Gustavo Rodríguez's Blog, page 23
May 18, 2013
Chatarra de ley
La última Coca-Cola que se abrió en mi casa fue hace diez meses.
Ya ni recuerdo la última vez que una moto le trajo papas fritas a mi familia.
Sé de sobra que el azúcar es veneno en la sangre y que los bocaditos que le prohibo a mis hijas están a una molécula de ser plástico.
Y a pesar de eso, estoy en contra de la bautizada Ley Chatarra, esa que busca prohibir que se anuncie esos productos en menores de dieciséis o se los utilice en los anuncios.
¿Por qué? Porque es una salida fácil y demagógica, cuando lo que se requiere de parte de un Estado inteligente es una estrategia integral de salud. Lanzar esa ley es como prohibirle a una adolescente que vaya a fiestas por miedo a que tenga sexo inseguro, cuando lo razonable es dotarle de conocimiento y de herramientas a ella y a su entorno.
Pero claro, es más fácil lo primero.
Con el plus de que te quedas con la sensación distorsionada de que has cumplido tu deber.
Para que las fábricas de gaseosa dejen de embotellar azúcar bajo la excusa de la felicidad y las industrias del piqueo dejen las grasas y se vuelquen a las frutas, la salida no está en regular sus anuncios. La solución está en que una ciudadanía informada tome distancia de ellas y, ojalá, hasta las condene. Tal como ocurre en ciertas artes marciales, presidente Humala, quizá haya que usar esas mismas armas que los anunciantes de alimentos dudosos utilizan. Sí, presidente: utilice esas mismas pantallas que pretende regular y llénelas de campañas creativas, pero demoledoras, para que cada padre de familia y para que cada niño peruano sepa las consecuencias de los excesos de embutirse el contenido de un empaque vistoso. Utilice las escuelas como caja de resonancia. Haga de los centros de salud embajadas de la buena alimentación. Piense en el todo, y no solo en la parte más visible.
Explicarle a un niño –o a un adulto– de los peligros siempre será más sabio que protegerlo sin su consentimiento.
April 27, 2013
El tipo del apellido largo
El tipo de apellido largo ha ido al cumpleaños de un amigo y, en un sofá gris, ha conocido a una chica. Esa noche se han unido tres circunstancias para que yo pueda escribir esto: el tipo del apellido largo se ha mostrado particularmente chispeante, la chica ha estado de muy buen humor y la cerveza ha aflojado los tornillos de la conciencia, pues al final de la reunión nuestro personaje termina con el teléfono de ella anotado en su celular.
El tipo del apellido largo espera dos días para llamarla porque piensa que hacerlo al día siguiente lo puede etiquetar como un soltero desesperado. Marca el número, y la voz cantarina le contesta.
–¿Aló?
–Hola, soy el tipo del apellido largo.
La chica se muestra afable y el tipo del apellido largo vuela en círculos para, finalmente, aterrizar en una invitación.
–¿Te parece si vamos al cine y luego a cenar?
–Me parece bien.
–¿Puedes mañana?
–Sí, puedo.
El tipo del apellido largo no cabe en su pellejo y comenta.
–Me han dicho que “Parálisis” está buena.
–Pero no me gustan las películas de terror…
–Te prometo que te vas a divertir.
–Bueno.
Al día siguiente, el tipo del apellido largo llama temprano a la chica.
–He tenido un inconveniente con mi carro: el taller no me lo va a entregar hoy.
–Tranquilo, vamos en taxi.
–¿Crees que puedas pasar por mí? Me han puesto un papeleo que tengo que entregar a última hora. Además, estoy camino del cine. Te doy la dirección.
–Claro.
Al salir de la película, la chica se siente agarrotada por culpa de esas masacres que ha tenido que presenciar en 3D. Sin embargo, el tipo del apellido largo está exultante.
–A la vuelta hay un restaurante muy bueno de carnes.
–No sé… la carne me cae pesada a esta hora.
–Puedes pedir una ensalada.
–Ajá.
Una hora después, la chica ha comido un manojo de verduras y ha sido testigo de cómo el tipo del apellido largo ha devorado sin resoplar quinientos gramos de bife ancho con papas fritas al lado.
–Creo que ya se hizo tarde¬ – comenta ella.
–Es verdad. ¿Dividimos la cuenta?
Y fue así como el tipo del apellido largo no volvió a ver atendidas sus llamadas.
No lo podría jurar, pero creo que el tipo del apellido largo es el mismo funcionario de SUNAT que autoriza las notificaciones que llegan a mi consultora. No me explico otra razón, aparte de esa insensibilidad congénita de la que ha hecho gala con la chica, para desanimar de manera tan consistente a un ciudadano que, como yo, quiere cumplir con su deber de buen ánimo. No hay que ser un economista brillante para saber que la población se moviliza por incentivos. ¿Quieres que la gente entre a tu negocio? Baja tu tienda al ras de la calle y genera ganchos. ¿Quieres que más gente pague impuestos? Afloja el latigo y genera alicientes. ¿Quieres lo contrario? Desanímala con trabas, como hacen con mi empresa: cada mes, sin falta, me llega una notificación por la cual mi personal tiene que perder tiempo debido a que un cliente nuestro (ni siquiera mi empresa) se equivocó al anotar una detracción, o porque me buscan cobrar coactivamente (con mora incluída) tributos que sí fueron pagados a tiempo. Los trámites de subsanación duran meses, mis cuentas a menudo se ven embargadas y campea la triste injusticia de antes pagar si es que quieres reclamar.
Si las cosas son así, ¿quién va a querer tener tratos con el tipo del apellido largo?
March 30, 2013
La isla sin ingenieros
Manejo hacia el sur del país y, como era de esperar en verano, los primeros cien kilómetros mientras se sale de Lima son un callejón publicitario donde los carteles tratan de seducir a diestra y siniestra. Cuando mis hijas eran pequeñas inventaba juegos para que no se aburrieran en el camino y, de grandes, la costumbre no se ha perdido: ahora se trata de elegir al mejor letrero del trayecto.
Encontramos al ganador cerca del kilómetro noventa. No es muy llamativo. Carece de chicas lindas o de un titular ingenioso. Pero tiene una idea poderosa: “Un panel que produce agua potable del aire”, dice el encabezado. Al pie firma la flamante universidad de ciencia y teconología, UTEC. Más abajo, cerca del suelo, se señala el caño para que los pobladores de esa zona desértica se sirvan el agua que el gran letrero ha podido captar de la atmósfera gracias a un sistema de conversión.
Sé que el cartel ha sido rebotado como noticia por prestigiosos medios internacionales.
Pero más me gustaría que rebote en las conciencias de nuestros padres de familia, nuestros educadores y los planificadores estratégicos del país, si es que los hay.
No exagero si digo que entre nosotros prevalece la noción de que ser ingeniero equivale a ser una persona de vida rutinaria, un parametrado que dialoga con calculadoras y números antes que con la sorpresa. Cero glamour. Ausente brillo. No es casual que cuando en 2010 un ex-ministro de economía declaró que el Perú necesitaba más ingenieros que cocineros, sufriera un apanado sin sazón y sin razón.
Creo que por eso me ha gustado tanto esta campaña. Porque recuerda que ingeniero proviene de “ingenio”, y que lo que hace la diferencia para la supervivencia y la competitividad de las sociedades es la capacidad para crear nuevas soluciones a sus problemas. ¿No es verdad que de estar hoy en LinkedIn, la red social de trabajo, Leonardo Da Vinci hubiera puesto dicha profesión en su perfil? ¿No es cierto que son las naciones que más incentivan el patentado de inventos las que están más cerca de tener hegemonía mundial?
Según el World Intelectual Property Organization, hacia el año 2011 China ya había sobrepasado a Estados Unidos en cantidad de solicitud de patentes en su territorio: 526,412 versus 503,582. (Es meritorio el caso de Japón que, con muchos menos habitantes, tenía cerca de 350 mil. Y que mientras que en 1985 solo el 47.5 % de solicitantes de patentes de China eran residentes del país, al 2011 ya lo era el 79%).
Y disculpe que no mencione las cifras del Perú. Son tan microscópicas, que temo que este artículo se traspapele en la sección de chistes y amenidades.
En esta fiesta imperfecta de crecimiento que vivimos, es necesario recordar que jamás lograremos el desarrollo si no promovemos la inventiva. Si esto no queda claro al notar la evidente relación que hay entre países desarrollados y su cantidad de ingenieros y científicos, simulemos en la mente este experimento: hagamos emerger en el océano dos islas con idénticos recursos naturales y peculiaridades geográficas. Poblemos cada una con cien habitantes desnudos, repartidos según las mismas aptitudes: atletas, intelectuales, moralistas, humanistas, artistas, sanadores, legisladores, etc. Pero que en una de ellas, en trampa soterrada, uno de esos habitantes sea además un ingeniero innovador con capacidad de persuasión.
¿Cuál población isleña cree que tendrá mayores probabilidades de estar más adelantada luego de treinta años?
March 2, 2013
Esos 70 son la esperanza
Conocer a Khaled Al-Berry fue como encontrar un álamo cuando se está buscando sombra.
Lo conocí en un congreso literario en una época en que mi mujer y yo nos preguntábamos si sería un buen momento para conocer Egipto. Khaled es escritor y vive en El Cairo. Cuando le pregunté si era seguro conocer su país, me respondió sonriente:
–Si llegan a mi casa, no tendrán ningún problema.
Gracias a su consejo y hospitalidad conocimos su país y supimos que nuestro temor a la violencia social de Egipto era como la que han sentido los turistas con respecto al Perú en muchas épocas. Piense en la toma de la Embajada de Japón en 1996: un hecho circunscrito a una manzana de San Isidro, reverberado por las televisoras del mundo, dio la idea de que todo el territorio peruano estaba secuestrado por la violencia. Este fenómeno es natural: ligada a la amplificación de los medios está esa costumbre humana de bautizar a una totalidad conociendo apenas un rasgo de ella. Pero, prima de esta, existe otra noción en la que los medios son, además, cómplices por comodidad: la idea de que a todos los televidentes nos gusta ver contenidos poco retadores y que –caballero nomás– hay que darle a la gente lo que quiere.
Es cierto que la sociedad peruana es, en general, poco apegada a la ilustración. Pero no es cierto que “toda” ella haya estado detrás del programa de Magaly Medina o que todos los jóvenes estén hoy pendientes de esos programas juveniles tan criticados en las redes sociales.
Para entender esto hay que saber que el rating, esa cifra que decide contratos, titulares y, lamentablemente, salud mental, solamente se aplica a televisores encendidos. Un televisor apagado, obviamente, no alimentará el rating de ningún programa.
Me contaba un funcionario de TV Perú que, según IBOPE, en diciembre de 2012, durante el horario de mayor audiencia (de 8 a 9 pm) hubo un encendido del 30%. Es decir que en ese horario tope, en el que uno se imagina que todos los peruanos están viendo la televisión, solo 30 personas de cada 100 estaban ante la pantalla.
Ese mes, por ejemplo, “Al fondo hay sitio”, la serie que todo el mundo dice que todo el mundo ve, hizo 13 puntos en su momento cumbre. No es objeto de estas líneas analizar sus méritos cualitativos (no me parece una mala serie en lo absoluto) pero sí es pertinente aclarar que su gran logro cuantitativo está en que todos los demás programas sumaron 17 para completar esos 30 de encendido.
Entonces, “Al fondo hay sitio” hizo bien en celebrar que de cada 100 peruanos, 13 estuvieron pendientes de ella. Pero, ¿no es bueno considerar también que hubo 87 que decidieron no verla y 70 que ni siquiera encendieron su televisor?
Esos 70 peruanos, entre los que hay muchísima gente que usted y yo conocemos, son la esperanza para cambiar la pantalla nacional. Los productores, funcionarios y anunciantes de televisión nos vienen recitando el discurso que ellos mismos han propaladado y han convertido en una verdad que, por lo menos, es parcial. En lugar de seguir machacando con la fórmula facilista que les viene dando resultando en solo una fracción de la sociedad, deberían estudiar a qué aspiramos ese 70 % que no encendimos nuestro televisor: todo un océano por seducir y conquistar con mayor inteligencia en vez de explotar a la misma isla de siempre. Pensar que para ser entretenido hay que ser básico o vulgar es tan superficial como decir que el Perú es un país totalmente preso de la violencia.
Y te juro, Khaled, que aquí no tienes mucho que temer, salvo a nuestra televisión.
February 2, 2013
A mi niña que cumple 18
Mi Ale,
Ayer tú y tus hermanas me sorprendieron con uno de esos hallazgos que plantean una pausa. Me refiero a aquel archivo olvidado de videos en los que tú y ellas aparecen pequeñitas. Te vi en esa cunita en la que saltabas risueña y volví a confirmar algo que ya te he dicho: que eres la mujercita más diminuta de la cual me he enamorado.
Te confieso que cuando regresé a mi casa, lloré calladito en mi cama.
Aquel tiempo en que podía retenerlas en el encierro de mis brazos, no volverá.
Quizá haya cierta sabiduría en el azar. Esto ha ocurrido a puertas de tus dieciocho años: tal vez la vida me dice que hice lo que pude con lo que tuve y que llegó el momento de estar a tu lado, de otra forma, en la adultez que empiezas.
Lo primero que me sale decirte es que no te martirices si dudas de la carrera que elegiste. No todo en la vida tiene que ser certeza, y menos a los dieciocho. Eso no significa que no te debas esforzar y tratar de absorber todo lo que puedas, pues la gente lista sabe sacar provecho de todas sus vivencias. Siempre entenderé el temor, pero no que menosprecies el privilegio de tener una carrera pagada en un país con tanta desigualdad.
Será bueno, hija, que simpatices con alguna ideología, pero mejor será que no te fanatices con ninguna. Las personas sabemos que todo hecho tiene dos versiones pero casi siempre nos quedamos con la primera que escuchamos, o con la que expresó quien nos cae más simpático. Aléjate de las polarizaciones pues, cuando las hay, los seguidores de ambas partes tienden a buscar sus diferencias en lugar de buscar sus coincidencias, y es en las coincidencias donde nacen los acuerdos que permiten el desarrollo. No te diré, por tanto, que seas de derecha o de izquierda. No te pediré que pelees para que cada compatriota tuyo tenga acceso a la misma riqueza, pero sí te pediré que exijas que todos puedan acceder a las mismas oportunidades.
Ya que rozamos la política, recuerda que mandatario no es el que manda; es el que recibe el encargo de quien de verdad manda: los ciudadanos. Benedetti decía que la política, en su mejor sentido, podría ser considerada como un acto de amor. De amor al prójimo y a tu entorno. No exijas menos como ciudadana y no dejes nunca de indignarte cuando un pendejo le de la espalda a quienes representa con tal de favorecerse.
Ya que mencioné a Benedetti, a los dieciocho yo era tan enamoradizo que tú. Pero debes saber que enamorarse no es lo mismo que tener amor. El amor de pareja no se encuentra: se construye. Más que un sentimiento, es un acto de dos voluntades. La recompensa es una relación equilibrada, en la cual tú y él (o ella, uno nunca sabe) terminarán sintiendo que han crecido más juntos que por separado. Pero tampoco sufras más de la cuenta si tu relación termina. Y mucho menos si diste lo que pudiste y, aun así, no te sentías feliz. No todo debe durar para siempre y eso aplica, sobre todo, a la condición humana.
Finalmente, hija, evita ser una de esas mujeres “exitosas” que la televisión muestra. Es injusto pedirle a alguien que sea buena madre, buena ejecutiva, buena esposa, buena amante y buenamoza con zapatos altos. A los hombres no se nos exige vivir haciendo girar todos esos platillos chinos a la vez: es una trampa en la que tu género ha caído y que ha creado culpas desde que la primera mujer decidió probar laboralmente que podía ser tan capaz –o más– que los hombres. No todo lo podrás hacer al 100 %, porque siempre descuidarás algo. La culpa es un motivador errado, y no la quiero en la vida de mis hijas, a menos que de verdad hayan hecho algo ominoso.
Te adoro, mi Ale.
Siempre serás mi niña de rulos, la que se ensuciaba los deditos con témpera, aunque ahora ya puedas teñírtelos con tinta morada electoral.
December 13, 2012
No existen libros favoritos
Hace unos meses me invitaron –en un festival literario de Cartagena– a recomendarle un libro al público de un teatro. Decidí decirle a la audiencia que para mí no existen libros ideales, sino momentos ideales para conocer determinado libro. Disculpen si aquí me atrevo a repetir la misma relación que expresé aquella noche caribeña:
-Mi libro favorito cuando fui un niño enfermo de hepatitis: “La isla misteriosa”, de Julio Verne. Aventuras, intriga. Una presencia sobrehumana que vigila. Jamás olvidaré cuando Pencroff se encuentra una bala en un cerdo salvaje que cazó. ¿Quién le disparó? Fue mi “Lost” a los diez años.
-Libro favorito para conocer las grandes miserias y las más grandes bondades y heroismos: “Los Miserables”. Cuando hace poco me topé con el famoso video de Susan Boyle cantando “I had a dream”, se me aguaron los ojos. Y creo que fue por Fantine.
-Libro favorito cuando era un mocoso que quería impresionar a las chicas con la patafísica: “Rayuela”.
-Libro favorito para leerle a mis hijas: “El Quijote” en versión juvenil de la editorial Santillana
-Libro favorito para regalar en cumpleaños: “Seda”, de Baricco. Es una joya breve, y por eso, doblemente joya.
-Libro favorito para regalarle a un niño: “El misterio del pollo en la batea”, de mi amigo Javier Arévalo. Un policial doméstico, donde un pollito ha muerto ahogado en la azotea y hay muchos sospechosos en la casa.
-Libro favorito para reirme por su mordacidad: “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole. La historia de Ignatius Reilly en Nueva Orleans: un gordo glotón de ideas medioevales que vive con su madre y que quiere escribir la obra que cambiará al mundo, aunque pronto tendrá que salir a trabajar a las calles de forma quijostesca.
-Libro favorito para entender que la tristeza también puede ser hermosa: “Kafka en la orilla”. Kafka Tomura, de quince, años, huye de su ciudad para no acabar acostándose con su madre y matando a su padre, como dice la profecía.
-Libro favorito para saborear, frase por frase, aunque el sabor a veces sea amargo: “Ensayo sobre la ceguera”, de Saramago.
-Libro favorito para sentirme adolescente de nuevo: “País de Jauja”, de Edgardo Rivera Martínez. La historia de Claudio, un adolescente que cuenta sus vacaciones escolares en Jauja, una pequeña ciudad andina peruana que fue cosmopolita cuando iban a respirar sus aires los pacientes europeos de la tuberculosis.
-Libro favorito para que me duela mi país: “Los ríos profundos”, de José María Arguedas. La historia de Ernesto, un chiquillo que vive entre los hacendados feudales del siglo 20 y los indios explotados por ellos.
-Libro favorito para poner bajo el brazo y pasar por lector cultísimo: “Finegans Wake”, de Joyce. En verdad, nunca lo terminé.
December 8, 2012
Old Spice, old habit
Cuando alguien me menciona la colonia Old Spice, a mi mente viene el botiquín de mi padre: el frasco de vidrio blanco, donde un velero azul parece flotar en la niebla, reposa junto al agua de azahar y al Hirudoid. A veces se me aparece también un recipiente de vidrio lechoso donde mi padre introducía una brocha húmeda para lograr una espuma jabonosa antes de afeitarse. (A pesar de tratarse de una fragancia, en esos momentos no me visitan los aromas: mi olfato es el menor de mis bienes).
Sin embargo, desde hace unos años, junto a esos recuerdos remotos también empezaron a visitarme imágenes de un test de mercado: Procter & Gamble quería lanzar por entonces una versión más fresca y moderna de la vieja marca y dispuso una prueba a ciegas de su nueva fórmula. Los resultados sin mostrar etiqueta eran halagadores: la nueva fragancia salía bien parada, incluso frente a aromas de marcas glamorosas como Hugo Boss o Carolina Herrera, si mal no recuerdo. Como usted ya debe adivinar, los problemas empezaban cuando esos aromas sobre la mesa aparecían con sus marcas al frente: no había forma de que un consumidor pudiera pensar que Old Spice, esa fragancia que se le regalaba a padres y abuelos, pudiera ser tan atractiva como las marcas más actuales.
Hace unos meses, por un instante me vi a mí mismo como esa botella blanca. Un suplemento cultural me había hecho unas preguntas acerca del “boom” de la literatura latinoamericana al igual que a otros tres escritores de edades distintas. Luego de su publicación en papel, aquel reportaje empezó a circular en versión digital por las redes sociales. Un día me topé con una alerta en facebook: alguien había hecho una opinión nombrándome. La curiosidad me llevó a encontrarme con una pila de comentarios sobre aquella publicación. Uno de ellos me trataba de imbécil por haber opinado que los narradores latinoamericanos que publicaron después del “boom” lo hacían sin la carga que sostuvieron García Márquez, Vargas Llosa y compañía, pues el mundo ya había depositado en ellos las imágenes que esperaba escuchar –o leer– de este continente exótico e idealizado. No me pude contener y respondí. Señalé que unas páginas mas adelante (indiqué el número) un escritor de culto radicado en México había esbozado, por coincidencia, una noción parecida, y pregunté al vacío si con él se sería igual de destemplado. Nadie respondió a ese argumento, y el administrador de la página dio por terminada la discusión con gran amabilidad.
Reconozco, sin embargo, que así como me duele aquel tipo de prejuicio cuando se comete conmigo, yo cometo otros tantos con quienes más me quieren. Me ha pasado, por ejemplo, cuando mi mujer me recrimina por alguna conducta y yo la etiqueto con el rótulo de “esposa jodida” en lugar de “testigo de excepción”. O cuando alguna de mis hijas me reclama cierta ausencia, y yo la rotulo como “adolescente voluble” para despercudirme de cierta culpa.
El medio es el mensaje, decía Mc Luhan. Si adapto esta premisa a las anécdotas que he relatado, resulta que la historia personal de cada portavoz le cambia el significado al mensaje que emite.
¿No sería bueno que, en el futuro, cada vez que alguien nos diga algo que no aprobamos, nos imaginemos por un instante que nos lo ha dicho otra persona?
Así, tal vez, podamos abstraernos de la subjetividad puesta en el emisor y lleguemos a analizar mejor lo que nos quieren decir, en lugar de criticar a quien nos lo está diciendo.
November 30, 2012
No existen libros ideales, sino momentos ideales para encontrarse con ellos
Ante una petición de recomendar un libro en particular, Gustavo Rodríguez responde que más que libros ideales, existen momentos ideales para encontrarse con determinado libro.
En este enlace hace una relación de los suyos.
http://lamula.pe/2012/11/30/gustavo-rodriguez-un-libro-para-cada-etapa-y-momento/gianfrancogf
November 10, 2012
Mi arquitecta
–¿Y qué haces tú?
–Soy arquitecta…
–Alguna vez quise ser arquitecto– la interrumpí, afanoso.
–…pero de páginas web.
Me dejó callado por un instante. Nunca había relacionado a la arquitectura con las redes informáticas y presentí que con aquella intersección podría alargarse ese encuentro casual. Lo agradecí, porque eso era lo que me provocaba. Luego de cernir los recuerdos de ese instante (afuera queda su sonrisa, la simpatía, su pelo sedoso) me he quedado para estas líneas con lo que más me hizo sentido en el campo de la comunicación.
La mayoría de personas que encargan una página web no reparan en que esa tarea equivale a volver a construir su organización. El terreno ya no será el suelo firme, sino la nube de Internet. ¿Y qué hace una persona sensata cuando ha decidido que va a construir una casa o un edificio? Pues llama a un arquitecto. Este profesional anotará las necesidades vitales y operativas de su cliente, notará el estilo de vida que busca representar, estudiará el contexto del terreno y, antes siquiera de animarse a dar un trazo, buscará formular en su mente un concepto que sea la matriz de todo el diseño y la ejecución consecuente.
El símil es válido porque si usted busca para su casa una combinación de belleza armónica y de funcionalidad, en una página web esto también es lo deseable.
Sin embargo, muchas organizaciones, en vez de llamar a la figura del arquitecto para que sea el responsable de la creación de la web, lo que hacen es contactar a quienes en el mundo de la construcción de concreto serían los ingenieros eléctricos o los decoradores. La semana pasada, por ejemplo, supe que una entidad estatal decidió elegir como responsable de la creación de su sitio web a un ingeniero de de sistemas. Y no son raros los casos en que a uno se le ocurre llamar a cualquier diseñador para trasladar su organización al mundo digital.
–¿Entonces, tú diseñas y programas?– le pregunté.
–No, yo dirijo a los programadores y diseñadores que escojo según cada proyecto.
–Pero eso debe salir más caro…
–Más cara te sale tener una web que no es funcional– me respondió.
Con el tiempo me di cuenta de que ella tenía razón. En estos años he visto cómo organizaciones que en un inicio decidieron no trabajar con ella, al tiempo la llamaban para hacer de nuevo sus sitios web. La figura del arquitecto, aun sin ser infalible, está allí para mostrar la mejor fachada posible, para articular mejor los corredores y los pasos de ambiente a ambiente, para notar que una entrada o una ventana recibirá más luz de determinada manera y para conceptuar una estructura que pueda recibir a la mayor cantidad de visitantes posibles. Entiendo que quien vea a una página web como solo un folleto que estará colgado en Internet no necesite darse cuenta de estas implicancias. Pero a estas alturas de la revolución digital, es claro que una página web puede ser una construcción tan compleja como útil, que puede ayudar a migrar clientes de un banco o de una aerolínea de las oficinas reales a una lugar virtual, solo por poner un ejemplo.
–Además– me dijo– si las páginas web se crearon para interactuar con la gente, el responsable tiene que ser un comunicador. Sin ofender a los informáticos…
–Claro– respondí, aunque a esas alturas quizá ya me fijaba más en sus labios que en las palabras.
Desde entonces han pasado cuatro años.
Hace unos meses terminamos de construir nuestra casa, pero esa es otra historia.
October 23, 2012
“Hay un boom de la cocina, pero aun estamos lejos”
Entrevista realizada por Jorge Malpartida del diario La República a raíz de la visita de Gustavo Rodríguez a la Feria Internacional de Arequipa.
Hacer clic en este enlace.
http://www.larepublica.pe/06-10-2012/hay-un-boom-de-la-cocina-pero-aun-estamos-lejos
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