Gustavo Rodríguez's Blog, page 19
August 8, 2014
Sherlock
La imagen que relata mi amigo parece desenterrada de una huaca.
Está en la sala de su casa, niño todavía, junto a su mamá y a sus abuelos. Los últimos rayos de la tarde se cuelan por la ventana y el abuelo enciende el radio aparatoso que descansa sobre una mesa de madera. Los cuatro se acomodan en sus asientos y pronto su atmósfera crepuscular se llenará con las voces de Albertico Limonta y de María Elena del Junco, protagonistas de “El derecho de nacer”, la radionovela que fue la madre de todos los culebrones.
Que un chico de este siglo se siente con su familia a escuchar un programa de radio por espacio de quince minutos es inverosímil. Lo es tanto como imaginarse a una familia de hoy en un cuarto de lectura, todos con un libro ante sus ojos.
Sin embargo, para todo hay sucedáneos.
Hace dos semanas cenaba con un amigo muy conocido por su erudición literaria. Alguna vez, hace años, me confesó que empezaba un libro nuevo cada tres días. Imagino que con el nacimiento de su hijo y con la irrupción de las redes sociales ese promedio sorprendente en algo debió disminuir. En esta cena me reveló que una razón adicional lo estaba alejando últimamente de la lectura: las grandes series de televisión. No era la primera vez que escuchaba esto de gente que se ha pasado la vida leyendo y me sentí acompañado en ese sentimiento de culpa que me da cuando veo cómo mis libros pasan más tiempo en el velador. Pero existe otro gran motivo para no sentirse culposo mientras los libros se acumulan: en las series de televisión aclamadas de hoy habita la gran literatura adaptada a estos tiempos audiovisuales. En Los Soprano, The Wire, Breaking Bad, Mad Men o House of Cards el televidente es testigo del trenzamiento de tramas, del desarrollo de personajes, de sombras, silencios y diálogos penetrantes que dejan en el espectador el remanente de la buena literatura: la certeza de que nada es certero.
Por ello son entendibles aquellos enunciados que proclaman que si Shakespeare o Dumas estuvieran vivos, estarían escribiendo guiones para HBO o Netflix.
Mis hijas son lectoras, afortunadamente, y lo son porque sus padres les pusimos con cariño un libro ante los ojos, y no solo la pantalla de la tele. Por eso no podía dejar de compartir con usted un descubrimiento que cierra círculos. Cuando los hijos crecen, a menudo es difícil encontrar nuevos temas para conversar.
Los silencios entre padres e hijos adolescentes son naturales como el acné.
Hace un tiempo descubrí Sherlock, una brillante serie de la BBC que reinventa a los señores Holmes y Watson en la Inglaterra del siglo 21. Los creadores se han adentrado en las sinapsis explosivas del personaje de Conan Doyle y nos las entregan en un despliegue visual que no veía desde la aparición de Guy Ritchie en el cine. Lo mejor de verla con mis hijas no es la calidad de lo que consumimos: es esa nueva complicidad que hemos creado para nosotros, esos códigos nuevos que pocos entienden (“Cumberbitches”, Maira), ese ritual de familia que mi viejo amigo recuerda con nostalgia y que nosotros hemos sabido reinventar.
August 1, 2014
El país aerostático
Cada vez se publican con mayor insistencia reportes sobre una probable desaceleración económica en nuestro país.
Tras ellos se adivinan ceños fruncidos, muy alejados de las sonrisas triunfales que alguna vez tuvieron la osadía de proclamar al Perú como un posible tigre sudamericano. Es bueno concordar en que este freno tiene un contexto internacional que lo explica en parte. Pero también es bueno recordar ¬–y varios lo dijeron en su momento– que ponerse triunfalistas solo con el crecimiento económico era una enorme irresponsabilidad.
El Perú empezó a tener hace más de una década un crecimiento económico sin precedentes y una imagen para ilustrarlo podría ser la de un horizonte con globos aerostáticos. Cada globo era un país. Y el Perú estaba al ras del piso: sobre nosotros se elevaban la mayoría de países del mundo luciendo sus colores a mayor o menor altitud entre ellos. Era previsible estar por los suelos: nuestra canasta iba llena de los lastres provocados por los experimentos económicos de distintos gobiernos, el terrorismo que nos desangró y las interrupciones democráticas. ¿Y qué ocurre cuando un globo aerostático se ve libre de sus lastres? Pues empieza a subir. La sensación es de vértigo, se siente el nudo de la emoción en el estómago y nos creemos imparables. Se asciende rápido, por supuesto, porque antes se estuvo detenido y en el trayecto vertical vemos que nos acercamos como bólidos a nuestros vecinos, que nos miran expectantes desde sus posiciones. Cada vez que he criticado a los que confunden crecimiento con desarrollo lo he hecho cuidándome de no parecer aguafiestas. Por supuesto que hay mérito en crecer económicamente, en tener por fin una clase media, en disminuir los índices de pobreza y en aminorar parcialmente la brecha en infraestructura. Pero todo aquello que se hizo y falta por hacer en lo económico solo basta para poner a nuestro globo a cierta altura y no en la estratósfera, como pensaban ciertos ingenuos durante la súbida vertiginosa. A la cumbre del cielo que llamamos desarrollo se llega, justamente, con dos cosas que a nuestros gobernantes menos ha parecido importarles: con educación orientada a la innovación y con instituciones consolidadas.
La educación es un componente de ascenso que es fácil de explicar. La señora que se mata para que su hijo acceda a la formación que ella no tuvo lo comprende mejor que nadie y la proliferación de colegios y universidades ripiosas a raíz de esta demanda es uno de los ejemplos de cómo se ha manejado la educación en el país estrella de América Latina. Pero la institucionalidad no está en el top ten de la cabeza de los peruanos y eso hace –o hacía– más imperiosa la necesidad de ser guiados por verdaderos estadistas. ¿Cómo sacar adelante una reforma del transporte si los propios usuarios han sido anestesiados por décadas de salvajismo individualista? ¿Cómo pretender más seguridad si andamos en busca de un mesías de mano dura y no de una policía realmente corpórea y bien adoctrinada?¿Cómo no vamos a tener delincuentes saqueando nuestros impuestos si los partidos son clubes de enriquecimiento en lugar de ser intermediarios entre la gente y el estado? ¿Cómo ir a un mundial de fútbol con las federaciones alejadas del bien común?
El lastre ya se agotó, compatriotas, y subir ahora será más difícil.
Nos toca meterle músculo al fuelle ahora o nunca: con innovación y con gente que forme instituciones.
July 25, 2014
Dice fulano, responde mengano
Hace un par de días un conocido escritor chileno que estaba de paso por Lima me preguntó si Vargas Llosa estaba en la ciudad y qué tanto aparecía en los medios.
Antes de responderle vino a mi memoria una escena que ocurrió en la inauguración de la Bienal de Novela que lleva el nombre de nuestro Premio Nobel.
Se trataba de un conversatorio literario al cual Vargas Llosa había asistido como espectador de honor en primera fila. Ya era de noche. El auditorio estaba repleto. La conversación en el escenario fluía con interés. De pronto, Vargas Llosa se despidió discretamente de quienes lo rodeaban y se puso de pie para retirarse. Parecía que la ceremonia había tomado más tiempo del calculado y nuestro escritor tenía otras actividades que cumplir esa noche. Pocos nos habríamos dado cuenta de su salida de no haber sido porque, ni bien su pelo plateado empezó a sobresalir entre las cabezas, un traqueteo y un runrún espantosos empezaron a invadir la sala desde la zona posterior. Cuando el público giró para ver de qué se trataba, comprobamos que eran decenas de reporteros que empuñaban sus cámaras y micrófonos en tensión. Muchos de los espectadores simularon no darse por enterados por respeto a los conferencistas que, desde el escenario, pretendían continuar como si nada de eso estuviera ocurriendo.
No recuerdo qué tema crucial se estaría discutiendo en nuestro país en esos meses como para que la opinión de Vargas Llosa fuera tan requerida, pero sí recuerdo que me asaltó una especie de vergüenza ajena. Y ancha. Por eso, cuando este escritor chileno me hizo la pregunta del inicio, le conté que un buen amigo que tenemos en común –un narrador peruano que vive en España– tiene un juego conmigo cada vez que llega a Lima de visita: apostamos cada día de su estancia si en ese día en particular Vargas Llosa ha sido nombrado en algún medio de comunicación.
Vargas Llosa es nuestro ejemplo más conocido de personaje citado, pero no el único que puebla nuestra mediósfera. Y veces hay –que me perdone el dios de la pluralidad– en que desearía que lo fuera: hoy pasé frente a un quiosco y varios diarios gritaban en portada lo que la cuñada de Edita Guerrero decía sobre la inocencia de su hermano. Y así ocurre con Laura Bozzo, Magaly Medina, Kukín Flores. Y con el Presidente del Congreso, el candidato opositor, y con cualquier peruano que tenga el dudoso honor de estar en un conflicto que pueda ser calificado de interés público. Es natural que la gente quiera conocer la versión de los protagonistas de la noticia. Lo que es exagerada es esta costumbre periodística de colocar como noticia lo que dijo fulano o perencejo. ¿Dónde está la investigación y el procesamiento de lo ocurrido? ¿En qué se distinguen algunos periodistas serios de un simple chismoso? En verdad, no hacen falta cinco años de estudio para captar lo dicho por una persona y ponerlo como titular.
Un día de estos aparecerá un diplomado de periodismo enseñando a poner comillas y listo, será oficial: nos habremos convertido en ese país que nos acecha desde hace tiempo y que hoy nos respira en la nuca, en donde la gente llamada a ser guía de la opinión pública es brutalmente incapaz de crear su propio contenido.
July 18, 2014
Somos Aletina
Escribo esto, mis chicas, luego del último pitazo del Mundial.
Lo hago porque esta ha sido la primera final que no vimos juntos y también porque en los últimos días nació entre ustedes una rivalidad áspera sobre cuál debía ser el equipo ganador.
Ustedes ya saben por quién simpatizaba yo.
También saben que no soy un futbolero apasionado y que al estadio voy por novelería. Si soy algo es un mundialero, y lo soy porque me fascinan las historias que se van tejiendo en esas canchas al azar, como si la mano de Dios (la verdadera, no la de Maradona) usara la pelota como la esfera de un bolígrafo. El fútbol es una fábula permanente y no es casualidad que sea la fuente de tantas metáforas para dramatizar nuestros vaivenes en la guerra o el amor. O quizá sea al revés, tal vez se trate del recipiente donde convenimos en precipitar nuestras pasiones y valores como si se tratara de un laboratorio controlado.
A ti, M, que querías que gane Argentina, y a ustedes, A y M, que votaban por Alemania, les preguntaré algunas cosas, pidiéndoles disculpas de antemano por las etiquetas que devienen en caricatura, porque alemanes los hay de todo tipo y argentinos también: ¿recuerdan cuando su madre y yo les repetíamos luego de cada comida que debían lavarse los dientes? ¿Y cuando les poníamos el despertador antes de lo acordado para que no tuvieran que andar con ajetreos de última hora? En esos momentos presiento que éramos Alemania. ¿Y esos días en que nos saltábamos la tarea del colegio para ir a comer un helado y bautizar sitios como nuestros lugares secretos? ¿Tardes esas en que le poníamos apodos a la gente que pasaba por la calle? Nos parecíamos más a la Argentina. ¿Cuándo su madre les ponía las verduras adelante y les prohibía levantarse hasta no terminar con el último rastro de clorofila y yo me alineaba con ella? Éramos Alemania, con la camiseta blanca bien planchada. ¿Y esas veces que íbamos a embutirnos medio kilo de churros mientras yo hacía referencia al canibalismo que iba cometiendo? Éramos la Argentina bullanguera, con manchas de chocolate en el pecho. ¿Recuerdan esa noche en que su madre y yo les proyectamos un power point con las conductas inadecuadas que percibíamos en ustedes y la tabla de consecuencias que debían asumir? Alemania. ¿Y la vez que su madre y yo levantamos la mano en la asambleas del colegio para quejarnos del exceso de tareas que les daban? Argentina.
Si esta final del domingo fue tan apasionante para nosotros fue porque salieron al césped dos formas de encarar la vida. La de la previsión y la de la improvisación. La de los hoteles separados con meses de anticipación y la de los viajes que se tejen a cada paso. Si su madre y yo nos comportamos como “alemanes” o como “argentinos” en esferas distintas de su crianza es porque intuimos que la vida trata bien a los que mejor se preparan, pero puede ser implacable con quienes piensan que pueden dominarla.
Somos Aletina, mis chicas. Somos Aletina.
July 11, 2014
U-ni-ver-si-ta-rios
Hace dos semanas estuve en el norte del país y me detuve en la puerta de una universidad de reciente formación.
Como por esos días la discusión sobre la nueva Ley Universitaria estaba en su mayor fragor, se me ocurrió hacer un experimento: le pregunté a varios de esos chicos que entraban y salían quién era el Presidente de su región. De diez universitarios a los que abordé con cara de turista curioso, siete pusieron cara de azoramiento.
Sencillamente, no lo sabían.
Los expertos que viven de tomarle el pulso a lo que ocurre en nuestro país nos dicen que la mayoría de jóvenes prefiere desentenderse de la política. Pero créame que constatarlo cara a cara, con universitarios que viven en una ciudad “floreciente”, produce pavor y hasta cólera, porque lo que vi en esos rostros no era el desencanto de la política, sino el balbuceo de la estupidez que deja un sistema educativo perverso. Es el mismo rostro que veo cuando, a veces, universitarios veinteañeros llegan a mi casa a entrevistarme porque se lo dejaron de tarea (así lo dicen, como si vinieran del colegio) y tartamudean y leen sí-la-ba por sí-la-ba las pre-gun-tas de un papelito sudado. Los trato con paciencia, les pongo mi mejor cara y los despido con una sonrisa indulgente porque sé que no tienen toda la culpa: ellos y sus padres han caído en esa estafa refrendada por nuestro Estado según la cual un diploma universitario expedido en el Perú es la principal llave para ser alguien en la vida.
Porque no me van a decir que esos títulos “a nombre de la Nación” no son la mejor prueba de ese aval de la mediocridad.
A menos que usted sea un universitario peruano que no procesa bien lo que lee, ya debe quedarle clara mi posición con respecto a si nuestra educación universitaria necesita o no una reforma. Si la sapiencia que muestran los egresados de esas universidades privadas formadas en los últimos veinte años no le preocupa, pues sí debería inquietarle que nuestra más prestigiosa universidad privada ocupe el puesto 30 en el ranking QS de América Latina.
Sobre la mejoras que puedan hacerse a la reciente Ley Universitaria no debería opinar alguien como yo, porque no estoy calificado. Pero, si me lo permite, quizá pueda hacer notar que con tanta discusión sobre esta ley estamos dejando de lado dos temas más importantes. El primero: que nuestros males universitarios son el resultado de un problema mayor. Mientras el Estado no invierta en la primera infancia y en la educación básica, a la edad universitaria llegarán jóvenes –y catedráticos– con taras prácticamente irremediables. Y lo segundo: son necesarias las acciones más audaces y los más grandes altavoces para quitarle a la educación universitaria esa aura de éxito exagerado que ostenta aquí y poner a ese mismo nivel los beneficios de una buena educación técnica, que es lo que más necesita un país con nuestras caracteristicas.
Porque siempre será mejor un país lleno de buenos técnicos que de universitarios mediocres.
July 4, 2014
La mordida tribal
Me causa sorpresa que en esta época donde las noticias nuevas sepultan a las recientes en cuestión de horas aun haya discusiones entre mis amigos sobre la mordida de Luis Suárez a Chiellini en la primera fase de Brasil 2014.
Quizá se deba a que el mundial de fútbol es el escenario donde se desarrolla el drama más visto por la humanidad, y no hay duda de que el teatro, sobre todo si es testimonial, remueve en los espectadores aquellas nociones que parecían largamente asentadas. Cómo explicar, sino, que varios amigos uruguayos a quienes aprecio por su sentido crítico hayan convenido en justificar la mordida. O que hasta su Presidente, un personaje admirado por quienes luchan por la igualdad y justicia social, también la defienda.
Pero esta noción de la Copa del Mundo como teatro ante el escenario del planeta siempre será una explicación parcial. La dramaturgia confronta al espectador y lo lleva a tomar posturas, pero eso no explica que casi todo un país defienda un hecho que puede ser detestable para el resto. Y me trasladaré del Uruguay al Perú para hacerme entender mejor: imaginemos que en el partido definitorio para asistir a este mundial, ese último partido que nos hubiera dado el pase para cantar nuestro himno en canchas brasileñas, el loco Vargas hubiera mordido a un defensa del equipo contrario. ¿Qué tal si hubiéramos ganado y clasificado?¿Nuestras portadas no habrían ensalzado a nuestros futbolistas como gladiadores?¿Muchos de los peruanos que ahora critican con aspereza al uruguayo Suárez no habrían tratado con cierta indulgencia al atacante peruano?
Los antropólogos saben mejor que yo aquella teoría que presenta al fútbol como una sublimación de los conflictos tribales de nuestros ancestros. Ese animal que habita en nosotros y que muy adentro quiere que su clan arrase al antagonista, ocupe su territorio, viole a sus mujeres y se quede con sus alimentos hoy asiste sosegado a una ceremonia donde se ponen en juego reglas y códigos que nos han permitido sobrevivir como especie sin llegar a matarnos más de la cuenta.
El nacionalismo es una dimensión aumentada de ese espíritu tribal. De allí que sea saludable en espacios lúdicos, pero que sea tan peligroso a la hora de definir nuestras relaciones y de hacer política. El partido nacionalista de Hitler es su expresión más conocida, pero no la única.
A mis amigos uruguayos que pudieran burlarse de mí –y a los peruanos que habrían justificado algo parecido– ya no les hablaré yo. Le cederé la palabra a Obdulio Varela, el mítico capitán uruguayo del Maracanazo quien es, probablemente, el futbolista más admirable de la historia por su forma de liderar. Mi amigo Gabriel Arriarán me recordó hace poco que testigos hubo de que en un clásico entre Peñarol y Nacional, un jugador del Nacional le dio una patada feroz a un compañero suyo. El Negro Jefe cogió la pelota y fue a decirle al árbitro: “Si alguno de mis futbolistas llega a dar una patada como la que aquel señor acaba de dar, le ruego que lo expulse. En mi equipo un jugador que pega así no merece seguir en la cancha”.
No me dirán que el mundo que queremos para nuestros hijos no necesita más Varelas que Suárez, digo yo.
June 27, 2014
Antes del partido
Muchas de mis tardes adolescentes las pasé con cuatro mercenarios, veteranos de Vietnam, que hacían ajustes de cuentas para quien supiera cómo contactarlos. Si usted tiene más de treinta años sabe que me refiero a Los Magníficos y podría apostarle mi salario que, a estas alturas, en su cabeza ya se formó la imagen de su camioneta negra con la franja roja en sus costados.
Años después, cuando trabajaba en una agencia de publicidad, mi socio me confió un sueño: encoger nuestra oficina de tal manera que pudiera entrar en una de esas camionetas. La idea era que, al igual que Los Magníficos, no tuviéramos un local específico sino una especie de entrega de talento a domicilio. “¿Te imaginas?”, me decía hace veinte años, “una van con fax, una impresora y nuestros celulares, y asunto arreglado”.
Sonaba maravilloso.
Lo que mi socio no podía anticipar era que el tráfico iba a ponerse tan grumoso que trasladarse hoy en una camioneta sería el equivalente a tener una dirección fija. Pero si el tráfico circuló en un sentido prohibitivo, la revolución tecnológica lo hizo en sentido contrario.
Para mí, el sueño de la No-Oficina en su sentido tradicional ya es una realidad.
Mi consultora de comunicación trabaja donde sus integrantes quieran. Mi despacho está en mi casa. Lo mismo ha decidido mi coordinadora de proyectos, mis directores gráficos y mi apoyo administrativo. Si un cliente necesita nuestros oídos, hacia él vamos. Si una idea necesita ser discutida, en algún lugar nos juntamos. En estos días, las salas de juntas tienen el tamaño del planeta gracias a las videoconferencias.
Es verdad que a veces extraño los rituales de quienes reman en un mismo lugar. Pero con la comparación, uno se da cuenta de que la calidad de vida tiene que ver más con la libertad individual que con las costumbres grupales. Al menos, es mi caso. Entiendo que hay rubros donde es más fácil tomar esta decisión. Es casi imposible que un maestro de escuela o un operador fabril haga la parte medular de su trabajo en su hogar, a diferencia de la gente que ofrece intangibles. Lo que llama mi atención es la gente que se dedica a lo mismo que yo y que aun no se decide a ir en esta dirección, aunque sea de manera paulatina. ¿Es mucho pedirle a una organización que sea más flexible con la presencia física de sus empleados? ¿Que les ofrezca la opción de trabajar desde casa un par de días a la semana?
Nos quejamos del tráfico, y somos nosotros los que lo formamos cuando nos movemos solo para marcar tarjeta. Nos quejamos de la polución, y somos nosotros los que la producimos cuando vamos a una reunión por pura formalidad. Nos quejamos de que pasamos menos tiempo en casa, pero somos nosotros los que alimentamos la noción de que responsable es quien está siempre en la oficina. Nos quejamos, inconscientes de que el mundo siempre cambia más rápido que nuestros paradigmas.
Un día decidí perder el miedo y aquí estoy, disponiéndome a ver el Italia-Uruguay luego de ponerle el punto final a este artículo.
No sé cuál de ambos equipos retornará contento a su camerino, pero sí sé que yo lo estaré de todas maneras.
June 20, 2014
Te amodio
Si hace cinco semanas uno entraba a las redes sociales podía notar la simpatía que despertaba en muchos la decisión de Carlos Bruce de asumir públicamente su condición de congresista homosexual. Hoy acabo de ingresar a ellas antes de tomar un vuelo de madrugada y puedo ver que muchas de esas mismas personas insinúan cierta decepción. El detonante ha sido el debate del proyecto de Unión Civil para parejas del mismo sexo en la comisión de justicia del Congreso. Lo que ha trascendido es que Bruce habría llegado en las últimas semanas a un acuerdo con Martha Chávez para que el proyecto que se votará finalmente en el pleno tuviera puntos en común con las principales demandas de las posturas adversarias. Lo que ha ocurrido, a juzgar por los comentarios que leo del mismo Bruce, es que el supuesto aliado ha pateado el tablero en la instancia final.
No soy ducho en vaivenes políticos y hay gente mejor preparada para explicarlos. Lo que llama mi atención es nuestra afición de convertir a héroes en villanos al menor pestañeo. En esa tentación no solo caen los diarios cuando se trata de futbolistas, lo hace el público con cualquier personaje en cuanto tiene un megáfono al alcance, y el megáfono de estos días son las redes de internet. ¿Será que somos una sociedad mesiánica a la espera de ese ser sobrehumano que nos corrija la percepción que tenemos de nosotros? ¿Somos tan ingenuos de pensar que la aparición de un deportista, un artista o un político destacado bastará para cambiar décadas o siglos de conducta? ¿Será que preferimos caer en lo más fácil –creer en ciertos iluminados– para librarnos del horror que da asomarse al trabajo inmenso que toma transformar una sociedad? Quizá eso explique estas ilusiones súbitas y las aun más rápidas decepciones: una forma muy juvenil de ver la vida, porque ¿no son los adolescentes quienes más usan las frases ”te amo” y “te odio”?
Entiendo el enorme desaliento que causa las trabas a la Unión Civil. Es mucho el tiempo transcurrido y tanta la desigualdad.
Si en nuestras casas y escuelas la enseñanza del civismo dejara de lado la memorización de los símbolos patrios para dedicarse al análisis de nuestros deberes y derechos –sin la intromisión de la religión– pocos peruanos dudarían de lo injusto que es que haya compatriotas que paguen los mismos impuestos que la mayoría y que no accedan a los mismos derechos. Y eso, sin mencionar la noción básica y moral de dejarle a cualquier ser humano el derecho de encontrar sus medios de ser feliz.
Es comprensible, pues, el resquemor súbito –imagino que temporal– de algunos defensores de la Unión Civil que hasta hace poco hablaban de Bruce como si fuera un titán. Pero recordemos que no lo es, ni que tampoco se empeñó en parecerlo. Es un buen político, y todo buen político debe buscar acuerdos.
La política implica negociación, aunque muchos la confundan con negociado.
Si queremos buscar un adalid fuera de este mundo, lo más sensato será formarlo en las plazas, hecho de un millón de cabezas y dos millones de manos, que es como se tuerce a la larga a los políticos funestos, a esos que le cierran la puerta –y sin negociar– a las minorías.
June 13, 2014
Querida P
Querida P,
Siempre recuerdo con cariño las charlas que tuvimos cuando casi trabajamos juntos.
También sigo con interés tus publicaciones no solo porque las causas que apoyas suelen ser de mi simpatía, sino porque pareciera que en cada una te juegas la vida.
Hace poco, un comentario tuyo me dejó pensativo de manera particular.
Unas semanas atrás habías tenido un fuerte altercado con C que fue rebotado por los medios y ahora te dabas cuenta de que en Facebook tenías unos treinta amigos en común con ella. Te dejaba pensativa y quizá dolida que varios de ellos siguieran sus publicaciones con un entusiasmo digno de porristas. ¿Recuerdas que comenté tu publicación? Te dije que me considero amigo de ambas y que probablemente escribiría sobre este tema.
Pues heme aquí.
Lo más obvio es repetir lo que muchos te respondieron a la par que yo: que un amigo de Facebook no es amigo. Tener intereses y conocidos comunes son importantes para charlar en un cóctel o para forjar alianzas de trabajo, pero no son la condición principal que comparten los amigos. Huelga decir más, porque quien tiene uno verdadero sabe a qué me refiero.
Lo que sí quería contarte con más detenimiento es una imagen que soñé anoche, probablemente debido a la presión de tener que entregar este artículo. Ante mi vista se expandía un tablero blanco, de superficie coloidal, y sobre él rebotaban cientos de figuras poliédricas como en un “pogo” desaforado. No sé si eran dodecaedros, icosaedros o zutanoedros, lo que me consta es que tenían muchísimas caras que entraban en contacto unas con otras. Cuando desperté tuve la sensación de que esa mecánica de formas contactando algunas de sus caras al azar podía explicar mejor que las palabras lo que ocurre con nuestros encuentros y desencuentros sociales. Las cosas que me hacen ser cálido con C no son las mismas que me hacen serlo contigo: a ambas las conocí en facetas diferentes y en tiempos distintos. Yo mismo era un poliedro que mostró un lado distinto con cada una de ustedes, porque nadie conoce a nadie en todas sus dimensiones: nos conocemos en función del sistema que creamos entre nosotros.
En esa misma publicación hablabas con tirria de G, un crítico y escritor que ha acusado a tu padre de un hecho que refutas con el alma. Es entendible. Yo mismo he sido alguna vez ridiculizado por la pluma de G y tengo varios amigos que parecen llevarse tan bien conmigo como con él. Lo que puede haber ocurrido entre G y yo es algo que siempre pienso cuando sé de peleas entre personas que no se conocen: que en esos casos no nos peleamos con alguien, sino con un enemigo abstracto que nuestra mente proyecta. Es como si nuestras creencias e ideologías necesitaran una cara a la cual pegarle para reafirmarnos. Hace poco coincidí con G, en persona por fin. Para ser sincero, no me pareció la persona detestable que el ego herido podría suponer y hasta comprendí por qué gente que aprecio lo aprecia a él también. Tú eliges, querida P. Detestemos sin concesiones a los dictadores, genocidas y corruptos, porque esa sola faceta suya es capaz de hundir a nuestras sociedades. Pero tendamos más puentes con el resto. Créeme que se vive mejor.
June 10, 2014
Entrevista en Canal N sobre Libromóvil, librerías ambulantes
Clara Elvira Ospina entrevista en su programa Tiempo de Leer a Álvaro Lasso y Gustavo Rodríguez, fundadores de Libromóvil.
El enlace aquí: http://www.youtube.com/watch?v=9w_UsRYMhIk
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