Óscar Contardo's Blog, page 57
October 25, 2017
Macri al poder
El significado de las elecciones en Argentina es la llegada de Mauricio Macri al poder. Hace dos años, solo había llegado al gobierno. Pero en Argentina existe una diferencia muy clara entre el gobierno y el poder.
En las elecciones de marzo de 1973, el peronismo acuñó la fórmula “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”. Eso significaba que Héctor J. Cámpora llegaría formalmente a la presidencia de la república, pero en condiciones de extrema fragilidad. El verdadero poder residía en Perón, que manejaba los hilos desde Madrid. Y bastó una decisión del general para forzar la renuncia de Campora, tres meses después de asumir.
Lo mismo ocurrió en 2001 con Fernando De la Rua. La victoria peronista en las elecciones de medio término estableció la distinción: el presidente radical estaba en el gobierno, pero el poder estaba en manos del peronismo, liderado por el presidente del senado, Eduardo Duhalde. Dos meses después de aquellas elecciones parlamentarias, De la Rúa abandonaba el cargo a bordo de un helicóptero.
En 2015, Macri ganó ajustadamente las elecciones y llegó a la presidencia. Asumió el gobierno, pero en condiciones de extrema fragilidad. El peronismo dominaba las dos ramas del Congreso, la mayoría de las provincias y casi la totalidad del Poder Judicial, férreamente presionado por su agrupación “Justicia Legítima”. A ello se sumaban los sindicatos y las fuerzas movilizadas y subvencionadas con recursos del Estado, como los piqueteros y grupos equivalentes, capaces de cortar calles y rutas, para hacer insoportable la vida en las grandes ciudades. En esas condiciones, muchos calculaban que Macri no sería capaz de cumplir su mandato constitucional de cuatro años: tenía serias posibilidades de fracasar.
Consciente de esta debilidad, el kirchnerismo se dedicó estos dos años, a deslegitimar a Macri y hacerlo fracasar. Cristina Fernandez se negó a entregarle los atributos presidenciales el día de la asunción del mando, el 10 de diciembre de 2015. Organizó actos y movilizaciones, donde sus partidarios coreaban la consigna ya tradicional: “Macri, basura, vos sos la dictadura”. Y los piqueteros y militantes K reactivaron su desgastante estrategia de cortes de calles y rutas, para debilitar al gobierno e impedir la gobernabilidad.
La explotación política de la muerte de Santiago Maldonado fue parte de esta estrategia. El joven murió accidentalmente, ahogado y por hipotermia, en el río Chubut, el 1 de agosto. Pero el kirchnerismo trató de utilizar esta desgracia para su rédito político. Construyó un relato de “desaparición forzada de persona”, a partir de testigos falsos. “Macri ya tiene su primer desaparecido”, tituló Horacio Verbitsky, el intelectual orgánico del kirchnerismo, en el diario militante K, Pagina/12. Y los dirigentes K lanzaron furibundas campañas para culpar a Macri de este episodio en los medios, redes sociales y movilizaciones masivas. Su accionar fue tan intenso, que lograron instalar el “escándalo” en la prensa mundial. Su estrategia de comunicación fue asociar a Macri con las técnicas represivas del régimen militar; este accidente, en la lectura militante K, era la prueba de su slogan de campaña: “Macri, basura, vos sos la dictadura”. Todo se derrumbó cuando el cuerpo fue encontrado, tras dos meses en el agua, y los 50 peritos que realizaron la autopsia reconocieron que el mismo no presentaba muestras de violencia; había muerto por accidente.
El kirchnerismo se atrevió a realizar estas maniobras por la debilidad de Macri. En estos dos años, los dirigentes K lo entendieron como un breve paréntesis, hasta el retorno triunfal de la “reina” Cristina. Para ellos, la ajustada derrota de 2015 se debía superar en poco tiempo, para volver a la “normalidad”. En sus palabas y sus acciones, mostraban un concepto esencial: Macri era muy débil; solo estaba en el gobierno, transitoriamente; pero el poder real seguía en manos K.
Todo esto se derrumbó en las elecciones del 22 de octubre. Cambiemos, la joven fuerza política liderada por Mauricio Macri, obtuvo el 42% de los votos nacionales; sus bloques parlamentarios crecieron, tanto en diputados como en senadores. No alcanzaron la mayoría, pero en ambas cámaras, se convirtieron en la primera fuerza política nacional, por sobre el peronismo. Esta situación no se veía en el parlamento argentino desde 1966.
Además, Macri ganó en todas las provincias grandes: Buenos Aires, Santa Fe, Mendoza, Córdoba y Capital Federal. También ganó en Entre Ríos. Se impuso en el feudo de los Kirchner y los Menem: Santa Cruz y La Rioja; ganó también buena parte de la Patagonia, incluyendo Neuquen y Río Negro. Retuvo Jujuy y venció en Salta y Chaco, bastiones peronistas inexpugnables.
Por su parte, Cristina Kirchner quedó reducida a un 21% de la votación nacional; solo pudo ganar dos provincias despobladas del sur (Tierra del Fuego y Chubut, por un puñado de votos). Su flamante agrupación, Unidad Ciudadana, quedó reducida a un partido provincial del Conurbano Bonaerense, único territorio donde mantiene una cantidad de votos significativa (3,5 millones). Ella obtuvo una banca por minoría en el Senado. Pero cuando ingrese al cuerpo, tendrá apenas un bloque de 10 senadores, contra 22 del peronismo y 24 de Cambiemos. Después de gobernar con la suma del poder público durante 8 años, Cristina apenas va a liderar la tercera fuerza del Senado.
Más allá de los números, lo que viene ahora es un nuevo ciclo, con Macri efectivamente en el poder. El primer indicador va a ser la libertad de la Justicia. Tras una década amordazada y presionada por el gobierno K, y dos años de timoratas actitudes, ahora los jueces se van a sentir en libertad para activar los expedientes y poner en marcha la maquinaria judicial frente a la corrupción K. En los próximos días, el escenario político argentino se trasladará a los Tribunales, donde van a desfilar los exministros, el exvicepresidente y la expresidente Cristina, para declarar en las numerosas causas de corrupción. Como símbolo, el superministro K, Julio De Vido, al frente de la administración durante 12 años, y con dos pedidos de prisión preventiva de dos jueces diferentes, pidió hoy licencia a su banca de Diputado. No le gustaría que el próximo miércoles, la televisión filme cómo le colocan las esposas para llevarlo detenido directamente desde el Congreso.
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Escasez, ideología y prioridades
El presupuesto de educación superior y el virtual estancamiento de los fondos asignados a Fondecyt sorprendieron, aunque no demasiado, a la comunidad científica nacional. Como se ha mencionado varias veces, el gasto de Chile en ciencia y tecnología, como porcentaje del PIB, es muy bajo (cerca de 0,35%) en condiciones que debiéramos tender a llegar, en un plazo relativamente breve, al 1%. Retroceder en esta materia, en la cual ya hay deficiencias, es especialmente nocivo y una demostración de miopía por parte del Ministerio de Educación. ¿A qué puede deberse esta decisión?
La primera es la escasez de fondos. Efectivamente este gobierno ha sido entusiasta en gasto público -en particular en contratación de personal – y flojo en crecimiento económico, por lo que la restricción presupuestaria es evidente. Sin embargo, tampoco hablamos de cifras demasiado altas en el contexto de educación. El financiamiento de CONICYT solo significa cerca del 4% del presupuesto total del Ministerio de Educación. Por ejemplo, el Convenio marco de la Universidades Estatales (que beneficia solo a 16 instituciones) alcanza este año los 23.000 millones, cifra un poco mayor a lo que se gasta en un año de Fondecyt disponible para los alrededor de 12.000 investigadores, que trabajan en todas las universidades y centros de investigación del país. Visto de otra forma, si los recursos del Aporte Fiscal Indirecto (AFI), que el gobierno eliminó de un plumazo sin explicarle a nadie, se asignaran a Fondecyt, se duplicaría la inversión pública de este tipo de proyectos de investigación.
La segunda es la ideología. Los fondos públicos de Fondecyt se asignan competitivamente a los mejores proyectos de investigación, propuestos por académicos y apoyados por universidades o centros de investigación. Si bien siempre es posible mejorar las metodologías de asignación – y en particular las de rendición – se trata de una herramienta justa, que no discrimina y se esfuerza por elegir los mejores proyectos, sin importar de donde vengan. Esto permite movilizar la capacidad de investigación de todas las instituciones e investigadores del país, aprovechando mejor la diversidad de nuestro sistema. Algunos sectores políticos, que tienen un espacio en el presente gobierno critican fuertemente este tipo de políticas, por considerarlas “privatizadoras” y en su lugar proponen un financiamiento fiscal basal para investigación solo para universidades estatales o pertenecientes al Cruch. Esta propuesta discrimina a los investigadores de instituciones privadas, además de entregar la asignación de recursos a las burocracias internas de las universidades, en lugar de una competencia abierta y ciega. Se debe buscar que los recursos públicos financien el mejor proyecto, y no el preferido del decano. Además, los recursos Fondecyt, al asignarse directamente a los investigadores, permiten que la gestión y uso de los recursos se haga según el criterio de quien está más cerca de la actividad de investigación y no, nuevamente, de la burocracia. Los fondos concursables son más justos y también más eficientes.
La tercera explicación, y quizás la más evidente, son las prioridades políticas del Ministerio de Educación. El esfuerzo fiscal en el presupuesto está concentrado en financiar la gratuidad en educación superior, y prácticamente todo el resto de las necesidades del sistema quedan en segundo plano. Solo eso podría explicar el grosero y torpe error de congelar los fondos de la Ley de Inclusión, así como también la restricción de los recursos para investigación. Dado el escenario electoral, solo queda concluir que el gobierno busca a toda costa centrar sus esfuerzos en los réditos políticos que pueda traer la gratuidad, aun cuando ello pueda pasar a llevar prioridades que los científicos chilenos y la OCDE han definido como necesaria para el desarrollo del país.
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October 24, 2017
Otra vez la Constitución
En política saber leer los tiempos es tan importante como hacer la propuesta adecuada. En el tema constitucional las últimas dos semanas muestran que ni los tiempos ni las propuestas parecen ser las acertadas. Partamos por el problema de oportunidad. Primero el gobierno dijo que enviaría el proyecto de nueva Constitución en octubre. Después Eyzaguirre afirmó que sería en enero. Y ahora se sabe que lo enviarían entre la primera y segunda vuelta. Lo que motiva este confuso itinerario es que algunos en el gobierno creen que eso podría influir en el resultado de la elección presidencial.
Hay, ante todo, cierta candidez; es ingenuo pensar que con la Constitución podrá emularse lo que se hizo hace ya casi dos décadas con las reformas laborales en la elección Lagos-Lavín. A diferencia de lo que ocurrió entonces, ante la reforma constitucional no hay una opción binaria (sí o no), sino que diferencias de matices que, por más profundos que puedan ser, no lograrán generar el mismo efecto. Pero hay más. El uso electoral que intentará hacer el gobierno terminará deslegitimando aún más un proceso que ya está bastante cuestionado. Podría incluso echar tierra sobre la idea misma de cambio constitucional que, hay que reconocerlo, se ha ido extendiendo entre diversos sectores (muestra de esto último es que silenciosamente avanza una moción transversal que aborda algunos temas). Una forma de terminar con la confluencia es polarizando el tema; y es probable que ese sería el efecto que tendría el envío del proyecto con afanes electorales.
Pero en todo esto también hay un problema de contenido. Aunque todavía nadie conoce las sorpresas que nos dará el nuevo texto, la consulta indígena nos mostró algunas. Ahí supimos que “el Estado” llegó a acuerdos con los dirigentes, según consigna la página web del MDS.
También sabemos, como informó La Tercera, que el gobierno ofreció reservar un 10% de los escaños en el Congreso a los pueblos indígenas. Todo esto admite muchas preguntas.
¿Por qué se rompe con la vieja regla democrática de una persona un voto? ¿Por qué optar por una representación étnica y no una ideológica como ha sido la tradición en Chile? ¿Por qué el gobierno intenta comprometer al “Estado”?
Y la pregunta más obvia es si el representante que alguien eligió para negociar acuerdos con los pueblos indígenas es el adecuado: el ministro Barraza, lo sabe bien el subsecretario Aleuy, no tiene problemas en enemistarse incluso con su propia coalición para ganarse el favor de algunos dirigentes.
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Foxley
Soy de aquellos que valora muy positivamente la forma en que nuestra Patria hizo la transición desde la dictadura de Augusto Pinochet a la democracia. Habiendo sido parte activa del esfuerzo de las fuerzas democráticas que empujaron ese proceso, no puedo sino sentir un cierto orgullo por haber contribuido a derrotar -pacíficamente- los planes de la dictadura, y de RN y la UDI, por eternizar el régimen autoritario (las generaciones jóvenes deben saber que dichos partidos se jugaron a fondo para que Pinochet siguiera en el poder).
La dictadura de Pinochet fue, en efecto, responsable de muchas cosas horripilantes. A fines de los años 80 del siglo pasado, ella podía, sin embargo, invocar en su favor algunos logros económicos positivos. La reducción de la inflación era uno de tales avances.
A mí no se me ocurriría, por supuesto, que tales progresos económicos pueden servir para compensar o disculpar las atrocidades en materia de derechos humanos. Hubo una época, sin embargo, en que los avances económicos se usaron para justificar el autoritarismo (ese es, por lo demás, el discurso de los que hoy defienden a Putin en Rusia y a Xi Jimping en China).
Esta columna quiere rendir un homenaje a quienes articulan convicción democrática y solvencia económica. Al mismo tiempo. A aquellos que defienden el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y que, simultáneamente, se juegan por políticas públicas responsables y viables.
Muy concretamente, quiero aplaudir la contribución de personas como el exministro Alejandro Foxley. Lo hago, a propósito de su nuevo libro: “La segunda transición”.
Es difícil luchar contra el populismo. No obstante, si se tiene valor, ello es posible. Alejandro Foxley tuvo ese valor. La lucha contra el populismo es justa y necesaria. Leyendo su libro, se entiende el valor de la política pública bien hecha.
De la responsabilidad fiscal. Del Foxley de 1990 destaco muy especialmente la decisión de mantener, entonces, los criterios técnicos para calcular la inflación.
Habían, es cierto, razones “políticas” para alterar esa fórmula. Foxley resistió esa tentación. Salvó, entonces, la credibilidad de nuestras estadísticas.
Todos quienes propugnamos una política progresista y reformista en serio debemos leer a Alejandro Foxley. Y darle las gracias.
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¿Voto útil?
No deja de ser sorprendente que el equipo de campaña de Sebastián Piñera esté realizando tanto esfuerzo para convencer a los adherentes a José Antonio Kast a votar por el expresidente. Visto desde la impresión que el mismo piñerismo ha querido forjar en la opinión pública, se trataría nada menos que de una suerte de Goliat preocupado por David. ¡Muy extraño! Salvo que maneje información privada que muestre a Kast bastante por encima del 5% de intención de voto en que, con persistencia, lo mantienen algunas encuestas públicas o que, más que buscar arrebatar sufragios a este último, se esté tratando de contener una fuga de votos, tal vez ya en marcha, desde Piñera a Kast. Durante el debate presidencial organizado por la Archi el pasado jueves, el expresidente sostuvo que la mejor encuesta de que su campaña iba bien eran los ataques que estaba recibiendo allí mismo por parte de sus contrincantes.
Parece plausible aplicar su propia argumentación también como explicación de fondo a los embates que su comando ha orquestado en contra de su adversario de derecha.
Mirada la situación desde un ángulo complementario, pareciera ser que Kast está presentando con veracidad, fuerza y convicción tanto ideas como propuestas que hacen sentido a un creciente espectro ciudadano, con alta probabilidad bastante más amplio que aquel denominado “conservador” con que sus contendores tratan de etiquetarlo. Su discurso estaría encontrando eco en muchos chilenos que aspiran a una vida buena centrada en el respeto a la vida, la familia, el trabajo, el orden social, la libertad, la amistad cívica, la probidad pública y privada y un etcétera de hondo sentido común.
El adversario se encuentra bien definido: la izquierda ideologizada que tanto daño le está causando a Chile, claramente representada en Guillier y Sánchez. Sin ambigüedades ni acomodos dice lo que piensa y se apresta a hacer lo que dice, dispuesto a no transar los principios fundamentales, aun a costa de una eventual pérdida de popularidad. Por lo mismo, se entiende bien que a Piñera (no únicamente a él) Kast le esté resultando un rival incómodo.
El argumento de que sufragar el 19 de noviembre por Piñera sería un “voto útil” es una invitación al mismo tiempo pobre y errónea.
Pobre porque no se fundamenta ni en la calidad del candidato ni en el de su programa; no propone más que un “mal menor” (votar por temor). Errónea: primero, porque para quienes ven en una candidatura alternativa un bien mayor, sus conciencias deberían finalmente inducirlos a elegir ésta y no otra. Segundo, porque es posible que Kast pueda sumar votos de miles de desencantados con la política de cara a una segunda vuelta electoral, atendido que no es real que Piñera pueda ganar en la primera. Tercero, porque el mejor escenario para Chile es que el balotaje se dirima entre dos candidaturas de derecha y centroderecha, realidad difícil aunque alcanzable tenida en cuenta la dispersión del voto esperable en la izquierda (6 candidatos). Cuarto, porque los electores saben por historia el enorme mal para Chile y la derecha que en el pasado significó que sus seguidores eligiesen bajo el concepto del mal menor (Frei, 1964). Para reflexionar y decidir.
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Una franja electoral geriátrica
La franja 2017 es con certeza la más relevante de las últimas campañas presidenciales en lo comunicacional. La nueva ley electoral le restó a la política visibilidad física urbana, carácter de evento ciudadano; sometiéndola en términos de difusión masiva a los noticiarios televisivos y programas especializados. A lo dicho, se suma la molestia ciudadana, para muestra un botón: en la Encuesta Bicentenario UC-Adimark 2017 un 46% de los chilenos está insatisfecho con los candidatos presidenciales. Los mismos ciudadanos que están permanentemente conectados a redes digitales, y que se informan ya en un 23% a través de estos medios (la TV cuenta aún con un 54%), refuerzan el sentimiento crítico y la posverdad.
Este es el escenario que enfrentan los spots políticos de la franja. Que buscan crear sentimientos, imagen y afectos hacia los ocho potenciales presidentes, y por sobre todo, informar. Los últimos estudios aseveran que los contenidos políticos de los comerciales penetran más en los votantes que las informaciones de las noticias. Joseph Napolitan, comentaba que “si al final de una campaña, los votantes no entienden lo que el candidato está tratando de decirles, el error está en el candidato, no en los votantes”.
La franja que se inició el veinte de octubre, hasta ahora tiene un ganador en términos persuasivos – informativos, es el ex presidente Piñera. Observemos algunos ejemplos: Piñera viene fortaleciendo el concepto de unidad, familia y futuro – tiempos mejores – desde las primarias. No lo altera, lo refuerza y enriquece con otros atributos tales como lo ambiental, seguridad, vida digna, los treinta y tres, etc. Un solo spot o historia, una sola idea fuerza para una audiencia masiva en hora prime.
Guillier por su parte, tratando de recuperar el tiempo perdido, y poniendo la mirada del discurso político en la protección social como también en un liderazgo confiable, que hereda lo valórico del gobierno y una promesa de mejor gestión; plantea en una sola franja cuatro relatos, repito: cuatro relatos!. Inicia con una animación y después tres temáticas adicionales. A todas luces, no hay posibilidad alguna de atender y entender selectivamente los mensajes. La audiencia se queda solo con sensaciones, no con información, menos un relato. Es una franja con exceso de contenidos. El mismo pecado comunicacional comete Sánchez, quien tiende a fragmentar la franja en diversas historias, aunque mucho más entretenida, lo que dificulta encontrar el relato central – perder el miedo al cambio – y a pesar de contar con un equipo creativo de lujo (Copano, Murray y Paredes). Quizás en esto último está el problema, creación en exceso.
Los partidos y candidatos han puesto sus esperanzas en la franja electoral, y tienen razón por el escenario descrito. Pero también hay que ser realistas, más allá de la creatividad y eficacia de las propuestas. Hay una elevada cantidad de estudios empíricos que sustentan la afirmación acerca de que las imágenes que la gente se hace de los candidatos dependen de la televisión, es verdad, pero particularmente ganan los nuevos rostros como Artés, Goic y Kast. Aunque no es menos cierto, que los mismos estudios aseveran la limitada capacidad que tienen las personas para almacenar y procesar información en la mente.
A su vez, aparte del minimalismo y foco necesario en el relato de campaña televisiva, es bueno recordar que los efectos de las campañas políticas medidas en los últimos veinte años en términos de persuasión, avisan que la propaganda funciona en términos de conocimiento y juicios respecto a un candidato. Pero no en relación a cambios de conducta en el electorado, por ejemplo: si usted es DC no por ver al ex presidente Aylwin en la franja de Piñera va a cambiar su voto hacia el candidato de Chile Vamos necesariamente. Pareciera ser más bien pirotecnia del guionista. En otras palabras, los ciudadanos tienden a retener selectivamente solo las informaciones que le agradan o son favorables, el resto lo desecha. Lo descrito se ha visto fortalecido por los algoritmos en las redes sociales que tienden a agrupar a personas y contenidos en función de los intereses e ideologías que los unen.
También sorprende en todas las propuestas la negación o ausencia del mundo digital, no hay guiños o links en las propuestas que te empujen hacia las redes sociales. Es una franja ochentera, analógica y geriátrica, que no invita a la generación milenio a participar.
Menos es más en una franja electoral, especialmente si se espera mucho de aquella en término de diferenciación y posicionamiento frente al rival más fuerte, Piñera. Y sobre todo en un balotaje que promete ser estrecho, así lo avala la última encuesta CADEM. En dónde la diferencia llega a solo cinco puntos con 47% para el candidato de Chile Vamos y 42% para el candidato de Fuerza de la Mayoría.
Tarea no menor la del balotaje para los candidatos que se enfrenten en segunda vuelta, en la franja no se observa épica, solo listados de compra u ofertones . Así no se incentiva el voto, sino que todo lo contrario.
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A 100 años de la Revolución Rusa
A 100 años de la revolución de octubre de 1917 y que lleva a los bolcheviques al poder político, la evaluación del proyecto utópico que lideró Lenin sigue siendo controversial. Esto no sólo porque su sucesor directo, Iósif Stalin, encabezará uno de los regímenes más genocidas de la historia humana, sino porque el mismo sustento ideológico y la asociación que se hace con la filosofía de Marx, ampara la idea de que se estaba en proceso de construir el socialismo después de 300 años del gobierno zarista de la familia Romanov, algo que tampoco terminará ocurriendo.
La Revolución Rusa no fue un episodio espontáneo. Contribuye a ella las particularidades de una nación que, en el crepúsculo de la segunda revolución industrial, seguía intentando ajustarse a las transformaciones que el resto de Europa ya había incorporado, y que tenía la consecuencia de hacer de Rusia un país relativamente retrasado en comparación con las grandes potencias occidentales de Europa. Hay que pensar que recién en 1861 se abole la servidumbre, esa práctica de unir al trabajador agrícola a la tierra y su terrateniente, y que, contrariando la dinámica política de la época, la monarquía absoluta rusa seguía sustentándose en una visión de su propio poder caracterizado por tres principios: la idea de patrimonialismo (la posesión de toda Rusia), la de un gobierno personal que no se encuentra limitado por leyes; y la unión mística con el pueblo ortodoxo. Para algunos historiadores, la incapacidad del régimen zarista de entender el cambio de cultura que venía dándose al interior del país desde mediados del siglo XIX, contribuye a su propia ruina.
Antecedente inmediato de esto se encuentran en las demandas realizadas al zar hacia 1905 y que se enfocaban, fundamentalmente, en mejorar las condiciones laborales, aumentar los salarios y reducir la jornada laboral. En un evento dramático, una muchedumbre de trabajadores, liderados por un cura ortodoxo llamado Georgy Gapón, intentan hacer llegar un petitorio al zar marchando al palacio de invierno. Si bien Nicolás II no se encontraba allí, la orden era detener la marcha antes de llegar al palacio, cosa que efectivamente ocurre de forma dramática, ya que los guardias imperiales disparan a mansalva a una multitud desarmada ocasionando un número aún indeterminado de muertos. El impacto fue enorme. La represión animó los ímpetus de transformación y durante meses Rusia experimentó huelgas, marchas, protestas y violencia, cuyo objetivo era la modificación revolucionaria del sistema, algo a lo cual el zar termina aceptando a regañadientes después de que algunos militares en Sebastopol mostrasen simpatías por la causa revolucionaria.
Junto con poner límites a la monarquía, y pasar Rusia, entonces, a ser nominalmente una monarquía constitucional, la llamada Revolución de 1905 instaura un parlamento para Rusia (Duma) y un sistema multipartidista. Sin embargo, para muchos los avances no eran suficientes. Lenin declaraba en este contexto: “los trabajadores industriales no pueden cumplir su misión histórica universal de emancipar a la humanidad del yugo del capital y de las guerras si se preocupan únicamente del estrecho marco de su oficio, de sus estrechos intereses gremiales y se limitan escrupulosamente a mejorar sus propias condiciones de vida pequeño-burguesas, a veces tolerables. Esto es exactamente lo que ocurre en muchos países avanzados de la ‘aristocracia obrera’ que sirve de base a los partidos supuestamente socialistas de la Segunda Internacional”.
Por lo mismo, lo ocurrido representa el preludio de lo que pasará 12 años después. La violencia interna post-1905, en la que participan anarquistas y otros grupos radicales de izquierda, contribuyen a generar un escenario proclive a la inestabilidad. Los problemas económicos en Rusia, que se acentuarán de forma dramática con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, enajenarán a las Asambleas de Trabajadores (soviets) que ya habían comenzado a ser penetrados por partidos políticos con intereses revolucionarios como eseristas, bolcheviques y mencheviques; la perspectiva de que con presión y voluntad era posible extraer concesiones al régimen e incluso provocarle una derrota total, animarán las tácticas de agitación y propaganda que se extenderán en múltiples radios urbanos. Como dirá el afamado historiador Eric Hobsbawm, los hombres y mujeres se harán revolucionarios “porque creen que lo que ellos desean subjetivamente de la vida no puede lograrse sin un cambio fundamental en la sociedad”. Y dicho cambio fundamental será el objetivo de los bolcheviques y de Lenin. Así, con la confusión de la guerra y con la imposibilidad de hacerle frente a la crisis, el régimen entra en parálisis. La situación se mueve con velocidad y protestas gigantescas emergen en distintos puntos de Rusia haciendo imposible la mantención del statu quo y derivando, entonces, en el término de la monarquía y el ascenso de un gobierno provisional hacia febrero de 1917, primero liderado por el príncipe Lvov y luego por Kerensky.
El período que le sigue es un período crítico, donde Lenin insistirá una y otra vez en que es necesario terminar (violentamente) con el gobierno provisional y tomarse el poder por las armas. El 10 de octubre (calendario juliano) se lleva a cabo una reunión crucial del Comité Central Bolchevique para decidir si desencadenaban una insurrección armada. De los 21 miembros del Comité, sólo doce estaban presentes. La decisión más importante en la historia del partido bolchevique fue adoptada así por una minoría de diez votos contra dos. Para el historiador Orlando Figes, esto se trató de un golpe leninista dentro del partido bolchevique.
Hay desacuerdo respecto de si la revolución de octubre fue un proceso apoyado por las masas del pueblo ruso. Para Richard Pipes, el historiador de la Universidad de Harvard, la participación fue baja y, de hecho, muchas personas ni siquiera se enteraron de que los bolcheviques querían tomarse el poder. Lo que sí ocurre es que, una vez que se controlan las fuentes del poder, rápidamente comenzará un proceso de absorción y de consolidación de los bolcheviques, algo que será resistido por toda otra serie de grupos políticos dando pie, entonces, a la guerra civil.
La maquinaria de violencia ideada por Lenin jugará un rol crucial para comenzar a levantar lo que más tarde será el totalitarismo leninista. La Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje (Cheka), liderará la administración del terror. De acuerdo a Martin Latsis, sustituto del primer jefe de la Cheka Dzerzhinsky, éste órgano “no era una comisión investigadora, un juzgado o un tribunal. Es un órgano de lucha en el frente interno de la guerra civil […]. No juzga, golpea. No perdona, destruye a todos los que están situados al otro lado de la barricada”. No será extraño, entonces, que Stalin refine los métodos para asentar el poder total y que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, nación que marcará los destinos del s. XX e incluso del s. XXI, haya estado enraizada, directamente, a este proceso.
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Chile: no estamos aislados en materia tributaria
Actualmente, y con razón, se está discutiendo acerca de las mejoras y modificaciones que deben hacerse al sistema tributario chileno post reforma tributaria.
Sin duda, superar las complejidades generadas por la convivencia de dos sistemas paralelos, que implican excesivos registros y declaraciones juradas, parece una prioridad.
Sin embargo, considerando que la economía chilena es una economía abierta el mundo, también debiésemos prestar atención a lo que está sucediendo a nivel mundial en materia de impuestos.
Por ejemplo, uno de los puntos relevantes del proyecto de reforma tributaria de EE.UU., consiste en rebajar el impuesto corporativo de un 35% a un 20%. Como contrapartida, el próximo año para el sistema parcialmente integrado, Chile elevará su tasa de impuesto corporativo a un 27%.
Algunas hipótesis de lo que esta simple comparación podría generar.
Primero, cuando Chile tenía una tasa de un 20%, y EE.UU. una tasa de 35%, una empresa con presencia en ambos países no tenía grandes incentivos para cobrar todas y cada una de las actividades realizadas en el país del norte, las que pudiese beneficiar a Chile, puesto que tener un ingreso en EE.UU. a 35% contra un gasto en Chile a 20%, desde el punto de vista meramente tributario, no parecía muy atractivo.
En el futuro, con EE.UU. en una tasa de 20% y Chile con una de 27%, ¿sucedería lo mismo?, ¿servirá tener una tasa más alta aplicada sobre una base disminuida debido a los eventuales nuevos cobros foráneos? Punto a tener presente, obviamente considerando las normas de precios de transferencia.
Un segundo punto se da en el caso que una empresa multinacional esté evaluando la posibilidad de desarrollar una inversión en Chile o en USA, con Chile a 27% y EE.UU. a 20%, Chile debería presentar ventajas suficientes para compensar un costo impositivo 7 puntos superior.
Finalmente, ¿Qué pasará con las empresas chilenas que compiten con empresas americanas, quienes se enfrentarán a competidores que tendrán un menor costo tributario y que podrían ver reflejados en sus precios ese 7%?
Pese a ser solo algunas reflexiones sobre los efectos colaterales de las reformas chilenas y de EE.UU., tenemos que tener en consideración que no solo EE.UU. está disminuyendo los impuestos corporativos, sino que se trata de una tendencia mundial; tanto así, que actualmente el promedio de impuesto corporativo de la OCDE es de 24,7% y en mi opinión seguirá disminuyendo, por lo que de ser correctas las hipótesis que mencioné, estos efectos se producirían no solo respecto de EE.UU. sino que respecto de gran parte del mundo.
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Las matemáticas de Kast
Por estos días he escuchado a varios sorprendidos por el tono de la campaña del independiente José Antonio Kast, a través de expresiones como “Muy a la derecha” y “alejada de sus reales posibilidades”. Las encuestas más optimistas le dan 4 ó 5 por ciento de intención de voto y sumando a Piñera no llegan al 50 por ciento. Aun así, las matemáticas de Kast pueden resultar razonables.
Las últimas dos mediciones reales de votantes de derecha conservadora (su grupo de interés) han sido el plebiscito del 88 y la primera elección post dictadura con Hernán Büchi como abanderado. Los resultados fueron 44, 01 por ciento y 29,4 respectivamente. En la segunda, la votación de Büchi mostró el peso de la derecha pura, separada de una versión más light encarnada por Fra Fra Errázuriz. Sumados hacían un 44 por ciento.
Aunque mucho ha cambiado desde entonces, la proyección de voto de Piñera es la misma. Y en la vereda oficialista la amplia oferta de candidatos es un conflicto intestino que sepulta toda opción de continuidad donde nadie supera el 20 por ciento. Para Guillier ese número ha sido el techo y para Sánchez una meta inalcanzable. Kast lo ha visto como la oportunidad de separar a la derecha conservadora (cavernaria, según Vargas Llosa) del Piñerismo y llegar al menos a un 18 por ciento. Su estrategia incluye desacreditar a Guillier para que sus votantes de centro se vayan con Goic (acusó al candidato de tener firmas de campaña vinculadas al narcotráfico).
Si solo miramos las encuestas, el objetivo de Kast de pasar a segunda vuelta parece sin sustento. Pero ¡cuidado! con Trump quedó en evidencia que hay cosas políticamente incorrectas que los votantes no dicen abiertamente a un encuestador, pero expresan con gusto en la urna secreta.
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Elecciones parlamentarias argentinas
Las elecciones parlamentarias celebradas el domingo pasado en Argentina han generado una apertura hermenéutica en la opinión pública y el mundo político en virtud de las señales que se dejan ver, tanto por sus resultados, como también por la participación ciudadana.
En relación al número de votantes, la expresión de prácticamente el 77% del padrón electoral, casi un 5% más que en las PASO realizadas en Agosto pasado, no deja a nadie indiferente (a modo de comparación, esta cifra dobla el número de participantes en las últimas elecciones realizadas en nuestro país). Este dato entrega además pistas interesantes, pues, al mirar los resultados electorales, el nítido triunfo de Cambiemos no puede aislarse del interés por participar en la elección de ayer. Claro pues, dicha participación permitió a la coalición gobernante –en comparación con los resultados obtenidos en Agosto- aumentar la votación en casi todos los distritos junto con dar vuelta varios resultados.
Desde la dimensión de los intereses políticos, el desenlace de los comicios de ayer es una señal –tanto para Argentina como para la región en general- de la crisis que atraviesan los populismos latinoamericanos. Por lo mismo, la derrota sufrida por el peronismo y el kirchnerismo ha dado paso a un ambiente de merecido triunfalismo en el bloque Cambiemos, el cual ha generado además una tendencia transversal en los análisis que se observan en los distintos medios de opinión argentinos, a saber, que estos resultados tienen rostros. El triunfo estaría representado en el presidente Mauricio Macri, y la derrota en Cristina Fernández.
A simples luces esta ilustración parece no sólo evidente, sino además, necesaria. Es decir, Cristina, a pesar de haber logrado salir elegida senadora en segundo lugar, habría perdido no sólo electoralmente (derrotada por el ex ministro Bullrich), sino además, políticamente. Por ende, el nuevo mapa político abriría la oportunidad de marginarla, cuestión que debiese, para muchos, marcar el camino a seguir por el gobierno para ampliar su poder y avanzar en su proyecto de reformas. Sin embargo, aun cuando prácticamente todos los análisis se encargan resaltar que es el momento de dar una estocada mortal al liderazgo de la ex presidenta, es dable pensar que dicha estrategia puede ser apresurada.
Si la alta participación está estrechamente relacionada con la motivación de derrotar al kirchnerismo y sus prácticas, cuyo símbolo es la figura de Cristina Fernández, entonces no resulta un disparate seguir manteniéndola como el adversario referente. Si a esto sumamos que la voluntad de la ex presidenta será mantener sus cuotas de poder (más aun considerando que las otras figuras que podrían sucederla perdieron en sus distritos), pero que sus obligaciones judiciales, así como las constantes denuncias de corrupción que no cesan de apuntar a sus gobiernos, y la crisis por la que pasa la izquierda peronista no le permitirán ser una real amenaza política, entonces pareciese más bien útil para el oficialismo que la confrontación política sea con quien representa la derrota, división, y corrupción en el país vecino.
Si el objetivo a largo plazo del gobierno es lograr un cambio político cultural, pero en la inmediatez enfrenta un escenario donde, a pesar del triunfo del macrismo, el gobierno necesitará llegar a acuerdos con la oposición (el más próximo es la discusión sobre el presupuesto 2018), “mantener con vida” a la figura que ha inspirado el relato que le ha dado dos triunfos a Cambiemos pareciese ser una opción más que efectiva.
La entrada Elecciones parlamentarias argentinas aparece primero en La Tercera.
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