Óscar Contardo's Blog, page 178

May 14, 2017

Réquiem por Marco

LOS CONTRIBUYENTES de este país (a quienes, por cierto, no tengo el agrado ni la pretensión de representar) no queremos dejar pasar un hecho informativo que, aparte de ciertos troleos tuitísticos, transcurrió sin pena ni gloria. Se trata, pues, del cero por ciento alcanzado en una reciente encuesta por quien alguna vez osó simbolizar el cambio revolucionario, juvenil y renovado en la política chilena. Se hizo autodenominar como ME-O y dedicó sus últimos siete u ocho años de vida a la desafiante (y frustrante) tarea de convertirse en presidente de nuestro país.


Contó para ello con el gentil aporte de nuestros impuestos, que sirvieron para financiar campañas y un partido que no dudó en fusionar con otros partidos instrumentales creados por él mismo para sortear el mínimo de votos requeridos por la ley. Cierto es, en todo caso, que los fondos públicos no le fueron suficientes, por lo que sus cercanos terminaron envueltos en el truco de las boletas truchas y los aviones en préstamo.


Astuto, ágil ante las cámaras y poseedor de una dialéctica tan acelerada como imparable, este fundador del movimiento díscolo, no tuvo la misma sagacidad como para atisbar la aparición de nuevas figuras que terminarían por reemplazarlo en este mundo de la izquierda desencantada. Los Boric, los Giorgio y las Beas, que surgieron tan rápido como las canas que pueblan su cabellera.


¿Cómo no te diste cuenta, ME-O? ¿O es que al final siempre fuiste parte del establishment? ¿Viajas en Business como toda figura de izquierda que se hace respetar? Te apuesto que ni los vendedores de hot-dog te lanzan improperios en el avión. Porque, en el fondo, no caías mal. Te cuadrabas con el mando, como quedó demostrado ese día en que, medio taimado, anunciaste tu voto por Frei, el divertido. Y votaste por Frei a cambio de nada. Por cuidar tu domicilio político, como alguna vez confesaste. Fíjate la diferencia con el chico listo de Revolución Democrática, que consiguió un cupo asegurado a la Cámara, repletó el Ministerio de Educación con sus boys y, cuando las alarmas se encendieron, negó tres veces a doña Michelle y se declaró por siempre independiente y revolucionario.


¿Qué te queda ahora? Supongo que querrás seguir con tu candidatura. Quizás por tu cabeza ronda la idea de que podrías ser el nombre salvador para la debilitada candidatura de la Nueva Mayoría. Probabilidad baja, reconozcámoslo. En el horizonte asoma también la posibilidad de una senaduría o una diputación o un corecito o concejal por alguna parte o volver a las superproducciones televisivas. Después de todo, “La vida es una Lotería” merecía un Oscar o un Grammy. Ironías del destino… la vida es una lotería y a ti te tocó el cero.


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Published on May 14, 2017 03:28

La mesa puesta

Enorme desconfianza en las instituciones. Ostensible desprestigio de los partidos políticos. Bajos niveles de participación ciudadana en las instituciones. Amplios sectores de la población que no se sienten interpretados por las instancias de decisión de la democracia representativa. Una clase política en caída libre en términos de convocatoria y credibilidad. Creciente brecha entre las elites, que amplios sectores consideran que están capturadas y corruptas, y el pueblo, que supuestamente es puro, inocente y explotado por aquellas. Todo esto configura un escenario delicado. En Chile, la mesa pareciera estar puesta para que el populismo se dé un banquete y, por lo visto, si el fenómeno todavía no se ha desplegado más de lo que ya lo ha hecho, es solo por efecto de dos circunstancias. La primera es porque la crisis económica ha sido esta vez menos violenta que otras veces: menos violenta que el 2008 y mucho menos de lo que fueron los años 82-84, bajo Pinochet, cuando la crisis de la deuda nos pilló con tipo de cambio fijo. La segunda es que hasta aquí, al menos, aún no aparece un líder populista con el carisma suficiente para instar a los ciudadanos a barrer con el sistema político y para erigirse -como lo hizo Chávez, como lo hicieron los K- en caudillo providencial y gran conductor.


Que el populismo no nos haya secuestrado más que por ráfagas y en episodios aislados no significa que los chilenos estemos completamente blindados. Ya fuimos testigos de muchos de sus cantos de sirena durante el actual gobierno, como cuando la Presidenta, sin ni siquiera haber hecho un simple ejercicio numérico en su calculadora de bolsillo, prometió al país un 21 de mayo educación universitaria gratuita para todos, o cuando la Nueva Mayoría, embriagada en su control de ambas cámaras del Parlamento, discurrió que lo mejor era pasar retroexcavadora sobre lo que había, porque todo estaba podrido y había llegado el bendito momento de volver a fojas cero.


Basta ver las encuestas para constatar que la ciudadanía no se compró ni esos ni otros delirios. Sin embargo, el impulso permanece. Si ya era raro que el gobierno persistiera durante estos años en la misma dirección, no obstante el temprano rechazo a su programa de reformas, más raro todavía es que la Nueva Mayoría, o lo que queda de ella, ahora tampoco quiera cambiar de rumbo. Todo lo contrario: la idea es persistir en el fracaso. Fue esta la razón por la cual el Partido Socialista prefirió matar a Lagos y embarcarse con Guillier, intuyendo, quizás con razón, que el punto de fuga de las reformas al constructivismo-político-del-nunca-jamás quedaba más despejado con el senador que con el ex presidente.


En Chile, el sistema político está herido, pero de ninguna manera en fase terminal. Si todo sigue como hasta aquí, la posibilidad de que Sebastián Piñera vuelva al gobierno es alta, y eso, al menos, volverá a poner la economía en movimiento, que es lo que el país viene exigiendo desde hace rato. Sus muchas distorsiones que la nueva administración habrá de corregir, y en ese empeño quizás pueda remover algunas. Pero que nadie ponga en duda que fracasará en otras. Si gobernar ya era difícil en esta época, hacerlo después de Bachelet es para valientes. Piñera va a enfrentar una oposición social tanto o más contundente que la del 2010-12 y, si su entorno cree que su proyecto no va derecho al desastre, es solo porque él está más sensible que en su mandato anterior a las variables políticas que implica un buen gobierno. Por otro lado, también la sociedad chilena está algo más moderada que hace un lustro y curada de espanto con el igualitarismo refundacional de Bachelet.


Estructuralmente, sin embargo, para Chile es cualquier cosa, menos una buena noticia, la ruptura de la alianza entre el centro con la izquierda que se está materializando por estos días. Ese acuerdo fue el que hizo posible no solo la transición, sino el que contuvo al PS en los márgenes del reformismo socialdemócrata. El riesgo en las actuales circunstancias de que los socialistas deserten de ese lugar para irse a competir con el Frente Amplio por el voto de izquierda más antisistémico, más confrontacional y más duro está ahora más cerca. Si esto se materializa, significa que la izquierda seguirá el errático camino abierto por distintos populismos latinoamericanos de izquierda que no terminaron bien ni en Venezuela ni en Brasil ni en Argentina. Dicho así, parece una locura apostar por ese camino: los saldos de esas experiencias son de terror. Sin embargo, no hay que rasgar vestiduras: de disparates así nunca está libre la política.


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Published on May 14, 2017 03:24

Cuadrando el círculo

Hay no poco de común entre Macron y su triunfo, la derrota pero sobrevivencia de Marine Le Pen, Trump y su victoria y la candidatura de Guillier. Este último ofrece, es verdad, un rasgo único: ostenta el récord de ser el más independiente candidato de la ciudadanía y quizás la galaxia proclamado por cuatro partidos y apoyado en su quehacer por las máquinas de todos ellos. Aun así los cuatro personajes son criaturas nacidas del mismo cruce entre el descrédito de la política hoy vigente y la fantasía habitual de todos los tiempos, la de ser posible reemplazar las lógicas de la economía por las del amor o las de la patria, de la equidad o la justicia, las revolucionarias o las reformistas, la buena o mala onda o sus equivalentes en palabrería local. El fenómeno es planetario. En distintas naciones -Francia, Austria, Holanda, Estados Unidos, Venezuela, España y muchas más, incluyendo Chile- se observa un rechazo enfurecido, despectivo o indignado hacia las instituciones políticas y los incumbentes que las ocupan o más bien desocupan vaciándolas de sus bienes inmuebles, mientras al mismo tiempo, en paralelo, somos testigos de un descomunal y algo necio enamoramiento -¿no lo es todo enamoramiento?- con lo que la ficción mediática llama “caras nuevas”, movimientos sociales y la calle. Por doquier se está viviendo similar proceso masivo y estentóreo de revuelta contra el modus operandi de las elites. Nada de nuevo hay en señalarlo. Lo nota y comenta hasta doña Juanita. El proceso salta a la vista cuando toma una forma estridente y hasta violenta, pero también se sospecha su existencia a fuego lento allí donde aún impera el peso del tinglado institucional o el de la represión. En una u otra forma el fenómeno se manifiesta casi en todas partes y la causa que habitualmente se menciona es el “empoderamiento” de los ciudadanos y su consiguiente y creciente intolerancia ante el accionar de los privilegiados. Pero hay un problema con esta explicación; de ser cierta tendríamos que aceptar que sigilosamente ha acaecido la segunda venida del Mesías y el primer milagro que celebró fue abrirles los ojos a las masas del planeta para que al fin se percaten de las groseras dosis de codicia, corrupción, mediocridad e ignorancia que caracterizan a tantos políticos profesionales desde la era de la civilización sumeria hasta el presente.


Nada puede ser menos cierto. Ni por milagro hay en el presente un ciudadano más alerta que nunca despertando de un sueño de milenios. De hecho está menos alerta que quienes primero experimentaron con la democracia, los ciudadanos atenienses del siglo V a.C., quienes gestionaban directamente su franquicia mientras en cambio el ciudadano de hoy la abdica en representantes que a menudo, lejos de representarlo, lo usan para encaramarse al poder y una vez allí instalados dedicarse a hacer negocios, favorecer a sus familiares, amigos y correligionarios, usurpar todos los cargos posibles, alimentar la ignorancia de sus electores, satisfacer cualquier capricho que les sea favorable y repartirse circunscripciones y listas de candidatos con el mismo desparpajo con que los señores feudales se disputaban tierras y almas. El ciudadano moderno sólo supera al antiguo por la mayor cantidad de recursos y oportunidades a disposición de los políticos para engañarlo con especiosas mentiras y halagos. Invadido y supervisado con toda clase de medios de comunicación, una voz a veces susurrante, a veces sugerente y en ocasiones vociferante está todo el tiempo pegada a su oreja emponzoñándolo con el veneno de la falsedad y la manipulación.


Proxy


No es entonces en una súbita y flamante llamarada de perspicacia política donde debe buscarse la razón del rechazo universal a partidos, personajes y doctrinas; ese rechazo tiene una causa más de fondo y es la misma que está inyectando a la actual política, en Chile y en todas partes, con grados crecientes de ridículos vaivenes, confusión total, demagogia descarada, travestismos e incoherencias, todo lo cual se manifiesta en los llamados populismos de derecha o de izquierda, en las candidaturas “independientes”, en el surgimiento de súbitos líderes y salvadores providenciales provenientes hasta del entertainment y en la resucitación y reciclamiento siquiera parcial y relativo, a tumbos como los zombies, de doctrinas proto, pro o semisocialistas. La raíz está en otra parte.


Es una raíz para nada subterránea, a la vista desde el principio de los tiempos y que siempre ha generado los mismos frutos, aunque con los más variados sabores. Ha sido el motor de la historia política humana y de sus convulsiones, esencialmente similares tras el diverso y confuso ropaje que les confiere cada época. Dicha raíz no es la pobreza en sí ni las guerras de clase a la Marx, definidas -dichas clases- según sus posiciones en “las relaciones de producción”. Esa raíz es la desigualdad en estado puro cualquiera sea su origen, la subordinación o disminución de los muchos ante los pocos y el cierre absoluto o relativo de oportunidades para los más, lo cual deriva de la brutal lógica económica y social de todos los sistemas que jamás hayan existido, salvo quizás el de las hordas recolectoras. Esa base implacable produce y alienta los furores que tarde o temprano se descargan en un ataque, ya sea como simple tumulto, revuelta o revolución en gran escala contra las instituciones políticas, las cuales están al alcance de la mano para ser enjuiciadas y culpadas, lo que no sucede con la lógica subyacente ya señalada, insidiosa e invencible como la fuerza de gravedad. El fenómeno de rechazo a eso y el inevitable y taciturno retorno a lo mismo ocurre en todas las épocas, pero ahora lo hace en escala cien veces mayor y mil veces más rápido. Toma hoy la forma de la globalización de la economía en su versión capitalista y su inevitable complemento, la marginalización, ahora en escala planetaria; es lo que subyace al rechazo a los tribunos, la exasperación con los incumbentes, a la vacía rabieta del “Podemos”, al uso de la retroexcavadora y los exorcismos para darles vida a cadáveres como el socialismo bolivariano. Es lo que agita a las masas, NO la existencia de ladrones medrando en el Estado o la torpeza de sus gestiones legislativas y administrativas.


Fracaso


Ninguno de esos arrebatos de exasperación ha dado el resultado esperado; ninguno ha siquiera puesto la primera piedra para la construcción de una sociedad donde los patos asados vuelen al alcance de la mano y reine una solidaridad universal y sobre todo igualitaria. Cada experimento antiguo o moderno, cada asalto al cielo para encontrar un reemplazo espiritualmente más ecológico que la sed de lucro y ambición para hacer de combustible del funcionamiento de la sociedad, cada esfuerzo por asfixiar las inevitables distinciones que supone y produce la inteligencia, la fuerza y la audacia con la consecuente aparición de los postergados y a veces hasta aplastados, todo eso ha fracasado como fracasaría el intento de superar la ley de gravedad agitando los brazos.


Como esto es ya sabido, como luego de tantas intentonas parece claro que no es cosa de hacer funcionar una sociedad a base de decretos-ley, ukases, prédicas e himnos revolucionarios, los políticos que llegan al poder a lomos del descontento se ven, como se observa hoy con cruel claridad, sometidos a la necesidad de hacer lo contrario de lo que dijeron, prometer y no cumplir, anunciar una cosa y promover otra, moverse en círculos estériles y suscitar una nueva oleada de rechazo que terminará, en su debido momento, exactamente del mismo modo. Y esa es la base de las volteretas programáticas de Guillier y de la Goic, la base del cantinfleo hoy imperante, de las divisiones y reagrupaciones de partidos y coaliciones que no van a ninguna parte, el trasfondo de los puños en alto golpeando la nada, del fracaso del “Podemos” en España, de Maduro en Venezuela, de las señoras de Francia, Brasil y Argentina. Nadie ha logrado jamás, ni siguiera Arquímedes, cuadrar el círculo.


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Published on May 14, 2017 03:20

Una lengua muerta

En 2009, el intelectual francés Didier Eribon publicó un libro que se alejaba de todo lo que había escrito hasta ese momento. No se parecía a sus ensayos sobre sexualidad y minorías, ni a su celebrada biografía de Foucault ni a sus conversaciones sobre el arte y la ciencia. Era una autobiografía, un regreso a su propio origen: el de un hijo de padres obreros, nieto de campesinos y trabajadores. Parte de un linaje acechado desde siempre por la pobreza y el desamparo. Regreso a Reims, se llamó ese libro, aludiendo a la ciudad en la que Eribon creció, una urbe partida en dos: de un lado la burguesía, del otro los trabajadores, el sitio que ocupaba su familia. El intelectual reconstruyó a través de sus parientes la relación que existía entre ese mundo y la política durante las décadas del 50, el 60 y el 70. Las formas de vida de los obreros de un país que prosperaba durante la posguerra y el modo en que la izquierda francesa se relacionaba con ese universo. No hay una gota de romanticismo en esos recuerdos. No son las calles de París alborotado por las revueltas del 68 las que describe, tampoco las aulas de Nanterre; Eribon revela miseria y brutalidad de las barriadas sin encanto de la provincia. Evoca la ignorancia y la violencia como rasgos cotidianos, pero también la forma en que la política representaba una esperanza; en la vieja izquierda francesa ese pueblo contemplaba un reflejo de sí mismo. Cuando Eribon regresó a Reims notó que aquel antiguo lazo ya no existía. Era un pueblo a la deriva, acompañado sólo de su resentimiento. Un día su madre, que durante décadas había apoyado a la izquierda en las elecciones, le confesó haber votado por el Frente Nacional. La mujer que de sirvienta adolescente había pasado a operaria de una industria, estaba dándole su beneplácito al fascismo.


Luego del triunfo de Emmanuel Macron en las elecciones francesas del domingo, aquella sin socialistas en la papeleta, comenzaron a difundirse los detalles del electorado: la mayoría de los obreros del país había votado por Marine Le Pen, la candidata ultraderechista. Cuando leí eso, recordé el libro de Didier Eribon, lo busqué y encontré la siguiente frase subrayada: “Los partidos de izquierda y sus intelectuales, tanto los que estaban en el Estado como los de partido, empezaron a pensar y hablar en la lengua de los gobernantes y no en la lengua de los gobernados, comenzaron a expresarse en nombre de los gobernantes y ya no en nombre de los gobernados y, por ende, adoptaron la mirada que los gobernantes tienen sobre el mundo, rechazando desdeñosamente la mirada de los gobernados”.


Si es que puede hacerse una analogía entre lo que ha sucedido en la política francesa y lo que está sucediendo en Chile, esa comparación podría concentrarse en aquella frase de Didier Eribon que subrayé.


No es de extrañar que Sebastián Piñera, un candidato de la derecha más conservadora, desde su sitial de magnate, nos indique al resto que es de mal gusto hablar de plata como una manera de acallar las preguntas sobre el manejo de su fortuna. Esa expresión, más que una sugerencia inocua, es una señal de pertenencia de clase que pasa por encima de lo que la realidad que nos sugiere desde hace años: que si hubiéramos empezado a hablar de dinero antes, nos habríamos ahorrado muchos escándalos, montos considerables de descrédito político y millones en corrupción. El problema es justamente ocultar y silenciar los asuntos de interés público. Sin embargo, es un gesto propio del privilegiado determinar qué es lo que se puede decir y qué no. Los chilenos tenemos mucha experiencia en ese ejercicio y hay muchísima gente que votaría gustosa por quien les hable golpeado y que en lugar de ofrecer explicaciones se dedique a contarnos sus recuerdos de familia, como si su rol consistiera en brindarnos clases de buenos modales.


Lo realmente extraño aparece cuando un partido que se arroga la representación de los trabajadores, del pueblo, se haya sumado a una cultura de la que se suponía debía guardar distancia.


En las cuentas del Partido Socialista que dio a conocer esta semana un reportaje de Mega, puede que no haya nada ilegal en absoluto -un argumento que suele esgrimir su principal adversario para explicar el alcance de sus negocios-, pero de un partido con su historia se espera mucho más. La manera que ha usado el Partido Socialista de incrementar su patrimonio -recuperado en democracia luego de ser incautado en dictadura- es una señal de que la renovación de la izquierda chilena alcanzó umbrales que acabaron desdibujando su identidad. Lo que el Partido Socialista muestra es un discurso sin vida, una escenografía de frases hechas que prometen por una parte separar la política de los negocios, pero que en su trastienda invierte en la Bolsa y busca ganancias en empresas que suelen entrar en conflicto con las comunidades despojadas de poder. Los dirigentes socialistas parecen haber abandonado hace mucho el idioma de las barriadas y haber tomado muy en serio aprender el coa del mundo financiero.


Parafraseando a Eribon, la lengua de los gobernantes se ha impuesto y no hay ánimo alguno de siquiera hacer un esfuerzo por hablar otra.


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Published on May 14, 2017 03:16

La política exterior: ¿Intereses o valores?

El secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, ha sacudido el avispero, durante un discurso en Foggy Bottom, como se conoce a la sede de la diplomacia que él encabeza, al afirmar que promover los valores de los Estados Unidos es a menudo “un obstáculo” para hacer avanzar los intereses económicos o los intereses relacionados con la seguridad nacional. Dejó en claro, durante su alocución, que ellos prevalecerán, en todos los casos, sobre la defensa de los valores de la democracia y los derechos humanos, y que serán promovidos sólo en la medida en que no perjudiquen los otros intereses.


Como es natural, esta declaración ha provocado una fuerte polémica.


Creo que el secretario de Estado comete un error que su país, el más poderoso e influyente del mundo, no puede ni debe cometer, pero por razones distintas a las que invocan sus críticos. Mis argumentos son dos.


El primero: aunque en la práctica lo que dice Tillerson es, a grandes rasgos, cierto, Estados Unidos no debe nunca admitirlo oficialmente en público y debe siempre buscar la manera, aunque sea muy limitada, de proyectar al resto del mundo la imagen de un país que no pierde de vista, en sus tratos con otros, los valores que informan su democracia.


Si un país da derecho de ciudad a la idea de que los intereses son siempre más importante que los valores en política exterior, tarde o temprano ese marco de referencia puede volverse una justificación para interpretar equivocadamente cuáles son los intereses económicos o de seguridad nacional y acabar lesionando los valores. Porque, en última instancia, ambas cosas, intereses y valores, no se alejan nunca demasiado mientras la interpretación de los intereses sea razonable.


Mi segundo argumento: como ha quedado demostrado en la historia estadounidense, la preservación, por encima de la contingencia, de ciertos valores ha logrado con el tiempo que aquellos “obstáculos” dejaran de serlo.


Fue el caso, por ejemplo, de la Constitución que redactaron los fundadores de Estados Unidos, en la que se dio cobertura legal a la esclavitud, la más repugnante de todas las instituciones. Muchos fundadores estaban en contra de la esclavitud, pero por temor a que no se pudiera sellar la unidad del país, a que los delegados de estados favorables a ella se retiraran y a que el país quedase partido en unidades vagamente confederadas, transaron en no abolirla. Sin embargo, aunque cometieron el crimen moral de preservarla, crearon una Constitución tan cargada de valores liberales que dieron armas a las futuras generaciones para acabar con esa institución. Es lo que dijeron gentes tan insospechadas de debilidad frente a la esclavitud como Abraham Lincoln, el hombre que declaró una guerra civil para acabar con ella.


El debate que ha abierto Tillerson -probablemente sin proponérselo- es una buena ocasión para comprobar lo difícil que ha sido siempre, en la práctica, poner los valores por encima de lo que los actores del momento creían que eran los intereses nacionales.


Un puñado de idealistas trataron de hacer de la política exterior un impulso a los derechos humanos. Eleanor Roosevelt, ex primera dama a la que Truman nombró delegada estadounidense ante la ONU, fue clave para la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Jimmy Carter anunció, en los 70, que Washington dejaría de apoyar dictaduras de derecha en nombre del anticomunismo y, por ejemplo, prohibió la venta de piezas de repuesto militares a la Sudáfrica del “apartheid” (además de abrir una oficina dedicada a los derechos humanos en el Departamento de Estado).


Pero si uno rasca un poquito, encuentra, bajo el idealismo de los valores, la cruda realidad de los intereses. Woodrow Wilson, que dio al mundo los “14 puntos” angelicales para negociar la paz al final de la Primera Guerra Mundial y fue el campeón de la “autodeterminación”, intervino militarmente en México, Nicaragua, Haití, República Dominicana, Cuba y Panamá por razones de poder o economía. Bush padre, a pesar de su anticomunismo, no cortó relaciones ni aplicó sanciones a China tras la masacre de los demócratas de Tiananmen. Clinton intervino en Bosnia en 1995 tras la invasión de los serbobosnios a ciertos santuarios internacionales en esa república de la ex Yugoslavia, pero no lo hizo en Ruanda, donde en esos mismos años se cometió el genocidio de los hutus contra los tutsis (casi un millón de muertos en total). Los intereses occidentales eran más poderosos en Europa que en Africa.


A veces, las políticas idealistas acaban teniendo consecuencias negativas imprevistas. El apoyo de Carter, en menor medida, y Reagan a Irak contra Irán en el largo conflicto entre ambos países fortaleció nada menos que a Saddam Hussein. El apoyo de ambos a los “muyahidines” anticomunistas en Afganistán ayudó a armar a grupos que más tarde se abocarían al terrorismo contra Occidente. Para no hablar del hecho de que Manuel Antonio Noriega fue un agente de la CIA dedicado a ayudar a los Estados Unidos a combatir al comunismo y luego se convirtió en un enemigo de Washington al que Bush padre tuvo que ir a capturar a Panamá. O del hecho de que Carter retiró la ayuda a la dictadura de Somoza en Nicaragua en los 70, pero, creyendo ingenuamente que los sandinistas representaban la democracia, facilitó la llegada al poder de Daniel Ortega, el dictador de los 80 que tras un hiato de varios años regresaría al poder en el siglo XXI (al parecer para siempre).


Es difícil trazar con precisión el origen de la “moralidad” en la política exterior norteamericana. Hay quienes, por ejemplo, se van hasta la primera parte del siglo XIX y la sitúan en la Doctrina Monroe, cuando Estados Unidos le dijo a Europa que a partir de ese momento no aceptaría que ella interviniese en este hemisferio (a cambio, no lo haría Estados Unidos en el otro). La idea, aquí, es que Monroe buscaba proteger a las nacientes repúblicas independientes latinoamericanas, que entonces se creía que seguirían un camino liberal parecido al de los propios Estados Unidos. Pero un mayor rigor obliga a avanzar muchos años y establecer el comienzo de la moralidad en la política exterior más bien a finales del siglo XIX y comienzos del XX.


Por ejemplo, hay algo de esto en William McKinley, que justifica en parte la guerra de 1898 (que arrebataría a los españoles Cuba, Puerto Rico y Filipinas) con el argumento de que España mantenía campos de concentración y presos políticos. Luego Teddy Roosevelt practicó un imperialismo “moral”, argumentando con cada intervención que impulsaba la difusión de los valores y la civilización estadounidenses.


Lo que hoy se conoce como el “imperio” estadounidemse en cierta forma nació en esa guerra, pues dio a Estados Unidos una presencia poderosa en el Pacífico y en América Latina que con el tiempo crecería hasta convertirse en una gravitación planetaria. Nacían, pues, juntas, dos cosas aparentemente incompatibles, el imperialismo y los valores, como fuerzas motrices de la política exterior. Esa contradictoria dualidad marcará todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI en Foggy Bottom.


Ambas cosas evolucionaron con el tiempo, por supuesto. El imperialismo estadounidense dejó de ser el que comúnmente se conoce y la defensa de valores mudó también de forma: al inicio se trataba de valores más bien relacionados con el cristianismo y luego, quizá a partir de Wilson, más específicamente con la democracia y los derechos de los países pequeños (hasta convertirse, tras la Segunda Guerra Mundial, en la defensa de los derechos humanos como se los conoce hoy). Pero la combinación, en la política exterior estadounidense, de la defensa internacional de los intereses (imperialismo) y la defensa internacional de los valores ha continuado hasta hoy.


Este es el primer gran dilema no explícito, más bien inconfeso, de la política exterior. El segundo es este: si uno defiende valores, no puede aplicarlos todo el tiempo y en todas las circunstancias, y por tanto ¿dónde, cuándo y hasta qué precio debe aplicarlos?


Clinton intervino militarmente en muchos lados: Somalia (1993), Haití (1994), Bosnia (1995), Irak (1998), Afganistán y Sudán (1998) y Serbia (1999), pero evidentemente no lo suficiente como para librar al mundo de los terroristas islámicos que amenazarían los valores liberales pocos años después (y contra los cuales se dieron varias de esas intervenciones). ¿Hubiera podido Clinton convertir esas intervenciones en guerras de gran alcance sin saber todo lo que al Qaeda y sus aliados serían capaces de hacer años después?


Otro caso es el de la intervención de Bush padre en Kuwait, en 1991, tras la invasión de ese país por parte de Saddam Hussein unos meses antes. Muchos halcones le pedían a Bush avanzar hasta Bagdad y por tanto convertir la liberación de Kuwait en una ocupación de Irak para librar a ese país del tirano Hussein. Pero Bush quería evitar una guerra que no tenía justificación. Liberar a Kuwait era defender a un país invadido -por tanto el valor de la autodeterminación- pero invadir Irak era comprarse un pleito costoso, de incierta duración, para el que no creía tener un mandato. En este caso, pues, el valor “democracia” o, para decirlo en términos negativos, “liberación de las víctimas de una tiranía” no tenía, en la visión de Bush padre, suficiente fuerza justificatoria.


Obama era, en sus discursos, un idealista. Pero en él el idealismo de los valores estaba constantemente en tensión con los intereses de Estados Unidos. Se planteaba a menudo hasta dónde era preciso llegar en la defensa de los valores sin comprometer los intereses. El uso de “drones”, por ejemplo, así lo demuestra. En teoría, los “drones” son muy precisos y por tanto combatir al terrorismo con ello es una forma de evitar bombardeos más amplios e indiscriminados. En la práctica, se ha visto que los “drones” atacan con precisión… objetivos que pueden estar equivocados. De allí las muchas muertes civiles e inocentes a manos de estos instrumentos tecnológicamente sofisticados.


Alguien que, en nombre de los valores, quería evitar que Estados Unidos fuese percibido como un país con pretensiones de imponerse al mundo, sacrificó valores en nombre de la lucha contra el terror. Una lucha que, aun si representa también determinados valores, tiene que ver con los intereses de seguridad nacional de los Estados Unidos. Las vidas inocentes son un costo que, en la visión de Obama, era inevitable pagar para defender a su país.


Tillerson, pues, no ha dicho nada nuevo. La novedad está en que ha dicho oficialmente algo que Estados Unidos, mientras sea el país líder del mundo libre, no debe nunca jamás convertir en política oficial. Es preferible que Estados Unidos pueda ser acusado, de tanto en tanto, de no practicar sus valores a que sea acusado de haberlos abandonado definitivamente. Lo primero deja abierta una esperanza y nos da una poderosa vara para medir.


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Published on May 14, 2017 03:12

May 13, 2017

Balaceras

SE CALCULA que Winston Churchill sobrevivió cerca de 50 balaceras en su vida, pero para ello tuvo que irse lejos de casa, a lugares exóticos. A Cuba, donde tuvo su primera experiencia en plena guerra insurgente, luego a la India, Sudán y Sud África donde se haría famoso como corresponsal de guerra, y paremos de contar.


A las balaceras que quisiera referirme son de índole distinto, domésticas, nada de gallardas, más bien criminales si no mafiosas; el tipo de fuego cruzado que se estila entre nosotros aunque se supone que no somos exóticos (de hecho, dudo que al joven Winston le hubiésemos parecido gente excitante).


En donde vivo en Providencia, a la fecha, me han tocado dos. Una, en los años 90, de la que me salvé porque estaba en una comida y llegué cuando se había acabado todo (mi señora e hija, sin embargo, tuvieron que tirarse al suelo mientras volaban las balas en dirección a la casa). La segunda vez fue a fines del 2015, cuando unos ladrones de auto se enfrentaron a carabineros en mi calle, tras darse cuenta que es sin salida (fue un alivio saber que, al menos, los maleantes no eran vecinos). Volví a perderme la función este verano cuando una banda de asaltantes de banco (seis en dos autos) se agarraron a balazos con la policía en Bilbao a pasos de la plaza de Pedro de Valdivia, mi barrio otra vez. Y, de nuevo la semana pasada en que nos libramos del tiroteo en avenida La Marina de Viña del Mar, por donde solemos transitar a diario a esas mismas horas, encontrándonos cerca en nuestro departamento ubicado en la misma arteria al otro lado del Cerro Castillo.


¿Coincidencias o porque vivo en barrios de mala muerte? Ni uno ni lo otro. Lo de Viña fue justo debajo del palacio presidencial. Es más, si viviera en Vitacura o La Dehesa, podría referirme a los portonazos, tan frecuentes que qué sería nuestra televisión sin ellos. Me dicen que en Valparaíso, donde el otro día murió una persona, no se puede estar en el plano pasada la hora que cierran las oficinas. Lo que es en poblaciones marginales, ahí las balaceras están al orden del día, y no es que solo maten. Suenan las balas y es porque ha llegado la droga o mercadería (la policía, no). Según Ciper, en barrios bravos de Quilicura, La Pintana y Puente Alto, dominados por narcos, es como si se estuviera en tierra de nadie, fuera de toda ley y alcance estatal, la de ellos la única autoridad.


De “churchilliano” no tengo nada, pero acumulo una seguidilla de “coincidencias” que me dejan pensando. Viví mi infancia en el Barrio Cívico donde, el 46, antes que naciera, fuerzas policiales mataron a seis obreros. Ya adolescente, viví en Managua bajo Somoza, donde me tocaron balazos. Recuerdo los que se oían en los años 70 bajo toque de queda. Como también la anécdota de mi padre de que, al lado de su finca en Medellín, en época de Pablo Escobar, su vecino puso un letrero que decía “Por favor NO depositar cadáveres”. Lo diría Borges en su famoso poema sobre nuestro “destino sudamericano”: “Zumban las balas en la tarde última”.


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Published on May 13, 2017 02:30

Hablar de plata

PIÑERA, UN poco aburrido por tanta pregunta acerca de su patrimonio, señaló que su madre le dijo que era de mal gusto hablar de plata. La frase me recordó a mi abuelo, porque siempre decía lo mismo. Y no es porque fuera rico. Por el contrario, era una persona de buen pasar, pero sin fortuna alguna. La cosa es que hoy, hablar de plata, es un deporte obligado. La mayoría, porque les falta. Unos pocos, porque les sobra.


Por otra parte, ahora sabemos más. Como para ciertos cargos es obligación declarar ingresos y patrimonio, sabemos quienes son los alcaldes, parlamentarios y candidatos más ricos y más pobres. Todo por la sana trasparencia, se dice. Para saber si la gente que postula a cargos públicos tiene algún conflicto de interés, o prevenir que se haga rico usando su influencia. Pero también es cierto que, detrás de todo esto, hay un cierto morbo. Nos encanta saber cuánto tiene el otro y hacer rankings de todo tipo al respecto.


Más allá de aquello, la pregunta es si la riqueza o la pobreza determinan las posibilidades electorales de uno u otro candidato. Nada parece indicar que ello suceda. No lo es así en el mundo, tampoco en Chile. Pensemos solo en los presidentes. Aylwin, Lagos y Bachelet son personas que no tienen o tenían riqueza importante. Frei y Piñera, sí. Aunque este último, bastante más que el primero.


Tampoco creo que ser rico sea un activo para conseguir votos. Lo que sí importa, es que sean personas que han hecho cosas importantes en sus vidas, pero sabemos, muchas de ellas no generan riqueza. Lo que está en juego entonces es la capacidad de llevar adelante proyectos, más que la capacidad de generar riqueza.

Piñera declaró esta semana un patrimonio de 600 millones de dólares. Algunos dicen que aquello no es real, porque su fortuna alcanza a 2.400 millones, estimación realizada por la revista “Forbes”. Y aparecen las discusiones técnicas de cómo se mide la fortuna de cada cual. Pero, ¿qué importa? Ya sabíamos que era rico, muy rico. Son todas cifras que escapan al análisis cotidiano. Hablar más de aquello es de mal gusto. Y tampoco parece ser un tema relevante.


Es cierto que con esto, algunos sectores intentan revivir una suerte de lucha de clases, ricos versus pobres, pero la realidad prueba que aquello no prende. Claro, a nadie le gustan las platas mal habidas y las malas prácticas. Pero, descartado aquello, el resto no es un gran asunto. Está también el tema de la desigualdad, pero yo soy de los que siguen creyendo que el problema no es que unos tengan más que otros, como les gusta decir a algunos. El punto es que algunos tengan muy poco, al punto que les impide vivir dignamente. Eso es lo que hay que enfrentar. Para eso, no necesitamos ser todos iguales.


La prestigiosa economista, y experta en estos temas, Deirdre McCloskey, en su visita a Chile, lo expuso con claridad. “A mí no me importan los ricos; me preocupan los pobres”, dijo. Y tiene razón. Los ricos, ni cuántos yates tienen, no son la explicación de la pobreza, sino las malas políticas públicas que aplican aquellos que siempre andan hablando de platas.


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Published on May 13, 2017 02:28

En vez de la derrota

REINA EL pesimismo en el campo de la centroizquierda. No son pocos los que piensan que las elecciones presidenciales están perdidas. Se equivocan. La presidencial está todavía abierta. Las adhesiones son blandas y los indiferentes mayoría. El riesgo de derrota es grande, pero ésta no es inexorable.


La Nueva Mayoría (NM) ha sido una muy mala sucesora de la Concertación. No ha sido capaz de respaldar con solidez y coherencia el gobierno de Bachelet y su valoración ciudadana es mala. Lo que constituye una verdad del porte de una catedral es que como tal, la NM no está en condiciones de ganar una nueva elección. Necesitamos cambiar de estrategia. Esto requiere audacia, lucidez y rapidez.


Hasta solo unos meses atrás, varios pensaban que la historia podía repetirse. Alejandro Guillier, una figura nueva, no contaminada con la actividad política irrumpía con fuerza en el escenario nacional. Su ascenso parecía imparable. Varias encuestas sugerían que el senador era lo que se andaba buscando: la figura providencial que aseguraría una victoria allí donde existían grandes posibilidades de derrota.

A poco andar comenzaron a surgir las dificultades. La experiencia de Bachelet el 2013 es irrepetible.


Políticamente, el epicentro de los problemas de la NM se sitúa en la DC. En el 2013, la amplia adhesión popular a Bachelet resultó irresistible para los sectores incluso más conservadores de la Falange. La DC se plegó en masa a la candidatura de Bachelet. Solo comenzó a plantear sus críticas una vez en el gobierno y cuando la popularidad de la Presidenta comenzó a declinar. Como culminación de su distanciamiento, una Junta Nacional viene de desestimar la idea de ir a primarias para competir directamente en primera vuelta.


Las formas han sido lamentables. Hay mucho de portazo y de ruptura unilateral. Si la opción de Goic no prende en la ciudadanía, la decisión de la Junta de la DC quedará para la historia como una gran deslealtad que le infligió una herida mortal a la NM y de paso aceleró su propia declinación.


Podría sin embargo, darse un escenario distinto: que Goic logre estructurar una campaña que permita perfilar una opción de centro, resueltamente democrática. Una alternativa de este tipo podría recuperar una parte de la votación que se ha vaciado hacia la derecha acercándola hacia su tercio histórico. Si la DC alcanza, digamos, a un 15% y lleva a Piñera por debajo del 40%, la segunda vuelta es perfectamente ganable. Para ello, la DC debe poder afirmar sin complejos sus posiciones más moderadas y las diferencias que en varios planos mantiene con la izquierda.


Por su parte, la izquierda podría con mayor libertad actuar de acuerdo a sus propias convicciones. Mucha gente que hoy día se ha replegado hacia el abstencionismo podría recuperar entusiasmo frente a una oferta más diversificada. El proceso de bifurcación creciente con el Frente Amplio podría detenerse.


Un acuerdo en segunda vuelta en torno a: nueva Constitución, nuevo sistema previsional, fortalecimiento de la educación pública, defensa de la gratuidad y reforma de la salud pública, puede generar una mayoría claramente ganadora. Piñera no es Le Pen, aunque varios de los que lo apoyan se le parecen. Su proyecto es claramente reaccionario: busca retrotraer las reformas. Nadie debiera ser indiferente frente a una ofensiva conservadora que de imponerse implicaría una severa derrota para el conjunto de las fuerza progresistas.


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Published on May 13, 2017 02:25

La dictadura de Maduro

LA DEGRADACIÓN de la democracia y los derechos humanos en Venezuela es tal que Nicolás Maduro ha optado por abandonar incluso su fachada democrática. Los hechos hablan por sí solos.

En Venezuela la absoluta concentración de poder le ha permitido al ejecutivo cometer todo tipo de abusos sin rendir cuentas a nadie.


El Tribunal Supremo, un apéndice del Presidente, valida rutinariamente sus decisiones y sostiene expresamente que no cree en la separación de poderes. Desde que la mayoría opositora asumió el control de la Asamblea Nacional, el tribunal se dedicó a despojarla de sus facultades y declarar inconstitucional toda ley que le disgustara al gobierno.


En un momento de gran descontento popular, no parece haber interés en organizar comicios que el gobierno vaya a perder. El Consejo Nacional Electoral-con cuatro de cinco miembros chavistas-no ha organizado elecciones de gobernadores, previstas en la Constitución para el 2016, y dilató la realización de un referendo revocatorio sobre la presidencia de Maduro para asegurar que el régimen permaneciera en el poder.


De todas formas, por las dudas, dejaron fuera del juego político a emblemáticos líderes de oposición. La Contraloría General de la República inhabilitó a Henrique Capriles a ejercer cargos públicos por 15 años, mientras que Leopoldo López fue condenado arbitrariamente a casi 14 años de prisión y sigue estando preso en una cárcel militar. Hoy, hay casi 200 presos políticos.


La prensa está sujeta a un acoso cada vez mayor. Periodistas extranjeros han sido expulsados del país, detenidos, o retenidos en el aeropuerto. Algunos que cubren las protestas son atacados o les roban sus equipos. Canales de cable que reportan sobre la crisis que se vive fueron sacados del aire. Todo esto ocurre en un país donde el hostigamiento a los medios de comunicación independientes ya había llevado a que no quedara prácticamente ninguno de ellos y a niveles altísimos de autocensura.


Decenas de civiles detenidos en las recientes manifestaciones están siendo juzgados por tribunales militares, una práctica típica de las dictaduras de los ’70. Las audiencias se realizan en salas improvisadas dentro de cuarteles militares, ante jueces que son militares que responden al jefe del Ejército y en presencia de uniformados armados. Los delitos por los cuales estas personas son procesadas incluyen el de “rebelión”. Los detenidos denunciaron todo tipo de abusos, incluyendo golpizas y que los obligaron a comer excremento.


Por todo esto, por los altísimos niveles de inseguridad, y por la dramática crisis humanitaria que afecta al pueblo venezolano, cientos de miles de personas han salido a las calles casi a diario. La respuesta ha sido una represión brutal por las fuerzas de seguridad y los colectivos –delincuentes armados que colaboran con las autoridades– dejando al menos 38 muertos y cientos de heridos graves. Más de 1.900 personas han sido detenidas.


Ante las legítimas demandas del pueblo venezolano que se establezca un calendario electoral, se libere a los presos políticos, se reestablezca la independencia judicial y los poderes de la Asamblea Nacional y se permita ayuda internacional humanitaria, el gobierno se inventó una constituyente bajo su control.


Una de las mejores respuestas a esta iniciativa ha venido de la Conferencia Episcopal venezolana, que sostuvo que el pueblo necesita “comida, medicamentos, libertad, seguridad personal y jurídica, y paz” y que todo ello se logra respetando la Constitución Política vigente. Además, los obispos exhortaron al pueblo a no resignarse y a levantar su voz de protesta pacíficamente.

¿El panorama que he descrito es propio de una democracia o de una dictadura?


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Published on May 13, 2017 02:20

Venezuela soberana

A 17 AÑOS del inicio de la Revolución Bolivariana y la recuperación del petróleo para ponerlo al servicio del pueblo, Venezuela enfrenta momentos difíciles: crisis económica, polarización social y la violencia que se ha tomado las calles, como recurso de desestabilización.


Pero ¿cómo el país más rico de América Latina, con la reservas de petróleo más grandes del mundo puede llegar a esto? La respuesta es una: hay boicot económico, tal como en Chile en los 70 con Allende, de lo cual existen pruebas en los archivos desclasificados de la CIA.


Sin embargo, Venezuela no es Chile del 73; su Constitución cuenta con las herramientas democráticas para enfrentar la crisis. No cabe duda de que quienes deben resolver su futuro son las y los venezolanos haciendo uso del Poder Constituyente.

Por ello es que en virtud de los artículos 347, 348 y 349 de la


Constitución, se convocó una Asamblea Constituyente, en busca de un acuerdo nacional por la paz. Para esto, se deben elegir 500 asambleístas a través de voto directo, lo que garantiza participación de toda la diversidad política, social, empresarial, demográfica y étnica. ¡Ya quisiera para Chile una Asamblea Constituyente como la de Venezuela!


Sin embargo, existe una guerra mediática impulsada por quienes buscan apoderarse del petróleo. Dicen que no hay libertad de expresión y que el gobierno ha monopolizado los medios, cuando en realidad, el 70% de los medios son privados y diariamente están a la venta cinco periódicos de oposición y solo tres oficialistas; mientras que la TV abierta se reparte por igual: 6 canales de oposición y 6 pro gobierno.


Se dice que es una dictadura, pese a que se realizan elecciones de forma periódica, más de 19 en 15 años. La más reciente, legislativa, donde la oposición se adjudicó 109 escaños por sobre los 54 del oficialismo, prueba de un sistema democrático que funciona. De hecho, el propio Jimmy Carter, catalogó el proceso electoral venezolano como “el mejor del mundo”.


Llama la atención, que los mismos que dicen que es una dictadura, nada dijeron de Pinochet, de los más de 3 mil detenidos desaparecidos, de los 40 mil exonerados y torturados. Nada, sobre los 6.500 presos políticos en Palestina, los miles de muertos en Siria, de la aniquilación del pueblo mapuche o de la represión hacia los estudiantes.


En Venezuela hay ejercicio pleno democrático y un estado de derecho con instituciones autónomas y equilibradas; el 80% de la población participa en las elecciones, sus autoridades se eligen vía elección popular, los indígenas son reconocidos y tienen representación en el Congreso, hay Referéndum Revocatorio, Consulta Popular, Cabildo abierto, Contraloría Social, Defensor del Pueblo y tienen una Constitución elaborada por medio de Asamblea Constituyente y legitimada por referéndum, a diferencia de Chile, que fue hecha en dictadura.


Lamentablemente, estas herramientas no han sido usadas por la oposición, en una clara actitud de que no están por la vía democrática. Prueba de esto, es que pese a que desde 2013 venían exigiendo Asamblea Constituyente, ahora la rechazan; o las 600 mil firmas falsas que ingresaron para convocar al Revocatorio en un intento de fraude democrático.


Es por eso que UNASUR, CELAC, el Papa Francisco y el ex secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, han dicho que la única solución es el diálogo y la resolución pacífica de los conflictos, y la Asamblea Constituyente va en esa línea.


Se acabó el tiempo del injerencismo y los golpes de Estado en América Latina. Porque seamos francos, la fijación por Venezuela, obedece a que, tal como lo fue Chile en los años 70, hoy en día Venezuela es para el mundo ejemplo de dignidad, de que el socialismo democrático y la real soberanía es posible.


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Published on May 13, 2017 02:18

Óscar Contardo's Blog

Óscar Contardo
Óscar Contardo isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
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