Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 3
March 14, 2020
El odio, la otra pandemia
«Espero que los mexicanos estemos a la altura de la crisis que se nos viene encima, a condición, claro, de que podamos superar rencores, golpes…
Las escenas comienzan a ser apocalípticas en Europa. Por segunda vez en pocos minutos una brigada de empleados vestidos con atuendos que hacen pensar en Chernobyl esparcen un líquido gaseoso en la terminal de ferrocarril de Liege, Bélgica. Una vez a bordo del tren, el vagón del café-bar informa que sólo pueden servir agua para evitar riesgos de contaminación. La ciudad que dejamos más atrás, Maastrich no sólo había anunciado la suspensión de clases y toda reunión cívica, cultural o religiosa, muchos de los restaurantes comunicaban que cerrarían en los siguientes días. Pero la verdadera sensación de orfandad provino del correo que golpeó mi email un día antes cuando estábamos a punto de partir a Dusseldorf: el Hotel Feliz, porque tal era el nombre del desdichado establecimiento, había cancelado unilateralmente nuestra reservación.
Me encontraba al inicio de un tour por Alemania que llevaría a presentar en aquel país mis novelas Milena y Corruptores, traducidas y publicadas por la editorial Elstersalis. La idea era una serie de eventos que comenzarían en la Feria del Libro de Leipzig y continuarían en Berlín, Hamburgo, Munich y Berna en un recorrido que tomaría poco menos de un mes. Bueno, eso era antes del coronavirus. Nunca llegué a Alemania. El terror a la pandemia cambió de la noche a la mañana los planes de buena parte de la población europea y dejó a este ex entusiasmado autor mexicano varado en una estación de tren sin destino aparente y, por lo menos hasta la fecha de regreso del avión a México, sin oficio ni beneficio. Viajes, reservaciones y presentaciones habían sido fulminantemente canceladas.
Tampoco es que pudiera quejarme. La crisis simplemente me convertía en un turista improvisado; a los que me rodean en cambio les están sucediendo cosas peores. Comercios cerrados, empleos perdidos, clases suspendidas, planes de vida severamente trastocados, viajes interrumpidos. No es que la gente deje de ir a los cines, a las tiendas, a los clubes, a los estadios, antros o iglesias; es que simplemente están cerrados todos los recintos destinados a socializar, divertirse o fraternizar; para pecar o para arrepentirse después de haber pecado. Las autoridades desean que la gente simple y llanamente se recluya. Como en los peores días de la dictadura stalinista toda reunión de más de cuatro personas es considerada un peligro para la sociedad, aunque ahora lo sea por motivos de salud.
Algo de esto había comenzado a suceder en México en los últimos días, pero con una diferencia notable. Alemanes, belgas y holandeses con los que he podido conversar aceptan las draconianas medidas con resignación disciplinada; lamentan las consecuencias, por supuesto, pero no cuestionan y mucho menos incriminan al funcionario que se ve obligado a tomarlas. Quizá se trate de pueblos que han pasado por tragedias tan traumatizantes que están acostumbrados al sacrificio colectivo, comunidades que asumen sin necesidad de encontrar a alguien con quien desquitarse que las calamidades existen y que la mejor manera de afrontarlas es que cada cual haga la parte que le corresponde.
En México existen solidaridades, desde luego, pero parecen restringirse al ámbito del barrio o de la red familiar. La confianza en el colectivo es difusa, salvo en momentos coyunturales o circunstancias efímeras. En medio de un temblor hemos visto escenas heroicas que dignifican la generosidad del mexicano. El problema es el día siguiente, normalmente marcado por la desconfianza, la incredulidad, el escepticismo y el sálvese como pueda.
La tragedia en nuestro país va acompañada de la compulsión por encontrar a un responsable. Seguramente el virus es más letal e hizo más estragos por la negligencia de un imbécil, la incapacidad de cualquiera que parezca tener un ápice de responsabilidad. En estos países no he encontrado críticas a las autoridades responsables, más allá de alguna observación sobre si tal o cual medida fue tomada con mayor o menor prestancia. Pero una vez anunciados, los protocolos se siguen puntual y disciplinadamente.
Supongo que la tragedia que nos abruma es más fácil de sobrellevar con el descargo liberador que supone culpar a un chivo expiatorio, llámase Claudia Sheinbaum, Andrés Manuel López Obrador, Manuel Bartlett o por qué no, Robben, quien fingió el penalti con el que nos eliminó Holanda en el Mundial de 2014. Cualquier cosa antes que aceptar que tenemos que sufrir padecimientos y sacrificios porque alguien nos los pide en nombre de todos. Siempre será más fácil crucificar al mensajero de las malas noticias, así sean para prevenirnos de males mayores. Espero que los mexicanos estemos a la altura de la crisis que se nos viene encima, a condición, claro, de que podamos superar rencores, golpes de pecho y dedos flamígeros. Una pandemia es ya un flagelo demasiado terrible para que además la convirtamos en una epidemia de odio.
@jorgezepedap
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March 7, 2020
Sí contra el machismo, no contra los hombres
El verdadero enemigo es una ideología construida para hacernos creer que los hombres valen más que las mujeres.
Las mujeres son las víctimas, por supuesto. Los hombres son los victimarios, desde luego. No hay forma en que una sociedad se mire a los ojos mientras la mitad de ella sufre violencia o discriminación por el simple hecho de ser mujer. Pero sería terrible creer que esta es una lucha entre dos mitades: hombres vs. mujeres y viceversa, por más que enfrentamos un sistema de valores, prejuicios y creencias construido en las sociedades patriarcales para discriminar, subordinar y someter al sexo femenino. Es justamente ese sistema de valores y creencias, llamado misoginia, el que tendríamos que desmontar para aspirar a vivir en una sociedad en el que mujeres y hombres puedan gozar de una vida plena.
Sí, las mujeres son las víctimas del machismo, pero no solo ellas, por más que se lleven la peor parte (eso no está en discusión). Los hombres también son víctimas aun cuando lo sean de otra manera. Cada vez que a un niño le es negada la posibilidad de expresar ternura, externar su debilidad o mostrar su delicadeza en aras de convertirlo en un “varoncito”, está perdiendo un pedazo de humanidad. El tránsito que va de ser un niño a un macho es una construcción social y familiar. Una construcción en la que participan los adultos que lo rodean, hombres y mujeres por igual. Las madres a la par que los padres son fábrica de misóginos; tipos que a su vez van a perpetrar la violencia de género que se alimenta de todos los estereotipos con que crecieron. En ese sentido, la misoginia es un comportamiento “congénito” que las familias van transmitiendo a sus hijos e hijas, como eslabones de un patrón de género que se reproduce y perpetúa.
Por eso es que es absurdo encarar el problema como una guerra que define a los hombres como enemigos de las mujeres. El verdadero enemigo es una ideología construida para hacernos creer que los hombres valen más que las mujeres.
Encarar el asunto como una rivalidad de club de Tobis contra club de Lulús es absurdo; hay muchas mujeres que ejercen un comportamiento machista en contra de otras mujeres, además del papel ya mencionado de algunas, como agentes de inseminación de valores y actitudes que refrendan y reproducen el machismo.
Se me dirá que las madres que enseñan a sus hijas a “entender cuál es su lugar”, que no es más que la indoctrinación del sometimiento, a su vez son resultado de un condicionamiento previo; no son más que víctimas formando a otras víctimas actuando como cómplices del victimario. Pero lo mismo podría decirse de muchos de esos padres que sin ser violentos tampoco enfrentan a los abusadores, con lo cual se convierten en cómplices pasivos. El problema es la normalización de un comportamiento indigno de unos y de otros.
La esclavitud y la discriminación racial requirió de una ideología que establecía el derecho genuino de los blancos sobre razas supuestamente inferiores; existieron incluso argumentos presuntamente científicos, bíblicos y económicos para justificar este prejuicio. Y si bien no ha sido erradicado, los avances conseguidos no fueron resultado de una guerra entre blancos y negros, sino de la erosión de una ideología hegemónica que dejó de serlo gracias al esfuerzo de muchos negros y blancos conscientes de esa injusticia.
La literatura feminista ha dejado en claro la manera en que el ejercicio de los micro abusos, muchos de los cuales surgen desde la infancia, van construyendo el clima que lleva a un hombre a sentirse con el derecho de ejercer violencia contra algo que considera inferior y debe estar sometido a su voluntad. No es difícil rastrear en un feminicida al niño al que le fue inculcado que era indigno e inadmisible perder ante una niña. En ese sentido, el machismo también cercena a un hombre porque lo convierte en un discapacitado emocional, con carencias fundamentales para establecer una relación sana con las mujeres y, en última instancia, con otros hombres.
Hoy, que es el día de la mujer, tendrían que expresarse todos aquellos que desean un mundo en el que exista mayor equidad de género. Hay muchos hombres que desean corregir un estado de cosas que lastima, disminuye y pone en riesgo a las mujeres, entre otras cosas porque son pareja, hermanos o padres de ellas y porque también han sido víctima de este machismo absurdo. Ojalá que las marchistas lo asuman así y conviertan este día en una jornada por la igualdad, un acto de confrontación contra la misoginia, y no una trinchera de agravio entre hombres y mujeres.
@jorgezepedap
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March 3, 2020
Conservadores reales e imaginarios
Andrés Manuel López Obrador se abrió el camino a la presidencia de México gracias a su verbo obstinado y crítico. Está comenzando a perderla gracias a su verbo obstinado y crítico. La última andanada de encuestas demuestra una caída significativa en sus niveles de aprobación. Si bien siguen siendo positivos, en promedio entre 55 y 61% a su favor, son registros diez o 15 puntos menores a los que exhibía hace tres o cuatro meses. Desde luego ha impactado el desgaste propio del ejercicio de Gobierno, suele suceder aquí y en China (bueno, quizá en China menos). Pero en la reciente caída de los bonos presidenciales pesa, además, la percepción de una cerrazón de López Obrador a temas sensibles para la opinión, como la seguridad pública, la salud o los feminicidios. De un tiempo para acá pobres o pueblo dejaron de ser las palabras más frecuentes en el discurso del presidente; fueron desplazadas por neoliberal y conservador. Un giro preocupante porque revela a un presidente a la defensiva, alguien que prioriza una disposición para estar en contra de una entidad (conservadores) y no a favor de una causa (los pobres). La obsesión de López Obrador con sus adversarios le lleva a hacerlos omnipresentes en toda comunicación, lo cual indica el peso que han adquirido en sus ocupaciones y preocupaciones.
Lo cierto es que los dichos, expresiones y, en ocasiones, silencios del presidente han provocado malestar y han sido interpretados como actos de soberbia o torpeza, incluso entre círculos que hasta ahora habían sido empáticos con su Gobierno o su persona.
El presidente ha convertido a su archienemigo en referente de todos los males y contratiempos. El conservadurismo está detrás de la crítica en la prensa nacional o extranjera; manipula a los grupos de protesta sean ecológicos, feministas o laborales; alimenta los comentarios adversos que surgen en redes sociales. Toda muestra de inconformidad o desavenencia termina siendo espuria porque está inspirada en una ideología conservadora o las acciones de sus agentes. Este domingo, en su municipio natal, Macuspana, calificó de estar imbuidos de conservadurismo a los asistentes de un mitin popular que se quejaban de no haber recibido los apoyos que presumía el presidente.
Ciertamente la oposición a López Obrador actúa en todos los frentes que le son posibles. Y sin duda hay muchos intereses que intentan mantener sus privilegios. El problema surge cuando esta perspectiva se convierte en la única ventana para ver al mundo, porque termina por hacer invisible el resto de la realidad.
El caso de las medicinas y los feminicidios muestran la factura política que le está cobrando al presidente esta fijación con los conservadores. En su rueda de prensa matutina López Obrador ha reiterado que la escasez de medicinas y las protestas de los enfermos son fruto de la manipulación de neoliberales y del pataleo de los corruptos que se niegan a perder su negocio. Y quizá lo sea en parte, pero lo que la opinión pública observa, por ejemplo, son padres de niños con cáncer terminal, desesperados por la interrupción de tratamientos. Que la prensa “adversa” lleve sus imágenes en primera plana para consternación del presidente, no significa que no sean casos reales, lo cual de alguna manera escapa a la percepción del mandatario, algo raro en él.
Por lo demás, la estrategia de su gobierno en materia de salud no es vergonzante, más allá de los contratiempos que deja un cambio radical en el sistema de abastecimiento. Cada semana surgen más evidencias de los multimillonarios desfalcos que administraciones anteriores provocaron con cargo al sector salud, en particular en la adquisición de medicamentos. López Obrador dio instrucciones de limpiar de raíz el esquema de proveedores y el sistema de distribución de medicinas, lo cual provocó el desabasto coyuntural de algunos artículos y en determinadas regiones. Algo que era de esperar. También era de esperar que la oposición difundiera esos desajustes y los exhibiera como muestra del fracaso de la política de salud pública del presidente mexicano. Pero este, en lugar de reconocer a las víctimas momentáneas, atenderlas de inmediato y quitarle así las banderas a sus adversarios, desdeñó su importancia y los acusó de ser objeto de manipulación. En otras palabras, los echó en brazos de la oposición.
El pésimo manejo de crisis convirtió un mero desencuentro, perfectamente subsanable, en una costosa abolladura a la imagen presidencial.Algo similar ocurrió con los feminicidios. Hace algunas semanas un comentario vago del presidente al respecto fue interpretado como un desdén a la lucha por la equidad de género y provocó una andanada de críticas en redes sociales y medios, en particular en los ámbitos que le son adversos. En lugar de salir al paso y abrazar esta reivindicación, cuestionó la manera en que estos grupos expresan su inconformidad y les acusó de ser instrumento de los conservadores. La incriminación fue gasolina en la hoguera. La encuesta de El Financiero, publicada este martes, señala que 82% de la población considera mala o muy mala la respuesta del gobierno ante los feminicidios. Los crueles asesinatos de Ingrid Escamilla y la niña Fátima hace unas semanas y la tibia reacción del presidente, indignaron a la opinión pública e hicieron inexplicable la posición de López Obrador. El martes informó que los boletos de la rifa del avión saldrán a la venta el lunes próximo. Justo el 9 de marzo, fecha señalada para “un día sin mujeres”, lo cual fue interpretado como una provocación. 24 horas más tarde López Obrador se corrigió: no hay problema, dijo, pasamos la salida de boletos para el martes, simplemente no me acordé de su evento. Lo dicho, el presidente no está viendo.
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March 1, 2020
Hijo de la Guerra
Tras 444 páginas uno se encuentra con el dilema de decidir qué es exactamente lo que leyó: ¿una apasionante novela negra o una magistral crónica…
Hace unos años Ricardo Raphael se encontró lo que para cualquier periodista habría sido la veta de oro más apetecida, el número ganador del boleto del avión presidencial, para ponerlo en términos más actuales: un hombre desde la cárcel decía ser uno de los fundadores de los Zetas, a quien se creía muerto, y estaba dispuesto a revelar todos sus secretos.
Como buen periodista que es, Raphael se zambulló de brazos abiertos en el corazón de las tinieblas. Durante más de un año, cada miércoles, acudió puntualmente a lo que se convirtió en un destilado de horrores. Semana a semana Ricardo se fue llenando de sangre, cuerpos desmembrados, secretos inconfesados, un inventario puntual y desde abajo de cómo se fue pudriendo eso que ahora nos tiene con más de 200 mil muertos.
El llamado Zeta 9, Galdino Mellado Cruz, parecía saberlo todo, había estado en todos lados. Una especie de Forrest Gump de los infiernos. Lo mismo había sido protagonista de los feminicidios en Juárez y miembro del cártel de Tepito, que ahijado del “Mocha Orejas” Ríos Galindo, pasando por todos los capítulos importantes de la historia de los Zetas, desde su entrenamiento en Estados Unidos, hasta sicario de Osiel Cárdenas y brazo derecho de Heriberto Lazcano.
Era tan increíble la cantidad de confesiones y secretos que comenzó a ser eso, increíble. A partir de ese momento Raphael se dio cuenta que el tema no iba a ser cómo sacar mineral de la mina de información que representaba el Zeta, sino dilucidar cuánto de ese mineral era bueno. O peor aun, si valía algo. ¿Estaba ante la más valiosa garganta profunda del crimen organizado jamás encontrada, capaz de develar los misterios nunca antes dichos? ¿O frente a un embustero de talento descomunal que deseaba utilizar al periodista para protegerse y eventualmente para extorsionarlo?
Casi cinco años después de ese dilema, el autor nos entrega El Hijo de la Guerra (Seix Barral). Tras 444 páginas uno se encuentra con el dilema de decidir qué es exactamente lo que leyó: ¿una apasionante novela negra o una magistral crónica periodista? Y es que este relato es el mejor reportaje que se haya escrito sobre el mundo interior de los Zetas; y cuando digo interior no solo me refiero a la antropología de la comunidad sino también de sus corazones, sus temores o sus pesadillas. ¿Qué pasa por la mente de un sicario que acribilla a una docena de jóvenes o degüella a un ex compañero? ¿Cómo hace para seguir viviendo consigo mismo?. El testimonio de Galdino nos lo explica. Como también nos explica la manera en que fue el Estado el instrumento que creó a los Zetas, un frankenstain que se volvió incontrolable.
Pero a ratos, a mitad de una página surge la duda: quizá todo es inventado y no se trata más que de una adictiva novela de aventuras siniestras a partir de sucesos dramatizados por nuestro personaje. Una duda que incomoda a mitad de la lectura pero al final termina convertida en el mayor de los incentivos para devorar el libro.
Y es que estas dos posibles lecturas, reportaje o novela, encierran a su vez una tercera. El relato de un personaje, el periodista, en proceso de descubrir una historia. Las narraciones del Z9 son tan apasionantes como el vía crucis del propio investigador para documentar paso a paso qué es verdadero, qué es una exageración o qué es falso. Y digo que esto es apasionante porque no se trata de un proceso racional, sino vivencial. Los dos, sicario y periodista, terminan afectándose mutuamente, a medida que se van midiendo, provocándose y retándose, cada cual con el propósito de conseguir lo que se propone.
Este es pues un libro de las multiplicidades. No solo porque son varios en uno, sino porque nacen del testimonio de un personaje que a lo largo de las páginas acabamos por entender que no es uno, sino una multitud. Me recuerda a las crónicas de los viajeros de Indias, que describían en calidad de testigo no solo aquello que personalmente vieron sino también aquello que sus colegas les relataron y que dan como vistas. Galdino, está claro, no pudo haber estado en todas las escenas que nos describe como propias, pero eso no asegura que no haya sucedido como él dice. En ese sentido, hay partes del testimonio de Galdino que no son reales, pero son verdaderas.
Estos días he estado viendo la serie de Narcos México, en el que Diego Luna hace de Diego Luna e intenta convencernos de que es Miguel Félix Gallardo. La serie está basada en hechos y personajes reales, pero son tan evidentes los clichés a los que se recurre una y otra vez para convencernos de que es real, que termina por parecernos artificioso. Todo lo contrario de los relatos recogidos por RR en su novela de no ficción. Puede no haber sucedido en esa casa lo que él relata, pero no tenemos duda de que las frases, las actitudes y la perfecta disposición de cada uno de los involucrados en la escena es absolutamente fidedigna. En Narcos lo que vemos son hechos reales expresados en relatos ficticios; mientras que en Hijo de la Guerra vemos relatos reales y ficticios que remiten a hechos reales. En ese sentido, como Jorge Volpi con su novela sobre Florance Cassez o Enrique Serna sobre el periodista Carlos Denigri, Ricardo Raphael escribe la suya para explicarnos bien a bien qué es lo que está sucediendo.
@jorgezepedap
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February 25, 2020
Dos presidentes gobiernan a México
México está gobernado por dos presidentes: el hacedor y el predicador. Los dos están dentro de Andrés Manuel López Obrador. Por un lado, hay un político transformador con enorme sentido práctico y una voluntad descomunal para sacar adelante sus proyectos. Está investido de una conciencia social arraigada en su propia trayectoria y en el conocimiento del territorio y sus habitantes, particularmente los más necesitados. Este personaje es un hacedor por naturaleza; como alcalde de la Ciudad de México dejó una impronta en la capital que aún ahora la sigue definiendo, desde la renovación del Centro Histórico y los segundos pisos, hasta los programas sociales que luego fueron imitados en buena parte del país. Ahora mismo, en calidad de jefe de la Nación, en apenas quince meses ha puesto en marcha una andanada de proyectos e instituciones que están transformando las prácticas políticas y la vida pública: la Guardia Nacional, seguridad social universal, contrarreforma educativa, sistema universal de pensiones, reforma de la vida sindical y un largo etcétera. Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con la bondad de muchos de estos proyectos, y solo el tiempo dirá si fueron los más acertados, pero nadie puede acusarlo de inactividad. Por lo menos en lo que toca a la distribución del ingreso o el combate a la corrupción, los primeros resultados son positivos, no así el desempeño de la economía o de la inseguridad, temas sobre los cuales el presidente pide un poco más de tiempo. Aún cuando en la intimidad pueda tener reservas su pragmatismo le ha llevado a conciliar con el presidente Trump, con los grandes empresarios de México o con políticas monetarias de austeridad y equilibrio presupuestal, áreas todas ellas naturalmente a contrapelo de su populismo de izquierda.
Pero también habita en él otro presidente. El predicador, el guía espiritual de la nación, el sabio que conoce nuestro pasado y desentraña el verdadero origen de nuestros males, aquel que día a día revela quienes son los malos mexicanos y los exhibe. Ese otro presidente tiene más cerca de su corazón a Madero y su trágica ejecución hace más de cien años que el crimen en contra de la niña Fátima, que conmocionó al país, o la ola de feminicidios que tiene en pie de guerra a mujeres y hombres en los últimos días. Este presidente flota en algún punto entre Benito Juárez y Madero (originalmente incluía a Lázaro Cárdenas, pero ahora rara vez lo menciona); sus enemigos, los conservadores, son los mismos que enfrentaron sus dos héroes.
Me parece que las dos dimensiones siempre han estado presentes en López Obrador e incluso se beneficiaban mutuamente. En esta amalgama, por así decirlo, solía predominar el hacedor, enriquecido sí por el horizonte de visibilidad del idealista. Pero tras escuchar cientos de Mañaneras a lo largo de estos quince meses, tengo la impresión que el predicador poco a poco se está imponiendo al político práctico. Sus digresiones históricas son cada vez más extendidas y muchas de ellas sin venir al caso, sus llamados al bien y al amor universal son más frecuentes, su dedo flamígero nunca se fatiga para denunciar las faltas morales de los villanos (prensa y columnistas a su juicio pregoneros de los conservadores).
La sesión de este martes es sintomática. El presidente Manuel López Obrador afirmó que su Gobierno desconfiaba de medidas puntuales e improvisaciones en materia de abusos contra las mujeres y que estaba convencido de que la única solución era acudir a la fuente de todos los males para resolverlos. El verdadero origen de calamidades como la inseguridad, la pobreza, la injusticia y la desigualdad es el neoliberalismo y el uso que hicieron de él los conservadores. Este neoliberalismo deshumanizado hizo polvo los valores morales, prohijó el abuso y la deshonestidad, generó la descomposición familiar, afirma el presidente. A pregunta expresa sobre acciones respecto al feminicidio aseguró que los conservadores eran la causa y para mostrarlo citó a Lucas Alamán, el ideólogo de derecha que hace 150 años ofendió a una mujer.
Y es allí donde perdemos al presidente hacedor, al político práctico, aquel que podría haberse sensibilizado ante los crímenes contra las mujeres (diez feminicidios al día en las últimas semanas), responder puntualmente con acciones y campañas contra el machismo y ponerse al frente de la comunidad agraviada.
Por el contrario, el líder espiritual y pedagogo ha decidido poner la mira en los males de la sociedad moderna, como si México pudiese aislarse y convertirse en un Shangri-La. Si la solución es salir del neoliberalismo y la sociedad de consumo deshumanizante, las posibilidades de sacar adelante al país están rotas. Esto lo vería el presidente hacedor, pero no el presidente predicador.
Vivimos en un mundo bajo el reino de la economía de mercado; acabamos de confirmar un tratado comercial con Estados Unidos que nos integra y subordina a la lógica del capital; y la iniciativa privada responde por el 75% de lo que el país produce, al margen de lo que quiera o diga el Gobierno. Más aun, la globalización omnipresente y creciente (desde los criterios estéticos y morales de las series que vemos en Netflix o en el cine, las aplicaciones que abrimos en nuestro teléfono o la publicidad de los productos exhibidos en los anaqueles del súper, por poner ejemplos obvios), hace poco menos que imposible que la 4T y su prédica logren revertir los valores que, a juicio del presidente, han provocado la descomposición de la familia tradicional o la moral de la comunidad. Una cosa es sanear prácticas y normas para obstaculizar la corrupción y la impunidad en la administración pública, y otra creer que podemos renovar los valores morales de la sociedad de consumo en la que vivimos.
El presidente hacedor tiene una buena oportunidad de sentar bases para conseguir un país menos desigual y menos corrupto, más allá de aciertos y desaciertos, que los habrá. En ese sentido México necesitaba a un López Obrador y ahora que está en Palacio estamos ante una oportunidad histórica. El presidente predicador, en cambio, tiene la batalla perdida de antemano si ignora al hacedor y pretende transformar al mundo en lo que no puede ser. Me preocupa su creciente interés por Francisco Madero, el presidente mártir, al que encomia porque fracasó por la perversidad de sus enemigos a pesar de que tenía de su lado a la verdad y a la razón histórica. Me encantaría que el saldo de su sexenio fuera lo que sí consiguió a favor de un país más justo y no el lamento de los grandes y sagrados objetivos que sus adversarios le impidieron lograr. Veremos cuál de los dos presidentes termina prevaleciendo.
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February 23, 2020
9 de marzo no es a favor o en contra de AMLO
Una vez que los grupos de derecha advirtieron que había una causa popular con la cual se estaba indisponiendo el Presidente, acudieron a ella como…
Un día sin nosotras, el paro de mujeres programado para el día 9 de marzo no lo inventó la derecha mexicana, por más que esté tratando de subirse en él. Por el contrario, fue idea inicial del movimiento femenil chileno que se caracteriza por su empatía con las banderas de la izquierda y la protesta contra el Gobierno conservador de Sebastián Piñeira.
De hecho, la agenda feminista chilena de 2020 surgió del Encuentro Plurinacional de las que Luchan, que a su vez forma parte del Programa Contra la Precarización de la Vida. Muchas de las reivindicaciones de los grupos feministas chilenos, claves en la actual ola de protestas que recorre el continente, surgieron en oposición a las políticas conservadoras y neoliberales de aquel país.
En México, incluso, gran parte de la lucha de las mujeres, particularmente en lo que toca a temas de aborto, sexualidad y equidad de género se ha dado históricamente en confrontación con las políticas tradicionales sostenidas por la derecha católica, el panismo, los grupos Pro Vida y organizaciones similares. Y tampoco podemos olvidar que la legislación y las políticas publicas de la Ciudad de México, gobernada por la izquierda desde hace más de 20 años, han sido precursoras en todo el país en temas de equidad de género, libertad y derechos femeninos o tolerancia sexual.
¿Cómo diablos, entonces, hemos llegado a la percepción de que un Gobierno que se declara a favor de los derechos de los oprimidos y las víctimas sea considerado opuesto a este movimiento que clama en contra de los feminicidios? ¿Cómo es posible que la derecha conservadora ahora esté buscando cosechar políticamente una bandera contra la cual siempre ha estado confrontada?
Las razones son varias, desde luego, pero la principal a mi juicio tiene que ver con una percepción distorsionada de parte del Presidente. López Obrador asumió desde un primer momento que la indignación y las protestas por el auge de los feminicidios obedecía en gran medida al peso que le otorgaron medios de comunicación como el Reforma y columnistas “adversarios” con los cuales parece estar obsesionado. Y sí, en efecto, esos espacios difundieron tales temas, pero también lo hicieron muchos otros medios, corrientes de opinión y público en general, impactados por el dramatismo de los casos y el incremento del fenómeno del feminicidio, que deja una terrible sensación de indefensión en el ciudadano de a pie. Siempre hay intereses que intentan llevar agua a su molino, pero el agua no tiene la culpa de eso. Hay una enorme preocupación, real y legítima, al margen de los que intentan ponerse la medallita. Interpretar el fenómeno como si se tratase de un malestar inflado o creado por los impresentables impide ver lo qué hay detrás. Y lo qué hay detrás es muchísima gente preocupada por la vulnerabilidad en que se encuentran las hijas y hermanas de todos y todas.
Una vez que los grupos de derecha advirtieron que había una causa popular con la cual se estaba indisponiendo el Presidente, acudieron a ella como moscas a la miel. A pesar de que grupos feministas y participantes del movimiento repudian esos intentos de la derecha conservadora, el Presidente ha seguido quejándose y, por ende, magnificando el peso de tales supuestos voceros, que no lo son.
Por supuesto que frente cualquier crisis la gente exige de manera crítica una mayor intervención de la autoridad y el caso de los feminicidios no ha sido la excepción. Pero lo mismo se hizo en contra de gobiernos panistas o priistas por motivos de pederastia o feminicidios en Juárez. El Gobierno de la 4T tenía todo para hacerse eco de esta preocupación, ponerse al frente de ella y emprender acciones puntuales y políticas públicas para atenderla. Por razones inexplicables decidió desdeñarla. Peor aún, la interpretación de muchos es que ahora pretende boicotear las protestas y oponerse a ellas. ¿O de qué otra manera entender la campaña #Noalparonacional impulsada en círculos oficiales?
Todavía hace dos días, con la imagen difundida en Instagram por Beatriz Gutiérrez Mueller, esposa del Presidente, en la que apoyaba el paro del 9 de marzo y las declaraciones iniciales favorables de mujeres conspicuas de la 4T (Olga Sánchez Cordero, Claudia Sheinbaum o Luisa María Alcalde), parecería que terminarían imponiéndose estos vasos comunicantes entre las reivindicaciones feministas y la agenda social progresista. Pero el mensaje de arrepentimiento de la propia Doña Beatriz, horas más tarde, al subir a Instagram el póster de la campaña contra el paro, dejó sin margen de acción al resto de las mujeres vinculadas a Morena para participar en el movimiento del 9 de marzo.
Desde luego hay motivos respetables para estar en desacuerdo con un paro nacional de mujeres. Hay quienes argumentan que la lucha contra el feminicidio no pasa por la segregación de hombres y mujeres sino por el combate contra el machismo, y que tanto hombres como mujeres somos parte del fenómeno y también sus víctimas. En ese sentido, un paro de mujeres haría pensar a muchos, por exclusión, en una confrontación de género, cuando no lo es. El tema es debatible y escapa a los límites de este espacio.
Hay razones comprensibles y respetables para decidir participar en el paro o para no participar en él; lo que es absurdo es hacerlo o no hacerlo porque se trata de estar en contra o a favor de López Obrador, estar con la derecha o estar en contra de ella. Un terrible y falso dilema.
El póster subido a redes sociales por Beatriz Gutiérrez reza, tal cual: “No al Paro Nacional, apoyamos a AMLO y también queremos erradicar la violencia”. No es de extrañar que sea leído por los muchos que participan como un boicot del Gobierno, lo cual equivale a ponerle en bandeja a la derecha una causa popular y convertir al Presidente en su aparente enemigo.
Con lo cual no cabe sino citar al clásico ¿pero qué necesidad?
@jorgezepedap
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February 19, 2020
¿Las mujeres contra el presidente?
Los feminicidios y el asesinato de Fátima, una niña de 7 años, un crimen que por su salvajismo ha conmocionado a la opinión pública mexicana, se han convertido en el nuevo campo de batalla entre el régimen de la 4T y sus detractores. Una confrontación en la que López Obrador ha llevado las de perder desde el primer momento. En otras polémicas, como el combate al robo de combustibles o huachicol, el estancamiento económico, la salud pública o incluso la rifa de un avión presidencial, el presidente se las arregló para llevar la iniciativa y estar un paso adelante, gracias a un nuevo anuncio o una medida espectacular. En todos ellos, el mandatario fue capaz de neutralizar los ataques gracias a su capacidad para convencer a las mayorías de que los problemas (y las críticas) tenían que ver con el neoliberalismo, los conservadores y la corrupción, en suma, con los males heredados del régimen anterior.
Pero en el tema de los feminicidios invocar el neoliberalismo como origen del fenómeno no ha surtido el menor efecto. La explicación sociológica (los crímenes de género están asociados a la descomposición de valores morales y familiares producto de la deshumanizada sociedad de consumo, léase neoliberalismo), podría haber sido útil en un ensayo, no en un jefe de Estado de una nación conmocionada y asustada por un crimen infame y por una epidemia de violencia que se ceba en contra de las mujeres (diez asesinadas por día, desde hace unas semanas). El columnista Ricardo Rocha lo dijo de manera impecable: “lo que indigna es que no se le vea indignado. Lo que conmueve es que no parezca conmovido. Lo que ha desatado la furia es que no se muestre furioso”.
AMLO ha reaccionado lento, mal, y a contracorriente de sus mejores instintos. Cada respuesta tardía e insuficiente no ha hecho sino empeorar su situación. Un hecho “lamentable”, se limitó a decir sobre la niña a pregunta expresa y sin mencionarla por su nombre.
En realidad López Obrador ha sido un hombre sensible a los temas de equidad de género. Sus gobiernos (en la Ciudad de México y ahora en el Gabinete federal) han sido paritarios entre hombres y mujeres, las madres son el eje de sus políticas asistenciales y familiares, su discurso sobre los derechos de la mujer ha sido consistente a lo largo de su trayectoria. Más allá de un léxico tradicionalista, producto de sus orígenes y su generación, AMLO no es un hombre misógino.
Por lo mismo sorprende que el tema lo haya desbordado, que no haya sido capaz de responder sea por convicción o, al menos, por reflejo político. Me parece que la desacertada comunicación del presidente en este caso obedece, por un lado, a una falta de comprensión del tema en concreto. Por supuesto que en última instancia el fenómeno del feminicidio abreva en la violencia y la inseguridad pública, en la descomposición de valores, pero son crímenes de odio muy puntuales sobre los cuales el sistema escolar, las autoridades judiciales y policiacas, las comunidades podrían hacer mucho más, lideradas por el Estado y en respuesta a un clamor muy específico de una comunidad indignada e impotente.
Por otro lado, tengo la impresión de que el presidente le tomó tirria al asunto de los feminicidios al advertir que se había convertido en una bandera utilizada por sus adversarios para incriminarlo. Pero en lugar de asumir el tema y ponerse a la cabeza, como ha hecho en otros casos, López Obrador terminó por concebirlo como munición del enemigo y, por consiguiente, a restarle importancia o evadirlo.
Para su desgracia, la sesión de preguntas de la llamada Mañanera, no le ha dado respiro. Obligado a responder, el presidente ha improvisado mal sin esconder las pocas ganas que tiene de hablar del tema. El resultado es que sus respuestas, o la falta de ellas, alimenta las tertulias de radio y los trending topics en registros cada vez más histéricos. Textos y micrófonos que en tonos desmesurados lo hacen responsable de la violencia contra las mujeres, acusaciones a diestra y siniestra en redes sociales que lo hacen corresponsable de la muerte de Fátima por la negligencia de su gobierno. Una lapidación intensa y generalizada en toda la línea y que sus adversarios de siempre han festejado con el arribo de nuevos críticos.
Imposible anticipar la factura política que este desencuentro provocará en la imagen de un presidente que hasta ahora ha gozado de muy altos niveles de aprobación. Los ataques a su figura han sido sistemáticos desde el inicio de su gobierno y bajo cualquier pretexto desde los sectores que le son adversos. Pero esta vez parecería que están alcanzando, a juzgar por los muchos testimonios en redes sociales, a ciudadanos desencantados que votaron por él. Desde luego, hay una enorme masa leal que es refractaria a este desgaste y otros segmentos que, si bien no se arrepienten de haber optado por una alternativa ajena al PRI y al PAN, consideran que el presidente se ha equivocado.
Más allá de una coyuntura desfavorable, que tarde o temprano pasará a segundo plano frente a la vorágine de la agenda pública, habría que observar si este tipo de desencuentros provocan una erosión, y en qué grado, en la luna de miel que existe entre AMLO y “el pueblo”.
Y más preocupante aún, habría que preguntarse si el presidente comienza a perder la sensibilidad que le ha caracterizado para intuir el sentir de las mayorías. Su determinación para organizar la rifa de un avión presidencial, aun sin avión, revela ya un desajuste con el sentido común del hombre de la calle, pero lo está sacando por las justas aunque no sin abolladuras. No obstante, en el tema de los feminicidios los yerros están a la vista. Una señal de alerta para el soberano.
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February 15, 2020
AMLO y las mujeres
Quizá López Obrador observe el problema como un capítulo de la espiral de violencia e inseguridad pública que vive el país y asume que no…
Feminicidio no es una palabra que forme parte del léxico de López Obrador a pesar de que ha sido un hombre sensible a los temas de equidad de género o derechos de las mujeres. Hace 19 años, en el 2000, mucho antes de que nos acostumbráramos a la palabra, AMLO presentó con orgullo un gabinete paritario (ocho hombres y ocho mujeres) para hacerse cargo de la Ciudad de México. Algo todavía inusual en los usos y costumbres de la burocracia de ese momento. Y a diferencia de las hipócritas cuotas de equidad de género que se pusieron de moda en las campañas electorales y en el Congreso, que suelen revertirse con el tiempo, al terminar su sexenio la mitad de las carteras estaban presididas por una mujer. Algo similar ha hecho con el gabinete federal que conduce los destinos de la 4T. Por lo demás, ha insistido que los recursos destinados a las familias sean entregados a las madres, y prácticamente ha convertido en directriz que sea una mujer la tesorera a cargo de las partidas destinadas a comités en barrios y escuelas. Una y otra vez ha dicho que las mujeres son notoriamente más honestas que los hombres. No es casual que en oficialías claves, en la secretaría de la Función Pública y en general en tareas de supervisión de recursos económicos suela preferir a una mujer. Tampoco tengo duda de que si de él dependiera en este momento, le encantaría que su sucesor fuera Claudia Sheinbaum.
Y, sin embargo, se le sigue saliendo un “mi reina”, o algo similar, para dirigirse a una reportera o a una joven que lo interpela, lo cual invoca toda la carga misógina que arrastra un apelativo que nunca usaría frente a un reportero. Si bien su tono es paternal, sin asomo de coquetería, y remite a usos tradicionales y familiares en la región de la que procede o la generación a la que pertenece, a estas alturas de la vida tendría que saber que este tipo de expresiones entrañan una condescendencia y un verticalismo que resulta ofensivo.
Feminicidios han existido siempre, aun cuando no se usara la palabra. Pero es cierto que el carácter endémico que ha adquirido en los últimos tiempos en países como el nuestro, ha sido resultado de la progresiva (aunque desde luego insuficiente) emancipación de la mujer en términos económicos, sociales y sexuales y la resistencia machista a aceptar el cambio.
Hace veinte años muchos de los asesinatos de hoy no habrían tenido lugar, simplemente porque tras una golpiza la mujer que intentaba sacudirse una pareja indeseada habría sido sometida. Actualmente muchas consiguen con éxito emanciparse de una relación nociva, pero en promedio cada día diez de ellas terminan perdiendo la vida en el intento. Una situación inaceptable, por donde se le mire.
Es cierto que la cuota de asesinatos asciende a 35 mil al año, a razón de cien diarios, la mayoría originados por actividades vinculadas al crimen organizado, una cifra que hace palidecer cualquier otro fenómeno. Pero en este caso, el de los feminicidios, trasciende una cuestión estadística para convertirse en una tragedia insoportable, una enfermedad social inadmisible. Se trata de crímenes de odio en contra de víctimas cuyo único delito es negarse a ser propiedad de un hombre abusivo.
Quizá López Obrador observe el problema como un capítulo de la espiral de violencia e inseguridad pública que vive el país y asume que no está escatimando esfuerzos para atacar el problema en su conjunto (entre ellos su ambicioso proyecto de una Guardia Nacional o su obsesiva reunión de 6 a 7 de la mañana al respecto todos los días).
Pero le ha faltado sensibilidad o no le ha dedicado el tiempo para entender la importancia de este tema. El feminicidio no forma parte de la agenda de reivindicaciones que le son naturales, pese a la sensibilidad que le ha caracterizado para solidarizarse con las víctimas de la injusticia y la miseria y con sectores vulnerables como ancianos, jóvenes y mujeres en general.
Si bien es cierto que el clima de inseguridad es un caldo de cultivo que favorece los crímenes de género, el fenómeno en sí mismo requiere de medidas puntuales que no pasan solamente por el combate al crimen organizado o el mejoramiento del sistema de justicia en lo general.
Hace unos días López Obrador externó en la Mañanera declaraciones demasiado genéricas sobre el problema, en momentos en que el asesinato de Ingrid Escamilla, particularmente salvaje, ha enardecido a la opinión pública. Y no mejoró cuando describió como una manipulación de sus adversarios el vuelo que se le ha dado a las manifestaciones de protesta de grupos feministas. Menos aún cuando, un poco harto del asunto, presentó días más tarde un decálogo de principios con relación al tema. Se trató de una serie de máximas vagas e incluso repetitivas, que no entrañan ninguna acción o política pública y con la cual el presidente pretendió zanjar en definitiva el problema (1 Estoy en contra de la violencia contra la mujer; 2 Se debe proteger la vida de hombres y mujeres; 3 Es una cobardía agredir a la mujer; 4 El machismo es un anacronismo; 5 Se tiene que respetar a las mujeres; 6 No a las agresiones a las mujeres; 7 No a los crímenes de odio en contra de las mujeres; 8 Castigo a los responsables; 9 El gobierno siempre debe garantizar la seguridad de las mujeres; 10 Nuestro compromiso es garantizar la paz y seguridad de México). En suma un planteamiento que parece improvisado, sacado de la manga, poco reflexionado (la mitad de los incisos son reiteraciones del mismo deseo). Algo que a juicio de sus críticos muestra que el tema no le ha merecido ni una fracción del tiempo dedicado a tratar de deshacerse del avión presidencial, por ejemplo.
Si no por concepción al menos por sensibilidad política, me parece que el Presidente tendría que reconsiderar sus posiciones y prioridades en lo que respecta a los crímenes de odio contra las mujeres, antes de que la factura de imagen se vuelva impagable.
@jorgezepedap
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February 11, 2020
Lozoya, la otra rifa del presidente
Al presidente mexicano le gusta el béisbol, pero no hay refrán deportivo que más le acomode que el dicho futbolero “no hay buen portero sin suerte”. Lo mismo puede decirse de un presidente. La detención en España de Emilio Lozoya, el exdirector de Pemex vinculado a los escándalos de Odebrecht, anunciada este miércoles viene de perlas al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que llevaba varios días sumido en el desgastante proceso de defender el sorteo de un avión (sin avión) y aguantar la indignación de las y los agraviados por declaraciones desafortunadas sobre el tema de los feminicidios.
La aprehensión del funcionario, símbolo de la corrupción del régimen anterior, y la posibilidad de que esto desencadene por fin una investigación sobre el expresidente Peña Nieto y su círculo íntimo, ayudará a poner en perspectiva las verdaderas batallas en la que está metida la 4T, más allá de los desgastantes escándalos coyunturales.
En este espacio se ha comentado la importancia estratégica que tienen las conferencias de prensa diarias que concede AMLO, las llamadas Mañaneras, con el propósito de construir y defender su propia narrativa, habida cuenta del peso mediático de sus muchos detractores. Pero responder a los ataques, críticas y polémicas de manera continua e improvisada supone riesgos. En ocasiones pasamos días metidos en debates interminables sobre un desliz real o aparente del mandatario o la ocurrencia que, en opinión de sus adversarios, confirma que el hombre está desequilibrado.
A mi juicio, en medio de toda esta alharaca perdemos de vista lo que sí está pasando. Carlos Slim, un hombre práctico por donde se mire, lo resumió este martes: «Yo creo que han habido resultados en materia económica muy importantes, se ha mejorado el poder adquisitivo de la población, se ha aumentado sustancialmente el salario mínimo, pero lo bueno es que vino acompañado de una inflación moderada». Lo que hace falta es inversión, ya están los proyectos, pero hay que acelerarlos, agregó. Y es que, pese a la pasión encendida de la crítica, que haría pensar en un país al borde del abismo, México está metido en un proceso de cambio que era urgente y necesario, y que más allá de las muchas improvisaciones o errores de implementación, se ha conducido con estabilidad y responsabilidad.
El peso está fuerte, lo que entre otras cosas significa que no hay fuga significativa de capitales, la disciplina ante la deuda pública es mayor que en gobiernos anteriores, está comenzando a revertirse por fin el patrón de desigualdad entre sectores sociales, ramas económicas y zonas geográficas, se ha declarado la guerra al gasto suntuario y a la corrupción, se está saneando la vida democrática de los sindicatos, se ha suspendido la “compra” editorial de medios de comunicación mediante la publicidad, se ha conseguido firmar el nuevo tratado de comercio en medio de un clima hostil y la difícil relación con Estados Unidos se ha sostenido con responsabilidad y mesura. No es poca cosa para un primer año de gobierno. La economía prácticamente se estancó, lo cual no es inusual al arranque de sexenio y podría tener un crecimiento modesto en 2020. La seguridad pública sigue devastada, pero apenas comienza a instrumentarse el ambicioso proyecto de incorporar 140.000 elementos a la Guardia Nacional y el gobierno asegura que a fines de este año las cifras rojas habrán comenzado a declinar. Quizás. Lo que nadie puede poner en duda es la aplicación del presidente al tema, al que dedica la primera hora de la mañana, de 6 a 7 todos los días, algo que contrasta con el desinterés negacionista de su predecesor.
En suma, el balance es mucho mejor de lo que permite entender el clima de linchamiento que se respira en muchos ambientes de la sociedad mexicana en contra de AMLO. 71% de los habitantes lo aprueba, pero el otro 29%, o una parte significativa de ellos, lo detesta más que hace un año. Sea porque sus intereses han sido afectados, porque rechaza ideológicamente las tesis de la 4T o porque la figura presidencial simplemente les provoca urticaria. Sospecho que mucho del antagonismo tiene que ver más con el personaje (su procedencia, sus formas y sus dichos) que con un balance puntual de su administración.
Bajo este escenario, la aprehensión de Lozoya es oro molido para el mandatario porque pone las cosas bajo otra perspectiva. De repente la ocurrencia del surrealista sorteo de un avión parece anecdótica frente al soborno de 10 millones de dólares o la compra infame de una refinería destartalada en 442 millones de dólares. El pecado de no pronunciar las eses, no hablar de corridito o empeñarse en viajar en aviones comerciales parece peccata minuta frente a los contratos leoninos con cargo al erario, el uso de helicópteros oficiales para jugar golf con el presidente o cobrar un millón de pesos por entrevista a aspirantes a convertirse en proveedores de Pemex.
Con todos sus defectos y peculiaridades López Obrador está intentando hacer las cosas diferente. Peña Nieto era fotogénico, portaba la corbata perfecta y trataba de decir solo lo políticamente correcto, pero dejó al sistema en una crisis tal de legitimidad que el México profundo decidió provocar un viraje y López Obrador es el resultado. Es lo que es, y más allá del modo y las animadversiones, las intenciones de cambio están a la vista. Los resultados también. El caso Lozoya y lo que destape podría convertirse en un antes y un después en el combate a la corrupción. Veremos.
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February 8, 2020
Rifa de un avión sin avión: ¿genialidad o tomadura de pelo?
En la práctica no hay razón para hacer un sorteo con el pretexto del avión, salvo intentar rescatar al Presidente del atolladero.
De que es surrealista, lo es. López Obrador informó este viernes que en la rifa del avión presidencial el premio no será un avión, a pesar de que el boleto que se había presentado días antes rezaba “premio mayor, avión presidencial” y la imagen de la aeronave de Peña Nieto apenas cabía en el cachito de lotería diseñado. Los 100 ganadores obtendrán 20 millones de pesos cada uno, que saldrán del fondo que existe en el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (INDEP). ¿El dinero recaudado servirá para pagar el avión? se preguntará usted. No, será utilizado para equipar a hospitales y clínicas del Insabi. ¿Y entonces que tiene que ver todo esto con el avión? Nada, después del sorteo el avión seguirá a la venta, esperando la llegada de algún comprador.
¿Y para qué seguirle llamando “rifa del avión”? En teoría, de lo recaudado se tomarán 200 millones de pesos por año que exige el mantenimiento del avión, aunque también se dijo que las rentas ya comprometidas son de 200 millones con lo cual se pagaría el mantenimiento.
En la práctica no hay razón para hacer un sorteo con el pretexto del avión, salvo intentar rescatar al Presidente del atolladero en que se había metido al hablar de un sorteo del incómodo avión que no se había podido vender como se prometió en campaña. La imagen del boleto presentado el viernes ya había cambiado, pero la foto seguía siendo la misma, salvo que ahora afirmaba “equivalente al valor del avión presidencial”. El remedio ha salido peor que la enfermedad. Es loable el propósito presidencial deshacerse de una aeronave absurda y faraónica, símbolo de la corrupción y el dispendio. Pero la manera en que se instrumentó el asunto del sorteo resultó desastrosa por la improvisación y la precipitación. Parecería que los deseos del Presidente corrieron más deprisa que el margen de lo posible o la capacidad de sus colaboradores.
Bueno, al menos la rifa habrá sido un buen pretexto para dotar de equipos médicos a los hospitales públicos, dirá usted. Tampoco, el resultado económico del sorteo será irrelevante por donde se le mire. Un simple ejercicio de sumas y restas lo demuestra. De hecho, de manera involuntaria lo hizo el propio Jorge Mendoza, director de Banobras cuando los reporteros le pidieron detalles: si llegase a tener éxito total la venta de 6 millones de boletos se recaudarían 3 mil millones de pesos, a los que habría que descontar 130 millones de gastos, otros gastos no precisados (supongo que se refería a comisiones de vendedores de lotería) y el pago de impuestos para que los ganadores se lleven los 20 millones de pesos libres, algo que AMLO había ofrecido. Mendoza dijo que existen 3 tipos de impuestos, entre ellos el ISR que los organizadores tendrían que enterar (al parecer 1 por ciento) y el 6 por ciento de un impuesto en la Ciudad de México, lo cual significaría en total otros 140 millones. Pero a eso habría que añadir 30 por ciento contra las utilidades del sorteo, que Mendoza señaló pero no calculó: ascenderían en libros a cerca de 2 mil 500 millones, es decir poco más de 700 millones de pesos de impuestos. Pero eso no lo dijo. De sus palabras se desprende que la recaudación libre de gastos apenas llegaría a los 2 mil millones de pesos (a menos que negocien el tema de impuestos cosa que intentarían, afirmó), pero él se las arregló para decir que se entregarían 2 mil 400 millones a hospitales y quedarían 200 millones para alguna contingencia. Del avión presidencial, ninguna palabra.
Dos mil 400 millones para equipo médico no esta mal, incluso si resulta mucho menos, ¿no?. En efecto, pero para eso no teníamos que hacer una rifa. 2 mil millones están saliendo del Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado; nos habríamos ahorrados todo el tinglado si en lugar de pagar a los premiados ese dinero se hubiera destinado a la compra de material médico. ¿Y los 400 adicionales? Primero, está por verse si van a salir de los saldos de la rifa y segundo, incluso si se consigue el milagro, habría que preguntarse si todo esto justificó el costo político y el esfuerzo.
Se estableció esa cifra (2 mil 400 millones, de los cuales en realidad 2 mil están saliendo del INDEP) no porque haya posibilidades de llegar a ella con la rifa sino porque ese es el valor de mercado del avión presidencial; eso permite sostener el espejismo de que el sorteo equivale a trocar una aeronave satanizada por equipos médicos tan necesitados. Pero en realidad se están sacando los recursos de otro lado.
Justamente, es tan endeble la operación económica, que se tuvo que recurrir a otros fondos para llegar a una bolsa de 5 mil millones (2 mil del INDEP y 3 mil del sorteo, en teoría) y poder asegurar la compra de 2 mil 400 en bienes destinados a la salud pública. Algo que se pudo haber hecho por otras vías mucho más eficientes. El Presidente ha dicho que se necesitan 13 mil millones para equipar instalaciones médicas. Los 400 millones que se van a obtener si todo esto tiene éxito (insisto, los otros 2 mil proceden del INDP), algo dudoso si consideramos las cuentas alegres que se están realizando, habrán sido una gota comparados con la inversión de tiempo y recursos.
Lo cual nos lleva a la pregunta inicial. ¿Nos metimos en este berenjenal por la cobardía o ineficiencia de algún colaborador, incapaz de sentarse con el Presidente y hacerle ver la imposibilidad de la rifa de un avión antes de que él mismo se enredara con sus palabras y sus buenas intenciones? ¿O se trata de una estratagema brillante para que la conversación pública se obsesione con el tema mientras su gobierno afronta problemas más urgentes?
Al Presidente le urge ganar tiempo para que sus políticas de seguridad pública y activación de la economía comiencen a dar resultado antes de que se frustren las expectativas. Mientras nos preguntemos que haríamos con 20 millones y los memes se ocupen del avión, la 4T consolida su Guardia Nacional, avanza el proyecto Interoceánico en el Istmo y construye tren maya, aeropuerto y refinaría, entre otros. ¿Genialidad o tomadura de pelo?
@jorgezepedap
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