Andrés Accorsi's Blog, page 189

June 1, 2013

01/ 06: LOS MAS VENDIDOS DE MAYO

Y sí, yo le tenía fe a Mayo y Mayo respondió con un nuevo record de ventas. Otra vez, este mes fue el mejor en la historia de mi mini-distribuidora, obviamente gracias al impulso de las novedades. veamos qué fue lo que más se vendió:
1) Gaturro Vol.21 (De la Flor)
2) Bife Angosto Vol.3 (De la Flor)
3) Pipí Cucú (De la Flor)
4) Rompe, Paga (De la Flor)
5) Ofelia Vol.1 (De la Flor)
6) Etchenike (Pictus)
7) Malvinas (La Duendes)
8) Términus Vol.2 (Términus)
9) Bife Angosto Vol.1 (De la Flor)
10) Mi Pequeño Zombie (Conejo Blanco)

Creo que nunca se había visto una cosa así, con una misma editorial ocupando los primeros cinco puestos, y el 9, por si faltara algo. Pero claro, De la Flor armó un combo devastador: Gaturro, Bife Angosto, Decur, Montt y Perramus. Finalmente, Perramus no salió (o sí, pero no se distribuyó porque se detectó una falla en toda la tirada y se mandó a re-imprimir) y el quinto puesto fue a manos de la editorial que hoy cumple 47 años en nuestro mercado gracias a la buena performance de Ofelia, un título aparecido en Diciembre. Esta semana lo voy a leer, a ver qué tal está.
Fuera de los tanques de De la Flor, otras tres novedades lograron entrar al ranking, pero esta vez, al manejarse cifras grandes, no todos los lanzamientos encontraron su espacio en esta lista. De hecho, libros que vendieron más que dignamente no quedaron entre los diez más vendidos. O sea que es meritorio lo de Etchenike, Malvinas y Mi Pequeño Zombie. Sobre todo lo de este último, que es el primer título de un nuevo sello editor. Los puestos restantes se los llevaron el Vol.1 de Bife Angosto (obviamente empujado por las ventas arrasadoras del Vol.3) y el Vol.2 de Términus, que arrancó bien y sigue vendiendo parejito.
Para Junio se esperan coletazos de este tsunami de ventas, y nuevos libros de Matías Bergara, Alejandro Farías, Marcos Vergara, un nuevo tomo de Aquí Mismo, un proyecto coordinado por el guionista Pablo Barbieri y obviamente la aparición de la edición bien impresa de Perramus, para la cual hay una enorme expectativa. Veremos qué sucede.
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Published on June 01, 2013 14:27

May 31, 2013

31/ 05: SKIZZ

Este mes estuvimos a full con los grandes guionistas británicos: Alan Grant, John Wagner, Warren Ellis, Grant Morrison, Mark Millar, Peter Milligan... ¿Nos faltaba alguno? Y sí, uno un cachito grosso. Pero acá está.
Skizz es una obra muy menor dentro de la impresionante trayectoria de Alan Moore (que de él se trata), por varios motivos. En primer lugar, es breve (menos de 100 páginas); en segundo lugar, responde al encargo de un editor (de la revista 2000 A.D.) que le pidió “una historia onda E.T., pero en Inglaterra”; y tercero, se trata de una aventura tranqui, con pocas pretensiones, apoyada en que el lector siempre sabe lo que va a pasar.
Dentro de ese corralito, el Mago de Northampton se las rebusca para meter sutiles toques de su habitual virtuosismo: hay bloques de texto maravillosos, gran desarrollo de personajes, muchísimo ritmo (la aventura no se frena ni siquiera cuando en protagonista está en cautiverio), muchos diálogos muy buenos, y lo más interesante, que es la mirada crítica a la sociedad británica de su época (1983). El recurso satírico de mirar a una sociedad desde afuera, desde los ojos del alienígena o el forastero, no lo inventó Alan Moore (ni los creadores de Alf), sino que existe dentro de la literatura humorística hace miles de años. El Mago lo utiliza a la perfección para hablar de una Inglaterra contaminada, apática, insolidaria, sin ejemplos ni motivaciones copadas para los jóvenes. Este aspecto del guión, la crítica despiadada disfrazada de humorada, es la rendija por la que Moore manda un mensaje, tira temas para que te quedes pensando cuando se te termina la adrenalina de la aventura y bajás a tierra.
El resto, te va a gustar si te gustó E.T., y te va a parecer una gilada atómica si E.T. te pareció una gilada atómica. La historia es básicamente la misma, excepto que el amiguito del alien no es un nene, sino una quinceañera rebelde que escucha a Madness y a su vez tiene amigos un poquito más bravos que los de Elliott, el nene de la famosa peli de Steven Spielberg. Ah, y acá el alien es especialista en idiomas, lo cual justifica que para la segunda mitad de la obra hable un inglés más que aceptable, muy por encima del clásico “phone home”.
Para acompañar al ídolo, acá tenemos a Jim Baikie, un dibujante bastante querido por los ingleses (de hecho, escribió y dibujó él solito dos sagas más de Skizz) y siempre muy resistido por los yankis. De todas las obras de Baikie que conocía, esta es –lejos- la que más me gustó y creo que se debe a que Skizz es en blanco y negro. En la portada, que obviamente es a color, Baikie parece un clon mediocre de Alfonso Azpiri. Adentro, en las páginas en blanco y negro, vemos a un dibujante sólido, con imaginación, con muchos recursos, que busca innovar con la puesta en página sin sacrificar claridad y cuyos personajes transmiten con fuerza las emociones jodidas que les hace sentir Moore. Me hizo acordar mucho a los dibujantes de “segunda línea” de las antologías españolas de los ´80: Leopoldo Sánchez, Florenci Clavé, Amador García, Joan Boix cuando no choreaba a Breccia... En los mejores momentos, Baikie arrima al nivel de un Manfred Sommer, ponele, con esa impronta realista, con rasgos elegantes y un claroscuro bien marcado. Nada que ver con esos laburos duros, toscos, que hizo en los ´80 para DC, ni con su estilo más caricaturesco, que es el que le vimos en las historias cortas que hacía para Tomorrow Stories.
Repito, entonces, lo que ya dije alguna vez, cuando repasamos las tres series que escribió Moore para 2000 A.D.: The Ballad of Halo Jones es imprescindible. D.R. & Quinch es muy graciosa, pero no indispensable. Y Skizz... es rara. No termina de ser ni cómica ni seria, es un refrito de un concepto que estaba de moda en ese momento, se nota claramente que está hecha “para pagar las expensas”, y aún así tiene su bagaje de buenas ideas, buenos personajes, buenos textos y una bajada de línea para el lado correcto. Clava lejos de las obras fundamentales del Mago, es cierto, pero ni en pedo la ponemos con las impresentables. Si te propusiste leer TODAS las historietas de Alan Moore, le podés entrar con confianza, sin ponerte el traje anti-boñiga radioactiva que hay que usar para leer casi todo lo que hizo en Image en los ´90.
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Published on May 31, 2013 13:00

May 30, 2013

30/ 05: THE PROGRAMME

Ayer traté de arrancar con el Vol.2 de esta serie, cuyo Vol.1 había leído antes de empezar con el blog. Obviamente descubrí que no me acordaba un carajo, con lo cual me puse las pilas y me releí el Vol.1. Acto seguido, y preso de un cebamiento desmedido, cacé el Vol.2 y me lo bajé, sin solución de continuidad. O sea que la reseña de hoy vale para la saga entera, los 12 números de esta historia creada por Peter Milligan y C.P. Smith allá por 2007.
Con The Programme, Milligan se propone mostrarnos su versión del famoso tópico “superhéroes en el mundo real” y explica todo a partir de la Guerra Fría, de un proyecto para gestar super-seres imaginado por científicos nazis y luego desarrollado tanto por la Unión Soviética como por los EEUU. Los super-seres que confrontarán entre sí en 2007 son resabios de aquella Guerra Fría, y eso le suma a The Programme un fuerte tinte político: el super-clásico del Siglo XX, Capitalismo vs. Comunismo, es decir, Rusos vs. Yankis, tiene tanto peso en esta trama como la machaca entre estos señores y señoras con increíbles poderes. Hay machaca, y es tremendamente salvaje, sólo para lectores con mucho aguante. Y sin embargo, esta no tiene tanto peso en la trama como uno supone. Ese espacio que Milligan le retacea a las trompadas y las explosiones, se lo da a la runfla política, especialmente a las turbias operetas de la CIA, de las que esta vez el presidente de los EEUU es partícipe y hasta impulsor.
Si bien el ritmo del guión se realentiza en pos de no descuidar el realismo (es decir, la exploración a fondo y en serio de las consecuencias de cada una de las cosas extraordinarias que se suceden en la historia), al terminar la primera mitad uno cree que Milligan va a poder resolver todo bien, en los tiempos y espacios razonables. Pero casi desde el arranque de la segunda mitad, se complica la vida con un nuevo elemento, que cobra bastante importancia y que le quita páginas al tema de los super-seres: los rusos convencen a los afroamericanos de que el gobierno yanki, capitalista e imperialista, los quiere cagar. Los negros compran este discurso (convengamos que motivos no les faltan) y rápidamente crece el plot de una inminente guerra racial dentro de los EEUU. Con esto, Milligan se hace una panzada y mete diálogos, situaciones y personajes memorables. Pero ocupa páginas que necesitaba para lo otro, y así es como la trama central, la de los “muñecos” rusos y Max, se resuelve de modo parcial, con menos fuerza y consistencia de la que uno esperaba, como si hubiese un Vol.3 y un Vol.4 a la vuelta de la esquina. Tanto es así que el personaje que hace las veces de héroe en casi toda la saga termina claramente alineado a la facción más facha del gobierno yanki, a la que Milligan nos presenta como “los malos”.
Y sí, me quedé con ganas de que The Programme siguiera por lo menos 12 episodios más. En parte por los plots que no terminan de cerrar y en parte por el gran trabajo de caracterización que hace Milligan con Max, el agente Chivers, Stella, el profesor Korovin y especialmente Michael Hinks, el yanki zurdo, que es el personaje que tiene los mejores diálogos en un comic al que le sobran los buenos diálogos. Y la destrucción, y las torturas, y los aprietes, y los asesinatos, y los desmembramientos, más una violación que dura un sólo cuadrito, como para decir “presente” en este festival de la atrocidad, totalmente justificado (de un lado y del otro) con dogmas políticos que hoy huelen a naftalina.
Al frente del dibujo tenemos a C.P. Smith, un abanderado del estilo Juan Carlos Flicker, decidido a llevarlo al límite. Este muchacho no dibuja NADA, pero nada de nada. Cuesta encontrarle algún rasgo de identidad gráfica, de tanta foto que mete... por ahí esas manchas dark en los rostros, cercanas a las que mete J.H. Williams II en sus laburos más realistas. Pero esto es TODO foto, hay más fotos que en el Facebook. A favor de este delincuente tengo que decir que, a pesar de este tratamiento estético tan extremo, la narrativa no se resiente. Y que en la segunda mitad, cuando el propio Smith se hace cargo de colorear las páginas, la historieta se ve realmente bien. Ahora, digo yo... ¿qué te costaba dibujar algo? Las nubes, un ojo, algo... Zarpado lo de este muchacho, de quien nunca había visto ningún trabajo.
The Programme es una historieta atrapante, de devastadora mala leche, en la que un inglés usa un concepto re-yanki como son los superhéroes para deconstruir el Sueño Americano. Y de paso, para recordarnos el daño que le hicieron a la Humanidad el maccarthismo y el stalinismo. Más el daño que le sigue haciendo la canallada impune de los políticos y demás personajes sombríos, adictos al poder y a los privilegios, caiga quien caiga, mueran cuantos mueran en las guerras que se esfuerzan por sostener y justificar. Un laburo notable del maestro Milligan, del cual quisiera ver HOY una secuela.
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Published on May 30, 2013 18:35

May 29, 2013

29/ 05: ZITARROSA

Jamás en mi vida escuché ni un sólo tema de Alfredo Zitarrosa. No sé ni qué voz tiene. Pero bueno, sé que es un referente fundamental de la música uruguaya, con lo cual me parecía atractivo leer una biografía suya. Claro que, ni bien abro el libro, los autores se apresuran a aclararme que esto NO es una biografía, sino una colección de anécdotas, complementadas con toques de ficción. Automáticamente, mi interés retrocede dos casilleros. Por suerte, los autores no son otros que Rodolfo Santullo y Max Aguirre y ahí sí –como diría otro cantautor de izquierda al que tengo un poquito más escuchado- nos sobran los motivos para encarar bien predispuestos la lectura de estas historias.
Una vez adentro, me encuentro con que no todas las anécdotas son igual de interesantes. De las ocho, tres me parecieron buenísimas y el resto, apenas interesantes o decididamente prescindibles. De todos modos me sirvieron para: 1) conocer fragmentos de las letras de varios temas de Zitarrosa! Son muy grossas! No sé qué onda la música, pero este señor escribía muy bien. 2) dimensionar la faceta de militancia y resistencia de Zitarrosa, su compromiso político, lo mal que la pasó cuando a raíz de un golpe de estado debió dejar su querido Uruguay, y lo mucho que hizo por sus compatriotas que pasaban por el mismo predicamento que él en los distintos países donde le tocó vivir en los años oscuros. 3) disfrutar con los excelentes diálogos a los que me tiene acostumbrado Santullo. El personaje es casi una caricatura, el tipo circunspecto que fuma y escabia más de la cuenta, super-profesional a la hora de subirse al escenario y con fuertes códigos de afecto con los amigos y solidaridad con los compañeros. Las historias giran más o menos en torno a eso y al ya gastado tema de “lo mal que lo pasamos los progres cada vez que gobiernan los fachos”. Y sin embargo, los diálogos realistas, punzantes, a veces muy cómicos de Santullo, ayudan muchísimo a remarla, a ponerle chispa a las historias. 4) maravillarme con el trabajo de Max Aguirre, que no es parejo en todo el libro, pero cuando estalla amenaza con convertirse en el mejor trabajo en la vasta carrera de este virtuoso dibujante argentino.
Me quedo con lo de Aguirre: en las primeras historias arranca con muchos cuadros por página, y gradualmente baja la cantidad hasta llegar a un punto de equilibrio en el que puede meter viñetas más grandes y lucirse más. El trazo es engañoso: parece línea clara, al estilo Dupuy y Berberian, pero con unas texturas en el color y algunos rayones que parecen hechos con fibrones casi secos, que le agregan una especie de desprolijidad que queda muy bien. El episodio coprotagonizado por el Menchi Sábat abre con una viñeta espectacular y después derrapa mal. Es, claramente, el menos inspirado, en el que Max menos se jugó. El anterior, en cambio, ese en el que Max puede meter varias páginas de una sóla viñeta y muchas de dos y tres, es una cátedra absoluta, con un clima estremecedor y unas imágenes majestuosas, de esas que se te impregnan en las retinas para siempre. Y la segunda historia (cuyo planteo no me enganchó demasiado) tiene unos juegos alucinantes en la puesta en página que tenés que ser muy grosso para que se te ocurran y definitivamente un capo para que te salgan bien. Son tres páginas, nomás, pero Aguirre hace magia y convierte un diálogo pachorro (un monólogo, en realidad) en una secuencia memorable, atractiva por donde se la mire (y hay que darse cuenta por dónde mirarla).
¿Recomiendo este libro? En realidad es medio al pedo, porque fue un hitazo y se agotó muy rápido a ambos lados del río. Pero bueno, eventualmente se reeditará. En ese caso, los fans de Max Aguirre deberán abalanzarse sobre él, sin dudarlo un segundo, como si en vez de un libro fuera Scarlett Johansson en ropa interior y con un cartelito de “oferta” colgando de la chabomba. Si sos uruguayo, seguro te va a conmover. Y si sos fan de Alfredo Zitarrosa, obviamente te va a resultar una historieta 100% fundamental. A los fans del Santullo de siempre, del que se florea con clase y categoría en varios géneros cercanos a la aventura o el policial, no sé si Zitarrosa los enganchará demasiado. Me queda claro que Rodolfo se compenetró con el personaje (y con la época; no olvidemos que nació en México porque sus padres también tuvieron que exiliarse) pero varias de las anécdotas que le hace vivir al cantautor no tienen ni la fuerza ni el encanto que solemos ver en sus otras historietas.
Me quedo con una frase que una vez dijo Zitarrosa (allá por el ´83, en una entrevista que salió en Hum®) y que nunca me pude olvidar: “Que en Argentina se hable de rock nacional es como que los yankis hablen de national milong”. Polémico, el maestro...
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Published on May 29, 2013 18:29

May 28, 2013

28/ 05: RED RAZORS

Mirá vos... me acabo de enterar que la fascinación de Mark Millar por la Unión Soviética viene de mucho antes de Superman: Red Son. Este libro trae dos sagas, una de 1991 (cuando Millar era prácticamente un principiante) y otra de 1994, más un breve unitario de 1995. Todas transcurren en la Unión Soviética del futuro y –también me entero cuando ya arranqué con el libro- están integradas al universo y la continuidad del Judge Dredd. De hecho, en la segunda saga aparece el mismísimo Dredd.
Al registrar ese dato, tuve un flashback traumático, tipo veterano de Vietnam, a aquel infausto 24 de Enero de este año, cuando me topé con ese libro con las historias de Dredd escritas por Millar (algunas en team-up con Grant Morrison), en el que me esperaban agazapadas historietas de fétidos guiones, que desde entonces me esfuerzo por olvidar. Sin embargo, con Dredd y todo, esto es mil veces mejor que aquella tortura que me tocó padecer. Acá hay un personaje duro de matar, jodido, cínico, de inquebrantable voluntad, pero por lo menos sufre, transpira la camiseta, lo cagan a palos varias veces, no estás tan seguro de que va a resolver todo de taquito y sin despeinarse. Razors era un pandillero violento y amoral, al que los Jueces del Sov Block 2 en vez de boletearlo, lo reconvirtieron en un Juez tan respetuoso de la ley como ellos, aunque un toquecito más zarpado.
Millar le saca muchísimo jugo al detalle de que todo esto sucede en la URSS del futuro: juega con los íconos del comunismo, los contrasta con el consumo desmedido de la cultura chatarra de los EEUU y logra barnizar a toda la obra con una pátina de ironía muy fina, típicamente británica. La ironía fina, a su vez, contrasta con un humor negro bastante tumba y con unas dosis de violencia absolutamente escalofriantes. De todos los riesgos que asume Millar, el que más garpa tiene que ver con el protagonista: Razors juega para el lado de la Ley, pero no es un héroe ni quiere serlo. Cerca del final, cuando su lealtad sea puesta en duda, llegará el cana más malo de Mega-City One a ponerle los puntos y el desenlace se volverá completamente impredecible y shockeante.
La primera saga de Red Razors la dibuja Steve Yeowell, otro dato que a priori podría convencerme de no leer este libro ni aunque esté en juego mi vida y la de toda mi familia. Milagrosamente, acá Yeowell no da ni por asomo la lástima que daba en Invisibles, o en esos fill-ins de Starman. No te digo que la rompe, pero cumple con mucha dignidad. Se compenetra con el clima del guión, acierta en las caricaturas (Elvis, la pandilla de Scooby-Doo, los viejitos bolches) y si bien le falta dinamismo y onda, tiene unas cuantas viñetas muy logradas y una narrativa incuestionable.
En la segunda saga y el unitario final descubro a Nigel Dobbyn, un dibujante al que creo no haber visto nunca, bastante interesante. Dobbyn se luce sobre todo en el color, al que le da volúmenes, texturas, esfumados y demás truquitos que quedan lindos, entre otras cosas porque le suman sutileza y elegancia a una historia muy cabeza. Y tampoco se puede soslayar que Dobbyn no es muy ducho para dibujar expresiones faciales, con lo cual el color lo ayuda bastante a remar esa falencia. En la anatomía, los fondos e incluso en la narrativa, no tiene mayores problemas y en general, ofrece páginas atractivas, dinámicas, con más alma que las de Yeowell, que son más chatas. Dobbyn está a años luz de un Simon Bisley, o un Kevin O´Neill, pero se la banca.
Para hacerla corta, Red Razors es una aventura sórdida y trepidante, sin muchas pretensiones y a la vez sin concesiones. Si no le pedís más que una historia fuerte y lineal, de machaca y humor negro en un contexto de ciencia-ficción, seguro te va a resultar sumamente satisfactoria. Y por supuesto te va a llamar la atención lo clara que la tenía Mark Millar en esos guiones de 1991, escritos cuando llevaba apenas dos años de carrera profesional. Buenísimo que esto se haya recopilado en libro, para no tener que rastrear esos capítulos brevísimos en los semanarios británicos de hace 20 años, tarea ingrata si las hay.
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Published on May 28, 2013 16:15

May 27, 2013

27/ 05: TO TERRA... Vol.2

Ah, bueno, se puso densa la cosa. Al lado de lo que pasa en este tomo, todas las escenas de acción del Vol.1 (que no eran tantas) parecen una gilada, un engaña-pichanga para que no creyéramos que nos estábamos fumando un manga de más de 300 páginas sin acción. Este tomo mantiene esa onda de poca acción, de conflictos más psicológicos que físicos, unas... 50 ó 60 páginas. Y de ahí en más, pasa de todo.
Por supuesto, recomiendo releer la reseña del Vol.1 (salió hace un par de semanas, el 12/05) para entender un poco más de qué va esta epopeya espacial con la que Keiko Takemiya redefinió el manga de ciencia-ficción en la segunda mitad de los ´70. Aquella vez, yo decía que para el final del tomo no me quedaba claro quiénes eran los malos y quiénes los buenos. Con otras 300 páginas más en el buche, ahora sí, creo que los malos son los terrícolas y los buenos los Mu, humanos mutantes con cuerpos más débiles y zarpados poderes mentales. En este tomo, los humanos (liderados por Keith Anyan) no tendrán reparos en destruir un planeta entero para tratar de exterminar a los Mu, y cuando estos traten de escapar en sus naves, serán misileados sin piedad por la flota terrestre, que logrará masacrar a un tercio de los Mu. El propio Keith Anyan bajará al planeta donde se refugian los telépatas a tratar de matar a su líder, Jomy Marcus Shin, y se irá con un empate: no logra matar a Jomy, pero sí secuestrar a Physis, la pitonisa, la mujer-oráculo cuya sabiduría y habilidad de ver el futuro orientan y contienen al impulsivo Jomy.
Había un tercer personaje importante en el primer tramo, Seki Ray Shiroe, que en este morfa banco de suplentes a lo pavote. Lo reemplaza un nuevo personaje mucho más atractivo, pero del bando contrario: Tony es el primer niño Mu nacido de un vientre materno en cientos de años, durante esa “primavera” en la que los telépatas logran asentarse en el planeta Naska. Una bizarra transformación lo convertirá de un día para el otro en un muchachito de 12 años, con una inteligencia y unos poderes sobrehumanos, una especie de ancho de espadas para el mazo de los Mu... si Jomy supiera cómo jugar al truco. Lo cierto es que la presencia de Tony desequilibra más de lo que ayuda al líder de los mutantes en fuga, que para el final del tomo irán por la revancha contra los terrícolas. Ya en esas últimas páginas, la misión que hasta entonces motivaba a ambos bandos (regresar a Terra y repoblarla) ya importa poco y nada. Ahora es más atractivo vengar un genocidio con otro.
Lo que antes era medio Matrix y medio saga de la Fundación de Asimov, ahora es mucho más Star Wars, o sea, más obvio, menos sutil, más virado a la machaca. Desde que Keith Anyan pisa el suelo de Naska, Takemiya nos bombardea con larguísimas escenas de acción, muy complicadas de dibujar, además, porque los telépatas combaten a distancia, y porque pasan muchas cosas al mismo tiempo. Ahí la autora se enreda un poco en la narrativa, al tratar de mostrar tantos sucesos paralelos. Hay que prestar mucha atención para no perderse, y eso nos distrae un toque de la magnitud de lo que está narrando Takemiya. Una vez que Keith deje Naska, se reestablecerá (más o menos) el status quo, con conflictos menos físicos, la retorcida intriga palaciega entre gente que se lee la mente, y el misterio de Tony, sumado a las consecuencias de la muerte de su madre y las pistas que tira el borrego acerca de Physis. Y después, la destrucción de Naska, des-enfatizada, casi desaprovechada por la autora, que elige no mostrar en detalle cómo se hace mierda el planeta que albergaba a los Mu.
Por suerte, todos estos golpes de efecto hacen que la trama, si bien pierde sutileza, no pierda interés. Acá también hay algunas escenas de sobra, que aportan poco y nada, pero son menos que en el Vol.1. La decompresión del relato es mucho menor. Y en cuanto al dibujo, el principal logro de Takemiya siguen siendo los espectaculares trucos expresionistas a los que recurre cuando decide meterse en la mente de sus personajes y mostrarnos sus miedos, sus angustias, sus inseguridades, los fantasmas que los atormentan. Esa secuencia en la que la flota de los Mu abandona Naska y empiezan a llover los misiles también es majestuosa. Y lo más flojo también se repite del Vol.1: los protagonistas masculinos tienen cara de nena de 15 años, excepto Tony, que tiene cara de nena de 12. Hay personajes “viejos” sin cara de nene, pero para mostrar que los grossos son muchachos jóvenes, Takemiya los apendeja y los aputaza demasiado, como si esto fuera un shojo o –peor todavía- un yaoi, el género que inventó la propia Takemiya. Aún así, estamos ante un excelente trabajo de una dignísima heredera de Osamu Tezuka y Shotaro Ishinomori, a años luz de las pelotudeces que les vemos hacer a tantas chicas que hoy brillan en el shojo.
Prometo entrarle pronto al Vol.3, a ver cómo cierra la saga.
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Published on May 27, 2013 14:14

May 26, 2013

26/ 05: PECULIA

Antes de convertirla en la heroína de una novela gráfica (The Groon Grove Vampires), el maestro Richard Sala presentó a Peculia en una serie de historias cortas, publicadas en la antología Evil Eye. Este libro recopila todas ellas, las nueve en blanco y negro y la realizada a todo color. Y no, no es un libro que te cambie la vida, pero se disfruta enormemente, desde la portada hasta la contratapa, por muchos motivos.
En primer lugar, obviamente, el dibujo de Sala. Estamos ante uno de los dibujantes más virtuosos, más hipnóticos, más personales que tiene el Noveno Arte. Por supuesto, heredero en algún punto de la estética de Edward Gorey, y aún así increíblemente fresco, irreductiblemente único. En este trabajo Sala opta por una puesta en página tradicional, cristalina, con una cantidad de viñetas por página que fluctúa entre las cuatro y las nueve, siempre en grillas clásicas. Recién en la última historieta (la que incorpora el color) se le anima a las páginas de menos viñetas, obviamente más grandes. Para complementar su excelente manejo del blanco y negro, Sala recurre acá a las líneas finitas de su pluma, puestas con maestría y elegancia, pero no a sus habituales crosshatchings zarpados. El balance está tan logrado, que estas páginas no se ven más despojadas que las que de otras obras, en las que Sala le juega muchísimas fichas a técnicas más sobrecargadas, más barrocas.
El fuerte de Sala es siempre el mismo: la adictiva expresividad de sus personajes y su alucinante manejo de los climas, siempre virados a una oscuridad que nos remite al género del terror, aunque las historias muchas veces incluyan también elementos de otros géneros. La atmósfera de freakeada dark se impone a lo largo de todo el libro, y a la vez le impone las reglas a los relatos que plantea Sala.
A lo largo de estas historias, Peculia (a la que le encanta salir sola de noche, a merodear por lugares más peligrosos e inverosímiles que los programas de Chiche Gelblung) será perseguida y a menudo capturada por todo tipo de criaturas aberrantes: gigantes tuertos, brujas, ocultistas, zombies, un doctor diabólico y su clásica enemiga, Justine, una especie de superheroína bastante perversa, a las órdenes del enigmático Obscurus, que parece no ser ni bueno ni malo. No es el único elemento ambiguo en las tramas: la relación entre Peculia y Justine también está teñida de una tensión extraña que roza lo sexual.
A Sala le alcanzarán poquitas páginas (nunca más de diez) para plantear, desarrollar y rematar estas historias, en las que uno siente que pasan muchas más cosas que en la típica historieta de ocho o diez páginas. Por supuesto son historias sencillas, de palo y a la bolsa, en las que no se propone indagar en las causas y consecuencias de las bizarreadas que se suceden, sino más bien generar intriga, emoción e impacto en los lectores. Ya habrá tiempo para una historia más compleja, con más profundidad y explicaciones más coherentes. En las historias cortas de Pecullia se imponen los cheap thrills y los géneros trillados, con tetas, violencia y sangre, con una pizca de humor, y con el vuelo y la sofisticación que sólo un genio como Sala te puede garantizar.
Qué lindo debe ser comprarse una antología de historietas (mensual o no, no calienta) y encontrarse en cada número una nueva aventura de Peculia redondita, sin demasiadas pretensiones, con su final, con su desarrollo de un plot a largo plazo, con su vértigo, su misterio, sus personajes estrambóticos y esos dibujos de Richard Sala de imposible belleza, más allá de cualquier descripción. Posta, esto es placer en estado puro.
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Published on May 26, 2013 17:14

May 25, 2013

25/ 05: HOY NO HAY NADA

No, no fui a la Plaza a festejar los 10 años de kirchnerismo. Pero estuve a full con un montón de otras cosas y realmente no tuve tiempo de redactar la reseña del libro que leí.
Queda para mañana.
Gracias por el aguante.
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Published on May 25, 2013 18:09

May 24, 2013

24/ 05: RELOAD/ MEK

Este libro se parece un poquito al de ayer: dos historietas autoconclusivas, inconexas entre sí, excepto porque comparten guionista. Esta vez el autor es Warren Ellis y las historietas no son obras de teatro adaptadas, sino dos miniseries, de la época en la que Ellis escribía muchas miniseries de tres episodios.
La primera, Reload, tiene una onda hollywoodesca, de peli de acción con explosiones, tiros y conspiraciones enquistadas en lo más alto del poder político. De hecho, este podría haber sido un gran segundo arco argumental para Jack Cross, aquella serie que Ellis empezó en DC y dejó prematuramente trunca (la vimos el 16/01/11). Acá tiene un poco menos de peso la paranoia post-11 de Septiembre y más peso la machaca pura y dura. El desarrollo de personajes es el que corresponde a una historieta pensada para durar 65 páginas, ni más ni menos. Hay un plot lineal, que avanza a muy buen ritmo, con muy buenos diálogos, y al que atraviesa un subtexto interesante, que lo aleja (de modo no demasiado evidente) de la mera estridencia pochoclera tan frecuente en este tipo de historias.
Al frente de la faz gráfica lo tenemos al maestro Paul Gulacy, en un nivel muy parecido al que nos mostró en S.C.I. Spy (el 30/03/11), es decir, con algunas cositas menores que hacen ruido (esos ojos demasiado grandes) dentro de un contexto de gran solvencia, casi como aquel Gulacy imbatible de los ´70 y ´80. La acción está muy bien mostrada, hay hallazgos notables en la planificación de las páginas, escenas de alto impacto visual y un laburo a destajo en los fondos, que son impresionantes.
La otra historieta, MEK, va más para el lado de Transmetropolitan. Transcurre en una ciudad del futuro en la que la gente normal se implanta partes mecánicas para joder, primero con fines medicinales, después porque se puso de moda y queda bien, y ahora porque con implantes mecánicos es más fácil matar a otra gente. La trama propiamente dicha arranca cerca del final, cuando ya está establecido algo así como un conflicto y un curso de acción para Sarissa Leon, la protagonista. Los dos primeros tercios de la saguita casi no tienen conflicto: son más bien descriptivos, y nos muestran por un lado lo que se encuentra Sarissa cuando vuelve a su ciudad después de muchos años y por el el otro, varios flashbacks a los años en los que los implantes (los MEK) eran una novedad, un manifiesto vanguardista por parte de unos pibes rebeldes e idealistas. Por suerte todo esto está contado de modo muy atractivo y no se hace denso en ningún momento. La acción llega cuando tiene que llegar y (como en Transmetropolitan) no es lo más importante.
Menos mal, porque MEK tiene como dibujante al modestísimo Steve Rolston (el de Queen & Country) al que todo le cuesta un huevo, y la acción le cuesta los dos. Lo único que puedo decir a favor de Rolston es que el tipo imagina el 100% de lo que pone en la página, nada parece copiado ni de fotos ni de otros comics. En todo lo demás, lo superan holgadamente todos los otros dibujantes con los que colaboró Ellis en esta época, ninguno de los cuales exhibe las limitaciones que se ven en este trabajo de Rolston. Esta es la primera vez que veo un comic suyo a color y no, lo que hace David Baron con su paleta tampoco alcanza para que me guste el dibujo, ni para que me crea a los personajes, ni para que me seduzcan los climas ni mucho menos para que me ceben las escenas de acción tal como las plantea Rolston.
En síntesis, Reload está muy bien y a MEK le sobran ideas para convertirse no sé si en serie regular, pero sí en una obra más extensa. En lo posible con otro dibujante. En ambas obras Ellis demuestra su capacidad para crear buenas historias por afuera de los géneros más transitados (por lo menos en la historieta actual) y además su versatilidad para pasar de historias más introspectivas a otras más kilomberas, siempre con buen desarrollo de personajes y con algo novedoso para decir. Ninguna de estas dos saguitas te cambia la vida, pero pasar un rato están muy bien, mil veces mejor que Red, aquel chamuyo vendehumo que parecía un unitario de 14 páginas de la Skorpio en esteroides, y que tuvo mucho más éxito y hasta una peli con Bruce Willis. Si sos fan de Warren Ellis (o de Paul Gulacy), ni lo dudes: adentro, de una.
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Published on May 24, 2013 10:45

May 23, 2013

23/ 05: TEATRO EN VIÑETAS

Vamos, que ya me falta poquito para terminar de reseñar todos los lanzamientos de autores argentinos del 2012. Este libro, un objeto realmente precioso, con una edición de altísima calidad, nos ofrece las adaptaciones a la historieta de dos obras clásicas de nuestro teatro: Venecia, de Jorge Accame, y Yepeto, de Roberto “Tito” Cossa. Parece una bizarreada, pero ¿no se adaptan todo el tiempo las películas? ¿Por qué no adaptar obras de teatro? Además, hay varias versiones en historieta de Romeo y Julieta, o Hamlet... ¿esas no eran obras de teatro?
Mi respuesta a por qué esto suena extraño es la siguiente: se supone que las puestas teatrales están sumamente condicionadas por cuestiones presupuestarias. Miles de cosas que se pueden hacer con el presupuesto de una película, en teatro NO se pueden hacer, porque sale carísimo. La puesta teatral promedio se concentra en pocos decorados, en espacios más bien reducidos, dentro de los cuales los personajes tienen poco margen para desplazarse. Todo lo que uno ve en escena tiene que ser fácil de desmontar y trasladar, porque se supone que una misma puesta se monta en teatros de varias ciudades, y así. La historieta, en ese sentido, es todo lo contrario. Acá el presupuesto es un lápiz y una hoja de papel (o una tablet, ponele). Si tenés eso, podés hacer lo que quieras, te podés ir al carajo y más allá en tus ambiciones narrativas y estéticas, sin que nadie te diga “No, eso sacalo, que no alcanza la guita”. O sea que traer a la historieta obras que fueron concebidas con la premisa de “mostrar lo que se pueda sin gastar un fangote de guita” es, en alguna medida, desaprovechar las posibilidades de este medio.
Esta elucubración mía no detuvo a Alejandro Farías, el guionista que se lanzó a adaptar estas dos piezas teatrales. La primera, Venecia, me sorprendió por partida doble, porque nunca había visto la puesta teatral. Realmente cuesta creer que esto no se haya pensado desde el vamos para ser una historieta. Okey, las 20 primeras páginas suceden en dos ambientes pequeños dentro de una misma casa (un prostíbulo de mala muerte de Santiago del Estero). Pero las otras 30... están repletas de escenas muy historietísticas, que por supuesto Farías, y especialmente Carlos Aón, el dibujante, aprovechan a pleno. No sé cómo se resolverá en la puesta teatral la dicotomía entre lo que la Gringa cree ver y lo que realmente está sucediendo. No sé qué verá el espectador. El lector del comic ve las dos cosas: realidad y ficción, en un contrapunto grotesco, hilarante y plasmado con muchísimo ingenio por los autores de la historieta. El argumento de la obra me pareció una gansada atómica, un chiste largo y sin mucha gracia (a menos que pongas a actores superdotados para la comedia). La historieta, en cambio, al poder mostrar desde el dibujo de Aón las dos visiones de la anécdota, se enriquece muchísimo y resulta muy divertida.
Yepeto me sorprendió un poco menos. Nunca la vi en teatro, pero sí vi la versión fílmica de Eduardo Calcagno de fines de los ´90, que me pareció buenísima. De hecho me acordaba algunos diálogos de memoria. Y la verdad es que los diálogos son tan, pero tan buenos, cada vez que habla el Profesor dice cosas tan, pero tan brillantes, que todo lo demás empalidece en la comparación. Farías tuvo el acierto de conservar en su versión los mejores diálogos de la obra. El tema es que, junto a semejante genialidad, no se luce ni su trabajo como adaptador, ni el de Hurón, el dibujante. Y mirá que Hurón se deja la vida en cada viñeta, eh? Hay unos fondos increíbles, unos grises hermosísimos, aplicados con inmejorable criterio, unos personajes recontra-expresivos, mucho movimiento de cámara para que no te aburras en las extensas escenas en las que sólo hay gente hablando, unas páginas laburadísimas, con muchas viñetas chiquitas, pefectamente compuestas y bien equilibradas... Realmente el trabajo de Hurón, el despliegue, el esfuerzo que hace por lucirse es más que encomiable. Y sin embargo, cuando cerrás el libro, lo que te queda son (de nuevo) los diálogos.
El resultado global es muy, muy satisfactorio. Incluso para mí, que siempre que puedo digo (a contramano de 2500 años de cultura occidental) que el teatro no me interesa, que no me parece viable como soporte para la ficción. Las ideas de Accame y Cossa, transplantadas por Alejandro Farías a este otro soporte, me convencieron mucho más por varios motivos, principalmente porque no sé si hay actores que tengan la onda y la expresividad que Hurón y Aón supieron darles a estos personajes. Este es un gran libro para regalarle a gente que habitualmente no lee historietas: acá van a descubrir una nueva y muy lograda vuelta de tuerca a textos que quizás conozcan, y a deleitarse con la labor de dos excelentes dibujantes a los que desde esta humilde butaca ovacionamos de pie.
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Published on May 23, 2013 18:31

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Andrés Accorsi
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