Óscar Contardo's Blog, page 145
June 25, 2017
Chile Vamos, el debate sangriento
Hoy lunes será el más mediático de los debates que se han dado al calor de las primarias. Aunque el volumen de importancia en la agenda de ésta ha bajadop or efecto del fútbol de la Copa Confederaciones y los temporales, sigue siendo la mejor ventana política para estos días y ha permitido visibilizar a los outsiders como Ossandón y Mayol. José Miguel Insulza, en una reciente entrevista reflexiona amargamente sobre ello, pues la Nueva Mayoría queda fuera de esta fiesta, y son muchos los militantes que reflejan en sus redes sociales el dolor de mirar sus datos en la web del Servel, y darse cuenta que no están habilitados para votar. Atrás quedaron las ilusiones de la Nueva Mayoría respecto a que una movilización masiva para juntar firmas podía empatar con las primarias y la franja televisiva.
Un mal chiste de Piñera sobre las mujeres le permitió tomarse la agenda, justo cuando su salieri personal, el senador Manuel José Ossandón lo había acorralado con la tesis de la conspiración que llamó Kyotazo 2. Aunque la pregunta de la periodista Pilar Molina fue legítima ante un dato recibido y la entrevista al empresario denunciante la hizo una persona cercana a Felipe Kast, el ex alcalde de Puente Alto había tenido éxito en instalar que había una operación del piñerismo para cercarlo.
Solo la broma de Piñera, con las consiguientes y esperadas reacciones en un país, donde salió a la calle medio millón de mujeres por el movimiento #NiUnaMenos, logró que los medios olvidaran a Ossandón un rato. En ese sentido, su mal gusto fue un error oportuno.
En el debate, Ossandón no tiene otra posibilidad que salir a golpear con sangre y con eso tomarse la agenda de nuevo y así arrinconar al expresidente. Su apuesta ya no es la derecha, sino el sentimiento de antipiñerismo. El exceso de triunfalismo que ha llevado incluso que en los diarios económicos se discuta cual debe ser el mejor Ministro de Hacienda para Piñera juega también a su favor. Aunque su apuesta sea kamikaze, no le queda otra.
Por otro lado, para el expresidente el debate es el momento más amargo de su campaña. Su equipo había decidido estratégicamente no tomar en cuenta el senador y dejarle la tarea de golpear a Ossandón a Felipe Kast. Pero las cosas no han salido bien. La tesis de la pelea del segundo lugar que trataron de instalar sus seguidores en la prensa duró muy poco, ante la debilidad del diputado por Santiago. Más aún, su franja está enfocada a un público que de manera natural votaría por Piñera y por tanto, si le fuera bien sería a costa del ex presidente, con los riesgos correspondientes.
La única estrategia ganadora para Piñera en el debate será ignorar a Ossandón, y se verá si el formato permite dicha libertad. Necesita en la primaria tener un triunfo holgado para así asegurar la presidencia. De ser estrecho, podría instalarse que incluso en la derecha el ex Presidente tiene un rechazo alto y con ello poner en riesgo su amplia ventaja.
Ganar los debates en los argumentos no implica que eso se convierte en ventaja electoral. El mejor ejemplo es la elección de EEUU, donde Hillary Clinton aparentemente barría con Trump, pero su estilo polémico le hacía más cercano a los americanos blancos pobres que se convirtieron finalmente en quienes decidieron la elección. Por tanto, la preparación en los asuntos de Estado no es el mejor argumento para ganar. Si logra Ossandón hacerse notar en el debate, no valdrá chiste alguno para volver a sacarlo de las portadas de las noticias.
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Desesperación boliviana
Cómo transformar un tema judicial interno de otro país en una oportunidad políticocomunicacional para fines propios. Ese es el objetivo al que viene apuntando desde marzo el gobierno del Presidente Evo Morales con el caso de los nueve ciudadanos bolivianos detenidos en Colchane, que esta semana la Justicia chilena condenó a tres años de cárcel y al pago de una multa de 32 millones, pues estaba suficientemente acreditado que protagonizaron un intento de robo con violencia en territorio chileno.
Tal como señaló el canciller Heraldo Muñoz, en este caso operó el Estado de Derecho. Y Chile dio muestra una vez más de que aquí existe una debida separación de los poderes del Estado. El proceso a los siete funcionarios de la aduana boliviana y a los dos militares cumplió con todas las garantías. Y eso lo saben las autoridades bolivianas que desde el momento mismo de la detención, el 19 de marzo pasado, pudieron acompañar a los detenidos. De las 101 visas que Chile ha entregado a ciudadanos bolivianos de marzo a la fecha, 40 se otorgaron a personeros que viajaron para dar a asistencia jurídica y consular a los imputados. Fueron visitados por organismos de derechos humanos, la Defensoría Penal Pública y la Cruz Roja Internacional.
Pero en vez de reconocer hechos, el gobierno de Evo Morales cree que le rinde mucho más acusar a Chile de levantar muros. Cree que es mejor para su causa salir a injuriar en foros internacionales, hablando de torturas inexistentes -que ni siquiera los abogados de los detenidos bolivianos mencionaron en el tribunal en la audiencia del martes- y de una revancha del Gobierno de Chile por su demanda marítima en La Haya.
El telón para el gobierno boliviano no se baja con la expulsión de Chile de sus nueve ciudadanos sorprendidos en el desarrollo de un delito. En los próximos días veremos cómo la administración del Presidente Morales aprovecha la situación de estas personas con condecoraciones y actos comunicacionales que solo buscan escenarios para seguir atacando al gobierno chileno y a sus autoridades. Un libreto ya conocido.
Chile no debe dar relevancia a la desesperación del gobierno de Evo Morales por buscar respaldos. Al contrario: son las autoridades vecinas las que deben escuchar la opinión de los ex Presidentes de ese país, Carlos Mesa y Jaime Paz Zamora que, muy prudentemente, llamaron a bajar el tono con Chile, porque entienden que la relación entre nuestros países no se agota en La Haya.
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Juego complicado
LA CANDIDATURA de Carolina Goic enfrenta dificultades serias por el magro resultado en las encuestas -la CEP que le atribuyó apenas un 2,1%- y el consiguiente ruido de los parlamentarios suyos, que nerviosos ven en riesgo su reelección.
He opinado que Goic puede tener una oportunidad en el momento que los partidos de izquierda del oficialismo adviertan que Alejandro Guillier es un candidato débil -sigue cometiendo errores- y busquen una alternativa de salvación. Pero esta hipótesis, que exige sangre fría para jugar las cartas, tiene un requisito indispensable: que la candidata DC exhiba una base sólida, que no es superar al senador en las encuestas -eso ya sería otro escenario-, sino que tenga a su lado nítidamente al votante tradicional democratacristiano. Pero las encuestas indican que no los ha atraído; en eso consiste hoy su problema.
En efecto, en los sondeos la adhesión que recoge no excede 3%, lo que proyectado a una primera vuelta daría entre 5% y 6%, corrigiendo por la abstención. Soledad Alvear aseveró hace poco que es imposible que Goic obtenga menos de un 13% en dicha vuelta, que fue el voto DC en la reciente elección de concejales y que vendría a ser la base con que cuenta el partido. Entonces, cabe concluir que falta la mitad y que algo anda mal.
Una hipótesis es que las encuestas estén equivocadas, pero eso es cuestionar el termómetro, que podrá tener limitaciones, pero algo indica como tendencia. Y la diferencia es muy grande, como para desestimarla.
Así, hay dos alternativas: es la candidata, que ni siquiera es capaz de atraer a los votos “propios”, o la DC en sí. A la primera hipótesis apunta el creciente reclamo que ella se ha rodeado de un grupo de incondicionales y que no oye a nadie más. Pero es la típica crítica a los candidatos, que suele carecer de sentido, porque al final siempre hay un grupo pequeño que tiene una visión y toma decisiones, ya que es imposible dejar contento a todo el mundo. El punto es identificar cuáles serían los errores de fondo y ahí no se advierte un reproche fundado.
Por consiguiente, sería un problema del partido y no ella, en el sentido que no existe esa adhesión base que se proclama. Los votos son personales de los candidatos que han estado en juego en las elecciones en cada lugar, no traspasables a la tienda en que militan. Esto no es un problema solo de la DC, sino de todos, por cómo se ha ido haciendo política en las últimas décadas: no promoviendo ideas y modelos de sociedad, sino por quién ofrece más de lo que sea a los votantes; tanto, que los candidatos muchas veces ni ponen el logo de su partido en las “palomas”. Así, la negativa de la UDI al cambio de distrito a la diputada Hoffmann se debería sobre todo a que si no va en San Antonio, el partido quizás no logre sacar ahí un diputado.
Así las cosas, resulta una paradoja que la DC haya levantado una candidata para no perder su identidad, pero por no tener firme ésta, termine perdiendo la candidata. Y retroceder ahora, no favorecerá la identidad. Mover las piezas en este juego no será sencillo.
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June 24, 2017
(Des)Iguales
CONFIESO QUE lo tenía en mi lista de espera, esa que acumula textos, pero cuyo interés por leer no siempre se condice con el tiempo para hacerlo. Pero dada la polémica generada en torno al último libro editado por el PNUD -Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile- apuré el tranco y, la verdad, me encontré con bastantes menos sorpresas de las que sugerían algunas columnas.
En efecto, el estudio muestra cómo la desigualdad de ingresos ha ido disminuyendo en nuestro país. Sin embargo, más que solo concentrarse en esa específica variable y en las brechas absolutas o relacionales de los ingresos -única cuestión que parece preocupar a los economistas-, este libro nos propone una mirada más profunda y compleja sobre este problema; definiendo la desigualdad como “las diferencias en dimensiones de la vida social que implican ventajas para unos y desventajas para otros, que se representan como condiciones estructurantes de la vida, y que se perciben como injustas en sus orígenes o moralmente ofensivas en sus consecuencias, o ambas”.
De hecho, lo que parece sugerir este libro es que la principal desigualdad no es económica, sino que ésta es solo un síntoma, fruto de la asimetría en la distribución del poder en general, y del poder político en particular. Nuestro principal problema, entonces, se refiere a la desigualdad en la influencia, visibilidad y capacidad para participar en las decisiones. Y es justamente por eso que el texto distingue dos dimensiones: la sustantiva, que apunta a los intereses, aspiraciones y necesidades; y la descriptiva, que se refiere a la presencia de los distintos grupos de una sociedad que están presentes en las esferas donde se delibera y toman resoluciones.
Si entre 1990 y 2016, el 75% de los ministros, el 60% de los senadores y más del 40% de los diputados de todos los partidos políticos asistieron a 14 colegios de elite en Santiago o a tres carreras y dos universidades, donde compartieron “el habitus como las redes de contacto y la formación profesional de la gran mayoría de los gerentes y directores de las principales empresas del país”, no es extraña esta imagen de Gambetta sobre la política como un espejo roto, esa en la que la inmensa mayoría de los ciudadanos no logran verse reflejados en quienes deben representarlos.
Es justamente esta promesa incumplida de nuestra democracia, a saber, que las necesidades de los ciudadanos pesen de manera similar en la deliberación de nuestros asuntos colectivos, lo que da origen a las desigualdades para acceder a salud y educación de calidad; o tener que esperar interminables horas para ser atendido; que las oportunidades y la capacidad para surgir sigan dependiendo de la familia y el lugar donde se nació; o, como si esas injusticias no fueran suficientes, soportar además la humillación de cómo se mira, habla y trata, a tantos de nuestros compatriotas.
En nuestro país no están solo concentrados los ingresos en el 1% más rico, sino también el poder para tomar decisiones y cambiar esa realidad.
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¿Qué nos está pasando?
LAS COSAS no van bien, la intolerancia está subiendo a un nivel peligroso. Veamos algunos ejemplos. Una periodista connotada hace una pregunta a un candidato sobre el tema central de su campaña, con una fuente corroborada por ella, dispuesta a decir públicamente su verdad, y es acusada de ser parte de una conspiración siniestra. Ossandón, que la acusa de ello, no es capaz de ofrecer ni una sola prueba (como las que exige) y, además, acusa al voleo a su contendor de las primarias nada menos que de ser el arquitecto de esa conspiración. Da rabia para todos lados.
Piñera en campaña hace un chiste realmente inocuo y antiguo. Inmediatamente se inicia una marea de interpretaciones y fundamentalismo acusándolo de incitar a la violación y de la práctica de machismo exacerbado. Mucha rabia lanzada hacia afuera. No solo eso, hasta el gobierno e incluso la máxima autoridad del país tiene tiempo para comentar el chiste, por cierto de manera descalificatoria e ideologizada, con rabia.
Los programas políticos de televisión con los candidatos se parecen más a los juicios de Nuremberg que a espacios de conversación y debate. La discusión sobre la compleja ley de aborto parece un partido de garras bravas en que hay más descalificaciones que argumentos. Cuando alguien se atreve a decir que tiene fe, es arrasado por un bullying igualmente fundamentalista. Guillier hace un comentario simpático a Goic, la que le responde con una pesadez innecesaria. Los niños del Sename se mueren y no pasa nada. Da rabia.
En Codelco no queda un “puto peso” y se pagan indemnizaciones millonarias. Da rabia. TVN está ideologizado y mal administrado y el gobierno paga la farra sin cambiar a nadie. Da rabia. El jubilazo de la señora de un parlamentario da rabia.
Luis Larraín escribió esta semana una frase notable. Se preguntó hasta cuándo seremos manipulados por estudiantes que no estudian, por trabajadores que no trabajan, y por gobernantes que desgobiernan. Quizás habría que agregar parlamentarios que no llegan a trabajar, que legislan para sus intereses, como aumentar los cupos del Congreso para proteger a los incumbentes. La situación de Javiera Blanco crispa a la población que no logra entender el descriterio de la Presidenta, igual que lo que ocurre en Carabineros. Da rabia.
La situación de La Araucanía ofende al Estado de derecho. Aquí ya hay odio. Los candidatos populistas abundan y ofrecen soluciones mágicas a todos los problemas del país, generando expectativas que luego chocan con la realidad, lo que por cierto da rabia. Los empleados públicos ganan en promedio más que los privados, hacen huelgas ilegales, son burócratas y tienen 22 días al año de licencias, es decir, trabajan solo 10 meses. Sin duda da rabia.
La Fiscalía muestra un sesgo inaceptable en el procesamiento de las causas con relación a la política. Da mucha rabia. Los niños de los colegios públicos votan la toma de los establecimientos y los destruyen. Da rabia. Nunca se han asignado más recursos a salud y está peor que nunca, con una deuda hospitalaria que crece sin control. Da rabia. Las colusiones empresariales en diversos ámbitos dan rabia. El déficit fiscal galopante y el aumento de la deuda pública hipotecando el futuro, dan rabia. La gratuidad improvisada se hace con resquicios legales y genera déficits en las universidades; da rabia. El Cruch es un monopolio arbitrario favorecido por el Estado; da rabia. Las universidades públicas están totalmente politizadas; da rabia. Sus rectores se eligen por sus tendencias políticas. Da rabia.
  La situación del empleo empeora día a día y el gobierno dice que mejora. Da rabia. El 90% de la población desaprueba la gestión del Congreso y los parlamentarios siguen de mal en peor. Las leyes salen llenas de errores y no cumplen con lo prometido. Cada tanto se descubren prácticas inadecuadas. La última fueron las decenas de celulares. Pero antes fueron los viáticos, las asignaciones, la cafetería, los laptops, etc. Da rabia. 
  
  
  La izquierda dura levanta campañas anti empresariales, culpándolos de todos los males nacionales, lo que solo engendra rabia. 
La rabia engendra odio y el odio es acumulativo y engendra la violencia. Ahí no queremos llegar, ya estuvimos una vez y por el mismo camino.
Chile tiene una falla sistémica de liderazgos. El pronóstico es reservado. Quizás es tiempo de un gobierno de unidad nacional. ¿Alguien se atreverá a proponerlo?
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Enemigo íntimo
FUE EL talón de Aquiles de su pasada administración: una visible carencia de sensibilidad política que, entre otras cosas, impidió calibrar la significación histórica (y también traumática) que tendría el primer gobierno de derecha desde el retorno de la democracia. Ello derivó en un diseño político volcado de manera casi exclusiva a problemas de gestión, que terminó siendo arrastrado por la polarización desplegada por sus opositores y condujo finalmente a su sector a la peor derrota electoral en décadas.
Las recientes dificultades tienen sin duda un trasfondo distinto, pero van en la misma dirección: Sebastián Piñera no logra evitar autogoles absurdos, derivados de expresiones inconvenientes, constantes desatinos y bromas de mal gusto. Sin ir más lejos, hace un par de semanas decidió opinar sobre el caso de los micrófonos en la Sofofa, señalando que tenía antecedentes -que nunca mostró-, sobre un supuesto ‘lío amoroso’. Debió luego rectificar sus dichos, igual como ahora tuvo que salir a pedir disculpas por un chiste que no solo complicó a sus partidarios, sino que resultó un inestimable ‘regalo’ para sus contendores.
Las interrogantes que volvió a exponer este nuevo traspié son obvias: ¿Cómo puede un candidato presidencial, con una trayectoria política que incluye su paso por la primera magistratura, cometer errores verdaderamente infantiles? ¿Qué zonas de su intrincada personalidad lo llevan a exponerse una y otra vez a desaciertos en el límite de lo autodestructivo? Son preguntas cuyas respuestas no se encuentran en la lógica política, sino en esferas mucho más complejas e insondables. Con todo, es evidente que esta enigmática incontinencia tiene efectos políticos, que desnudan una preocupante falta de sintonía y lo develan esclavo de una dimensión íntima aparentemente incontrolable.
En rigor, esta dificultad crónica para conectarse con el sentido común y para ajustarse a él, se han confirmado como su principal debilidad, un factor que contribuye como ningún otro a desvirtuar sus esfuerzos de posicionamiento público. Y en un contexto donde precisamente lo que está en juego es la confianza, esta extraña tendencia a caer en las trampas que él mismo se pone, quedando de paso expuesto frente a todos los demás, sólo contribuyen a crear incertidumbre respecto a su criterio político y estabilidad emocional. Así, en una contienda presidencial ya difícil, y donde todas las señales auguran un resultado estrecho, Sebastián Piñera aparece otra vez exhibiendo una delicada incapacidad para neutralizar a su enemigo interno, algo que ni todo el equipo que lo acompaña parece poder realizar. Al final del día, resulta un poco insólito comprobar que su real adversario no es el que tiene al frente intentando derrotarlo electoralmente, sino el que habita en un rincón de sí mismo, en ese reducto de su naturaleza que lo obliga a tropezar una y mil veces.
En definitiva, el exmandatario está hoy frente a una encrucijada decisiva: o acepta que no encabeza las encuestas por ser simpático y cercano, o escoge mostrarse tal cual es a riesgo de tirar su opción presidencial por la borda. La verdad es que en el Chile actual buenos humoristas sobran; lo que está siendo cada día más difícil de encontrar es un presidente de la República que esté a la altura de los enormes desafíos que el país deberá abordar en el futuro.
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El nuevo periodismo
DECIR QUE el periodismo político en Chile ha cambiado se ha vuelto un lugar común. El país se ha vuelto más exigente y horizontal, más escéptico y desconfiado, y la manera de comunicar no está ajena a dichas mutaciones. Si antes había cierta complacencia, y los políticos se daban el lujo de manejar la pauta, hoy predomina un clima de suspicacia generalizada. La premisa parece ser que los hombres públicos, por definición, tienen algo que escondernos. Se hace imperioso entonces desenmascararlos, ponerlos en evidencia y obligarlos a rendirse ante los nuevos corifeos de la moral. Si se quiere, el triunfo del periodista se ha convertido en el triunfo del detective.
Naturalmente, esta evolución tiene aspectos positivos. Durante muchos años, los estándares de coherencia de nuestros políticos fueron inusualmente bajos. Hoy, los hombres públicos no la tienen tan fácil, y cada una de sus acciones está (al menos potencialmente) expuesta a un escrutinio severo. Sin embargo, la nueva situación no carece de riesgos, y no es seguro que todos sus protagonistas sean conscientes de ellos. La democracia representativa no solo necesita conocer las incoherencias de quienes aspiran a posiciones de poder, sino que también debe generar el espacio para que éstos puedan transmitir su visión del país y del futuro. En ese sentido, el papel del periodismo no es solo (ni principalmente) incomodar al entrevistado desde la superioridad moral, sino ayudarnos a comprender un entorno complejo. Si los candidatos a una elección no tienen tiempo para hablar (pues son constantemente interrumpidos), y deben estar siempre a la defensiva (porque muchas entrevistas se parecen a un interrogatorio judicial), el sistema entero queda cojo y desequilibrado. Nada de raro que en ese contexto no hayan grandes relatos, pues ni siquiera alcanzan a germinar.
Esta lógica se ve exacerbada por la dinámica de las redes sociales, que dificulta cualquier discusión seria. Todo debe debe ser instantáneo y monocolor (¿sí o no?), y no hay tiempo ni disposición para algo más. La política queda atrapada en lógicas binarias que le impiden cumplir con su papel mediador. Al mismo tiempo, la opinión dominante, o aquello que se percibe como tal, adquiere un peso desmesurado. Un buen ejemplo de esto es el modo de enfrentar los mal llamados temas valóricos, donde muchas veces los candidatos cuyas opiniones no forman parte del mainstream son sometidos a una virtual imputación: ¿Cómo es posible que alguien no piense como yo? Así, se vuelve improbable la mera manifestación del desacuerdo, que es el fundamento de cualquier vida democrática.
Raymond Aron solía decir que la política debe ser analizada según su propia lógica, y nunca desde la comodidad moral que brinda el hecho de que otros toman las decisiones difíciles. La responsabilidad última no es del observador ni del periodista y, por lo mismo, éstos no deben caer en la trampa del narcicismo. El desafío pasa por asumir, sin dejar de ser exigentes, que el afán inquisidor cobra sentido si está al servicio de un objetivo distinto: ayudar a los ciudadanos a comprender mejor el mundo. Cuando esa dimensión sale del horizonte, la política (y también los políticos) pierde su densidad, volviéndose incapaz de gobernar. Tendremos entonces comunicadores moralmente intachables, y políticos de bajo vuelo. No es seguro que el negocio sea conveniente.
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Sobre romances y chistes malos
COMO SI la política no estuviese lo suficientemente castigada, sus protagonistas hacen mérito para profundizar la debacle. Un expresidente recurre a vulgaridades para divertir a sus partidarios, una candidata habla por celular mientras conduce, al otro se le “cuelan” errores en su programa de gobierno y así, suma y sigue.
¿Qué puede ser más fome, torpe y vergonzoso que el chiste de Piñera? Que me disculpe este señor Del Río, porque no soy ni talibán ni progresista, pero lo más impresentable de la talla del Chato es que el hombre ya pasó por esto. Sabe perfectamente que las Piñericosas se convirtieron en sello de su gestión. Sabe que le van a estar revisando hasta la última línea de lo que diga. Sabe -o debiera a esta altura sospechar- que tiene un severo problema de contención verbal y corporal.
Entonces, como damos por sentado que el hombre no es leso y que tiene conciencia de estas limitaciones (o así se lo debiese advertir su equipo de campaña), no queda más alternativa que evaluar su chiste como la expresión verbal de una concepción bien machista del mundo que le rodea o de una simple, pero no menos reprochable, vulgaridad. Por lo demás, no es primera vez que el expresidente mete las patas con intervenciones similares, lo que nos lleva a sospechar una cierta inclinación por este tipo de bromas.
¿Recuerdan cuando le dijo al abuelito que estaba mejorando la raza porque el nieto era más rubiecito? Un chiste de ese corte en países más avanzados y al Presidente de turno no le cabe más alternativa que pedir disculpas por cadena nacional.
¡Qué zancadilla más necia la que se auto infligió Piñera! Porque el problema no se limita a lo que dijo, sino al hecho de que pone en riesgo el principal mensaje que pretende transmitir su campaña: vote por mí, ya fui Presidente, tengo experiencia, sé lo que hay que hacer, no cometeré los mismos errores. El chiste, en cambio, nos muestra a un Piñera que no aprende, que se sigue considerando el más vivo, el más rápido, el más oportuno por lo que piensa, dice o hace.
Es que la reacción ha sido histérica, que hay un aprovechamiento político, que Bachelet no armó el mismo lío con lo de la muñequita inflable de su ministro de Economía. Cierto. Pero eso forma parte de las reglas básicas de la política: restregar hasta el infinito los condoros del contrincante.
En la vereda del frente, las cosas no marchan mejor. Los vaivenes legislativos de un senador de la República llevan a una malhumorada Camila Vallejo a reclamar por la separación entre amor y política. En el medio, una ex ministra de Estado sobre la cual pesan demasiadas acusaciones. Como si fuera poco, el exrostro de TV envía a Goic recados de un “romance apasionado”.
Escuchen, por favor, este ruego de contribuyente: un poco de seriedad. Intenten ponerse a la altura de las circunstancias. Se los vamos a agradecer.
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Un feriado con culpa
Una amiga católica observante me lo explicó: la diferencia entre “ascensión” y “asunción” radica en el origen de la fuerza que eleva hasta los cielos. Cuando quien se eleva es el Hijo de Dios se le llama “ascensión”; cuando se trata de su madre, es “asunción”. Para dejármelo en negro sobre blanco usó un lenguaje que juzgó adecuado para que yo lo entendiera: la Virgen no cuenta con sistema de propulsión propia, Cristo sí. No sé si su explicación será la teológicamente adecuada, pero le creí, porque ella suele ser rigurosa en sus argumentaciones.
Mi duda había comenzado cuando caí en cuenta de que existía un feriado para conmemorar ese fenómeno, un día libre en el que nunca me había puesto a pensar. “¿Cómo sabían que eso ocurrió en agosto?”, fue la siguiente duda que se me vino a la cabeza, pero que no formulé en voz alta, porque evidentemente la fecha era una convención religiosa que escapaba al hecho concreto. Transformarla en un día feriado nacional fue un gesto de poder de una institución religiosa sobre el Estado, pero también una forma de reconocer una costumbre que en un momento compartía la gran mayoría. El calendario religioso era parte del orden que le daban a la vida.
La República siguió el patrón, le añadió sus festividades en septiembre y su propio mártir laico en mayo. El mercado, en tanto, creó sus propias fechas de consumo exprimiendo los afectos privados de manera sucesiva a lo largo del año en el Día del Amor, de la Madre, del Padre y del Niño. Cada uno secuestró un domingo y lo transformó en día de compras. Durante las décadas de la transición, la creación de feriados ha obedecido más que nada a la necesidad de extender uno ya existente y engancharlo con el fin de semana; o como una especie de compensación tardía para un grupo que se ha sentido excluido o maltratado: es el caso del feriado que celebra la reforma protestante. Establecer un nuevo día de descanso se transformó en una forma de pagar cuentas pendientes y una manera de obtener votos.
El viernes, la Presidenta Bachelet presentó un plan para enfrentar la crisis en La Araucanía, pidió perdón al pueblo mapuche por los abusos del Estado y anunció la creación de un nuevo feriado que celebrará el Año Nuevo Indígena, es decir, el solsticio de invierno del hemisferio sur. Es cierto que el we tripantu ha cobrado popularidad entre ciertos grupos con tendencia al entusiasmo paternalista desde el universo de las redes sociales, pero esto no basta para disimular que el anuncio es una compensación simbólica demasiado cercana al gesto vacío. Una estrategia anticuada recubierta de una conciencia culposa frente al trato que han recibido históricamente las personas indígenas en Chile. ¿Qué valor tendrá ese feriado para el carabinero que hace un año baleó por la espalda y en el suelo a un muchacho mapuche que intentaba defender a su hermano? ¿De qué manera lo celebrará el niño que en octubre fue parido mientras su madre permanecía engrillada? ¿Cómo se entiende este perdón cuando hace solo unos días el Gope allanó y lanzó bombas lacrimógenas dentro de una escuela rural a la que acuden niños mapuches?
Hace dos semanas, el PNUD presentó un informe sobre la desigualdad en Chile. Uno de sus apartados hacía una relación entre las profesiones de mayor prestigio en el país y la frecuencia con que se repetían ciertos apellidos entre quienes las ejercían. Entre los más frecuentes estaban Nicklitschek, Neumann y Campbell. En el otro extremo de los 50 apellidos que no contaban con ningún representante en esas profesiones, 50 eran indígenas.
En su origen, los feriados religiosos eran el reflejo del orden de una sociedad o de un hito fundacional. Con el tiempo fueron desprendiéndose del sentido original hasta quedar como un día libre en medio del calendario. Este nuevo feriado indígena corre el riesgo de cobrar el valor que se les da a los objetos precolombinos en algunas salas de estar: parte de un decorado que se ve elegante tenerlo allí, como una pieza de arqueología elaborada por un pueblo lejano y extinto. Una fecha que puede transformarse de modo prematuro en un día que la mayoría usará para descansar sin atender a su significado -¿ascensión o asunción? ¿Qué es un Corpus Christi?- y que para los menos será el recuerdo de un trato injusto que se derrama en la historia como una mancha indeleble y vergonzosa.
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Así se pierde un legado
Aunque la derecha, a partir de su tremenda derrota política y electoral del 2013, ha vivido un proceso interesante de recomposición, que no se explica solo por el oportunismo y la expectable posición que Sebastián Piñera tiene en las encuestas, la gran novedad de la escena política del último tiempo es el quiebre del oficialismo y, tanto como eso, el proceso de desintegración que está viviendo la izquierda chilena.
Pareciera que muchos dirigentes de la Nueva Mayoría, el gobierno y la propia Presidenta recién comienzan a tomarle el peso a lo que eso significa. Y recién se están dando cuenta de que se encuentran en una situación difícil, principalmente por culpa de dos grandes factores.
El primero concierne al fracaso político del actual gobierno. Es cierto que la administración de Bachelet introdujo muchas reformas y corrió muchos cercos, entre otros, por ejemplo, logró que una economía que venía creciendo al 5% anual redujera su velocidad de expansión solo al 1,5%, pero lo concreto es que su obra es ampliamente rechazada por la población, sea porque sus iniciativas no estuvieron a la altura de las expectativas, sea porque las cosas se hicieron demasiado mal o porque el gobierno terminó traicionando la confianza que amplios sectores medios habían depositado en su momento en la Mandataria.
El segundo factor concierne a la química de la propia coalición de gobierno, que en su nuevo formato, tras la incorporación del PC, hizo todo cuanto estuvo de su parte para desacreditar la obra de los cuatros gobiernos de la Concertación. Ahora, cuando ese descrédito ya se instaló en la izquierda tradicional y también en el Frente Amplio, el oficialismo reclama que es una imperdonable injusticia histórica decir que en lo básico hubo continuidad entre el gobierno militar y los cuatro gobiernos de centroizquierda que lo sucedieron.
Hay mucha incongruencia en ese reclamo, entre otras cosas, porque fue justamente sobre la base de ese diagnóstico que se construyó la Nueva Mayoría. De hecho, la coalición en su conjunto, salvo voces muy aisladas y marginales, y con la entera complicidad tanto de la DC como de los viejos líderes de la izquierda socialdemócrata, no mostró deserción alguna al momento de abjurar, con sentimientos de culpa y de vergüenza, incluso, del legado concertacionista. Hay que decir que eso no solo ocurrió ayer. Sigue ocurriendo también hoy, como quedó en claro en las declaraciones que hiciera a este diario la diputada Karol Cariola en su calidad de vocera de la candidatura de los partidos de la izquierda tradicional. Según ella, lo que hicieron los gobiernos de la Concertación, incluido el primero de Bachelet, fue administrar la desigualdad, administrar el modelo.
  ¿Por qué habría que pensar que el abanderado del sector, el senador Alejandro Guillier, y los principales partidos que lo apoyan, en particular el PS y el PPD, tienen una percepción distinta? 
  
  
  Ahora que el Frente Amplio hizo suya esa versión, la Presidenta se incomoda y relativiza lo que esta nueva fuerza política pueda representar. Su actitud se parece a la del cónyuge que, luego de haber descuerado a su pareja en público, reacciona con orgullo herido en la defensa de su marido o su mujer cuando alguien osa decirle que efectivamente se trata de un o una sinvergüenza. 
Bachelet dice que los partidos y organizaciones que constituyen el Frente Amplio no representan una fuerza política salida de las entrañas del pueblo o de la clase media; dice son “jóvenes hijos de….” , que no ofrecen nada nuevo y que, a su manera, reproducen los mecanismos elitistas de control que están presentes en todas las organizaciones políticas.
No hay que ser muy agudo para advertir aquí un fenómeno más profundo, porque entre los efectos no deseados, pero igualmente desastrosos que tuvo la Nueva Mayoría para los partidos que la integraron, fue haber debilitado sensiblemente sus respectivas bases de apoyo entre los jóvenes. Cuando Bachelet dice que los hijos de los dirigentes de las colectividades del bloque están en el Frente Amplio, señala algo que es cierto. Lo que no dice es que esos partidos -y mucho menos esas mamás y esos papás- supieron comprometerlos en el proyecto que estaban llevando adelante, abriéndoles, dentro de la coalición, espacios de representatividad y expresión. Los sectores que mayor autoridad política reivindican para sí, los sectores que venían a rescatar la majestad de la política, terminaron fallando políticamente hasta en su propia casa. Obviamente que algo les salió mal. La Nueva Mayoría se está quedando sin juventudes, y eso, aunque en el corto plazo se note poco, es un problema para cualquier fuerza política que aspire a proyectarse
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