Gustavo Rodríguez's Blog, page 22

December 28, 2013

Lucianita y Mario

Me preguntas, Maluchi, a qué se debe la alharaca que viste hace poco en internet a causa de una firma no otorgada.

A ver.

Hace unos días, nuestro único premio Nobel aceptó firmar ejemplares de su novela más reciente y en una librería de Miraflores se formó una fila de cientos de personas con su libro en la mano. De pronto resonaron los tacos de Luciana León, una congresista. La chica es hermosa, voluntariosa y carga con el lastre de un padre a quien la población le atribuye –por lo menos– una moral dudosa. Al escritor sus adversarios ideológicos le dicen “Vargas Llosa”, a secas. El resto le suele decir “Mario”, una forma muy peruana de subirse al coche de la gloria. A la congresista la suelen llamar “Lucianita” pero, más que por cariño, es por condescendencia: en nuestro país, nacer rubia y bonita es como portar una invitación a que te consideren bruta. De hecho, hijita, en esta sociedad que se mueve por estereotipos, más te vale parecerte a Susan Sontag si quieres ser considerada como una mujer de fortaleza intelectual. (De ella hablaremos en otro momento).

La versión que has leído es que “Lucianita” se saltó la cola para pedirle a “Mario” el apoyo a un proyecto de ley: un pedido para que nuestros escritores sigan exonerados de pagar impuestos cuando se trata de las regalías de sus libros en el Perú. Yo no sé, Maluchi, si la congresista se saltó la cola o si fue invitada a acercarse. Tampoco sé por qué Vargas Llosa se negó al pedido. Quizá pensó que no era el momento (recuerda, había mucha gente con su libro en la mano) o tal vez pesó su convicción liberal de que nadie debería ser exonerado de sus obligaciones tributarias. Pero todo eso me importa un bledo. Lo que me preocupa es que esta anécdota vuelve a poner en evidencia el interés que los peruanos solemos poner en hechos superficiales. Nos entretenemos con el chisme y con el ejercicio banal de encontrarle asidero a nuestros prejuicios en vez de preguntarnos qué había movilizado a una congresista a exponerse de esa manera ante una especie de guardián moral en el Perú. Frases como “Mario arrochó a Lucianita” viajan como un misil, pero impactan como una luciérnaga y es así como la forma vuelve a ocupar los titulares que deberían dedicarse al fondo. ¿Nos hemos preguntado masivamente de qué iba la dichosa ley?

Te confieso, Maluchi, que yo sí firmé esa petición.

Y si lo hice con recelo fue debido a dos razones. En primer lugar, creo que nadie debe tener corona para no pagar impuestos. Si hoy lo piden los escritores, mañana lo pueden pedir los músicos. Pero también creo que el Estado sí debe intervenir en asuntos cruciales que afectan nuestra viabilidad como país. Y ser un país donde el libro está prácticamente invisibilizado es condenarse a ser una nación que jamás se desarrollará. Podrá crecer pero no desarrollarse, como un adolescentes enorme, torpe y lleno de complejos. Dar facilidades para que en el Perú se creen nuevos contenidos en literatura, libros de texto o manuales pedagógicos es algo que debe esperarse mínimamente.

Mi otro recelo es este: como somos el país de la superficialidad, temo que nuestros gobernantes sientan que con ese tipo de medidas ya han hecho su labor. Tener una bujía es importantísimo para que un motor funcione, pero el mecanismo necesita de muchas piezas más. No sirve de mucho una ley así mientras nuestro país no cuente con una red de bibliotecas activas (en casas, en escuelas, en municipios), mientras los planes lectores de los colegios no inviten a los padres como participantes o si, simplemente, las editoriales se zurran a la hora de pagar las regalías. Pero en un país donde la educación debería considerarse en emergencia, todo aporta.

Quién sabe, mi Maluchi, si hasta tu pregunta no ayude algo.

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Published on December 28, 2013 03:00

December 14, 2013

En diez años hablamos

El árbol que nos ocupa ha florecido desde los albores del tiempo y de una rama suya hoy pende un fruto muy particular. En realidad, decir “muy particular” es ser mezquino: se trata de la fruta más hermosa que este árbol ha criado y criará en toda su existencia. Tendría usted que palpar su redondez y sentir su aroma; imaginar esa pulpa firme que ha crecido jugosa, con el almíbar exacto para encantar sin empalagar. Tan especial es esta fruta que uno de sus destinos podría ser, llegado el caso, ser el regalo de un noble dignatario dentro de una caja de plata.

Pero ay.

Cuando caiga al suelo pasará inadvertida.

El encargado de su cosecha estará ausente el día que se desprenda y este portento terminará siendo un marchito abono al pie del árbol.

La fruta se me aparece en la imaginación mientras recuerdo a Álvaro Henzler, cofundador de Enseña Perú, cuando habla del Bono Demográfico en la última CADE. Quizá usted lo ignore tal como yo lo hacía: se trata de un fenómeno que se da una vez en la vida de las naciones. Si usted ha escuchado hablar de los baby boomers en los países anglosajones (aquellos niños nacidos luego de la segunda guerra mundial), pues debe saber que estos ciudadanos conformaron el Bono Demográfico que les tocó a esos países. La buena noticia es que este fenómeno ya está empezando a darse en Latinoamérica y el Perú está en el grupo. El promedio de edad ahora en Alemania es de unos preocupantes 47 años. En Estados Unidos es de unos 37 años. En nuestro país es de 27 años. En estos momentos está creciendo una población joven en capacidad de sostener a todo el país y de llevarlo a otro nivel. Estamos hablando de una mayoría en edad de estar integrada (o de integrarse pronto) a la actividad productiva: un grueso de hombres y mujeres entre 15 y 59 de años con capacidad de trabajo, ahorro e inversión. En contraposición tenemos una población infantil ya no mayoritaria y una tercera edad todavía no muy numerosa para ser mantenida. Es el momento del músculo eficiente, del cerebro esplendente, de nuestra mayor potencialidad demográfica como país.

Pero, claro, toda buena noticia trae una tormenta en ciernes.

¿Seremos capaces de brindarle a los niños que conformarán nuestro Bono Demográfico la formación que se requiere para no desaprovechar esta oportunidad única?

¿Dejaremos que la fruta se desaproveche ahora que sabemos exactamente cuándo caerá?

La buena noticia, nuevamente, es que nuestros expertos en educación saben qué hacer. Henzler daba solo un ejemplo que resulta obvio: cuando se trata de educación, los think tank han encontrado que nada revoluciona tanto la formación de un niño como un maestro competente e inspirador en clase. Si tan solo en nuestros países los maestros ganaran más que un supervisor de mina (después de todo, los primeros producen insumos más valiosos) quizá más y mejores mentes serían atraídas para liderar las aulas y no tendríamos que estar preocupándonos ahora de esta historia.

Lo verdaderamente preocupante es que hasta ahora ningún gobierno ha parecido demostrar voluntad política para realizar una cruzada que atraviese la conciencia del país para que dentro de diez años empecemos a tener una fuerza productiva competitiva y capaz de transformar economías que crecen hacia sociedades que se desarrollan. Ese sueño verbalizado que viaje de boca en boca y por el que todos pondríamos nuestro sudor en juego.

Tenemos diez años antes de que este fruto ideal caiga.

Qué buena noticia. Y qué miedo.

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Published on December 14, 2013 03:00

December 7, 2013

Locademia de fútbol

Digamos que soy un fanático del fútbol y que veo en este deporte una oportunidad para desarrollar herramientas muy útiles para la vida y, por qué no, también una noble carrera. ¿Qué es lo primero que hice cuando me enteré de que iba a tener un hijo? Llamé a la academia de fútbol de mi amigo Mauro y separé un cupo con mucha anticipación. Ustedes entenderán que esta academia tiene fama a nivel continental y no quiero que mi Gustavo se quede afuera.

Y cómo pasa el tiempo.

El embarazo y la época de lactancia han volado como un cañonazo de Lolo: mi hijo ya tiene edad como para correr tras una pelota. Siempre he creído que para hacer las cosas bien en la vida debes confiar en los mejores de cada disciplina. Esta regla que me ha sido tan útil también será aplicada en estas instancias: mi hijo a las justas sabe balbucear la frase “fuera de juego”, pero ya lo estoy llevando a sus clases de fútbol.

Allí le enseñan la importancia de calentar y estirarse antes de jugar, lo entrenan en tiros al arco, le enseñan en pizarras infantiles teorías de juego y ya empiezan a mostrarle la diferencia entre patear con tres dedos del pie y hacerlo con el empeine. Con ese estímulo enorme y rodeado de estrellas que aparecieron en figuritas de Panini no hay duda de que, mínimo, será un aspirante a crack.

Pero, ¡ay mísero de mí! ¡Ay infelice!

La pequeña sabandija me rompe la ilusión. Primero empieza con que se siente enfermo los días que debe ir a clase. Y tras una conversación en la que procuro que el Cantona que me habita no haga uso de mi furia, le saco por fin la confesión: se aburre. Leyeron bien: el malagradecido no quiere saber más de fútbol porque se aburre.

Ahora déjenme volver a mi realidad para decirles que, curiosamente, es esta forma de estímulo la que impera en nuestras escuelas para asegurarnos de que nuestros niños se enamoren de la lectura.

El amor por una actividad no nace a través de una metodología que hace sentir su propósito: ¿quieres que tu hijo se enamore del fútbol? Regálale una pelota envuelta en papel colorido, llévalo de la mano a un parque, rían mientras patean la bola. Cuéntale las anécdotas del fútbol relacionadas a tu niñez. Y, mientras descansan mirando el cielo, relátale esa jugada de Maradona ante los ingleses que te hizo llorar cuando la viste en directo.

Si se trata de que tu hijo lea, haz algo parecido.

En los años que mis socios y yo visitamos colegios para promover la lectura nos hemos dado cuenta de que el primer ingrediente en la relación entre un niño y sus primeros libros debe ser el placer. Últimamente, a través de Recreo hemos inaugurado hermosas bibliotecas en escuelas olvidadas donde los niños pueden tumbarse a disfrutar los libros que más les atraen y pueden llevárselos a casa. Los encargados están aleccionados: nada de incomodarlos con disciplina inútil. Nada de tareas que parezcan tareas. Los resultados son maravillosos. Por ejemplo: hace seis meses el 21 % de los niños del colegio 14031 de Simbilá (Piura) decía tímidamente que le gustaba leer.

Hoy lo dice con entusiasmo el 96 %.

Es natural que en un inicio hayan respondido así: la mayoría de nuestros escolares asocian la lectura a repasar sus áridos libros de texto y no a vivir la aventura de la literatura.

No es que esté en desacuerdo con metodologías pedagógicas que miden la comprensión de lectura o con sistemas técnicos de monitoreo. Pero primero es lo primero: si quieres que un niño crezca con la noción de que la lectura es una buena compañera, la receta es más sencilla de lo que se piensa: asegurarse de que acceda a un libro y de que sienta placer con él.

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Published on December 07, 2013 02:57

November 9, 2013

Que licite tu abuela

Me reúno con Marina en una cafetería y veo que pide un espresso doble. Está acelerada y no parece querer bajar el ritmo. Luego de dar vueltas sobre las novedades de nuestros viejos conocidos finalmente aborda, entre sorbos, el tema por el que me citó.

–¬Necesito ayuda para las licitaciones– me dice.

Conviene que aclare aquí que Marina dirige una empresa productora de eventos que es fantástica. Ver a su equipo coordinar logísticas alambicadas y encargarse de la incertidumbre de los imprevistos es incluso inspirador.

–Últimamente me piden licitar cada vez más –me aclara–y necesito tu apoyo para las ideas.

A Carmen no le veo la cara, pero imagino que está igual de atareada que Marina. No me ha contestado un par de correos de trabajo que le he enviado en el lapso de dos semanas. Por fin una mañana me llega al teléfono un mensaje suyo.

–Te pido mil disculpas, pero estos días he estado como loca… he tenido tres licitaciones a la vez.

Conviene que aclare aquí que Carmen dirige una agencia de comunicación digital donde trabaja gente talentosa y siempre dispuesta a poner su mayor esfuerzo.

Luego de recordar estos episodios mi mente viaja aun más atrás, a la época en que yo también era parte de ese sistema perverso.

Porque la cosa es así: un anunciante decide lanzar una nueva campaña o invitar a un evento grandioso que comunique la relevancia de su marca y hace algo que, por ejemplo, a un carpintero le sería difícil de creer.

–Voy a pedirte que me construyas el mejor armario que se te ocurra. Lo mismo le estoy pidiendo a otros tres colegas tuyos. Pero solo te lo voy a pagar si es que es el que más me gusta.

Hace varios años, cuando era la cabeza de una agencia grande de publicidad, yo también me tomaba cafés dobles como Marina: gran parte de los desvelos y las horas extras que los jóvenes a mi cargo gastaban se debían a que varias cuentas se ganaban de esa manera. Si un anunciante grande te señalaba con el dedo para entrar a la licitación debías sentirte agradecido a pesar de que, en el fondo, es un aberrante llamado al desgaste y la injusticia. Porque también conviene que aclare aquí que en el muy probable caso de que tu trabajo no resulte el que más guste, no se te reconocerá el tiempo invertido. No estoy en contra de comparar opciones antes de tomar una decisión, lo que me parece pernicioso es el abuso de poder de quien tiene la sartén por el mango en este tipo de licitaciones.

Pero no quisiera quedarme solo en la denuncia de esta práctica que rebaja la calidad de vida de mucha gente, porque victimizar tampoco es prudente. En toda relación, desde las románticas hasta las laborales, el sistema que se crea entre las partes es responsabilidad de ambas. Y por eso llegó la hora de preguntar: Marina, Carmen, gente que vive de sus ideas, ¿por qué aceptan este sistema? Entiendo el temor a no poder pagar una planilla a fin de mes. Sin embargo, el miedo es, justamente, el peor de los combustibles que debería mover a una persona y a una organización. ¿Por qué no el orgullo de saberse bueno en lo que se hace? ¿Por qué no el placer que da cortar un eslabón en esta cadena que les resta sueño?

Sí, al principio les arderá que por no participar sea otro quien se lleve el cliente que debieron tener ustedes. Pero apostar sus tripas a favor de mejorar las prácticas de nuestra sociedad les traerá recompensas tarde o temprano.

Charlar relajadamente con un amigo puede que sea una de ellas.

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Published on November 09, 2013 02:00

October 4, 2013

September 14, 2013

¿Y cuál es el apuro?

Ahora que participo de la crianza de tres chicas adolescentes debo agradecer esos arrebatos, paradojas y ternuras que se mezclan con Crepúsculo, 9gag, Tumblr y Bruno Mars.

Como ocurre con los primerizos que solo hablan de sus bebés, el monotema de mis coetáneos de paternidad es la dificultad de entender a estos chicos que se creen grandes como para tomar sus decisiones pero que, en la práctica, no podrían sostenerse 48 horas fuera de sus casas.

Por ejemplo, el año pasado una mamá se quejaba de algo que he notado en una de mis hijas:

–Mi hijo sigue reprobando los mismo dos cursos desde el primer trimestre.

–¿Le has dicho que le conviene mejorar notas para entrar más fácilmente a la universidad?

–Le importa un carajo no estar en el tercio superior. Dice que igual va a ingresar.


Y el chico tenía razón: al año siguiente entró a una universidad privada que le dio todas las facilidades para tenerlo entre sus aulas.

Confieso que me gusta la idea de un joven que manda a volar un curso que no le interesa o que el colegio no ha sabido proponer como interesante. Pero me repele que crezca con la noción de que la falta de rigor en la vida no tiene consecuencias. Desafortunadamente, los padres que predicamos que hay que gozar hasta el tuétano las materias que nos gustan pero que también hay que saber torear con un mínimo de responsabilidad aquellas que no nos son afines, nos encontramos desarmados ante un sistema educativo que es muy permisivo con la mediocridad.

Hasta hace una década, el gran cuco relacionado a la educación para padres e hijos era el ingreso a la universidad. Nuestra literatura, publicidad y anécdotas nacidas en esos tiempos dan cuenta de mucho estudio y nervios. Ahora es el ingreso a la primaria de las escuelas privadas lo que le quita el sueño a los padres y, lamentablemente, a los pobres niñitos de cuatro años que no entienden esa ansiedad que los rodea.

¿Qué conclusión se saca de esta época en la que los niños enfrentan antes de tiempo el estrés de ingresar a un colegio y al salir son recibidos con suavidad en la universidad? Que lo que ocurre en medio es una gran estafa colectiva: asistimos a una gran faja transportadora que inocula la ilusión de la competitividad pero que en verdad se mueve en función al dinero, tal como ocurre con las avícolas que mantienen las luces encendidas en las noches para que los pollos piensen que es de día y sigan comiendo.

–Debo ir a la charla de la universidad de mi hijo –comentó hace poco la misma señora.

–¿Qué charla? –le dijimos.

–La que dan a los padres de familia.


Y con esa respuesta se confirmó algo que ya adelanté: a causa de la inmadurez imperante entre los egresados de nuestras escuelas, las universidades son extensiones de la secundaria. Ninguna persona que hoy tenga más de cuarenta diría que su padre tuvo que acompañarlo alguna vez a la universidad: hacerlo a la graduación (ni siquiera a la matrícula) era lo único imaginable.

¿Qué hacer, entonces, contra este sistema?

Boicotearlo.

Si no puede resistirse a la presión de meter a su hijo pequeñito en el estrés del ingreso a un colegio, al menos aliente su madurez antes de ingresar a la educación superior. Que antes viaje solo, que trabaje, que pase uno o dos años de responsabilidad controlada, porque pocas imágenes son tan patéticas como la de un universitario con su papito al lado.

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Published on September 14, 2013 04:36

August 17, 2013

La garúa de los medios

Me acabo de topar con el programa de Carlos Álvarez y veo que el comediante ha hecho una parodia de una reciente campaña peruana de la marca Everlast.

Con un maquillaje recargado y un rictus de terror, Álvarez caracteriza a Natalia Málaga, la entrenadora de vóley que se ha hecho célebre por arengar a sus pupilas con rugidos y palabrotas. La comedia es casi un calco del comercial que circula por las redes: Natalia Málaga conduce un autito en forma de guante de box para vengar a las conductoras que son despreciadas por los conductores machistas. A todos aquel que trata con desdén a una conductora por el hecho de ser mujer, ¡pum!, le da un choque con su auto enguantado y le saca propósito de enmienda con palabrotas.

Quizá usted se haya dicho lo mismo: ¿no es esa noción de que a la violencia hay que enfrentarla con más violencia la que ya ha originado tantos conflictos familiares y sociales en nuestro país? ¿No fue ese razonamiento lo que convirtió a la lucha contra el terrorismo en nuestro país en un desbande de excesos que solo vio su fin cuando se usó la inteligencia en lugar de la metralla indiscriminada? Pero ya ve. Una manera potencialmente terrible de tratar la violencia llena nuestras pantallas y le damos el amén entre risas.

Camino por la ciudad y me topo con tres mujeres hermosas y talentosas. Eso no tiene nada de malo, se podría decir que es hasta inspirador. Lo potencialmente nocivo ocurre cuando las tres han sido contratadas por una tienda por departamentos (en este caso es Ripley) para representar el ideal de la mujer moderna en el Perú y ni una de ellas –¡ni una de tres!– lo hace haciéndole justicia al mestizaje que es mayoritario en nuestro país. Maju Mantilla, Vanessa Saba y Stephanie Cayo merecen todo el aplauso que su talento genera y es obvio que no tienen la culpa de tener rasgos europeos. Lo malo es que hayan sido convocadas sin sopesar ese pernicioso mensaje latente que respiramos: que en nuestro país la meritocracia puede ser secundaria ante la blanquitocracia. A veces quisiera creer que exagero, pero cuando imagino a una chiquilla de Lima Este que aun no termina de formar sus pilares de seguridad toparse con mensajes así, veo que algo de razón me acompaña: lo más nocivo de discursos así es esa manera tan amable y “natural” con que se dispersan.

Hace unas tardes ampayé a dos de mis hijas frente a Combate. Entiendo que este programa concurso tenga tantos seguidores en la edad de las hormonas: participan chicas y chicos guapos que muestran mucha piel, genera pertenencia a través de los bandos competidores y, además, intenta crear relaciones entre sus concursantes para que el melodrama trascienda a la pantalla. Por ejemplo, esa tarde vi cómo los conductores se esforzaban para generar complicidad entre una concursante y un integrante recién llegado, aprovechando, además, que la concursante acababa de terminar su publicitada relación con uno de sus compañeros.

No aguanté más y hablé con mis hijas. No podemos dejar que nuestra juventud siga tomando como normal que la ventilación de los asuntos privados sea una buena moneda a cambio de lograr popularidad.

Honestamente, no creo que los responsables de estos ejemplos sean malas personas ni merezcan lapidación pública. Suelen ser personas creativas que están tan sumergidas en la problemática de su negocio, que ni se les ocurre las posibles consecuencias de mensajes que vistos superficialmente son hasta simpáticos. Ya que la responsabilidad social debería ser un ejercicio diario y no una etiqueta para sociales, ¿no sería bueno que las agencias de publicidad, los anunciantes y los medios tuvieran consultores de las ramas de la psicología para contrastar sus entusiasmos?

La mediósfera que tanto nos impacta es como esa garúa limeña de invierno: sus gotitas no se perciben, pero vaya que calan hasta los huesos.

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Published on August 17, 2013 04:05

July 25, 2013

June 22, 2013

Cinco mitos sobre nuestros colegios

El comunicado del colegio de mis hijas tenía razones para ser optimista: en la última evaluación censal que el Ministerio de Educación hizo en todo el país a niños de segundo grado, el colegio había obtenido un ponderado mayor al de su zona geográfica y bastante superior al del promedio nacional. Qué bueno, me dije. Sin embargo, pronto algo empezó a saberme mal: el número de estudiantes del colegio que había alcanzado el nivel óptimo de comprensión lectora era el triple al del resto del país en conjunto. Y cuando se trataba de matemáticas, ascendía a cinco veces más. Caramba. Ya ni quise imaginar cuánto crecería la brecha si se comparaba al colegio de mis hijas con solamente nuestras escuelas rurales.

Quienes tenemos la suerte de tener a nuestros hijos en colegios privilegiados (no confundir con caros, como se verá luego) tenemos también la responsabilidad de alzar la voz para que esa inequidad se desmorone, pues una sociedad mejor educada en general siempre será un mejor lugar para ellos. A quien ponga esto en duda solo le pondré este ejemplo: si un microbús atropella a su hijo por temeridad del chofer, la culpa no será de la máquina, sino de un sistema que no alienta el civismo ni los valores que trae una buena educación. Por lo tanto, hoy alzaré mi voz desde estas líneas, subrayando algunos mitos que he encontrado en torno a las escuelas a través de muchas charlas sostenidas con pedagogos y de mi labor de promotor de la lectura:


1. “Felizmente mi hijo está en un colegio privado”. No se confíe, que esto no es garantía de nada: nuestro sistema educativo es tan precario que sus deficiencias llegan a todos los rincones. Tampoco es garantía el hecho de que su colegio sea más caro: el colegio que más me ha impresionado en mis visitas por su metodología moderna está ubicado en el poco aristocrático distrito de Villa El Salvador y su rendimiento es tan o más envidiable que el del buen colegio de mis hijas. El mejor colegio no es ni público ni privado: es el que hace sentir contento a su hijo mientras le pone retos.


2. “Aquí los niños ya leen a los 5 años”. Pocas cosas son tan estúpidas como forzar a un niño para que sean nuestras expectativas, y no las suyas, las que se vean llenadas. En Finlandia, el país con la mejor educación pública del mundo, no se exige demasiado la lectoescritura hasta los 7 años. El riesgo a frustrar a un niño cuando aun no está listo se paga caro en el futuro.


3. “Mi hijo está respaldado por un equipo de profesores”. El educador León Trahtemberg compartió conmigo un hallazgo luego de visitar varios centros de excelencia educativa en el mundo: lo mejor es tener menos profesores, pero de excelente nivel. Si yo fuera un chico y tuviera frente a mí a un solo maestro que dominara todos los temas, podría relacionar mejor todas las asignaturas en la misma clase.


4. “Mi hijo es trome en Historia y también en Física”. Eso es bueno, ¿pero tendrá la habilidad de relacionar ambas materias? Por ejemplo, de qué manera un invento como la máquina de vapor (Física) ha incidido en que haya hoy tantos McDonalds en el mundo (Sociales). Fue el mismo León quien alguna vez me dijo que él apostaba por una currícula “pastel de chocolate” donde las materias/ingredientes están inseparablemente ligadas y no por una currícula “salchichón”, donde cada tajada sale separada y sin que el alumno sepa necesariamente su aplicación ni consecuencias prácticas.


5. “El problema nace en la casa. (O en el colegio)”. Desconfíe si el tutor de su hijo le hace sentir que el problema es totalmente de su niño, pero sea también autocrítico para evaluar si usted se involucra lo suficiente con el colegio que eligió. Todo niño necesita coherencia en su entorno. Si su colegio y sus padres están alineados en metas, principios y autocrítica, el niño se sentirá más reforzado en su largo camino al aprendizaje.

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Published on June 22, 2013 04:00

May 25, 2013

Porque no todos tienen una María

Esta historia se la he contado a poca gente y si hoy la hago pública es por frustración.

Tenía entre cuatro y cinco años. Mis padres me habían dejado por una temporada en la casa de mi abuela en Trujillo. De esos meses guardo retazos de anécdotas y algunas texturas; niñas que me fastidiaban en un nido al que no quería ir, o el sabor de unas rosquitas cajamarquinas.

Pero ningún recuerdo tan aquilatado como las noches con María Bardales.

Ella tenía dieciséis y era la única hija de Lola, la eterna empleada de mi abuela. Calculo que estudiaba el último año del colegio. Lo que sí es seguro es que quería ser maestra de escuela y, para mi fortuna, a mí me tocó ser su modelo de ensayo.

El esposo de mi abuela tenía en su biblioteca un viejo volumen titulado “Los titanes de la literatura infantil”. En él convivían relatos de Perrault, los hermanos Grimm, Wilde, Las mil y una noches; nombres pálidos si se los comparaba con Popeye o Astroboy. Pero María les daba brillo en la antesala de mis sueños: durante las noches se empeñaba en leerme uno de esos relatos cada vez. Para ella debió ser una forma maravillosa de compartir su bondad, su vocación y su instinto maternal. Pero para mí, fue una de los regalos más grandes que alguien me pudo dar: María, aquella chiquilla de moño y dicción impecable, introdujo en mi espíritu la noción de que esos artefactos de papel contenían misterios, emociones, enseñanzas y sabiduría. Fue, en otras palabras, la persona que hizo relacionar en mí a la lectura con el cariño. Por ello, no creo exagerar si confieso que gran parte de lo que ahora soy se lo debo a ella.

María murió de cáncer hace varios años.

Lloré. Lloré con pena y con gratitud. Me imaginé la suerte de los niños que tuvo a su cargo como maestra, pero también a tantos otros que se la perderían como modelo de formación.

Cuando mis hijas nacieron, fue María quien me acompañó en las noches en que me echaba con ellas para leerles relatos. Cuando con Javier Arévalo fundé Recreo, fue su ejemplo lo que me decía que incentivar la lectura en las escuelas era la mejor inversión. Y hoy, cuando me entero de que el proyecto LibroMóvil se estanca debido a la burocracia en nuestros gobiernos locales, es su recuerdo el que me llena de impotencia.

Lo que María Bardales practicó conmigo es algo que no pueden disfrutar todos los niños y jovenes de nuestro país: el acceso al libro. Nuestros chicos y sus padres pueden comprar juguetes, comida chatarra y hasta droga en las calles. ¿Pero libros? No. Solo piratas en el mejor de los casos, que es, en cierta forma, el peor. En Perú no hay más de 40 librerías para treinta millones de habitantes (una por cada 750 mil peruanos) y las bibliotecas son espacios muertos. El proyecto LibroMóvil, encabezado por el editor Álvaro Lasso, es una iniciativa que busca colocar en espacios transitados de nuestras ciudades libros formales a precios muy reducidos. Sus módulos han sido diseñados con practicidad y elegancia, y sus vendedores son jóvenes amantes de la literatura. Y si bien las instancias de cultura de la Municipalidad de Lima –y algunas distritales– le dieron su apoyo, la marea ilusionada encontró su dique en las oficinas legales. La causa es razonable, pero harto discutible: no se debe promover más comercio ambulatorio, aunque –¡Dios mío!– se trate de libros.

Si somos un país que da vergüenza en los rankings mundiales de comprensión lectora, es porque no todos han tenido la fortuna de tener a una María Bardales en su vida.

Y, también, porque ciertos burócratas suelen pensar que la gastronomía o solo la infraestructura nos acercarán al desarrollo más que los libros.

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Published on May 25, 2013 05:00

Gustavo Rodríguez's Blog

Gustavo Rodríguez
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