Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 6

September 18, 2019

La otra batalla: AMLO contra los jueces

La amnistía del Gobierno mexicano subsana errores del pasado, pero no impedirá que los engranes de esa maquinaria judicial siga machacando personas que la legislación convierte en carne de prisiones

Hay muchos inocentes en las cárceles mexicanas o en situaciones de culpabilidad dudosa. En ese sentido, habría que aplaudir la iniciativa de amnistía que presenta en el Congreso el presidente Andrés Manuel López Obrador a través de su partido político. Muchos de los beneficiados, no es de extrañar, serán los más desprotegidos entre los desamparados, dobles víctimas antes y dentro de la cárcel: personas en condiciones de pobreza extrema, jóvenes de la calle, analfabetas, activistas sociales, indígenas, mujeres en condiciones de dependencia y subordinación.



El listado de causales para acogerse a este perdón lo dice todo: delito de aborto en cualquier modalidad cuando sea cometido por la mujer embarazada o por médicos o parteros con consentimiento de la mujer. Delitos contra la salud cometidos en situación de pobreza o extrema vulnerabilidad; por indicación de la pareja, pariente, por temor infundado u obligado por grupos de la delincuencia organizada. Consumidores de drogas que hayan poseído hasta dos veces la dosis máxima de consumo personal. Personas que pertenezcan a comunidades indígenas y no contaron con un intérprete o defensor con conocimiento de su lengua y cultura. Robo simple sin violencia con pena máxima de cuatro años. Delitos motivados por ideas políticas para alterar la vía institucional. Se excluyen los actos de terrorismo, secuestro, homicidio o lesiones graves, casos de reincidentes o delincuentes que utilizaron armas de fuego.


Sin embargo, no puede dejarse de ver que se trata de un perdón extraordinario, de un acto de gracia impulsado por el presidente. No lleva aparejado un proyecto de reforma judicial para evitar que estos casos se sigan presentando. Subsana errores del pasado, pero no impedirá que los engranes de esa maquinaria judicial siga machacando inexorablemente a grupos de personas que la legislación convierte en carne de prisiones.


En ese sentido, muchos juristas observan que el gobierno del cambio está desaprovechando la oportunidad de introducir algo que subsane judicialmente la extrema vulnerabilidad de estos grupos. Mantener incólume un sistema injusto con un soberano magnánimo no es obviamente una vía confiable para transitar a un país más justo. Por más felicidad inmediata que irradie en tantas familias, la amnistía presume que hay una culpabilidad aun cuando se le exima momentáneamente de castigo. Pero no se trata de una despenalización, sino de un acto de gracia. Si el gobierno considera que esas causales no deben ser motivos de punición tendría entonces que modificar las leyes y no solo solicitar una liberación dictada por la buena voluntad.

Por desgracia, el gobierno de la 4T ha sido muy ambiguo a ese respecto. En algunos sentidos, incluso, las reformas judiciales que propone van en la dirección contraria. En materia fiscal y en temas vinculados a crimen organizado y corrupción están en proyecto leyes que modificarían el artículo 19 constitucional contra el cual no podrían ir los jueces. Es decir, un código legal mucho más restrictivo y severo que autorizaría bajo la mera sospecha la aprehensión de personas o la incautación de propiedades (la llamada extinción de dominio).


En conjunto son leyes que lejos de disminuir las causales para acabar en prisión, le ofrecen al gobierno instrumentos adicionales para la aprehensión expedita de un sospechoso y limitan las atribuciones de los jueces para amparar a los acusados por actos de arbitrariedad de las autoridades. Nace de la profunda desconfianza del nuevo gobierno contra ministros y tribunales que suelen ser condescendientes con el poderoso, corruptos ante quien compra la justicia y crueles ante el indefenso.


La nueva estrategia es un concierto en dos movimientos: uno otorga más herramientas al gobierno para meter gente a la cárcel por encima de la acción de los jueces, el otro, la amnistía, ofrece una enorme capacidad discrecional para que el soberano subsane las injusticias cometidas y corrija los daños colaterales. La primera abre las puertas de entrada a la prisión; la segunda, el perdón, ofrece un filtro para separar el grano bueno del malo. Pero en la práctica, desplaza el énfasis de los jueces al gobierno; de lo judicial a lo político; de los tribunales al presidente.


Se entiende la confianza de López Obrador y su buena voluntad para convertirse en el gran corrector de las fallas judiciales. El problema es que en manos menos justicieras esta estrategia podría derivar en lo contrario al espíritu que la anima y de plano convertirse en un instrumento autoritario. Antes de instalar otros usos y costumbres el gobernante tendría que pensar que seguirán operando cuando sean otros y no él quien esté en la cabina de mando. Un pensamiento inquietante, aprobemos o no al presidente en turno.


@jorgezepedap


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Published on September 18, 2019 16:56

September 14, 2019

Sugerencia para no perder el avión

“¿Qué vamos a hacer para que estas protestas no terminen por arruinar la vida de todos los demás que también tienen otras razones para protestar?”


Este viernes Andrés Manuel López Obrador decidió tomarse el fin de semana para descansar en su casa de Palenque y regresar el domingo a la ceremonia del Grito. Muchos otros capitalinos decidieron hacer lo mismo para aprovechar el puente pero, a diferencia del Presidente, su viaje comenzó con una nota de histeria cuando encontraron que el camino al aeropuerto estaba bloqueado por una protesta de policías federales. Se trataba de apenas un puñado de manifestantes, pero afectaron la vida de cientos de miles en el norte de la ciudad y muy gravemente a los que perdieron un avión (no fue el caso del Presidente). En esta misma semana maestros de la CNTE impidieron que la Cámara de Diputados sesionara durante algunos días. El miércoles comerciantes de la Central de Abastos bloquearon durante varias horas Palacio Nacional para impedir la conferencia de prensa de López Obrador y una reunión de ministros.


Habría que preguntarnos si hemos entrado en un camino de no retorno en materia de convivencia o falta de ella. Los capitalinos se han acostumbrado a las incomodidades que provocan las movilizaciones sociales desde hace años; pero en general se asume que constituyen eso: una incomodidad (demora en el tráfico y todo lo que conlleva). Sin embargo, comienza a cambiar el tono cuando la protesta de un grupo imposibilita tomar un avión o se impiden tareas esenciales para la sociedad como el derecho del Congreso a legislar o del gabinete a trabajar.


Nadie murió ciertamente ni se causó un daño irreversible. Todavía. Pero queda la sensación de que la vida de las personas o el patrimonio construido trabajosamente por todos queda a merced de las necesidades políticas de grupos sociales con reivindicaciones puntuales. El único límite parecería ser la temeridad o el sentido de responsabilidad de los líderes. Es decir, no hay límite. Una medida de fuerza que no da resultado pero que tampoco es impedida (como bloquear el acceso al Aeropuerto) derivará, por lógica, en una acción aún más severa o radical, sea por parte de ese mismo movimiento o el que surja al día siguiente. De hecho, los mismos policías que bloquearon el viernes aseguraron que si sus peticiones no eran concedidas tomarían el aeropuerto para impedir el despegue o aterrizaje de aviones. Y si la única garantía de que eso no suceda es el sentido de responsabilidad de los líderes sociales, estamos perdidos: el vocero afirmó que si no obtenían la indemnización pedida se verían obligados a pasarse al crimen organizado.


La gran mayoría de estas reivindicaciones son legítimas, ni duda cabe. Razones para protestar hay todas en un país con tantas carencias e injusticias. El tema es, ¿qué vamos a hacer para que estas protestas no terminen por arruinar la vida de todos los demás que también tienen otras razones para protestar?



La impaciencia es explicable. Durante años los grupos desprotegidos han visto a los de arriba apropiarse impunemente de los bienes públicos. La llegada de un Gobierno “para el pueblo” extendió la sensación de que había llegado su turno y disparó la exasperación. Muchos asumen que están en su derecho de tomar por medio de acciones particulares lo que no llegue o no se cumpla por vía de las políticas públicas. Estos policías están convencidos de merecer una compensación sustantiva tras años de estar fungiendo como guaruras de políticos que se embolsaron todo o de acompañar, proteger a las esposas de funcionarios en sus compras en Masaryk o arriesgar la vida. ¿Por qué habrían de limitarse ahora que exigen algo para ellos? La pregunta es legítima, pero también es legítimo que el resto nos preguntemos: ¿Y si no se limitan en su protesta qué hacemos?


Los movimiento llegan a la calle porque no encuentran una vía dentro del sistema para canalizar su exigencia. “Te pego para que me escuches y te sientes a negociar”. Sin embargo, el Gobierno del cambio ha dicho que está dispuesto a escuchar. Por desgracia muchas de estas peticiones habrán de desbordarlo, sea porque algunas son exageradas, otras porque son instigadas para desestabilizarlo o, la mayoría,  porque simple y sencillamente superan a los recursos públicos. Pero esto último no le importa al movimiento, por lo cual su planteamiento se modifica: “te pego para dañarte y obligarte a ceder”. Con lo cual transitamos a una situación absurda si consideramos la cantidad de reivindicaciones legítimas y no legítimas que existen y el hecho de que irá aumentando el daño que pueden desencadenar para obtener lo que buscan.


Ciertamente la represión unilateral no es una respuesta. Y justamente para que no sea el último recurso, tendríamos que discutir ahora y entre todos los derechos de las minorías (potencialmente lo somos todos), los límites aceptables e inaceptables al dañó que puede infligirse a los demás, el derecho a expresar la rabia provocada por la desesperación, pero también el derecho que gozan los que sustentan otras rabias para no ser perjudicados por todas y cada una de las reivindicaciones pendientes. El Gobierno tiene la responsabilidad primaria, pero no es una tarea que pueda dejársele en exclusiva porque eso terminaría en una exigencia de mano dura que a nadie conviene. Ahora es que tenemos que encontrar, con respeto y responsabilidad para con los desprotegidos y las víctimas de la injusticia, los términos de una convivencia que los reivindique sin desestabilizar en el proceso la vida de todos.

@jorgezepedap


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Published on September 14, 2019 17:23

September 12, 2019

La ira de todos

López Obrador enfrenta el difícil equilibrio entre las necesidades de la gobernanza y la libre expresión de las reivindicaciones en una sociedad tan exasperada como la nuestra

¿Qué puede hacer un Gobierno “para el pueblo” cuando lo rebasan las demandas populares? El lunes una veintena de muchachos colapsaron la ciudad de Cuernavaca, en México, porque no recibirán o se retrasarán las becas del programa Jóvenes construyendo el futuro. Durante meses campesinos han bloqueado carreteras en demanda de los fertilizantes prometidos. Padres de niños aquejados de cáncer han sitiado hospitales públicos en protesta por la suspensión en la entrega de medicinas. Es un patrón que comienza a generalizarse y amenaza en convertirse en un frente inesperado contra “el Gobierno para los pobres” de Andrés Manuel López Obrador. Un frente que surge de entre sus propias filas o, en todo caso, de los sectores en teoría beneficiados por el Gobierno del cambio.




La escasez de recursos no suele extraer lo mejor de los seres humanos. Más allá de algunas muestras de solidaridad aisladas, en situaciones desesperadas las personas ven por sí mismas y por la supervivencia de los suyos. Y no es algo que solo veamos en la literatura y películas distópicas del fin del mundo; lo observamos todos los días: la veintena de padres de familia que bloquean una vía rápida para exigir mejoras en una escuela pública, aunque en el proceso condenen a decenas de miles de ciudadanos a quedar embotellados; los vecinos de una colonia irregular que demandan agua potable a cambio de liberar la autopista entre Puebla y Ciudad de México y un largo etcétera.


Hace una semana, en este espacio, hice referencia al éxito político del Gobierno de López Obrador con altos niveles de aprobación y un control del poder como no se había visto en México en varias décadas. Para su desgracia, decíamos, no ha gozado de un éxito similar en materia económica. Por el contrario, se perfila un crecimiento muy pobre o de plano una situación de estancamiento (las razones son diversas y escapan a este espacio). En plata pura, esto significa que una multitud de expectativas sociales dejarán de cumplirse pese a las mejores intenciones del soberano. Eso condena a la Administración a enfrentar el difícil equilibrio entre las necesidades de la gobernanza y la estabilidad, por un lado y, por otro, la libre expresión de las reivindicaciones y los derechos humanos en una sociedad tan enfurecida y exasperada como la nuestra.





¿Qué hace un Gobierno políticamente fuerte cuando las exigencias de la sociedad lo rebasan y ponen en riesgo la estabilidad? Por lo general las opciones más socorridas son: 1) Endeudamiento público para generar recursos adicionales y paliar las demandas más urgentes; algo que AMLO ha rechazado una y otra vez en aras de la estabilidad económica. 2) Redistribución social, quitar a unos para apaciguar a otros; un escenario imposible en México porque los ricos y las clases medias tienen aún mayor capacidad que los pobres para desestabilizar al país. 3) Control social y represión de los grupos inconformes; algo que el presidente ha rechazado incluso en los casos en los que los manifestantes han apaleado a las fuerzas armadas.


Muy probablemente el Gobierno tendrá que recurrir tarde o temprano a alguna de estas tres opciones (o a una mezcla moderada de las tres). Y es que la tendencia a arruinar la vida de los otros con tal de resolver un problema particular no hace sino aumentar. La rebatinga social se ha generalizado y con cierta razón. Los grupos desprotegidos observaron durante años la manera en que los de arriba se apropiaron con voracidad de los bienes públicos. El ascenso de un Gobierno de cambio extendió la sensación de que había llegado su turno y disparó la impaciencia. Y muchos de estos grupos asumen que están en su derecho al tomar por medio de acciones particulares lo que no llega o no se cumple por vía de las políticas públicas. De allí el descarrilamiento y saqueo de trenes, el desvalijamiento de bodegas, los linchamientos contra presuntos delincuentes, el bloqueo de carreteras y ciudades al menor pretexto. El Gobierno del cambio corre el riesgo de ser rebasado por la izquierda y las perspectivas que eso entraña no son saludables. Paradójicamente cuando eso sucede las sociedades terminan en un callejón con dos salidas opuestas: la radicalización (en nuestro caso, inviable porque somos un país demasiado interdependiente) o el Gobierno autoritario y militarizado que estabiliza por la fuerza. Ojalá que mucho antes de llegar a ese callejón el Gobierno de la 4T gestione esta impaciencia. No será fácil, pero mejor ahora antes de que sea demasiado tarde.


@jorgezepedap


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Published on September 12, 2019 16:54

September 5, 2019

Un admirable proyecto cojo

El presidente de México ya ha cambiado su narrativa para decir que lo importante no es el crecimiento sino el desarrollo social. Y en muchos sentidos tiene razón

Andrés Manuel López Obrador no llegó al poder gracias a sus conocimientos de economía, está claro, pero sí a su extraordinaria experiencia y habilidad política. No es de extrañar que el balance de su primer informe oficial como presidente de México arroje un resultado tan contrastante: aprobado en política, reprobado en economía. La pregunta de fondo es ¿cuánto puede avanzar un proyecto tan ambicioso como el de la Cuarta Transformación cuando una de las dos piernas flaquea de tal manera?




Que ha sido un éxito político no hay dudas. Su partido controla el Congreso, la oposición formal e informal está completamente desdibujada, sus niveles de aprobación popular rondan el 70%, el poder judicial se ha mostrado apabullado por sus presiones y los grandes empresarios han preferido ceder y hacer las paces que enfrentarlo. En suma, en pocos meses el nuevo presidente ha dado los golpes necesarios sobre la mesa para hacer ver al resto de los poderes y actores políticos que solo hay un soberano en el reino.


El problema es que el reino está en la inopia. Los pronósticos para este el año y el próximo atisban prácticamente un estancamiento. El nerviosismo comienza a extenderse. Estábamos acostumbrados a que el primer año de una nueva Administración fuese de atonía debido al reacomodo de cuadros y a la contracción del presupuesto atribuido a la transición; también se entiende que el contexto internacional y la volatilidad de los mercados (léase Trump) no han sido el mejor de los contextos. En ese sentido, había y hay razones para extender el beneficio de la duda al Gobierno de AMLO frente a los magros resultados.


Sin embargo, cada vez son más los indicadores que apuntan a la posibilidad de un período de vacas flacas más allá de lo coyuntural y, peor aún, que parte de las razones tendrían que ver con decisiones, o la falta de ellas, en materia económica por parte del nuevo Gobierno.


Lo cierto es que ante el propósito inicial de López Obrador de crecer 4% cada uno de los dos primeros años, ajustado después a 2%, hoy muchos analistas se darían por bien servidos si el país no incurre en tasas negativas. Un estancamiento es mejor que una recesión. Pero el estancamiento difícilmente prohijará bienestar.


La pregunta de fondo sería entonces ¿qué pasa con un proyecto político fuerte en el contexto de una situación económica débil? El presidente ya ha cambiado su narrativa para decir que lo importante no es el crecimiento sino el desarrollo social. Y en muchos sentidos tiene razón. Durante largos períodos tuvimos un crecimiento modesto, pero crecimiento al fin, que por desgracia no se tradujo en un beneficio para las grandes mayorías. En lo inmediato una mejor distribución y políticas públicas progresistas pueden mejorar el bienestar de la población. Pero al mediano y largo plazo el desarrollo social sin crecimiento económico está condenado al fracaso. Más allá de la coyuntura se trata de un asunto de recursos. Y allí está el caso de Cuba y de Venezuela, países dotados de una poderosa maquinaria política y de unas endebles estructuras económicas.


El crecimiento no basta para producir el bienestar de la población, pero sin él tampoco es posible. No es casual que las sociedades escandinavas sean el paradigma de los gobernantes que desean una comunidad próspera, han conseguido ambas cosas: una expansión material significativa y una envidiable distribución de los beneficios. O para decirlo en términos más crasos, es obvio que el dinero no proporciona la felicidad, pero qué difícil es conseguirla cuando se vive en la miseria.



 Me parece que López Obrador está cada vez está más consciente de lo anterior. Sin aflojar en su empeño de dotarse de un poder presidencial cada vez más firme, ha comenzado a darse cuenta de que sin el involucramiento de la inversión privada y los mercados financieros su proyecto comenzará a desinflarse. El aparato de Estado mueve directamente apenas el 25% del PIB nacional y difícilmente podría aumentar tal proporción; en los tiempos de globalización y de interdependencia en que vivimos resultan prohibitiva las tentaciones encaminadas a expropiar empresas privadas u operar con monopolios estatales.

Fue significativa la presencia de los grandes capitanes del dinero en la ceremonia del informe de Gobierno, incluso de algunos que hasta hace unas semanas eran pluma de vomitar del presidente. Germán Larrea, el segundo hombre más rico de México y ferviente antilopezobradorista, fue uno de los invitados especiales.


Lo que sigue es un enigma. ¿Este ajuste en el timón será suficientemente rápido y flexible para evitar la tormenta económica que se nos viene? ¿Tales ajustes modificarán sustancialmente el proyecto social de AMLO? ¿O se trata simplemente de meros gestos conciliadores, pero huecos en esencia, que no cambiarán la desconfianza entre los dos sectores? ¿Cuán lejos llegará un loable proyecto aquejado de cojera?


@jorgezepedap


 


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Published on September 05, 2019 16:48

August 31, 2019

Razones y sinrazones del desencanto

“Es válido estar en desacuerdo con el Gobierno vigente, más aun, es necesario que en una sociedad exista la disidencia”.


Esta semana asistí a dos largas comidas en las que el platillo principal fueron las críticas a López Obrador y en general a la 4T. Mis compañeros de mesa hablaban de la situación del país como si nos encontráramos al borde del abismo o para ponerlo en palabras de alguno de ellos, a bordo del Titanic minutos antes del naufragio. Uno de los comensales aseguró que el descontento es tal que si esto no cambia podría suceder cualquier cosa dentro de seis meses. Horas más tarde leí una nota en la que según cinco encuestas la aprobación de AMLO entre la gente asciende a 68 por ciento en promedio (en la mayoría de ellas 70 y más).


Se me dirá que tendría que cambiar de amigos, porque está claro que por cada mexicano descontento con el Gobierno hay dos que sí lo aprueban. Otros sostendrán que no se trata de un asunto de números. Al tercio que alimenta la agrura contra López Obrador no le hace mella estar en minoría: están convencidos de que ellos sí saben de economía y de política, que están mejor informados y que no se dejan manipular por la arenga populista del líder de Morena. Pero esto equivaldría a considerar que, como en la antigua Grecia, solo los ciudadanos acomodados y propietarios deberían contar políticamente porque la supuesta ignorancia de los de abajo no hace confiable su voto.


René Delgado lo ha dicho mejor en un artículo esta semana: “aceptan el resultado electoral, pero rechazan la consecuencia política… no quieren cambiar nada, solo administrarlo bien”. Lo que estamos viendo, desde luego, son dos perspectivas opuestas, salvo que los que esgrimen una de ellas están acostumbrados a que la suya sea la que prevalezca. O dicho de otra manera, sustentan la acomodaticia tesis: “la mayoría tiene la razón, salvo cuando no coincide conmigo”.


Lo que este tercio no está aquilatando es que el apoyo mayoritario a López Obrador no se alimenta de la manipulación, o no mayormente. Simple y sencillamente se nutre del hecho de que la gente la ha estado pasando muy mal con los gobiernos que, según los primeros, solo necesitaría administrar mejor o dejar de cometer excesos.



Argumentan que es absurdo entregar dinero a los ancianos o a los jóvenes aprendices, que no hay que regalar pescados sino enseñar a pescar. El problema es que para más de la mitad de la población no ha sucedido ninguna de las dos cosas. Para los millones de hombres y mujeres de la tercera edad que se encuentran en apuros, la posibilidad de recibir 2 mil 550 pesos cada dos meses hace una diferencia abismal. ¿Por qué no habrían de votar por alguien que al menos en este sentido está haciendo algo por ellos? Eso no es ser objeto de la manipulación de la ignorancia, sino un comportamiento absolutamente racional a partir de sus propios intereses.


El Gobierno de López Obrador ha provocado un aumento del poder adquisitivo de la masa salarial entre otras cosas gracias a un incremento histórico del salario mínimo. Ciertamente el desempeño de la economía ha sido decepcionante, pero la intención de favorecer a los de abajo por parte de la administración es más que evidente. Y sucede que los de abajo son la mayoría en este país.


 Desde luego, esto no significa que el Gobierno de la 4T no haya cometido errores o que algunas de sus políticas no sean cuestionables. Hay una dosis de inexperiencia y de desconocimiento de los entresijos de la administración pública por parte de los cuadros de Morena. Y ciertamente señalar tales insuficiencias es necesario para conseguir un Gobierno más eficaz. Pero esta curva de aprendizaje es explicable tratándose de un recambio tan radical de la administración pública.

Lo que ayuda muy poco es creer que la realidad que cada uno vive es la única y juzgar en consecuencia. Es válido estar en desacuerdo con el Gobierno vigente, más aun, es necesario que en una sociedad exista la disidencia. Pero viviremos en una fantasía si no entendemos las razones de los otros, particularmente cuando esos otros son la mayoría.


@jorgezepedap


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Published on August 31, 2019 17:08

August 27, 2019

Slim cabalga de nuevo

El empresario, uno de los hombres más ricos del mundo, es beneficiario de una extraña y perversa fuente de orgullo para muchos mexicanos de a pie

El hombre más rico y el hombre más poderoso de México han hecho las pases tras varios meses de distanciamiento y fricciones. Carlos Slim, el empresario financiero y de las telecomunicaciones y Andrés Manuel López Obrador, presidente del país, han vuelto a ser amigos. No es poca cosa. La fractura entre la iniciativa privada y el gobierno “para los pobres” que encabeza el nuevo mandatario ha sido una fuente de preocupaciones para los mercados financieros, las calificadoras y los inversionistas. Las señales transmitidas por la nueva administración al mundo de los negocios han sido ambiguas y contradictorias en los primeros diez meses de gobierno. Esta circunstancia, en medio de un contexto internacional pre recesivo, se ha traducido en un arranque económico deplorable del sexenio de la llamada Cuarta Transformación. Para decirlo rápido, los empresarios no están invirtiendo. La mezcla generada por la incertidumbre económica mundial y la desconfianza frente a lo que califican como una errática batería de políticas públicas les ha llevado a guardar su dinero y en algunos casos a sacarlo del país.




 La desconfianza ha sido resultado, por un lado, de una narrativa rijosa del presidente frente a empresarios que se han beneficiado de un sistema desigual y poco competitivo. Pero sobre todo por decisiones puntuales que los hombres de negocios califican de absurdas, ejemplificadas por la cancelación del ambicioso proyecto de la construcción del nuevo aeropuerto de la capital, pese a encontrarse por encima de un 30% de avance.



Justamente, la cancelación de la multimillonaria obra  parecía haber condenado la relación con Slim a una ruptura de no retorno. La constructora del empresario de origen libanés había sido una de las más afectadas, y el propio ingeniero y su entorno inmediato no habían ahorrado críticas a López Obrador y a su política económica.


Pero el hombre es uno de los más ricos del mundo por algo. No es alguien que permite que un falso orgullo se convierta en un obstáculo para hacerse más rico. Otros empresarios pueden encontrar razonable dejar de invertir ante un clima hostil. Para Slim dejar de invertir solo significa dejar de ganar dinero; un escenario inaceptable. Sacarlo del país tampoco es la mejor de las alternativas. El grueso de su patrimonio se encuentra en territorio nacional e invertido en activos fijos; por lo demás en pocos lugares encuentra los márgenes de rentabilidad que le ofrece la condición semimonopólica en la que operan sus negocios y las sinergias que obtiene de la diversificación con la que cuenta en México.


Así que decidió dar carpetazo al asunto del aeropuerto y esperar una oportunidad para hacerse útil. La obtuvo de manera espectacular al convertirse en el salvador del terrible litigo en que el que se estaba metiendo el Gobierno al demandar a compañías internacionales constructoras de varios gasoductos. Las posiciones más duras de la Administración federal buscaban desconocer los contratos, que juzgaban leoninos en detrimento de Pemex y CFE (Compañía Federal de Electricidad) y no descartaban la posibilidad de una suerte de expropiación alegando el interés nacional. Los mercados internacionales y los Gobiernos de Estados Unidos y Canadá encendieron las alarmas. Algunos especialistas indicaron que podía derivar en una crisis de confianza similar a la que padeció Cristina Kirchner tras su conflicto con Repsol.


Slim salvó el día. Si bien la participación de su constructora era mínima en comparación con la de otros gigantes, fue el enlace entre el operador del Gobierno, Alfonso Romo, y los tiburones internacionales. Al final lograron un acuerdo que permitirán reactivar el abastecimiento y, más importante, posibilitó a López Obrador festinar una negociación que supondría un ahorro de 4.500 millones de dólares para el país. Horas más tarde, analistas del Wall Street Journal ajustaron el ahorro a poco más de 600 millones.


Pero las cifras eran menos importantes que el símbolo. En la conferencia de prensa en la que Gobierno y constructoras anunciaron el acuerdo y en la cual Slim fue el vocero, López Obrador, eufórico, pidió a los reporteros un aplauso. A lo largo del martes y una vez más este miércoles, en otros eventos públicos, el presidente presumió el acuerdo sin olvidar un agradecimiento a su nuevo mejor amigo.



 Para algunos críticos la nueva alianza del Gobierno con el empresario constituye una suerte de claudicación. El hecho mismo de que un país con tantas carencias “produjera” a quien en algún momento se consideró el hombre más rico del mundo, dice mucho sobre las condiciones protegidas en las que opera y la ausencia de competencia de la distorsionada economía mexicana. Pero esa crítica se concentra sobre todo en los círculos ilustrados. Slim en realidad es un hombre que goza de popularidad en el país, beneficiario incluso de una extraña y perversa fuente de orgullo para muchos mexicanos de a pie. Y sin duda sus decisiones empresariales marcan pauta en el ambiente de los negocios.

Hace 15 años, cuando López Obrador fue alcalde de Ciudad de México recurrió al empresario para provocar una sonada y muy aplaudida activación del centro histórico de la capital que cambió el rostro de la ciudad.


No está claro si esta nueva inmersión en la realpolitik represente un giro en la relación ríspida y plagada de sinsabores que ha caracterizado a las relaciones entre el dinero y el poder político. O quizá el presidente, resuelto el conflicto inmediato, reanude sus críticas al gran capital. Lo sabremos pronto.


@jorgezepedap


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Published on August 27, 2019 17:19

August 24, 2019

El ángel exterminador o el exterminio del ángel

“La marcha en protesta por los feminicidios, que culminó con las pintadas del Ángel de la Independencia sacó lo mejor y lo peor de la…


Hemos alcanzado tal grado de polarización que nos despedazamos a la menor oportunidad. Cualquier tema es pretexto para intercambiar juicios sumarios y memes atroces. El desencanto y la exasperación se han convertido en campo fértil para el linchamientos y la crucifixión. El que no piensa como yo termina siendo inexorablemente un imbécil, un resentido o un corrupto.


La marcha en protesta por los feminicidios, que culminó con las pintadas del Ángel de la Independencia sacó lo mejor y lo peor de la opinión pública, las redes sociales y la comentocracia. Incondicionales muestras de solidaridad para las víctimas de este abominable crimen, pero también preocupantes expresiones de intolerancia y descalificación para todo aquél a quien se considere que no está a la altura de esta solidaridad.


Es obvio decir que la necesidad de poner un alto al asesinato de mujeres es un sentimiento unánimemente compartido. Todos tenemos hijas, sobrinas o hermanas que temen por su vida por el simple hecho de salir a la calle. No puedo imaginarme un dolor más grande que la impotencia de un padre o una madre al enterarse de la muerte de una hija y saber que en sus últimas horas sufrió vejaciones y torturas indescriptibles.


Pero esa unanimidad dejó de existir cuando se informó de los daños sufridos por el Ángel. Algunas voces se alzaron para objetar el derecho por parte de los manifestantes a lastimar un monumento que es patrimonio de todos. Muchas otras salieron en defensa del derecho de expresar una rabia que ya no se contiene en mantas y lemas y no hacen mella en las autoridades. Las dos partes se enzarzaron en descalificaciones mutuas que, en los casos más extremos, dieron lugar a epítetos como feminazis, de un lado, y reaccionarios y misóginos,  del otro.


En lo personal encuentro que ambas partes esgrimen argumentos pertinentes y atendibles; es un tema doloroso que entraña una enorme carga subjetiva y nos obliga a mirar dos veces antes de precipitar un juicio sumario y descalificador.


Por un lado, son comprensibles las razones de quienes afirman que las vidas son más importantes que las piedras, que el carácter abominable de este crimen exige un llamado de atención de esa magnitud, que quizá solo así las autoridades y la sociedad en su conjunto harán algo más de lo que han intentado sin resultados. Lo que dicen tiene sentido: mientras duren, las pintas en el Ángel serán un recuerdo visible y cotidiano de la infamia que tiene lugar allá donde no llega la mirada.


Pero también son comprensibles los argumentos de aquellos que externan su preocupación por el hecho de que la rabia ante una infamia nos conduzca a legitimar el daño o la destrucción del patrimonio común haciendo pagar “a justos por pecadores”. Los padres de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa quemaron la puerta de Palacio Nacional hace unos meses y resulta difícil recriminárselos. El problema, dicen los críticos, es que cada grupo de manifestantes considera que su lucha es igualmente vital y decisiva. La comunidad que carece de agua desde hace meses, los padres de los hijos calcinados en una guardería, los vecinos acosados sistemáticamente por policías y ladrones.


He visto estos días columnas de intelectuales normalmente feroces críticos con todo lo que atente contra el estado de derecho que ahora justifican el daño al Ángel en razón de un imperativo moral de orden superior. Y quizá tengan razón, pero entonces habría que pedirles que extendieran esa solidaridad a las muestras de exasperación por la pobreza extrema, por el despojo impune contra una comunidad. En ese sentido, entramos en un terreno pantanoso. Cómo y quién ejercería el papel de juez capaz de calificar lo que moralmente es aceptable. Las vidas siempre serán más importantes que las piedras. ¿Dónde detenernos?


Honestamente no lo sé. Porque en efecto, las vidas son más importantes que las piedras; pero hay tan poco y falta tanto que también tendríamos que cuidar las piedras. Es cierto que aquí no hay justos de un lado y pecadores del otro. Por omisión o desinterés todos somos cómplices de lo que ha producido la pobreza extrema, la falta de estado de derecho, la impunidad en la desaparición de hijas y hermanas de otros mientras cada cual seguíamos con nuestras vidas. A nadie nos gusta quedar atorados en un embotellamiento provocado por un grupo desesperado por la falta de resultados. Pero también podemos imaginarnos haciendo lo que haya que hacer cuando la tragedia se cebe sobre alguno de los nuestros.


No hay respuestas fáciles. Podríamos comenzar por entender que en una sociedad acosada por la violencia y cargada de tantos agravios, lo menos que podemos hacer es escuchar las razones de los otros antes de descargar la guadaña de nuestra propia cerrazón o asumir que nuestra indignación moral es superior a la de otros simplemente por ser nuestra.



@jorgezepedap


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Published on August 24, 2019 17:00

August 18, 2019

Rosario Robles y sus problemas del corazón

“La de Robles termina siendo una historia triste. Desde luego ella es la primera responsable de las tragedias que se ha echado encima.”


El país es otro quince años después, pero la aprehensión de Carlos Ahumada y de Rosario Robles producen una inevitable sensación de Deja Vú. En 2005 Rosario Robles escribió el libro Con todo el corazón. Una historia personal desde la izquierda (Plaza & Janés), con el propósito de reivindicar su imagen tras los videoescándalos del señor de las ligas, durante los cuales trascendió su relación amorosa con Carlos Ahumada y el papel que este affair tuvo en el ascenso del oscuro personaje. “Han pasado varios meses desde los videoescándalos… he querido ofrecer mi propio testimonio. Pero eso no me exime de mis errores y mis responsabilidades. Desde luego que los cometí. Les pido disculpas a todas las que creían en mí y me sentían portadoras de una esperanza. Ojalá me den otra oportunidad”.


Sería interesante ver qué libro escribiría ahora porque ciertamente la vida le dio otra oportunidad por la vía del PRI, que la encumbró a ministro de Estado. El primer fracaso solo significó su destierro político y el encarcelamiento de su entonces amante; ahora enfrenta ella misma la posibilidad de pasar algún tiempo tras las rejas.


La de Robles termina siendo una historia triste. Desde luego ella es la primera responsable de las tragedias que se ha echado encima, pero en los dos casos da la sensación que está expiando, además de las suyas, las culpas de otros. Quizá no anda tan errado López Obrador cuando dice que la mujer es un chivo expiatorio, lo cual no significa que sea inocente sino que está pagando por sus culpas pero también por las de muchos otros que deberían estar en la picota.


Supongo que Rosario Robles no es una persona a la que le falte el dinero. Ha pasado por muchos lugares en donde los recursos se desparramaban generosamente. Pero todo indica que, a diferencia de muchos de sus colegas en el poder, no ha sido la ambición económica el motor de sus afanes y desvelos. No es el caso de Emilio Lozoya, el otro pez gordo de la administración peñanietista al que se la han fincado responsabilidades; a él y a sus familiares les han encontrado cuentas multi millonarias. Hasta donde se ha documentado, la Estafa Maestra en la que habría participado Robles fue un mecanismo diseñado para generar recursos ilegales destinados a las campañas del PRI. En otras palabras, ella está en la cárcel presumiblemente por haber participado en un esquema para escamotear dinero destinado a otros, no a sí misma. Insisto, no estoy afirmando que sea pobre ni honesta; solo digo que la razón por la cual ahora está en prisión tiene que ver con el excesivo celo para cumplir un mandato emitido en otro lado (recuérdese que están involucradas once dependencias en la Estafa Maestra, aunque parecería que las más empeñosas fueron justamente las dos secretarías encabezadas por ella).



Lo cual nos regresa a lo que sucedió hace quince años. Rosario Robles fue execrada de la izquierda cuando se supieron los pecados de su protegido y amante. Ahumada corrompió políticos y funcionarios del PRD, los grabó incriminándolos y luego los difundió. Por omisión o comisión, Robles fue responsabilizada políticamente y echada del paraíso; terminó pagando una terrible factura, pese a lo cual nunca recriminó a Ahumada. Este, por el contrario, le dio la espalda a la primera oportunidad, pidió perdón a su esposa y se fue a Argentina tan pronto fue liberado.


Guardadas las diferencias, Robles está dando vueltas a la misma noria. Volvió a inventarse con el PRI, se hizo útil y acabó siendo más papista que el Papa. Quizá se sentía en deuda con Peña Nieto que la rescató del olvido o simplemente está acostumbrada a hacer la tarea con más ahínco que sus colegas, incluyendo, al parecer, el trabajo sucio. Hoy está siendo traicionada por arriba y por abajo. Sus subordinados están negociando pactos a cambio de salvar el pellejo y ninguno de los de arriba ha salido en su defensa.


 Cuando la primeras investigaciones se hicieron públicas, todavía durante el Gobierno de Peña Nieto, el Presidente salió a arroparla y le aseguró que no había nada de que preocuparse. Pero ahora que alguien debe pagar por la Estafa Maestra, los priistas ven su marcha al cadalso con alivio: paga por todos y ni siquiera es uno de ellos.

Algo volvió hacer mal Rosario, porque el colofón de su libro de 2005 sigue siendo hoy su mejor argumento: “Soy una mujer como todas, que se enamora, que tiene afectos y desapegos, soy una mujer que ha puesto el corazón en todo. Eso a veces es bueno, a veces no. Pero al igual que todos, exijo que se me juzgue por mis actos. Por mis hechos. No por los de los demás”. Que pudiera volver a decirlo hoy significa que, en efecto, Robles puso, otra vez, el corazón en el lugar equivocado.


@jorgezepedap


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Published on August 18, 2019 16:46

August 13, 2019

Rosario o la espinosa encrucijada de AMLO

El encarcelamiento de Rosario Robles, exministra de Estado del Gobierno de Enrique Peña Nieto, abre en México toda suerte de especulaciones políticas ¿Se trata del principio del fin de la supuesta tregua con el expresidente? ¿es una maniobra mediática para distraer a la opinión pública y compensar la precaria situación económica que enfrenta la actual Administración? ¿o se trata simplemente de que el Gobierno del cambio dejó actuar a la justicia con libertad en un escandaloso caso de corrupción?



Evidencias hay, sin duda, y estas no fueron maquinadas por las nuevas autoridades. La llamada Estafa Maestra, en la que está involucrada Rosario Robles, fue un mecanismo diseñado para el saqueo masivo de fondos públicos, presumiblemente con el propósito de obtener recursos ilegales para las campañas del PRI, entonces el partido político oficial. La operación fue detectada por la Auditoría Superior de la Federación, del poder legislativo del periodo anterior, y profundizada y divulgada por Mexicanos Unidos Contra la Corrupción (una institución fundada por un antilopezobradorista confeso) y por periodistas del portal Animal Político. Es cierto que la Estafa Maestra no solo operó en las dos Secretarías dirigidas por Rosario Robles, toda vez que hay otras 10 dependencias señaladas, pero desde que se hizo público, antes del triunfo de López Obrador, el escándalo periodístico se centró en la exfuncionaria, sea porque los montos lo ameritaban o los datos exhibidos fueron más prolijos en su caso.

Por donde se le mire se trata de un suceso extraordinario en un país acosado por la impunidad; los exministros no suelen pisar la cárcel, no importa los pecados que hayan cometido. El último caso fue hace 30 años, cuando el expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari emprendió una batalla en contra del secretario de Agricultura de su predecesor por malversación de fondos, con todos los visos de tratarse de una vendetta política. ¿Estamos ante lo mismo? ¿una vendetta o se trata de una muestra de que algo en materia de combate a la corrupción podría estar cambiando en México?


La verdad es que hay argumentos para alimentar cualquiera de las dos hipótesis. El estilo y las capacidades de López Obrador pueden nos ser del gusto de muchos, pero no puede ignorarse su obsesión por pasar a la historia como el presidente que erradicó la corrupción en el gobierno. Su cruzada por la austeridad y la eliminación de privilegios de la burocracia están a la vista e incluso es criticada por sus excesos. Y si bien ha señalado que su Gobierno no se distraería con pecados del pasado, también ha dicho que no haría nada por impedir los procesos que estuvieran en curso. Y desde luego lo de Robles y lo de Emilio Lozoya, exdirector de Pemex y actualmente en fuga, eran los dos principales escándalos antes de que el presidente tomara posesión.


Del otro lado, despierta susceptibilidades el hecho de que hasta ahora el único pez gordo detenido por la Estafa Maestra sea justamente Rosario Robles. Una exlíder y excompañera de partido del hoy presidente, y a quienes muchos en Morena tienen animadversión por considerarla una traidora a la causa. Algunos comentaristas consideran que en el caso de Robles los tribunales han sido particularmente severos. Vamos, para la opinión pública hay pocas dudas de que la funcionaria operó o accedió a la maquinación fraudulenta, pero los expertos afirman que las pruebas aportadas por el fiscal no ameritaban la prisión preventiva, como ha sido el caso.




En México los exministros no suelen pisar la cárcel, no importa los pecados que hayan cometido

Sea cual sea el motor que impulsa el encarcelamiento de Rosario Robles, sea la política as usual o sea la justicia inédita, sea la intervención de López Obrador o se trate de la independencia por fin de los tribunales, lo cierto es que el hecho desencadena consecuencias políticas decisivas para el presidente.


En un aparente exabrupto de la defensa de Robles el litigante alegó que la funcionaria había informado de las irregularidades señaladas por la Auditoría al expresidente Enrique Peña Nieto y al entonces secretario de Hacienda José Antonio Meade, y exadversario de AMLO por la presidencia. Esto significa que los dos podrían ser acusados, al menos por omisión, porque la práctica fraudulenta siguió en marcha. Y aunque el abogado de Robles se retractó o corrigió, el juez entendió que había motivos para iniciar una averiguación sobre las dos figuras mencionadas.


Ello supondría una bomba política. En términos de popularidad sería un golpe mediático gigantesco a favor de López Obrador y un parteaguas en la historia de México. Pero en función de credibilidad y confianza en la relación entre élites y gobierno provocaría una crisis difícil de resolver porque nadie entre los poderosos se sentiría a salvo de lo que sería interpretado como una persecución, diga lo que diga AMLO sobre la autonomía del poder judicial. Para la élite, el presidente habría roto su palabra de que, en bien de la estabilización, no daría golpe en contra del régimen anterior ni desataría una cacería de brujas.


En las declaraciones de López Obrador se advierte una especie de ambivalencia, seguramente resultado de este difícil dilema. Por un lado, sus ánimos justicieros le llevaron a declarar que Rosario Robles es en última instancia un chivo expiatorio, claramente encaminando las baterías en dirección a los dos mencionados. Por otro, sus exhortos apaciguadores y sus deslindes muestran que a ratos ya no quiere meterse en mayores entuertos de los que ya enfrenta ni lastimar aún más la precaria relación con los capitanes del dinero. En este momento creo que ni él mismo sabe cual derrotero prefiere y, en efecto, está dejando que tribunales y la Fiscalía operen por inercia o por lo que ellos interpretan que el soberano desea. Esperemos el final de temporada.


@jorgezepedap


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Published on August 13, 2019 18:50

August 10, 2019

Esta columna no es de política

“El deporte es también uno de los pocos escenarios en los que podemos observar, sin montajes e hipocresías, a seres humanos en condiciones límite física…


Laura Galván corre agazapada detrás de las dos poderosas atletas de Estados Unidos y Canadá. Al iniciar los últimos 400 metros de la dura competencia por la medalla en los 5 mil metros, las dos norteamericanas alargan la zancada y se desprenden del pelotón. La mexicana Galván hace lo imposible para mantenerse a su estela, aunque el esfuerzo extremo le pasa una dura factura, visible en el rostro desencajado. Las otras dos superan a la menuda morena en 15 centímetros de estatura y unas piernas largas que devoran de manera implacable los últimos metros. Laura se mantiene a duras penas. Al enfilar la última curva los comentaristas se hacen ascuas sobre quien se quedará con la medalla de oro: ¿Canadá o Estados Unidos? También reconocen el mérito de la mexicana para quedarse con una inesperada medalla de bronce; muy meritorio para una corredora que no estaba “ranqueada” para subir al podio en los Juegos Panamericanos de Lima. Pero entonces sucede algo inesperado, faltando 150 metros, en lugar de quedarse rezagada, Laura Galván abre el compás e imprime mayor revolución a su zancada. Ante el asombro del auditorio la pantalla de la televisión exhibe el puntito rojo de su uniforme acercarse a milimétricamente a la corredora canadiense hasta que la supera. Laura debe haber sido la primera sorprendida porque el golpe de adrenalina le da un impulso extra que le permite rebasar con relativa facilidad a la estadounidense. Faltando 70 metros, inesperadamente, la mexicana ha tomado cinco metros de distancia que se antojan definitivos. Las dos anglosajonas, que se venían cuidando entre sí y nunca imaginaron la irrupción de una corredora ignorada, se recuperan de la sorpresa y saltan hacia delante. Diez metros más tarde queda claro que la estadounidense se ha quedado sin fuelle y, pese a su desesperación, la distancia sigue acentuándose. Pero no es el caso de la canadiense, Connell, quien parece haber encendido un turbo. Faltando treinta metros para la meta ha reducido la separación y comienza a respirar en la nuca de la mexicana. La inercia que trae la perseguidora hace inexorable el rebase en los últimos metros. Laura siente la presencia de la otra y lejos de desmoronarse y asumirse como un caso más del “ya merito”, descubre que aun le queda un cambio de velocidad que probablemente ni ella sabía que existía. Para la consternación de Connell, Galván la deja plantada y entra a meta tres metros delante de su perseguidora. Segundos más tarde, con cara de estupefacción, intenta recuperar el aire y sus pensamientos. Acaba de darse cuenta de que su vida ha cambiado para siempre.


Entiendo que esta columna tendría que versar sobre política, pero una breve convalecencia me ha condenado a observar por televisión los Juegos Panamericanos de Lima. A lo largo de tres o cuatro días he podido constatar la pasiones nacionalistas que entraña la competencia entre países. Supongo que la escena descrita arriba habría sido vista de manera diferente por un peruano (con simpatía probablemente, pero sin la emoción en la garganta que yo experimenté), ya no digamos por un canadiense. Nunca había oído hablar de Laura Galván ni tenía interés en esa carrera; caí en ella por el peregrino azar del zapping. Y sin embargo al comenzar a seguirla fui inevitablemente presa de los condicionamientos nacionalistas que han quedado inscritos en nuestro ADN.


Pero también advertí otra cosa. El deporte es también uno de los pocos escenarios en los que podemos observar, sin montajes e hipocresías, a seres humanos en condiciones límite física y emocionalmente hablando. Particularmente cuando está en disputa colgarse una medalla, algo que en definitiva puede hundir o catapultar sus carreras profesionales. En deportes de alto rendimiento, cuyas pruebas reinas se disputan cada cuatro años, un atleta se juega en minutos años de preparación y sacrificio. No es de extrañar el dramatismo de las escenas que se despliegan a nuestra vista. En esos momentos de auto flagelo en los que el deportista saca inexplicable fuerza de la propia entraña, observo una épica conmovedora que cuesta encontrar de manera tan conspicua en otros ámbitos. Se me dirá, con razón, que hay mayor heroísmo en la doble jornada que una madre de condición humilde despliega para llevar pan a la mesa de sus hijos. Y tendrán razón, pero eso no va en desmedro de la experiencia lúdica y dramática que supone una competencia entre personas que se han preparado durante años para jugárselo todo en un instante.


He tratado de ver otras carreras en las que no compiten mexicanos con la misma pasión por la condición humana, sin que se involucre el sentimiento nacionalista y su deplorable distorsión. Algo he logrado viendo brasileños, colombianos y peruanos conseguir emotivas y bien ganadas medallas. Me entusiasmó cada remontada épica o el triunfo inesperado de un competidor subestimado. Pero debo confesar que he tomado nota que hoy por la noche (sábado) el equipo femenil de México disputa contra Argentina la medalla de oro, algo que hasta hace tres días no habría visto ni por error.



@jorgezepedap


www.jorgezepeda.net


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Published on August 10, 2019 18:59

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Jorge Zepeda Patterson
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