Óscar Contardo's Blog, page 160
June 6, 2017
El ciudadano necesario y competente para una ciudad inteligente
Esta columan fue escrita junto a Juan Barrientos Maturana, SmartCityLab Universidad de Santiago
El pasado 22 de mayo fuimos testigos de la primera preemergencia ambiental del 2017. Durante la jornada se cursaron más de 400 multas a ciudadanos, la mayoría de ellos reclamaron desconocimiento de la medida. En contraste, la autoridad señaló que la información estuvo disponible desde la noche anterior y que además hay al menos siete aplicaciones para Smartphone con la información.
El intendente explicó que hay 300 mil personas que bajaron la aplicación “Aire Santiago” donde se avisa a las personas de los episodios de medidas por contaminación ambiental. Por otra parte, los infractores alegaron que no estaban informados, pues el anuncio fue tardío y muchos se enteraron de la restricción vehicular esa misma mañana por televisión. La situación no deja de resultar paradójica, sobre todo al ser Santiago una capital que aspira a ser una ciudad inteligente. El hecho de que Chile lidere en Latinoamérica el uso de Smartphone -se contabilizan más de 7,9 millones de usuarios- no se traduce necesariamente en que los ciudadanos descarguen y utilicen las aplicaciones, que vienen a ser la principal característica diferenciadora entre un teléfono normal y un Smartphone.
Entonces cabe preguntarse por qué la información no fluye adecuadamente a las personas si existe la tecnología disponible y también la población accede masivamente a ella. ¿Por qué no se logran difundir rápidamente a través de las redes sociales y las denominadas app las noticias sobre cortes de agua, suspensión de clases, preemergencias ambientales, entre otras? ¿Será que el ciudadano que incumple las normas de restricción vehicular o de uso de calefacción a leña no tiene mayor interés por la salud de sus vecinos más vulnerables? Quizás piensa que este tipo de medidas son poco efectivas para resolver el problema ambiental o sencillamente tienden a sobreponer sus intereses particulares por sobre el resto de los ciudadanos.
Podríamos seguir haciendo preguntas, pero debemos tener presente que el principal propósito de tener una urbe inteligente es que el bienestar común y que los ciudadanos funcionen con esa premisa. Es decir, que tomen conciencia del problema y actúen en consecuencia. Se requieren que las personas tengan un comportamiento colaborativo, que siempre privilegie el bien común sobre los intereses particulares. Los motivos de cuidado del medio ambiente y salud son mayores. Es fundamental tener un ciudadano competente para una metrópoli inteligente. Esto implica determinar las cualidades del “tipo” de ciudadano que se requiere para que una urbe anclada en el siglo XX pueda transitar a una ciudad del siglo XXI, favoreciéndose con todas las potencialidades, virtudes y beneficios que esto implica.
Para las situaciones de medidas ambientales extraordinarias, como otras, se necesita formar una ciudadanía movida por valores colectivos y no individualistas. Debemos brindar espacios de toma participación en las medidas impulsadas y favorecer el uso colectivo de los medios de transportes en la economía tradicional o en las nuevas economías colaborativas. De lo contrario, sin ciudadanos comprometidos, difícilmente podremos avanzar hacia un Santiago inteligente.
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Venezuela
Venezuela a semifinales del Mundial Sub 20. Y jugando bien. Pero no sólo eso, también con una cuota de garra y amor propio formidables. Un equipo que juega con los pies y la cabeza. Al menos en el fútbol, los venezolanos ven el futuro con optimismo.
¿Y acá? Después de lo ocurrido en las copas Libertadores y Sudamericana hay que ponerse a reflexionar un momento. Porque el tema no es coyuntural, no se trata de un año malo como el que puede tener cualquier país, es algo de fondo: cualquier rival, en cualquier cancha, en cualquier competencia, nos pone en problemas. Cualquiera. Avanzar una ronda se transforma en una hazaña, casi una efeméride.
Y esto se traslada a las selecciones juveniles. Perdemos con cualquiera, vamos de adorno, entran y salen entrenadores cada dos años. El oasis de la Sub 17 reafirma el diagnóstico: se trata de un equipo metedor, puro corazón y garra, pero que carece de calidad individual y técnica. Si no juegan como comandos, no tienen oportunidad.
Hace mucho tiempo que no sale un jugador de gran nivel desde las series cadetes. No nos vamos a engañar con Iván Morales, Jeisson Vargas o Yerko Leiva. Nada contra ellos, pero ¿hasta dónde pueden llegar? Castillo rebotó en Europa, Henríquez no juega, Mora recién está explotando ahora. Hablamos de los que estuvieron en la Sub 20 de 2013. Rango medio con suerte. Y ésos son a los que les fue bien.
Seamos francos, no tenemos un juvenil como Soteldo. Ni en sueños.
Por el momento la selección adulta tapa todo. Un gran árbol que oculta el bosque quemado. No es difícil hacer la tarea y pesquisar las camadas salidas de las series menores los últimos años: jugadores híbridos, metedores en el mejor de los casos, pocos desequilibrantes, acaso ninguno que pinte para crack.
En Colo Colo apuestan a Esteban Pavez. Un volante central que no es superior a Raúl Ormeño o Eduardo Vilches y está varios escalones más debajo de Arturo Sanhueza, ni hablar de Jaime Pizarro. Y es la gran figura con el que los albos pretenden hacer caja.
La U es un desierto: no hay nadie. Tienen al Chinito Martínez en vitrina. Y en cadetes debieron reorganizar toda la estructura porque no estaban sacando un solo jugador que pudiera estar en el primer equipo.
¿Y Maripán? En seis meses su nivel de juego se vino abajo. Podía ser y por el momento no es. Y eso que en Católica es donde mejor se trabaja. Sacan jugadores a montones, pero son para jugar acá y por ahí ir a México. El techo es muy visible.
¿Qué nos pasa? Nos estamos volviendo malos para el fútbol. En la ANFP lo único que se habla es de plata, repartición de derechos y porcentajes. La pelota está en un tercer plano. Temo que tras la natural declinación de la “generación dorada” no haya nada. Sólo unos cuantos dirigentes peleando como enajenados las platas del CDF. Las señales ya son muchas para hacerse los tontos.
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June 5, 2017
Derecho a todo y a nada
QUE EL relato de derechos sociales se está tomando el campo de la política es una cuestión evidente. Basta escuchar los discursos que disciplinadamente lee la Presidenta y los sueños que promete la cuasi candidata del Frente Amplio. Pero ¿qué están pensando Bachelet y Sánchez cuando predican los derechos sociales?
Lo primero que están pensando es en repartir “comodines”. Cuando tengo un comodín, lo saben bien los asiduos a las cartas, impongo mi posición ante cualquier otro jugador en la mesa. Mi comodín es una “carta de triunfo” que vence a todas las demás. Entonces si yo alego tener un derecho social lo que estoy haciendo es poniendo sobre la mesa mi carta imbatible evitando que cualquier otra circunstancia -prudencial, de justicia y, por cierto, las económicas- impidan la satisfacción de mi derecho.
Pero eso no es más que revivir la vieja utopía. Ésta consiste en hacer creer que basta reconocer un derecho social para su satisfacción. La tentación es enorme, no por nada la Constitución de Bolivia establece el derecho al gas domiciliario; la de Ecuador el derecho a alimentos sanos y nutritivos; y la de Colombia el derecho a la recreación, a la práctica del deporte y al aprovechamiento del tiempo libre. ¿Alguien de verdad cree que todo eso depende de lo que diga la Constitución?
Lo segundo que están pensando es en el ya extendido eslogan que dice: “Donde hay derecho, no hay mercado”. Es decir, si estamos hablando de derechos sociales, el mercado, la provisión privada y la libertad para elegir estarían prohibidas o sometidas a un régimen de brutal uniformidad. Esta idea fue desarrollada en El Otro Modelo, ese libro de título pomposo pero de contenido más bien sesentero. Ahí se dice, con todas sus letras, que donde hay derecho social el mercado “debe ser limitado y eventualmente excluido” lo que implica “un criterio universalista: el Estado provee a todos”. Y eso es lo que ha hecho este gobierno con orgullo: sentar las bases para que en la educación, tarde o temprano, el Estado eduque o intervenga abrumadoramente en la educación de todos.
Es cierto que hay lecturas más moderadas de la consagración de derechos sociales. Lo lamentable es que en estos años hemos visto cómo en la izquierda esas miradas han sido capturadas por los extremos. Además, y es mi principal crítica, el problema no es tanto con los derechos sociales sino que con su transformación en un relato político que abandona el campo de lo jurídico para vender humo.
Y es que el lenguaje de la política no pega bien con el de los derechos. El primero es, por definición, ambiguo y por eso su expectativa de satisfacción es incierta: son promesas de la política.
Pero en el reclamo por derechos, si es que de verdad los asumimos como tales, la expectativa de satisfacción no debiera ser incierta sino que debiera acercarse lo más posible a la certeza. Entonces confundir ambos lenguajes no solo eleva falsamente las expectativas que crea la política; también devalúa los derechos porque prometemos “cartas de triunfo”. Pero sabemos que su satisfacción no pasa por declaraciones sino que por acciones íntimamente asociadas a ese (ahora último) tan esquivo progreso.
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Derechos, en serio
EL PROCESO de discusión constitucional que convocó el gobierno ha provocado diversas reacciones. Y así como algunos han visto en este ejercicio una oportunidad para enriquecer, entre todos, nuestro pacto político; otros se manifiestan preocupados ante la posibilidad que el cambio constitucional implique algún tipo de inflación de derechos que nuestro país no se encuentre, luego, en condiciones de satisfacer.
Me encuentro entre quienes piensan que nuestra Constitución ganaría en justicia, legitimidad social y estabilidad a largo plazo si contemplara un reconocimiento de derechos más eficaz y equilibrado. Me parece importante, sin embargo, hacerme cargo de las aprehensiones de quienes temen que una ampliación excesiva de los derechos o la introducción de mecanismos de garantía mal pensados pudieren terminar siendo un error desde la perspectiva de las posibilidades reales de asegurar condiciones que permitan, en los hechos, y no solo en los textos jurídicos, una mejor calidad de vida para todos.
Existen personas que frente a cualquier tipo de reforma comienzan preguntándose siempre por todas las posibles externalidades negativas de un cambio mal hecho. Nada habría que reprochar a esta aproximación cautelosa si ella responde a un sobrio sentido de responsabilidad, al aprendizaje que arrojan las malas experiencias y, en general, al rigor técnico. Cuestión distinta es cuando, en la defensa del status quo, se reemplazan los argumentos con caricaturas y campañas del terror. Lo ocurrido el año pasado con los encuentros locales y cabildos debiera ser motivo de reflexión para quienes tienden a tocar campanas de alarma cada vez que se discute el tema constitucional. Todos aquellos que vaticinaron, en las mismas páginas de este y otros medios, que los encuentros locales del año pasado terminarían en un frenesí de demagogia constitucional, capturados por operadores de la Nueva Mayoría y, en fin, que no eran otra cosa que una máscara para un informe final maximalista que, supuestamente, ya estaba redactado desde antes de empezar el proceso, debieran reconocer que se equivocaron.
La extraordinaria ponderación de los ciudadanos que participaron, manifestada tanto en el tono respetuoso de los debates como en la moderación de las conclusiones, tiene que servir para desvanecer los fantasmas “chavistas” que algunos se empeñaron en avivar.
La idea que los habitantes de esta tierra tenemos, a partir de nuestra común dignidad, unos derechos a la educación, a la salud, a la vivienda y a la seguridad social tiene fuertes raíces en nuestra historia democrática, responde a valores compartidos y es una avenida para llegar a ser una sociedad más integrada e inclusiva.
Estos derechos aparecen con mucha fuerza en las conclusiones del proceso de diálogos del año pasado. Teniendo claro que las opiniones allí recogidas no representan al conjunto del pueblo de Chile, hay allí un sentir que sería miope menospreciar.
El desafío consiste en concordar fórmulas de reconocimiento eficaz de los derechos sociales que no impliquen gobierno de los jueces ni ruina fiscal. Contamos para ello con la anotada moderación de la inmensa mayoría. Existen, por lo demás, fórmulas que combinan virtuosamente estado social y economía de mercado (pienso en la República Federal alemana).
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¿Y la familia?
LAS ÚLTIMAS propuestas políticas en materia de aborto, vida en común y adopción van en la dirección de debilitar gravemente a la familia, siendo ésta lo más relevante en toda sociedad. La familia es su célula básica. Es lo primero y primordial en la sociedad, no sólo por la antelación cronológica en su desarrollo, ni por ser el lugar por excelencia para el amor, sino porque la familia es el tejido fundamental del cual se siguen y se nutren todos los restantes órganos del cuerpo social. En mayor o menor medida ella los prefigura. Por lo mismo, de que sea efectivamente aquello que es y cumpla el papel a que está llamada, o no, dependen muchas realidades positivas o negativas para las personas y la comunidad.
En la actualidad se debate abundantemente sobre la familia. Y con razón, pues no da lo mismo cómo se la entienda, menos todavía como se la viva. Y, por similar motivo, no resulta para nada neutral si se la promueve o no, y la forma en que se haga. Ante el evidente embate que enfrenta se esgrimen numerosos argumentos valiosos en su defensa, en particular de la denominada familia nuclear, es decir aquella constituida a partir del matrimonio entre un hombre y una mujer, y su descendencia. Estas líneas no buscan reiterarlos. Su propósito es, en cierto sentido, complementario: persiguen llamar la atención sobre algunas dimensiones de su impacto en el orden social. Parafraseando un viejo refrán, cabría decir “dime que familias tiene y te diré que sociedad puedes esperar”.
Los estudios realizados en diversas latitudes sobre la repercusión de los fenómenos de debilitamiento y desintegración de la familia, ponen en evidencia que estos inciden en la falta de adaptación social de los hijos, en la pérdida de la capacidad de confiar de sus miembros, en el temor de los hijos a adquirir compromisos, dificultades de rendimiento académico, problemas para relacionarse con la autoridad legítima y, en no pocas ocasiones, mayor propensión a conductas de riesgo personal y social, como son el alcoholismo, la drogadicción y la violencia irracional, ya sea de carácter individual o grupal.
Desde otro punto de vista, la familia parece ser insubstituible para las personas por el aporte que les reporta en aspectos tan significativos como: el saberse queridas incondicionalmente; el ser reconocidas como seres únicos e irreemplazables, al tiempo que parte esencial de una comunidad unida por lazos afectivos; el desarrollo de la interioridad y la intimidad; el aprender a responder con lealtad a la confianza recibida; el crecimiento en la responsabilidad; la valoración del esfuerzo; la consideración positiva de la armonía y la dedicación que ésta requiere; el sentido de la cooperación y del espíritu de servicio; el crecimiento en la obediencia, crucial para más tarde saber mandar; la noción de orden; la capacidad de iniciativa creativa para sorprender a los otros seres queridos, y más.
Si una sociedad aspira a ser el lugar propio para que sus miembros alcancen la máxima plenitud posible y la felicidad asociada, parece ser imprescindible que se ocupe activamente de sus familias, creando las condiciones necesarias para su sano desenvolvimiento. Extraña, por lo mismo, que las candidaturas presidenciales dediquen tan poca atención a ella en comparación a otras materias. Una deuda pendiente que es de esperar algún candidato sepa encarar con la profundidad y seriedad que merece y la urgencia que Chile necesita.
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Servir a los ciudadanos, esa es la cuestión
¿Qué sensación experimenta un usuario de FONASA que tiene que esperar seis meses para una intervención que necesita con urgencia? ¿O una persona que debe enfrentar largas esperas en un paradero para tomar el bus del Transantiago que le sirve para llegar a su trabajo o para volver a su hogar? La experiencia de esas personas afecta su confianza en las instituciones, afecta su confianza en el gobierno y en la capacidad de respuesta que este tiene frente a sus necesidades más básicas. ¿Se puede hacer algo para recuperar la confianza de los ciudadanos en lo público?
La confianza es un factor clave para el desarrollo del país, así lo planteamos en un estudio en 2015, cuando ya se hablaba de la “crisis de confianza” en Chile. Por definición, los problemas públicos son complejos y no se resuelven sólo con mayor regulación, prestación de un servicio, aumento en el financiamiento o la creación de una nueva institución. Se requiere del compromiso y participación de todos los actores.
Los dos ejes de los que depende la confianza son la integridad –es decir, la adhesión a ciertas normas éticas por parte del actor en quien se confía– y de la competencia técnica para cumplir que se espera del otro. En el último año varias leyes han avanzado en el ámbito de la probidad, lo que sin duda es una buena base para el futuro, pero no es suficiente pues aún faltan diversos aspectos en su implementación. Lamentablemente, también hemos presenciado la formulación de varias políticas públicas con un importante nivel de improvisación, lo que redunda en una baja confianza en las soluciones que a través de estas se proponen.
Un reciente informe de la OECD reporta que en la última década la confianza en el gobierno y los organismos públicos ha disminuido en casi todos los países miembros, lo que es coincidente con los datos que tenemos para Chile. Situaciones de corrupción, conflictos de interés y falta de transparencia, junto a baja capacidad de respuesta de los servicios públicos son algunas de las causas asociadas a esta crisis de confianza en los gobiernos.
Los estudios de la OECD entregan evidencia clara: cuando los ciudadanos están más satisfechos con los servicios públicos esto redunda en que tengan una mayor confianza en las instituciones públicas y el gobierno. El acceso a servicios públicos es clave para el desarrollo económico y social, y juega un rol importante en formar las actitudes de confianza hacia las instituciones públicas. En este sentido, el mejorar la capacidad de respuesta de los servicios debería ser el objetivo principal de la modernización del Estado. Así cobra relevancia el diseño de servicios públicos centrado en los usuarios, una metodología muy utilizada a nivel internacional y que en Chile está siendo usada por el Laboratorio de Innovación Pública, LIP UC, que colabora con organizaciones públicas para mejorar la calidad de los servicios que prestan a la ciudadanía haciendo partícipes a los ciudadanos, directivos y funcionarios responsables de los servicios. Avanzar en este sentido podría ser una de las vías para recuperar la confianza de los chilenos en las instituciones y servicios con los que día a día tienen que lidiar.
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Sale Estados Unidos y entra… ¿quién?
En mi columna de la semana pasada analicé una de las mayores sorpresas de la política internacional de estos tiempos: la decisión de Estados Unidos de ceder unilateralmente espacios de poder en los que hasta ahora había gozado de un claro liderazgo. Concluí esa columna preguntando: ¿quién llenará estos vacíos de poder? Anticipé que no sería China. Tampoco creo que sea Rusia. ¿Entonces, quién?
Cuando escribí esa columna no sabía que, pocos días después, el Presidente Donald Trump anunciaría su decisión de retirar a EE.UU. del Acuerdo de París sobre el cambio climático, uniéndose así a Nicaragua y Siria, los dos únicos países que no lo firmaron.
Esta iniciativa de Trump ilustra bien el raro fenómeno de una superpotencia que cede poder sin que se lo quiten sus rivales. El ex secretario de Estado John Kerry la calificó de “grotesca abdicación de liderazgo”. Fareed Zakaria, un respetado analista, dijo que ese día Estados Unidos había renunciado “a ser el líder del mundo libre”.
Las reacciones a la salida de EE.UU. del Acuerdo de París también revelan incipientes pero interesantes tendencias. Miguel Arias Cañete, el comisario europeo de Acción por el Clima, dijo que la decisión de Trump “ha galvanizado” a los europeos y prometió que el vacío creado por EE.UU. sería llenado por “un nuevo, amplio y comprometido liderazgo”.
En EE.UU., tres gobernadores, 30 alcaldes, 80 rectores universitarios y los directivos de más de 100 grandes empresas anunciaron que llevarían a la ONU un plan conjunto para que su país cumpla con las metas de reducción de emisiones indicadas en el acuerdo aunque la Casa Blanca no lo apoye. Y en China, Shi Zhiqin, investigador del centro Carnegie-Tsinghua, pronosticó: “Si bien el gobierno de Beijing solo puede expresar su pesar por la acción de Trump, China va a mantener sus compromisos y cooperar con Europa”.
Así, el liderazgo en este campo está pasando de la Casa Blanca a las autoridades regionales y locales, a las empresas y a la sociedad civil. Y de EE.UU. a Europa y China.
Pero la lucha contra el calentamiento global no es el único ámbito donde EE.UU. se está replegando. Otro, y muy importante, es Europa. Esto lo hizo muy explícito Angela Merkel después de sus recientes contactos con Trump: “Los tiempos en los cuales podíamos contar con otros han terminado, tal y como lo he experimentado en estos últimos días. Los europeos debemos tomar el destino en nuestras propias manos”.
Es una interesante ironía que, sin quererlo, Trump pueda estar contribuyendo al resurgimiento geopolítico de una Europa que él desdeña y que ha estado agobiada por sus problemas económicos e institucionales, por la crisis de los inmigrantes, así como por el terrorismo islamista y el expansionismo ruso. Pero aún más importante es el espacio que se le abre a China para aprovechar el vacío dejado por la retirada de Estados Unidos.
Este declive de la influencia internacional de EE.UU. antecede a la llegada de Trump, aunque sus decisiones iniciales, como sacar al país del Acuerdo de París o del TPP, acelerarán el proceso.
¿Será entonces China el nuevo líder que dominará el mundo?
La expectativa de que así sea ignora importantes realidades que limitan la capacidad hegemónica del gigante asiático. Si bien China es una potencia económica y militar, también es un país muy pobre que enfrenta severos problemas sociales, financieros y medioambientales. Su modelo político tampoco parece muy atractivo para los ciudadanos de otros países. Esto no quiere decir que China no vaya a tener un claro liderazgo en algunos temas globales -como el cambio climático, por ejemplo-, o una enorme ascendencia en partes de Asia. O que no vaya a formar parte de las decisiones que afectan al mundo entero.
Pero una cosa es formar parte de las decisiones y otra muy distinta es ser quien las toma. Todo indica que hemos entrado en una era poshegemónica en la cual ninguna nación tendrá el dominio del mundo, como solía suceder antes. Desde esta perspectiva, la retirada de Estados Unidos no implica su irrelevancia. No será la superpotencia que solía ser, pero tampoco dejará de tener poder. El Pentágono, Wall Street, Silicon Valley, Hollywood y sus universidades continuarán siendo inmensas fuentes de influencia internacional.
¿Y la Casa Blanca? Menos que antes.
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El fenómeno del bajo apoyo a Goic
Si en algo coinciden las tres encuestas de mayor figuración pública: CEP, Cadem y Adimark, es en el bajo apoyo que tiene la senadora Carolina Goic en su contienda presidencial, pese al entusiasmo de su entorno y su partido. Más aún, pese al apoyo que le han dado lo que la opinión pública ha llamado las “viudas de Lagos”, tampoco tiene mayor repunte. Los errores no forzados de la candidatura de Guillier más bien los ha aprovechado el Frente Amplio y no su ex socia de coalición.
La propia candidata ha armado un discurso en base a la responsabilidad, apelando a ser un oasis en medio del desorden político, y quizá soñando que las personas quieren períodos pacíficos, sin retroexcavadoras, pero tampoco la restauración conservadora que ofrece Piñera. Su campaña parece ser una copia chilena de la de Hollande, que basaba su relato en el concepto del cambio tranquilo. O más cerca en la geografía, la famosa campaña de Fernando de la Rúa en Argentina que ocupaba como slogan “Dicen que soy aburrido”.
Pero lo que le funcionó a Hollande y a de la Rúa no le está sirviendo a Goic. No solamente por los distintos climas políticos. Ambos eran candidatos de oposición que se enfrentaban a gobiernos neoliberales en lo económico y estridentes en las formas. Una candidatura así podría funcionar bien en cuatro años más, si finalmente Piñera logra el objetivo de llegar a La Moneda, pero no hoy donde está en La Moneda la misma coalición de la DC, con un ministro del Interior de ese partido.
Pero sigue siendo difícil de explicar por qué una política correcta como la senadora Carolina Goic, con un buen historial de desempeño parlamentario, alejada de los líos de financiamiento de la política, moderada pero no conservadora, sigue estando con bajos resultados en las encuestas. En especial en una elección donde no hay ningún fenómeno estelar que marque el rumbo. No hay nadie comparable con Lagos-Lavín el 99 o Bachelet en 2013. Incluso Piñera tiene la cuesta más difícil que en su aventura anterior.
La razón más probable parece ser lo que explicó The Political Brain, el revolucionario libro escrito por un psicólogo en el año 2007 y que da otra explicación a por qué los candidatos tienen o no éxito en las elecciones, basándose en la elección Bush-Gore, donde el fracasado ex alcohólico derrotó a uno de los políticos más íntegros e inteligentes que tenía EE.UU. Westen, el autor del libro, plantea que en realidad las campañas no se pelean en el mercado de las ideas, sino en el mercado de las emociones.
Dicho en simple, las personas adhieren a una candidatura no porque sea mejor, sino por lo que emocionalmente les ocurre en su interior con lo que propone el candidato. Así se explica entonces por qué funcionó el aburrimiento de De la Rúa: porque era un contraste con los excesos de Menem. También, sin duda, explica el fenómeno de Bachelet, en especial por la ya histórica imagen de la Presidenta subida a una tanqueta militar rescatando a poblaciones damnificadas por las inundaciones en Santiago.
Carolina Goic no ha generado ninguna razón emocional para que la mayoría vote por ella. Es una política correcta y respetada, pero nada más. Además de ello, cada vez que sale en televisión lo hace principalmente hablando de política. Y como advierte la encuesta CEP, la gente está convencida de que las autoridades no se preocupan realmente de lo que les interesa a las personas. Y en ese espacio, la política y los enredos de la Nueva Mayoría no están. Goic necesita pronto una tanqueta, y no se ve en el horizonte.
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¿Se quiebra la alianza entre EE.UU. y Europa?
Es probable que la primera gira internacional del Presidente Donald Trump quede en la historia como una sumatoria de episodios fallidos e incómodos. Y en ese sentido, su etapa europea dejó no solo un importante conjunto de interrogantes, sino también un sentimiento generalizado de decepción y molestia.
Es que su debut en el Viejo Continente estuvo marcado por las críticas a sus aliados de la OTAN, a quienes enrostró que no respetaran el compromiso de destinar el 2% de su PIB a la Alianza Atlántica; y que en la cumbre de los G7 manifestara su rechazo al Acuerdo de París de 2015 (COP 21), del cual Trump acabó retirando a Estados Unidos.
La suma de todos estos episodios —en gran medida— es lo que llevó a la Canciller alemana, Angela Merkel, a romper su tradicional moderación y sin nombrar directamente a Trump, afirmó hace algunos días que “los tiempos en que podíamos depender completamente de otros está terminando. Lo hemos experimentado en los últimos días”.
No contenta con eso, Merkel agregó que “todo lo que puedo decir es que los europeos tenemos de verdad que tomar nuestro destino en nuestras propias manos”.
A modo de respuesta, Trump manifestó —siempre a través de su hiperactiva cuenta de Twitter— su molestia respecto del déficit comercial que EE.UU. mantiene con Alemania.
Evidentemente esto no significa que Berlín y Washington estén a punto de poner fin a una relación que tiene más de 70 años de existencia. Pero es una señal clara y categórica de las dudas que el gobierno alemán —al igual que muchos otros países europeos— tiene hoy sobre el gobierno de Trump.
Es cierto que durante sus dos periodos presidenciales, Barack Obama privilegió el reposicionamiento de Estados Unidos en el Asia Pacífico. Pero nunca dejó de lado la relación transatlántica, tan antigua como relevante, sobre todo al momento de enfrentar crisis como la guerra en Ucrania y las crecientes aspiraciones de Rusia en Europa.
Para Trump, sus prioridades están puestas en la reactivación de la economía, la generación de nuevos empleos, el aumento de los controles a la inmigración y la lucha contra el terrorismo yihadista. De modo que lo que ocurra al otro lado del Atlántico, hasta el momento, le resulta lejano e irrelevante.
En el contexto de una Unión Europea (UE) que aún sufre los efectos de la crisis del euro que arrastra desde 2010 y con un Reino Unido que ya inició el proceso para abandonar la UE a más tardar en 2019, Alemania se ha convertido en el actor político y económico más poderoso del bloque.
Y en ese contexto, Merkel ya empezó a estrechar los lazos con el Presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien es abiertamente “pro Europa”, y que en varias ocasiones ha insistido en la necesidad de revitalizar el eje franco-alemán y “refundar” la UE.
Durante la campaña presidencial del año pasado, los dichos de Trump respecto de la política exterior de EE.UU. adelantaban una especie de “neo aislacionismo” que acabaría dejando vacantes espacios de poder a nivel mundial que podrían acabar siendo llenados por Rusia. Algo que Vladimir Putin veía, hasta hace muy poco, con gran interés.
Sin embargo, lo más probable es que —en la medida que Merkel gane un cuarto mandato en las elecciones generales de septiembre próximo— veamos un protagonismo aún mayor de Alemania en función de la estabilidad política y económica de Europa. Algo que con el tiempo podría incomodar a otros países de la UE, que no desean que las políticas comunitarias empiecen a ser dictadas desde Berlín.
Mientras tanto, el vacío de liderazgo que está dejando Trump, ha puesto a Merkel —junto con Macron, ciertamente— a cargo de reimpulsar a la Unión Europea y a la OTAN. Una oportunidad para que, tal como lo planteó la Canciller alemana, los países europeos aumenten su compromiso en este proyecto transnacional.
La pregunta que aún no es posible responder es con qué clase de Europa se encontrará a futuro el sucesor de Donald Trump, quien —sin duda— tendrá que hacerse cargo de las consecuencias de la impredecible política exterior del actual gobierno estadounidense.
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La felicidad de Marías
Me he acordado de Javier Marías, el escritor español -autor de libros como Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí-, luego de que el Real Madrid barriera en la final de la Champions contra la Juventus. No ha sido una evocación caprichosa; Marías es un hincha confeso, casi fundamentalista, del Madrid. En la víspera del duelo en Cardiff, Marías había escrito una columna dando cuenta de la crueldad de ambos finalistas. El feroz sustantivo, en el caso del campeón italiano, lo circunscribía a los tifosi albinegros y ponía por ejemplo cómo ellos se burlaban del trágico accidente aéreo ocurrido en mayo de 1949, donde hubo 31 muertos, entre ellos 18 futbolistas del Torino, el clásico rival de la Juve. La crueldad, en lo que toca al Real Madrid, Marías la reservaba para lo que era capaz de hacer el equipo en cancha. En las últimas líneas escribía: “La Juventus sabe que el Madrid tiende a ganar las finales de esta competición. Si además recuerda el famoso cabezazo de Zidane a Materazzi, deberá ser ella la que se eche a temblar”.
Tenía razón, Marías. Los temores terminaron por pasarle la cuenta a la Juve. Los temores y un rival que atraviesa un momento único y que les ha llevado a ganar tres de las últimas cuatro Champions League, enterando así seis finales sin conocer la derrota -desde que la ganó en 1998, paradojalmente ante el mismo rival, Juventus.
Pareciera que, si tomamos lo que hizo en la liga española, el Madrid vuelve a ser el que siempre fue, un equipo que sólo sabe ganar. Ya lo decía el mismo Javier Marías en esa colección de columnas publicadas en el diario El País en los 90, y que tomaron forma de libro bajo el título de Salvajes y sentimentales: “Se dice que los madridistas no sabemos perder, y nada más cierto, no estamos acostumbrados a ello. (…) Uno se acostumbra a ver el fútbol desde un estado de ánimo determinado, y el de los madridistas era un estado de confianza con una expectativa de lujo y derroche: no sólo se ganaría, sino que cabría el adorno y sobrarían algunos goles”.
De la mano de Cristiano Ronaldo, el Real Madrid modelo 2017 parece estar en la línea de lo que escribía Marías, goza de ese estado de confianza que obliga al lujo y, en cierta medida, al derroche. Porque en un principio, en Cardiff, la Juve fue la que se vio en mejor forma, al punto que muchos creímos que esta final sería la oportunidad que el gran Buffon estaba esperando para alzar, en la parte final de su carrera, la Copa. Fue precisamente Cristiano Ronaldo quien se encargó de negarle el trofeo al portero italiano anotando con maestría el primer gol y volviendo a marcar cuando el partido ya estaba 2-1 a favor de los merengues.
A pesar de que por estos días la Feria del Libro de Madrid lo tiene subsumido, imagino cómo habrá vivido Javier Marías este nuevo título de su equipo. Según propia confesión, el fútbol “es una de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera -exacta- en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperación semanal de la infancia”. Habrá vuelto a ser niño entonces, y habrá corrido gritando por la calle del barrio, revoleando, ante quien quisiera verlo, la camiseta blanca del, hoy por hoy, equipo más grande del mundo.
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