Óscar Contardo's Blog, page 161
June 5, 2017
Cuando miras hacia atrás
A la salida del metro del parque O’Higgins los vendedores ofertan credenciales de fantasía, cintillos y gorras con el nombre de Miguel Bosé. No hay diferencia alguna con el merchandising de cuneta ante la visita de cualquier ídolo juvenil con un tercio de la edad del protagonista de la noche con 61 años, y cuatro décadas exactas como astro de la canción hispanoamericana. En el interior del Movistar Arena un corazón blanco de papel espera en cada butaca con la leyenda “te agradecemos subir el corazón SÓLO en la canción ‘ESTARÉ’”, que da título a esta gira conmemorativa, sin embargo un corte nuevo escrito por el español a sus hijos. El pedido fue respetado a medias por el público mayoritariamente femenino. En los conciertos de Bosé, a diferencia de estrellas similares, la composición etárea siempre resulta diversa, desde la tercera edad hasta chicas en el adiós de la juventud. Sigue siendo atractivo no solo por su figura, sino porque Miguel Bosé nunca ha subestimado a su gente, jamás. Lleva 40 años oficialmente como una estrella romántica, pero casi como una obsesión rehuye los lugares comunes de su territorio estilístico.
Esta gira conmemorativa ejemplifica esa moral del español. Cualquier artista transforma un aniversario en una celebración nostálgica utilizando viejas imágenes a toda pantalla gigante, como si se tratara de revisar un álbum de fotografías y recortes. En el rock es moneda común, pero Bosé prescindió con elegancia de ese recurso. Fue nostalgia con estilo.
En mejor condición vocal que en la visita de marzo del año pasado, cuando llegó a Santiago a rematar Amo tour con voz quebradiza, Bosé montó un show de grandes éxitos aplicando matices. Si en 2016 sus acompañantes vestían de blanco, esta vez fue de negro. A la manera de una secuencia de créditos, los músicos aparecieron uno a uno mientras sus respectivos nombres surgían en pantalla. Las canciones se sucedieron con rapidez pero sin ánimo febril. Desde Sereno, la primera, el público olvidó las butacas y se embarcó en un karaoke constante. Duende fue cantada completa por la asistencia y hubo alaridos en Nena ante algunos de sus más reconocibles pasos. Luego saludó subrayando que estos 40 años de música los “hemos construido juntos”.
Visualmente ofreció la sofisticación habitual. Donde otros montan escenografías torpes recreando la urbe, instalan una orquesta o un cuerpo de baile hiperactivo, el concepto de Bosé se refugia en un coro que sigue sus movimientos sincronizadamente, a veces con la complicidad de algunos músicos como ocurrió en Mirarte, cuya representación tuvo la categoría de un musical. En la introducción de Nada particular, éxito de 1992 que aborda el tema de los refugiados y víctimas de guerras, habló del ataque en Manchester y lo sucedido en Londres este fin de semana. Mencionó a Trump y su política de muros. Hilvanó todo en torno a un mensaje de paz parte de un guión (tuvo palabras similares en Buenos Aires hace unos días), interpretado con sinceridad. Así, la pieza alcanzó alturas litúrgicas.
“Ha llegado el momento de dar un salto enorme hacia atrás”, dijo después, refiriéndose a 1977 sin mencionar el año para introducir clásicos de los primeros tres lustros incluyendo Amiga, Morir de amor, Creo en ti, Linda, Hojas secas, Superman, Don Diablo y La Chula. Miguel Bosé sonrió como un chico en ese bloque de canciones de sus primeras etapas que alguna vez -tal como su adorado Bowie sobre su primer repertorio- prometió desterrar. Suerte que no cumplió. Aquellas canciones, como la mayoría de lo que vino después, son peldaños irreemplazables de una obra mayor en la historia de la música popular hispanoamericana.
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País de las maravillas
Al escuchar la última cuenta pública de Michelle Bachelet me pregunté, igual que muchos chilenos, en qué país vive la Presidenta. Pareciera que en el “país de las maravillas”, igual que Alicia. Como dijo un senador, más que una cuenta pública, fue un “cuento” público. Su descripción de éxitos y logros muestra una total desconexión con el Chile real y no puede estar más alejada del sentir mayoritario del país, donde 7 de cada 10 chilenos creen que vamos por un camino equivocado.
“Hoy Chile es mejor que ayer”, planteó Bachelet con un voluntarismo y obstinación que desconocen absolutamente la contundente realidad. Hay menos crecimiento -pasamos de un 5,3% promedio a un magro 1,8%-; hay menos empleo -bajamos de un promedio anual de 254 mil a 80 mil- y de menor calidad; hay menos inversión -llevamos tres años con cifras negativas-; en resumen, menos oportunidades. Y la lista que podría enumerar es larga: salud, educación, Transantiago, delincuencia, violencia en La Araucanía.
Pero la Presidente decidió hablarle a su mundo, al 18% que respalda su gestión según la última encuesta CEP, y se olvidó de la mayoría de los chilenos y sus problemas. Trató de convencernos de que hay que seguir haciendo las cosas igual, cuando la mayoría de los chilenos quiere un urgente cambio de rumbo. Cero autocrítica, pura autocomplacencia, que omite la mochila de malas reformas que dejará su gobierno, que estancaron la economía y paralizaron el progreso social. El aplauso de la NM y de sus presidenciables es la mejor señal de que ellos creen que se debe continuar por el mismo camino. Que no vengan después a “lavarse las manos” como los hemos visto por puro interés electoral.
Además, la Presidenta hizo una serie de anuncios y promesas que sabe que no podrá cumplir. A ocho meses de que termine su mandato, ¿alguien cree que se podrá avanzar en los proyectos que prometió enviar al Parlamento? Son actos testimoniales, para la galería, que no tendrán efecto alguno o que buscan dividendos electorales: el matrimonio igualitario, la nueva Constitución, el Plan Araucanía, la reforma a las pensiones. Bachelet sabe que llegarán a un Congreso donde campea el desorden y división de su propia coalición, que sigue sufriendo los embates de tener dos candidatos presidenciales y, lo más probable, dos listas parlamentarias. La Moneda sabe que en lo que queda de gobierno es muy difícil avanzar.
Es ese mismo contexto el que la hizo transformar su cuenta pública en un meeting político donde, en vez de hablarle a todos los chilenos como corresponde en este acto republicano, optó por llamar a la unidad de la NM. Muy tardíamente, Bachelet intenta asumir el liderazgo de su coalición, el mismo que se rehusó a ejercer durante tres años y medio.
Probablemente en ello tuvo que ver el clima de pesimismo oficialista de cara a las elecciones, que volvió a recibir un balde de agua fría con los resultados de la CEP, donde el expresidente Piñera tiene un gran resultado. Aparece como ganador de las primarias de Chile Vamos y en primera y segunda vuelta. Pero, ojo, aún queda mucho trabajo por delante. La campaña para las primarias recién comenzó; aquí no hay carreras corridas.
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Horizonte más claro
La elección presidencial será estrecha entre Sebastián Piñera y Alejandro Guillier, aunque hoy la derecha tiene mayor chance de ganar. ¿Puede triunfar Guillier?
Para responder, analicemos lo que pasó y lo que viene. Las últimas dos encuestas fueron realizadas en un periodo complejo para Guillier. En esos días se sintió el efecto de la decisión del Partido Socialista, que decepcionó a muchos que respaldaban a Lagos, y también el remezón de la DC al llevar candidato propio. Además, emergió fuerte Beatriz Sánchez. Y para no ser menos, asomaron diferencias del candidato con los partidos y entre los mismos partidos. Aun en tales circunstancias, dos importantes encuestas vaticinan que Guillier pasaría a segunda vuelta y quedaría a muy corta distancia de Piñera.
Salvo eventos inesperados, las condiciones irán siendo más propicias para la centroizquierda y esa brecha se puede revertir ¿Por qué? Guillier posee tres rasgos favorables para crecer. Primero, es el mejor evaluado de la lista de políticos (44 % positivo-21% negativo, CEP), mejor que Piñera (35% positivo-35% negativo). Segundo, ha afincado su imagen independiente, cualidad apreciada por la gente. Tercero, es reconocida su honestidad y austeridad, y es garantía la separación de dinero y política.
El resultado dependerá de la estrategia y de la inteligencia política para ejecutarla. ¿Qué hacer? Primero, preservar la unidad y los puentes con la Democracia Cristiana. Creo que podemos aún desembocar en una lista parlamentaria única, lista de gobernadores única y un programa único. Hay amplio margen para convenir condiciones de convergencia, estar juntos en la segunda vuelta y conseguir la mayor cantidad de parlamentarios para sostener a un futuro gobierno. En seguida, asegurar un respaldo activo de los partidos y una mejor coordinación con el gobierno para lograr resultados positivos. El llamado de la Presidenta a la unidad de los “demócratas progresistas” debe ser acogido.
Tercero, la campaña presidencial debe perfilar los ejes prioritarios de gobierno. En particular, reducir la vulnerabilidad que sienten millones de personas, garantizar el avance de la gratuidad de la educación superior y la educación pública y privilegiar la salud pública y pensiones justas. Su campaña debe identificar nuevas formas de participación, y advertir el carácter elitista de las propuestas de derecha.
Y debe asumir con fuerza el desarrollo económico, con innovacion, productividad, tecnología, formación técnica, ambiental y socialmente sustentable, desafío crucial de Chile. De este modo se contrarresta el ataque persistente contra Alejandro Guillier, cuestionando su capacidad de gobernar.
Creo que la mayoría de los chilenos anhela más acuerdos y menos polarización. Guillier y Goic representan entendimiento y voluntad de cambio, gradual, con sensatez y mayoría ciudadana. La situación está abierta. La centroizquierda puede ganar. La tarea es trabajar unidos, con la gente y cometer pocos errores.
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Nuestra mayor falla
Durante sus casi 500 años de historia, Santiago ha probado ser una ciudad resiliente a los desastres urbanos. El último siglo sobrevivimos a seis terremotos, 18 erupciones volcánicas, 10 temporales con inundaciones y 14 aluviones con desborde de cauces. Si a estos shocks puntuales agregamos estreses crónicos como la contaminación ambiental, los efectos de la segregación espacial o la compleja gestión de movilidad urbana sin duda los santiaguinos, al igual que el resto de los chilenos, somos duros de matar. En este contexto, cobra relevancia que el Gobierno Regional de Santiago y el programa 100 Ciudades Resilientes de la Fundación Rockefeller, hayan institucionalizado una Dirección Ejecutiva de Resiliencia, que acaba de lanzar la “Estrategia de Resiliencia de la Región Metropolitana: Santiago Humano y Resiliente,” disponible en www.santiagoresiliente.cl .
La Estrategia aborda en forma holística, transversal e integradora seis pilares clave de la resiliencia urbana: Gestión de Riesgos, Medio Ambiente, Movilidad Urbana, Equidad Social, Seguridad Ciudadana y Desarrollo Económico; estableciendo 21 objetivos y 75 planes, programas y acciones concretas para enfrentar los riesgos y desafíos futuros. Dentro de la Estrategia, se invitó a siete centros de estudio a realizar un informe de “Profundización Académica” respecto al estado de los seis pilares.
El “informe de Gestión de Riesgo Sísmico” elaborado por el Programa de Reducción de Riesgos y Desastres -Citrid- y el Programa de Riesgo Sísmico -PRS- de la Universidad de Chile, junto con realizar un exhaustivo análisis de los estudios existentes y condiciones geológicas de la Región, advierte que el peligro sísmico en la Región Metropolitana es alto, particularmente respecto de eventuales sismos corticales asociados a la falla de San Ramón, emplazada en el pie de monte cordillerano del sector oriente de Santiago.
Los sismos corticales, por tener epicentros muy cercanos a la superficie, son altamente destructivos, no están incluidos en la zonificación sísmica del país y no están integrados en las normas sísmicas nacionales. Estudios han establecido escenarios posibles sobre la ocurrencia de un evento sísmico importante en la falla de San Ramón con desplazamientos promedios de 1 a 4 m, y magnitudes comprendidas entre 6,6 Mw y 7,4 Mw. Un sismo de estas características sería extremadamente destructivo para la región. La alta concentración de personas, bienes y estructuras, entre ellas un reactor nuclear, cinco hospitales y clínicas, varias universidades, colegios y miles de viviendas; junto con la exposición a un alto peligro sísmico, hace de vital importancia identificar y caracterizar la amenaza sísmica de la región y establecer estudios de estimación del riesgo sísmico que permitan prevenir, mitigar, transferir riesgo, y preparar un potencial impacto.
El PRS inició en 2016 un proyecto de simulaciones de terremotos en la falla de San Ramón, de manera de estimar el peligro sísmico asociado a ella y que incluye una red de 12 sismógrafos que permitirán monitorear la actividad en la falla.
Para no subestimar el riesgo sísmico en la región, ni alarmar irresponsablemente a la población, es necesario continuar con una caracterización de la amenaza sísmica, incorporando las vulnerabilidades físicas y sociales. Si no lo hacemos, sin duda ésta podría ser nuestra mayor falla.
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June 4, 2017
Del entendimiento
El lunes pasado, un grupo de dirigentes de los transportistas se reunió con el ministro del Interior, señor Fernández, para solicitarle medidas. Estaban, parece, algo molestos con los más de 200 camiones que han sido quemados por el brazo armado de la CAM cuando pasan por la región, la cual ese grupo reclama como territorio privado de la etnia mapuche. No es primera vez que dichos empresarios recurren a las más altas autoridades y no es la primera vez que salen con las manos vacías. Fernández sólo les ofreció poner “una caseta más” en la ruta, algo así como un quiosco de diarios con un policía bostezando en las largas noches de invierno. Para coronar el ofertón les donó lo que las víctimas del regalo describieron como una “clase magistral en derecho constitucional”. ¿Y qué decir de las palabras presidenciales en su cuenta pública? Nos quedamos con la impresión de que la señora Bachelet preside un país más imaginario que el individuo imaginario de Nicanor Parra. Su tono frenéticamente político y maniqueo, su llamado a eliminar los “vestigios” del modelo liberal y todo eso mezclado con afirmaciones tales como la del nene que recibió un computador azul tal como él quería suenan, es de temerse, a artefacto verbal muy por encima o muy por debajo del pedestre entendimiento. Agréguese que lo dijo mientras una horda de descerebrados atacaba la Comandancia de la Armada y la Confech anunciaba un paro nacional.
Son la clase de declaraciones que traen el recuerdo de las disquisiciones de Hegel sobre la naturaleza del entendimiento. No es la facultad más alta de todas, explicaba el filósofo, pero permite comprender hasta cierto punto cómo opera la realidad. Agregamos: siempre que visiones y consignas fallidas no interfieran. Hay que andarse con cuidado porque una vez que eso sucede resulta casi imposible rectificar. La lentitud del progreso humano tiene parcialmente esa causa; otro factor es el interés creado por mantener vigentes los idiotismos imperantes. De ahí la condena de Galileo y las manos vacías del gremio.
Fragilidad
Frágil facultad es, en efecto, la del entendimiento. Alejandro Navarro acaba de definir a Venezuela como dueña de la democracia más sublime del planeta y es sólo una de entre innumerables perlas por el estilo que hemos oído estos años. Vivimos, es verdad, una “transformación profunda”: la sustitución del sentido común por los cantinfleos, las generalidades y las frases vacías. Es cosa grave porque mucho depende de la calidad de las elites. El ejército mejor armado va a la derrota si lo conduce un inepto y la empresa más fuerte va a la quiebra si su nuevo CEO resulta un idiota. Chapaleamos en medio de una de esas situaciones de revoltijo histórico que llevan al poder no a una o dos personas deficitarias, sino a enteras subculturas de ese talante.
Chile, hoy
Es el caso, hoy, de Chile. Ha habido cuatro años para evaluar los dichos y hechos de quienes conducen la nación y tal vez hayan sido más que suficientes, aunque si se desea ser más riguroso puede hacerse el arqueo del entero pasado de esa subcultura. La historia está repleta de experiencias similares en mayor o menor escala. Hoy se ven ejemplos con caracteres de farsa o de triste remedo en varios países de América Latina. Estamos sumándonos al elenco.
El desbarajuste se palpa en todo: en las cifras, en los resultados, en los programas, en iniciativas legales contrahechas y en discursos ridículos. Su raíz no es un error o varios, la “descoordinación” o una inadecuada “comunicación”, sino la flora invasiva y tóxica de una ineptitud sistémica derivada de un Nuevo Testamento de mala calidad. Alimentados de ese modo, inevitablemente sus devotos se hacen propensos a caer en una equivocación tras otra tal como el alcohólico de la familia cae en una borrachera tras otra. No ayuda a reparar ese déficit la proveniencia del feligrés de dicho evangelio, quien suele emerger del pool humano producido en serie por las “ciencias sociales” tal como se las mal entiende en Chile. Es gente formada con los documentos del mar muerto de teóricos añejos, el carrerismo académico y una erudición más al tanto de la vida, pasión y muerte de Michael Jackson que de cómo usar la regla de tres simple. Vienen además de un medio social y cultural repleto de rabiosas cuentas por cobrar que se arrastran por generaciones y a las que intentan compensar con una inflación ególatra, la cual los persuade de ser los salvadores de la galaxia.
Ejemplos
No hay tema en que eso no se manifieste. Ya sea que hablen del terrorismo, de los pueblos originarios o ancestrales, de los brotes verdes o de la amistad entre los pueblos, es notorio que nunca los cultores del género han examinado los axiomas sobre los cuales edifican sus retóricas. En vez de reflexionar en qué significa terrorismo y en qué condiciones existe se limitan a cacarear el cliché acerca del “terrorismo de Estado”, conducta en la que aparentemente caería todo Estado por el solo hecho de perseguir policialmente a quienes cometen actos de violencia. No importa que los hechores no sean miembros de un pueblo entero agitando infinidad de banderas como en las óperas chinas, sino de una agrupación específica, como ella misma lo deja muy en claro en sus comunicados; aun así se sigue parloteando sobre la “lucha del pueblo mapuche”. Es la sustitución masiva de la realidad concreta por palabrería insustancial.
Por doquier
Los miembros de esta subcultura son numerosos. Han invadido el Estado “terrorista” que al menos tiene la virtud de pagarles muy bien sus desvelos, pululan en todos los poderes públicos, hacen nata en la burocracia, brotan a raudales en los municipios donde suman miles de empleados fantasmales sin otra materialización física que la necesaria para el día del cobro y han sido capaces, además, de colonizar el mundo universitario, convertido en un paraje donde predomina no el estudio ni el esfuerzo sino el matonaje político disfrazado de acciones combativas. Dominan también gran parte de las comunicaciones, donde o por necesidad o por miedo o por oportunismo o cualquiera combinación de dichas variables un número abrumador de “comunicadores” se limitan a repetir las consignas aprobadas por el comité central de las barras bravas. De hecho han instalado como referente semántico, sintáctico y programático del hablar y el pensar la casi totalidad de su marchito catecismo. Como discurso políticamente correcto dicha palabrería incapaz de resistir el menor escrutinio lógico establece “el marco teórico y ético” dentro del cual es necesario moverse si no se desea ser puesto en la lista de proscritos a la espera de una ejecución a conveniencia de los verdugos, por ahora limitados al veneno que derraman en las redes sociales.
Ilusiones
Lo curioso es constatar que los miembros de esta subcultura más bien incompetente se atribuyen, al contrario, las más altas facultades espirituales. Creen representar los Verdaderos Principios de la Humanidad y saben lo que el país necesita. En ocasiones y para dar muestras de su superioridad citan la larga hilera de artistas y celebridades del entertainment que se pliegan a su confesión religiosa. Es una estadística que debe examinarse con detalle; a menudo la destreza para componer versos aprobados por la Cheka no equivale a capacidad intelectual para discriminar entre lo verdadero y lo falso. Más aun, posar de poeta es cosa distinta a ser buen poeta. El Olimpo no se parece mucho a las “peñas literarias”. La presunción de la “intelectualidad de izquierda”, instalada en los años 20 del siglo pasado, tiene mucho de alarde y no poco de oportunismo. Un intelectual progresista tenía mejores opciones de ser aplaudido, publicado, premiado y mimado si caía de hinojos ante la Verdad Revelada y aun hoy eso sigue siendo válido. Hablamos, además, de las llamadas “humanidades” porque en las ciencias dicha prevalencia es inexistente. Hoy, año 2017, son pocos los estudiantes de carreras arduas -¡las terribles matemáticas!- que se hayan visto desfilando del brazo con comandantes y combatientes. Tienen cosas más importantes que hacer.
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Enrevesado
Un hombre de Estado extranjero de cuyo nombre no debo acordarme, mirando el actual panorama político que tiende a prevalecer en el mundo, decía hace poco tiempo: “Somos los últimos dinosaurios de la ilustración, somos el racionalismo, hoy es tiempo de actores, payasos, oportunistas, llorones en la televisión, marquetineros y yerbas parecidas”.
Naturalmente, hay excepciones, todavía hay quienes creen en los valores de la ilustración, poseen convicciones democráticas profundas y tienen la capacidad de no ceder ante la tentación facilista del populismo en cualquiera de sus formas. Sin embargo, la búsqueda de salidas políticas constructivas que no obedezcan al dictado del gran dinero, pero tampoco al impulso de cerrarse al mundo, que comprendan el valor de la riqueza y de la diversidad, son cosas que no podemos abandonar como atributos de un pasado jurásico, ni siquiera cretácico.
Son valores indispensables para construir una modernidad del futuro capaz de preservar la acumulación civilizatoria y resguardarnos de una regresión a la barbarie, por más que ese mundo bárbaro desborde de tecnología. Esas excepciones ilustradas se reflejan en el accionar de políticos en los países nórdicos, en la Alemania de hoy, en Portugal y quizás se abra un espacio en Francia. Sin embargo, en esta fase difícil de la historia tienden a predominar en política personajes menores, baste mirar nuestra América Latina, donde los nombres respetables que dirigen los actuales gobiernos son relativamente pocos, y eso pese a que algunos de los menos frecuentables ya no están.
“De todo le tenemos”, cómicos estafadores, farsantes con lenguaje revolucionario, tontorrones autoritarios y caraduras sin límites. Algunos de ellos, aunque fueron elegidos en elecciones democráticas, se volvieron poco amigos de las reglas democráticas y desean quedarse largo tiempo en el poder.
Esta situación todavía no tiene efectos dramáticos en la región en los aspectos económicos y sociales, porque hasta el 2013 tuvimos 10 años de bonanza, en la cual los países tuvieron la posibilidad de crecer económicamente y mejorar sus indicadores sociales. Solo Venezuela lo despilfarró y terminó en una verdadera crisis. La crisis de Brasil es diferente, obedece a un fenómeno de corrupción gigantesco.
Pero ya han pasado cuatro años de un crecimiento menor en la región, incluso dos años de decrecimiento como promedio. La recuperación se anuncia lenta y las aspiraciones y el descontento amplio, especialmente en los sectores que habían abandonado la pobreza, pero no la precariedad y que sienten el piso crujir bajo sus pies.
Para enfrentar esta situación se requerirá una gran capacidad política, que es justamente lo que escasea cruelmente.
De otra parte, el entorno internacional es incierto. Aun cuando las proyecciones económicas tienden a mejorar muy parsimoniosamente, el cuadro geopolítico se vuelve cada vez más complejo.
En Europa se tienen que conjurar muy bien los astros en Francia y Alemania para invertir la actual tendencia al debilitamiento. A Putin ya lo conocemos, no jugará sus cartas por un fortalecimiento de la democracia ni de la apertura a nivel mundial. Xi Jinping nos mirará sonriente, preocupado solamente por el potenciamiento de China, sin que nunca sepamos en qué está pensando, por supuesto no es en la democracia.
Pero la incertidumbre mayor es con Donald Trump. Como señala el periodista de República Vittorio Zucconi, “no es el primero de los presidentes que entra a la Oficina Oval sabiendo poco del mundo”, pero los anteriores al menos lo sabían y se esforzaron por aprender, incluso Reagan, a quien la lectura no atraía, mostraba gran paciencia para escuchar los informes y que después se los explicaran.
El Foreign Policy nos señala que Trump, pese a sus 71 años, tiene algunos rasgos infantiles, entre ellos que su capacidad de concentración sobre un tema no se extiende más allá de cuatro minutos, esto hace que sus consejeros deban presentarle solo una hoja por tema, pero la hoja debe ser tamaño carta y a doble espacio.
En cualquier negociación puede decir una frase inoportuna, pues el bagaje político cultural de Trump puede pasar por el ojo de una aguja, pero no para ir al cielo, sino para armar un infierno. “El mundo está en las manos de un niño”, ha dicho David Brooks en el New York Times, y no pareciera ser un niño prodigio.
Conviene quizás dejar de criticar a los demás y preguntarnos cómo andamos por casa. Parecería que más o menos no más. Es cierto que los personajes de sesos menos avivados y de alto colorido parecieran ser marginales en la actual campaña presidencial. Entre los aspirantes con posibilidades, si bien ninguno deslumbra por sus dotes de estadista, tampoco ninguno provoca espanto.
Pero el cuadro político que se ha conformado por múltiples causalidades, pero no del todo ajeno a la acción del gobierno y de los partidos que lo sustentan, no es muy brillante para el progresismo. Nos encontramos con tres realidades configuradas en los últimos cuatro años.
La primera es que la derecha, que estaba en pésimas condiciones, con divisiones profundas y dramas electorales, hoy aparece en lo grueso unida tras un candidato a quien la economía acompañó en su gobierno con ternura, pero que políticamente fue malito. Hoy, sin embargo, quizás injustamente, la gente lo encuentra mejor de lo que fue, por vía comparativa. La desenvoltura del candidato en el manejo de sus negocios, tal vez por costumbre, parece solamente indignar a sus opositores convencidos.
La segunda realidad es que la centroizquierda está dividida y su nombre de fantasía periclitado, pero, sobre todo, su horizonte está herido. De tanto menospreciar su historia, acelerar su ritmo, perder la buenas costumbres, pelearse a más no poder y despreocuparse de la solidez reformadora en pos de una ansiedad refundadora, sus candidatos tienen dificultades para encarnar aquello que fue el corazón del éxito, la conjunción de una socialdemocracia moderna y un socialcristianismo progresista.
La tercera realidad es la conformación de un bloque de izquierda radical que se conformó al calor de los excesos discursivos de un sector de la izquierda cuyo amor no fue correspondido. Los líderes de este bloque, que puede ser competitivo, dan muestras hasta ahora de un radicalismo simplista, que puede encender pasiones, pero no convencer con razones. En verdad se sabe poco de la contundencia de las fuerzas que lo apoyan y en qué consiste su mirada larga más allá de la crítica a casi todo lo que se mueve.
Quién sabe cómo se desarrollará este cuadro en los meses por venir. En todo caso, quienes con autonomía nos ubicamos en un espacio de una centroizquierda abierta a la modernidad, democrática y progresista, no la tenemos fácil.
Por ahora estamos enrevesados.
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Lugares que hablan: la risa
Hay dos tipos de fama televisiva. La primera es fulgurante y consiste en ese enamoramiento repentino que el público tiene con alguna celebridad, amparado en la fascinación que causa esa cualidad indeterminada llamada “ángel”. La segunda es más compleja porque no es automática y compete a personajes cuya celebridad es en realidad fruto del tiempo y del esfuerzo, de la capacidad de algunos personajes para reinventarse a sí mismos una y otra vez, empecinados en lograr una conexión con el espectador porque en ese lazo hay algo parecido a la felicidad y al éxito.
Francisco Saavedra es un ejemplo de esta peculiar versión de la fama. Lleva en Canal 13 muchos años y ahí ha ido pasando de un programa a otro sin demasiada estridencia, ganándose de modo paulatino el cariño del público en programas como Alfombra roja o Bienvenidos, constituyéndose como un rostro reconocible y, para muchos, entrañable. Lugares que hablan (sábados a las 22 horas) es su canto del cisne: un show donde recorre el país para mostrar la vida y los rostros de los habitantes de localidades remotas al modo de un mapa simbólico de la identidad nacional. Hasta ahí todo bien. Nada nuevo, pues se trata de un show de manual que ha terminado por convertirse en un sinónimo de nuestra jibarizada televisión cultural, en un formato parecido a las notas turísticas de Don Francisco, La tierra en que vivimos o Tierra adentro.
Pero Lugares que hablan no tiene mucho que ver con ellos. O sí tiene, pero es algo solo aparente, algo que cada capítulo termina desechando para volverse otra cosa, infinitamente más extraña o divertida. Porque Saavedra ama la cámara y la cámara aprendió a amarlo a él. Es imposible pensar en alguien más feliz de salir en televisión: no hay nadie que goce tanto con su propia exhibición al punto de ser capaz de transmitirle al espectador esa alegría como un fogonazo de asombro, usando la risa como una herramienta para construir una fraternidad automática. Eso, porque en el show importa poco el destino de cada semana, lo que vale es cómo su conductor lo recorre, cómo aquello le permite volverse simultáneamente un payaso, un confesor y un amigo de quienes visita.
Así, ver Lugares que hablan es someterse al espectáculo que Saavedra despliega de sí mismo, hecho de su perenne condición excéntrica y su interminable curiosidad infantil. Gracias a lo anterior, es capaz de mezclar el candor con la ridiculez sin demasiada culpa mientras se desnuda apenas puede, se baña en aguas heladas, recorre caminos de tierra, prueba comidas típicas y le tira chistes sexuales a los lugareños. De este modo, las costumbres de Aysén, Chiloé, el norte Grande o el que sea lugar donde esté grabando; solo pueden ser juzgadas a partir del modo en que él se relaciona pues el sentido del paisaje solo existe en la forma en que Saavedra lo percibe, casi siempre como la comedia atolondrada de un turista despistado que busca el secreto perdido de la identidad ahí donde la cotidianidad es en sí misma una forma de la tradición.
Pero a veces esta pauta cambia y el programa crece. Hace unas semanas, Saavedra fue al Alto Bío-Bío y visitó varias comunidades mapuche. Todo estuvo dentro del rango del show (costumbres típicas, ceremonias, preparación de comida, conversaciones sobre medicina natural, un análisis de la orina del conductor) hasta que una de las entrevistadas le dijo que sus ancestros estaban en un cementerio pehuenche que había sido inundado cuando se construyó la represa de Ralco, en el año 2004.
Aquello no estaba en la pauta. Saavedra no conocía el hecho. Cualquier chiste terminó ahí. La mujer explicó la situación: cómo habían sido traicionados, cómo los acuerdos se habían roto, cómo los restos de sus seres queridos eran imposibles de visitar o ser trasladados. Al día siguiente Saavedra visitó el lugar, que era una especie de túmulo funerario donde los deudos venían a ver sus muertos sumergidos. Era lo poco que les quedaba: el borde de un paisaje que el presente había devorado y del que la televisión solo podía testimoniar como una postal sin sentido, mezquina en su crueldad, conmovedora en una distancia compuesta de silencio.
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Estancados
Fue la semana de las encuestas. Se conocieron los sondeos de Adimark y del CEP, que son las más esperadas, aunque a la última se le atribuye un valor de “oráculo” desde hace ya décadas. Asimismo, semanalmente intenta hacerse un espacio en la credibilidad Cadem.
Al revisar todas, más allá de los detalles, puntos más o menos, y del debate sobre la fiabilidad de los distintos métodos de levantamiento de la información, arrojan un resultado común: los candidatos están estancados en una suerte de techo propio y no se advierte qué puedan hacer para cambiar la situación, que haga una diferencia. El único que puede jactarse de un cambio relevante en los sondeos es Manuel José Ossandón, que en la CEP, comparando con el sondeo anterior (diciembre 2016), experimenta un incremento en las preferencias de 2% a 5,4%, posicionándose en el cuarto lugar en el ranking de presidenciables, y mejorando significativamente su evaluación. Y todo ello sin siquiera haber incrementado su nivel de conocimiento, que se sitúa apenas en el 61%, lo que le asigna la expectativa de crecer más, en la medida que se hiciere más conocido. Quizás se está beneficiando de una cierta tendencia a definirse a propósito de las primarias; como asimismo, que se demostraría que la crítica a Piñera no es tan mal negocio, después de todo.
Por otra parte, respecto de Beatriz Sánchez también hay un cambio significativo, pero entre encuestas y para peor, a quien la CEP le asigna solo un 4,8% de las preferencias, que contrasta con entre el 9% y 11% que le asignan los otros sondeos. Incluso ya en estos había frenado su vertiginoso crecimiento, para estabilizarse en esas cifras. Por lo mismo, forzoso es concluir que demostró gran capacidad para recoger (desplazando a Mayol) su votación “natural”, que tiene su núcleo duro en segmentos jóvenes, de niveles medios y altos. Pero que recoja preferencias entre la población adulta y de estratos medios o bajos, ya es otra cosa, cuando -por ejemplo- se muestra proclive (no lo niega) a entregarle mar a Bolivia, tema con el cual no comulga el común de los chilenos. En suma, muy improbable que sea la que pase a segunda vuelta.
Pero los demás candidatos, no cambian de manera importante en las preferencias que reciben, como tampoco en las diferencias entre ellos. Parecen estar en su máximo. Entonces, la conclusión que se puede extraer del conjunto de sondeos, es que el destino de cada cual no dependerá tanto de lo que hagan, de la campaña que monten o las propuestas u ofertas que lancen, sino con qué ocurra al otro lado de la vereda. Así, qué duda cabe que si pasare a segunda vuelta Beatriz Sánchez, Piñera ya ganó. Y que las posibilidades de Carolina Goic tienen mucho que ver con el curso que tome la candidatura de Guillier, porque si sigue languideciendo (la CEP le dio un respiro), puede ser su turno. Y si fuere así, eso no sería indiferente para Piñera, ya que la candidata DC le puede disputar mejor los votos del centro.
Un ajedrez que dependerá de cuán bien o mal jueguen los otros, más que de las propias movidas.
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¡Qué importa!
La última cuenta pública sobre el estado de la Nación nos retrotrajo a la primera. En efecto, hace mucho tiempo no veíamos esa mejor versión de Bachelet, esa que conecta con los ciudadanos, que moviliza, entusiasma e incluso a ratos emociona. Sin querer parecer frívolo -cuestión de la que se me acusó últimamente- fue clave la decisión de utilizar el telepromter para la lectura del discurso, lo que contribuyó a generar una atmósfera de mayor fluidez y convicción; la que unida a la benevolencia propia de toda despedida, permitió a la Presidenta tener un desempeño muy por sobre lo esperado.
Ayudó también que la encuesta Adimark mostrara que la Nueva Mayoría sigue con vida. Y aunque esos datos fueron en algo relativizados por los resultados posteriores que entregó el sondeo del CEP, lo que hizo Bachelet fue instalar una retórica de la reivindicación. Fue así que intentó recordarnos aquellos ideales que motivaron su llegada al gobierno, poniendo el énfasis en el sentido profundamente transformador de su legado. Fue esencialmente político, además, porque en varios momentos centró sus dardos contra la derecha y los riesgos que conlleva la posibilidad de que la oposición vuelva al poder y quiera revertir todo lo obrado. Lo hizo directamente y sin eufemismos, intentando concitar el favor ciudadano -ese que le ha sido tan esquivo en su gobierno- en torno a lo que considera los logros que serán valorados con el paso de los años.
Esa temporalidad de largo aliento pareció también conspirar contra el reconocimiento de los errores, la autocrítica y la negación del daño inmediato que esta administración pudiera haberle ocasionado a la causa que tanto dice defender. Poco relevante, a estas alturas, era lo que se hizo bien o mal, qué objetivos se cumplieron y cuáles no. Su propósito fue mostrar cómo esta administración había movido la frontera de lo que otrora se consideraba posible y discutible, desatando un proceso que para muchos resulta irreversible.
Qué importan las dificultades, los fracasos e incluso la incomprensión ciudadana, cuando estamos hablando de la trascendencia y del rol en la historia que tendrá la primera mujer en presidir el Gobierno de Chile, y por dos ocasiones. Qué importa el haber insistido en un diseño político que una y otra vez fracasó, atrincherándose en el voluntarismo, negando la evidencia más flagrante o defraudando a tus más acérrimos partidarios, cuando en 30 años más el reconocimiento transformador será comparable con el de Frei Montalva o Salvador Allende. Qué importa haber abandonado a las fuerzas políticas que sustentaron esta administración, el olvidar el rol aglutinador del gobierno y la propia Presidenta en su calidad de jefa de la coalición, cuando esos partidos políticos poco y nada tuvieron que ver con que Bachelet ganara la última elección.
En definitiva, qué importa estar cerca de entregarle por segunda vez la banda presidencial a Sebastián Piñera, con todo lo que implica y significa, cuando hoy declaramos que Chile cambió y que no habrá vuelta atrás.
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La última cuenta: la posverdad
Está en boga el concepto de la posverdad. En definición simple, es una nueva forma de mentira, que apela generalmente a las emociones. Es ingeniería pero solo de palabras, no requiere consistencia con la evidencia, la que trata de transmutar casi como la alquimia. Es un arte.
El mejor ejemplo práctico de ello es la cuenta-cuento de Bachelet. El mensaje central fue que entrega un país mejor cuando lo que ha ocurrido, de acuerdo a la evidencia, es exactamente lo contrario. El discurso fue extraordinario, quizás el mejor que le hemos escuchado. Se nota la buena influencia que ha tenido Narváez. Pero es falsedad de la posverdad.
El relato épico de Bachelet fue una historia ficticia, al menos para el 75% de la población que desaprueba ya por años su gestión. Casi todo lo dicho estaba completamente desapegado de los datos que están disponibles sobre Chile. Más parecía un discurso de candidatura que una cuenta pública de una gestión que ya termina y que podemos verificar. Yo destaco de este gobierno la ley de unión civil, la ley de medicamentos (a medias), las salas cuna y jardines, la repatriación del capital, el énfasis en promover a la mujer, y quizás la plataforma para emprender. Pero nada de esto cambia la historia. Me cuesta encontrar otros aspectos positivos fundamentales. Es que intenciones y resultados no son lo mismo, algo que la izquierda en general -y Bachelet en particular- nunca han logrado distinguir.
Su gran caballo de batalla es que hay 250.000 estudiantes de educación superior que estudian gratuitamente. Piñera ya había subido las becas de 100.000 a 400.000. Vamos ciegos y raudos hacia más educación pública, gratuita, poco diversa, dirigida centralizadamente por enormes burocracias estatales, y de mucho peor calidad. Se crearon dos universidades estatales, pero son realmente precarias por estar inadecuadamente financiadas y ser totalmente improvisadas. Igual cosa ocurrirá con los CFT. La educación pública no ha mejorado un ápice, se aplicó la doctrina de quitar los patines, e igualar hacia abajo. En todo este gobierno no se ha discutido una sola palabra sobre educación, solo de contabilidad y propiedad. Hasta el Instituto Nacional colapsó en la gestión de la izquierda.
La situación de la salud es lamentable y quedará agobiada por una severa crisis de gestión y con una deuda financiera de los hospitales simplemente inédita. Volvieron las largas listas de espera y decenas de miles de pacientes han muerto esperando. Tampoco construyó ni en forma cercana los hospitales que prometió y los otros centros de salud menores. Un sector donde abundaron las huelgas ilegales causando crisis tras crisis. Nunca se gastó tanto en salud y estuvo peor.
Quizás lo más patético fue su discurso sobre la economía. Daba la impresión de que había hecho una revolución económica en innovación, inversión y progreso. Insinuó que la economía está boyante y moderna. Pero los hechos son exactamente al revés. Entrega un país estancado, literalmente con el peor resultado conocido desde 1985. Los datos muestran una fuerte caída de la inversión y productividad, aumento del desempleo y el empleo mucho más precario. Su reforma sindical solo agravará el problema del empleo. Se suma un déficit fiscal delicadísimo, un aumento grosero del empleo del sector público, y de la deuda pública pero para financiar gastos corrientes. Es increíble que se atreva a decir que ha actuado con responsabilidad fiscal, simplemente falta a la verdad.
Entrega un país crecientemente polarizado, ideologizado, y desconfiado, con fuertes déficit de infraestructura. Se suma el pésimo precedente de haber utilizado al aparato público para perseguir a sus adversarios. Las instituciones se debilitaron. Su propia coalición quedó destruida. Sus gabinetes han sido en general amateur, y han sido cambiados una y otra vez, dejando herencias muy delicadas (Arenas, Peñailillo, Eyzaguirre, Rincón, Blanco, Elizalde, Insunza, H. Molina etc.) Para qué hablar de cuando los despidió por televisión. Para qué hablar del Sename. El sistema de transporte que ella misma implementó sigue con evasión del 30% y un déficit que desangra las finanzas públicas, y con un servicio muy deficiente. En el tema de delincuencia también faltó a la verdad: ésta aumentó un 19,7% en su gobierno y 228 mil hogares adicionales sufrieron un delito. Con el Censo pasó lo mismo: las cifras que dio no son efectivas, la cobertura no consideró las nuevas viviendas, fue peor al anterior.
Buen discurso, pero la dura evidencia muestra exactamente lo contrario. Su gobierno ha sido probablemente el peor desde Allende. La retroexcavadora no fue buena para el país. La mejor síntesis posible viene de Codelco: “No queda un puto peso”.
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