Gustavo Rodríguez's Blog, page 10
February 4, 2016
REPÚBLICA DE LA PAPAYA (PLANETA, 2016)
De esta novela, el escritor de culto Mario Bellatin ha señalado que “solo las palabras de Gustavo Rodríguez son capaces de crear la nostalgia de una ciudad que aparece y desaparece de manera simultánea”.
Y el polémico Alberto Fuguet ha opinado que “Rodríguez es una de esas voces que sorprenden porque no se jacta de alimentarse solo de la literatura. También cree en la calle y en su mirada y en sí mismo. Más que escribir, a veces da la impresión de que lo que hace es conversar.
Pues esta novela crea un diálogo estupendo”.
La novela narra la historia de Paula Yáñez, ‘La Papaya’, una importante consultora política que acaba de terminar una relación amorosa con Loreto, una alumna suya.
Dolida, Paula se refugia en el trabajo y acepta asesorar a una candidata presidencial ignorando que su expareja se ha enamorado de un candidato rival.
Una historia de despecho amoroso en una época de despechos políticos.
JUAN CHICHONES, SUPERHÉROE A GOLPES (SANTILLANA, 2015)
Juan Chichones es tan torpe que los accidentes lo persiguen,
pero el último golpe que se ha dado en la cabeza
desatará la aventura de su vida: conforme el chichón le crezca
le crecerá también un extraño poder que lo ayudará a rescatar a muchos
de un terrible final.
Una pequeña novela para niños de 10 años en adelante, donde los valores de la lealtad y la amistad se ponen a prueba, y donde también queda claro que cuando algo malo te ocurre es porque a la vez algo bueno se esconde tras ello.
Las ilustraciones son de Felipe Morey.
January 1, 2016
Esto le deseo
Espero me deje usted compartir tres conclusiones a las que llegué este último año y que están haciendo de mí una persona menos amargada.
Asumiendo que me otorgó su venia, empezaré con la más sencilla de practicar: estire sus músculos.
¿Ha visto cómo los perros se estiran largamente luego de haber dormido? Lo que ellos hacen por instinto nosotros lo obviamos por negligencia. La notificación le llegó a mi cuerpo en abril. Después de años de trotar y de ir al gimnasio sin problemas, empecé a sufrir un terrible dolor en la espalda. Luego de muchas pesquisas, una amable fisioterapista me mostró que mi columna estaba desdibujada por un enredo de músculos petrificados desde mis tobillos hasta mis hombros. Nunca los había estirado ni antes ni después del esfuerzo. ¿Yoga? Ni por asomo. Lo que quería era tonicidad y lo elástico era para mí lo contrario. La ignorancia me costó mucho y espero que usted no la reaplique. Algo más: no vea televisión en la cama ni se pase el día apoyado entre almohadas. Búsquese una silla cómoda y evitará en el futuro los tormentos que sigo sufriendo hasta hoy.
Mi siguiente aprendizaje es este: sienta envidia, pero luego recapacite. Es natural ver que un colega reciba más aplausos que uno y sentir de inmediato que se enciende un carboncillo en el pecho. Lo que no debe ocurrir es que ese primer impulso se asiente en forma de envidia venenosa. Hubo una época en la que dejaba que la brasa ardiera más tiempo del adecuado, y aquello me hacía mal. Este año terminé de aprender –o eso quiero creer, pues no olvidemos que las recaídas son tan humanas como la envidia– que la mayoría de quienes nos causan estos celos han pasado por tormentos y pruebas que ignoramos y que aplaudirlos en su momento de gloria es una forma de darnos esperanza y de renovar la psique en nuestro proceso creativo. Por lo tanto, a mis colegas que este año han publicado cuentos, novelas y artículos estupendos: mis felicitaciones.
Más se gana tratando de imitarlos en su esfuerzo que poniéndoles granadas en el camino.
A fuerza de ser calificado de un peligro para los lectores diabéticos, compartiré mi tercera conclusión: diga más “te quiero”. No sé en qué maldito momento se tornó de mal gusto expresar nuestro cariño y malentendimos que debíamos esperar a estar borrachos para hacerlo. Qué estupidez. Si alguien ha hecho algo bueno ante sus ojos, si las palabras de alguien fueron oportunas, si esa persona fue amable cuando no lo esperaba… agradézcaselo con calidez. Dígale a la cajera lo servicial que le pareció. Deséele al taxista un buen día. Dígale a ese amigo, compañero o hermano que su cercanía le parece valiosa y no espere a que interprete las señales. Si dijéramos más veces “te quiero”, terminaríamos diciendo menos veces “qué joda”.
Eso es. No le deseo un feliz Año Nuevo, pues siempre me ha parecido raro hacerle fiestas a un punto aleatorio de la órbita terrestre. Le deseo una mejor vida: sin dolores de espalda, sin mucha envidia incubada y con más gente contenta de estar a su lado.
Le deseo, en suma, lo mismo que estoy tratanto de obtener para mí.
December 25, 2015
Seis Navidades
Si hay alguien que hoy debe estar pasando una Navidad amarga, esa es Silvana Buscaglia Zapler, de cuya existencia nos enteramos hace poco a causa de un video grabado en el aeropuerto Jorge Chávez.
Para quienes hayan aterrizado recién en Lima –o hayan despertado anoche de un coma–, resumiré lo ocurrido: la señora Buscaglia Zapler se opuso tenazmente a que un policía –el técnico de primera Elías Quispe Carbajal– le impusiera una multa por haber estacionado su robusta camioneta negra en un lugar prohibido. “¡Aléjese de mi carro!”, amenazó ella, apartando al policía con ambas manos. El técnico Quispe se acercó a pedirle explicaciones y es aquí donde la señora realizó una maniobra que fue repetida hasta la saciedad en las redes sociales: un manotazo que hizo volar su casco. En vez de ser detenida en ese instante, la señora Buscaglia se trepó a su camioneta y avanzó con ella a pesar de que los policías presentes le opusieron el cuerpo a la máquina.
Dos días después, en lo que constituye un récord de eficiencia, la señora Buscaglia fue sentenciada a 6 años y 8 meses de prisión. La fiscal había solicitado 9.
Desde entonces las opiniones se han dividido entre quienes dicen que ya era hora de que se siente un precedente y los que consideran a la sentencia como exagerada, sobre todo, en un país en el que cientos de delincuentes quedan impunes luego de masacrar policías con igual o mayor alevosía en hechos más violentos.
Ahora, permítaseme poner dos sentencias en perspectiva.
Facundo Chinguel, el responsable directo de los narcoindultos –ese escándalo nunca visto en el mundo por el cual, durante el segundo gobierno de Alan García, se liberó a 3,207 condenados por narcotráfico con la oportuna firma del presidente– fue sentenciado a 13 años y 8 meses. Es decir: uno de los responsables de ese macabro poder judicial paralelo que se instaló en el Ejecutivo para liberar delincuentes a cambio de dinero y que, de paso, alimentó la violencia que hoy sufrimos, fue condenado, luego de arduas deliberaciones, al doble de sentencia que una señora que sufrió un arrebato. Doce navidades contra seis.
Es claro que la señora Buscaglia cometió algo repudiable. Su defensa ha sido patética. Y la ley vigente se ha cumplido.
¿Pero, de verdad merecía tanto?
De vez en cuando las pulsiones de nuestra sociedad confluyen en un entramado de cauces que terminan impactando en algún chivo expiatorio. La Buscaglia desacató a la autoridad pero, además, hizo todo lo que estaba a su alcance para convertirse ante cámaras en uno de los personajes que más odiamos: la señora blanca, con camioneta grande y apellido no castizo, que evade la autoridad encarnada en un policía dubitativo y mestizo.
Entonces, ¿se condenó a la persona o a un estereotipo? Además, ¿no somos la mayoría de peruanos como la Buscaglia a la hora de respetar la ley? Por ejemplo, ¿habremos olvidado que las señales de tránsito existen para que en cada esquina no tenga que haber un efectivo de verdad? Pasarse una luz roja a propósito es como zurrarse en un policía que te dice “alto”, y la misma indignación que me dio la señora Buscaglia me la generan los zopencos que se meten ¡contra el tráfico! para adelantar a quienes sí cumplen con el orden.
Qué estúpido lo hecho por la Buscaglia. Pero qué triste es vivir en un país que festeja los latigazos desgarradores contra otros para olvidar lo indulgente que es consigo mismo.
December 18, 2015
Fuera las poses
Hace unos días fui testigo de una conversación muy interesante en Arequipa.
El enorme público congregado desafió lo que solemos denominar como “horas de trabajo” y disfrutó, un lunes a las diez de la mañana, de una mesa que la agente literaria y productora Anna Soler-Pont moderó frente a Alberto Fuguet, Vicente Molina Foix y David Trueba. El tema era el tránsito de la ficción en papel a su adaptación en el cine y, de todas las intervenciones, hubo una que hasta ahora me ronda como un mosquito.
La moderadora le había preguntado a Fuguet cómo elegía a los actores de las películas que ha dirigido, y él respondió:
–Les pregunto quién es su actor favorito. Y aquel que me responde, por ejemplo, “Michael J. Fox”, va pa´ adentro.
–¿Cómo así?
–Mira, si vas a estar ocho meses trabajando con alguien, más vale que te aporte buena onda.
Fuguet tiene razón. No hay motivos para aguantar esnobs durante un rodaje, y menos debería haberlos para soportarlos en la vida. Debería penarse con el ostracismo a quien te hable de deconstrucción, análisis discursivo o de cine iraní desde un pedestal de acrílico y si alguna vez alguien me ha captado una referencia sofisticada por el solo hecho de parecerle interesante, pues le pido perdón: no ha sido más que la inseguridad secuestrando a mi yo espontáneo. Como penitencia –y aceptando que admitir las poses puede ser una forma de pose– voy a confesar que mi actor favorito no es Michael J. Fox, pero sí lo es John Cusack y que nunca he disfrutado tanto de su arte como cuando en “Serendipity” su personaje encuentra el libro donde la chica que ha buscado por años le anotó su teléfono. Admito también que me encantan Spielberg y Zemeckis, que de Lynch me gustan solo sus primeras películas y que Malick me aburre como para colgarme de su “árbol de la vida”. Confieso que orino en la ducha, y no solo para ahorrar agua, sino también porque es maravillosamente liberador no tener que concentrarse en apuntar bien. Me parece que los tipos de ABBA fueron unos genios y ver el musical “Mamma mía” (ay sí, ay sí, en Broadway) fue para mí una epifanía de lo hermoso que puede llegar a ser el pop. Joyce siempre me ha aburrido y si leí “Ulises” fue porque hubo una estúpida época en mi vida en la que debía terminar todo lo que empezaba. ¿”Finnegans Wake”? Si está en mi biblioteca es para que mis visitas crean que lo leí.
Ya que estamos: me gustó “No se lo digas a nadie” de Bayly, y qué.
Siempre confundo a Manet con Monet. No recuerdo las diferencias entre Hegel y Kant, y debe ser porque no me interesan. Cuando en los restaurantes el mesero me cede el vino para aprobarlo, mi ritual de darle vueltas a la copa y acercarlo a la nariz es pura actuación: mi olfato y gusto son tan pobres que a lo mucho pueden distinguir si está en camino de ser vinagre. Además, amigos: sepan que cuando voy a sus cenas, solo compro vinos de oferta. En mi casa uso sayonaras con medias y el mejor regalo que me he hecho fueron unos calcetines japoneses que ya vienen con hendidura. Me encanta el choncholí, suelto pedos poniendo cara pensativa y, como dice Shakira, no me baño los domingos.
Ni siquiera para orinar.
December 11, 2015
Analicemos la basura
Nunca le he prohibido a mis hijas que vean “Combate” o “Esto es guerra”, esos programas de destreza física donde guapas y guapos compiten mostrando sus cuerpos esculturales.
Uy, caramba. Lo acabo de escuchar. Acabo de sentir el rugido de los defensores de la moral y los militantes contra la telebasura, así que trataré de ser claro con mis razones.
En primer lugar, confío en la educación que su madre y yo les hemos dado. Por cada diez episodios de “Combate” que han visto debo haberles comprado quinientas páginas de libros, llevado a una obra de teatro y salido a comer un postre para conversar de temas igual de interesantes que el romance entre Yaco y Natalie. Además, me parece natural que tres adolescentes muestren interés por chicos guapos y que sus corazones palpiten ante la ilusión de un romance entre dos participantes en pantalla. La prueba de que la mejor decisión no fue la prohibición, sino estimular sus mentes, está en que ellas mismas perdieron luego el interés por estos programas.
Por otro lado, pienso que se comete un error al colocar a estos espacios como abanderados de la televisión basura. Quizá escriba esto porque acabo de devorar “Señorita Laura” –la biografía en comic de Laura Bozzo, con autoría de Marco Sifuentes y Hernán Migoya– y he recordado la época en que terminó por instalarse la telebasura en el Perú con la complacencia del poder de turno. Corría el último tercio del gobierno de Fujimori cuando los antiguos programas de Ferrando, a veces criticados por lucrar con la necesidad de los asistentes, se convirtieron en televisión blanca comparados con las producciones de Magaly Medina y Laura Bozzo. Para enfocar mejor el análisis, quizá convenga buscar la definición de “basura” en el reino de las ondas. Si tuviera que arriesgar una, diría que televisión basura es aquella que, en su afán de conseguir éxito comercial, no repara en despreciar la dignidad de las personas, en invadir vidas privadas y en permitir la confrontación y el lenguaje grosero para lograr sus fines. Los programas de Magaly y de Bozzo llenan con holgura estos tristes requisitos, pero no estoy tan seguro de que los programas mencionados al inicio los cumplan. El papel que sí cumplen es el de vacas de las que un sistema ordeña la mierda: si en los pasillos de “Combate” o “Esto es guerra” naciera alguna discusión, al día siguiente serán los diarios populares, los portales de noticias, los espacios de espectáculo y –válgame dios– los informativos de los propios canales quienes harán eco de ello. Convendría entonces ampliar la mira, para cazar liebres y no gatos. Critiquemos a quienes deciden que un noticiero tenga entre sus titulares un romance tonto, a los responsables de que la farándula haya secuestrado a los informativos, a quienes narran los deportes apelando al odio, a los periodistas que no dudan en airear asuntos privados, a los anunciantes que son abastecedores principalísimos de este sistema.
Con un frente así de amplio, abruma decidir por dónde empezar a generar una verdadera regulación.
Por fortuna, sí existe un espacio en donde usted es el productor del contenido: su hogar. Mientras más lecturas, arte y estímulos intelectuales tengan sus hijos, menos interesantes le parecerán unos chismes de pacotilla.
December 4, 2015
Votar por una mujer, ja
Este fin de semana han rebotado dentro de mi cráneo dos hechos aparecidos en los medios, aunque el segundo haya sido más una genialidad de síntesis que un dato suelto.
El primero es el resultado de una encuesta encargada por El Comercio sobre el perfil del candidato ideal por el que votarían los peruanos. A la pregunta de si nuestro futuro presidente debería ser hombre o mujer, un 31 % respondió que hombre, y un 47 % respondió que mujer.
El segundo fue una caricatura de Heduardo publicada en Perú 21, en la cual un elector le dice a otro:
“¿Por quién votarías tú: por el que golpeó a su esposa, por el que humilló públicamente a su esposa, por la que dejó que torturen a su madre o por el que negó a su hija?”.
No hace falta ser un analista con doctorado para darse cuenta de la fascinante falta de coherencia entre ambos hechos. Que los principales candidatos a nuestra presidencia tengan serios cuestionamientos sobre la manera en que se han comportado con sus esposas, madres e incluso hijas es otro reflejo de lo mal que se trata a la mujer en nuestro país. Un par de botoncitos de ese vergonzoso traje: en 2013 éramos el segundo país de Latinoamérica con mayor número de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas (MIMP) y un 71,5 % de las peruanas admitió ese mismo año haber sufrido algún tipo de violencia por parte de su pareja (INEI).
Un país con estos indicadores está diciendo, a gritos y puñetazos, dos grandes mensajes: que el avance de la mujer en distintos aspectos de la sociedad que estaban reservados para los hombres está poniendo nerviosos, descolocados y temerosos a mis congéneres, y sus parejas están pagando la falta de procesamiento psíquico de esa legión que no encuentran su lugar tradicional en el mundo. El otro mensaje es que la subyugación de nuestras mujeres debe tener alguna complicidad femenina que se mama en nuestros hogares, sobre todo en los más tradicionales. Cifras tan alarmantes se explican cuando es todo un sistema integrado el que actúa a favor de la supremacía masculina. Y sus manifestaciones, muchas veces, tienen más sutileza que la de los puños: que un grueso sector de nuestra población no quiera otorgarle a una chica violada el derecho a abortar el niño que le inseminó su violador es otro ejemplo por el cual un discurso paralelo –la defensa de la vida, en este caso– disfraza la falta de sensibilidad hacia una mujer que sufre.
Con estos antecedentes, ¿puede creerse que los peruanos prefieran como presidente a una mujer?
Tal vez, gran parte de quienes respondieron así ya lo hacían con la imagen de Keiko Fujimori en la mente y, en su caso, el que sea mujer es un atributo interesante, pero no el principal. Asumo, más bien, que otro buen sector respondió motivado por la esperanza de un cambio: luego de tantos presidentes varones que han dejado una estela de corrupción y de cierta incompetencia, creer que una mujer lo pueda hacer mejor es una bonita ilusión ante el escaparate. Un deseo temporal en época de compras. Pero, ¡ay si la mujer que elegiste no llena tus expectativas o si se equivoca igual que sus antecesores!
Si a los presidentes varones les solemos dar con palo, a ella le daremos con látigo, chicote y rebenque.
Porque eso es lo que hacemos con nuestras mujeres.
November 27, 2015
Adelantemos todo
Al inicio fue como el moho que aparece tenuemente antes de convertirse en una plaga verde.
Era mediados de octubre y en el supermercado al que suelo acudir aparecieron unos duendecillos de plástico, la sonrisa guasona y unos cascabeles en la punta de sus zapatos, cargando unos regalos de fantasía. Formaban solo un islote en medio de la marea naranjinegra del Halloween, pero la lucecita de alarma igual se activó en mi sistema. A los pocos días, a comienzos de noviembre, descubrí que el virus se había expendido y que era indetenible: en el patio del centro comercial que palpita en mi vecindario unos operarios habían empezado a armar un árbol gigante de Navidad.
Una de las señales que me advierten que he transitado más de la mitad de mi camino es que me descubro comparando a menudo las costumbres actuales con las de mi niñez. Hoy, por ejemplo, me recuerdo en primero de secundaria, con el sol franco que antecede al verano y con la expectativa de los exámenes finales, ayudando a mi madre a armar el árbol navideño en la sala y el pesebre bajo la escalera. La fecha no bajaba del primero de diciembre y hasta los comerciales de panetón la respetaban.
Pero son otros estos tiempos.
Ya que estamos en ellos, quizá debamos sincerarnos del todo y fomentar la cesárea para que nazcamos ya sietemesinos, pues es injusto privarles a nuestros retoños de esos meses a la luz en los que podrían estar descubriendo las maravillas del mundo y su consumo. Ya que estamos, revaloremos también la eyaculación precoz, que nos puede ahorrar tiempo para concentrarnos en cosas más productivas que reproductivas. Adelantemos la Semana Santa, que los huevos de Pascua son más populares que los clavos de Cristo. Y ya que hablamos de huevos, adelantemos nuestras mañanas tal como lo hacemos con las gallinas en las avícolas: que nos despierten reflectores, que las hormonas nos hagan adolescentes antes de tiempo, que nuestros hijos tomen trago con los gallos en la voz. Ya lo dijo un guionista de los cuarenta: vivamos rápido, muramos jóvenes y dejemos un bonito cadáver
Que el Día del Padre se adelante para mayo y que en junio ocupe ese espacio el Día del Hijo sin Padre: la culpa es un motor de la mercadotecnia y ya se sabe que las lágrimas aflojan las billeteras. Que el efecto dominó adelante el Día de la Madre para fines de marzo, y aprovechemos para que un poco antes, con los últimos calorcillos del verano, exista el Día de la Concha de Abánico y nuestras cebicherías puedan hacer su agosto cinco meses antes: “Por el mes de la Concha y de tu Madre llévate una leche de tigre”.
Pero, ¿de qué sirve una oferta cuando hay gente que no la puede leer? Que nuestros niños aprendan a hacerlo desde los dos años –solo los finlandeses son tan imbéciles como para prohibir que sus niños aprendan antes de los siete– porque el costo de tener una generación de niñitos frustrados es poca cosa ante la oportunidad de un mercado de psicólogos, de colegios especializados, de fármacos infantiles, de chocolates contra la ansiedad y de juguetes para calmar la culpa.
Mejor aún, ¿por qué no adelantamos la Navidad para que todo esto pueda hacerse sin tanto remordimiento?
Oh, es verdad. Se me adelantaron.
November 20, 2015
¿Pa, qué pasó en París?
El viernes por la tarde recogí a mi hija menor de la Alianza Francesa y, apenas subió a mi carro, me hizo esta pregunta. Extrañado, navegué con mi teléfono y me topé con los primeros informes sobre los terribles atentados del Estado Islámico en París. Mi conversación con ella durante el trayecto fue tan vaga como las noticias, pero al ver la marea de reacciones que luego se levantó en las redes me he propuesto que sea su carita curiosa el puerto de estas líneas. Han sido comentarios como el siguiente –que un conocido colocó en su muro de Facebook– los que me han impulsado con mayor ardor:
Número de ataques terroristas judíos desde el 9/11: Cero.
Número de ataques terroristas cristianos desde el 9/11: Cero.
Número de ataques terroristas musulmanes desde el 9/11: 26,855.
¿Ves que no todas las religiones son iguales?
Me gustaría que al analizar estos atentados, la generación de mi hija pudiera remontarse a siglos atrás en vez de ver solo la última semana y que en sus cabezas apareciera el mapa del mundo y no el de una ciudad atacada. Entonces, quizá se darían cuenta de que la tensión entre el cristianismo y el islamismo no es de este siglo, y que en realidad asistimos a un complejo torneo geopolítico en el que la religión ha sido un acicate. Yo fui un estudiante cristiano al que le enseñaron que los caballeros iban a las Cruzadas a recuperar nuestros lugares santos, y me tomó tiempo darme cuenta de que lo que además estaba en juego eran corredores estratégicos para comerciar entre continentes. Combinar religión y guerra no ha sido, pues, patrimonio exclusivo de los musulmanes: recordemos que la biblia fue usada como contraseña para capturar a Atahualpa. También soy un latinoamericano provinciano que ha admirado los grandes valores de Occidente, pero que ha tenido que sumergirse un poco más para encontrar los horrores que esta visión ha perpretrado en nombre de su concepto de progreso: La Inglaterra, cuyos cimientos admiro, que no dudó en volver adicta al opio a China para doblegarla a su comercio; la prepotencia de Estados Unidos, que obligó al Japón del siglo 19 a abrir sus fronteras con la amenaza de sus naves y el genocidio de millones de congoleños que avaló Leopoldo II de Bélgica son ejemplos poco discutidos en nuestras escuelas. Y así como aplaudimos los valores modernos del Occidente cristiano, debemos entender el resentimiento de quienes han visto usar esas banderas en sus países ocupados encubriendo una expansión meramente económica, como ha ocurrido con el petróleo en décadas recientes.
Para terminar de desbaratar aquel discurso sofista que busca colocar al judeocristianismo como el credo imperante, recordaré a un amigo, escritor y periodista, que fue yihadista. Khaled al-Berry tenía catorce años cuando fue captado para ser una bomba humana. Curiosamente, la misma edad en que ciertas organizaciones católicas extremistas captan a sus seguidores, aunque su violencia no detone explosivos. Una noche, en su casa en El Cairo, le pregunté cómo decidió que volar por los aires a judíos y cristianos no era el camino a seguir y me respondió sonriente:
–Descubrí que el islamismo trata del amor y no del odio.
Lean, hijita mía, a historiadores diversos y encontrarán matices. Cotejen a la Biblia con el Corán y en ambos descubrirán atrocidades junto a enseñanzas sublimes.
Lo que no deben hacer nunca, ante cualquier conflicto humano, es creer en las frases tajantes que señalan a un solo culpable.
November 13, 2015
El cáncer y sus piyamas
Hay una cosa peor que tener cáncer, y esa es tener cáncer y ser pobre.
Pero en el Perú hay una cosa todavía peor que tener cáncer y ser pobre: tener cáncer, ser pobre y vivir fuera de Lima.
Llegué a esta conclusión hace unos meses cuando conocí a Isabel Therese, una señora menuda, de anteojos grandes y gestos optimistas, que me contó un drama que ha escapado de mi horizonte porque soy un afortunado que no ha sido tocado por el cáncer de manera directa. Isabel me explicó, rodeada de un grupo de personas que la apoyan en una gesta que pronto explicaré, de qué manera el Instituto de Enfermedades Neoplásicas (INEN) de nuestra capital es un centro de peregrinación necesario para pacientes que viven en zonas alejadas del país, a pesar de los esfuerzos que hoy se realizan para romper la centralización en temas de salud. De pronto, Isabel me relató el horror que se esconde detrás del horror: con el pecho encogido me describió lo que sintió al ver a decenas de pacientes buscar un refugio para dormir en los parques cercanos al hospital, como si la incertidumbre, los dolores y los trajines del tratamiento oncológico no fueran suficiente carga y tuvieran además que padecerlos a noche abierta, con la humedad carcomiendo sus gargantas y huesos.
Al ser testigo de tamaña infamia, Isabel Therese no hizo lo que yo habría hecho.
En vez de donar dinero a alguna asociación especializada o de esperar a que alguna colecta masiva le aliviara la conciencia, se organizó con gente tan buena como ella y emprendió la tarea de darle un albergue decente y gratuito a la mayor cantidad de pacientes que pudiera hospedar.
El esfuerzo dio sus frutos, aunque todavía quede mucho campo por arar: su albergue en Surquillo –llamado hasta hace poco Aldimi– tiene la capacidad de ofrecer camas, ropa limpia, alimentación, aseo y, sobre todo, contención amorosa, a cincuenta pacientes de cáncer y al familiar que les haga compañía.
Pero usted y yo sabemos que en un país como el nuestro, eso no es suficiente.
Isabel y sus voluntarios se han propuesto dar un salto ambicioso y construir más albergues que a partir de ahora se llamarán Casamor.
Este domingo 22 de noviembre Casamor ofrecerá una excusa muy peculiar y noble para divertirse en familia junto al mar de Magdalena: el “Concierto en Piyamas”. Desde las 3 de la tarde hasta las 10 de la noche se presentarán artistas del nivel de Eva Ayllón, Bareto, Maricarmen, Raúl Romero, Pelo Madueño, entre otros, todos en piyama. Quienes asistan –en piyama o como sea– también podrán disfrutar de camiones de comida, entretenerse con peleas de almohadas, entrar al sorteo de un auto y todo lo necesario para que amigos y familias pasen un domingo diferente sabiendo que están ayudando a una causa valiosa.
La entrada a la zona “colchón” está a 31 soles en Teleticket, y la zona “camarote” está a 305.
Y con estos datos termina el artículo más promocional que de seguro escribiré en mi vida.
Es lo menos que merecen los niños y adultos que sufren de cáncer y que –maldita sea– ahora mismo, mientras escribo esto, duermen en la intemperie.
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