Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 7

August 6, 2019

El genocidio blanco o la otra venganza de Moctezuma

El racismo, convertido en ideología de defensa, ha comenzado a adquirir etiqueta de legitimidad en círculos cada vez más amplios.


No deja de ser irónico que la matanza en contra de hispanos este fin de semana en El Paso, Texas, haya tenido lugar en un Walmart. La firma estadounidense se ha convertido en la empresa que genera más empleos en México y en general en América Latina. Globalización por donde se le mire, el mismo fenómeno que hace imparable la migración que quita el sueño a Trump y a los supremacistas blancos.



Desde su perspectiva, tienen razones para preocuparse. Según el U.S. Census Bureau antes del 2050 la suma de las minorías se convertirá en una mayoría demográfica. En otras palabras, Estados Unidos dejará de ser un país mayoritariamente blanco. Para muchos norteamericanos eso simplemente significa que su cultura será más diversificada, pero muchos otros (46% de los blancos, según el Pew Research Center) creen que con el predominio de las minorías se habrá perdido para siempre el núcleo del American way of life. Los más radicales hablan incluso de ser víctimas de un genocidio silencioso, lo cual justifica cualquier tipo de medidas de defensa en contra de la extinción de su raza y su cultura.


Estas posiciones políticas se nutren, desde luego, del uso que los políticos le han dado a estos temores convirtiéndolos en bandera electoral. En realidad los dos factores son simbióticos: la elección de Trump se explica en parte por el extendido temor de la población blanca ante el ascenso de las minorías y estos temores, a su vez, resultan expandidos por el discurso de odio impulsado por el presidente. Las dos puntas del fenómeno se alimentan mutuamente. Cometeríamos un error asumiendo que se trata simplemente del daño que provoca un individuo desequilibrado en la Casa Blanca. La aprobación del presidente entre los votantes republicanos subió 5%, para alcanzar 72%, tras haber flagelado a cuatro legisladoras de origen “étnico” pidiéndole que regresaran a los lugares infestados de crimen de donde venían. Los tuits de Trump fueron unánimemente considerados de corte racista y, no obstante, resultaron aplaudidos por una parte importante de la población (entre votantes demócratas e independientes, en cambio, sus expresiones provocaron una caída en su aprobación). Es decir, el racismo, convertido en ideología de defensa, ha comenzado a adquirir etiqueta de legitimidad en círculos cada vez más amplios. Hace 20 los supremacistas hablaban de superioridad de la raza blanca, dice el investigador Haidi Beirich, ahora hablan de supervivencia, de la imparable invasión de personas de color.


Los supremacistas tienen incluso un corpus intelectual al cual recurrir para justificar sus posiciones y, en última instancia, sus acciones. El más distinguido de los autores lleva por nombre, por qué no, Camus. El francés Renaud Camus publicó en inglés en 2018 No nos reemplazarán (You Will Not Replace Us), una especie de síntesis de sus trabajos en francés, el más famoso de los cuales Le Grand Replacement (2012) se ha convertido en biblia de cabecera de la derecha xenófoba europea desde hace años. Ese fue el título del manifiesto publicado por el asesino para justificar la tragedia de la mezquita en Chrischurch, Nueva Zelanda que dejó 51 víctimas: The Great Replacement. La tesis central de Camus, plagada de referencias filosóficas, históricas y estadísticas, describe el genocidio de la población blanca producto de la lenta pero creciente invasión por parte de otras razas de color y la necesidad de hacer algo al respecto. Patrick Crusius el perpetrador de la masacre de El Paso, posteó minutos antes de acometerla, que su ataque era una respuesta a la Hispanic invasion of Texas.


No resulta claro aún el efecto político electoral que tendrá la matanza en el Wal-Mart. La reacción inmediata ha sido de repulsa al discurso de odio y discriminación impulsado por Donald Trump desde la Casa Blanca. Sus adversarios argumentan que sus tuits se han convertido en el combustible que pone en movimiento a terroristas como Crusius. Muchos votantes de derecha pueden justificar descalificaciones racistas en contra de legisladoras de color, pero no les gustaría ver sus centros comerciales convertidos en mataderos.


El hecho de que unas horas más tarde un joven al parecer desequilibrado, y siguiendo motivos aún inciertos, asesinara a diez personas, entre ellas su hermana, en Dayton, Ohio, ha permitido a Trump desviar el tema de la agenda racial y convertirlo en un asunto de control de armas. Si bien esta es una bandera crucial para la derecha norteamericana, el presidente preferiría ceder en algunos puntos menores y en todo caso emprender una polémica mediática respecto a las armas, que reconocer alguna responsabilidad personal en la ola de odio racial que ha resurgido. No es casual que este miércoles programara una visita a los dos sitios, Dayton y El Paso, para enlazarlos con el elemento que tienen en común: el acceso de jóvenes desequilibrados a rifles automáticos. Cualquier cosa para impedir que se le acuse de porrista del terrorismo. No obstante, habría que hacer apuestas: ¿Cuánto tiempo se tardará Trump en publicar el siguiente tuit en contra de sus villanos favoritos? @jorgezepedap


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Published on August 06, 2019 19:00

July 30, 2019

El mesías vs el republicano, o la bipolaridad presidencial

En Palacio Nacional hay un republicano, pero también hay un profeta moral que asume que el país ha cambiado porque él ha llegado a la silla presidencial.

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, tiene la extraña capacidad de ofrecer todos los días razones para quererlo o para odiarlo, según la posición de cada cual. Pero no solo produce este efecto en sus seguidores o en sus rivales, algo que parecería lógico. También en aquellos que sin ser simpatizantes, abrigan la esperanza de que la 4T cumpla en alguna medida sus promesas sobre corrupción, desigualdad, inseguridad e injusticia social




Hay momentos en que el presidente ofrece argumentos sólidos para creer en su intención de producir un cambio social en México. Para no ir más lejos, este miércoles anunció que enviaría al Congreso un proyecto de amnistía a favor de los presos en cárceles mexicanas en condiciones jurídicas cuestionables debido a su pobreza, su indefensión o a la persecución política. Miles que esperan ser condenados o procesados bajo acusaciones endebles o absurdas, producto de la arbitrariedad o la corrupción. Algo que a los gobiernos anteriores les tenía sin cuidado.




Como esta medida cada semana surgen dictámenes y proyectos encaminados a subsanar una anomalía, un abuso, un despilfarro evidente. Estoy convencido de que su administración habrá cambiado radicalmente el patrón de corrupción y dispendio que se había instalado en la administración pública, lo cual no es poca cosa.


El problema es que también hay de los otros. Aquellos momentos que nos llevan a pensar que el presidente está dejándose atrapar en su propia realidad. “Yo tengo otros datos” se ha convertido en una muletilla para defenderse de toda crítica o información que no coincida con su visión (México ya es otro, está creciendo y vamos muy bien). No importa que el dato proceda de su propio Gobierno, del Banco de México, de la prensa, del FMI, de las calificadoras y un largo etcétera. Hay un problema de fondo cuando un dirigente está convencido que los gritos de sus seguidores constituyen la voz del pueblo y por consiguiente un mandato superior a leyes e instituciones. Sus encuestas a mano alzada, convertidas en artículos de fe, dan calambres incluso a los que vemos con simpatía su agenda de cambio.


El asunto, me parece, reside en su propia trayectoria. El alma del presidente está habitada simultáneamente por un republicano y por un mesías. Hay ratos en los que se impone el hombre práctico, responsable y congruente con sus objetivos pero también con sus posibilidades. Ese que, por ejemplo, ha sostenido una relación pragmática con Estados Unidos, desprovista de cualquier retórica doctrinaria, conjurando así una potencial tragedia económica en las relaciones con nuestro explosivo vecino. El mismo que se ha abstenido de emprender una cacería política en contra de sus enemigos de antaño o flagelar a las élites con una andanada de expropiaciones y decretos. El republicano que lleva dentro le ha mantenido inmune al revanchismo de muchos de sus seguidores y alimentado por un pasado de opositor machacado por los poderes.


Pero en López Obrador hay también un profeta, un hombre convencido de que tiene una responsabilidad histórica para llevar a cabo la Cuarta Transformación del país, con la estatura moral y la legitimidad con la que Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero pusieron en marcha las tres anteriores. En su lado positivo, esta es la fuerza que le ha permitido porfiar durante tantos años en su intención de llegar a la presidencia, pese a todos los descalabros y sinsabores.


Pero mal aspectado, como se dice ahora, esa convicción corre el riesgo de derivar en una peligrosa consigna: “el bien soy yo”. Creerse el único portador de la voz del pueblo, el instrumento de una voluntad popular hasta ahora postergada, el depositario de las reivindicaciones de los oprimidos. En ese sentido toda objeción a él es cobarde, mezquina u obedece a una intención ilegitima. Siendo así, un informe adverso de parte de un colaborador es atribuible, en el mejor de los casos, a la incapacidad para entender la misión y, en el peor de ellos, a la traición.



 En Palacio Nacional hay un republicano que desea gobernar para todos los mexicanos asumiendo sus contrastes y diferencias, un hombre de Estado consciente de la complejidad de México. Pero también hay un profeta moral que asume que el país ha cambiado porque él ha llegado a la silla presidencial, que ahora gobierna el bien, que exhorta a los delincuentes a portarse mejor para no hacer sufrir a sus mamacitas. Esperemos que el laicismo de Juárez se imponga a los refranes bíblicos, el espíritu democrático de Madero a la intolerancia moralina; el sentido común de Hidalgo, capaz de evitar el saqueo de la Ciudad de México a pesar de la rabia de la masa. Todos ellos están en su alma, el problema es que también lo otro. El republicano y el mesías. Habrá que ver cuál se impone. @jorgezepedap

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Published on July 30, 2019 19:06

July 28, 2019

EL republicano dudoso

Como si no tuviéramos problemas que enfrentar, esta semana buena parte de la conversación pública (léase medios, redes sociales y charlas de sobremesa) giró en torno a la especulación de que López Obrador se reelija al final de su sexenio en 2024. Enrique Krauze, incluso, propuso lanzar un Frente Nacional Antireeleccionista que podría ser encabezado por el mismísimo Cuauhtémoc Cárdenas. Como es sabido López Obrador acudió a un notario público para certificar su decisión explícita de nunca intentar eso de lo que ahora se le acusa. Inmediatamente sus críticos advirtieron que esa promesa notarial no elimina el peligro. Primero, porque es un documento que no tiene valor jurídico, simplemente acredita que en tal fecha esa era su voluntad. Tendría el mismo carácter que un testamento que igual puede cambiarse cualquier otro día.  Y segundo, porque la reelección no es el único camino para mantenerse en Palacio Nacional, la otra vía es la extensión del mandato mediante un cambio en la constitución. Aunque conseguirlo supondría un brete jurídico, en estricto sentido esa opción no requeriría presentarse a unas elecciones.


Desde luego el temor no es gratuito. Se originó con el albazo que propinó el congreso estatal de Baja California mediante el cual se extendió el mandato del Gobernador de Morena recién elegido. Como se recordará, las elecciones en aquél estado fueron convocadas para cubrir un  período de apenas dos años, obedeciendo al deseo de recorrer así el calendario estatal y empatarlo con las elecciones federales intermedias de 2021. Pero una vez en el poder, el Gobernador elegido, Jaime Bonilla (un empresario ex priista que supo leer a tiempo el cambio de aires políticos), encontró que 24 meses no justificaban ni el esfuerzo ni los gastos de campaña y movió los hilos para que los diputados locales le ampliaran la chamba para continuar hasta el 2024, es decir en total cinco años. El problema, claro, es que los ciudadanos habían elegido a un funcionario para el término de dos años, sin derecho a reelección según reza la convocatoria, lo cual supondría un abuso inexplicable de parte de los generosos legisladores locales. Curiosamente la mayor parte de ellos eran panistas, algunos en proceso de cambiar a Morena y en medio de muchas acusaciones de haber sido convenientemente “maiceados”. El tema seguramente habrá de resolverse en la Suprema Corte.


Pero el caso de Baja California encendió las alarmas entre todos aquellos que ven a López Obrador como enterrador de la democracia. Suponen, incluso, que puede tratarse de un laboratorio de lo que podría suceder luego a nivel federal. No obstante el Presidente ha declarado reiteradamente que es un republicano de cepa y cita a Francisco I Madero, el antirreleccionista, como uno de sus referentes históricos. Una y otra vez ha dicho que no seguirá en el poder al final de su mandato y ahora lo ha afirmado ante notario público. Pero se habría ahorrado toda este desgaste de paja si simplemente hubiese hecho un deslinde crítico con lo que está pasando en Baja California. Por el contrario, sus intervenciones al respecto no han podido ser más ambiguas. Interpelado en las mañaneras al respecto, solo ha dicho que él no metió las manos, que se trata de un asunto regional y que, en todo caso, las autoridades federales electorales y la Suprema Corte tendrán la última palabra. Sobre esto último tiene razón, sobre lo primero hay más dudas. López Obrador no es de Morena sino al revés. Se trata de un partido hecho en torno a su persona y cuesta trabajo creer que el congreso local y el mismo Gobernador hubieran perpetrado esta patraña si el líder nacional se hubiera opuesto. Cabe la posibilidad de que lo hicieran sin consultarlo, pero no tengo dudas de que, de haberlo deseado, él tenía capacidad de pararlo una vez que se puso en marcha.


Quiero pensar que López Obrador es sincero cuando afirma que no traicionará su palabra en 2024, lo que no me explico son las ganas de complicarse innecesariamente las tareas de Gobierno. La 4T habría podido quitarse muchos obstáculos y molestias si el Presidente usara menos explicaciones e impartiera menos lecciones verbales; si no ofendiera a las tradiciones republicanas con encuestas a mano alzada para presumirlas como la voz del pueblo, si no desafiara y descalificara a sus adversarios todos los días casi siempre con razón pero a veces sin ella.


Horas antes de firmar notarialmente su intención antirreleccionista, dijo en la conferencia mañanera que gobernaría “hasta que el pueblo quiera”. Se refería a que incluso podría salir antes, si es que un referéndum se lo pedía. Pero sus críticos lo sacaron de contexto para insistir que era una amenaza velada para perpetuarse en el poder. Entre tantos dimes y diretes estamos dejando de ver la transferencia real que comienza a darse a favor de los pobres y el avance lento pero profundo en contra de la corrupción. Hay cambios valiosos, pero difíciles de percibir con tanto ruido. Lo dicho, López Obrador siempre se las arregla para darles municiones a sus adversarios.


@jorgezepedap


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Published on July 28, 2019 12:01

July 23, 2019

Y sin embargo, la 4T

AMLO está empujando al país en la dirección correcta. Pero estar de acuerdo con sus grandes objetivos no nos hace incondicionales de sus métodos

¿De dónde obtiene su energía este hombre para arrancar todos los días a las cinco de la mañana la tozuda tarea de cambiar México? ¿De dónde saca el presidente las ganas para subirse al ring de lunes a domingo y encontrar cada día nuevos adversarios? La entereza de López Obrador es envidiable, su capacidad para encontrar o hacer enemigos también; sospecho que las dos cosas están conectadas. Su trayectoria como opositor durante tantos años derivó en una praxis política centrada en la polémica y la confrontación. Parecería que necesita, como los parapentes, el aire en contra para no caerse.


No creo que la tendencia a la confrontación sea resultado de una estrategia deliberada. En su discurso de apertura hace ocho meses, AMLO prometió que sería un presidente para todos los mexicanos, incluso para aquellos que no lo querían o que habían votado en contra de él. Hizo votos por la paz y la concordia.


El problema, diría él, es que para conseguir la paz primero tienes que asegurarte de que el adversario no tenga éxito en su intento por destruirte. Y él ve un campo de batalla plagado de enemigos: prensa, organismos financieros internacionales, calificadoras, intelectuales, expresidentes del país, manifestantes, sociedad civil, empresarios. Tengo la impresión de que muchos de estos adversarios son reales en el sentido de que tienen intereses legítimos e ilegítimos para oponerse a un cambio, pero otros simplemente reaccionan al ambiente polarizado desatado por el mandatario.


El lunes por la mañana en rápida sucesión el presidente se quejó del Financial Times, del diario Reforma, de la revista Proceso y del sitio digital Sinembargo.mx (este último sin mencionarlo por su nombre). En el caso de los dos primeros no hay sorpresa; AMLO interpreta que las críticas de algunos medios de prensa internacional obedecen a sus enfoques neoliberales y a su incapacidad para entender un proyecto con otras prioridades sociales.


Antes había cuestionado a The Washington Post y a The Wall Street Journal, ahora toca al diario inglés. Reforma, en cambio, ha sido objeto de pullas continuamente; AMLO asume que se trata de un diario que representa los intereses del sector empresarial más conservador y lo ha convertido en su pluma de vomitar.


Los casos de Proceso y de Sinembargo.mx son más difíciles de entender, incluso en la lógica lopezobradorista. Se trata de medios percibidos en el ambiente como de tendencia progresista, con líneas editoriales caracterizadas por su crítica al antiguo régimen y una amplia y favorable cobertura a los temas de la oposición. Sobre el semanario señaló “la revista Proceso, por ejemplo, no se portó bien con nosotros”; Rodríguez, un reportero de este medio le respondió de manera impecable: “Los medios no tienen que portarse bien, presidente”.


Lo más duro lo recibió el portal de información Sinembargo.mx. Este medio publicó el fin de semana que el hijo menor de AMLO había sido inscrito en un campamento de verano de lujo, no solo por el precio (alrededor de 2.000 dólares a la semana), como por el hecho de haberse constituido en un referente de los vástagos de los sectores más pudientes del país.


La reacción del mandatario fue inmediata: “Que se va mi hijo a un campamento a San Luis Potosí, qué barbaridad, ¿dónde está la austeridad? Pero el medio que saca ese gran reportaje cobraba aquí. Son de los que recibían dinero por los servicios que prestaban”. Puedo entender la irritación del presidente, pero habría sido mejor algún comentario a la información descrita allí o un cuestionamiento al hecho de que se metan con su vida privada (un tema que en sí mismo merecería un debate).


Me desconcierta en cambio la acusación de corrupción lanzada sin ton ni son. Estuve vinculado a ese medio hasta hace unos meses y es conocido que, lejos de recibir dinero, fue boicoteado publicitariamente por la Administración anterior debido a sus posiciones críticas; sus socios fueron objeto de severas y en muchas ocasiones inexplicables auditorias fiscales y en él escribieron varios de los colaboradores de la 4T (Genaro Villamil, Sanjuana Martínez, Gabriel Sosa Plata, Jesús Robles Maloof). O el presidente confundió el nombre del portal o simplemente está tomando la perniciosa costumbre de descalificar moralmente a todo el que lo irrita.


Pese a todo y más allá del exabrupto, estoy convencido de que AMLO está empujando al país en la dirección correcta. Pero estar de acuerdo con sus grandes objetivos no nos hace incondicionales de sus métodos o de algunas de sus actitudes.


Con frecuencia no coincido con sus formas, me preocupan sus modos rijosos y más me preocupa que adopte la costumbre de definir al resto del mundo en buenos y malos, a partir de su alineamiento con su programa o su persona. El país necesita una 4T o algo que se le parezca y hay un presidente dispuesto a intentarlo. Sería deseable que pudiéramos transitar este camino sin despedazarnos.


@jorgezepedap


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Published on July 23, 2019 19:11

July 22, 2019

AMLO: Dispersión o el problema con el baño de pueblo

“Los problemas de México son tales que la atención y el tiempo del Presidente se convierten en un recurso escaso”.


Ha sido muy refrescante observar a un Presidente que es interpelado por la gente a su paso por pasillos y salas de espera en los aeropuertos y que se somete diariamente al escrutinio de las preguntas malas, buenas y regulares de periodistas y seudo periodistas que acuden a las mañaneras. Todos los días López Obrador escucha a alguien que se queja de un parque infestado de vagos, un camino vecinal que quedó inconcluso, la polémica sobre una presa que se construye en Sonora, la necesidad de aulas en un pueblo de Oaxaca, la corrupción de un funcionario de un municipio de Veracruz y un largo etcétera. A todos los casos el mandatario intenta dar una explicación, a veces con éxito y a veces sin él, pero la ofrece.


No obstante, comienzo a preguntarme si esta intensa micro administración, esta extraordinaria y loable atención al detalle está en camino de provocar una dispersión en la gobernanza y peor aun, traducirse en una distracción para gestionar las prioridades, distinguir entre lo importante y lo urgente. Los problemas de México son tales que la atención y el tiempo del Presidente se convierten en un recurso escaso, una cobija que al cubrir una zona necesariamente destapa otras. Definir cómo y en qué se aplica la voluntad política presidencial se vuelve un asunto de Estado. Mirar solo el bosque sin entender el estado de los árboles, como hacían los presidentes anteriores, es tan grave como perderse todos los días en el examen de algunos troncos en menoscabo de la comprensión del bosque en su conjunto, sus límites y su relación con otros. Sobre todo porque él se ha pasado treinta años recorriendo el terreno y conoce como nadie su realidad. Ahora tiene la posibilidad de hacer algo por ellos pero eso requiere más Gobierno y menos baño de pueblo.


Hace unos días AMLO dijo que pretendía visitar todos los municipios del país si gana la consulta en 2021. Una intención plausible, pero habría que preguntarse a qué horas entonces gobernaría. Después de visitar diez pueblos en los que se han quejado de la falta de aulas, otros diez a los que no llega el agua, una docena de ejidos en los que se advierte falta de créditos o fertilizantes, etcétera, lo que se necesita no es escuchar otra veintena de quejas similares o con algunos matices, sino irse a la cabina de control de la nave y abordar las complejas tareas de políticas públicas, negociaciones con grupos de interés, finanzas y presupuestos, normas y leyes, para intentar resolver los problemas escuchados.


¿Exagero? El Presidente dedica entre una hora y hora y media a las mañaneras. Es decir, un 10 por ciento de su día hábil. Si añadimos las horas que pasa en aeropuertos y caminos en las varias giras durante la semana, estamos hablando fácilmente de otro 10 por ciento. En conjunto alrededor de un 20 por ciento de su tiempo. Eso equivaldría a casi 14 meses de su sexenio; es decir, poco más de un año dedicado a pulsar, informar e informarse de lo que quiere “el pueblo”. Y, por lo demás, las mañaneras obligan al Presidente a operar in situ como si él fuese su gabinete y le llevan a atropellar las tareas y criterios de sus ministros. Además de que eso los trae azorrillados, entre menos tiempo pase “no delegando” menos tiempo tiene para hacer lo que solo él puede hacer.



En una columna escribí que tenían razón las élites cuando afirmaban que el Presidente desconocía cómo funcionan los pisos superiores del edificio social y económico (o en otras palabras, se pierde en Polanco), pero conoce como nadie los pisos inferiores en los que vive el grueso de la población. El problema es que para poder gobernar a favor de los de la calle tiene que pasar más tiempo convenciendo, venciendo o negociando en esos pisos superiores y para ello debe conocerlos mejor. Si no por otra cosa, porque la inversión privada es seis veces mayor que la del sector público y su peso en el PIB equivale al 75 por ciento. La tasa de crecimiento de 4 por ciento que ha ofrecido AMLO, ya no digamos de 2 por ciento que deseaba para este año, es absolutamente irreal sin la participación del resto de los actores económicos nacionales e internacionales. Y eso, por desgracia, no lo va a resolver escuchando una vez más la legítima letanía, como lo ha hecho por décadas, de los que tanto han sufrido. Ahora toca hacer algo por ellos allá en Palacio, en Wall Street, en el G20 o donde sea necesario ir. El diagnóstico ya lo tiene claro, lo que le va hacer falta es tiempo para resolverlo.


El Presidente necesita sustraerse un rato de su obsesión por el detalle, delegar la morralla del día a día y concentrarse en resolver la media docena de problemas más urgentes, esos que van a definir si su sexenio es un intento fallido o un cambio con éxito. Eso implicaría dejar de reaccionar a lo que dijo un columnista, la portada de Reforma o Carlos Loret en su noticiero. Eso no solo provoca pérdida de tiempo y atención, sino un enrarecimiento del ambiente y el desgaste propio de quien que se la pasa subido al ring.


Esto no significa aislarse (una mañanera a la semana sería más que suficiente), pero sí dosificar sus giras (las ha hecho muy onerosas en tiempo y desgaste) y concentrarse en desatorar lo que ha comenzado a atorarse. El arribo al poder de López Obrador es una oportunidad histórica, y sería una tragedia no haberla aprovechado.


@jorgezepedap


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Published on July 22, 2019 19:19

July 9, 2019

El que se aflige se afloja

La renuncia de Carlos Urzúa dice algo sobre el fenómeno López Obrador. A su manera él lo dijo este miércoles: si durante tantos años no pudieron acabarme como opositor, mucho menos lo conseguirán ahora que soy presidente

La ventaja de sentirte del lado correcto de la historia es que te vuelves impermeable a las circunstancias. Es el caso de Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, para quien no hay contratiempo que no pueda ser resuelto con una referencia a Benito Juárez o a Francisco Madero, que gobernaron al país 150 y 100 años antes, respectivamente.


La renuncia del ministro de Hacienda este martes fue tratada por el presidente con la misma flema histórica. Lo que durante todo el día fue catalogado por sus adversarios como el tsunami de su Gobierno, el principio del fin y una tragedia para la economía mexicana fue despachado por el presidente con una clase de historia al día siguiente a lo largo de una hora en la que respondió con candidez a una docena de preguntas de los reporteros. En esencia, AMLO dijo que Carlos Urzúa se había ido porque estaba en desacuerdo con él por el Plan de Desarrollo y con Alfonso Romo, su jefe de Gabinete a cargo de las relaciones con la iniciativa privada, por disputas en el manejo de la banca de desarrollo. Describió que Urzúa se reunió con él una hora antes de hacer pública su renuncia y le ofreció retrasarla hasta el sábado para no afectar a los mercados financieros. Pero el mandatario le dijo que no quería pasarse la semana esperando al sábado y le aseguró que no iba a suceder nada con los mercados. Ni siquiera le pidió cambiar los duros términos de la carta de renuncia, en la que el ministro acusaba a otros miembros del Gobierno de incurrir en conflicto de intereses o no tener capacidad para cumplir sus funciones. “Habría sido peor que se fuera por motivos de salud, como se acostumbraba antes”, dijo López Obrador socarronamente. Hoy se ventila todo, afirmó. Y en efecto, con su disposición a hablar abiertamente de los motivos de su ministro para dejar de serlo, AMLO conjuró los rumores, especulaciones y presagios funestos que circularon durante la jornada. Y adelantó que podrían presentarse más renuncias como resultado de diferencias de parecer entre los hombres y mujeres que lo acompañan, más aún que le parecería natural porque no desea cortesanos acríticos. Aseguró que escucha sus objeciones, cuando las hay, pero al final él toma la decisión y respeta que renuncien cuando no estén de acuerdo pues le parece que es un asunto de convicciones.


A la postre el presidente tuvo razón en lo que concierne a este caso. La Bolsa de Valores y la cotización del peso sufrieron tenuemente durante algunas horas, pero se recuperaron inmediatamente después de que se designó como nuevo responsable de las finanzas públicas al subsecretario Miguel Herrera, un hombre con experiencia en el Banco Mundial y en la tesorería de la Ciudad de México.


La anticlimática conclusión y escasa repercusión de la sorpresiva y escandalosa renuncia del cargo más importante del Gabinete tendría que decirnos algo sobre el fenómeno López Obrador. A su manera él lo dijo este miércoles: si durante tantos años no pudieron acabarme como opositor, mucho menos lo conseguirán ahora que soy presidente.


Y citó a Omar Torrijos, el finado líder panameño; quien dijo que “el que se aflija se afloja”. Y por lo visto López Obrador está decidido a que nada lo aflija, convencido como está de que la justicia y la ética están de su lado.


Se dice, con razón, que las expectativas no cumplidas provocan incredulidad y afectan la legitimidad, pero lo mismo podríamos decir de los muchos agoreros del desastre que no llega. Primero juraron con conocimiento de causa que un triunfo en las urnas de López Obrador provocaría de manera inmediata la caída de la moneda, la salida masiva de capitales y el desplome de la economía. Luego han querido ver en cada conflicto, error o contratiempo una crisis política o económica decisiva, el advenimiento de la anunciada debacle de un Gobierno al que no se le da la menor oportunidad. Ahora no fue la excepción. Las columnas políticas hablan de un martes negro, de una renuncia que tendría consecuencias “brutales para la estabilidad del país” o que se trataba de “la gran fractura” del equipo gobernante; el principio de la caída; la demostración fehaciente de la corrupción. Al final no pasó absolutamente nada.


Se acusa a López Obrador de vivir en su propio mundo, pero lo mismo podría decirse de sus muchos adversarios. Desean con tanta intensidad que se cumplan sus temores, en buena medida alimentados por su aversión al mandatario, que ven en cada señal la confirmación de sus profecías. El problema de estar anunciando la llegada del lobo sin que eso suceda es que se pierde la credibilidad para seguir invocando alarmas.



 

@jorgezepedap






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Published on July 09, 2019 19:15

January 27, 2019

Uruapan no es Europa

Usar al Ejército en tareas que competen a la policía es una aberración. Lo suyo no es la investigación detectivesca o la recolección de pruebas que respeten el debido proceso para llevar ante la ley a un sospechoso, por no hablar de la tendencia de los militares, de hoy y de siempre, a considerar los derechos humanos como un engorroso estorbo. Lo suyo es controlar, vencer, reprimir, defender por la fuerza.


En cualquier país que se precie se consideraría, insisto, una aberración utilizar al Ejército para estas tareas civiles. El problema es que nosotros estamos viviendo un absurdo aún más aberrante. En ningún país que se precie existen ejércitos criminales capaces de reunir 120 individuos en una docena de camionetas y poner en fuga a cualquier fuerza policiaca, como sucede en Michoacán o Tamaulipas. Los cuerpos de seguridad convencionales fueron derrotados, infiltrados y desbordados desde hace rato.


Por eso es que la discusión sobre militares sí o militares no, me parece académica y absurda a estas alturas. Simple y sencillamente no hay manera de que los policías puedan enfrentar a los ejércitos clandestinos que han surgido. Es fácil exigir que regresen los soldados a los cuarteles cuando no vivimos en una región plagada de retenes clandestinos en los que pueden detener y hacer lo que quieran con una familia; zonas en las que la policía se rehúsa a entrar porque sus elementos son acribillados por fuerzas infinitamente superiores.


Cuando fue candidato López Obrador criticó la presencia de soldados en las calles y prometió regresarlos a los cuarteles. Muchos de nosotros, opinadores y periodistas, escribimos en el mismo sentido. Y sin embargo, el músculo que hoy muestra el crimen organizado, su capacidad para dominar territorios, penetrar en el tejido social y controlar todos los aspectos de la vida diaria es mucho mayor de la que habíamos previsto. Por la misma razón que intentamos evitar un antibiótico por malsano pero reconsideramos la decisión cuando resulta indispensable para evitar una infección potencialmente mortal, ha llegado el momento de asumir que no solamente no podemos suspender el tratamiento sino que ahora resulta que tenemos que intensificar la dosis. Podemos desgastarnos en debates interminables sobre los inconvenientes de vivir con antibióticos, los efectos secundarios que provocan o los daños que derivan de un quirófano, pero no dejaríamos que un hijo muriera de apendicitis.



Todos estamos de acuerdo que la única manera de revertir la inseguridad pública es mediante la construcción de una sociedad en la que impere el Estado de Derecho y exista un sistema de justicia eficaz, lo cual incluye cuerpos policiacos capaces de imponer la ley. Pero aceptémoslo, eso no sucederá en el corto plazo, de la misma manera en que sabemos que para prescindir de los antibióticos es necesario desarrollar un cuerpo sano aunque eso no se consiga de la noche a la mañana. Entre otras cosas porque eso implica quintuplicar el número de policías, reclutarlos, capacitarlos e impedir que terminen en la nómina de los criminales.


Mientras eso pasa tenemos que impedir que la infección siga tomando el control de otros órganos y territorios como ha venido sucediendo en el país. Y, en este momento, ese antibiótico se llama Ejército.


Ese es el dilema que enfrenta López Obrador. Y lo que ha propuesto es una estrategia que, a grandes rasgos, considera dos líneas a seguir. Primero, intensificar el antibiótico aunque introduciendo modificaciones para atenuar los daños que provoca; esto es, apoyarse en el Ejército pero sometiéndolo a reglas de operación que le obligue respetar derechos humanos; entre otras ese es el espíritu de sus propuestas para disminuir el fuero militar y someter a sus elementos a una esfera de responsabilidad civil. Y segundo, trabajar en la alternativa para eventualmente regresar al Ejército a los cuarteles por la vía de construir una fuerza civil inmensa y calificada capaz de enfrentar al crimen organizado. A esa fuerza la ha llamado Guardia Nacional.


No podemos ignorar el fracaso de los diversos intentos de construir una policía profesional y honesta o el desplome de las estrategias de reorganización ya sea en mandos únicos o, por el contrario, por vía de la descentralización (¿cómo olvidar las famosas AFIs, que nos vendieron hace diez años como una versión tropical del FBI?). Lo que se intenta ahora es edificar esa fuerza civil siguiendo un espíritu de cuerpo, lealtad y disciplina castrense para dificultar la facilidad con la que los cárteles han corrompido hasta ahora a los elementos de seguridad ( y sí, la corrupción de los soldados tampoco han sido la excepción, pero en muchísimo menor grado que el de las policías) .


Es deseable la discusión sobre los detalles de esa estrategia y las posibilidades de afinarla y mejorarla. Pero me resulta absurdo descalificarla tajantemente con el purista argumento de que la militarización es un sacrilegio inadmisible. Primero, porque ya estamos militarizados, segundo porque en este momento es inevitable. Preguntémonos, mejor, cómo atenuamos sus efectos y encontramos la vía más rápida para salir de ella sin perder la batalla en contra del crimen organizado. Una democracia no entrega las tareas policiacas a su Ejército, pero en una democracia las policías no están vencidas ni forman parte de la nómina de los cárteles ni el Estado ha perdido el control de regiones completas. Discutamos los pros y contras de la propuesta de López Obrador, pero seamos realistas y hagámoslo que somos más Uruapan que Europa.


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Published on January 27, 2019 07:27

Uruapan no es Europa

Usar al Ejército en tareas que competen a la policía es una aberración. Lo suyo no es la investigación detectivesca o la recolección de pruebas que respeten el debido proceso para llevar ante la ley a un sospechoso, por no hablar de la tendencia de los militares, de hoy y de siempre, a considerar los derechos humanos como un engorroso estorbo. Lo suyo es controlar, vencer, reprimir, defender por la fuerza.


En cualquier país que se precie se consideraría, insisto, una aberración utilizar al Ejército para estas tareas civiles. El problema es que nosotros estamos viviendo un absurdo aún más aberrante. En ningún país que se precie existen ejércitos criminales capaces de reunir 120 individuos en una docena de camionetas y poner en fuga a cualquier fuerza policiaca, como sucede en Michoacán o Tamaulipas. Los cuerpos de seguridad convencionales fueron derrotados, infiltrados y desbordados desde hace rato.


Por eso es que la discusión sobre militares sí o militares no, me parece académica y absurda a estas alturas. Simple y sencillamente no hay manera de que los policías puedan enfrentar a los ejércitos clandestinos que han surgido. Es fácil exigir que regresen los soldados a los cuarteles cuando no vivimos en una región plagada de retenes clandestinos en los que pueden detener y hacer lo que quieran con una familia; zonas en las que la policía se rehúsa a entrar porque sus elementos son acribillados por fuerzas infinitamente superiores.


Cuando fue candidato López Obrador criticó la presencia de soldados en las calles y prometió regresarlos a los cuarteles. Muchos de nosotros, opinadores y periodistas, escribimos en el mismo sentido. Y sin embargo, el músculo que hoy muestra el crimen organizado, su capacidad para dominar territorios, penetrar en el tejido social y controlar todos los aspectos de la vida diaria es mucho mayor de la que habíamos previsto. Por la misma razón que intentamos evitar un antibiótico por malsano pero reconsideramos la decisión cuando resulta indispensable para evitar una infección potencialmente mortal, ha llegado el momento de asumir que no solamente no podemos suspender el tratamiento sino que ahora resulta que tenemos que intensificar la dosis. Podemos desgastarnos en debates interminables sobre los inconvenientes de vivir con antibióticos, los efectos secundarios que provocan o los daños que derivan de un quirófano, pero no dejaríamos que un hijo muriera de apendicitis.


Todos estamos de acuerdo que la única manera de revertir la inseguridad pública es mediante la construcción de una sociedad en la que impere el Estado de Derecho y exista un sistema de justicia eficaz, lo cual incluye cuerpos policiacos capaces de imponer la ley. Pero aceptémoslo, eso no sucederá en el corto plazo, de la misma manera en que sabemos que para prescindir de los antibióticos es necesario desarrollar un cuerpo sano aunque eso no se consiga de la noche a la mañana. Entre otras cosas porque eso implica quintuplicar el número de policías, reclutarlos, capacitarlos e impedir que terminen en la nómina de los criminales.


Mientras eso pasa tenemos que impedir que la infección siga tomando el control de otros órganos y territorios como ha venido sucediendo en el país. Y, en este momento, ese antibiótico se llama Ejército.


Ese es el dilema que enfrenta López Obrador. Y lo que ha propuesto es una estrategia que, a grandes rasgos, considera dos líneas a seguir. Primero, intensificar el antibiótico aunque introduciendo modificaciones para atenuar los daños que provoca; esto es, apoyarse en el Ejército pero sometiéndolo a reglas de operación que le obligue respetar derechos humanos; entre otras ese es el espíritu de sus propuestas para disminuir el fuero militar y someter a sus elementos a una esfera de responsabilidad civil. Y segundo, trabajar en la alternativa para eventualmente regresar al Ejército a los cuarteles por la vía de construir una fuerza civil inmensa y calificada capaz de enfrentar al crimen organizado. A esa fuerza la ha llamado Guardia Nacional.


No podemos ignorar el fracaso de los diversos intentos de construir una policía profesional y honesta o el desplome de las estrategias de reorganización ya sea en mandos únicos o, por el contrario, por vía de la descentralización (¿cómo olvidar las famosas AFIs, que nos vendieron hace diez años como una versión tropical del FBI?). Lo que se intenta ahora es edificar esa fuerza civil siguiendo un espíritu de cuerpo, lealtad y disciplina castrense para dificultar la facilidad con la que los cárteles han corrompido hasta ahora a los elementos de seguridad ( y sí, la corrupción de los soldados tampoco han sido la excepción, pero en muchísimo menor grado que el de las policías) .


Es deseable la discusión sobre los detalles de esa estrategia y las posibilidades de afinarla y mejorarla. Pero me resulta absurdo descalificarla tajantemente con el purista argumento de que la militarización es un sacrilegio inadmisible. Primero, porque ya estamos militarizados, segundo porque en este momento es inevitable. Preguntémonos, mejor, cómo atenuamos sus efectos y encontramos la vía más rápida para salir de ella sin perder la batalla en contra del crimen organizado. Una democracia no entrega las tareas policiacas a su Ejército, pero en una democracia las policías no están vencidas ni forman parte de la nómina de los cárteles ni el Estado ha perdido el control de regiones completas. Discutamos los pros y contras de la propuesta de López Obrador, pero seamos realistas y hagámoslo que somos más Uruapan que Europa.


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Published on January 27, 2019 07:21

January 20, 2019

¿Qué hay detrás de la rapiña?

No es casual que las tragedias se desaten en lugares impronunciables o inéditos para el resto de los citadinos. Ayotzinapa, Tlatlaya o ahora Tlahuelilpan terminan por convertirse en nombres familiares por las razones más siniestras, a golpe de muertos. Y tampoco es casual que sean nombres indígenas; los desastres suelen presentarse allá donde el hambre es mayor, donde los poderes reinantes son más salvajes y la vida de los personas es más vulnerable ante las fuerzas naturales o de las otras que los vapulean. Así como las grandes epidemias, las hambrunas o los genocidios tienen lugar en los sótanos del planeta, en las zonas atrasadas de África o de Medio Oriente, en nuestro país se ceba sobre nuestro tercer mundo local.

Alrededor de setenta muertos y contando es el saldo que ha dejado la explosión en Tlahuelilpan (y sí, apréndase este nombre porque desde ahora formará parte, junto huachicol o Ayotzinapa, del léxico rojo con el que intentamos nombrar lo innombrable).


Las tragedias suelen atribuirse a muchos padres, dependiendo del lugar en donde estemos parados. Algunos aprovecharán el dolor y la indignación para cargarlo a la factura política de López Obrador, insistiendo en que esto no se habría presentado si el Gobierno hubiera encarado de otra manera la batalla contra las mafias que trafican con el hidrocarburo. Otros apuntarán el dedo flamígero contra el Ejército por no haber impedido que la gente convirtiera en una romería la fuga de gasolina. Otros responsabilizarán, en primera instancia, a la propia población que mire por donde se mire estaba cometiendo un acto de rapiña en contra de las órdenes de la autoridad. Y algún exigente, incluso, podrá argumentar que tampoco esto se habría presentado si los gobernadores de la región Centro Occidente no hubieran exigido tan categóricamente la reactivación de los ductos, a pesar de que el Gobierno federal no había terminado el operativo de revisión de fugas y blindaje de seguridad.


Todos estos no son más que seudoargumentos. No nos engañemos, el responsable es el crimen organizado y la guerra que ha desatado aparentemente en contra del Gobierno federal, pero en realidad en contra de la sociedad en su conjunto. Los huachicoleros no sólo sabotean los ductos para provocar desabasto en las ciudades y desencadenar la indignación de los habitantes en contra de la campaña que el Gobierno ha puesto en marcha; además usan a la población literalmente como carne de cañón para encarecer los saldos de esta guerra.


Lo de Tlahuelilpan es un ejemplo típico de esta estrategia. Una perforación con la consiguiente fuga y una convocatoria a la población para que acuda a la rapiña. Un crimen tan astuto como cobarde. Buscar ahora otros responsables no hace sino seguirle el juego a este perverso montaje.


El crimen organizado es resultado de la impunidad que se ha instalado en la vida pública en México; la ausencia de Estado de Derecho y la corrupción de las policías han prohijado el surgimiento de poderosos sindicatos dedicados a la delincuencia. Pero en el huachicoleo existe un factor adicional: la extendida cultura de rapiña entre la población.


No sólo me refiero al hecho de que acudan a recolectar combustible en una fuga para apropiarse de un bien público o el saqueo y descarrilamiento cada vez más frecuente de vagones de trenes con cereales, camiones con vacas o televisores de una tienda de cristales rotos. Robos en los que participan comunidades completas y recuerdan las escenas que sólo habían sido vistas en películas apocalípticas o en emergencias límite provocadas por un desastre natural. Por lo general tales escenas, en las películas de ficción, sobrevienen cuando el orden social se colapsa y las instituciones del Estado dejan de operar, trátese de una invasión de zombis, de alienígenas o un sismo catastrófico.


Por desgracia en México la rapiña comunitaria, por así decirlo, es una imagen cada vez más frecuente en los noticieros y en las redes sociales. Podríamos pensar que es el reflejo de un colapso en las instituciones, pero por desgracia va mucho más allá de eso. La gente roba los bienes públicos (y los privados cuando puede hacerlo impunemente) no solo porque no hay un orden legítimo que se los impida, sino porque asume que los de arriba, los ricos, los políticos, los empresarios, hacen lo mismo. El hombre que llena su bidón de los charcos que rodean a una fuga asume que tiene tanto o más derecho que el funcionario de Pemex que los escamotea a gran escala o que el empresario gasolinero que vende litros recortados.


¿Cómo desandar la costumbre de esta rapiña generalizada? No será fácil. Pero si existe un camino ese comienza por arriba y en eso coincido con López Obrador. Los recursos públicos son de todos y los funcionarios son los primeros que tendrían que cuidarlos. Puede resultar ridículo ver al Presidente hacer cola en un avión de línea para hacer sus giras pero ese, como muchas otros similares, es un acto de un profundo simbolismo para cambiar el descompuesto sistema de valores en el que chapotea la vida pública en México.


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Published on January 20, 2019 06:51

January 13, 2019

El costo de la honestidad

Los huachicoleros ahora perforan los ductos no para ordeñarlos sino para prolongar el desabasto y obligar a la opinión pública a presionar al Gobierno para que suspenda el operativo en su contra. Un juego de vencidas entre criminales y autoridades, en el que los delincuentes pretenden tomar como rehén a los ciudadanos y su malestar. Todos despotricamos en contra de la corrupción y ese reclamo es uno de los factores que llevaron a López Obrador a la presidencia. La pregunta ahora es si estamos dispuestos a pasar por las incomodidades que implica limpiar la casa, sobre todo cuando descubrimos que esa limpieza exige levantar el piso y cambiar el drenaje. La respuesta hasta ahora es conmovedora y revela la entereza de la mayoría de los mexicanos. Según una encuesta del diario Reforma (que nadie podría acusar de lopezobradorista) a la pregunta: ¿Para usted que es preferible, acabar con el robo de combustible a Pemex aunque no haya gasolina por un tiempo o garantizar el abasto de gasolina, aunque haya robo de combustible a Pemex?, 73 por ciento optó por lo primero y 18 por ciento por lo segundo. Encuestas de otros medios de comunicación arrojan también una abrumadora aprobación.

No obstante, la molestia que está provocando el desabasto pondrá a prueba ese apoyo. Primero, porque ese 18 por ciento de críticos seguramente aumentará cada día que se prolongue la escasez y resulte afectada de manera decisiva la vida cotidiana de los ciudadanos.


Segundo, porque invariablemente una minoría que reprueba genera expresiones más intensas e impactantes que una mayoría que aprueba. El fenómeno de la viralidad de los mensajes de odio en las redes ha sido muy documentado; la presión que ejercen sobre la vialidad cien autos en doble línea haciendo cola en una gasolinera es inmensa aunque miles de otros autos circulen por un tercer carril.


Tercero, porque la escasez de gasolina tiene efectos multiplicadores sobre otras áreas de la vida que quizá muchos de los que apoyan la medida no habían considerado y no están dispuestos a sacrificar: desabasto de otros productos, suspensión de clases, colapso del transporte público, etc. Por no hablar del impacto de los especuladores que intentan medrar con la crisis.


Y cuarto, porque la ocasión está siendo aprovechada por los adversarios políticos y económicos de López Obrador, para provocar un estallido de impopularidad: grupos de “ciudadanos” que ejercen bloqueos en protesta por la falta de combustible, provocando el caos vial; amenaza de desabasto de artículos de primera necesidad.


En suma, los huachicoleros podrían tener éxito si logran seguir saboteando a los ductos hasta invertir la respuesta a la pregunta del Reforma y conseguir que la mayoría prefiera tener gasolina a pesar de que se siga robando a Pemex. Al gobierno le resultará muy difícil mantener el operativo si amplios círculos de la población pasan a una resistencia activa.


Para las autoridades se trata pues de un asunto de eficacia logística en una carrera contra el tiempo. Deben restablecer en pocos días los niveles aceptables de suministro para que las molestias sean simplemente eso, molestias y no una alteración radical de la vida diaria de tantos mexicanos. Eso implica ganar la batalla inmediata contra los huachicoleros y evitar la perforación y el sabotaje.


Pero incluso si logra el restablecimiento del abasto de combustibles para fines de la próxima semana, como ha prometido, resta aún demostrar que el sacrificio no ha sido en vano. Tanto los que están dispuestos a soportar las molestias como aquellos que las repudian, todos las habrán experimentado y esperarán algo a cambio: el fin de la corrupción en Pemex. En realidad esa es la batalla de fondo. De nada habrá valido todo este desgaste si no quedamos convencidos de que el huachicol está herido de muerte y la limpieza radical de Pemex ha comenzado. En tal caso, habrá razones para pensar que está en marcha un verdadero proceso de cambio en el país.


Más allá de las fobias y filias que inspira Andrés Manuel López Obrador entre los ciudadanos, habría que reconocer que los datos duros de las primeras seis semanas del nuevo Gobierno han sido alentadores. Lejos de las catástrofes financieras que sus detractores habían anticipado, el peso está controlado y ligeramente a la baja, los pronósticos de crecimientos son al menos similares a los del año pasado, no existió la temida fuga de capitales y el INEGI acaba de anunciar que el índice de confianza del consumidor es el mejor en los últimos doce años. El optimismo que refleja este último indicador seguramente tiene que ver con los millones de mexicanos, sobre todo ancianos y jóvenes, que miran con esperanza la inminente aplicación de los programas de ayuda en metálico.


El hecho es que, pese a todo, hay esperanza entre los ciudadanos y beneficio de la duda en los mercados financieros. Todo esto está en juego en esta primera gran confrontación entre el crimen organizado y el Gobierno. Dependerá desde luego de que la administración haga su parte, pero me temo que el factor decisivo será el ciudadano y su voluntad para atacar, de una vez por todas, el cáncer de la corrupción. Y aquí no hay medias tintas. Podemos cuestionar el desabasto y exigir al gobierno una estrategia más eficaz para subsanarlo, pero no nos confundamos ni terminemos haciendo el juego al crimen organizado. Por el contrario, habrá que presionar para asegurarnos de que todo esto culmine con una verdadera transformación de Pemex.



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Published on January 13, 2019 06:45

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Jorge Zepeda Patterson
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