Gustavo Rodríguez's Blog, page 17
December 26, 2014
Mi deseo es bien sencillo
Desearle un buen año a quienes se cruzan con nosotros es una mezcla de buena voluntad, superstición y sumisión al cliché. Es caer en una frase que, bien analizada, es vacía y nunca cambia destinos mientras la Tierra pasa por un punto aleatorio de su órbita.
Por eso, esta vez quiero pagar por todas las veces en que la pronuncié por adornar una despedida o por caer simpático. Quiero decir que esta vez le haré a usted un deseo concreto.
Pero para que se cumpla, usted tendrá que poner de su parte.
La idea se me ocurrió hace un momento, cuando salía de una reunión de trabajo. En ella pasé dos horas escuchando intervenciones tan repetitivas, que si los asistentes hubiéramos visto después una grabación de aquel cónclave nos habríamos dado cuenta de que lo más rescatable de lo expresado habría sumado sólo 10 minutos.
¿Y si en nuestros entornos de trabajo o de estudio designáramos un árbitro de reuniones?, me pregunté al salir. Una persona con reloj en la mano y con el criterio requerido para notar cuando las opiniones se están empezando a parecer entre sí.
–Yo creo que… bueno… como lo dije la otra vez, el próximo año deberíamos contratar a un auditor que…
–Eso ya está anotado, gracias. ¿Siguiente intervención?
Sé que las reuniones así parecerían muy maquinales y perderían distensión, pero cada vez me doy cuenta de que lo que se pierde en ellas es aún más valioso: tiempo. Tiempo para volver temprano con los hijos. Tiempo para sentarse en un parque. Tiempo que podríamos pasar con un amigo. Tiempo para tener un pasatiempo. Incluso: tiempo para relajarse con los asistentes a la reunión una vez que se haya hablado exclusivamente de trabajo.
Hace unos días, Alana, la ejecutiva de una corporación, me contó que en algunas empresas los asistentes a las reuniones ya empezaron a ponerse límites con billeteras en la mesa: por cada minuto que la reunión se pasa de la hora estimada, los asistentes tienen que poner un billete al centro. Es también una buena salida. Cuando aquel banco peruano sacó esa frase de que “el tiempo vale más que el dinero” estaba diciendo una gran verdad, aunque con ella se estaba echando a cuestas un reto gigantesco para estar a la altura. Ahora que observo a amigos más jóvenes que yo volviéndose locos por cimentar una carrera a veces les digo, mirando en mi propio retrovisor, que el dinero puede ir y volver durante la vida, pero que los años de infancia de los hijos, esos con seguridad no regresan.
Y ese es mi deseo de fin de año para usted: que en su entorno laboral o de estudios, pueda encontrar –o erigirse usted mismo– en un árbitro de esas reuniones o que encuentre con sus compañeros un método disuasivo como el que ya fue comentado. Estamos en un tobogán inexorable. Para algunos se acabará antes, para otros después, pero para todos el viaje se terminará sin discusiones.
A disfrutar, entonces, de lo que vale la pena en lugar de escuchar cojudeces que se repiten.
December 19, 2014
Serás una jubilada
Quizá estemos opinando bobadas.
Hace un par de semanas me llamaron de El Comercio para entrevistarme sobre el fenómeno de las novelas adolescentes porque, aparentemente, estaban entre las más vendidas en la última feria del libro Ricardo Palma.
La semana pasada leí en El Mercurio de Chile que en sus rankings de libros más vendidos en los últimos diez años, a la cabeza siempre figuran obras dirigidas a los jóvenes.
Por último, ayer visité un módulo de Libromóvil que está situado en la estación de la cultura del Metro 1 de Lima. Cuando le pregunté a Javier, el encargado, qué tipo de libros era el que más se vendía, me respondió que muchos padres preguntaban por libros infantiles y que muchos jóvenes se acercaban por las novelas dirigidas a ellos.
¿Es cierta, entonces, esa opinión tan a la mano que proclama que los chicos ya no leen?
¿Será posible que, en verdad, quienes más lean hoy sean esos jóvenes a quienes miramos con desesperanza?
Primero, debo confesar que la piel se me llena de ronchas cuando la gente se refiere a grupos abstractos como “los jóvenes”, “los mayores” o “la opinión pública”. Ahora que escribí “la gente” me acaba de salir una. Dentro del mar humano siempre habrá cardúmenes específicos pero, lamentablemente, en lo que se refiere a lectura no he encontrado segmentaciones precisas para el Perú. Lo que sí es claro es que hay jóvenes que leen mucho, otros que leen muy ocasionalmente, y otros que no lo hacen nunca. La otra cosa clara es que hoy parece haber un segmento de jóvenes que lee mucho más que antes.
Ningún fenómeno se puede explicar con una sola razón.
Yo voy a arriesgar tres, y quizá usted pueda enriquecerlas o anularlas.
La primera es que nuestro país ya tiene siete años de contar con un plan lector en sus escuelas. Es decir, a diferencia de un pasado reciente, ahora nuestros escolares están llamados a leer un libro al mes por encargo de sus colegios. El programa puede ser imperfecto y hasta polémico en la confección de las listas que hace cada colegio, pero es innegable que basta con que una porción menor de esos ocho millones de chicos que antes no leía en la escuela conecte hoy con la lectura para que en unos años el mercado lector crezca de cierta forma.
La segunda razón está en los protagonistas de estas novelas tan vendidas. ¿Qué tienen en común Harry Potter, Los Juegos del Hambre o Divergente? Son historias de chicos que se sienten raros, inadecuados para su entorno cercano, y que encuentran su fortaleza mientras se enfrentan a un enemigo formidable. No conozco a ningún chico común y corriente que, en su época de cambios, no se sienta así: incomprendido en su hogar o en su colegio, esas prisiones sin barrotes.
La tercera razón es la más sencilla: los adolescentes tienen más tiempo para leer. Cuando veo a mis hijas por las tardes, tumbadas en sus camas con un libro abierto, no puedo dejar de recordar con nostalgia la época en que más leí en mi vida: los meses previos a que siguiera estudios superiores. Por eso cuando Mai me dijo hace poco que pensaba esperar un tiempo antes de ingresar a alguna universidad, sonreí. “Lee, hija, lee lo que puedas”, pensé. “La próxima vez que puedas darte ese lujo serás una jubilada”.
December 12, 2014
¿De qué colegio eres?
Hace unas semanas llegué a la cúspide de mi blanqueamiento.
Estaba en uno de esos almuerzos que se sirven con tres tenedores y tres copas al frente cuando mi compañero de mesa, hermano de un ministro, me preguntó:
–Tú estudiaste en el Markham, ¿verdad?
Pocos saben que mi relación con las aulas se inició en una escuelita fiscal cerca de un mercado de Trujillo y que luego ascendí a la meseta anodina de un colegio católico sin brillos. Hasta el patio de mis recreos no llegaba el nombre del prestigioso Markham limeño, de la misma forma en que al Markham no llegaba el de mi colegio.
Con los años aprendí que el Perú debe ser el país donde la gente más pregunta en qué colegio estudiaste. Es una forma práctica de colocar al otro en una escalera valorativa para, de esa forma, ubicarnos nosotros también (aunque mi interlocutor en el almuerzo sí parecía haberme confundido con alguien y no creo que haya estado tasándome).
Quien haya leído al sociólogo Guillermo Nugent podrá entender de qué manera nuestras mentes tratan de conciliar la noción del blanco llegado de España como cabeza del nuevo orden del siglo XVI con esta sociedad de ciudades mestizas donde el color ya no es el único factor para que cada quien encuentre su sitio en este perverso juego de las sillas.
En esta escalera amplísima donde cada peruano (o cualquier descendiente de una colonización occidental) trata de subir de su peldaño, lo único indudable son los extremos. En el escalón más bajo, y sufriendo todas las consecuencias del prejuicio y la falta de oportunidades, se sitúa un peruano con estas características:
1) Mujer 2) Quechuahablante 3) Altoandina 4) Analfabeta.
En la cima encontraremos un peruano de la siguiente condición:
1) Hombre 2) Blanco 3) Urbano 4) Con estudios superiores.
Como usted podrá deducir, en países como el nuestro es un tema de verdadera sobrevivencia social acercarse lo más posible a la segunda imagen y es por ello que debemos saludar que hoy se esté discutiendo más que antes la pertinencia de exacerbar este escalonamiento a través de los medios de prensa, el entretenimiento y la publicidad. La caída del incanato en Cajamarca ocurrió ya hace varios siglos y nunca seremos un país verdaderamente justo y democrático mientras nuestras mentes sigan sumergidas en un esquema colonial que susurra que para ser mejor percibido y tener éxito en la vida lo mejor es blanquearse lo más que se pueda a través de la piel y otros simbolismos. Lo curioso es que este abanico siempre será volátil por su subjetividad: aquellos que en microsegundos ponen en su lugar al interlocutor tabulando su color de piel, su colegio, la universidad, su lugar de residencia, su marca de ropa y hasta el color de sus medias también son juzgados en la misma medida y pueden terminar discriminados por el más mínimo matiz: hasta el peruano más blanco, millonario y políglota contaminado por este esquema temerá en su psique ser choleado por sus pares o por alguna princesa europea que nos visite.
Así de cojudo es este sistema.
Por eso me rebelo y con orgullo meritocrático lo proclamo: ¡No, no estudié en el Markham!
Pero bien que me gustó que me lo preguntaran, maldita sea.
December 5, 2014
La hormiga potona
Este sábado almorcé en Moyobamba con unos amables funcionarios del Gobierno Regional de San Martín. Nos rodeaban cañas, palmeras y unas nubes cargadas que amenazaban pero que nunca se precipitaron. En la cabecera estaba Mariela, quien, a mitad del almuerzo, sacó de su cartera un envase plástico de mantequilla y nos dio a probar su contenido.
Eran hormigas fritas, negras y ziquizapas: es decir, tenían el poto bien grande.
Yo iba acompañada de tres limeñas que mezclaban en sus rostros la curiosidad y la repulsión. Afortunadamente, parte de mi sangre proviene de la amazonía y la comida del lugar no me asombra tanto. A la larga, fritas con mantequilla, las hormigas resultaron ser para todos un manjar varias veces llevado a la boca.
Mientras las devorábamos la conversación fluyó libremente y, en uno de sus meandros, Mariela nos contó la historia de una maestra que había conocido recién. La profesora estaba consternada: una alumna suya de secundaria había quedado embarazada, algo que, lamentablementre, no es inusual en esa zona: casi un tercio de las mujeres embarazadas en nuestra amazonía son adolescentes. Como es obvio, el enojo de la profesora no tenía que ver con este fenómeno, sino con otro que ya quisiéramos que se diera en lugar de los embarazos: la alumna no aceptaba la petición de la maestra de que abandonara el colegio.
Tal como se lee. La chiquilla había cometido un gran error a esas alturas de su vida pero, en lugar de brindarle el apoyo que se necesita para su pozo no fuera más profundo, la profesora prefería condenarla a no terminar su educación en nombre de vaya uno a saber qué razonamientos que anteponen una moral hipócrita al desarrollo de un ser humano.
¿Qué rezagos del siglo 19 pasarían por la mente de esa señora? ¿Que una chica con panza en un salón de clases es un mal ejemplo? ¿Que quienes la miraran en ese estado se verían alentadas a tener sexo? ¿O era el acto reflejo de quien al ocultar el problema piensa que nunca ocurrió?
Por fortuna, la historia alcanzó luces cuando nos enteramos de que los compañeros de la alumna salieron en su defensa. Los chicos se atrincheraron en el aula y se negaron a tomar clases con la profesora hasta que la víctima de esta historia fuera aceptada.
–¡¡En 35 años de trabajo nunca me han faltado así el respeto!! – reclamaba airada la maestra, según palabras de nuestra proveedora de hormigas.
Una vez que la causa de la alumna triunfó, aparentemente las clases volvieron a la normalidad.
–¡¡Y ese huambra encima me saluda!! Yo ni le hablo ya…– se había quejado la profesora, al recordar al chico que había liderado la resistencia y que, desde mi opinión, mostraba mejor educación que su maestra.
En el envase ya quedaban pocas hormigas. Mientras me llevaba la última a la boca, mi nariz se llenó de su aroma ahumado y mi mente hizo una comparación: esa maestra era todo lo opuesto a esas hormigas. Aquellos bichos negros parecían repugnantes en lo superficial pero, una vez traspasadas las barreras, constituían una gratísima experiencia. Aquella maestra, en cambio, se disfrazaba de buenas costumbres, pero por dentro no era más que un insecto.
November 28, 2014
Vota por mí en Luces
Hace tres años leí alrededor de 900 relatos en algo más de un mes.
El aliciente para tamaña labor de lectura era un pago bastante razonable y, sobre todo, el prestigio del concurso literario que me había convocado.
Cuando el jurado emitió su veredicto luego de varias rondas de conversaciones, la redacción del acta usó términos técnicos y racionales que trataban de resumir de manera imposible todos los factores que los cuentos ganadores habían suscitado en la mesa de deliberación. Y aunque los integrantes del jurado sabíamos que si en esa edición del concurso se hubiera puesto a seis personas distintas el resultado podría haber sido otro –juzgar arte es un oficio altamente subjetivo– y que por ello catalogar al ganador como “el mejor” hubiera sido un ejercicio vanidoso de nuestra parte –en este mundo donde cada uno ha tenido millores de emociones únicas e irrepetibles, ¿quién tiene el derecho de decir que una experiencia es intrínsecamente superior a todas las demás?– teníamos la satisfacción de haber hecho nuestro mayor esfuerzo leyendo y ponderando absolutamente a todos los participantes.
Hace unos días, sin embargo, algunas personas empezaron a pedirme lo contrario.
Para explicarme mejor, voy a dramatizar un diálogo por chat que inició conmigo un conocido un viernes, pasada la medianoche.
–Hola Gus
–Hola! En qué andas?
–En el Juanito (emoticón de tragos y cotillón)
–Salud!
–Oye, mi obra ha sido nominada entre las mejores del año por el Premio Luces
–Felicitaciones!
–Este es el enlace
–Ok
–Ojalás puedas votar… yo voté por ti la vez pasada
–(emoticón de pulgar levantado)
–Abrazo!!
Guardé mi teléfono contrariado.
Aquella no era la única persona de mi entorno intermedio que hizo campaña en estas épocas para que sus amistades votaran por ella. Quizá a usted también le hayan llegado correos con esa temática, o tweets o posts en Facebook para que use un aspa como demostración de cariño. Lo que pocos calculan es que, al entrar a este juego, estamos rebajando nuestra opinión crítica al valor que tenían los billetes de Inti en 1988: mientras más fácilmente llenamos con ellos la calle, menos valor tendrá nuestro criterio. La regla de oro en estos casos es muy sencilla: Por más que una obra te haya impactado, no puedes decir que esa obra es mejor que otras cinco si es que no las has visto todas. No es muy difícil de entender, ¿verdad?
Oímos quejas todos los días de lo mal que elegimos a nuestras autoridades y, cuando nos toca elegir, ¿qué hacemos? Pues marcar por aquel que ha logrado la atractiva combinación de sonarnos como conocido junto a algún atributo más o menos diferenciado.
Nada de comparación crítica. O cero repaso de los planes de gobierno. Un voto sin verdadero poder. Obviamente, no es malo que existan las elecciones democráticas ni es malo que exista el Premio Luces. Lo malo es el uso que les damos. Quizá debamos ser honestos por primera vez y proclamarlos a ambos como lo que en verdad son: concursos de popularidad.
¿O es que acaso no es eso en lo que los hemos convertido?
November 21, 2014
El inquietante humor de Urresti
El general colombiano sube al escenario precedido de una reputación envidiable. Momentos antes, la pantalla de la CADE había anunciado que Oscar Naranjo fue director de la transformada policía de su país hasta 2012 y que un año antes fue distinguido como el mejor policía del mundo. En los siguientes minutos el general Naranjo no leerá un papel ni se apoyará en una pantalla. Como los antiguos cantantes de bolero se apoyará sólo en su voz cadenciosa para compartir las cosas en las que cree. Entre ellas yo subrayo la más importante: Naranjo es un policía humanista. En un momento específico hace hincapié en que la raíz del vocablo “policía” proviene de la noción de “polis” griega, esto es, el espacio en el que conviven los ciudadanos y que todo policía debería ser la encarnación del espíritu del orden que es necesario para vivir en armonía. Por ello, advierte Naranjo, evaluar a la policía por número de incautaciones o de operativos es una concepción errada: a la policía debería medírsele según el clima de convivencia que alcanza la población a su cargo. Un policía debería ser visto como un líder en su comunidad: un referente capaz de mediar en los conflictos mediante el diálogo y la conciliación y no prioritariamente a través de la fuerza.
Momentos después sube al escenario el general peruano. Se trata de Daniel Urresti, actual Ministro del Interior, quien nació el mismo año que el general Naranjo. Sin embargo, allí terminan las coincidencias: sus estilos son el día y la noche.
Urresti se planta como un toro ante mil ejecutivos que lo estudian con suspicacia y, algo a la defensiva, hace uso de un power point para explicar los hechos concretos de su gestión. Honestamente, no empieza mal: su conferencia es uno de esos raros espacios en que un ministro puede explayarse en lo que parece una rendición de cuentas. Sin embargo, conforme el auditorio va asintiendo ante lo que parecen ser buenas ideas –la contratación de gerentes públicos de Servir para una mejor gestión, por ejemplo–, el ministro Urresti va ganando confianza. O, mejor dicho, perdiendo pudor. Así, hace un comentario sobre lo poco que cuesta la cocaína en el Perú y luego señala a un asistente hipotético que, según él, ha empezado a salivar. Minutos después explica que los “quetes” de pasta básica matan las neuronas de los consumidores, y que él conoce personas con dos neuronas a las que les bastaría un “quete” para dejarlas completamente idiotas. En ambas ocasiones el auditorio celebra como en un café teatro y, respaldado por este entusiasmo súbito, Urresti prolonga su exposición hasta mucho después de que ha terminado el tiempo oficial.
El humor es un gran lubricante de los mensajes. Sin embargo, hay algo inquietante en el humor de Urresti que debería encender nuestras suspicacias: se basa en la burla del otro, en el ninguneo del que no se puede defender, en el avasallamiento desde su posición. Urresti no tiene el encanto de quienes primero se burlan de sí mismos porque en él no hay asomo de humildad, esa humildad que debe tener un verdadero servidor público. ¿Alguien que se muestra agresivo ante un auditorio de gente poderosa no lo será mucho más ante sus subalternos en privado? ¿Será este el tipo de liderazgo que necesita un país que merece orden, pero también armonía?
November 14, 2014
Si mi hija fuera la 44
Tengo la suerte de levantarme temprano y ver a mi hija antes de que salga a sus clases.
A veces le preparo el desayuno. Detrás de las legañas, sus ojos me sonríen. Luego de comer al vuelo, deja que la abrace en la puerta. Hay ocasiones en que la acompaño un par de cuadras mientras camina hacia el paradero y luego yo me desvío a bicicletear por otros barrios. Sé que en su trayecto algún imbécil le dirá alguna pachotada, que se posarán en ella ojos rapiñeros estudiando si lleva algo de valor o que alguna combi alocada pasará demasiado cerca de ella. Lo que no puedo ni imaginar es la tempestad que me sacudiría si luego de sus clases un alcalde asociado al narcotráfico diera la orden de detenerla a ella y a sus compañeros por salir a protestar, si fuera asesinada como un animal de matadero y la pusieran en un camión de basura, si luego la apiñaran en un descampado junto a otros chicos y le prendieran fuego durante cinco horas para después tirarla al río como desmonte. Esto es lo que a todas luces parece haber ocurrido en Iguala, estado de Guerrero, México, entre la noche del 26 y la mañana del pasado 27 de setiembre, cuando 43 estudiantes fueron desaparecidos en un conflicto con la policía de ese municipio.
En mi pesquisa me acabo de encontrar una foto de quienes dieron la orden.
Parece una broma terrorífica: ambos aparecen juntos, abrazados, él con una camisa rosada y una sonrisa de yonofuí, ella con un vestido oscuro con puntitos blancos. Unos regios. Posan delante de una calle recién asfaltada, bajo un encabezado que proclama: “MÁS DE 280 OBRAS REALIZADAS”. Se trata de un letrero publicitario del municipio de Iguala, de donde él era el alcalde antes de que ambos fugaran y ella, la esposa, era la presidenta del sistema para el desarrollo de las familias.
Verlos en ese cartel es notar lo mucho que se parecen México y Perú en demasiadas cosas. La más triste de todas es esa relación cada vez más cercana que existe entre el narcotráfico y la política. ¿Cuántos de los letreros, spots publicitarios, vehículos 4×4 o encuestas que los candidatos de nuestras últimas elecciones usaron no fueron pagados con dinero de la droga, como ya es usual en México a escalas que tarde o temprano se repetirán aquí? ¿Será necesario que el narcotráfico desate su violencia en nuestras propias casas para darnos cuenta, ya muy tarde, de que debimos hacer una reforma que impida su mayor ramificación en nuestra política? Toda desaparición forzada es terrible y todo doliente merece verdad, reconocimiento, resarcimiento y el apoyo de su sociedad. Pero, más que eso, todo crimen merece ser prevenido cuando nos es mostrado su espejo proveniente del futuro. Quizá sea este halo profético lo que tanto me ha impactado de la tragedia de Iguala. Quizá sea la edad de esos estudiantes, imaginármelos saliendo de sus casas, sus padres también con legañas y calculando qué comprar para que en la noche un plato los esperen en la mesa. Un plato que terminará frío mientras ellos son calcinados con gasolina.
November 7, 2014
Milett y los chimpancés
Soy testigo de la brillantez de mis amigos, pero también he visto cómo han caído en las garras de Guty y Milett. Por si usted vive aislado de los medios, me refiero a esa pareja de la farándula que alcanzó gran audiencia cuando se presentó con Magaly Medina hace unas semanas.
Qué caray. Confieso que yo también le eché vistazos al televisor aquella noche en esa sala a la que fuimos invitados y en los días posteriores descubrí que la razón de tanta novelería podría rastrearse estudiando a los chimpancés. El ser humano es una más de las especies que buscaron asegurarse por todos los medios la supervivencia en este mundo. Una de las herramientas que usó y que sigue utilizando para tal fin es su inteligencia social. Para sobrevivir en una tribu y para asegurarse el apareamiento que conlleva la transmisión genética, nuestros ancestros ¬–y claro, nosotros mismos– aprendimos los códigos sutiles que alcanzan su máximo refinamiento en las cortes. Uno de ellos es el chisme. Con la intriga y el chisme podemos orquestar alianzas y disputas que eventualmente pueden darnos una mejor posición con respecto al poder.
Esteban Magnani, en su artículo “Arqueología de los comportamientos sociales”, refiere estudios hechos con chimpancés, esos primos tan cercanos –recordemos que su ADN es 99% similar al nuestro–, que indican cómo esta especie le dedica buena parte del tiempo a sus vínculos con el fin de alcanzar un mejor lugar en el podio social. Magnani cita al estudioso de primates Frans de Waal para concluir que los chimpancés pueden llegar a sutilezas maquiavélicas cuando se trata de adueñarse de la jefatura del clan. De Waal relata el caso de una comunidad donde Luit, un aspirante a líder, trataba de ganarse el favor de las hembras a la hora del despiojamiento mientras el macho dominante estaba ausente. Luit también alentaba a otro macho aspirante a que compitiera abiertamente con el macho dominante, esperando el desgaste de ambos. Y cuando las hembras copulaban con un aspirante se callaban los gritos fervorosos que sí solían emitir cuando lo hacían con el jerarca oficial. ¿No parece esto la trama de una novela humana? ¿La Magaly de los primates no habría invitado a Luit a su programa de televisión?
Quizá este sistema de paparazzis, programas chismosos y prensa sentimental sean el residuo visible de una estrategia de supervivencia que empezó en nuestras mentes hace millones de años. Y es posible que los actuales buscadores de escándalo retraten traiciones paradigmáticas y las expongan a todo el mundo a cambio de dinero, sin saber conscientemente que explotan el reflejo evolutivo de interesarse por los demás y de adquirir una guía del propio comportamiento en nuestro propio clan: la psicóloga belga Charlotte de Backer tiene la hipótesis de que los adolescentes se interesan por el comportamiento de, digamos, Justin Bieber, de la misma forma en que nuestros ancestros se interesaban en la conducta de los líderes de sus tribus.
Y aunque todo lo aquí reseñado pueda ser verdad científica y quizá explique por qué mis amigos brillantes se interesaron en Milett y Guty, también es necesario enfatizar que los chimpancés no le dedican las 24 horas del día al quehacer del chisme. Los humanos tampoco, aunque los zares de la prensa de espectáculos nos hagan sentir lo contrario.
Si no, usted estaría leyendo una revista del corazón en estos momentos.
October 31, 2014
¿Son solidarios los peruanos?
Hace poco publiqué aquí un artículo donde expresaba mi deseo de que Cusco eligiera tener un parque central en el terreno que dejará su actual aeropuerto. En la última línea comenté al vuelo que el déficit de solidaridad que percibo en Lima hacía imposible que un espacio privado como el del Golf de San Isidro se volviera público para tener un parque céntrico.
Como esta línea obtuvo reacciones a la defensiva y algunas fueron desproporcionadas, me pregunté de verdad qué tan solidarios somos los peruanos. En el caso del parque imposible, me refería a la intención de unos pocos privilegiados de llegar a una transacción que fuera favorable a la mayoría de vecinos sin perder demasiado en el proceso. Pero en un plano más amplio, me refiero a ceder algo a favor del bien común o de abrazar la causa de otros olvidándonos de nuestra comodidad. Por eso decidí buscar pistas que nos entregaran puntos de referencia:
-En la Teletón 2013 los peruanos no llegamos a la meta de los 4 millones de soles. Pudo tratarse de una mala gestión de comunicaciones y no sólo de falta de solidaridad, pero existe un hecho innegable: en Chile se recaudaron 52 millones de dólares. Esto es treinta y seis veces más que en Perú, teniendo la mitad de población.
-En marzo de 2014 El Comercio publicó una encuesta que revelaba que más del 50% de los peruanos está dispuesto a sacrificar algo de su bienestar para el beneficio de los demás, pero más del 70% afirma que no aporta en obras de caridad y no participa en acciones de juntas vecinales. Sólo el 20% dice haber hecho un trabajo de voluntariado.
-A inicios de este año se publicaron los resultados del World Giving Index con el ranking de los países más generosos. Como ocurre en todos los rankings de este tipo, Estados Unidos ocupa el primer lugar. Basta visitar dicho país por pocos días para notar que muchos de sus espacios verdes y culturales abiertos a la población tienen su base en la filantropía de sus millonarios. Pero desmenuzando este ranking se nota que la solidaridad no se queda en los Rockefeller: el 61% de estadounidenses realiza una actividad filantrópica una vez al mes. Pero juguemos en nuestra propia liga: ¿Cómo está Perú en América Latina? Pues a media tabla.
En “porcentaje de la población que ayuda a desconocidos”, Perú ocupa el puesto 9 de 18, con un 45% de su población.
En “porcentaje de la población que dona a causas o entidades”, Perú ocupa el puesto 14 de 18, con un 21% de su población.
En “porcentaje de la población que realiza voluntariado”, Perú ocupa el puesto 10 de 18, con un 20 % de su población.
Hubo un tiempo en que Lima y otras ciudades crecieron como un hongo atómico debido a la migración de compatriotas que huían de la miseria y la violencia. En circunstancias tales, ser solidario no era cuestión de altruismo sino de supervivencia. Algo de ese espíritu colectivo se perdió cuando ya nos integramos a esta selva y hoy pareciera que el individualismo es la mejor forma de avanzar: no ceder el pase en el tráfico es solo la dimensión pequeña de esta noción tan grande.
No son sólo los ricos de San Isidro los que no quieren ceder un rectángulo de pasto: es la mayoría de peruanos quienes temen compartir con desconocidos lo que tanto les costó ganar.
October 24, 2014
Embarazada en clase
Parece una maldición: todos los libros que he leído en mi vida se han desvanecido como el vaho.
Esa es una de las razones por las que nunca podría ser un profesor de literatura, o al menos uno convencional: no importa qué tan indeleble sea un libro, a los pocos días empieza el proceso irreversible y voy olvidando los nombres de los personajes, sus diálogos, inclusive los títulos. ¿Retener poesía? Nunca he podido. ¿Recitarla? En otra vida.
Y sin embargo, sé que con esos libros esfumados he aprendido.
Con mis maestros que no son de papel ha ocurrido lo mismo. Es verdad que recuerdo algunas de sus frases, pero lo que más se me ha impregnado de ellos son sus actos, la atmósfera que sabían crear, sus gestos al enfrentar los retos de la vida.
Se me trepan estas reflexiones después de ver por casualidad un video en Internet. Transcurre en el salón de una escuela y la cámara furtiva de un estudiante de secundaria capta lo que ocurre cuando una llamada irrumpe en la clase. El profesor es un pelirrojo corpulento de poco más de treinta y cinco años. Viste un blazer negro y tiene una hoja de papel en la mano. Su rostro transmite bondad y apertura. La regla que ha decretado en clase avala esta percepción: las llamadas a los alumnos están permitidas, siempre y cuando se atiendan en altavoz para que la clase entera las escuche.
El video empieza con el teléfono de una chica timbrando y con el profesor pelirrojo accediendo. La voz que ingresa al aula es masculina y tiene el tono de un oficinista preocupado. El hombre se identifica como un encargado del centro de atención de embarazos y le dice a la alumna que su examen ha resultado positivo. La muchacha asiente. La voz continúa ofreciendo el apoyo del Estado: “sabemos que el padre está ausente, pero nosotros estaremos contigo en todo el proceso”.
A esas alturas el profesor pelirrojo se ríe de los nervios. Se está tapando la boca con la hoja de papel aunque quizá quiera esconderse detrás de él. Una vez que la llamada incómoda ha terminado, el profesor balbucea, azorado:
–Lo siento… te pido disculpas…
–Está bien –responde ella, con la cabeza baja–. Ya lo he asimilado.
El profesor la escucha atentamente, con la hoja en el mentón. La clase está muda.
–Hasta sé qué nombre le pondré a la bebé… –prosigue la chica–. Su primer nombre será April. Y su segundo nombre será Fools…
La clase estalla en carcajadas y el profesor se queda paralizado medio segundo antes de estallar. April Fools es el equivalente a nuestro Día de los Inocentes.
El profesor se tapa la cara con el papel y la expresión que antes era jovial, pero nerviosa, ahora es de alivio, de alegría, de admiración.
–Puntos extra para todos –señala, regocijado, colorado de la risa–. ¡Eso fue impresionante…!
La clase continúa la carcajada y el profesor también se pierde en ella.
Y pienso que con un profesor así, tolerante y promotor del ingenio de sus alumnos, esos chicos quizá no recuerden las palabras exactas de la lección, pero sí la atmósfera optimista que todo grupo humano debería tener para aprender.
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