Óscar Contardo's Blog, page 60
October 20, 2017
De lo que no se habla
Es jueves, estoy en Viña del Mar, frente al mar. Vengo de hacer una charla a estudiantes del Instituto Chacabuco de Los Andes, antiguo colegio de los Hermanos Maristas fundado en 1911. Su fecha de instalación y el que me pidieran exponer sobre “problemáticas del Chile actual y su origen histórico” terminan por convencerme. Acepto la invitación (dos horas de ida, y dos de vuelta).
En el fondo quieren saber en qué estamos, por qué estamos como estamos y de cuándo data esta situación. Los candidatos políticos, en cambio, no se hacen estas preguntas aun cuando hablan y hablan sobre cómo van a enfrentar los problemas que nos aquejan; luego, los historiadores constatamos que ellos suelen causarlos, los acarrean de muy atrás y agravan. Quizá por eso el pasado les complica, e insisten en soluciones futuras que no entusiasman (al menos a un 60% de los electores que se abstiene, muchos de ellos jóvenes).
Me detengo en un punto específico: el que seamos un país dividido, empantanado y empatado consigo mismo. ¿Desde cuándo? Menciono fechas (2011, 1988, 1973, 1970, quizá también 1964, ciertamente 1967), es decir, no solo hoy, aunque esta época de reflujos de ahora último -Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera (de nuevo lo más probable)- vuelve la calamidad patente.
Mientras cruzo el valle de Aconcagua por segunda vez, rumbo a Viña, quedo asombrado con plantaciones trepando cerros, y reparo que empantanados y todo, se avanza. Es posible, pero qué sacamos con que crezcan los paltos si, igual, nos polarizamos, se viene criticando a la política desde que Arturo Alessandri aleona a los militares en los años 20 en contra del parlamentarismo (los políticos y las elites de entonces), e, idéntico a lo de aquella época, se nos brinda el triste espectáculo de un Congreso desprestigiado, el más débil de nuestra historia, y no solo a causa de la Constitución y la dictadura que le diera como caja a los “señores políticos”.
Estupendo país con vista al mar y plantaciones en los cerros pero que no se pone de acuerdo sobre nuestra educación, servicios públicos, el tamaño del Estado; que puede elegir a un presidente o presidenta -uno, un mejor gestor, la otra una mejor propagandista de sí misma, ninguno de los dos, sin embargo, a la altura de los paltos que crecen- ambos superados por circunstancias que les impidieron manejar el país desde La Moneda una vez elegidos para hacer y deshacer.
También les hablé a los estudiantes del cinismo reinante, obseso con el poder. Sí, Bachelet y Piñera son poderosos: son de nuevo las alternativas y soluciones ofrecidas, al igual que cuando se enfrentaron por primera vez en 2005-6, aunque Bachelet no sea candidata hoy (como tampoco lo fuera Piñera el 2013). La historia pasada que algo enseña, orienta, y al parecer inquieta a jóvenes, no se discute; ¿de nada vale?
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La segunda transición
Es curioso como hay conceptos, eslóganes, que se meten en la discusión pública con una fuerza inesperada. En parte porque suenan bien, pero en gran medida porque tienden a ordenar o resumir una serie de ideas que andan sueltas, las que, agrupadas bajo el título adecuado, se convierten en algo poderoso.
La idea de que Chile necesita una segunda transición tiene algo de esto. Por eso no es raro que su autoría esté en disputa. Piñera la viene usando con relativa frecuencia y también Carolina Goic, quien acusa al candidato de derecha de robarle la idea a Alejandro Foxley, quien acaba de publicar un libro cuyo título es precisamente ese. La controversia solo habla de que el concepto hace sentido a diversos sectores, por lo que podría ser un eje central de los próximos años.
La idea es simple. Chile es reconocido en todas partes por su impecable transición a la democracia a comienzos de los años noventa, bajo el gobierno de Aylwin. Ahora, la segunda transición, busca crear las bases para asegurar que Chile alcance el estatus de país desarrollado, algo que no es una tarea sencilla. Son muchos países que se han quedado a las puertas de aquello, en lo que se conoce como la trampa del ingreso medio.
Teniendo aquello presente, la segunda transición, si bien es distinta a la primera, tiene elementos comunes. El primero es que posee épica. Así como recuperar la democracia movilizó a la mayoría del país, la idea de mejorar las condiciones de vida de los chilenos, es algo que motiva. Segundo, porque para que resulte se requieren grandes acuerdos, porque sin consenso la cosa no camina.
Esto último no es fácil, pero tampoco imposible. Alejandro Foxley lo sabe mejor que nadie, como protagonista principal de la primera transición. “En ese tiempo, las cosas que nos diferenciaban eran más profundas que ahora y, sin embargo, logramos ponernos de acuerdo”, dice. El resultado está a la vista. Ese período no solo fue bueno para la democracia; también fue el más exitoso en materia económica de la historia post Pinochet.
Como todo indica que Piñera será el próximo presidente, será él quien tenga la responsabilidad de llevar a cabo esta segunda transición. El candidato de la derecha presentó esta semana su programa económico que busca, en sus palabras, lograr que Chile recupere el ritmo y alcance el desarrollo el año 2025. Las ideas están, pero ahora falta algo fundamental: que sean compartidas por un grupo mayor. No todos, pero más amplio que solo la derecha. Y ahí, el candidato natural es la Democracia Cristiana. Por eso, en vez de discutir la autoría del concepto, lo que corresponde es ponerse de acuerdo en cuáles son sus ejes principales, cómo se implementa y cómo entusiasma a muchos. Si lo logra, Piñera podrá entrar en la historia como el conductor de la transición al desarrollo, como Aylwin lo fue a la democracia.
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No da lo mismo
La candidatura de Carolina Goic a la presidencia de la República, tuvo su origen en una decisión política adoptada meses atrás por la Democracia Cristiana. Dicha decisión de efectos políticos importantes, fue tomada por los órganos superiores de la colectividad partidaria, luego de una discusión y debate que determinó por, una sustancial mayoría, los razonamientos políticos y programáticos que avalaban el derrotero elegido y a la vista estaban los efectos políticos que lo resuelto importaba.
Desde la recuperación de la democracia, en las dos versiones que ha adoptado la centroizquierda para coaligarse a la hora de presentar su opción en las presidenciales -Concertación, Nueva Mayoría- se optó por acuerdo político, la primera vez, o diversos tipos de primarias en las veces siguientes para converger en una sola candidatura.
En esta oportunidad, y teniendo presente lo ocurrido en los otros partidos que forman la coalición, particularmente en el Partido Socialista en cuanto optó por una candidatura disruptiva del eje articulador PS- DC y terminó alineando su opción bajo una candidatura ajena, de planteamientos difusos -situación que no ha mejorado con el correr del tiempo-, lo que fue, qué duda cabe, una de las circunstancias determinantes, la DC optó por una candidatura propia.
La semana recién pasada,un número no despreciable de militantes del Partido Demócrata Cristiano, entre ellos unos pocos parlamentarios y miembros de sus instancias de conducción, efectuó una declaración pública, a mi juicio inoportuna y equivocada.
Inoportuna, porque pone el foco en una eventualidad electoral que está por verse y muy prontamente, y hace presumir, más allá de la intención, que desde ya hay que ponerse en un escenario diverso al que motiva toda campaña electoral, triunfar, en este caso estar en el voto de la segunda vuelta electoral. Equivocada, es a mi juicio lo más grave, pues permite presumir al electorado potencial que da lo mismo votar por uno o por otro, borrándose con el codo aquello que fue razón básica para llevar una candidatura.
En efecto, la propia declaración en comentario, en uno de sus párrafos consigna que haber llevado dos candidatos en la Nueva Mayoría constituyó “una grave falla que hemos cometido y debemos intentar minimizar en sus consecuencias”. Esa afirmación es absolutamente contradictoria con lo resuelto democráticamente, y dicho a estas alturas del proceso electoral solo produce el efecto de confusión. Ya llegará la oportunidad de tomar decisiones, con arreglo al resultado electoral del 19 de noviembre. Por cierto, en uno u otro caso serán decisiones importantes, donde los mandatarios debieran tener presente los efectos de cada paso que se dé, y evitar al poco andar el argumento, “nos equivocamos”.
Por ahora insistamos que “no da lo mismo”, y justamente aquello es lo que justifica la candidatura de Carolina Goic. No da lo mismo para los desafíos que le esperan al país, no da lo mismo para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, para volver a crecer con fuerza y para continuar con prudencia los cambios que nuestra sociedad requiere. No da lo mismo.
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Desafiando el presente para construir futuro
En campaña, preguntas y respuestas simples que estimulan la confrontación: estás contra “el modelo neoliberal” y eres “progresista”, o defiendes “tus intereses” y no te importa la desigualdad. Estás a favor del matrimonio igualitario o eres homofóbico.
Es esencial que la Democracia Cristiana saque a Chile de las respuestas binarias, haciéndose cargo, desde sus valores esenciales, de la creciente complejidad de una realidad en permanente y creciente cambio. Por eso, no somos de extremos, sino de centro, aunque a algunos no les guste reconocerlo. Evidencia son los ocho candidatos presidenciales desde extrema derecha hasta extrema izquierda. Nosotros, con Carolina Goic, nos situamos en el centro.
Ser de centro es muy distinto a ser indefinido o a limitarse a un rol de articulador. En Chile, los partidos de centro siempre han tenido una tradición modernizadora y de cambio. Los 60 años de la Democracia Cristiana dan cuenta de un profundo contenido y compromiso democrático y vocación por la justicia social. Eso se ha expresado en la defensa de la dignidad humana, la libertad, los derechos de las personas y la responsabilidad de la vida en común. Además la Democracia Cristiana siempre ha impulsado las transformaciones sociales a través de reformas profundas, pero graduales, usando métodos democráticos y pacíficos, convocando a los mejores profesionales y técnicos. Lo hemos hecho solos y acompañados.
Estamos orgullosos del aporte que el PDC ha hecho al país en su larga historia. La transición a la democracia y los gobiernos de la Concertación, actuando en conjunto con partidos de izquierda democrática, han sido los años más exitosos de nuestra historia contemporánea.
Esos mismos avances nos interpelan a asumir nuevos desafíos. Nuestra candidata, electa por mayoría abrumadora, Carolina Goic, nos insta a asumir como país una “segunda transición”: una que haga posible el sueño compartido de un desarrollo con bienestar para todos. Con convicción, reconociendo lo avanzado, aunando voluntades y convocando el esfuerzo público y privado, podemos lograr esa sociedad inclusiva y moderna.
Por y para eso, se requiere construir alianzas, pero no cualquiera. La experiencia de estos años nos muestra un camino que ha sido reprobado. La Nueva Mayoría representó y, luego, defraudó los anhelos de una gran mayoría de chilenos porque no tenía un proyecto común salvo en los enunciados. El actuar en común requiere coherencia y comunidad de criterios en el diseño y en el proceder, poniendo siempre el interés en las personas y no en las ideologías o voluntarismos exentos de evidencia. También es relevante tener una ética común que represente fielmente el alma de Chile. Las reformas no se hacen imponiendo mayorías circunstanciales o sin la evidencia técnica y social necesaria;menos sin reconocer lo obrado por otros.
Por eso, importa que la Democracia Cristiana lleve candidata a la Presidencia, con un mensaje distinto y convocador, para rencauzar el rumbo, sin renunciar a los cambios, pero revalorizando la democracia representativa, el crecimiento económico y la política de los acuerdos. Lo anterior es esencial para que la DC lidere dando cuenta de las exigencias de una nueva sociedad. Hoy es el tiempo de las propuestas de cada cual y no de acuerdos previos que nadie entiende. No es casual que existan ocho candidatos. Recién el 20 de noviembre se verá; dependerá de quien pase a segunda vuelta leer bien la realidad, sobre la base de los resultados, pero también de elementos que hoy, y siempre, resultan esenciales para un proyecto demócrata y cristiano. El poder por el poder no puede ser nuestro norte. Carolina Goic lo sabe.
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La responsabilidad DC: el país primero
La responsabilidad política no es un concepto abstracto; tampoco una suerte de entelequia que nadie logre entender. Los ciudadanos, cada vez más empoderados y, en buena hora, saben que quienes estamos en ciertas esferas de influencia, debemos rendir cuentas y decidir pensando en el bien común.
La Democracia Cristiana hoy enfrenta decisiones claves, porque lo que ocurra en el próximo proceso eleccionario tendrá directa repercusión en la calidad de vida de los chilenos y chilenas. Y frente a ello, el peor camino podría ser la incapacidad de situarse frente a escenarios diversos. Ello, podría implicar llegar tarde a resoluciones relevantes. De allí la relevancia de nuestra responsabilidad.
Ese es el contexto en que se debe responder a lo que debe hacer la Democracia Cristiana, en el próximo proceso electoral.
En relación a la primera vuelta, no hay ninguna duda, se trata de intentar que nuestra candidata, Carolina Goic, obtenga el mejor resultado posible; en el óptimo, pasar a la segunda vuelta, para enfrentar a l candidato de la derecha.
Si eso no ocurre, entonces la DC debe, inevitablemente, reflexionar en torno a aquello que le hace mejor al país. Y, al respecto, tengo la convicción de que un próximo gobierno de derecha, especialmente por los anuncios ya explicitados por su candidato, puede significar un retroceso en los logros que se han obtenido, especialmente para las mujeres (despenalización del aborto en tres causales); los jóvenes y las familias más modestas (gratuidad en la educación superior), o el apoyo a las demandas de los adultos mayores, por mejores pensiones, frente a una derecha que promueve solo cambios cosméticos al respecto.
Por eso, trabajar junto a todos los que compartan la lucha por la justicia social, tiene el mismo valor ético que la lucha por la libertad. Así lo ha entendido la Canciller Merkel, que luego de sus diferencias históricas, con la socialdemocracia alemana han configurado acuerdos de gobierno a favor de las grandes mayorías de su país. Gran ejemplo a seguir.
La desigualdad sigue siendo un gran pecado social; esa brecha instalada que hace que existan muchos Chile dentro de uno. Zonas de confort y zonas de carencias. Para la Democracia Cristiana, este es un tema central. La mirada colectiva, la defensa de los más vulnerables y la necesidad de crecer con equidad y no a costa de las personas. Solo con justicia social podemos pensar en paz social.
Por eso, es preciso que, en el marco de la segunda vuelta, podamos acordar, desde ya, que apoyaremos a quién enfrente al candidato de la derecha, generando todos los contenidos necesarios para aunar esfuerzos y voluntades entre todos los sectores de la centroizquierda. Quien crea que podrá hacer la tarea solo, se equivoca.
Por lo demás, no hay nada más absurdo que repetir, por propia voluntad, una experiencia cuyas consecuencias ya se conocen. Otros lo hicieron ayer, nosotros no lo haremos mañana. El año 2009, quienes votamos en contra del candidato de la derecha, en primera vuelta, obtuvimos un 56% y, la tozudez de quien obtuvo el tercer lugar, le entregó el triunfo a quien no tenía condiciones para ello.
La DC no puede, ni debe, cometer la misma irresponsabilidad. Espero que nuestro Consejo Nacional, el día 20, acuerde con entusiasmo apoyar activamente a quien enfrente a la derecha.
La Democracia Cristiana nació como un partido de vanguardia y así queremos seguir: demos el ejemplo y lideremos los acuerdos.
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Venezuela: oscuridad al mediodía
Hay dos versiones sobre por qué la oposición venezolana, que según las encuestas debía obtener unas 17 gobernaciones de un total de 23, bajo un régimen repudiado por el 80% de los ciudadanos y en un país donde el 95% asegura que las cosas van muy mal, ha sido rotundamente derrotada por el chavismo en las elecciones regionales. Elecciones, por cierto, que se presentaban más como plebiscitarias que como estrictamente regionales.
Una tesis dice que el gobierno cometió un fraude monumental: las elecciones estuvieron organizadas por un Consejo Nacional Electoral que es un órgano de la dictadura y está bajo supervisión de una Asamblea Nacional Constituyente sin reconocimiento internacional; el gobierno impidió que la oposición tuviera testigos en innumerables centros de votación; los locales donde la gente debía votar fueron trasladados a último momento a lugares que son bastiones del chavismo; el aparato de intimidación funcionó con la rotundidad acostumbrada bajo el paraguas del “Plan República” y el gasto del Estado para comprar votos fue, como siempre, cuantioso.
La otra tesis dice que la oposición fue víctima de dos fenómenos sociales que juegan un papel político creciente: la emigración y el desencanto. Los venezolanos que han salido del país, o tratan de hacerlo, sumados a los que decidieron abstenerse porque han perdido la fe en el cambio y en la capacidad de la oposición para lograrlo, explicarían una parte de los 2,3 millones de votos que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ha perdido desde que en 2015 aplastó al chavismo en las elecciones parlamentarias.
¿Cuál de las dos es la acertada? Ambas. De un tiempo a esta parte, la vía electoral ha quedado cerrada para la oposición y por tanto para la transición democrática. Esto, que ya era cierto, quedó oleado y sacramentado con la sustitución de las instituciones republicanas por la Asamblea Nacional Constituyente, que no cuenta con un solo opositor y ha abolido la democracia formal. Pero también es cierto que, como en Cuba en su día, el éxodo masivo y el desánimo van reduciendo la fuerza de la resistencia democrática. Ello fue especialmente notorio en una jornada como la del domingo que no ofrecía la menor ilusión.
La comunidad internacional -Estados Unidos, Europa, el Grupo de Lima- ha pedido una auditoría del escrutinio. Ella no es ni siquiera posible. Sólo la dictadura tiene actas electorales: a la oposición no le fue posible obtener copia de la mayoría de ellas, lo cual le impide “probar” el fraude cotejándolas con las oficiales del Consejo Nacional Electoral.
Acertaron quienes -como María Corina Machado y Antonio Ledezma- pidieron a la oposición no prestarse a esta mascarada electoral y erraron los de la MUD, en muchos casos de buena fe ante la incapacidad de las recientes movilizaciones callejeras para precipitar la transición, al aceptar la convocatoria (con meses de tardanza) a estos comicios. Como errarán si, ahora, se prestan a un “diálogo” con Maduro sin garantías elementales cuya única finalidad sería evitar sanciones de la Unión Europea.
¿Cuál es, entonces, la salida? La clásica: la mayor presión interna y externa posibles. Pero convengamos en que, a pesar de la impopularidad colosal del gobierno y el dantesco infierno en que están sumidas la sociedad y la economía hiperinflacionaria, las razones para el optimismo escasean tanto como el número de actas electorales creíbles. La esperanza que trajeron las movilizaciones masivas y el despertar de la comunidad internacional en la primera parte de este año (el mediodía) ha cedido el lugar, en pocos meses, a un intenso y “koestleriano” desánimo (la oscuridad).
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Reviento aquí en Chile
Los diarios reunidos en este volumen comprenden cuatro viajes que en su juventud emprendió Álvaro Yáñez Bianchi, conocido más tarde como Jean Emar o Juan Emar. Según apunta Paulo González en el prólogo, los textos fueron escritos en cuadernos, hojas sueltas y papelería de hoteles y vapores, pero “dejan a la vista las líneas continuas y errantes de un período que va desde sus quince a su treinta años, desde Lo Herrera a París y desde Álvaro Yáñez a Jean Emar”. El libro también contiene versiones posteriores de un mismo viaje, más elaboradas y por ello más íntimas. Lo que primero sorprende en estas anotaciones es la madurez con que el autor se juzga a sí mismo. Y en segundo lugar resalta un anhelo precoz y enfermizo por alcanzar un reconocimiento que no obtuvo en vida. Su obra, como se ha dicho, fue escrita para el futuro.
Todo buen diario de viaje tiende a impresionar al lector inmóvil, es una cualidad del género. Hallándose el 12 de mayo de 1909 en Talcahuano, Yáñez ve al “viejo Huáscar convertido en un humilde pontón”, es decir, en una especie de bodega flotante cayéndose a pedazos. En el mismo periplo, ya arribado a Europa, el diarista se decepciona con Lisboa, “una ciudad nada bonita”. Los pueblitos suizos, tan celebrados por su belleza y pintoresquismo, tampoco cautivan al paseante, “con sus casas altas y viejas y calles estrechas, sucias y torcidas que concluyen en una plaza irregular donde, en medio, hay por solo monumento una ex estatua o pila que data de la Edad Media”.
París, por el contrario, lo estimula hasta el tuétano, puesto que “era ahí donde yo debería haber nacido”. Y es precisamente desde París, durante una segunda visita en 1912, que el autor empieza a rezumar aires de superioridad: “Con qué lástima los miré a todos los de allí, de Chile, por sus pequeñeces y estrechez de horizontes”. En un tercer viaje rumbo a Lima, el diarista desembarca en Antofagasta, ciudad “horrible”. Lima, por el contrario, le parece “picturalmente, hermosa”. En la capital peruana Yáñez prueba el opio y lo consume hasta que le da puntada. La entrada del 10 de diciembre de 1915 consigna: “Varias pipas que me quitan la mona”. Y tres días después: “Más de 10 pipas. Felicidad completa”.
En el cuarto viaje del libro, esta vez a Estados Unidos y Europa (1919-1923), el protagonista va acompañado de su primera esposa como parte de la misión diplomática que encabeza su padre, Eliodoro Yáñez. Rumbo al norte por mar, la comitiva se detiene en Iquique, lugar donde el observador repara en “muchos barrios pobres, miserables. Gente de pésimo aspecto, semejantes a bandidos. Ebrios. Feos”. Washington y Nueva York le resultan sumamente agradables, pero al volver a París el escritor sufre una crisis: “Paso el día en cama, mal de ánimo. Nervioso, llantos. Algo tengo sin duda”. A consecuencia de aquel pesar, se interna un mes y medio en una clínica, aunque los doctores “no me encontraron nada”. La neurastenia es la causa de sus males. No en vano, en algún momento el diarista declara: “Yo sufro cuando gozo”.
En el resto de sus escritos, Yáñez habla con insistencia de no seguir un futuro trazado por otros, de soslayar las convenciones de la clase alta, “de ser considerado como un hombre inteligente”. De hecho, el vislumbre del gran crítico de arte en que se convertiría Juan Emar está claramente expresado en estas páginas. Refiriéndose a los artistas chilenos, apunta con saña: “Los literatos escriben Maupassant, los poetas hacen Bécquers al por mayor y los pintores pintan en español o francés”. Regresar a la patria fue casi siempre un tormento para “el que está harto”: “¡Reviento aquí en Chile, en esta vida superficial y absurda y teniendo uno que doblegar sus ideas y sus buenas intenciones a las más absurdas ridiculeces!”.
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El lloriqueo (una vez más)
Lo que acaba de hacer Colo Colo (porque hasta que el club no ofrezca disculpas tras lo dicho por su asesor Raúl Ormeño, sus palabras deben ser entendidas como la voz oficial) es inaceptable. Imputar falta de objetividad al 50% del Tribunal de Penalidades es dispararle a ese organismo en su línea de flotación, negarle el sentido mismo de su existencia. Sacarle la madre, si me permite el francés. Lo cual configura, derechamente, un acto injusto e irresponsable, pero también de abierta mala clase.
No sólo porque no es primera vez que una voz interna de los albos hacen lo mismo en los últimos años -baste con recordar los nefastos episodios en el mismo tono encabezados por Barroso, Meneses o Paredes- sino justamente por lo que esto implica: ya se ha instalado en el ambiente, como una suerte de marca de fábrica del club, el uso descarado del lloriqueo y la presión indebida hacia los árbitros y abogados. Malísima costumbre, como muchas otras, que apareció entre las minutas albas en los oscuros tiempos del inefable guatón Vergara, quién impuso en Colo Colo las más detestables prácticas propias del “pillaje”.
Bribonadas, demás está decirlo, que posan de astucia o habilidad cuando en rigor sólo revelan tontera.
Habrá que decirle a Ormeño esta vez, como todas las otras, que la mirada de un profesional supeditado sólo a las pulsiones que genera una camiseta son demasiado infantiles. Hablan de una mirada del ser humano muy básica, prehistórica. Los periodistas, los abogados, los dirigentes, los árbitros que trabajan con o para el fútbol son, ante todo, profesionales. A un buen abogado, integrante de un Tribunal de Panalidades, a un tipo que estudió por años en Chile y en el extranjero, y que por ende tiene un prestigio laboral y una categoría que cuidar, lo que más le interesa en la vida, sea del club que sea, es ser…un buen abogado. No que Colo Colo, la U, la Católica o Everton ganen, empaten o pierdan. A un árbitro lo que más le interesa es ser un buen árbitro. A un periodista, un buen periodista. No se necesita haber pasado por la universidad para entenderlo. Un jugador y un técnico también lo saben. Y lo aplican. Su construcción moral e intelectual los lleva a buscar, ante todo, la idoneidad, el crecimiento en su carrera. Que es, por lo demás, lo que les da a todos el pan y el ánimo vital.
No es tan difícil entenderlo y practicarlo. De hecho no hay nada más satisfactorio para un árbitro, abogado o periodista ligado al fútbol que ser acusado una semana de chuncho, otra de albo y otra de cruzado: es la señal más nítida de que lo está haciendo bien. Lo mismo pasa con los comentaristas políticos: su capacidad, su libertad, su tesitura moral y su equilibrio no son claros hasta que un día lo tratan de “facho” y al otro de “zurdo”.
Insisto: hasta los propios futbolistas y técnicos tienen claro algo tan simple. Si no, por dar sólo unos pocos ejemplos, Gonzalo Jara, Alexis Sánchez y Arturo Salah jamás habrían sido campeones con Colo Colo: son todos azules. Y Marcelo Bielsa o Jorge Sampaoli jamás le habrían ganado a Argentina, su propio país, dirigiendo a la selección de Chile.
Hay que ser muy vaca para tratar de imponer la tesis de que no hay vida más allá de “tu club”. Y, lo que es peor, hay que ser muy imprudente y atolondrado para, por intereses momentáneos, emporcar un nido que no puede emporcarse nunca.
¿Y por qué no se puede?, dirá usted. Simple: porque si de verdad pensamos que los jugadores, los técnicos, los abogados del Tribunal, los árbitros y hasta los periodistas sólo viven y trabajan para defender el interés del club de sus amores, y no son capaces de separar aguas en pro de su desarrollo profesional, hay que bajar mañana mismo la cortina. Entre otras cosas, porque eso significaría que todo lo hemos visto, vemos y veremos en una cancha de fútbol chilena no es más que una triste mentira. Incluyendo, claro está, los más de treinta títulos obtenidos hasta aquí por Colo Colo.
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Robert Plant: Carry fire
En las primeras giras de Led Zeppelin Robert Plant y John Bonham se desbandaban. El baterista nunca pudo superar los excesos on tour. En cambio el cantante comprendió que no solo debía ser el rey del rock sino también parecerlo. Así escribió canciones como For your life en Presence (1976), un relato sobre los estragos de la cocaína, como le incomodaba ese pasado de descontrol. En ese proceso entendió algo más, un detalle crucial para marcar diferencia y eludir la tentación de vivir del pasado. Un artista debe desafiarse a si mismo sin mirar atrás.
Carry fire llega a tres años de Lullaby and the ceaseless roar, el álbum donde debutó la banda de acompañamiento The Sensational space shifters, ensamble de músicos que reacciona con elocuencia e ingenio a los intereses de la estrella de 69 años.
La intersección que moviliza al legendario artista es compleja. Pretende aunar una deconstrucción del rock con lupa en sus raíces blues, vetas étnicas oscilantes entre el norte africano y medio oriente, y elementos de folk y electrónica torneados de tal manera que resulta imposible clasificarlos.
Con el tiempo lo que antes parecía un tanto forzado -esa distancia ex profeso a la virilidad rockstar que Robert Plant personificó en los 70-, fluye con mayor naturalidad. Encontró su costado femenino desde la proyección de la voz que exige otras sonoridades y ambientes distintos al riff muscular y cachondo impuesto por Page, del que Plant siguió dependiendo en sus primeros años solistas. Rítmicamente también aflora la necesidad de ejercitar otra matemática. Las canciones no se definen por tiempos y pulsos tradicionales, sino por cifras hilvanadas en elástica cadencia.
Hay una continuidad marcada con el álbum anterior, a su vez uno de los mejores títulos en la discografía de Robert Plant, con algunas canciones que tampoco implican un retorno al pasado, sino un rock filtrado mediante esta mirada más desprejuiciada. La primera es New world y su fraseo en guitarra eléctrica abierto y reverberante, pieza férrea y melancólica rematada con un solo de exquisito gusto. Hacia el final el cover de Bluebirds over the mountain, original de la oscura estrella de rockabilly Ersel Hickey, es interpretada junto a Chrissie Hynde en una combinación magnífica que supera por paliza las versiones de Ritchie Valens y The Beach boys, con mantos de electrónica que cogen por sorpresa, una guitarra que trepa en tonos desérticos, y arreglos de violín con aroma a tierras lejanas.
Nuevamente queda descartado para Robert Plant hacer carrera con el ojo puesto en el retrovisor. Una sana costumbre que extiende su reinado.
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St. Vincent: La Estrella solitaria
St. Vincent repite la jugada del excelente disco homónimo de 2014, su consagración en la elite del firmamento musical femenino. Entra con todo. Primero la lúgubre Hang on me, suite de sintetizadores embellecida con la voz en triste entonación declarando fortalezas y debilidades, seguida de Pills, monumental pieza sobre drogas. El coro corre por cuenta de su ex pareja, la modelo y actriz Cara Delevigne en lúdica enumeración del uso de pastillas para diversas actividades vitales incluyendo sexo y comida, desde que su carrera alcanzó aún más renombre al ganar un Grammy por mejor álbum alternativo en 2015. La evolución desde un synth pop bailable y juguetón, luego un solo de guitarra donde St. Vincent nos recuerda su sonido y estilo absolutamente personal en las seis cuerdas -denso y recargado-, hasta decantar en un in crescendo emotivo rematado por saxo, es pura clase y singularidad.
St. Vincent se suma a los tributos a David Bowie con Sugarboy, un intenso pastiche de electrónica, como dialoga consigo misma en Happy birthday, Johnny, conectada a la hermosa balada Prince Johnny del disco anterior.
MASSEDUCTION contiene una energía narcótica y erótica transversal sintetizada en Young lover, otra letra confesional sobre desamor y excesos en una obra que sin abrir nuevas rutas, reitera a St. Vincent en la posición de estrella solitaria.

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