Gustavo Rodríguez's Blog, page 14
April 17, 2015
Soy muchacho provinciano
Ayer apareció en mi Facebook un video recomendado por varios amigos. Como vi que había sido creado por peruanos muy talentosos, con trabajos de comunicación que han sido premiados en el mundo, la curiosidad me llevó a abrirlo.
En la primera toma aparecía la cruz del cerro San Cristobal perfilada sobre Lima, luego del amanecer. Un hombre mestizo maduro, coronado por un sombrero, asciende por el camino que lleva a la cumbre del antiguo apu. Mira la ciudad enorme, respira, y empieza a cantar: “Soy muchacho provinciano, me levanto muy temprano…” Luego, la letra es entonada por otros personajes en distintas ciudades del Perú y nos damos cuenta de que aquel himno de los migrantes hecho célebre por Chacalón tiene aquí un enfoque optimista que no tenía el original: los nuevos limeños, arequipeños, trujillanos, huancaínos e iquiteños cantan que algo saben de progresar y que ahora tienen una buena vida en sus ciudades. El video es de un banco que financia a pymes y está producido con una calidad que ha hecho entusiasmar a muchos.
Pero por alguna razón esto no ocurrió conmigo.
Debo aclarar que sí me emociona la épica tejida por las millones de historias de quienes dejaron sus terruños para plantar una estera en las periferias de nuestras ciudades. Reconozco, conmovido, que sin nuestros migrantes y su empeño, la clase media peruana no existiría y que subestimarlos sería como negar a mis padres, que también fueron provincianos y se conocieron en Lima. Pero me aventuro a sostener que el discurso de homenaje al migrante trabajador puede estar llegando a un punto de desgaste. Hace diez años, cuando nuestro país rugía en crecimiento y muchos teníamos la esperanza de que el capital que generábamos iba a financiar verdaderas reformas estructurales, el aplauso a dicha prédica hubiera sido inobjetable. Pero hoy ya no parece suficiente que nuestras imágenes tengan centros comerciales, clubes y motos acuáticas para darnos una esperanza real. Si me pongo en plan de caricaturista, no me extrañaría que los personajes que cantan tan lindo en el video, rodeados de los bienes que han logrado materializar, no estén luego insultando por las redes a Peluchín por cabro.
El banco anunciante ha hecho lo que le corresponde –después de todo su trabajo es ofrecer créditos para adquirir valores materiales– y estoy seguro de que su nueva etapa va a ser exitosa. Lo que me preocupa es que, en paralelo, no exista en el Perú una instalación igual de masiva de otros valores que requerimos para ser una sociedad integradora. Curiosamente, el mismo día que vi aquel video en Facebook, había publicado temprano una foto que acababa de tomar. Era una preciosa casa amarilla de techos inclinados, rodeada de vegetación, bajo un cielo con nubes esponjosas. Le puse como leyenda: “¿Miami? No, es Piura: a dos cuadras hay calles sin asfaltar”. Un amigo se enfadó por la crítica a una casa tan bonita en una ciudad de provincia, y otro le encaró por su falta de sensibilidad.
Una confrontación típica.
En realidad, mi intención no era señalar la casa, sino esa desigualdad que nos rodea y que es el indicador más claro de que nos falta mucho, pero mucho, para el desarrollo. Aplaudir lo que crecimos materialmente, pero enseñar con altura los valores realmente importantes que nos faltan es, tal vez, nuestra mayor tarea pendiente.
April 10, 2015
Yellowman
El funcionario lee que su aprobación ha bajado trece puntos en solo un mes y la bilis áurea golpea su interior.
Luego de calmarse con una manzanilla del color de sus amores decide salir a caminar para repasar las posibles razones.
Pega un post-it que no es ni verde ni rosado en su escritorio avisando que volverá y, tras bajar la gran escalera, su rostro recibe la luz de la plaza. Entre los arcos empieza a especular qué puede haber hecho mal. ¿Será por cubrir esos murales del centro pintados por artistas? ¡Ni que fueran Szyszlo! Además, ¿qué es eso que leí ayer de que Barcelona y Buenos Aires están promoviendo el arte en sus paredes? Si esas ciudades están hasta las huevas con doble yema, carajo. Un heladero de D´Onofrio distrae su mirada. Qué lindas, en cambio, si todas las paredes fueran de un solo color. A ver, ¿qué más…?
Se detiene ante un puesto y se compra una Inca Kola. Qué hermosa brilla bajo ese sol que ha salido solidario para todos. Prosigue. ¿Será porque le inventé una excusa al Congreso cuando me citó por desactivar la reforma del transporte y me fui a Madrid? Je, je, je. Qué buena me salió. Y ese discurso, bonito. Mi gente me lo ha dicho. Sí pues, le dije a los españoles que Lima es un país con mucha biodiversidad y distintos pisos económicos. Estaba nervioso, ¿y? ¡¿Pero, qué?! ¡¿Un ambulante vendiendo discos?! Ah, Los Beatles. Yellow Submarine. Pasa. ¿En qué estaba?
El jirón de la Unión lo recibe con su olor a pollerías y le despierta el hambre. Se sienta. No, no me des pollo. Solo papas y ese ají tan bonito. Qué lindo plato, redondo y monocromático, si hasta provoca marcarle un aspa encima. En cambio qué feo ese verde del Río Verde. ¿Será que me pescaron otra mentirilla cuando dije que ese proyecto no existe? Je, je, je. Ayer un columnista se quejaba porque mandé al tacho la recuperación de seis kilómetros del río Rímac, con parques y malecones para cinco distritos, para hacer mi bypass de la Avenida Arequipa. Es que ese idiota no sabe lo lindo que va a quedar. Lima necesita oxígeno, pero para eso ya tiene el parque de las aguas –¡hermoso, con mi logo en los chorros!– y los parques zonales que pueden funcionar como clubes. El funcionario pide otra Inca Kola y, mientras eructa, piensa que tal vez se le pasó la mano al culpar a los chosicanos por su tragedia cuando fue su anterior gestión la que zonificó la quebrada San Antonio. Pero la gente es así, pues. No mide el riesgo. Prefieren la comodidad ahorita que los cambios a largo plazo. Por eso, que vuelvan las combis y sus carreras locas como Bruce y no esos sistemas que cuestan taaaaanto poner en operación y que a mí no me dejan nada en el corto plazo. Y cuatro años sin reelección sí es corto plazo. ¿Será por todo esto que bajó mi aprobación? Quién sabe. Igual, todavía me apoya un huevo de gente.
No como a esa tía odiosa, je, je, je.
El funcionario mira su reloj y pide la cuenta. En un rato le van a presentar el modelo a escala del intercambio en la avenida Naranjal porque, je, je, je, esas maquetas se ven bien bonitas en la tele. Lo malo es el nombre de esa avenida, voy a ver si lo puedo cambiar.
April 3, 2015
Viernes de pescado
La conocí hace muchos años, en el 1,986 D.C., y desde entonces hasta cuando nos dejamos de ver, solíamos tener el mismo tipo de diálogo cuando nos tocaba sentarnos juntos a la hora del almuerzo o de la cena.
–¿Me pasas la sal?
–Claro.
–No, ponla en la mesa.
Como le ocurre a mucha gente, ella creía que algún tipo de maleficio nos iba a hacer enemistar si es que nuestras manos tocaban el salero a la vez. La primera vez que esto ocurrió quise parecerle un tipo ilustrado y creo que le caí antipático.
–¿Sabes que detrás de tu temor hay una razón que no tiene nada que ver con la mala suerte?
–A ver.
–Hubo una época en que la sal era tan valiosa que se usaba como moneda. Varios años antes de Cristo los romanos hicieron un camino para llevar la sal de una salitrera a la capital. A los obreros les pagaban una parte con sal. De allí viene la palabra “salario”.
–Mira tú.
–Si yo te diera ahorita una moneda y se cayera al piso, no habría problema, tú o yo la recogeríamos y asunto arreglado. Pero, ¿y si en vez de una moneda se nos cayera la sal?
–La cagada.
–Te imaginarás las broncas entre soldados borrachos que se echan la culpa por la sal derramada. El riesgo de la enemistad no era mágico, tenía una razón concreta.
–Ya, ¿me la pasas?
–Claro.
–Pero en la mesa.
Algunos años después, cada uno con una familia a cuestas, nuestro grupo común de amigos decidió pasar una Semana Santa en las afueras de Lima. Ella y yo fuimos los encargados de coordinar las compras y el teléfono fue el instrumento a través del cual volví a ponerme en plan sabelotodo.
–Como vamos a ser un batallón –le recordé– hagamos platos rendidores… no sé… fideos, arroz con pollo…
–Y pescado el viernes.
–Bueno.
–Compra bastante. Para todos.
–Sabes que ninguna parte de la biblia prohíbe comer carne roja esos días, ¿no?
–Mira tú.
–Probablemente sea una costumbre que viene del paganismo y que el cristianismo adoptó a su manera.
(Debo corregir lo de sabelotodo. Ahora que he revivido ese diálogo me doy cuenta de que en verdad me puse en plan de necio).
–Yo lo hago como una muestra de solidaridad con el sufrimiento de Cristo… una especie de penitencia… tú sabes que a mí me encanta la carne…
–Dale –asentí–. ¿Qué pescado compro?
–No sé. Una corvina… ¡lenguado, qué rico!
–¡Pero es carísimo! Nos va a salir una fortuna.
–Si me voy a castigar, que me duela bien.
Por supuesto que compré tollo. Mi religión me prohíbe el lenguado.
April 2, 2015
Viernes de pescado
La conocí hace muchos años, me parece que en el 1,986 D.C., y desde entonces hasta cuando nos dejamos de ver, solíamos tener el mismo tipo de diálogo cuando nos tocaba sentarnos juntos a la hora del almuerzo o de la cena.
–¿Me pasas la sal?
–Claro.
–No, ponla en la mesa.
Como le ocurre a mucha gente, ella creía que algún tipo de maleficio nos iba a hacer enemistar si es que nuestras manos tocaban el salero a la vez. La primera vez que esto ocurrió quise parecerle un tipo ilustrado y creo que le caí antipático.
–¿Sabes que detrás de tu temor hay una razón que no tiene nada que ver con la mala suerte?
–A ver.
–Hubo una época en que la sal era tan valiosa que se usaba como moneda. Varios años antes de Cristo los romanos hicieron un camino para llevar la sal de una salitrera a la capital. A los obreros les pagaban una parte con sal. De allí viene la palabra “salario”.
–Mira tú.
–Si yo te diera ahorita una moneda y se cayera al piso, no habría problema, tú o yo la recogeríamos y asunto arreglado. Pero, ¿y si en vez de una moneda se nos cayera la sal?
–La cagada.
–Te imaginarás las broncas entre soldados borrachos que se echan la culpa por la sal derramada. El riesgo de la enemistad no era mágico, tenía una razón concreta.
–Ya, ¿me la pasas?
–Claro.
–Pero en la mesa.
Algunos años después, cada uno con una familia a cuestas, nuestro grupo común de amigos decidió pasar una Semana Santa en las afueras de Lima. Ella y yo fuimos los encargados de coordinar las compras y el teléfono fue el instrumento a través del cual volví a ponerme en plan sabelotodo.
–Como vamos a ser un batallón –le recordé– hagamos platos rendidores… no sé… fideos, arroz con pollo…
–Y pescado el viernes.
–Bueno.
–Compra bastante. Para todos.
–Sabes que ninguna parte de la biblia prohíbe comer carne roja esos días, ¿no?
–Mira tú.
–Probablemente sea una costumbre que viene del paganismo y que el cristianismo adoptó a su manera.
(Debo corregir lo de sabelotodo. Ahora que he revivido ese diálogo me doy cuenta de que en verdad me puse en plan de necio).
–Yo lo hago como una muestra de solidaridad con el sufrimiento de Cristo… una especie de penitencia… tú sabes que a mí me encanta la carne…
–Dale –asentí–. ¿Qué pescado compro?
–No sé. Una corvina… ¡lenguado, qué rico!
–¡Pero es carísimo! Nos va a salir una fortuna.
–Si me voy a castigar, que me duela bien.
Por supuesto que compré tollo. Mi religión me prohíbe el lenguado.
March 27, 2015
Habla la cucaracha
En mis otras cuarenta y tres vidas he sido, entre otras cosas, un escriba persa, un secuoya californiano y un pescador malayo, pero vaya uno a saber por qué en esta me tocó ser una cucaracha.
Una cucaracha comestible de criadero, valga la aclaración, por si este dato tranquiliza a los entomofóbicos. Fui cocinada, pero aún me queda algo de conciencia. Una luz pertinaz me deslumbra y unos gritos iracundos me recuerdan a cierto coliseo romano en el que tuve una de mis muertes: son unos jóvenes que le rugen “¡tú puedes, tú puedes!” a una chiquita de azul que me acaba de pinchar con su tenedor. Desde aquí puedo distinguir a los dos conductores del programa de televisión. Son dos muchachos simpáticos, debo decirlo. Los he visto hablar antes con la productora y no noto en este trío el delirio que sí noté en Laura Bozzo cuando fui su perro faldero en México –¿cuándo me tocará ser sultán, digo yo?–. Sin embargo, algo sí los hermana con ella y con todos quienes terminan absorbidos por la televisión comercial: la competencia exacerbada por el rating. No tengo razones para dudar de que los responsables de este programa –en los micrófonos leo “El último pasajero”– sean inteligentes y creativos. He llegado a escuchar, de pasada entre el gentío, que este programa alguna vez fue premiado como el mejor de la televisión por la Asociación de Anunciantes. Pero si algo he aprendido en mis vidas es que basta con juntar a personas inteligentes y bienintencionadas en una cruda competencia diaria para que tarde o temprano sus decisiones empiecen a lindar con lo reprobable.
Quiero dejar constancia de que no pienso así por ser la parte más interesada en este asunto.
No hay nada malo en que haya gente que coma cucarachas, así como no hay nada repudiable en que los peruanos coman roedores que en otras culturas son consideradas lindas mascotas de habitación.
Lo malo es el abuso, la simbología del acto y el mensaje que se graba en una sociedad en solo unos segundos. “La muchacha consintió competir” dirán algunos, como ocurre en esos estrafalarios shows japoneses. Por supuesto. Pero se trata de una menor de edad que está formando su personalidad y que se ve atrapada entre la fascinación de aparecer en un programa de televisión y el horror de no estar a la altura de la supuesta amistad que le profesa su grupo de pertenencia. Hace un par de días hubo otra muchachita, llorosa ella, a la que pusieron en el trance de raparse el pelo al estilo de Ronaldo mientras sus compañeros rugían para que aceptara. El programa, entonces, no debería promocionarse como aquel que recompensa con Cancún al salón que mejor compite, sino como el que premia a quienes están dispuestos a humillarse en público. ¿Qué puede seguir bajo esta premisa? ¿Ser una trabajadora que aguanta insinuaciones en la oficina a cambio de un futuro brillante? ¿Una esposa que acepta afrentas porque la dignidad personal debe supeditarse a una familia unida?
Vamos, el programa empezó bien, ¡no dejen que se desborde! ¡Salvemos a las cucarachas!
Y claro, a los chicos.
En fin, pronto ya no será mi problema. La chiquilla ya me metió en su boca. En un rato estaré en sus intestinos, rodeado de esa materia que siempre contamina a la televisión sin autocrítica.
March 20, 2015
Charito y la Unión Civil
La semana pasada vi el insólito caso de una junta de médicos que negaba la circulación de la sangre, cinco siglos después de haber sido enunciada por Miguel Servet. También vi a un grupo de físicos que defendían las leyes de Newton como las únicas que rigen el universo y dejaban de lado las más que aceptadas leyes de la física cuántica. Además, escuché el discurso de un grupo de científicos naturalistas que negaban la teoría de la evolución y predicaban que los animales que existen en la Tierra descendieron todos de un barco enorme que encalló en el monte Ararat, en el este de Turquía, luego de un diluvio exterminador.
A estos personajes que desconocieron los pilares fundamentales de sus profesiones podría añadirle, ya saliendo de los linderos de la ficción, a los siete congresistas peruanos que la semana pasada votaron contra la Unión Civil entre personas del mismo sexo. Al asumir sus cargos esos congresistas se comprometieron a honrar la Constitución, tal como un médico honra los descubrimientos mínimos de su oficio, pero la hicieron de lado como a un animal sarnoso. No usaron ningún razonamiento legal ni alguna interpretación interesante que pudiera encontrar un resquicio constitucional a su favor. De nada sirvió tampoco que la Defensoría del Pueblo, el Ministerio de Justicia, el Ministerio Público y el Poder Judicial hubieran avalado previamente este proyecto de ley luego de estudiarlo dentro de la esfera del derecho. No, pues. La discusión no se centraba en los derechos legales del prójimo, sino en creencias personales.
Como un astrónomo que reniega de Galileo –aquel solitario que se enfrentó a la enorme mayoría de su época– varios de esos congresistas tuvieron el cuajo de defender su posición desde la mayor aberración jurídica que puede decir un supuesto entendido cuando se trata de derechos humanos: “Rechazamos la Unión Civil porque la mayoría de peruanos no está de acuerdo con esta ley”. Probablemente ese sea el mito más pernicioso sobre la democracia que se enseña en nuestras casas y escuelas: que lo que quiere la mayoría es lo mejor. Confundimos la votación con la democracia, tal como confundimos boda con matrimonio. Recordemos que la democracia no es una votación, sino un sistema de balanzas y péndulos que trata de equilibrar los poderes para que los ciudadanos tengan los mismos derechos y obligaciones. Frente a esto, el enunciado de que “la mayoría lo quiere así” es una idea simple y fácil de martillar, una trampa ideal para que millones de compatriotas desinformados escondan su prejuicio.
Tal vez por ello, en los años que nuestra educación cívica tardará en mejorar, debamos hacer uso de aquellos espacios a los que sí se enchufa voluntariamente la mayoría de nuestros compatriotas. Que en “Al fondo hay sitio” Charito se enamore sin querer de una mujer, o que Nicolás se enamore de un hombre. Que sus seguidores vivan a través de ellos la inequidad, que no puedan heredarle sus posesiones a la persona que aman, que no puedan velar por su pareja en el hospital, que no los dejen ni asistir al velorio de su gran amor porque, aunque están amparados por la Constitución, no lo están por una ley que obedezca a ella.
Será que cuando la realidad no hace bien su trabajo, la ficción tiene que hacer el suyo.
March 14, 2015
Aceros Arequipa, 50 años
Aceros Arequipa cumplía 50 años de fabricar acero. Nosotros decidimos comunicar sueños.
March 13, 2015
Me acordé de usted
Este domingo en la noche me topé en la televisión con algo que nunca había visto en mi vida. ¿Recuerda usted que algún presidente peruano le haya dado un mensaje a la Nación centrado en la educación?. No sé si usted esté vivo para haberlo visto –usted ya estaba subido de peso cuando lo conocí y eso siempre trae secuelas–, pero igual le voy a confesar algo: mientras Humala se refería a la educación peruana como un servicio que se nos ha brindado mal durante décadas, yo pensé un par de veces en usted.
En su discurso, el Presidente se refirió a la gestión educativa como un problema complejísimo que debe afrontarse desde cuatro aristas: la cimentación de la meritocracia para tener mejores maestros, la calidad de los aprendizajes, la infraestructura en la que aun quedan montañas por mover y la concepción de los directores como gerentes de escuela. Su mensaje final fue que solo al seguir estas políticas como cuestión de Estado, y no de un gobierno de turno, podemos soñar con una educación que nos acerque al desarrollo.
Obviamente, los cuatro factores son importantes. Digo, es bueno imaginar a un niño 1) estudiando en una escuela cómoda, 2) con maestros bien pagados, evaluados y capacitados, 3) con un director que gestiona su colegio como una sede de servicios y con 4) una curricula moderna que conecte a ese niño con el mundo. Al no tener estos elementos al 100 % nuestro sistema es un triste exponente de la educación del siglo 19 e incluso, teniéndolos todos, podría ser un excelente ejemplo de una educación de fines del siglo 20. De todos estos factores, si me dieran a escoger cuál es el prioritario para que nuestra educación nos acerque a las competencias que se requieren en el siglo 21, yo apostaría sin dudarlo al maestro comprometido y bien remunerado que en lugar de solo transmitir conocimiento busca despertar y canalizar las capacidades de los niños a su cargo. Se lo voy a poner de esta manera caricaturizada: si tuviera que elegir entre una espléndida escuela diseñada por Norman Foster con un profesor como usted y una caverna con un maestro que estimula, no dude que elegiría largamente lo segundo. Los think tank de la educación también coinciden en esto.
Me imagino que usted no se acuerda de mí aunque yo sí lo recuerde a usted.
Yo tenía siete años cuando usted entraba al salón y mandaba colocarnos a todos en fila. Era como un pelotón de fusilamiento, solo que el que disparaba era usted: nos hacía preguntas sorpresivas y si con el nerviosismo demorábamos más de dos segundos en contestarle, nos descargaba en las manos la regla de madera. Gracias a usted le mentí por primera vez a mi padre con premeditación fingiéndome enfermo para no pasar por esa tortura. ¿Cómo habría sido aquel año, o nuestras vidas, si en lugar del sádico que nos tenía a su merced en aquella aula hubiéramos tenido a un buen hombre que expandiera las carpetas como en un ágora, que colocara al centro temas para debatir o que trajera una guitarra para explicarnos cómo viajan las ondas?
No lo sé. Lo que sí sé es que si este gobierno y los que vienen logran consolidar la meritocracia docente, cada vez habrá menos tipejos como usted frente a niños como yo.
March 12, 2015
Me acordé de usted
Este domingo en la noche me topé en la televisión con algo que nunca había visto en mi vida. ¿Recuerda usted que algún presidente peruano le haya dado un mensaje a la Nación centrado en la educación?. No sé si usted esté vivo para haberlo visto –usted ya estaba subido de peso cuando lo conocí y eso siempre trae secuelas–, pero igual le voy a confesar algo: mientras Humala se refería a la educación peruana como un servicio que se nos ha brindado mal durante décadas, yo pensé un par de veces en usted.
En su discurso, el Presidente se refirió a la gestión educativa como un problema complejísimo que debe afrontarse desde cuatro aristas: la cimentación de la meritocracia para tener mejores maestros, la calidad de los aprendizajes, la infraestructura en la que aun quedan montañas por mover y la concepción de los directores como gerentes de escuela. Su mensaje final fue que solo al seguir estas políticas como cuestión de Estado, y no de un gobierno de turno, podemos soñar con una educación que nos acerque al desarrollo.
Obviamente, los cuatro factores son importantes. Digo, es bueno imaginar a un niño 1) estudiando en una escuela cómoda, 2) con maestros bien pagados, evaluados y capacitados, 3) con un director que gestiona su colegio como una sede de servicios y con 4) una curricula moderna que conecte a ese niño con el mundo. Al no tener estos elementos al 100 % nuestro sistema es un triste exponente de la educación del siglo 19 e incluso, teniéndolos todos, podría ser un excelente ejemplo de una educación de fines del siglo 20. De todos estos factores, si me dieran a escoger cuál es el prioritario para que nuestra educación nos acerque a las competencias que se requieren en el siglo 21, yo apostaría sin dudarlo al maestro comprometido y bien remunerado que en lugar de solo transmitir conocimiento busca despertar y canalizar las capacidades de los niños a su cargo. Se lo voy a poner de esta manera caricaturizada: si tuviera que elegir entre una espléndida escuela diseñada por Norman Foster con un profesor como usted y una caverna con un maestro que estimula, no dude que elegiría largamente lo segundo. Los think tank de la educación también coinciden en esto.
Me imagino que usted no se acuerda de mí aunque yo sí lo recuerde a usted.
Yo tenía siete años cuando usted entraba al salón y mandaba colocarnos a todos en fila. Era como un pelotón de fusilamiento, solo que el que disparaba era usted: nos hacía preguntas sorpresivas y si con el nerviosismo demorábamos más de dos segundos en contestarle, nos descargaba en las manos la regla de madera. Gracias a usted le mentí por primera vez a mi padre con premeditación fingiéndome enfermo para no pasar por esa tortura. ¿Cómo habría sido aquel año, o nuestras vidas, si en lugar del sádico que nos tenía a su merced en aquella aula hubiéramos tenido a un buen hombre que expandiera las carpetas como en un ágora, que colocara al centro temas para debatir o que trajera una guitarra para explicarnos cómo viajan las ondas?
No lo sé. Lo que sí sé es que si este gobierno y los que vienen logran consolidar la meritocracia docente, cada vez habrá menos tipejos como usted frente a niños como yo.
March 9, 2015
Todos con punche al cole
El Ministerio de Educación lanza cada año su campaña “Buen Inicio del Año Escolar”.
Este año (2015) se dio la oportunidad de dejar de lado el típico discurso paternalista de esta época del año para dejar la sensación de que la educación peruana está empezando a gestionarse de forma distinta.
A continuación veremos cómo Wendy Ramos arenga a papás, maestros y escolares en sus propias casas.
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