Gustavo Rodríguez's Blog, page 24
October 13, 2012
El Tiempo de Bogotá, a propósito de “Cocinero en su tinta”
“Un chef peruano atormentado”: Una entrevista publicada en El Tiempo de Bogotá el 6 de octubre de 2012. Realizada por Liliana Martínez Polo.
El enlace, aquí:
Café con pescado
Fue un jueves frente al mar y a los minutos quedó demostrado que la ubicación sería propicia.
Iba a tomarme un café con Pedro Trillo, a quien conocía de vista. La idea era hablar de la edición de un libro, pero terminamos hablando de pesca industrial: Pedro resultó ser un experto en dicha especialidad y, sin querer, la conversación me llevó a los años de mi infancia, cuando aun se hablaba en las calles del asesinato de Banchero Rossi y de Chimbote como capital pesquera del mundo.
La mayoría sabe que en 1970 el Perú era el líder mundial de esta actividad. Nuestro país contaba con una flota de 1,400 barcos que desembarcaban cerca de 14 millones de toneladas anuales de anchoveta. Lo que recogían nuestras redes equivalía a una quinta parte del total de capturas en el mundo. Sin embargo, en 1972 nuestra pesca de anchoveta cayó violentamente a 4 millones de toneladas. Y en el período 1972-1973, a solo 1,5 millones. ¿A qué se debió esa caída brutal en nuestra industria pesquera? A la naturaleza del hombre y a la naturaleza en sí: en ese período coincidieron una práctica extractiva sin pensamiento sostenible y un fenómeno del Niño que alejó a la anchoveta de estas aguas.
Solemos decir que nuestro país jamás aprende de sus errores y, lamentablemente, las noticias cíclicas parecen sustentar esta creencia. Sin embargo, tras ese café frente al mar de Lima, me quedé satisfecho con el criterio general con que hoy se maneja la pesca industrial en el Perú. Como lo expresó mi interlocutor, desde hace más de veinte años nuestro país gestiona su pesca de anchoveta con altas barreras de protección a la especie gracias al análisis científico que realiza el Instituto del Mar del Perú. Para corroborarlo, existe un estudio del Centre Fisheries de la Universidad de British Columbia, dirigido por Daniel Pauly, científico y experto internacional en evaluación y manejo de pesquerías que, en el año 2008, comparó a 53 países que representan el 95% de la pesca mundial. En los resultados se registra al Perú en el primer lugar del ranking de sostenibilidad pesquera, seguido de Namibia, Estados Unidos, Alemania y Polonia. El siguiente país latinoamericano en el ranking es Chile (8vo), y luego siguen México (42), Brasil (48), Ecuador (50) y Argentina (52).
Mientras dejaba atrás la cafetería me quedé pensando que cuando en nuestro país se habla de industrias extractivas, lo que más fácilmente se instala en los pensamientos son imágenes oscuras de saqueo a la naturaleza. Hay razones de sobra para pensar en ellas. Ya se ha hablado de lo ocurrido con nuestra pesca en 1972. Además, basta viajar por nuestra carretera central para notar cómo se comportaba la minería de la que el mismo Estado peruano fue partícipe. Tampoco hay justificación posible para los actuales mineros ilegales de Madre de Dios y los traficantes de madera de nuestra Amazonía. Sin embargo, también es necesario equilibrar esos ejemplos nefastos con las buenas prácticas extractivas que hoy se dan y que poco se conocen. No digo que no haya que denunciar las malas prácticas de nuestras industrias. Lo que postulo es que no es aconsejable instalar solo lo negativo, y esto es verdad tanto para educar a un niño como para formar a una sociedad. Una colectividad acostumbrada a esto crecerá con el ceño fruncido, sin inspiración y con la noción de que todo se hizo mal. No estamos para contar que vivimos en un cuento de hadas, pero tampoco estamos para vernos en un territorio habitado por ogros.
El equilibrio en la visión de nuestra realidad es lo que nos alejará de ser un país sesgado y, por eso mismo, inmaduro.
September 15, 2012
Domingo con dos etiquetas
Ese domingo de enero mis hijas y yo subimos al carro cargados de bloqueador solar y curiosidad.
En los días previos se había entretejido una enorme red de correos electrónicos –Facebook y Twitter no tenían la fuerza de hoy– que invitaban a unirse a la Operación Empleada Audaz, una actividad de denuncia contra la discriminación racial. Cual Día D, el desembarco era en una playa: Asia, símbolo del veraneo de la clase alta peruana y en donde, según algunos testimonios, las empleadas domésticas eran segregadas con ciertas normas, entre ellas, no poder bañarse en el mar junto a los dueños de las casas. La idea era que decenas de activistas con uniforme de empleada doméstica se lanzaran a bañarse como simbólica oposición a lo establecido en algunas de esas playas.
Una vez que estacioné cerca de la carretera noté que la convocatoría iba a tener éxito. Aunque mi presencia buscaba ser neutral –pensaba escribir una crónica sobre el evento– no podía dejar de alegrarme por la forma en que mi país se atrevía a encarar taras como el racismo. Muy pronto me vi rodeado de gente que opinaba como yo: las sonrisas amistosas y los abrazos de algunos dirigentes y simpatizantes de organizaciones y colectivos me hicieron sentir parte de una visión de país que quería para mis hijas. En un momento dado me encontré con un viejo conocido y la alegría de saludarlo me llevó a ocupar un lugar a su lado en la cadena humana que se formó. Una vez que la cadena se disolvió y las activistas uniformadas se lanzaron al agua, mis hijas y yo nos pusimos a caminar por la orilla intercambiando impresiones.
De pronto nos encontramos en la vecina playa de Cayma.
Muchos de sus veranentes descansaban bajo las sombrillas de caña, tal como yo lo hacía –y lo hago– en mi propio balneario de veraneo. Algunos estaban de pie en la orilla, observando con curiosidad el desarrollo de la protesta.
De pronto divisé a Luis, un amigo que veraneaba allí.
Sus brazos se ampliaron y su sonrisa no se quedó atrás. Un buen tipo, Lucho.
Nos dimos un abrazo, mis hijas lo saludaron, y empezamos a conversar.
De pronto, Lucho volvió la mirada hacia el punto de donde yo venía. Su frente se frunció.
–¿Qué tontería es esa, hermano? ¿Tú la entiendes?
Pum. Fue una revelación. En ese evento en el que dos visiones de mi país se veían confrontadas, ambas partes me veían como un miembro suyo. Quien me había conocido colaborando con alguna campaña social (o había leído algún artículo mío donde criticaba algún tipo de injusticia) pensaba que yo tenía que ser un crítico feroz de los burgueses de Asia. Y aquel que me conocía por mis asesorías a la empresa privada (o me recordaba manejando un carro importado), pensaba que era imposible que yo pudiera simpatizar con una idea típica de oenegés. En estos tiempos en que veo a tanto amigo por el Twitter, esa vitrina de prejuicios, diciéndole “caviar” a uno y “facho” al otro, me provoca decirles que es probable que el “otro” no sea la bestia negra que imaginan. En los más de 25 años que llevo conociendo a organizaciones de todo tipo, me queda claro que los extremistas imbéciles son poquísimos frente a un enorme círculo de peruanos que se sitúa más al medio de lo que piensa.
Basta dialogar un poco con ese enemigo abstracto para darse cuenta de dos cosas: Que no merece ese calificativo, porque los monstruos se alimentan de la ansiedad que da el desconocimiento.
Y que somos un país donde faltan puentes porque sobran las etiquetas.
August 18, 2012
El general, el estadio, las medallas
Una pareja de amigos de mi mujer ha llegado al Perú y ha dejado Lima para el final.
Ella es española y él es suizo. Se quedarán un par de días bajo esta lona gris, luego de dos semanas en nuestra sierra del sur. Sé que de Lima también se irán contentos. Los limeños sabemos que nuestra ciudad tiene el dudoso galardón de ser una grata sorpresa para los visitantes: esperan encontrarse con una urbe peligrosa en un desierto caótico y terminan conociendo una capital que, si bien es injusta y desigual como muchas ciudades latinoamericanas, también es amigable, gastronómica y hasta maleconera para quien circule por los circuitos adecuados. Entonces, manejando voy para conocerlos, rumbo a mi casa, que es donde han llegado a hospedarse.
Calculo que en treinta minutos estaré con ellos, si el tráfico me deja.
Enciendo la radio y me topo con la entrevista a una enfermera del Ejército Peruano. La señorita es valiente: la escucho denunciar el mal servicio que se le da a los pacientes del Hospital Militar, que es donde trabaja. De pronto, la enfermera relata una triste anécdota: el Ministro de Defensa visitó el hospital y, en un momento dado, un efectivo caído en acción, lisiado de por vida, se las arregló para comentarle las mejoras que podrían darse en el centro de salud. Una vez que el Ministro se ha ido del hospital, un general le recrimina al paciente su conducta. Que qué se ha creído. Que para eso hay canales regulares. Y que, como castigo, se le quitará el televisor que tiene frente a la cama. Así es. Al hombre que perdió las piernas sirviendo a su país, se le quita la única ventana que tenía al frente. Mientras manejo, rumio la injusticia, pero pronto me olvido.
Al cabo de un rato ya estoy con mi mujer y la pareja de europeos tratando de ser un anfitrión aceptable. Ahora manejo rumbo al centro de Lima. Mi mujer y yo vamos narrándoles las particularidades de Lima y los lugares por los que vamos pasando. De pronto aparece ante nosotros el recientemente reconstruido Estadio Nacional. Un portento de ingeniería que se eleva entre las piletas del Parque de las Aguas. Sí: por un momento Lima parece tener un aire al primer mundo. Hasta que una pregunta inocente, soltada por uno de los visitantes, derrumba la ilusión.
–¿Y cuántas medallas han ganado en estas olimpiadas?
Y es allí donde me parece que nace este artículo.
El Estado Nacional es uno de esos símbolos de la confusión que hay entre modernización y modernidad. ¿De qué sirve ese recipiente gigantesco si no hay una gestión moderna del deporte detrás? ¿De qué sirven las instalaciones más modernas para educar, si la gran reforma de la educacion sigue ausente en sus aulas? ¿De qué valen las calles asfaltadas si un peatón no puede cruzar seguro por ellas? La modernización es fácil si se tiene plata: está referida a los ladrillos, al acero y al cemento. Es la modernidad lo difícil: cambiar mentalidades siempre será más arduo que cambiar fachadas. Cualquier alcalde o empresario con recursos puede perennizar su gestión con un edificio de cristales, pero raro será aquel que sea recordado por la cultura que creó en su trayectoria, de la misma forma en que más fácil será, seguramente, actualizar el armamento de nuestro ejército que dotar de humanidad a ese general mencionado en la radio.
Personas de sagaz gestión y con nobleza en sus acciones: ya que es difícil encontrarlas, no nos queda otra que empezar a formarlas.
July 21, 2012
“Cocinero en su tinta” se presentó en Madrid
A continuación, una entrevista que Yolanda Vaccaro le hace a Gustavo Rodríguez a raíz de la presentación en España de su novela.
Para leerla en PDF, hacer clic aquí.
Esas ideas faraónicas
Estoy en España por motivos literarios pero, afortunadamente, no puedo escapar de la publicidad: aprovechando mi estancia, el Club de Creativos de Madrid me invita a darle una charla a sus asociados.
Acepto honrado, sobre todo al recordar el prestigio de la publicidad española en las épocas en que estudiaba esa carrera.
El día pactado me visto lo mejor que puedo. Me peino lo poco que tengo. Tomo el metro y me enfrento a la bocanada de dragón que se siente en España en esta época del año. Me recibe un auditorio amistoso y amable, que no da pie a que uno sienta nerviosismo. Sin embargo, amabilidad no es felicidad: algo me dice que el clima que encuentro no es como debió haber sido durante los años en que la publicidad española reinaba en el mundo a lo Carlos V. El pesimismo del país también habita este amable auditorio blanco y, por algún motivo, me acuerdo de la estación de trenes de Puente Genil-Herrera, a 30 Kms de Lucena, en Andalucía. Un amigo de visita en España me narró su asombro al encontrarse con esta estación grandiosa, de arquitectura vanguardista, en mitad de un páramo solitario. Estaba vacía como una cueva polar. Un dispendio inútil.
Está comprobado que la inclusión de España en la UE provocó la construcción de muchas grandilocuencias de este tipo, como el aeropuerto de Castellón (una obra monumental en Valencia y que, a más de un año de su culminación, solo cuenta con un avión: la escultura de acero inoxidable y cobre que se ha colocado en la entrada) o la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela (un complejo impresionante que ha requerido la excavación de un monte y una inversión presupuestada en 100 millones de Euros que hoy se calcula en cerca de 400. Un exceso, cuando en verdad, Santiago de Compostela es una ciudad que ya ostentaba cultura y no necesitaba esa duplicidad, sino una inversión más racionada). Pero no me dejaré llevar por la corriente de la estupidez gestionaria, del despilfarro y de las coimas asociadas a estas obras faraónicas: volveré al Club de Creativos de Madrid.
El prestigio de España en el mundo publicitario se debía, hace más de veinte años (antes de las construcciones mencionadas), a la sencillez de sus ideas. Sus comerciales más logrados eran tan minimalistas que a veces con la filmación de un par de objetos uno se quedaba con la sensación de haber visto una obra maestra. Al azar me viene ahora a la mente uno no muy conocido, para promocionar una marca de medias para damas: una mujer (solo le vemos los miembros inferiores) se coloca la pantimedia en la pierna derecha y luego hace lo mismo con su pierna izquierda. El quiebre está en que en esta última lleva puesta una bota de montar con todo y espuelas afiladas. Se trataba, pues, de una gran demostración sin lugar a sospechas. Así eran esas ideas: su grandeza se debía a lo simples y funcionales que eran.
¿Qué le ocurrió a la publicidad española luego?
Probablemente también quiso llenarse de grandilocuencia, como el resto del país: Hagámoslo a lo gringo, ahora que ya podemos, ahora que pensamos que somos del primer mundo.
Me pregunto si en mi país ocurrirá lo mismo. Si con este rollo de que “estamos mejor que nunca” no estaremos olvidando en nuestra publicidad –y en nuestra gestión pública– lo esencial: aquellas soluciones sencillas que no necesitan de esa parafernalia que solo sirve para maquillar la ausencia de buenas ideas.
June 28, 2012
“Cocinero en su tinta” en Madrid: una invitación en 20 seg.
Breve video de invitación preparado por D6 Madrid. Bébalo de un tirón.
June 23, 2012
Los videojuegos y los cuentos de hadas
Yo amaba a mi padre, pero lo maté dos veces.
De ello me di cuenta al publicar mi segunda novela, cuando él aun vivía. En la primera, el protagonista es un chico huérfano que me recuerda hoy a mis temores de la adolescencia. En la siguiente que publiqué, el personaje principal busca un secreto de su madre y, sin proponérselo, terminará por conocer de verdad a su padre fallecido. ¿Por qué cometí ese parricidio? No lo sabía entonces, pero lo intuyo hoy: es rara la persona que no haya tenido sentimientos encontrados con respecto a quienes más quiere. Yo he amado a mi padre, como ya lo dije, y lo recuerdo con ternura. Pero también es verdad que una parte de mí odiaba a una parte de él. Querer matarlo a nivel inconsciente podía ser razonable, pero hacerlo en la vida real era un acto abominable, sobre todo si lo amaba. Felizmente, la pulsión lúdica de la fantasía vino en mi ayuda para empezar a zanjar con esa disyuntiva.
Con esto quiero decir que usted tiene todo el derecho a procesar su crueldad interior, aunque haya gente bien intencionada que quiera evitarlo. El congresista Jaime Delgado es un buen ejemplo: siempre me ha parecido una buena persona, pero últimamente también me parece algo precipitado. Luego de promover una ley contra la difusión mediática de la comida chatarra –que creo que merece un debate más amplio– el señor Delgado ha planteado un proyecto que prohibiría que nuestros niños jueguen en las cabinas de internet videojuegos de carácter violento. La idea del congresista va de la mano con la noción de que todo niño que se embarca en una fantasía donde asoma la crueldad, es un niño que puede terminar siendo violento. Pero fantasía no es igual que realidad: no es lo mismo que un niño reciba violencia directa de su familia a que la “juegue” o a que la “lea”. Hace varios años escuché a François Vallaeys, el conocido narrador de cuentos, decir que en los cuentos clásicos infantiles es indispensable una cuota contundente de crueldad y violencia porque ayuda a afianzar la seguridad del niño. Así es. El leñador debe destripar al lobo. La mujer de Barba Azul debe encontrar en la habitación prohibida a las mujeres degolladas que la precedieron.
Cuando tiempo después leí “Psicoanálisis de los cuentos de hadas” de Bruno Bettelheim, me quedó más claro el soporte de esta noción. Las historias clásicas aportan a los niños poderosos mensajes a nivel consciente e inconsciente y cumplen, además de entretener, con la función de ayudarles a encontrar sentido a la vida y a procesar los monstruos instintivos con que nacemos todos. Es normal que un niño desee eliminar al hermanito recién llegado, y también es natural que se sienta terriblemente culpable por desearle la muerte. Son estas historias crueles las que lo ayudan a exteriorizar esos miedos e instintos y, también, a que en ese proceso sepa distinguir lo que es lícito de lo execrable en su relación con los demás. Los padres –y los congresistas– que con toda buena voluntad desean mostrarle solo la cara bonita de la vida a nuestros niños pueden estar haciéndoles un mal favor a la larga.
En la vida, la crueldad es un personaje que acecha y que tienta en cada esquina.
Estimular a que nuestros hijos la procesen desde el plano lúdico quizá ayude a que la violencia se quede exclusivamente en ese terreno en vez de que sea ejercitada en la realidad.
May 26, 2012
El vaso a medias
Me llaman de la sucursal peruana de una corporación mundial para que les escriba el guion de un video institucional.
¿Cuál es el objetivo?, les pregunto. Que se mire al Perú con interés y admiración, me responden. El video será presentado en un encuentro anual de la compañía –me dicen– y se busca que la alta dirección se entere del potencial que tiene nuestro país para recibir mayores inversiones de la casa matriz. Acepto. Mientras estrecho manos me digo que ayudar a lograr una buena impresión del Perú en cualquier foro del extranjero es una bonita tarea.
Pero es cuando tengo las manos en la masa, estudiando la data disponible, cuando me entran los escrúpulos. Y confieso que, por momentos, me veo maquillando el pómulo amoratado de un rostro que no es feliz del todo. Esto me ocurre, por ejemplo, cuando veo la curva ascendente de nuestro PBI per cápita en los últimos años. Parece un jet que despega. Sin embargo, me modero al averiguar que recién en el 2005 pudimos recuperar el PBI per cápita de 1975. Además, cada vez son más los economistas solventes que advierten que el incremento de estos últimos años aun no proviene de una economía que involucre a la mayoría de la población. Cosas de un proceso, me digo, viendo el vaso más lleno que vacío.
Pero luego encuentro en mis archivos el anuncio feliz del gobierno anterior, según el cual en nuestro país ha desaparecido el analfabetismo. Una linda frase para poner en un video que se verá en Europa. Pero eso es ponerle orejas de liebre al gato: lo que sí tenemos es analfabetismo funcional, y mucho. Saber decodificar sílabas no implica entenderlas ni reflexionar sobre ellas. Casi el 80% de nuestros niños no entiende lo que lee, y eso significa condenarlos a ser meras herramientas de carne.
En mi pesquisa también me topo con aquella noticia que dice que el Perú es el país con la mayor tasa de emprendimiento del mundo. Pero ser emprendedor no significa ser empresario, ni mucho menos ser cultor del buen gobierno corporativo. Ganas no es lo mismo que know-how o respeto a las instituciones. Y para remarcar esto último, encuentro que, según Latinobarómetro, el Perú se ubica en el último lugar de 18 países en cuanto a la percepción del cumplimiento de las leyes por sus propios pobladores.
Pero felizmente está la comida, me digo. ¿No pensamos acaso que tenemos la mejor del mundo? Sin embargo, yo mismo apago un poco el fogón. En realidad, nuestra cocina es reconocida por la élite de algunos países: un taxista sevillano, por ejemplo, no sabría nombrar un solo plato peruano. Además, es muy desubicada esa creencia colectiva de que nuestra cocina está más desarrollada que la china, la francesa o la mediterránea, cocinas que nos llevan décadas, o tal vez siglos de mejoramiento técnico.
Entonces, ¿cómo subrayar a nuestro país con bombos y platillos sin dejar de ser crítico? ¿Cómo quedar bien con mi cliente y mi conciencia? Tal vez la lupa puesta donde conviene sea la solución. Si vemos cómo estábamos hace veinte años y lo comparamos con cómo estamos ahora, debemos sentirnos orgullosos y agradecidos. Somos otro país. Ya no estamos en el sótano. Pero si se indaga por indicadores de desarrollo, debemos reconocer que tenemos un rendimiento mediocre. Crecer no es lo mismo que desarrollarse. Por eso, al orgullo por lo obtenido debemos sumarle preocupación por todo lo que nos falta en educación, ciudadanía e innovación. Somos un país aun con problemas, pero con grandes oportunidades.
Y quizá sea esta la frase con que cierre ese video.
April 28, 2012
Por un gato que maté
Hay dos cosas que heredé de mi madre que nunca dejaré de agradecerle en público: su curiosidad por los lugares nuevos y su fascinación por escuchar a las personas mayores. Pues hacia 1986 Chosica era para mí un lugar nuevo y la Mamaíta la persona mayor a quien me gustaba escuchar.
Yo era estudiante y Juan José, mi compañero de instituto y gran amigo hasta hoy, me invitó a conocer el taller de cerámica que él y su hermano tenían en su su casa de la calle Trujillo Norte, a treinta kilómetros de Lima y a casi 800 kilómetros sobre el nivel del mar. Su casa era un matriarcado y la abuela, doña Juanita Martín Bravo, era la voz cantante.
Era la Mamaíta un espíritu noble que, sentada en un sofá rojo, tejía ropones para albergues infantiles a la vez que recuerdos de una España agrícola anterior a la Guerra Civil. Como era vasca y nunca le había huído al trabajo, sus anécdotas sobre los hombres sencillos y tercos de su región eran para mí viajes irrepetibles que no hubiera podido encontrar en el entorno limeño en que me movía. A esos dos años de andar de zampado en aquel hogar hospitalario le debo buenos amigos que hoy veo poco, la atmósfera de una novela que publiqué y el título de este artículo.
Hubo un domingo en que uno de los nietos de la Mamaíta –todos jóvenes como yo– empezó a renegar sobre ciertos rumores que en Chosica corrían sobre él. Mientras que el resto de la familia hacía mofa de lo que debió haber sido una anécdota de adolescentes, la Mamaíta continuaba inmutable, dándole al tejido sin perder concentración.
De pronto, en un silencio, la Mamaíta comentó como al descuido:
–Así es, hijo. Por un gato que maté, matagatos me dijeron.
Hay cosas que se quedan en la memoria durante toda una vida sin lógica alguna. Esta frase representa lo contrario, y se me ha aparecido más veces de las que hubiera deseado, más aun desde que las redes sociales vienen haciendo mayor resonancia de lo rápido que es el ser humano para juzgar y de lo poco que reflexiona en esos momentos.
Hace unas semanas, por ejemplo, un colaborador de El Comercio provocó un frente de invectivas en su contra cuando hizo una relación entre la obra de Vallejo y un posible espíritu de derrota en nuestra gente. Fue una conclusión ingenua, de seguro. Pero de allí a tratar de imbécil o de perfecto idiota a un hombre que ha hecho empresa con grandes muestras de solidaridad y buen manejo social es una muestra más de que solemos contaminar a toda una persona teniendo como prueba uno solo de sus actos. Salvando las distancias de un abismo, ¿no ocurrió algo parecido con Rosario Ponce? Por unas lágrimas que no sacó, asesina le dijeron. Esta costumbre de la que abusamos en el Twitter o Facebook puede tener consecuencias graves en los seres que dependen de nosotros. ¿Cuántas veces no habremos hecho sentir a nuestros hijos como idiotas, cuando en realidad la idiotez ha estado circunscrita a un hecho específico? Es probable que gracias a la Mamaíta hoy me guarde de sopesar bien los reclamos que le hago a la gente que me importa: “Hijo, tú no eres malo: lo malo ha sido esto que hiciste”. “Tú no eres tonta, hermana: tonta ha sido tu reacción”. Y al diferenciar al hecho de la persona, en momentos así, quizá la Mamaíta me sonría desde su cielo vasco.
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