Gustavo Rodríguez's Blog, page 25

April 9, 2012

Tan lento que pasa rápido (2012)

Cuando nació Alesia me propuse tomarme sin falta una foto con ella en el día de su cumpleaños, siempre en la misma postura. En esa época no sabía que iba a tener dos hijas más, y que iba a tener que multiplicar la disciplina. Sin embargo, la tarea se ha cumplido hasta ahora.

En este vídeo lo puede comprobar.

La primera vez que lo vi sentí ternura y escalofríos. El crecimiento de los hijos encierra una perversa paradoja: es tan lento, que por eso pasa desapercibido. Cuando sabemos que pasará una estrella fugaz, le prestamos toda la atención al cielo para no perdérnosla. Con mis tres niñas ha ocurrido lo contrario.

No esperen a tener un vídeo como el mío para darse cuenta.


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Published on April 09, 2012 16:17

March 30, 2012

La bruta, el caviar y el vendepatria

Las mesas de buffet son un buen refugio para los compulsivos como yo. Esta vez me acompaña mi mujer, más que hermosa con ese vestido, quien se pone a mi lado mientras mis manos ametrallan la mesa. En ese instante se nos une una amiga y, al ver la forma en que ha venido arreglada, se me ocurre que las embajadas deben tener un trato con las peluquerías: en sus recepciones, la multiplicación de pelos lacios es más segura que la de los panes. Nos saludamos y empezamos a hablar de esas cosas ligeras que se dicen mientras se mastica al paso.  De pronto, aparece ella: una periodista conocida y bastante guapa que, desde el pedestal de sus tacos doce, saluda a los presentes con una sonrisa tímida. Nosotros la miramos con disimulo, sin dejar de comer. Mi mujer comenta:

–Qué alta es. Eso no se nota en la tele.

Nuestra amiga no esconde cierto desprecio:

–Oh, no sabes lo bruta que me parece esta chica.

Yo la sigo observando de reojo. La acaban de rodear tres tipos con pinta de abogado corporativo y ella asiente, se muestra amable, rechaza una copa de champaña. No me parece bruta. A lo mucho la podría tildar de poco incisiva, pero soy consciente de que en ciertos sectores se la percibe así.  En las redes sociales he notado el desprecio jubiloso con que la tratan. ¿Será porque fue reina de belleza antes de ser periodista? ¿Se deberá a que nuestra mente tiende a etiquetar lo que nos rodea sin puntos medios? ¿No vive ella en un mundo donde los cargadores de féretros tienen que ser negros, los empresarios corporativos tienen que ser crueles y la mujer inteligente tiene que ser poco femenina como Susan Sontag? ¿No será que para confirmar nuestros prejuicios nos abocamos a encontrar esos indicios en lugar de buscar otros que los desmientan? Al dejar aquella recepción recordé la última que no le perdonaron: un temblor fuerte mientras ella estaba al aire. Con la voz bastante pausada y sin levantarse de su asiento cometió un lapsus que contradijo su postura serena: "señores, no hay que tener ninguna calma, esto va a pasar." Al día siguiente la fusilaron en Facebook. Una de las mujeres que lo hizo había confesado, líneas atrás, que durante el temblor había volado escaleras abajo. Es decir, se burlaba de los nervios escondidos de la periodista cuando ella ni siquiera había controlado los suyos.

Alguna vez escuché que el prejuicio es algo que heredamos de nuestros antepasados: si no discernías en medio segundo lo que te convenía o no, podías terminar engullido por tu entorno. Esa costumbre de segregar en bandos lo que es bueno o es malo probablemente nos acompañe ahora en versiones que tratan injustamente a quienes no se ajustan a los patrones más fáciles de asimilar. Quién sabe si ahora que el tigre dientes de sable no nos puede comer ya, el prejuicio se haya convertido en una herramienta de supervivencia social o de contraseña para ser parte de un grupo seguro. Ser del bando de quienes piensan que todas las modelos son brutas, o que los izquierdistas no deben comer en buenos restaurantes o que todo gerente de minera es un vendepatria es una manera de caminar seguro en tu mundo.

Un mundo muy limitado, la verdad.

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Published on March 30, 2012 16:45

March 9, 2012

El peruano que no sabía cocinar

Un reportaje de Diego Zúñiga (Revista Qué Pasa, Chile)


Escribió la primera novela acerca del boom gastronómico de Perú, "Cocinero en su tinta", pero Gustavo Rodríguez no sabe preparar ni siquiera un aderezo. Tiene 43 años, además de escritor es un reconocido publicista y generó, sin querer, la última polémica que enfrentó a escritores y chefs en su país.


Ésta es una novela que da hambre. Es decir, es una novela que no se debe leer a eso del mediodía. Porque lo que ocurre en esta historia -donde hay demasiados ceviches, demasiados anticuchos, demasiadas papas a la huancaína- es que te dan ganas de abandonar sus páginas e ir a un restaurante peruano y comer eso: ceviche, anticuchos, pescados.



Aunque tampoco es tan fácil soltarla. Cocinero en su tinta, la última novela del peruano Gustavo Rodríguez (43), tiene esa gracia; eso de leer y avanzar, sin pausas, en este relato protagonizado por un chef, que en Perú es algo parecido a decir protagonizado por un rockstar. Porque allá decir Gastón Acurio, Rafael Osterling o Pedro Miguel Schiaffino -todos chefs famosos, importantes, reconocidos a nivel mundial- es como nombrar acá algún futbolista o algún personaje de la televisión. Es ése el nivel de fama, de reconocimiento, de visibilidad.


Y todos ellos tienen, a lo menos, un cameo en Cocinero en su tinta, la primera novela sobre el boom de la gastronomía peruana -que tan bien conocemos por estos lados-, y que es, en parte, la causa de la última polémica que se vivió en Perú. La última polémica gastronómica. La última polémica literaria.


***


Hace tres años, Gustavo Rodríguez tuvo una crisis personal. Una de ésas que lo cambian todo, que derrumban lo hecho y que te exigen que vuelvas a construir algo con esos escombros. Era un matrimonio muy largo que se terminaba. Era un divorcio que recién empezaba. Entonces, había que asumir esos cambios. En la vida, pero también en el trabajo. Rodríguez -que ya había publicado un par de novelas exitosas y que era reconocido en su labor como publicista- quería darle un giro a su carrera. Y ahí, entonces, aparece un día Julio Villanueva Chang -fundador de la revista Etiqueta Negra-, quien le dijo que era curioso que en la literatura peruana no hubiera textos acerca de su comida, tan presente en todos lados.


–Y como yo estaba en la búsqueda de un personaje con el cual pudiera dialogar sobre los temas que me estaban tocando en ese momento, me dije: "Bueno, un cocinero peruano podría ser esa persona que está pasando una crisis. ¿Por qué no?". Y ahí empezó todo –dice Rodríguez, al teléfono desde Lima.


Ahí empezó, primero, la investigación. Porque hay un detalle que es bueno saber y que Rodríguez lo cuenta con el tono de quien está diciendo una maldad: "Yo no sé cocinar". Sí, el autor de la primera novela que aborda el boom de la gastronomía peruana no sabe preparar ni siquiera un aderezo. Pero se ríe. Dice que es muy flojo para aprender a cocinar. Y lo dice después de haber pasado muchos días conversando con el chef Pedro Miguel Schiaffino -dueño del restaurante Malabar, en Lima-, quien lo ayudó a conocer el mundo y la cabeza de los cocineros peruanos. Y quien, también, se terminó convirtiendo en su amigo y en uno de los personajes principales de la novela.


–Siempre me atrajo la comida del Malabar, sobre todo porque en su carta había una vertiente amazónica, que era algo que quería que el protagonista tuviera. Schiaffino fue muy generoso. Cuando está en la cocina es un niño que juega todavía –cuenta Rodríguez.


Se juntaron varias veces. Rodríguez lo iba a visitar al restaurante, con su libreta, y le hacía preguntas. Intentaba meterse en su cabeza, saber cómo es un chef cuando está cocinando. Lo visitaba al mediodía y en las tardes. Y Schiaffino respondía, una y otra vez, mientras le mostraba cómo se hacían los platos que sirve en Malabar. Hablaban y comían, mientras Rodríguez, en su cabeza, iba dándole forma al protagonista de su novela –Rembrandt Bedoya– y a su historia: un chef reconocido, que se acaba de separar de su mujer, que está enamorado de otra, y que recibió una invitación para presentar un plato nuevo en el Madrid Fusión.


 Y ése es, en parte, el gran problema que tiene el protagonista: que no sabe qué plato inventar. Y ese mismo problema tuvo Rodríguez a la hora de pensar en la solución.–Yo me decía: 'pero qué invento que no esté hecho y que represente al país'. Entonces me inspiré en un plato que Schiaffino tiene en su carta (un rocoto acaramelado) y también en una comida que aparece en la novela Los eunucos inmortales, de Oswaldo Reynoso.

Cuando ya tuvo la novela casi lista, Rodríguez volvió a ir donde Schiaffino, pero esta vez no para preguntarle más cosas, sino para leérsela completa, en especial las partes donde el protagonista se enfrenta a la cocina y habla de recetas y de ingredientes.


–Yo le iba leyendo los pasajes y él me miraba y me decía, "sí, sigue, sí". A veces me sugería algunos cambios de ingredientes, pero fueron pocos. Cuando terminé de leérsela sentí que armé una obra verosímil y que estaba aprobada por un cocinero de talla mundial –dice Rodríguez entre risas.


***


Lo hace un par de veces en la novela, cuando presenta a algunos personajes. La idea es así: "Mi padre. Escoger un fogón antiguo/ y una viuda que cocine sin ganas./ Echar a calentar una olla y poner en ella:/ un camarón pequeño, casi una larva;/ papas de Colca, rocoto con venas./ Agregar a modo de arvejas consejos de tíos,/ mandados de farmacia, pensiones universitarias./ Añadir una esposa amorosa/ y quitarla antes de tiempo./ Al alcanzar el hervor,/ rociar generosamente con anís Nájar o pisco de Majes./ Mientras hierve, tapar la olla con una piedra encima./ Abandonar".


Eso: la vida de las personas como una receta de cocina. El cruce inevitable entre comida y biografía. Porque Rembrandt Bedoya tiene que inventar un plato y para eso entiende que debe regresar a sus orígenes, que ahí, en el pasado, en la infancia, están los elementos que lo ayudarán a resolver ese problema.


Y si hiciéramos ese ejercicio con la vida de Gustavo Rodríguez, tendríamos que poner en la olla su infancia en Trujillo -al norte del Perú-, los años 80 como estudiante de Publicidad en Lima, la idea de crear y de contar historias, primero como publicista y luego como escritor. Y, claro, los premios y el reconocimiento que le han llegado con sus trabajos. Y una pizca, casi siempre, de polémica. Como lo demuestra esta última novela.


La historia es así: el 1 de febrero pasado, el escritor Iván Thays –finalista del Premio Herralde y creador del blog Moleskine Literario– publicó en su nuevo blog de El País un texto donde mencionaba la aparición de la novela de Rodríguez, para luego confesar que nunca le ha gustado, particularmente, la cocina peruana. De hecho, escribió: "Mis restaurantes favoritos son los de pasta y creo, honestamente, que la comida peruana es indigesta y poco saludable".


Y fueron esas últimas palabras las que generaron un revuelo de aquellos en Perú. Con insultos. Con más de 1.000 comentarios en el blog. Con la noticia apareciendo en diarios y en la televisión. Con los chefs preguntando quién era Iván Thays, con los escritores defendiéndolo, y con Gustavo Rodríguez no entendiendo nada.


Cuando Thays publicó el post, Rodríguez estaba en el Hay Festival, en Cartagena de Indias, en una burbuja de literatura con otros escritores. Así que no supo nada hasta que, cuando aterrizó en Lima, a la mañana siguiente vio que en Twitter y en Facebook estaban haciendo leña con Thays.


–Yo lo dije: "Prefiero un país con mala cocina, pero con educación y tolerancia".


Rodríguez no lo podía creer. Y es que en Perú, el tema de la gastronomía es algo casi intocable.  Es un orgullo nacional.


–Perú es un país que idealiza mucho, que tiene ideas equivocadas sobre su historia y sobre su realidad. Desde lo más tonto, como que creemos que fuimos grandes en el fútbol, cuando eso no es cierto. Llegar a ser séptimo en un mundial (en 1970) no significa ser grande –dice–. Tenemos un discurso acerca de lo peruano, lo reivindicamos, pero no recordamos que el ceviche no existiría sin España, de donde trajeron el limón, la cebolla. Estamos dando los primeros pasos para ser una comida importante. Ya se habla de nosotros en el vecindario y en otros países. Pero vamos paso a paso.



Y en esa internacionalización, la figura de Gastón Acurio fue -y sigue siendo- muy importante. Por eso Rodríguez no la obvia y lo retrata como el hombre que dio ese primer paso, pero sin olvidar a los otros. A los cientos de cocineros anónimos. A los que tienen puestos en la calle, a los que venden anticuchos, a la gente del interior, del Amazonas, que fueron los primeros en experimentar.


–Ellos hicieron la primera plataforma para que cocineros más profesionales pusieran técnica y concepto, y transformaran lo artesanal en arte, en muchos casos –explica Rodríguez, quien en la novela pone a Ferran Adrià como uno de esos artistas. Y a Gastón Acurio también, aunque con un mayor protagonismo.


De esta forma, Rodríguez va armando el universo de los cocineros.  Con una mirada que se pasea entre la admiración y la crítica, que ve a los chefs como héroes: "La culpa la tienen los futbolistas. Si tuviéramos un fútbol de putamadre, no se pensaría en los cocineros como salvadores de la nación", escribe.


***


Con el paso de las semanas, la polémica fue desapareciendo. Pero la mención de Thays terminó convirtiéndose, de alguna forma, en la mejor campaña publicitaria para la novela. Ya casi se agota la primera edición y Rodríguez espera presentarla pronto en distintos países, incluido Chile, donde en 2010, durante la Feria del Libro de Santiago, junto a Alberto Fuguet lanzó su novela anterior: La semana tiene siete mujeres.


Pero no sólo esto lo une a Chile. Porque hace casi 10 años fue, en parte, el causante de una polémica entre Perú y nuestro país que generó una "guerra" comercial. Y todo por un racimo de uvas.


De la revista Caretas le pidieron una imagen para acompañar un reportaje y él hizo un racimo de uvas –con la forma de Sudamérica– al que le sacó los gajos en la franja de Chile. Frente al territorio decía: "Chile, despídete del pisco". Alguien la colgó en internet y ahí explotó todo.


–Me acuerdo de haber estado haciendo zapping y vi a chilenos rompiendo el aviso frente a las cámaras y dije: "¡No, pero tan lejos llegó esto!". Luego, a raíz de toda esa polémica, cuando se supo que Chile declararía un Día Nacional de la Piscola,  y como los peruanos hacemos las cosas con retardo, se instituyó el Día del Pisco Sour.


Ahora, más lejos de la publicidad y más cerca de la literatura, está trabajando en una nueva novela acerca de un país sudamericano en tiempos de elecciones presidenciales. Recién está comenzando, pero Rodríguez sabe del tema: en el 2000 fue asesor de Alejandro Toledo cuando éste se enfrentó con Fujimori.


–Fue interesante trabajar en una época en la que había un régimen que de verdad te seguía. Toda aquella campaña la hicimos cuando no se sabía totalmente la podredumbre que había detrás de este régimen, pero se sentía –dice y explica, rápido, que no busca retratar esa experiencia en la novela. Que tendrá que investigar, nuevamente, aunque esta vez no entrevistará a nadie en una cocina.


Para leer este artículo en su versión original, haga clic aquí .


 


 


 



Páginas de este artículo:

 



 


 


 


 


 

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Published on March 09, 2012 10:47

March 2, 2012

Julio sí paga el menú

Cuando Julio Campos –conocido mío, veintidos años, soltero– va a un restaurante y siente que no es bien atendido, reclama sin empacho. Su razonamiento es irrebatible: si ha entrado a un local para pagar por un servicio, ese desembolso debe ser compensado. Algo parecido ocurre cuando siente que su operador de telefonía celular no le da un buen servicio. Sin embargo, es curioso cómo esta noción de ida y vuelta es clarísima en Julio cuando se trata de su relación con el sector privado, y no tanto cuando se trata de una relación de ciudadanía. Por ejemplo: hace unas semanas me enteré de que Julio hizo unas pintas en unas paredes de su ciudad. Una de ellas decía "Agua sí, mina no", y no lo voy a criticar por eso. Creo que está equivocado (minería con buena gestión del agua sí es posible en nuestro país y existen los ejemplos) pero eso nace de una falta de información, y no de una incoherencia, como sí lo demuestran las otras pintas que hizo. Estas decían: "Canon sí, mina no".

Esperar en tu región dinero proveniente de la minería mientras la rechazas, es como querer que Movistar te dé el servicio sin tú pagar nada a cambio.

Con los tributos municipales ocurre algo similar.

Hace poco un alcalde distrital me comentaba de qué manera sus vecinos le exigían obras a la vez que exhibían una morosidad preocupante con sus tributos. Sin embargo, aquel alcalde me dijo haber encontrado una salida: que los tributos municipales estuvieran incluidos en el recibo de un servicio capital para el vecino, como el agua, la electricidad o el teléfono. Y es que, obviamente, uno no ve que Movistar o Luz del Sur saquen a fin de año banderolas con amnistías para que pagues: si no lo haces, te cortan el servicio. Sería una forma práctica de aprovechar esa noción de cumplimiento con el sector privado y cortar de un sopapo la displicencia que sí existe cuando se trata de nuestros deberes como ciudadanos. No sé si aquel alcalde supere las barreras para poner en práctica su idea. Espero que sí lo haga. Pero más deseo que desde ahora, en nuestras escuelas, a los chicos les estén enseñando formas prácticas de ser ciudadanos en vez de hacerlos paporretear estrofas sagradas para despertar un supuesto amor a la Patria.

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Published on March 02, 2012 15:30

February 22, 2012

Los arqueros de fútbol y los premios literarios

El escritor peruano Gustavo Rodríguez utiliza una curiosa alegoría futbolística para hablar de los premios literarios.




La risa de tu madre La risa de tu madre (Alfaguara, 2003)

Compra la versión digital en:

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Published on February 22, 2012 11:49

February 18, 2012

Un cotarro insólito de literatura, gastronomía y un largo etcétera

Entrevista de Sergio Llerena y fotos de Elías Alfageme (Revista Correo Semanal)


La revista Correo Semanal de Lima publicó en febrero de 2012 una entrevista a Gustavo Rodríguez con ocasión de la polémica accidental que acompañó la aparición de su novela "Cocinero en su tinta".


Para leer la entrevista completa, haga clic en la parte 1 y la parte 2.

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Published on February 18, 2012 05:07

February 11, 2012

Hincándole el diente a una novela

Entrevista realizada por Enrique Planas (El Comercio).


A pesar de no saber cocinar, el autor puso a hervir las obsesiones gastronómicas de los peruanos con su nueva novela. Pero el libro es mucho más que una crónica de cocina.


Se comenzó a hablar de ella antes de ser leída. Ahora, cuando los lectores ya le hincan el diente a "Cocinero en su tinta", una tonta polémica se disuelve y las cosas empiezan a ponerse en su sitio. Muchos podrían pensar que Gustavo Rodríguez cosechó feliz la publicidad gratuita al lanzar su cuarta novela. Pero no. Más bien sintió una inquietud, el miedo de haberse convertido, por unos días, en personaje de farándula. "Temo que el recuerdo que se tenga de esta novela se haya contaminado", me dice antes de comenzar esta entrevista. "Es una novela que escribí sin pensar en buscar polémica", advierte.


Yo le creo. No solo porque el escritor es un buen amigo, sino porque al leer la novela descubro que el libro no es "la primera novela sobre el 'boom' de nuestra gastronomía" como pomposamente la promocionaron. Es mucho más que eso. Al inventar un álter ego, el exitoso chef peruano Rembrandt Bedoya, Rodríguez pone a hervir en la olla su propia biografía: el recuerdo de su abuela, la difícil relación con su padre, el fin de su matrimonio y el renacimiento gracias a una nueva relación. Y todo ello cocido por la angustia de todo artista frente a su proceso creativo.


Quien te conoce aprecia el enorme parecido entre el autor de "Cocinero en su tinta" y su protagonista, el chef Rembrandt Bedoya. ¿La cocina y la escritura son dos actividades más parecidas de lo que se cree?

Ambas tienen en común la posibilidad de ver de inmediato el resultado de lo que se ha querido plasmar. Un cocinero, como un escritor, juega con ingredientes conocidos que al combinarlos de determinada manera generan un resultado nuevo y distinto.


En tu libro encuentro otro parecido: tanto escritores como cocineros viven en un medio marcado por la envidia, el recelo y los egos.

Para mí era poco creíble que el gremio de cocineros no tuviera rencillas, celos o envidias. En profesiones creativas siempre existen guerras de vanidades. De alguna manera, quise trasladar eso a la novela. Sin embargo, nuestros cocineros saben dominar sus egos y eso es digno de aplaudirse. Al contrario de los escritores, ellos se presentan como un gremio muy cohesionado.


Rembrandt Bedoya ha sido tu disfraz para hablar de ti mismo. Hay mucho de ti en el libro…

Esta novela me ha servido para expiar muchas culpas. Acabar una relación me generó culpa. No haber tenido una buena relación con mi padre por muchos años, también. Por eso me preocupa tanto que se crea que es una novela sobre el 'boom' gastronómico. Su masa se asienta en una crisis íntima, personal.


Al revelar tu privacidad, gente cercana a ti puede sentirse afectada…

Afortunadamente, a lo largo de todo este proceso llegué a comunicarme con todos ellos. Esta novela no es una sorpresa ni un ajuste de cuentas ni un desquite.


En el libro aparecen, con nombre propio, Gastón Acurio, Pedro Miguel Schiaffino, Rafael Osterling, entre otros. ¿Cómo te animaste a plasmar el quién es quién de la gastronomía peruana?

Me parecía que el lector local iba a notar falso o maquillado que inventara a un "Gastón Arellano". Por eso decidí arriesgarme a poner sus nombres tal cual.


¿Tuviste que entrevistar a muchos cocineros para escribir tu novela?

Sí. Fueron muy generosos conmigo, sobre todo Pedro Miguel Schiaffino. Tanto que me quedé con su voz y lo convertí en un personaje. Yo no sé cocinar. Por lo mismo me sentí obligado a investigar lo más posible.


La novela muestra a Gastón en dos aspectos: la de la estrella generosa con los colegas, que, sin embargo, puede eclipsarlos.

Para quien está fuera del sector culinario, existe un Gastón idealizado: es el peruano que todos quisiéramos ser o deberíamos imitar. Pero al moverte entre quienes lo conocen, descubres los celos de los colegas. Eso quise mostrarlo en su relación turbia con el protagonista de la novela.


¿Y luego de investigar en tantos restaurantes, puedes responder dónde se come mejor en Lima?

En Malabar y en Rafael. Los descubrí gracias al libro.


Tu protagonista dice en la novela que Schiaffino cocina mejor que Gastón. ¿Piensas lo mismo?

Sí, lo creo.


¿Por qué?

Es más autor que Gastón.


Y, a riesgo de generar una nueva polémica, ¿qué no te gusta de la cocina peruana?

No puedo comer olluquito. ¡Ni me lo sirvan!


Para ingresar a la entrevista original, haga clic aquí.

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Published on February 11, 2012 08:34

Diez segundos para las doce

Cuando trabajaba exclusivamente en la publicidad e iba ascendiendo posiciones en ella, me fui dando cuenta de que era parte de un tejido donde la vanidad y los egos se sujetaban a doble pespunte. Las revistas gremiales ideadas para vernos retratados en ellas, los festivales de creatividad que lucraban con nuestros anhelos y los sarcasmos que solíamos usar con nuestros colegas eran algunos de sus síntomas.

Cuando pasé a pertenecer al gremio de escritores pensé que aquello iba a ser diferente.

Sin embargo cambiaron los temas de discusión y algunas muestras de frivolidad, pero la pugna por ser mejor percibido que el colega se mantuvo.

Como bien lo señala Juan Manuel Robles, Gastón Acurio y los demás cocineros peruanos deben ver con extrañeza a este gremio literario donde los integrantes se atacan de manera irracional. Porque lo lógico y benéfico es, justamente, hablar bien de tu competidor (o matizar sus falencias) para el beneficio de todos: si los escritores peruanos recomendáramos nuestras obras mutuamente en vez de rebajarnos entre nosotros, seríamos mucho más leídos. Cuando se refería a la producción de espectáculos, Jerry Lewis lo decía de esta forma: "mientras mejor le vaya a mi competencia, mejor me irá a mí".

Debo confesar que a veces me dan accesos de tristeza cuando veo que un colega o un crítico ataca sin necesidad a un amigo mío o a mí mismo. Pero, aunque lo siguiente suene descabellado, hay momentos en que el astrónomo Carl Sagan viene en mi ayuda. Yo era un chico cuando su programa, Cosmos, era transmitido por nuestra televisión. Recuerdo de manera especial el episodio de su calendario cósmico: Sagan se paseaba por un enorme calendario anual al que había trasladado proporcionalmente los eventos del Universo. Así, los primeros segundos del 1 de enero estaban ocupados por la gran explosion que dio origen a nuestro Universo, y hacia setiembre ya se había formado nuestro sistema solar. Lo que no dejó de impresionarme hasta hoy fue lo siguiente: toda la historia de la humanidad que se encuentra en nuestros libros aparece recién cuando faltan 10 segundos para que termine el 31 de diciembre. Todas nuestras guerras, pasiones y proezas no eran más que los últimos segundos de aquel calendario. Aristóteles, Shakespeare, Víctor Hugo y otros gigantes del pensamiento no son más que apariciones levísimas en la enormidad del conjunto que nos acoge. Así que si esas mentes portentosas no son, a la luz de nuestra Historia, más que unas frágiles briznas, ¿qué no seré yo cuando me creo mejor que los demás? ¿Qué no será aquel colega que quiere surgir de la manera equivocada?

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Published on February 11, 2012 04:38

February 9, 2012

“Escribir sencillo puede ser lo más complicado del mundo”

Entrevista realizada por Edwin Chávez (La Mula).


Gustavo Rodríguez tiene pruebas. Hace unas semanas encontró unos cuentos que él había escrito a los dieciséis años. La anécdota me la contó al final, luego de la grabación, como testimonio de que es un escritor que incursionó en la publicidad y no un publicista que incursionó en la literatura. Él confiesa ser un escritor a quien los libros le llegan a raíz de su experiencia personal, y que a partir de allí intenta ambientarlos en un contexto determinado. También confiesa ser un escritor matutino (escribe de 9:00 de la mañana a 1:00 de la tarde) y que su estilo no es aséptico sino más bien neutro, todavía en maceración. ¿Página en blanco? No. Para él eso se llama miedo al compromiso. Quizá por eso, uno podría concluir que Rodríguez es un escritor que se compromete bastante. Ya ha publicado cuatro novelas y va camino a la quinta. Esta es una entrevista que buscó ser literaria desde el inicio. Conocer al escritor Gustavo Rodríguez (no al publicista).


¿Cómo te surgen los libros?

A mí me surgen por distintas razones. Mi primera novela surgió por una necesidad de reconciliarme con la adolescencia; mi segunda novela salió a raíz de una imagen, una foto de mi abuela muy triste. Y esta última me parece que nace a raíz de una crisis personal. Entonces no es raro que el protagonista de la novela sea alguien a quien también se le desencadena la crisis personal mientras trata de encontrar una salida creativa a este oficio.


¿Cuál ha sido el proceso de investigación de este libro? ¿Hasta dónde llegaste? ¿Qué elementos has usado?

Traté de investigar en lo posible como para hacer una especie de crónica, teniendo en cuenta de que no iba a usar todo ese material, porque la novela no es una crónica ni pretende serlo. Lo que hice fue hablar mucho con varios cocineros. Varios cocineros top del país, porque quería saber cómo era ese mundo. También hablé mucho con cocineros que son más anónimos, que no son superestrellas. Y también con gente como Mariano Valderrama, gastrónomos, historiadores, para conocer más a fondo las raíces y cimientos que sostienen esta punta de iceberg.


Cuéntame cómo fueron tus inicios literarios. ¿Qué autores te han influenciado?

Yo siempre sostengo que no existe un libro ideal, sino momentos en los que uno se conecta con determinados libros. Y esa unión hace estos encuentros maravillosos que a uno lo marcan. Según cada edad, te puedo decir que cuando era niño a mí me subyugó Julio Verne, me leí varias de sus obras por una hepatitis que no terminaba jamás. Me leí tres veces las Tradiciones peruanas de chico, en una edición catalana que mi papá alguna vez me compró. Descubrir a Bryce Echenique fue un acontecimiento cuando era chico, porque yo soy de una generación que creció leyendo a la fuerza en los colegios a Ciro Alegría, leyendo el Tungsteno, a Clorinda Matto de Turner. Y de pronto me topo Con Jimmy en Paracas y digo “Wow”, esto también es literatura, esto también me está tocando, esto me hace reflexionar sobre cosas que a mí también me pasan. Y ni qué decir con Cortázar a los 16 y 17 años cuando quería quedar bien con las chicas hablando de Patafísica. Ahora, yo jamás podría ser un profesor de literatura, porque primero olvido lo que leo, sé que todo se deposita en mí de manera inconsciente, pero soy incapaz de acordarme pasajes, de recitar poesía.


Tú tienes un estilo neutro, sencillo, coordinado. ¿Crees que has encontrado tu estilo literario? ¿O crees que todavía estás en la búsqueda de una voz?

Yo creo que ya pasé la etapa en la que trataba de emular a mis héroes. Creo que estoy en una etapa neutra donde he aprendido que es mejor no tratar de dar un trazo más a la pluma.


¿Es un aprendizaje que lo obtuviste a raíz de tu profesión de publicista o a través de tu proceso de escritura?

No, me he dado cuenta de aquello contrastando mi proceso de escritura con lo que he podido rescatar de varias críticas que recibido en el pasado. Yo tengo amigos escritores que son muy duros cuando tienen que serlo, y le presto atención mucho a alguna de las cosas que me dicen. Tengo un amigo escritor que es enemigo del ripio más pequeño. Yo no soy tanto así, pero sí me quedo con esa idea. Y me es muy claro, hoy en día, que a veces escribir sencillo puede ser lo más complicado del mundo. Ya ya dejé atrás las figuras, trataba de imitar a Cortázar, a García Márquez, tuve esa época. Ahora probablemente haya gente que me acuse de tener un estilo demasiado limpio, aséptico, pero no lo creo. Yo creo más bien que tengo un estilo que está todavía en su maceración.


Uno de los ragos más resaltantes e interesantes en tu obra es el humor. Es algo que está en tu primer libro. Y parece que tú lo haces de manera natural. ¿Lo planeas mucho? ¿Cómo construyes el humor en tus libros?

Yo soy un tipo que ha aprendido a lidiar los malos momentos con humor. A veces me sale mal en la vida real; a veces en una situación dramática, con mi pareja, por ejemplo, se me ocurre hacer una broma que no cabe, y la embarro terriblemente. Pero es mi forma de defenderme y de aquello que me aterroriza. Y en cuanto a la estrategia de mis obras, sí planeo en la estructura que haya algún personaje o situaciones curiosas que puedan llevar a la risa. Pero ya es en la confección del texto donde me salen espontáneamente algunas cosas que no estaban previstas. Por ejemplo, en Cocinero en su tinta, sí me provocaba tener un personaje que le sacara una sonrisa al lector con su forma de ver el mundo. Es el caso de Lucho Lacunza, este jefe de mozos, ex barrista, casi asesino. Entonces me parecía interesante esta conversión y este humor desenfadado a través de un personaje. Eso sí fue pensando desde un inicio, pero las demás situaciones humorísticas salieron en el día a día.


Tú señalas que tu libro es la representación de un proceso creativo, que no has querido mostrar el boom gastronómico. De hecho, el personaje Bedoya se considera un artista. ¿Qué similitudes encuentras tú entre la labor de un escritor y la de un cocinero?

Es una pregunta difícil, se me ocurren muchas diferencias. Pero en similitudes, a ver, ambos trabajaban con distintos elementos: un cocinero con elementos tangibles, un escritor con elementos más etéreos. Sin embargo, ambos tienen la facultad de mezclar esos elementos de tal manera que logren sacarle al lector o al comensal un ángulo distinto de lo que pensaba encontrar.


¿Qué le convertiría entonces a Bedoya en ser un artista?

Yo creo que el hecho de poder transmitir un concepto o una emoción a través de la mezcla correcta y específica de unos ingredientes. Que es lo que él intenta hacer al final de la obra, representar su propia historia y de paso la de su país a través de pocos ingredientes. Yo creo que en momentos así la cocina podría considerarse arte.


¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Escribes ocho horas diaras?

En realidad el proceso es el mismo cuando se trata de una novela. Yo no empiezo a escribir hasta no saber cómo va a terminar. Yo soy muy ordenado o trato de serlo, y antes de sentarme a escribir ya tengo más o menos los compartimentos del libro con los tipos de conflictos. Y teniendo más o menos claro ahí sí me pongo a escribir. Y tengo que confesar que, entre el momento en que tengo claro la estructura y el de escribir, hay un miedo terrible. Porque yo tengo la sensación de que el miedo a la página en blanco de un novelista tiene que ver no necesariamente con que no se te ocurra nada, sino con el miedo al compromiso, porque sabes que al empezar ese primer tecleo no vas a terminar hasta que la novela no llegue a su fin. Y pueden ser años.


¿Tú escribes de un tirón o tomas tu proceso de escritura por ratos?

Trato de hacerlo de un tirón. Lo que hago últimamente ahora, que ya me estoy dedicando más a escribir, es tomar las mañanas de todas las semanas, de nueve a una, y de ahí ya me pongo a hacer las cosas que competen con mi familia, mi consultoría, trabajos de comunicación.


Una crítica que yo podría hacer a Cocinero en su tinta, que señala Juan Carlos Méndez en su blog de La mula, es que por momentos ese tour gastronómico llega a ser superficial y hasta forzado. ¿Cuál fue tu propósito en sí en mostrar este tour al lector?

Me parece que la intención era llenar la atmósfera de estos lugares que le den la sensación al lector de que Lima es una ciudad que mira mucho a sus restaurantes. Que el peruano si no está comiendo, está hablando de lo que comió. Entonces yo ponía, como alfileres en el mapa, los lugares por los que el personaje va pasando en su auto, diciendo al vuelo “Ah, este lugar no lo he visto”. Quería transmitir eso. Pero sí, visto de esa manera, es una guía muy etérea.


Ahora estás en un proyecto que te va a demorar 3 años. ¿Ya has pasado la página en blanco y llegó el compromiso? ¿Es una novela política?

Sí, ya pasé la página en blanco, pero no es una novela política, sería muy pretencioso decir eso. Va a tener que ver con la forma en que se desorganiza un país en elecciones presidenciales, sobre todo en un país como el nuestro.


Para ingresar a la entrevista original, haga clic aquí.

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Published on February 09, 2012 09:08

"Escribir sencillo puede ser lo más complicado del mundo"

Entrevista realizada por Edwin Chávez (La Mula).


Gustavo Rodríguez tiene pruebas. Hace unas semanas encontró unos cuentos que él había escrito a los dieciséis años. La anécdota me la contó al final, luego de la grabación, como testimonio de que es un escritor que incursionó en la publicidad y no un publicista que incursionó en la literatura. Él confiesa ser un escritor a quien los libros le llegan a raíz de su experiencia personal, y que a partir de allí intenta ambientarlos en un contexto determinado. También confiesa ser un escritor matutino (escribe de 9:00 de la mañana a 1:00 de la tarde) y que su estilo no es aséptico sino más bien neutro, todavía en maceración. ¿Página en blanco? No. Para él eso se llama miedo al compromiso. Quizá por eso, uno podría concluir que Rodríguez es un escritor que se compromete bastante. Ya ha publicado cuatro novelas y va camino a la quinta. Esta es una entrevista que buscó ser literaria desde el inicio. Conocer al escritor Gustavo Rodríguez (no al publicista).


¿Cómo te surgen los libros?

A mí me surgen por distintas razones. Mi primera novela surgió por una necesidad de reconciliarme con la adolescencia; mi segunda novela salió a raíz de una imagen, una foto de mi abuela muy triste. Y esta última me parece que nace a raíz de una crisis personal. Entonces no es raro que el protagonista de la novela sea alguien a quien también se le desencadena la crisis personal mientras trata de encontrar una salida creativa a este oficio.


¿Cuál ha sido el proceso de investigación de este libro? ¿Hasta dónde llegaste? ¿Qué elementos has usado?

Traté de investigar en lo posible como para hacer una especie de crónica, teniendo en cuenta de que no iba a usar todo ese material, porque la novela no es una crónica ni pretende serlo. Lo que hice fue hablar mucho con varios cocineros. Varios cocineros top del país, porque quería saber cómo era ese mundo. También hablé mucho con cocineros que son más anónimos, que no son superestrellas. Y también con gente como Mariano Valderrama, gastrónomos, historiadores, para conocer más a fondo las raíces y cimientos que sostienen esta punta de iceberg.


Cuéntame cómo fueron tus inicios literarios. ¿Qué autores te han influenciado?

Yo siempre sostengo que no existe un libro ideal, sino momentos en los que uno se conecta con determinados libros. Y esa unión hace estos encuentros maravillosos que a uno lo marcan. Según cada edad, te puedo decir que cuando era niño a mí me subyugó Julio Verne, me leí varias de sus obras por una hepatitis que no terminaba jamás. Me leí tres veces las Tradiciones peruanas de chico, en una edición catalana que mi papá alguna vez me compró. Descubrir a Bryce Echenique fue un acontecimiento cuando era chico, porque yo soy de una generación que creció leyendo a la fuerza en los colegios a Ciro Alegría, leyendo el Tungsteno, a Clorinda Matto de Turner. Y de pronto me topo Con Jimmy en Paracas y digo "Wow", esto también es literatura, esto también me está tocando, esto me hace reflexionar sobre cosas que a mí también me pasan. Y ni qué decir con Cortázar a los 16 y 17 años cuando quería quedar bien con las chicas hablando de Patafísica. Ahora, yo jamás podría ser un profesor de literatura, porque primero olvido lo que leo, sé que todo se deposita en mí de manera inconsciente, pero soy incapaz de acordarme pasajes, de recitar poesía.


Tú tienes un estilo neutro, sencillo, coordinado. ¿Crees que has encontrado tu estilo literario? ¿O crees que todavía estás en la búsqueda de una voz?

Yo creo que ya pasé la etapa en la que trataba de emular a mis héroes. Creo que estoy en una etapa neutra donde he aprendido que es mejor no tratar de dar un trazo más a la pluma.


¿Es un aprendizaje que lo obtuviste a raíz de tu profesión de publicista o a través de tu proceso de escritura?

No, me he dado cuenta de aquello contrastando mi proceso de escritura con lo que he podido rescatar de varias críticas que recibido en el pasado. Yo tengo amigos escritores que son muy duros cuando tienen que serlo, y le presto atención mucho a alguna de las cosas que me dicen. Tengo un amigo escritor que es enemigo del ripio más pequeño. Yo no soy tanto así, pero sí me quedo con esa idea. Y me es muy claro, hoy en día, que a veces escribir sencillo puede ser lo más complicado del mundo. Ya ya dejé atrás las figuras, trataba de imitar a Cortázar, a García Márquez, tuve esa época. Ahora probablemente haya gente que me acuse de tener un estilo demasiado limpio, aséptico, pero no lo creo. Yo creo más bien que tengo un estilo que está todavía en su maceración.


Uno de los ragos más resaltantes e interesantes en tu obra es el humor. Es algo que está en tu primer libro. Y parece que tú lo haces de manera natural. ¿Lo planeas mucho? ¿Cómo construyes el humor en tus libros?

Yo soy un tipo que ha aprendido a lidiar los malos momentos con humor. A veces me sale mal en la vida real; a veces en una situación dramática, con mi pareja, por ejemplo, se me ocurre hacer una broma que no cabe, y la embarro terriblemente. Pero es mi forma de defenderme y de aquello que me aterroriza. Y en cuanto a la estrategia de mis obras, sí planeo en la estructura que haya algún personaje o situaciones curiosas que puedan llevar a la risa. Pero ya es en la confección del texto donde me salen espontáneamente algunas cosas que no estaban previstas. Por ejemplo, en Cocinero en su tinta, sí me provocaba tener un personaje que le sacara una sonrisa al lector con su forma de ver el mundo. Es el caso de Lucho Lacunza, este jefe de mozos, ex barrista, casi asesino. Entonces me parecía interesante esta conversión y este humor desenfadado a través de un personaje. Eso sí fue pensando desde un inicio, pero las demás situaciones humorísticas salieron en el día a día.


Tú señalas que tu libro es la representación de un proceso creativo, que no has querido mostrar el boom gastronómico. De hecho, el personaje Bedoya se considera un artista. ¿Qué similitudes encuentras tú entre la labor de un escritor y la de un cocinero?

Es una pregunta difícil, se me ocurren muchas diferencias. Pero en similitudes, a ver, ambos trabajaban con distintos elementos: un cocinero con elementos tangibles, un escritor con elementos más etéreos. Sin embargo, ambos tienen la facultad de mezclar esos elementos de tal manera que logren sacarle al lector o al comensal un ángulo distinto de lo que pensaba encontrar.


¿Qué le convertiría entonces a Bedoya en ser un artista?

Yo creo que el hecho de poder transmitir un concepto o una emoción a través de la mezcla correcta y específica de unos ingredientes. Que es lo que él intenta hacer al final de la obra, representar su propia historia y de paso la de su país a través de pocos ingredientes. Yo creo que en momentos así la cocina podría considerarse arte.


¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Escribes ocho horas diaras?

En realidad el proceso es el mismo cuando se trata de una novela. Yo no empiezo a escribir hasta no saber cómo va a terminar. Yo soy muy ordenado o trato de serlo, y antes de sentarme a escribir ya tengo más o menos los compartimentos del libro con los tipos de conflictos. Y teniendo más o menos claro ahí sí me pongo a escribir. Y tengo que confesar que, entre el momento en que tengo claro la estructura y el de escribir, hay un miedo terrible. Porque yo tengo la sensación de que el miedo a la página en blanco de un novelista tiene que ver no necesariamente con que no se te ocurra nada, sino con el miedo al compromiso, porque sabes que al empezar ese primer tecleo no vas a terminar hasta que la novela no llegue a su fin. Y pueden ser años.


¿Tú escribes de un tirón o tomas tu proceso de escritura por ratos?

Trato de hacerlo de un tirón. Lo que hago últimamente ahora, que ya me estoy dedicando más a escribir, es tomar las mañanas de todas las semanas, de nueve a una, y de ahí ya me pongo a hacer las cosas que competen con mi familia, mi consultoría, trabajos de comunicación.


Una crítica que yo podría hacer a Cocinero en su tinta, que señala Juan Carlos Méndez en su blog de La mula, es que por momentos ese tour gastronómico llega a ser superficial y hasta forzado. ¿Cuál fue tu propósito en sí en mostrar este tour al lector?

Me parece que la intención era llenar la atmósfera de estos lugares que le den la sensación al lector de que Lima es una ciudad que mira mucho a sus restaurantes. Que el peruano si no está comiendo, está hablando de lo que comió. Entonces yo ponía, como alfileres en el mapa, los lugares por los que el personaje va pasando en su auto, diciendo al vuelo "Ah, este lugar no lo he visto". Quería transmitir eso. Pero sí, visto de esa manera, es una guía muy etérea.


Ahora estás en un proyecto que te va a demorar 3 años. ¿Ya has pasado la página en blanco y llegó el compromiso? ¿Es una novela política?

Sí, ya pasé la página en blanco, pero no es una novela política, sería muy pretencioso decir eso. Va a tener que ver con la forma en que se desorganiza un país en elecciones presidenciales, sobre todo en un país como el nuestro.


Para ingresar a la entrevista original, haga clic aquí.

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Published on February 09, 2012 09:08

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Gustavo Rodríguez
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