Óscar Contardo's Blog, page 204
April 8, 2017
Tu falta de querer
Decir que Mon Laferte “compartirá escenario” con Gorillaz y The Who, sería como decir que Tus Amigos Nuevos hicieron lo propio con Metallica y The Strokes en la última edición de Lollapalooza Chile. Técnicamente ambas cosas son ciertas: la chilena radicada en México efectivamente actuará en el festival Outside Lands, que se hará en agosto en San Francisco, EE.UU., y donde también se presentará la banda virtual de Damon Albarn y los sobrevivientes del mítico conjunto británico.
Pero lo más probable es que su show se realice en un escenario y en un horario muy distinto al destinado a los “cabeza de cartel” que son los principales protagonistas de estos multitudinarios encuentros y los verdaderos llamados a vender tickets.
Valga la aclaración, porque más allá del objetivo mérito de que la viñamarina esté en la lista (cosa que ya había conseguido Ana Tijoux en 2011), es fácil caer en el chauvinismo o alimentar la fantasía de que estamos codo a codo con los más grandes del espectáculo. Pero más sensato es poner en justa perspectiva inclusiones que muchas veces sirven más para adornar el currículo que para generar contactos reales o proyectar efectivamente una carrera en el extranjero.
Fernando Milagros ha tocado en Primavera Sound y en el South by Southwest (SXSW), pero es de los que hoy cree que esos “hitos” ya no son tan importantes en su currículo. Sabe, porque lo vivió como muchos chilenos que han estado en esas instancias, que esas invitaciones muchas veces son más simbólicas que efectivas y que generalmente se concretan en escenarios pequeños, con bandas improvisadas y escasa repercusión.
Quizás lo que de verdad debería alimentar el orgullo patrio y la defensa de “lo nuestro”, es la ubicación que tienen en Chile los artistas nacionales en franquicias como la mencionada Lollapalooza u otras. La semana pasada, en la séptima edición de este encuentro, hubo shows memorables de músicos locales como el de los mencionados Tus Amigos Nuevos o los de Me Llamo Sebastián, Alex Anwandter, Weichafe y Villa Cariño. Nombres que más allá del gusto personal demuestran tener más conexión y más que ver con este Chile de 2017 que, digamos, Glass Animals, Silversun Pickups o Cage the Elephant, todo beneficiados con mejores tarimas y ubicación en el último cartel de un evento que no motivos para replicar la marginalidad foránea.
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La desgracia ajena
Una jugada retromaniaca similar a The Ramones: reconvertir canciones de pop chicloso sesentero en piezas rock dotadas de una encantadora brutalidad, que aún así mantenían a resguardo la esencia amorosa y cándida del género. The Jesus and Mary Chain era una banda perfecta para adolescentes en los 80 resentidos ante la omnipresencia de los sintetizadores. Con una base rítmica reducida a la mínima expresión (bajistas y bateristas de los escoceses nunca han tenido un trabajo muy interesante), las canciones eran asoladas por un infierno de feedback y distorsión.
Un ruido inaudito y fenomenal en una época en que la mitad del mundo imitaba en guitarra a Eddie Van Halen y la otra a Andy Summers. Acrecentaba el mito la costumbre de ofrecer shows desconcertantes de apenas 20 minutos. Mucho antes que los Gallagher en Oasis (y posterior a los Davies en The Kinks), los hermanos Jim y William Reid perpetúan la tradición británica de la relación amor-odio al interior de un grupo rock con lazos sanguíneos.
Tras 18 años sin nuevas composiciones, Damage and joy inspira su título en el término alemán schadenfreude, que implica encontrar placer en la desgracia ajena. Producido por el reputado Youth (Martin Glover, bajista de Killing Joke y colaborador de Paul McCartney), el álbum prescinde de esa esencia ruidosa de clásicos como Psychocandy (1985) o la colección de lados b Barbed wire kisses (1988), donde la guitarra chirriaba y el bajo se abría camino con pastosidad. Incluso sacrifica parte de ese ADN narcótico del grupo, como si el gallito entre los hermanos lo hubiera ganado esta vez Jim desde el micrófono, con ese estilo marcado por el desdén y la autosuficiencia.
A pesar de lo retorcido del título hay mucha melodía y coros dream pop de sugerencia angelical en Damage and joy. Canciones interesantes reflejan esa línea como las majestuosas Los feliz (blues and greens) y Song for a secret. Así también en la medida que el álbum avanza su contenido resulta más prescindible que memorable. Los 14 cortes que se extienden por 53 minutos parecen más largos de lo que realmente son. Se puede decir de otra forma: el disco se agota a la mitad porque las ideas reunidas no son muchas.
The Jesus and Mary Chain esperó casi 20 años para entregar nuevas creaciones y el retorno confirma algo que irradian en directo: están seguros que su sola presencia basta para sentirse conforme. Pero no funciona de esa manera. Tras el pelo revuelto y los lentes oscuros uno necesita canciones, nervio y arrojo, siempre.
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April 7, 2017
EE.UU: Las consecuencias del ataque a Siria
El bombardeo estadounidense con 59 misiles crucero Tomahawk contra la base aérea siria de Shayrat, a modo de represalia por el ataque con armas químicas a población civil —que dejó casi 90 muertos, entre ellos 30 niños—, es la primera acción militar a gran escala del gobierno que encabeza el Presidente Donald Trump. Y abre una serie de flancos en términos del significado y alcance de esta decisión.
En primer lugar, marca un punto de inflexión en lo que había sido el discurso de Trump sobre Siria. Porque durante su campaña insistió en que resolver la guerra civil en este país —que ya enteró seis años— no era una prioridad y que, por el contrario, lo relevante era enfocarse en la destrucción del Estado Islámico, lo que en su momento permitió acercar posiciones con Rusia.
De esta forma su gobierno, que a fines de este mes cumplirá sus primeros cien días en la Casa Blanca, se desmarca de la política que Barack Obama tuvo frente a Siria en los años anteriores. Cabe recordar que el ex Presidente demócrata había advertido a Bashar al Assad que no cruzara la “línea roja” que implicaba el uso de armas químicas. Y que cuando atacó el suburbio de Guta, en Damasco, en el agosto de 2013 con gas sarín, Obama estuvo a punto de concretar una ofensiva militar contra el régimen de Al Assad. Pero la gestión de Rusia desactivó ese plan al lograr un compromiso para que el gobierno sirio entregara su arsenal químico bajo supervisión de la ONU y de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ).
En ese contexto, es importante no perder de vista que para EE.UU. las largas guerras en Afganistán e Irak —ambas bajo el gobierno de George W. Bush— aún están lejos de haber quedado en el pasado. Así lo entendió Obama, que concretó la retirada estadounidense de suelo iraquí, redujo significativamente el contingente que aún permanece en Afganistán y comprometió solo el poder aéreo durante su apoyo a los rebeldes en Libia.
El recuerdo de los miles de muertos y de veteranos baldados permanece vivo en la opinión pública —sobre todo en aquellos que votaron por Trump—, la que no está dispuesta a avalar un nuevo despliegue de tropas en Medio Oriente u otra región del mundo. Un factor clave para los niveles de popularidad del actual Mandatario.
Aún es muy temprano para saber si este ataque será el inicio de una mayor intervención de Estados Unidos en Siria o si solo se trata de una acción aislada. Un tema no menor, considerando que el bombardeo con los Tomahawk se produjo precisamente en el marco de la visita del Presidente de China, Xi Jinping, a EE.UU. La primera bajo la administración Trump y cuya agenda ha estado marcada por temas delicados, como la situación naval en el Mar del Sur de China y la influencia de esta potencia asiática sobre Corea del Norte.
En ese contexto, será fundamental la manera en que Beijing lea los alcances de este episodio y cómo puede influir en la relación de ambas potencias en los próximos cuatro años.
El otro frente que se abre es, obviamente, Rusia. Y no solo porque habría habido tropas de este país en la basa atacada (Washington informó con antelación a Moscú del ataque). Rusia tiene una relación histórica con Siria, ya desde comienzos de los año 70, cuando este país era gobernando por Hafez al Assad, padre del actual Mandatario.
Durante los años de la Guerra Fría, la entonces Unión Soviética apoyó al régimen sirio de la época con dinero, armas y respaldo diplomático. Algo que se mantuvo tras la llegada de Bashar al Assad al poder en 2000. Sobre todo porque la permanencia de Al Assad garantiza que Rusia pueda seguir utilizando el puerto sirio de Tartús como la base naval que le permite tener presencia en el Mediterráneo.
De modo que es esperable que la tensión Washington-Moscú aumente a partir de ahora. Y que la cercanía entre Trump y Putin dé paso a un distanciamiento que se vea reflejado a futuro en otros ámbitos internacionales, como la situación en Ucrania o el combate al Estado Islámico.
Por último, el hecho de que Washington haya lanzado este ataque sin haber involucrado al Consejo de Seguridad de la ONU, pone sobre la mesa la interrogante de cuánto valora el actual gobierno estadounidense a este organismo o la necesidad de actuar en conjunto con países aliados. Y ante eso, cabe preguntarse si el bombardeo en Siria es la primera señal de un “neounipolarismo”, en consonancia con el emblemático eslogan de la campaña de Trump: “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.
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April 6, 2017
Gato por liebre
CON LA actitud que los distingue, los máximos referentes del Frente Amplio (FA) han hablado hasta el cansancio y en todas partes acerca de que ellos hacen política de manera distinta a la de las coaliciones tradicionales. Hace unos meses, el diputado Giorgio Jackson acusaba que éstas deciden sus candidatos “de acuerdo a las encuestas y luego piensan qué van a hacer o en qué están de acuerdo”, mientras que su colega Gabriel Boric proclamaba que las campañas electorales del FA serían una “explosión de creatividad”.
Pues bien, llegados a la hora de las definiciones, optaron por una candidata presidencial que responde a un perfil repetido: han privilegiado popularidad por sobre contenido, escogiendo a una abanderada que destaca mucho más por su personalidad carismática que por haber presentado con claridad sus postulados. Ya llegará el tiempo de que eso ocurra, sostiene Boric, quien ha señalado que “Beatriz (Sánchez) apoyará lo que colectivamente defina el Frente Amplio”. O sea, primero el candidato y después el programa. Suena a la “política añeja que tan mal le ha hecho a Chile” que denunciaba hace poco el mismo Boric.
Es obvio que lo recomendable para todo grupo político con aspiraciones es tratar de llevar un candidato popular a la presidencia. Y que resulta necesario incorporar caras y voces distintas a la actividad si se aspira a renovarla. Pero lo curioso es que aquellos que se muestran hastiados con las viejas prácticas y prometen reemplazarlas por otras nuevas recurran a lo mismo que han criticado.
La justificación para nominar a Sánchez suena conocida y no parece distinta a la que, por ejemplo, se dejó sentir en 2013 para ungir a Bachelet como abanderada de la NM o a la que recurrió un sector de la derecha en su momento para pensar en una eventual postulación de Golborne a La Moneda. En esos casos, se pensó primero en las posibilidades de victoria a través de personajes atractivos y populares sin demasiado contenido y luego, mucho después, en las propuestas que ellos encarnarían y presentarían al país.
Una de las peculiaridades del FA es que sus dirigentes parecen no tener empacho en criticar y recurrir a una autoasumida superioridad moral para denostar herramientas que ellos mismos terminan usando sin remordimiento de conciencia. Por ejemplo, Jackson utilizó todas las ventajas del sistema binominal para correr solo y ganar el escaño de diputado que hoy ocupa. Ahora RD y el Movimiento Autonomista usan un recurso antiguo para designar a su candidata. Esperan que ésta sea ratificada como la abanderada del FA a través de una “consulta ciudadana online”, artilugio electoral cuya transparencia está por verse.
La manera no difiere mucho de aquella que ha venido usando la “política tradicional”. El truco es el mismo; la diferencia está en el mago; hoy más joven, mesiánico y bueno para apuntar los vicios ajenos con el dedo. La pregunta es si, como en los números de magia, no nos estarán pasando gato por liebre y presentando como nuevo algo tan viejo como el hilo negro.
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Una reforma disruptiva
Habiéndose cumplido largamente el plazo autodefinido por el gobierno, finalmente éste ha enviado al Congreso Nacional un proyecto que introduce un nuevo artículo en el actual Capítulo XV de la Constitución que regula las reformas constitucionales. El proyecto viene a establecer un nuevo mecanismo de reforma que se sustenta en la creación de una Convención Constitucional, figura que se aparta de los lineamientos originales dados por el Ejecutivo.
Cuesta entender la porfía del gobierno en seguir impulsando un proceso de reforma que concita escaso interés entre los chilenos y que no sintoniza con sus reales preocupaciones. Sabido es que las principales prioridades de los chilenos son el crecimiento económico, generación de empleo, educación de calidad, salud, seguridad ciudadana, entre otros, aspectos en los cuales el gobierno exhibe un evidente déficit de iniciativas. Es cierto que la gente dice querer una nueva Constitución cuando se le pregunta autónomamente, pero cuando analiza la relevancia del tema en relación con otros problemas, la reforma constitucional siempre se ubica entre las últimas prioridades. El tema constitucional es una discusión de élites, que no va a resolver los problemas reales de los chilenos.
No hay que olvidar que el gobierno envía esta reforma porque quiere seguir discutiendo el mecanismo sin que todavía sepamos ni hayamos discutido que hay que cambiar de la Constitución. Es una forma de evitar entrar en los temas complejos que generan tensiones al interior de la Nueva Mayoría. Con este proyecto, el gobierno insiste en poner la carreta delante de los bueyes. El sentido común, que no necesariamente abunda en este Gobierno, sugiere que lo primero es identificar los temas que requieren un perfeccionamiento. Hay muchos que pueden mejorarse y por eso Chile Vamos hizo un conjunto de 80 propuestas para reformar la Constitución. Una vez identificados los temas en cuestión, corresponde hacer los cambios siguiendo la institucionalidad vigente.
Aunque algunos personeros de la Nueva Mayoría parecieran olvidar o desconocerlos, los mecanismos para modificar la Constitución y el espacio para su discusión están claros. Tal como ha sido nuestra larga tradición republicana, esta tarea le corresponde al Congreso Nacional, máximo depositario de la soberanía popular. Y aquí radica lo más disruptivo y grave del proyecto: se salta al Parlamento y lo descalifica como legítimo espacio deliberativo. Es un intento del Gobierno de la Nueva Mayoría por privar a aquél de lo que han sido sus atribuciones y responsabilidades tradicionales en una democracia representativa y un Estado de Derecho.
Parece oportuno recordar que el nuevo Presidente del Senado, Senador Andrés Zaldívar, declaró recientemente con ocasión de su elección: “Ha sido un proceso de participación ciudadana que se debe valorar y considerar. Sin embargo, hay que ser claro, la facultad constituyente está radicada en el parlamento. Será en esta sede donde debemos decidir el contenido de nuestra carta fundamental de acuerdo con las normas vigentes de nuestra constitución“.
Una mención especial merece la justificación del ministro Eyzaguirre para impulsar este proceso: la supuesta ilegitimidad de la Constitución, explicación que no es compartida por destacados políticos y constitucionalistas de su propia coalición de gobierno. Sin ir más lejos, el ex Ministro Jorge Burgos nos recordaba recientemente que dicho argumento es “feble”, considerando las más de 30 reformas que en plena democracia ha tenido el texto constitucional así como su aplicación y respeto riguroso durante los últimos 25 años. En este sentido, la justificación del ministro Eyzaguirre parece más bien un último intento desesperado del Gobierno por mantener vigente un proceso constitucional que solo genera más dudas que certezas, prefiriendo ahondar en una reforma que solo causa incertidumbre en momentos que los chilenos reclaman confianza y certidumbre.
Considerando que el actual Gobierno tiene un nivel de apoyo que roza el 20% y que sus reformas generan amplio rechazo entre los chilenos, cabe preguntarse si es el momento más oportuno y adecuado para presentar un proyecto de esta naturaleza. Un gobierno que ya se encuentra en una fase terminal, y que ha demostrado tener un diagnóstico errado de los problemas que afectan al país y una enorme incompetencia para diseñar e implementar sus reformas, solo hace presagiar que ésta será otra de sus malas reformas, sumando a su triste legado una reforma disruptiva en lo constitucional.
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El capital periodístico
Nuestra sociedad parece haber tomado nota de la emergencia de un nuevo actor en la hoy por hoy agitada vida política chilena. La presencia de dos pre-candidatos presidenciales como Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez anuncia la aparición innegable del periodista en el campo político, ya no solo como espectador o mero transmisor de informaciones, sino que como agentes activos del campo.
¿Cómo se explica este nuevo fenómeno? En realidad, la novedad se entiende mejor si miramos como se ha configurado nuestra esfera pública a lo largo de nuestra historia. Durante buena parte del siglo XIX y del XX, la política era esencialmente en nuestros países un asunto de abogados. Los años 70 marcaron la irrupción de los economistas como protagonistas del campo, confirmando con ello la relativa permeabilidad de la política a otro tipo de capitales. Los años 80 y 90 marcaron la irrupción de lo que Alfredo Joignant define como Tecnopols, cuya combinación de capitales técnicos y políticos prometía resguardar el largo tránsito de la dictadura a la post-dictadura.
Hoy, a la luz de todas las encuestas, la fortaleza de esta configuración del campo da muestras serias de fractura. La desconfianza en las instituciones, sobre todo en aquellas que son producto de la democracia representativa, es su síntoma más elocuente. Todo indica que este tipo de capital político ha comenzado a descapitalizarse, promoviendo con ello una mayor receptividad del campo hacia otros tipos de capital.
Bourdieu no tuvo dudas en señalar que el periodismo se constituía en la actualidad como un campo relativamente autónomo. Este espacio social estaba compuesto por unos agentes, los periodistas, cuyo principal producto es “ese bien altamente perecible que son las noticias”. Al interior del campo, los agentes compiten por acumular un cierto capital, bajo la forma de una carrera, cuyo principal trofeo consiste en “conquistar la prioridad”. Es decir, los agentes y sus medios, estarían permanentemente a la búsqueda de los llamados “scoop” o golpes noticiosos.
Esta imagen tan clara se ha modificado, al menos desde hace un par de años, por varias razones. En primer lugar, por la decadencia de un discurso periodístico centrado en la neutralidad. Hoy los profesionales de la prensa y los medios no tienen temor a ser más opinantes ni ocupar un rol de vigilancia –gatekeeper – frente a las autoridades. En ese sentido, la búsqueda del golpe periodístico resulta hoy por hoy menos central que la defensa de un cierto rol público en la profesión. Por otro lado, la doble dependencia del periodismo, de la que habla Patrick Champagne, nos somete a una encrucijada. La dependencia de la profesión tanto al campo económico como al político, parece haber orientado la profesión hacia un espacio cada vez más editorial. Los casos de corrupción y la emergencia de los movimientos sociales han demandado de los periodistas una toma de posición bastante más relevante de la que observamos en los años 90.
Tomando en consideración estas coordenadas, ¿qué nos enseña el caso de Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez? Primero, nos dice que el capital periodístico puede originarse en el espacio de la prensa, pero se capitaliza y consagra solo en otros dos espacios de la profesión: la radio y la televisión. La notoriedad pública se alcanzaría entonces en una combinación de visibilidad, arrojo, coraje y credibilidad, acreditada a lo largo de una carrera profesional en el campo. Son estos atributos los que instalan hoy en día a ambos candidatos como verdaderos bastiones morales. Ambos cercanos, ambos instalados en el imaginario de una izquierda en plena reconfiguración, su figura no puede más que levantar sospechas entre los viejos detentores del campo político.
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¿Quién ganó la Guerra Fría?
LA HISTORIA es una ciencia veleidosa y por eso mismo engañadora. Al vivirla, leerla o interpretarla, muchas veces persiste en nosotros la convicción de que ciertos procesos quedaron nítidamente establecidos y zanjados, y aunque transcurran décadas, siglos o milenios, la certeza que tenemos sobre ellos permanece inmutable. Es el caso, por ejemplo, de la Guerra Fría, fenómeno que todos daban por muerto pese a que cobró una inusitada actualidad durante la última campaña presidencial en Estados Unidos: basándose en la retórica incendiaria del entonces candidato Donald Trump, varios analistas y expertos concluyeron que en el ambiente electoral flotaba un distinguible tufillo a Guerra Fría. Meses después la Historia, juguetona a fin de cuentas, nos ofrece una perspectiva diferente y más dramática, esto a raíz de las revelaciones de la comisión de Inteligencia del Senado estadounidense en relación a los vínculos entre el gobierno ruso y Donald Trump.
Hasta hace poco, lo que todos daban por hecho era que Estados Unidos había derrotado a la Unión Soviética gracias a la sagacidad del presidente Ronald Reagan y, por el lado opuesto, debido al insoportable descalabro económico que venía soportando el imperio soviético. Hoy en día, sin embargo, existen nuevos ángulos para juzgar lo mismo. En 1987, poco antes de que se declarara el fin de la Guerra Fría, Reagan, afectado ya por el Alzheimer, apenas se enteraba de lo que ocurría a su alrededor. Tanto así que Howard Baker, el jefe de personal de la Casa Blanca, pidió en ese entonces un informe para establecer si el Presidente estaba o no en condiciones de continuar ejerciendo el poder hasta el final de su período. Hacia el ocaso de su gobierno, el Mandatario ni siquiera recordaba los nombres de los miembros de su gabinete.
Ahora bien, mientras estuvo lúcido, Reagan manifestó una voluntad de hierro. Así quedó demostrado en uno de los programas más importantes de su gobierno: en 1983, basándose en un guiño a la ciencia ficción más que en la evidencia científica, el Presidente lanzó la célebre Iniciativa de Defensa Estratégica, convencido de que un cerco de misiles espaciales sería útil para derrotar a la URSS. Con bastante razón, la prensa se mofó del asunto llamándolo Star Wars.
Llegado a este punto, debo aclarar que la intención de esta columna no es atacar a Reagan ni, mucho menos, mancillar el legado de su presidencia. Por el contrario: cualquiera, incluyendo al ex presidente Obama, es capaz de encontrar rasgos admirables en su gobierno. Como sea, lo que quiero destacar es que el proclamado vencedor de la Guerra Fría fue un tipo que gozó de una tremenda fortuna, de una buena suerte fuera de lo común. Eso quería decir Robert McFarlane, el asesor de seguridad de la Casa Blanca durante la era Reagan, cuando se maravillaba de que “el presidente sabe tan poco y consigue tanto”.
La ironía es francamente brutal para los tiempos que corren: supongamos, aunque sea por un instante, que Reagan no ganó la Guerra Fría, y que ésta, como su nombre lo indica, permaneció congelada por décadas en el olvido colectivo de Occidente. Ello hasta que los rusos, haciendo gala de esa escalofriante paciencia eslava que venció a Hitler, dieron el último golpe, letal y magistral a la vez: pusieron a su propio hombre a la cabeza del gobierno de Estados Unidos, la antigua potencia archirrival. Las investigaciones del Senado estadounidense proveen cada día mayor evidencia de los vínculos entre el gobierno ruso y la campaña presidencial de Donald Trump. No hay dudas: la Historia es veleidosa y juguetona, cuando no aterradora.
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Democracia a la carta
LA DESORIENTACIÓN en la que se encuentra la izquierda democrática no termina de tocar fondo. La velocidad con que se decretó un futuro post neoliberal, luego de la crisis financiera del 2008, se ha visto superada por el avance de los populismos en las democracias occidentales. Encuentra por estos días a su expresión socialdemócrata, luego del batacazo experimentado en las recientes elecciones holandesas, poniendo sus fichas en Martin Schultz. Se espera de él que pueda poner fin a la era Merkel. Sin embargo, en las recientes elecciones en el Sarre, el partido de la canciller resistió bien los embates. Más duro es el periodista John Carlin. Para él, si hubiera sido otro quien estuviera al frente del laborismo y no Corbyn, la salida del Brexit se habría evitado.
Pero su crisis de identidad ideológico-política, atribuida un tanto simplistamente a su inclinación por políticas de corte socioliberal, se acompaña de cierta confusión -a veces utilitaria- acerca de los desafíos que enfrenta la democracia. El término, como diría Bernard Crick, es el más promiscuo en el mundo de los asuntos públicos. ¿Será eso mismo lo que impidió anticipar los niveles en los que se vería prostituida? Cosa de ver Venezuela.
Un ejemplo lo entrega el Partido Socialista Español (PSOE) que, no sin dificultades, se mantiene como el principal partido de oposición. Sus primarias, con perspectivas ásperas, serán a tres bandas. Pedro Sánchez, su anterior secretario general, primero elegido vía primarias y artífice de sus peores resultados históricos, en 2016, podría terminar arrojándolo en brazos de un Podemos, hábil no sólo en la pirotecnia verbal sino también en el arte de eclipsar a sus socios. ¿Alguien escucha hablar hoy de Izquierda Unida?
Defenestrado en el último comité federal, las consignas encauzan su revancha: “Militancia o aparato” y “elegir entre un PSOE del siglo XX o siglo XXI”. Partió tempranamente su campaña recolectando financiamiento a través de un crownfunding. Debió cerrarlo, obligado por los órganos centrales, para plegarse a una norma de partidos que se ve superada por la irrupción de plataformas bajo demanda. Los militantes pueden expresar sus preferencias mediante votos, pero no pueden hacerlo con sus euros.
El Partido Socialista, su homónimo en Chile, acaba de suspender la realización de la consulta ciudadana que se había impuesto para elegir su candidato en las primarias legales. Cumplir las exigencias de refichaje transmitía la impresión de tener musculatura para hacerla. Que la potestad de decisión se transfiera al comité central, parte de su institucionalidad, no es de antemano reprochable. Pero sí el uso meramente táctico del mecanismo, mientras las encuestas son miradas de reojo. Además, lo sorprendente no es que el partido de la Presidenta replique su misma incapacidad para impulsar liderazgos alternativos sino que sea el que más apele, de manera recurrente, a la participación ciudadana como una de las formas de enfrentar la crisis de la propia democracia.
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El cuarto año de gobierno: el último apaga la luz
*Esta columna fue escrita junto con Gonzalo Serrano del Pozo Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez.
A un año de que finalice el segundo gobierno de Michelle Bachelet, las impresiones que genera el ocaso de este periodo no pueden ser sino negativas, percibiéndose una sensación de malestar generalizado en el ambiente. Este es quizás uno de los pecados más graves de Bachelet, su gobierno pareciera no dejar satisfecho a nadie, ni a la oposición ni a la coalición que la apoyaba.
Aunque algunos han querido denostar a la mandataria calificándola de populista, habría que decir que si bien en lo campaña lo fue, prometiendo, por ejemplo, la gratuidad en educación, en la práctica, no lo ha sido. Quizás, más por falta de carácter y apoyo que de ganas. La mejor demostración de su impopularidad es que no existen sectores duros que se cuadren con ella y que defiendan a rajatabla su gestión. Sería impensable ver después del 11 de marzo de 2018 expresiones populares a su favor como una marcha o un grafiti lamentando su salida, como sí ha sucedido con gobiernos populistas como los de Chávez en Venezuela, Lula en Brasil o la Sra. K en Argentina. La propuesta bacheletista que se encarnó en una coalición que ella misma bautizó como Nueva Mayoría, simplemente se desfondó.
Culpar a la oposición de no poder cumplir con el programa sería una respuesta facilista para un tema que reconoce bases diferentes. En términos simples, fue la propia Nueva Mayoría la que merced a su incapacidad técnica, abortó sus propias reformas antes siquiera que pudieran cuajar. Hay problemas respecto de los cuales hubo consenso amplio, como el estado paupérrimo en que se encuentra la educación pública. Se pudo haber partido por mejorar la educación municipal como un punto en común y no haberse desgastado en aquellos en los que había disenso como la propiedad de los colegios o la gratuidad universal. Pero no, había que gobernar para la galería imaginaria. Resultado: ni los estudiantes, ni los profesores, ni las universidades, ni la oposición quedó contenta. Lo único que los une en este momento es que todos encuentran que la reforma es mala.
Los últimos cambios de ministros han dejado en evidencia la falta de interés de su coalición por ser miembros de una tripulación de un barco que pareciera hundirse lentamente, sin mayor remedio. Los ministros de Bachelet nos recuerdan a los músicos del Titanic que siguen tocando a pesar de la debacle, conscientes de que hipotecaron la opción de ser partícipes de un nuevo gobierno.
La elección de Javiera Blanco al Consejo de Defensa del Estado es una muestra de esta situación, si no es posible encontrar aprobación pública, al menos hay recompensar al grupo cada vez más menguado de leales. A Michelle Bachelet pareciera que ya no le interesa revertir los pésimos niveles de aprobación que posee. Más importante resulta blindar a los que la acompañaron en esta procesión y que, alguien pudiera sugerir, podrían destapar la interna de un gobierno que si por fuera se ve malo, por dentro puede estar podrido.
Quizás la mejor analogía que permita comprender este último año de Bachelet a cargo de la presidencia de la República sea el de una resaca. Nos referimos a esa sensación de que nada de lo que se haga en el día será de utilidad y que todos los esfuerzos por tratar de revertir la sensación de malestar serán en vano. A este gobierno le pasa lo mismo, solo quedan 365 días.
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El futuro de la gratuidad universitaria
La crítica
La semana pasada, rectores de universidades privadas suscritas a la gratuidad, lanzaron críticas por los problemas que ésta les traerá si el gobierno persiste en el proyecto de ley que busca perpetuarla. El programa de gratuidad que hoy se está implementando –recordemos- es de carácter transitorio (fue implantado a través de la ley de presupuestos que se vota cada año) y cubre a los alumnos de los 5 primeros deciles de ingreso. El proyecto de ley que se tramita en el parlamento, en tanto, pretende extenderla en forma permanente hasta la gratuidad universal.
La crítica se debe a que la gratuidad vigente está entregando recursos insuficientes y ha dejado a las instituciones con importantes déficits: $4.576 millones para la universidad Diego Portales y $4.247 para la Autónoma, por mencionar algunas. Y no se ve cómo esta situación podría mejorar; la DIPRES calcula que para 2020 el gasto comprometido por el gobierno superará a los ingresos fiscales en US$ 784 millones, de tal forma que, para mantener los equilibrios fiscales, no se puede gastar ni un peso más, e incluso, se deberá recortar gastos ya comprometidos.
La contradicción
Los rectores advirtieron que, en la medida que el gobierno persevere en el actual mecanismo, la falta de recursos se acrecentará. Excepto en el caso de las universidades estatales, para quienes sí se dispondrán recursos fiscales adicionales que permitirán compensar sus pérdidas.
La falta de recursos se agravará en un contexto de acreditación obligatoria –como pretende imponer la reforma del gobierno-, pues con déficits económicos es difícil que las universidades gratuitas logren alcanzar los estándares necesarios para cumplir con ella (especialmente en materias de investigación). La contradicción entonces es evidente: una universidad privada que quiera gratuidad para sus alumnos, no recibirá del fisco los recursos necesarios para acreditar la calidad que el mismo Estado paralelamente le exigirá.
Cómplices
Me parece bien que los rectores den cuenta del problema y exijan una solución por parte del gobierno. Sin embargo, como bien dijo la Ministra de Educación, la adscripción a la gratuidad fue voluntaria. Los rectores sabían desde un principio que la fijación de aranceles contemplada por el gobierno llevaría a un sub financiamiento y que mientras no hubiese una ley permanente que estableciera un mecanismo definitivo, quienes aceptaran la propuesta estarían sumidos en la incertidumbre.
Por ello, los rectores que aceptaron someter a su universidad a dicha incertidumbre, fueron cómplices del gobierno en una pésima reforma. Y es que fue gracias a su aprobación que esta iniciativa se legitimó y sentó las bases para avanzar en ella en el futuro. Si las universidades hubiesen rechazado inicialmente el precario acuerdo con el gobierno, éste se habría visto en la obligación de hacer mejor las cosas para cumplir con su más emblemática promesa de campaña.
¿Y ahora quién podrá salvarlos?
La cordura. Sólo queda esperar que las personas sensatas que estoy segura hay dentro del gobierno y el oficialismo, le exijan responsabilidad a los populistas que quieren seguir adelante con un mecanismo deficitario. Que piensen en el país, en los alumnos de hoy y mañana, y en el futuro de la educación superior; que pongan los pies en la tierra y hagan una reforma que contribuya a resolver los problemas de acceso, pero que no atente contra el progreso del sistema de educación superior.
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