormente en los medios de comunicación imágenes de ciudadanos tirados en la acera inmovilizando el paso de un tanque o un convoy militar.
Antes de despuntar el día multitudes se agolpaban en las avenidas y en torno a edificios estratégicos dispuestas a desafiar a los alzados. A media mañana del sábado estaba claro que la rebelión había fracasado. El resto de las fuerzas armadas decidió dar la espalda a los golpistas, aunque sólo lo hicieron cuando percibieron la resistencia de la población civil.
Desde luego ayudó que Erdogan tuviese casi nueve millones de seguidores en Twitter, pero incluso si hubiesen sido mucho menos, la difusión viral de su mensaje provocó que fuese reproducido en el time line de prácticamente todos los turcos que tienen una cuenta en redes sociales. De poco sirvió que los militares, siguiendo el libro de texto de todo golpista que se respete, habían tomado instalaciones de televisión y radio buscando, justamente, impedir la circulación de información hasta que ellos controlasen el poder y proclamaran la imposición de un nuevo gobierno.
Desde la explosión de la primavera árabe, hace cinco años, cuando la población se sacudió regímenes dictatoriales en varios países del norte de África en gran medida gracias al llamamiento en las redes sociales, quedó claro que la nueva tecnología permitía un protagonismo inédito e intensificado de la población en la política. Pero hasta donde alcanzo a ver, es la primera vez que resulta clave no para derrocar un gobierno, sino para impedir que sea derrocado.
Interesante. Mucho camino recorrido desde que Miguel Hidalgo recurría a las campanas de su iglesia para urgir a la población a tomar las armas y quitarse de encima a un gobierno opresor.
Ahora bien, a diferencia del legendario Salvador Allende y del sanguinario Augusto Pinochet, el caso turco es mucho más ambiguo y resulta imposible etiquetarlo automáticamente como un triunfo de la justicia contra la barbarie. Erdogan puede tener nombre de personaje de El Señor de los Anillos, pero si lo fuera no estaría en el bando de los hobitts. No es el tema de la columna (la política interna de Turquía), aunque habría que aclarar que el tal Erdogan está lejos de ser un paladín de la democracia. Llegó al poder de la mano del conservadurismo religioso e instauró un régimen autoritario, hostil a las minorías étnicas, religiosas y políticas. De hecho, el ejército es el factor históricamente responsable de introducir el laicismo en la vida política y había logrado que Turquía se convirtiese en el país musulmán menos radical de la zona. Algo que por desgracia el fundamentalismo de Erdogan ha venido desmontado en los últimos años. Los golpistas de este fin de semana justificaban su rebelión, al menos en parte, como un intento de restablecer la separación entre el Estado y la religión.
Lo cierto es que Erdogan fue sido elegido con el voto de 49 por ciento de los electores y encabeza un gobierno legítimo, y que lo seguirá haciendo gracias a la intervención más o menos espontánea de los ciudadanos de a pie.
Me parece que el papel de las redes sociales en la política no ha hecho sino comenzar. No se trata de beatificar el efecto de Twitter, Facebook o WhatsApp, y su capacidad para influir en la conversación pública, antes monopolizada por la élite y los periodistas. Las virtudes de esta nueva arena pública son tantas como sus defectos. Estridencia, manipulación, mensajes de odio, banalización; pero también democratización, pluralidad, denuncia, transparencia. Y podemos sumar una larga lista de adjetivos favorables y desfavorables a cada extremo de esta ecuación.
No hay dudas de que las redes sociales han cambiado la manera en que la política sucede. Y no tengo dudas de que seguirá haciéndolo, para bien y para mal, de manera cada vez más intensa y bajo modalidades que ni siquiera alcanzamos a concebir en esta apenas incipiente etapa. Pero al menos podemos dar cuenta de los hitos en esta película tan difícil de predecir que se desenvuelve ante nuestros ojos. Lo del fin de semana en Turquía es uno de estos hitos.
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July 10, 2016
La vajilla rota
La CNTE será a la Reforma Educativa lo que los macheteros fueron al fallido proyecto del nuevo aeropuerto en tiempos de Fox. Una mala negociación política de arranque envenenó la posibilidad de resolver un problema urgente y necesario: mejorar la calidad de la educación pública.
Nuestra tara política no es que se negocien los términos de un proyecto oficial para aplacar protestas y marchas. En una sociedad democrática la política debe ser entendida justamente como la conciliación de las diferencias de los distintos sectores que forman parte de la comunidad. Y esto supone ceder, contraproponer, encontrar puntos de encuentro a la mitad del camino.
Por desgracia no es eso lo que ahora transitamos. El problema es cuando estas negociaciones, ahora desesperadas, son producto de la soberbia y la cerrazón originales, y se termine por ser rehén de la violencia generada por tal cerrazón. En tales casos, lo más probable es que la reforma resultante abone a los caprichos y a los reclamos por prebendas a favor de los políticos profesionales del magisterio, no necesariamente de los maestros.
Existía consenso sobre la necesidad de una reforma educativa profunda. Todos los diagnósticos daban cuenta del deplorable nivel de nuestros escolares y del uso y abuso del sindicato magisterial para fines políticos y electorales, ya fuese a través del SNTE o de la CNTE, la organización disidente del sureste mexicano.
Como sucedió en su momento con la guerra contra el narco, el problema con esta Reforma Educativa es que no se emprendió por los motivos legítimos (resolver un problema acuciante) sino para atender una necesidad política: en este caso promover la candidatura de Aurelio Nuño a la presidencia del país. La misión fue encomendada a un joven técnico sin la mano izquierda necesaria para abordar la intrincada negociación que requería sensibilidad y madurez. Lejos de eso, Nuño creyó que exhibir mano dura y nula flexibilidad abonaba a la construcción de un perfil autoritario como el que requería el país.
Hace una semana, en este espacio, argumenté que Aurelio Nuño es ya un cadáver político, al menos de cara a la sucesión presidencial. El grupo de Peña Nieto cometió un pecado político y cosechó su penitencia. Pero el daño es mucho mayor que eso y lo pagamos todos.
Y no sólo porque hay, en efecto, un costo económico y social enorme como resultado de las marchas y plantones, particularmente en las regiones que resultaron literalmente ahorcadas en el sureste en los últimos días. El costo al mediano plazo es aún mayor, porque revela a los grupos inconformes que sólo mediante la violencia el gobierno va a atender sus reivindicaciones. La moraleja que deja este conflicto es que mediante el daño a terceros es la única vía de los sectores agraviados para ser escuchados por el Estado.
Que los pobladores recurran cada vez más al linchamiento para responder al cáncer de la delincuencia, que las comunidades rurales quieran armar a sus tropas de autodefensa o que los grupos políticos marginales se sientan obligados a provocar embotellamientos y entorpecer la vida de cientos de miles de ciudadanos es un fiel reflejo de que el Estado está siendo desbordado por muchos frentes.
La eficiencia de un sistema político se mide en buena medida por su capacidad para gestionar con eficiencia las tensiones que brotan en su seno. Cuando un matrimonio se ve en la necesidad de romper media vajilla cada vez que surge una discusión podemos apostar por una separación inminente.
Y desde luego aquí hay más consecuencias que una vajilla rota. La pérdida de vidas en Nochixtlán es irreversible. Pero ciertamente se agradece que después de eso el Gobierno haya preferido negociar que reprimir (al menos hasta el cierre de esta columna). A nadie escapa que el conflicto pudo terminar en un baño de sangre con consecuencias imposibles de predecir.
No sabemos como concluirá este proceso. Pero me queda claro que en más de un sentido todos hemos perdido. Por una Reforma Educativa que pudo ser (no la de Aurelio Nuño, sino la que podría haberse diseñado desde el principio con los maestros sentados en la mesa de negociación); por los costos y contratiempos que han provocado las marchas y plantones; y, sobre todo, porque deja en claro que la única defensa de los grupos disidentes en contra de la incapacidad o el autoritarismo del estado es la protesta que lesiona el interés público. Mala cosa para todos.
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July 3, 2016
Cayó Aurelio, ¿sigue Osorio?
Tal como van las cosas, la única carta confiable que podría tener Peña Nieto de cara a la elección de 2018 para evitar un triunfo de Andrés Manuel López Obrador será Margarita Zavala. Suena extraño, considerando la filiación panista de la esposa del ex Presidente Felipe Calderón, pero bien mirado ella podría ser la única posibilidad para evitar dar con sus huesos en la cárcel.
Y es que el pulso contra los maestros de la CNTE está por llevarse entre las patas a las dos cartas más fuertes del Presidente para dejar a alguien de sus confianzas en Los Pinos: Aurelio Nuño y Miguel Ángel Osorio Chong.
La posible candidatura de Nuño en realidad sólo existió en la mente de Peña Nieto. Sólo él pudo ver material presidencial en el joven e impetuoso asesor político traído al gabinete por Luis Videgaray. Primero en la campaña y luego como jefe de la oficina de Los Pinos, Nuño se ganó el aprecio del mandatario con sus puntos de vista ágiles y contundentes, pero también simplistas. Propios de alguien acostumbrado a bregar en la política de pasillos y cuartos de guerra, pero no de la calle.
Por talante y por estrategia, Nuño decidió construir su candidatura ofreciéndose como la mano firme que requería el país para poner orden a la vida pública. Ya desde la oficina de Los Pinos aseguraba que no se tomarían acciones sólo para satisfacer a la tribuna o a los periodistas, en referencia a los cuestionamientos de la opinión pública referente a la corrupción.
Y justamente se eligió la Secretaría de Educación Pública para que desde allí construyera en la segunda mitad del sexenio una imagen de político valiente y decidido, capaz de meter en cintura al conflictivo movimiento magisterial. Las encuestas le mostraron que buena parte de la opinión pública veía con malos ojos el activismo político de los maestros disidentes y los excesos de los líderes magisteriales. Nuño decidió que esa sería su carta de presentación y su boleto para ingresar a Los Pinos.
No era un diagnóstico malo, pero la implementación fue desastrosa. Como ya ha sido descrito por expertos y analistas, el problema es que intentó aplicar su medicina sin tomar en cuenta al paciente. Una reforma educativa sin considerar los puntos de vista de los responsables de llevarla a cabo. Su estrategia para introducir la reforma educativa fue punitiva: despido a quien no cumpliera las nuevas normas, a quien no superara la evaluación. Poco o nulo espacio para la negociación con los maestros o los planes para buscar su adhesión por otras vías ; desconocimiento absoluto de los arraigos sociales del magisterio y el tejido de las comunidades en el sureste; escasa mano izquierda para reaccionar a los contratiempos de una negociación rasposa.
Nueve muertos más tarde y una respuesta política y social que ha puesto al borde de la insurrección a un amplio territorio, Aurelio Nuño es hoy un cadáver político de cara al 2018.
Para desgracia de Peña Nieto la crisis también podría liquidar a otro de sus entenados. Incapaz de sentarse en la mesa de negociación el titular del ministerio de Educación, ha tenido que entrar al quite el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Con más oficio y mucha más sensibilidad, el ex Gobernador de Hidalgo ha querido establecer puentes para una salida negociada del conflicto, pero lo han mandado a la mesa de conversaciones con la mochila vacía. Aurelio Nuño ha dicho a diestra y siniestra que la autoridad no cedería un ápice en las exigencias que plantea la reforma educativa, con lo cual dejan a Osorio sin argumentos para negociar.
El ministro está atrapado. En medio de marchas y protestas, la CNTE y sus aliados han puesto tal cerco a en los caminos de Oaxaca que han terminado por poner en riesgo el abastecimiento de alimentos, medicinas y servicios para algunos sectores de la población. La presión de empresarios y parte de la opinión pública exige la intervención de la fuerza pública. Y a menos que alguien ceda sobre el tema de la reforma educativa, la única opción que le dejan a Osorio sus propios colegas es el uso de la fuerza. Una salida que podría tener un resultado dramático y dejar, entre otras cosas, convertido a Osorio en otro cadáver político.
Visto así, al Presidente tendrá que revisar de nuevo la composición de las filas priistas para promover en menos de dos años a un candidato para la contienda. Necesita a alguien en Los Pinos para que le cubra las espaldas a partir del 2018. Y si no lo consigue, tendrá que encomendarse a santa Margarita, esperando que ella le devuelva el favor y lo trate con algodones, como él lo hizo con su marido.
@jorgezepedap
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June 29, 2016
El poder de la bisagra
El próximo presidente de México no será un miembro del PRD, pero muy probablemente sea este partido quien defina el nombre del ganador. El poder de la bisagra, que dicen.
Y es que las elecciones presidenciales de México en 2018 podrían estarse decidiendo en los próximas días, sin que nos hayamos percatado. Tras la renuncia de Agustín Basave a la presidencia del PRD, este partido de izquierda tendrá que elegir sucesor entre miembros que se debaten entre dos tendencias contrapuestas: aquellos que se inclinan por la posibilidad de continuar haciendo alianzas electorales con el PAN, el partido de la derecha, y aquellos que las repudian y exigen el retorno a las banderas originales de la izquierda. A mi juicio, el resultado de este pulso podría definir al triunfador en las próximas elecciones presidenciales.
¿Por qué? Básicamente porque pese a la debacle que experimenta el partido que alguna vez representó a la izquierda, aún está en posibilidades de alcanzar un porcentaje de votos suficiente para llevar a Los Pinos a los dos posibles rivales del PRI en el 2018: Andrés Manuel López Obrador de Morena, por un lado, o al candidato panista cualquiera que este sea.
Los resultados de las elecciones de junio pasado son reveladoras. Las dos agrupaciones de izquierda alcanzaron el 34% de los votos sufragados, dos puntos más que el PRI y cinco por encima del PAN. El problema para la izquierda es que este 34% representa la suma de dos organizaciones que actualmente se odian: Morena obtuvo 20% y PRD 14 (ciertamente se trataba de una elección acotada a doce entidades que elegían gobernador, pero es una muestra por demás aleccionadora).
López Obrador ha dado muestras una y otra vez de que el PRD, organización a la que renunció, es su pluma de vomitar
Muy probablemente el PRD seguirá cayendo, pero es razonable suponer que su base territorial y el peso de su marca en las boletas puedan otorgarle al menos un 8 % del electorado, quizá un poco más. Suficiente para convertirse en una cifra decisiva para desempatar lo que seguramente será una contienda reñida entres las tres grandes fuerzas políticas que se repartirán el pastel electoral: PRI, Morena y PAN. Desde hace varios sexenios las elecciones presidenciales son ganadas por márgenes que rondan un 5 %, y en ocasione aún menos, sobre el inmediato perseguidor. Esto convierte a los partidos bisagra capaces de acercarse a este monto en fuerzas decisivas en la contienda. Y sin duda, en 2018 el PRD es el candidato idóneo para cumplir esta función.
Después del desencanto con los gobiernos panistas de 2006 2012, y la frustración que ha provocado el regreso fallido del PRI (las encuestas de reprobación al presidente Peña Nieto son históricas), parecería ser el momento de López Obrador. El ascenso de Morena así lo revela. Pero los anticuerpos que genera el tabasqueño también son formidables. En todo caso, se ve muy difícil que logre un triunfo si el voto de la izquierda se divide.
López Obrador ha dado muestras una y otra vez de que el PRD, organización a la que renunció, es su pluma de vomitar. Pero esto cambiaría si asume la presidencia del partido una corriente favorable a su candidatura. De hecho, no es casual que algunos cuadros lopezobradoristas sospechosamente nunca abandonaron al partido en la emigración a Morena. Esperaban este momento.
Las tribus que han gobernado al PRD probablemente preferirían ser cabeza de ratón en su partido bisagra, esperando vender caro su amor al PAN, que convertirse en cola de León bajo el liderazgo exigente y absoluto de López Obrador. Pero no son pocos los militantes que encuentran aberrante una alianza electoral con una derecha que sostiene banderas ideológicas opuestas a las que alguna vez les llevaron a militar en el partido de la revolución democrática.
En uno u otro sentido la contienda habrá de dilucidarse en las próximas semanas, y con ella las posibilidades de la izquierda de ser el contendiente a vencer o un mero espectador de la batalla que se avecina.
Publicado en El País
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