Óscar Contardo's Blog, page 44
November 10, 2017
¿Tiempos mejores?
Es la promesa de quien tiene la primera opción de alcanzar la Presidencia. Ojalá así sean. Lo digo por Chile, por el pueblo que le cree y el que no le cree. Tengo, sin embargo, serias dudas de que esto ocurra. Un posible gobierno de derecha representará una seria regresión en muchos planos. Por de pronto en materia político institucional. Luego de las elecciones del 2013 se generó un amplísimo consenso en cuanto a la necesidad de una Nueva Constitución. Esa discusión abría la posibilidad de resolver cuestiones tan cruciales como: una efectiva regionalización que permita superar el asfixiante centralismo, el equilibrio de poderes y la superación de un híperpresidencialismo, ineficiente, rígido, herencia del caudillismo del siglo XIX y muy reñido con las necesidades de una gobernabilidad dinámica y flexible propia del siglo XXI. Quedará también para nuevos tiempos la transición, también indispensable, desde un Estado subsidiario – que llega siempre atrasado a enfrentar los desafíos de un mundo en permanente transformación-, hacia un Estado Social, innovador, altamente profesionalizado.
Con razón Sebastián Piñera ha propuesto una “segunda transición”, esta vez hacia el desarrollo. La meta es antigua: tiene más de un siglo. Hasta ahora hemos cosechado muchas frustraciones. Y digamos las cosas como son, ni en los últimos gobiernos de la Concertación, ni en el de la Nueva Mayoría, pero tampoco en el de Sebastián Piñera se avanzó mucho en la creación de condiciones indispensables para avanzar en esa dirección: diversificación productiva, ciencia y tecnología, innovación, calificación de la mano de obra…
Chile puede ser el primer país de América Latina en alcanzar el desarrollo. Para ello hay que reunir condiciones que son especialmente exigentes y que la experiencia mundial demuestra que no se generan espontáneamente en mercados desregulados. Aunque parezca discurso antiguo hay que afirmar con fuerza la necesidad de un Estado con capacidad de prospectiva estratégica, intervenciones rápidas y concertación social. Es decir, un Estado muy alejado del modelo de Estado raquítico, lento y acomplejado que prefieren los neoliberales.
La necesidad de una Nueva Constitución que emane de una Asamblea Constituyente representativa de la voluntad del pueblo soberano, no es una reivindicación nostálgica de un populismo trasnochado. Por el contrario, a través de una vía rigurosamente institucional, un mecanismo de este tipo es el único capaz de generar un sistema de reglas que cumplan con una condición fundamental: legitimidad.
Un gobierno de derecha traerá también consigo una regresión social. Ha sido anunciado por el propio Sebastián Piñera que se congelará la gratuidad en educación superior y se restablecerán la selección y el copago en la educación básica y media. La idea de derechos propios de los ciudadanos cederá espacio frente a la promoción de una sociedad de consumidores que adquieren bienes y servicios en función de su capacidad de pago.
En fin, los tiempos nuevos que se nos anuncian pueden ser más parecidos a tiempos viejos en los que primaba la intolerancia. El anuncio de la revisión de la ley de aborto en tres causales, es muy ilustrativo al respecto.
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Financiamiento responsable
Financiar el Programa de Gobierno del expresidente Piñera cuesta US$14.000 millones en 4 años. Esto es, unos US$3.500 millones por año (1,3% del PIB). La mitad se financiará aumentando el crecimiento económico en un punto anual. Cada punto de crecimiento genera recaudación por unos US$ 700 millones. Así, el primer año hay un punto más de recaudación y crecimiento; el segundo dos puntos más (uno de la mayor base del primer año, más el punto adicional del segundo año); el tercero 3 más, y el cuarto año 4 puntos más de PIB. Todo esto permite recaudar US$ 7.000 millones adicionales en el periodo.
Los US$ 7.000 millones restantes provienen de un esfuerzo de austeridad fiscal y reasignaciones de gastos mal evaluados, lo que equivale a 2,5% del gasto público anual. Algunos dicen que esto no puede o no debe hacerse. Nosotros creemos que es un imperativo. En los últimos cuatro años el gasto fiscal ha aumentado más de 23% en términos reales, el déficit fiscal ha escalado a niveles cercanos a 3% del PIB y la deuda pública se ha más que duplicado. Además, el gobierno actual ha comprometido prácticamente todos los ingresos proyectados de los años venideros. La irresponsabilidad fiscal y el frenazo económico nos han significado una rebaja de la clasificación de riesgo país por primera vez en un cuarto de siglo. En este insostenible escenario, usar bien los recursos que son de todos los chilenos no solo es inevitable; es un deber. Quienes deben dar explicaciones son los que han estado detrás de estos hechos y que hoy se niegan a enmendar rumbo.
Al heredar un déficit fiscal sobre 4% del PIB en 2009 y enfrentar un terremoto, en 2010 y 2011 debimos reasignar gastos por cerca de US$750 millones de dólares cada año (unos US$820 millones de hoy). Redujimos horas extras, viáticos, materiales de oficina, útiles de aseo, insumos computacionales, telefonía fija y celular, publicidad y difusión, servicios generales, suscripciones, pasajes y fletes, arriendos de vehículos, gastos de representación y electricidad. Esto equivale a unos US$ 3.300 millones en 4 años. Sabemos cómo hacerlo y se puede volver a hacer.
Pero además se ha abierto un debate importante sobre el buen uso de los recursos fiscales. El 60% de los programas públicos revisados por expertos externos han sido mal evaluados. Es un deber actuar aquí y no quedarse de brazos cruzados. Por ejemplo, necesitamos invertir en capacitación y deberíamos tener buenos programas públicos para hacerlo. Pero si los resultados no son los esperados, deberíamos reformularlos para mejorar la capacitación, especialmente para las PYMEs, donde poco y nada llega. Si seguimos haciendo lo mismo, estaremos dilapidando recursos que son de todos los chilenos y que debiesen ir en beneficio de los trabajadores más vulnerables.
Varios estudios independientes muestran que las capacitaciones del Sence no dan resultados positivos y están mal diseñadas (ver nota técnica del BID 155 de 2010 o el informe de la Comisión Larrañaga de 2013). Este programa cuesta al fisco unos US$ 360 millones anuales (Presupuesto 2018), o casi US$ 1.500 millones en 4 años. Lo que debe hacerse no es eliminar la capacitación, sino reformular el programa, mejorarlo y reemplazarlo por uno de mejor calidad. Es una responsabilidad mínima, y no se entienden las posturas que defienden institucionalidades que malgastan los recursos públicos.
Para reformular programas mal evaluados se recurrirá a evaluaciones expertas e independientes. Lo responsable es mejorarlos o reemplazarlos por otros de mejor calidad, que sí cumplan con sus objetivos. Tal como lo haría cualquier familia chilena con la administración responsable de las finanzas de su propio hogar. Por ello, quienes están a cargo de las finanzas públicas deben ser especialmente cuidadosos a la hora de cuidar los recursos que son de todos los chilenos. Llegó la hora de hacerlo.
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El programa de Piñera no cuadra
Sebastián Piñera ha propuesto un programa cuyos números no cuadran. El programa cuesta US$ 14.000 millones en los cuatro años. Son gastos adicionales derivados de sus propuestas de política pública, a lo que hay que agregar el crecimiento inercial del gasto generado por las reformas en marcha, reajustes de sueldos, mantención de infraestructura y tendencias demográficas, entre otros
Hagamos un ejercicio simple para ponerle números. Estimemos el crecimiento del gasto público que ya está comprometido. Para ello, supongamos que su proporción en el PIB es constante (24,4% del PIB de 2017), la economía crece al 3,5% en promedio al igual que los ingresos tributarios. El resultado es que el gasto público en 2021 será aproximadamente de US$ 18.000 millones superior al de 2017. La Dipres estima un número similar al hacer el análisis de leyes específicas.
Los US$ 14.000 millones que contempla el programa de Piñera son gasto adicional a este monto.
El riesgo del programa de Piñera es que cumpla su palabra de gasto, pero no pueda hacer ningún ajuste.
En ese caso, el gasto fiscal subiría US$ 32.000 millones (14+18) lo que llevaría el tamaño del Estado a más de un 28% del PIB y el déficit fiscal a más de 6% del PIB. La regla fiscal estaría sometida a un stress creciente.
Supuestamente el programa se hace cargo de este riesgo, pero las cifras no cuadran y por lo tanto, el riesgo anterior hay que tomarlo en serio.
El candidato ha señalado que reducirá el gasto público en US$ 7.000 millones. Reducir ineficiencias del gasto público es loable y debe ser un esfuerzo permanente. Sin embargo, en su mandato anterior Piñera no tiene éxitos que avalen la envergadura de lo que ahora promete. En su gestión logró reducir algunos viáticos, controlar algo licencias médicas y cosas por el estilo que son importantes, pero de poca envergadura. En esta campaña ha sido incapaz de identificar fuentes precisas para este nivel de ahorro. Insinuó en algún minuto el despido de 20 mil funcionarios públicos. ¿Cómo llegará a un ahorro de US$ 7.000 millones, en un marco de paz social?
Los números no cuadran salvo que estén ocurriendo dos cosas.
La principal es que finalmente se sacrifique la promesa misma porque el programa como está no es realizable. Entonces puede que algunas propuestas vistan un santo, pero tendrá que desvestir otro. ¿Cuánto? Si se revisa los programas mal evaluados por la Dipres se llega a 40 cuyo costo es de unos US$ 1.200 millones. Uno muy importante es capacitación. ¿Pretende reducir esto? ¿De dónde saldrá el resto? ¿Pretende reducir la inversión pública o transferencias a municipalidades?
Lo otro es que haya un supuesto escondido. Si bien el programa supone un 3,5% promedio, las cifras fiscales solo cuadran con un crecimiento de 5,0% o más. Esto se ha insinuado también: Piñera supone que por el solo hecho de llegar a la Presidencia, la economía crecerá más rápido. Cualquier análisis serio de lo ocurrido entre 2010 y 2013 concluye que el crecimiento de esos años se explica por el altísimo precio del cobre, el boom de inversión minera y el importante esfuerzo de reconstrucción. Atribuirle a Piñera una capacidad inherente de crecimiento es pura especulación. Pero además, para hacer reformas serias y duraderas, no bastaría con más crecimiento de corto plazo: necesitamos más crecimiento potencial y más recaudación tributaria permanente. ¿Qué reformas propone Piñera que hagan ese milagro?
El programa de Piñera no cuadra, porque el nivel de gasto que propone es insostenible. A eso usualmente lo denominamos una política fiscal irresponsable.
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China: un desafío para América Latina
Porque la distancia cada vez importa menos en este mundo global, lo ocurrido en el 19° Congreso del Partido Comunista de China nos llega mucho más de cerca. Allí el Presidente Xi Jinping prometió una “nueva era” para su país, esbozando una estrategia hasta 2050, cuando espera que China sea una potencia líder, “una gran nación socialista moderna”. Y esa perspectiva reclama que, desde América Latina, seamos capaces de entender las proyecciones de esa nueva era y del papel que China tendrá en el mundo.
Quizás aún no sabemos cómo hablar con China. No es un dato menor, el que hasta ahora nunca hayamos elaborado una respuesta conjunta ante el primer documento de Política de China hacia América Latina y el Caribe, de noviembre 2008, y que tampoco existan señales de responder al último, de noviembre 2016. Hablar con China es entender que ese diálogo debe ir mucho más allá del “cuánto te vendo, cuánto te compro”, o de las inversiones hechas en tal o cual país. Es entender el proceso que ha devenido desde la fundación de la República Popular China, en 1949, con Mao Zedong a la cabeza, pasando por el gran salto transformador que Deng Xiaoping generó en 1978 al convocar a una apertura económica y al mercado como gran dinamizador del crecimiento, para llegar ahora al inicio de un nuevo paso estratégico con la mirada puesta en la mitad del siglo.
¿Cuáles son las características esenciales del denominado “Pensamiento sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era”? Avanzar hacia la categoría de una gran potencia, abierta al mundo, activa en la agenda internacional, sustentada en la innovación científica y tecnológica, con una sociedad de altos niveles en su calidad de vida, protectora del medio ambiente y con el respaldo de un Ejército poderoso. Y todo ello, recordando siempre el origen milenario de su civilización.
Mao logró el triunfo y la unidad de China. Fue líder indiscutible, pero no estuvo ajeno a voluntarismos ideológicos que dejaron huellas dolorosas en su pueblo, como la llamada Revolución Cultural. Tras su muerte y un breve tiempo convulso, emergió Deng Xiaoping para quien todo el esfuerzo debía estar en tener un crecimiento acelerado y sacar de la pobreza y la miseria a los más de mil millones que en aquel entonces vivían en China. Ello implicaba una política exterior mesurada, pues la gravitación china también sería modesta. Sus enseñanzas fueron fundamentales para los siguientes 30 años. No solamente abrió China a inversiones extranjeras, sino estableció también un área amplísima de economías de mercado en distintas partes del territorio, particularmente en su costa este. Shanghai y otras ciudades tuvieron un crecimiento asombroso; en un momento, el 40% de todas las grúas en el mundo destinadas a la construcción de edificios estaban en China. Y llegaron los trenes de alta velocidad, las redes digitales, el uso de los iphone como en ningún otro lugar del mundo para apoyar la vida cotidiana. Cambiaron las demandas en el consumo: por eso las cerezas de Chile tienen allí un mercado fijo para el Año Nuevo chino con un puente aéreo de casi sesenta vuelos y retornos por más de 600 millones de dólares. Es un ejemplo menor de un comercio que en el 2000, en toda América Latina, llegaba a US$ 12 mil millones, pero en 2015 alcanzó los US$ 250 mil millones.
Sin embargo, ese desarrollo acelerado, ese crecimiento a cualquier costo, también trajo consecuencias negativas, como la contaminación a niveles críticos, el aumento de la desigualdad, el descontrol en la deuda y otras zonas oscuras, como la corrupción. Es en esa realidad, del crecimiento alcanzado y la urgencia de reformas mayores, donde se ubica la propuesta del presidente Xi. Y ello mientras el país cambia: hoy ya estiman en más de 300 millones los chinos en clase media, pero al 2025 ya estarán por encima de los 600 millones.
Hace dos años, en una reunión a la cual asistí, escuché al Presidente Xi decir que China debía enfrentar con éxito la “trampa” de Tucídides, aquella descrita por el historiador griego y según la cual cuando una Ciudad-Estado iniciaba la decadencia y otra Ciudad-Estado ascendía, la guerra era inevitable. Con toda claridad, el Presidente chino dijo entonces: “China, basada en el espíritu de Confucio de una sociedad armoniosa, nunca ha sido un país expansivo y nunca desearemos iniciar una guerra de ampliación ni conquista”. ¿Cómo hacer para que ahora la trampa de Tucídides no aflorara entre un país continente frente a otro país continente? Estaba claro a quien se refería. Y eso significaba implementar una política exterior activa, con el gran respaldo político propio de una gran potencia.
Es otra época entonces la que se inicia con el Presidente Xi, dispuesto a jugar un rol activo en este nuevo escenario internacional.
El año próximo el Presidente Xi llegará a la reunión del G20 en Buenos Aires. Y el año 2019, volverá a América Latina, en este caso a Chile, a la cita del APEC. Ambas son cumbres de carácter multilateral, pero otorgan un excelente marco para señalar cuáles son nuestros intereses convergentes con ésta, la que ya asoma como una de las grandes potencias del siglo XXI. Hay que prepararse para ello. La próxima reunión del Foro CELAC-China en enero próximo en Santiago obliga a dar un paso adelante en esa perspectiva. China ha definido con claridad su futuro, y nosotros debemos plantearnos con seriedad una política de convergencia con aquel gigante asiático, a partir de nuestros intereses estratégicos.
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Puros cabros lesos
Nacida en Castro el año 1990, la escritora Constanza Gutiérrez publicó en 2014 la novela breve Incompetentes, en donde hablaba de la toma de un colegio desde el punto de vista de unos muchachetes alzados. Ahora, Gutiérrez presenta Terriers, un librito compuesto de siete cuentos que protagonizan jóvenes y niños que tienden a menospreciar a sus padres, y a los adultos en general, a través de actitudes infantiles, taimadas, arbitrarias y poco consistentes. A ello se suma una prosa simplona, descuidada, repetitiva y esencialmente olvidable. Para peor, la autora no demuestra muñeca o soltura en el manejo del género ni en sus fronteras dramáticas: estas narraciones son tan incorpóreas y planas como una moneda de cinco pesos, y, claro, si de redondear se tratase, sería inevitable apostar por el valor mínimo.
Los personajes de Gutiérrez no brillan por su inteligencia, ni por su profundidad espiritual, ni por su capacidad de enfrentar las circunstancias vanas en que se desenvuelven demostrando algún atisbo de originalidad o arrojo. Están como adormilados bajo la mediocridad legamosa con que fueron creados, sin ninguna esperanza de escapar a tamaña maldición. Cuando hablan, dan pena. Cuando piensan, yerran. Cuando especulan, fracasan. En resumen, se trata de un conjunto de cabros lesos sin posibilidades de eludir la puerilidad impuesta, incapaces de sustraerse de uno de los peores rasgos del infantilismo narrativo: aquel candor que, por lo general, tiende a sacar de quicio al lector bienintencionado.
Las declaraciones caprichosas, es decir, intempestivas y sin sustento, son una muestra de lo que acabo de decir: “Cómo podría enterarse cualquiera de lo terrible que es ver que existen familias felices”, acota una muchacha que se cree más lista de lo que es en el cuento titulado “Marrón Glacé”. Las simplificaciones burdas de la adultez también son parte de la misma trenza, mientras que la pobreza de recursos metafóricos, la falta de imaginación, queda bien expuesta en la siguiente frase cursilona de la protagonista de “Mowgli”: “No me ofende tener algo usado ni fantaseo con el momento en que, por arte de magia o a puro ñeque, mi esposo pueda comprarme perlas y diamantes. Las joyas falsas brillan igual, y también lo hacen las gotitas de rocío sobre el pasto, los destellos de luz sobre el mar y los techos de zinc al calor del sol. Me basta con tener a alguien que me quiera a mí, sólo a mí”. Algunas páginas más adelante, la mujer también revela cierta estrechez de mollera al proferir un anhelo patético: “Creo que quería tener, yo también, una doble vida, pero no se me ocurría dónde encontrarla”.
El acercamiento a la homosexualidad masculina planteado en el cuento “No te vayas dentro” es tan caricaturesco que las razones que da el protagonista para detestar a las mujeres, lejos de ofender a alguien, únicamente producen irrisión: “He visto hombres hincados atándoles los cordones de los zapatos a una niña. He visto compañeros de curso que cargan la mochila de su polola cuando caminan juntos a casa. He visto parejas en una tienda, al hombre pagando una compra para ella y cargando las bolsas después. He visto la esclavitud y la pérdida absoluta de la dignidad”. Pues bien, ese mismo cretino, luego de hacer una escenita en una disco rural y retirarse despechado, admite haber amanecido al día siguiente con “una caña infernal”, algo bastante inexplicable, ya que sólo compró un vaso de alcohol y lo lanzó a la pista de baile casi lleno antes de largarse.
Leserillas como la recién mencionada abundan en estos cuentos fatales, así como también se deja ver alguna que otra falta de ortografía. Lo más grave, sin embargo, no va por allí: Constanza Gutiérrez no distingue la diferencia entre un sustantivo y un adjetivo (dos veces señala que una televisión es “Argentina”, cuando lo que en realidad debió haber escrito fue “argentina”). Y ante un yerro como tal, es poco o nada lo que se le puede exigir a la autora de Terriers.
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La Línea 6 no es de Michelle ni de Sebastián, es de Parrochia
“Sistema de Metro de Santiago de Chile. 15 líneas. 1969-2040. Promotor y autor del proyecto: Arquitecto Juan Parrochia”. Esto se puede leer clarito en un informe del Ministerio de Obras Públicas y Transportes (así se llamaba en esa época) de la década de los sesenta. No sólo es absurda la lucha de egos entre gobierno y oposición por adjudicarse el logro de la Línea 6 del Metro, sino que es injusta, incorrecta y egoísta respecto de este héroe santiaguino que debiera ser mucho más conocido.
Juan Parrochia Beguin murió el 2016 a los 86 años y ese día perdimos a uno de los grandes urbanistas de la historia moderna de Chile. Fue el arquitecto jefe del Plan Intercomunal de Santiago (1960-1964), el primer director de Vialidad Urbana Nacional (1971-1973), el primer director general de Metro, Vialidad Urbana y Estudio de Transporte Urbano Nacional (1973-1974) y el primer director general de Metro de Santiago (1974-1975). Fue parte de la construcción del aeropuerto Pudahuel, la Norte-Sur, la rotonda Pérez Zujovic, la extensión de la avenida Kennedy, la circunvalación Américo Vespucio y, especialmente, fue y sigue siendo el autor intelectual del Metro de Santiago. De todas las líneas que se han inaugurado y de las que se van a inaugurar (ojalá) por mucho tiempo.
Era tan preparado, tan serio, tan mateo este Juan Parrochia que, en 1953, después de titularse de arquitecto, partió en tren a Antofagasta y desde ahí tomó un barco hacia Marsella. “Visitó a sus parientes Parrochia, afincados en Lyon, y a los Beguin en Suiza. Les llevó fotos de sus padres en Traiguén. Pero su objetivo final era otro: aprender urbanismo de primera mano, dando la vuelta al mundo en motoneta. Hasta 1957 viajó por cincuenta países y un centenar de ciudades y conoció los veinte trenes metropolitanos que en esos años funcionaban en las principales ciudades del mundo. En cada país se entrevistó con arquitectos, urbanistas y constructores. Y en Viena se entrevistó en dos ocasiones con Karl Brunner, el fundador del urbanismo moderno en Chile, que planificó la comuna de Santiago en los años 30. Por cierto, Brunner fue el autor de uno de los varios proyectos de Metro en Santiago, cuando todavía la ciudad no estaba madura para ellos. En agosto de 1953 Parrochia le llevó a Brunner el bosquejo de un Metro urbano hecho por el ingeniero de ferrocarriles del MOP Leopoldo Guillén, quien lo había presentado al gobierno de Carlos Ibáñez del Campo y que estuvo próximo a ser construido. Era uno de los 35 bosquejos y croquis para un Metro de Santiago que se habían acumulado desde 1922. El de Guillén fue el último en quedar sólo como bosquejo: luego vendría la construcción definitiva a partir del proyecto de Parrochia”. Eso lo escribió el periodista Roberto Farías en El gran libro del Metro de Santiago. Se necesitaba alguien con tamaño nivel de enfoque, conocimiento y tozudez para embarcarse en el proyecto más ambicioso y más caro en la historia de las obras públicas de Chile.
Algunos datos para argumentar lo recién expresado: se necesitaron 50 mil planos antes de partir con la Línea 1, más fierro que todo el que nuestro país podía producir en diez años y más arquitectos e ingenieros que cualquier construcción anterior en Santiago o el resto del país. Era caro hacer el Metro y por eso había que tener coraje. Y a Juan Parrochia le sobraba. “Una historia que refrenda esta opinión. Terminaba 1970 cuando Parrochia se enteró por rumores de que el presupuesto para el año siguiente venía con un recorte del abultado monto asignado a Metro (350 millones de dólares de la época), fue a hablar con el ministro de Hacienda de entonces, Andrés Zaldívar. No estaba y lo recibió el director de Presupuesto, Edgardo Boeninger. Pero Parrochia insistió en hablar con el ministro: “Yo no hablo con el contador -le advirtió-. ¡Yo hablo con el dueño!”, cuenta Farías en el mismo libro.
Cuando el gigantesco proyecto de Metro sorteó la adversidad presupuestaria y se aprobó, el urbanista volvió a mostrar su sello. En dos meses tenía la Alameda llena de perforaciones. Rápido y lo más “dañino” posible. Así ni los alcaldes ni los ministros ni los directores de las empresas de servicios públicos pudieron atreverse a boicotear el proyecto. Un gigante, Juan Parrochia. El único que se puede y que debe llevarse los créditos de crear la nueva línea 6 del Metro. Que se haga justicia.T
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Recuperando la inversión
Es un hecho conocido que la fuerte desaceleración que sufrió el crecimiento económico a partir de 2014 fue impulsada por la abrupta caída en la inversión que le precedió. Desde entonces, la inversión no ha levantado cabeza y ha mostrado registros negativos, incluidos los proyectados para este año, aparejados a reducidas tasas de crecimiento del PIB de entre 1,5% y 2% anual. Adicionalmente, la propia caída de la inversión arrastra una disminución en el crecimiento del PIB potencial, porque el stock de capital decrece, a lo que se une a un aporte también negativo de la productividad total en los últimos tres años. La reducción de la inversión – se estima que la razón inversión a PIB caerá hasta X% en 2017, después de haber alcanzado Y% en 2013 – se explicó (y se explica) por la caída en picada de la inversión minera luego de una baja considerable en el precio del cobre y por un enrarecido e incierto clima de negocios asociado a las reformas del gobierno actual (tributaria y laboral, principalmente) y a una gestión más hostil del Estado hacia la iniciativa privada en supuesta defensa de los derechos de diversos grupos de interés.
Sin embargo, recientemente está germinando un cambio de escenario respecto de ambas causales de la caída de la inversión. En primer lugar, el precio del cobre ha crecido más de 30% en un año y las perspectivas de que se mantenga sobre US$ 3 la libra son auspiciosas. Y segundo, existe la expectativa generalizada de que el próximo gobierno será liderado por Sebastián Piñera, quien promete la aplicación de un programa con un foco importante-no el único claro- en el crecimiento económico, lo que conlleva una preocupación especial por la inversión a partir de una gestión del Estado amistosa con el emprendimiento a todo nivel.
Lo anterior se ha manifestado en un mayor optimismo (menor pesimismo, en rigor) registrado en los indicadores de confianza de empresarios y consumidores, así como en la manera en que están viendo las perspectivas económicas los chilenos para sí mismos y para el país, según lo consigna la reciente encuesta CEP. En efecto, la expectativa de la gente de que la situación del país mejorará en los próximos 12 meses aumentó de 14% en agosto del año pasado a 30% en octubre último. Y de 31% a 40% en el caso de la situación personal.
El cambio de escenario en gestación aún no se concreta en la recuperación de la inversión, al menos con la información conocida a la fecha. El catastro de proyectos de la CBC al primer semestre mostraba una disminución en los proyectos conocidos para el quinquenio 2017-2022, llegando a apenas un tercio de similar indicador para el segundo semestre de 2013. Los proyectos ingresados a trámite en el SEIA eran al tercer trimestre de este año 19% inferiores al mismo período de 2016, en tanto la inversión en construcción ha caído en los tres primeros trimestres de este año. No obstante, la inversión en maquinaria y equipos muestra una tendencia al alza desde fines del año pasado y ha mostrado ya tres trimestres consecutivos con cifras positivas. También es destacable que la inversión ejecutada en concesiones muestra un alza (modesta, pero alza al fin) en los dos últimos años.
¿Qué podría estar frenando una recuperación más visible de la inversión? Es claro que hay un tema de “timing”: este moderado optimismo en ciernes en bien reciente. Y aún no se sabe con 100% de certeza que Piñera será elegido presidente. De hecho, el reciente Informe de Percepciones de Negocios del Banco Central, que se hace a partir de cientos de entrevistas a empresarios de todo el país, muestra que éstos están a la expectativa del resultado electoral y varios revelan una actitud de esperar y ver antes de lanzarse con nuevos proyectos de inversión. Y también existe un grado de incertidumbre respecto de la facilidad o dificultad que observará el eventual gobierno de Piñera para llevar a cabo su programa. Ciertamente, ayudaría en el corto plazo que la nueva administración agilice de entrada el trámite de cientos de proyectos trabados por razones burocráticas y judiciales.
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La purga de “El feroz”
Le dicen “El feroz”, tiene apenas 32 años y es el heredero del reino petrolero que manda en el Golfo Pérsico y una parte de Medio Oriente, y que es un aliado estratégico de Estados Unidos y la Unión Europea. En los últimos días, ha asombrado al mundo desatando una cacería descomunal contra príncipes, ministros, ex ministros, militares y policías a los que considera peligrosos y acusa de corruptos.
Todo empezó cuando, hace pocos meses, el rey Salman, mandamás saudita, desplazó al príncipe Bin Nayef, que era el heredero del trono, y puso en su lugar a Mohammed bin Salman, provocando un trauma en el “establishment”.
Casi de inmediato, el nuevo heredero declaró que iniciaría una modernización del reino para acabar con la dependencia con respecto al petróleo. Pronto, el reformismo amplió sus horizontes e invadió el área social, estremeciendo los cimientos conservadores de un país que lleva cuatro décadas abrazando intensamente el “wahabibsmo”, la interpretación más fundamentalista del islam, como arma preventiva contra el riesgo de una revolución teocrática parecida a la que en su día reemplazó al Sha por los imanes en Irán.
Empezaron a ocurrir cosas tan impensables como acabar con la segregación de los sexos en áreas públicas y el anuncio de que se permitirá a las mujeres conducir, entre otras muchas manifestaciones de lo que Bin Salman llamó un islam “tolerante y abierto”.
Hasta allí, todo muy bien. Pero sucedieron dos cosas más. Una fue el inicio de una agresividad en política exterior que pretendía limitar la influencia de Irán, el gran enemigo, pero causó tensiones que han ido creciendo. Riad intensificó la intervención militar en Yemén y lideró un bloqueo contra Qatar, al que acusó de excesiva cercanía a Teherán.
Lo segundo fue una persecución en forma contra todo aquel que, a ojos del príncipe heredero, representa un obstáculo potencial para sus planes. El fin de semana último, la purga alcanzó una espectacularidad rimbombante, con decenas de figuras clave del “establishment” arrestadas por las fuerzas de seguridad, ahora totalmente leales a Bin Salman (eso sí, los encarceló en el Ritz, no faltaba más). Entre ellos hay ya unos 60 príncipes. Está también, por ejemplo, el magnate Al Walid Bin Talal, inversor de empresas emblemáticas de la economía global.
Todo esto ha dejado perplejos a Estados Unidos y Europa. Las democracias de Occidente ven con buenos ojos el esfuerzo de modernización de un reino cuyo fundamentalismo religioso ha sido en parte responsable del financimiento del organizaciones violentas y unas reformas que podrían erosionar al islamismo más radical si logran contagiar a la región. Pero también temen que los procedimientos brutales, reñidos con toda legalidad e institucionalidad, a la larga provoquen más inestabilidad si desencadenan una reacción violenta contra la consolidación del poder unipersonal de Bin Salman.
En otro tipo de país, esto sería tomado como una anécdota distante. En Arabia Saudita, es un asunto importante, pues la inestabilidad -o eventualmente la guerra civil- sólo favorecería a los islamistas radicales y podría privar a Occidente de un aliado previsible, además de los estragos que podría provocar en el mercado petrolero por el peso de Riad en la OPEP.
¿Está Bin Salman reformando de verdad el reino 40 años después del inicio de la expansión del wahabismo y muchos más de dependencia petrolera? ¿O es ésta una mera operación para acumular poder personal que tendrá consecuencias peligrosas?
Es imposible a estas alturas saberlo con certeza. Pero la sola pregunta es ya una razón para prestar la mayor atención a los predios de la dinastía de los Saúd.
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¿Hacia dónde marchó la ciudadanía? De la calle a Piñera
El desdibujamiento doctrinario de los partidos políticos parece ser un fenómeno irreversible. El contexto actual está caracterizado por la disolución de los antiguos “reductos ideológicos” y la política se juega en espacios que trascienden su propia dimensión institucional fundada en 1938 bajo el lecho de los tres tercios. A todo ello se suma el crudo cuestionamiento ciudadano a los actores políticos -un florecer de discursos anti/establishment- que puede acarrear un periodo de “inestabilidad estructural” para nuestro alicaído régimen político. Aquí sobran las preguntas, ¿estamos asistiendo al inicio de una democracia post-partidaria que implica liderazgos mediáticos y reconfiguraciones entre movimientos autonomistas y partidos de nuevo tipo? ¿Es posible tal amalgama? Lo cierto es que nos encontramos situados en un proceso de reconfiguración donde las identidades políticas responden a nuevos lineamientos discursivos y estos últimos no tienen que ser leídos -necesariamente- en una tenaz clave apocalíptica (¡fin de mundo, se termino el laguismo!). En suma, deberíamos admitir un proceso de repolitización progresiva que aún no decanta en una dirección precisa y ello no debería llevarnos a la tentación de una lectura reactiva o reaccionaria; aquí mutan algunas instituciones y deberían emergen otras -y esto no excluye la posibilidad de un ciclo de ebullición institucional.
La voces críticas del diseño transicional -más allá de caricaturas, errores, y lecturas demoniacas- han tomado nota parcialmente de un proceso que hunde sus raíces en la larga duración y han sugerido una pregunta radical; ¿porqué los partidos políticos deberían gozar de un privilegio inamovible a la hora de canalizar los nuevos malestares y preservar una ventaja a todo evento para regular la “competencia política”? Si bien, esta pregunta atormenta a la clase política y enloquece a nuestras elites, hay que recordar ligeramente la historia de Chile. El triunfo de la “Alianza Liberal” en 1920 se baso -entre otros aspectos- en el desafiante discurso de Arturo Alessandri contra la “canalla dorada”. Por aquellos tiempos comenzaba el gradual declive del Partido Democrático. Luego vino un caos creativo que dio lugar a un fortalecimiento institucional en 1938 con Pedro Aguirre Cerda. Lo esencial es una lectura en clave de procesos -inflexiones, crisis y reconstituciones- que no atormenten la quietud de los espíritus elitarios o las ansias subversivas.
Sin embargo, y pese a la innegable lucidez de algunos intelectuales de vocación crítica, este proceso fue atizado por una voluptuosa biblioteca del 2011, donde el “principio de realidad” se desplomo en pocos meses: ¡ay, el modelo se cae, Asamblea Constituyente y sujeto popular por favor! y ¡ay, El Otro Modelo! porque el modelo se derrumba y los trabajadores rompen las fabricas. Aquí se deslizó velozmente un “tremendismo literario” que veía en la movilización una extensión de demandas ciudadanas que intentaban romper con la matriz socio-económica pactada a fines de los 80’ y refrendada a comienzo de los años 90’. El grito de la calle tenía un solo paradero y ello resultó espantoso.
Sin perjuicio de lo anterior, cabe aclarar que la calle también fue una revuelta mesocrática, un espacio de insospechadas microfísicas y acciones propias de un inconsciente freudiano, cuyo paradero podría ser el eventual triunfo de Sebastián Piñera –eso sí, ¡sorpresas pueden haber por el lado de un candidato tibiamente republicano! Paralelamente, la elite progresista, confiada en la fuerza auto-explicativa de los “textos literarios” para guiar los procesos sociales, comenzó a restituir “el régimen de lo público”, desde una emergente esfera ciudadana plasmada en un libro que lleva por título El Otro modelo. En cinco años de histerias debimos tolerar varios bets seller, ríos de tinta, y discrepar con una “literatura del derrumbe” –asediada por la urgencia mediática- provista por una emergente izquierda elitaria que formó parte del proceso de pactos mediáticos y redistribución de las representaciones de poder. Las escrituras públicas del 2011 concebidas para un sujeto de la desobediencia estética (estudiante de pregrado), libros y artículos, no fueron sino un largo obituario cincelado por una presuntuosa “aristocracia cognitiva”. En Chile el desencuentro elital fue determinante para estimular la rotación política y el reformismo gradual: bajo este encuadre debemos entender aquel año. Ello entrelazó con una elite que en el (pos) malestar no se pudo solapar en la teoría de la gobernabilidad, por ello participó en las reconfiguraciones del 2011. En suma, ya no bastaba con refugiarse en la democracia de consumo, la hebra hegemónica se trizo por la parsimonia cupular y ya no es posible justificar de cualquier modo el crecimiento soslayando una desigualdad estructural; he aquí la mejor interpelación a nuestras clases dirigentes.
Ahora bien, qué pasa si el piñerismo se impone en las urnas: ¿cómo vamos a leer el grito de la calle, con sus malestares tan bullados para ensayar una comprensión que no apele a la sátira? ¿Qué se propuso leer nuestro progresismo elitario-moderado o napoleónico en las nuevas rebeldías, incluyendo el caliz de la protesta mesocrática, sin hipotecar todo en un sujeto popular? ¿No fue acaso la calle el lugar “oportuno” de grupos medios masificados aquejados por acceso a coberturas estatales, gratuidad en los aranceles de diplomados y maestrías quienes marcharon so pena de que a su vez reclaman los goces de la modernización de turno? ¿Cómo entender un reclamo –no homogéneo- donde el neoliberalismo protesta contra el propio neoliberalismo? No es posible –acaso- leer la calle como una avanzada del capital en medio de las energías de la multitud que no reclaman otro horizonte sino mejorar la bancarización de la vida cotidiana. Qué pasa si las mayorías fácticas quieren proteger el mercado en sintonía con ínfimas reformas afines a la boutique de los servicios. ¿Un gobierno de derechas sería la tragedia de la calle, o bien la calle era tibiamente piñerista y no los percibimos?
Por fin ¡Calle insurgente, evangelizadora, emprendedora, mesocrática, jacobina y oportunista! Nada mejor que la calle y su sabia mudez.
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Y se fueron a sus tierras…
Estando de excursión en un castillo fronterizo, cerca de Granada (España), el guía nos explicaba una serie de cuestiones tácticas de la defensa de la frontera. Curioso era su discurso maniqueísta de buenos (cristianos) contra malos (musulmanes), pero aún más interesante era como su pecho se inflaba ante un discurso nacionalista que derrochaba un entusiasmo del siglo XV. Se sentía como un promotor de la obra de los Reyes Católicos. El corolario de esto fue cuando afirmó: Y entonces los moros se fueron a su tierra!…. El trasfondo de lo anterior es la manifestación de un discurso añejísimo y de un nacionalismo trasnochado…aquel que intenta borrar la herencia musulmana de un plumazo, lo que es como intentar tapar el sol con un dedo.
Los musulmanes tuvieron una presencia, más amplia o más reducida dependiendo del momento, en la Península Ibérica, que se extendió por más de 700 años. Pensar que ellos no eran de allí es una falacia: sus padres, sus abuelos, sus vice-abuelos, etc. habían nacido allí. Por tanto, sí eran de allí. En tiempos en que el Mediterráneo era un espacio de circulación abierta, las fronteras parecían abrirse y las migraciones permitieron el desarrollo de vinculaciones virtuosas que, sin duda, contribuyeron al desarrollo de la realidad tal y como la conocemos, en un espacio que, por cierto, era más multicultural de lo que pensamos, tal como se manifiesta en el arte, la literatura y otras manifestaciones de diversa índole.
Negar nuestro pasado, es no saber hacernos cargo de las ventajas que tiene el desarrollo humano en todas sus posibilidades por medio del intercambio y la coexistencia. Si la justificación tiene que ver con, por ejemplo, limitar el ingreso de posibles terroristas, o bien ‘cuidarnos’ de perder una muy discutible identidad nacional, es no lograr entender que los procesos históricos deben entenderse a partir de una perspectiva amplia y no desde un sesgo ideológico, muchas veces a-histórico.
No hay cierre de frontera física que pueda frenar la globalización digital y a los propagandistas que se integran por distintos medios a las mismas. Justamente, la exclusión es una de las causas que motiva la desazón y, luego la frustración y el odio. He allí, uno de los materiales que nutre al ‘yihadismo’, además, por supuesto, de los comportamientos disfuncionales de los radicales mismos que lo promueven. Si no somos capaces de entender esa clave, la de la integración y el conocimiento del otro, ni “mandándolos a su tierra”, nos libraremos de ellos. No nos esforcemos en cerrar las fronteras, porque ahí no radica el problema.
Es curioso, al menos, que desde el lenguaje se proyecte esta usual y, por lo demás, muy dañina doctrina: “(…) esta es mi tierra y por consiguiente, mi historia”. Lo hemos escuchado y leído tantas veces; hemos sido testigos de eternos conflictos que han legitimado, según algunos, la violencia y la persecución en contra del otro, del distinto, del que habitó acá “solo excepcionalmente”.
Quizás lo que nos falta es empatía, porque al final del día, no somos nosotros –ni tampoco ese guía- los que debemos huir de la ciudad que nos vio crecer porque las bombas, las balas, el frío y el hambre nos tienen al borde de la muerte. Contar la historia que me enseñaron, pero sin siquiera atreverse a cuestionarla desde una perspectiva crítica, considerando por lo demás que ese otro también es parte de ella, ayuda, sin duda, a profundizar la más peligrosa de las ignorancias; esa que ni siquiera percibes y que, por lo tanto, te deja desnudo frente a las herencias del tiempo.
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