Óscar Contardo's Blog, page 135
July 9, 2017
La casa de los espantos
La punta de la hebra fue una niña muerta que acabó conduciéndonos a una madeja abandonada en un pozo de desechos. La muerte de Lissette Villa en un hogar del Sename en 2016 obligó a que las autoridades respondieran unas preguntas para las que parecían no estar preparadas: ¿Cómo murió? Primero contestaron que fue por una rabieta, luego que por un medicamento equivocado, con el correr de los meses se habló de maltrato, de abuso y de tortura. Entonces surgió otra duda para la que las autoridades tampoco estaban listas: ¿Cuántos niños han muerto? Entonces fuimos testigos de una contabilidad chapucera y despiadada. Hablaron de niños como si se hablara de ganado. En un momento lograron dar con una cifra, nos enteramos de que hubo 1.313 muertos en 10 años. Habían muerto ahorcados, quemados, asfixiados, atropellados y muchos otros sin una clara causa de muerte. Ahora leo en el informe de la comisión de la Cámara de Diputados que la falta de precisión era posible, porque el sistema no exigía detalles. Me entero que el engranaje burocrático parece estar diseñado para acallar los reclamos, ahogar las denuncias, proteger a fundaciones y hogares de menores de investigaciones que puedan desembocar en acciones legales. Todo indica que maltratar, abusar, torturar y matar allí dentro es un asunto fácil. Leo sobre niños heridos, con el cuerpo cubierto de hongos y la cabeza llena de piojos. Leo cifras de adolescentes explotadas sexualmente y el caso de un chico que fue violado en siete ocasiones, sin que nadie buscara culpables. Leo que los informes y procedimientos de las instituciones que el Sena subvenciona suelen estar manipulados, que no hay seguimiento, que no hay registro pormenorizado de lo que ocurre con los muchachos que pasan por ellas y que hasta hace algún tiempo ni siquiera se sabía a cuántos niños y adolescentes atendían. Leo la historia de una mujer que en su juventud debía recorrer a pie una hora entre la escuela y el hogar en el que estaba interna y que sólo sobrevivía con una comida al día; me entero de un adulto que de niño debía soportar que una monja lo golpeara y lo obligara a usar un nombre que no era el suyo, porque a ella no le gustaba el que le habían dado sus padres. Leo que hay niños que viven con VIH, pero sin tratamiento, y constato que hasta hace un año no existía ni siquiera la obligación para que los centros del Sename denunciaran la muerte de los niños y niñas que atendían. Un sistema de protección que no es más que un escaparate, una vitrina que en el fondo esconde una casa de espantos.
Esta semana, sin embargo, lo que vimos fue eficiencia y celeridad. Hubo un despliegue del gobierno para rechazar el informe de la comisión de la Cámara de Diputados que detallaba el escándalo; un ministro célebre por sus ironías y metáforas desafortunadas, desplegando todo su encanto para dar vuelta una votación; fuimos testigos de cómo las instituciones funcionan para proteger a ciertos elegidos a costa de la verdad; notamos cómo los dirigentes de un partido político que por décadas tuvo en el Sename un coto de empleos, guardaron un silencio que ojalá sea por vergüenza; escuchamos al ministro de Justicia, ni más ni menos, explicar que lo que ocurría dentro de la casa de los espantos no era un asunto de derechos humanos, que no nos fuéramos a equivocar; vimos cómo el ministro de Hacienda vapuleaba el informe y degradaba el asunto a una discusión entre escolares inmaduros.
También hemos sido testigos del modo en que la derecha ha visto en la desgracia una oportunidad, buscando entre los jirones de miseria una presa que sirva de chivo expiatorio para un escándalo que también les compete. Alardean preocupación, cuando al mismo tiempo buscan incluir a los mismos niños pobres en su política de control de identidad y aumentar las subvenciones para los hogares privados gravemente cuestionados en su funcionamiento.
La muerte de Lissette Villa nos ha mostrado de qué estamos hechos. Su triste historia no fue más que reflejo de nuestra propia imagen, haciéndonos señas desde la oscuridad de un foso al que nadie se atreve a bajar. Allí dentro están los cadáveres de las víctimas de nuestra orgullosa solidaridad hecha de jingles y lentejuelas; son los castigados por un destino que, por fortuna, no fue el nuestro; los niños, niñas y adolescentes sepultados por la historia y por nuestras conciencias.09
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¿Error tipo I?
LA AUTOCRÍTICA que asumió el Frente Amplio por la baja movilización de su electorado en la última elección primaria, sumado a la ausencia de la Nueva Mayoría, y la escasa adhesión ciudadana que ostenta hoy el gobierno, volverán a centrar el debate en torno a si estos resultados son la consecuencia de un diagnóstico equivocado o, como algunos instalaron, si la explicación debe rastrearse más en un mal diseño e implementación de las reformas que se llevaron adelante. Y aunque probablemente pudiéramos enumerar un extenso listado de desaciertos, improvisaciones y vulgaridades en la elaboración de la política pública, me interesa volver una vez más sobre lo que pudo ser una sobreinterpretación de determinadas coyunturas y malestares -reales y legítimos, por cierto- pero que nos condujeron a decisiones que chocaron con el sentir de muchos ciudadanos.
Es mi impresión, que las externalidades negativas de nuestro modelo de desarrollo, donde afloró con mucha fuerza el tema de la desigualdad, los abusos y las promesas incumplidas de la movilidad social -siendo la cuna el factor que todavía determina de manera predominante el futuro de las personas- pudo alentar la ilusión de que la única manera de corregir estas injusticias consistía en alterar las bases fundamentales de nuestro sistema económico y social. Sin embargo, dicha solución pareció obviar, o al menos subestimar, las otras importantes bondades del sistema para una parte significativa de los ciudadanos -diremos de manera provisoria la emergente clase media- las que no solo son valoradas por las personas, sino que también incorporan como un activo en el propósito de conseguir mayor bienestar personal y familiar.
Entonces, ¿era correcto que la mayoría de los ciudadanos quería que se terminara la fiesta o, por el contrario, más bien anhelaban ser parte de la misma? De la respuesta a dicha pregunta devienen consecuencias muy diferentes. Por de pronto, impacta al sentido y propósito de la política pública, especialmente en la dirección y profundidad de los cambios que se pretenden implementar. Para ser más gráficos, y siguiendo con nuestra metáfora, una manera de manifestar nuestra indignación por la injusticia que significa excluir a tantos de la fiesta, es terminar con ésta, sea quemando el local o reventando el generador. Otra forma de proceder, siempre intentando interpretar el anhelo de esos no invitados, es justamente garantizar su ingreso a la misma, asegurándonos que sean tratados con dignidad y que puedan disfrutar en igualdad de condiciones con los otros asistentes.
Asumiendo que para estas elecciones el discurso y relato de la derecha irá por la “restauración”, la definición clave de las fuerzas de centroizquierda -o un parte de ella- es si, en la correcta interpretación de sentir ciudadano, el esfuerzo es de “sustitución” de nuestro modelo económico y social o, cosa distinta, de “inclusión”; promoviendo cambios para que sus frutos se distribuyan de manera más justa e igualitaria.
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El día después
LAS ENCUESTAS presidenciales hasta ahora planteaban un escenario más bien hipotético: “¿Quién le gustaría que fuera presidente?”. A partir de las primarias, tendrán que preguntar la preferencia entre candidatos que efectivamente estarán en la papeleta. Aunque todavía puede haber algún movimiento, ya se conoce la mayoría de los que son y hay una mejor idea de cuánto pesan, y también quienes han sido descartados. Es la realidad que se decanta y que marca una diferencia al momento de pronunciarse.
¿Qué dejaron las primarias a cada sector? Partiendo por el Frente Amplio, se ratificó lo que los recientes sondeos habían anticipado: no son una alternativa real, y que la candidatura de Beatriz Sánchez está en su techo y sobrevalorada: no se advierte cómo pudiera pasar a la segunda vuelta, lo que en algún momento se creyó posible. Algunos ven al Frente como una alternativa de futuro, pero ni eso quedó claro, con una convocatoria que no alcanzó las expectativas.
La centroderecha generó una convocatoria de más de un millón cuatrocientos mil votantes, que siquiera se soñó. Sin duda es un resultado políticamente potente, pero el problema es qué proyección tiene, cuando es un dato que la movilización se produjo por el temor a que vuelva a salir un gobierno de izquierda de corte “retroexcavadora”, no por la motivación de promover principios o defender un modelo de sociedad. Algo así como una potencia sin quilla. Si las bases de la centroderecha fueran capaces de hacer un switch y convertir esa capacidad de movilizarse en voluntad positiva de actuar para que prevalezca su visión de sociedad, otro gallo le cantaría al sector. Y vaya que falta un líder que active ese switch.
El resultado para Sebastián Piñera fue bueno, pero no le garantiza mucho. Objetivamente, lograr un 58,4% en una elección competitiva es excelente, pero esta primaria no lo fue. Se trató de la explotación del temor a la izquierda y ello es reconocido off the record. Entonces, la pregunta es qué movilizará a los votantes que faltan para ganar en noviembre y que no los determina esa ansiedad. Además, cuando no se cumplieron las expectativas del candidato, que esperaba un millón de votos para sí, con un 70% del total.
Hay que agregar que durante demasiado tiempo descalificaron a Manuel José Ossandón y dijeron que su postulación se basaba únicamente en atacar a Piñera. Si fue así, hay que convenir entonces que el grueso de la votación del primero -un no despreciable 26,3%- tiene un sesgo contra Piñera y no será fácil que se le pliegue. Por otra parte, no es el candidato único llamado a representar al sector, pues queda todavía otro en competencia: José Antonio Kast, al que no podrán seguir negando visibilidad. Los encuestadores tendrán que preguntar por él como opción real, y habrá que invitarlo a los debates y otorgarle espacio en la franja.
Lo único que no se decanta es la situación de la Nueva Mayoría. Después de las primarias presidenciales, la conclusión más importante es que todo dependerá de lo que suceda en el conglomerado oficialista, que guste o no, sigue siendo uno de los dos actores principales y sin el cual la película no está completa.
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¿De qué se trata?
¿De qué se tratan las elecciones de este año? ¿Qué es lo que el país puede esperar de sus resultados? ¿Qué se juega el ciudadano en el momento de ir a emitir el voto? O, en la línea más baja, ¿se tratan de algo realmente?
Esta es la pregunta esencial de cualquier elección presidencial. Como es altamente probable que un ciudadano no llegue a conocer nunca al Presidente, votar por alguien para que ejerza ese cargo supone entregarle una confianza robusta. Hoy, la mitad de los chilenos mayores de 18 años no quiere dar esa confianza a nadie -cualquiera sea su razón- y, por lo tanto, no vota. Al diablo el Presidente.
La otra mitad se enfrenta a la pregunta sustantiva: ¿De qué se trata? Siempre se puede responder con frivolidad, pero eso no disminuye el peso de la pregunta. Y lo que pasa este año es que, apartada la frivolidad, las respuestas a esta pregunta todavía son inocultablemente pobres, razón por la cual estas elecciones tienen el doble aire de la baja calidad y la ausencia de emoción.
La última elección apasionante fue la que enfrentó a Ricardo Lagos con Joaquín Lavín en 1999-2000, cuando se midieron dos interpretaciones contrapuestas respecto del modo en que Chile había sido impactado por el progreso. Con la frase mágica del cambio, Lavín arrastró a Lagos a la primera elección de la historia de Chile con segunda vuelta. El conjunto de las acciones de Lavín decía: estas elecciones se tratan de impulsar el cambio, porque el cambio ya está aquí. Los mensajes de Lagos respondían: se trata de seguir adelante, porque el cambio lo hemos producido nosotros.
La frase “no da lo mismo quién gobierne” debutó en esa elección, como un angustiado argumento para detener la hazaña de Lavín. Después de eso se ha vaciado de épica y contenido. Hoy puede significar cualquier cosa, incluso un sarcasmo contra el propio gobierno. Hoy se la escucha en boca de los funcionarios de la Nueva Mayoría, pero, en su debilidad de convicción, parece una desagradable confirmación de que simplemente procuran proteger sus empleos.
No siempre es así, pero entonces, ¿de qué se tratan las elecciones para la Nueva Mayoría? Un entusiasta dirá que de profundizar el proceso de cambios, continuar con las reformas estructurales y apuntar sostenidamente contra la desigualdad. Acto seguido, agregará que sí, que hay que corregir los defectos de las reformas -que serán muchos o bastantes, depende del interlocutor- y que no, que no se trata de retroexcavadoras y patines, que esos fueron tropiezos verbales, palabras fuera de contexto y así, ad nauseam. El entusiasta ha de tener problemas naturales para defender a un gobierno con más del 70% de desaprobación, donde la única indemnidad está reservada para la Presidenta.
Y el entusiasta, que hasta hace dos semanas fustigaba a la DC por la decisión de llevar candidata propia, ahora dirá que la competencia es refrescante y que lo que importa es reunirse todos “contra la derecha”, por lo menos en la segunda vuelta. Este cambio de discurso lo produjeron las primarias, que con el millón y medio de votantes de Chile Vamos expandieron la tembladera por la Nueva Mayoría.
Nunca se sabrá si una primaria en la Nueva Mayoría habría sido positiva o negativa para sus participantes. Pero podría haber sido un lujo frente a lo que se vio en las de Chile Vamos y el Frente Amplio: por ejemplo, Guillier, Lagos, Goic, Teillier. Los cortitos ojos del actual PS segaron esa posibilidad, y la Nueva Mayoría siente los escalofríos de dos meses de ausencia. En 1999, Lagos gastó tres meses en su agotadora primaria con Zaldívar, y Lavín los aprovechó en un intenso activismo territorial que le permitió cubrir el país con su “Viva el cambio”. ¿Qué estarían haciendo Guillier y Goic mientras sus adversarios bailaban sobre el escenario?
Y a todo esto, ¿de qué se tratan las elecciones para la DC? De recuperar la identidad, frenar la fuga de votos del centro, parar la aplanadora de la izquierda, dirán los militantes del grupo hegemónico. Cosas menores, pero si se va más al fondo: rescatar el espíritu de la Concertación antes de que fuera asaltada por los “autoflagelantes”. Y al día de hoy, se trataría también de dar la sorpresa, lo que significa lograr que la antiépica Goic, más que marcar en las encuestas, represente algo. Después de todo, la DC es dueña de cerca de un 12% que no se ha exhibido alrededor de Goic.
Curiosamente, por esta vez, para la derecha es mucho más fácil decir de qué se tratan estas elecciones: de frenar el rumbo irresponsable en que va el Estado, corregir las reformas mal hechas, reimpulsar el crecimiento (¡qué mal le cae esta palabra a la parte flagelante de la izquierda, qué endemoniada resistencia ha opuesto a incorporarla en su repertorio político!) y mejorar las expectativas de empleo. Son ideas simples, pero encajan con las ansiedades comunes: empleo, salario, estabilidad. Lo que compone el horizonte del “precariado”, que hoy por hoy es la mayoría del país (incluyendo a la submayoría de quienes trabajan para el Estado). Materias que la Nueva Mayoría dejó de comprender y ha tendido a despreciar.
Lo que da la ventaja a Chile Vamos no es el resultado de su primaria, sino la ausencia de razones para seguir apoyando a la Nueva Mayoría, una entelequia de Michelle Bachelet que, bueno es recordarlo, sólo nació para que ella le arrebatara el gobierno a quien se lo había entregado, la misma persona a la que quizás deba devolvérselo, en lo que sería la más sardónica jugarreta de toda la historia de Chile.
¿Y qué son las elecciones para el Frente Amplio? Un entusiasta diría: un paso para la renovación de la política, la introducción de la tercera fuerza contra el duopolio, el comienzo de la construcción de la nueva hegemonía, el primer día del resto de nuestras vidas. Sobre todo, de las vidas de Giorgio Jackson y Gabriel Boric. Ah, y desde luego, la radicalización de todos los cambios, que hasta ahora han sido sólo cosméticos, incluso aquellos que quemaron las pestañas de un par de generaciones.
09De pronto, la política parece haberse desplomado, no porque carezca de épica -a veces esa es la madre de los peores desastres-, sino porque ha perdido aliento, respiración, aire de futuro. La política se consume en los problemas de firmas, comandos, listas y voceros, que es lo que con toda justicia no debe importar un comino. Los supuestos jóvenes hablan de cosas viejas y los manifiestos viejos intentan dar lecciones de juventud. El país del 2022, el que resultará de esta competencia, permanece como un hoyo negro. Quizás se trata de eso.
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La nueva izquierda y la intimidad
Nueva izquierda se llama a los grupos fraguados en disputa con la Concertación, al calor de las movilizaciones estudiantiles y a partir de una actualización discursiva significativa. Esa izquierda es novedosa, y su consideración pertinente exige una atención a lo que tiene, precisamente, de nuevo. En especial, porque posee potencial de crecimiento.
Si las primarias del domingo mostraron que el Frente Amplio no es movimiento de masas, no hay que olvidar que la nueva izquierda tiene bases también en la Nueva Mayoría. Unidas, las fuerzas de allá y acá son una porción relevante del espectro político.
El discurso de la nueva izquierda es variado. Lo nutren diversos autores y no se alcanza aquí a tratar todas sus fuentes. No es tampoco necesario, pues ha venido a cuajar en postulados que asoman con nitidez en las palabras de sus ideólogos principales. Postulados de base son dos. Primero, que el mercado es ámbito de alienación, en el que prima el interés egoísta. Allí no se considera al otro como otro, él vale como instrumento del propio beneficio. Segundo, se rescata la vieja idea de la asamblea política como lugar en el que es posible deliberar reconociendo a ese otro. En su operación, la deliberación permite la educación del pueblo, que se va habituando a tener a la vista el interés de los demás. El individuo se acostumbra a superar la perspectiva egoísta y a asumir una mirada generosa.
Aquí emerge, empero, un problema. El mercado, con su praxis alienante, tiene el potencial de corromper la asamblea, de transformarla en sitio de meras negociaciones.
A partir del reconocimiento del carácter alienante del mercado y su potencial corruptor, y del desplegante de la asamblea, se sigue que una acción política correcta es aquella que privilegia la deliberación y desplaza al mercado. El desplazamiento se ejecuta mediante la acción coactiva del Estado, que impide la operación del mercado en áreas enteras de la vida social. Entonces, la dinámica deliberativa logra operar sin trabas, el pueblo educarse, y producirse el avance hacia un eventual estadio en el cual no sólo el mercado, sino el Estado, devienen superfluos.
No se puede desconocer que el mercado tiene un potencial alienante y la participación y la deliberación políticas desenvuelven ciertas capacidades humanas fundamentales. El problema del discurso de la nueva izquierda es que ni el mercado es suprimible sin daño grave para la vida humana, ni la deliberación pública es -aun liberada de corrupción- tan plena como se plantea.
La deliberación pública es generalizante. En ella valen los argumentos que pueden persuadir, cuanto menos, a la mayoría. En su modo de operación, la deliberación pública es hostil a lo único, lo inusitado, lo excepcional. La peculiaridad infinita de las situaciones, la interioridad singular de cada individuo, aquella dimensión en la que cada uno experimenta teórica, estética y emocionalmente de maneras intensas, todo eso resulta subsumido y eventualmente violentado en los grandes números y las doctrinas generales.
Si la política de asamblea desplaza totalmente al mercado, esto significa, entonces, que el poder político y el económico quedan concentrados en las manos del Estado y su asamblea; una asamblea por principio -no por decadencia- refractaria a lo particular y lo singular de las situaciones e individuos. La peculiaridad única de los seres humanos, su intimidad, se ve, así, severamente puesta en riesgo de padecer ante el poder concentrado de un dispositivo generalizante, el que puede pasar por su navaja cuanto escape a su regla.
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La resaca DC
Es un hecho que la DC no tendría ni la mitad de los problemas que tiene hoy si en su momento, antes de incorporarse a la Nueva Mayoría y de apoyar a Michelle Bachelet el 2013, hubiese negociado un programa de reformas sensatas y que la representaran. Eso es cierto y es fácil decirlo. Pero hay que revisar las circunstancias en que tuvo lugar ese apoyo -cuando Bachelet era un fenómeno, cuando su regreso al poder estaba a la vuelta de la esquina y cuando el partido aún no se reponía del triunfo de la derecha tres años antes- para conceder que tenía en ese momento más hambre que poder de negociación. Hizo entonces la vista gorda, guardó silencio cuando la nueva coalición abjuraba de los 20 años de Concertación y compró su entrada a la fiesta. La pasó bien hasta cierta hora -parece- y ahora está en la resaca. Lo que iba a ser una noche alegre e interminable terminó mal. Quizás algo tóxico contenía el licor.
Si el partido se hubiera puesto duro en su momento, lo más probable es que hubiera quedado fuera de la Nueva Mayoría. No se habría desperfilado como se desperfiló, pero, sin duda, la orfandad habría mermado su fuerza parlamentaria, no obstante lo cual el gobierno triunfante igual tendría que haber negociado con la DC en el Congreso Nacional para llevar a cabo su programa. ¿Qué programa? Justamente el de las reformas que la DC no leyó en su momento y que, a pesar de no haber leído, apoyó y ha seguido apoyando con rezongos, con protestas aisladas, con caras largas a veces, con matices siempre, pero con una disciplina casi estalinista al momento de votar en el Parlamento.
Eso tuvo un costo: la colectividad ha ido perdiendo identidad tanto en la escena política como dentro del oficialismo, y la DC hoy está en problemas. Siente estar en una coalición que la maltrata. Sigue sin mover las agujas en las encuestas presidenciales. Sigue sin encontrar su destino. Dice tener reservas sobre lo que ha hecho este gobierno, aunque todavía no es capaz de explicitarlas con claridad. ¿Qué es lo que no les gustó a los democratacristianos, aparte de la compañía del PC? ¿Qué es lo que hubieran hecho distinto, teniendo en cuenta que de sus filas salieron varios de los y las guaripolas del programa de reformas? ¿Cómo perfilar ahora una candidatura propia, que dice ser distinta del mero continuismo, pero que, sin embargo, hasta el día de hoy flota en una nube de indefiniciones, partiendo por las que mantiene en su relación con el gobierno?
No vienen días fáciles para la DC. Entre otras cosas, porque eso que antes se llamaba el centro político se volvió un terreno difuso y una cornisa peligrosa. Más que un lugar, se ha convertido en una fosa que se ha tragado muchas intenciones y proyectos. Hubo una época en que se tomaba en serio la idea de levantar con cuatro palos una picante carpa en el centro y esperar a que llegaran en masa los desencantados que vendrían arrancando de las premuras infantilistas de la izquierda y de las regresiones inmovilistas de la derecha. Los que intentaron ese negocio saben bien que no llegó nadie y le echaban la culpa al sistema binominal. Ahora que se acabó el binominalismo, y tampoco llega nadie, las culpables serían las encuestas.
La DC perdió, por decirlo así, el poder de arbitraje con que emergió en los albores de la transición y hoy padece el síndrome del abandono. Los que hasta hace poco fueron sus socios, el polo progresista, representado por el PS y el PPD, dejaron de apreciarla, de valorizarla, y han decidido correrse a la izquierda. Más que retener al electorado moderado, quieren pelearle al Frente Amplio el voto más ultra y, en ese contexto, desde luego la DC tiene poco que hacer. De ahí al aislamiento hay apenas un paso. Huelga decir que la opción de trasladarse con camas y petacas a la centroderecha -que es donde la DC, por lo demás, se sitúa en todo el mundo- tampoco es viable, porque traicionaría el ADN antiderechista que está en los genes, en la historia y en la piel de la colectividad. De eso, entonces, ni hablar.
Es quizás tarde para que la DC convenza a sus aliados de la importancia que tiene y recomponga la centroizquierda. Una DC en ese sector -eso sí que conteniendo, introduciendo racionalidad, no reducida a la condición de flan- es mil veces más provechosa para el país que como partido ensimismado y solitario. Pero el riesgo de terminar en eso, que fue lo que la colectividad quiso evitar el 2013, vuelve a reaparecer. Con un par de agravantes, claro: la colectividad se ha seguido desgastando desde entonces y la DC, que es parte de este gobierno, todavía no le ha dado al país las explicaciones del caso.
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Piñera y la portabilidad numérica
Hace dos meses, durante una fugaz pasada por Santiago, tuve la oportunidad de asistir a una interesante comida. Ese viernes se reunieron en una casa de Chicureo uno de los periodistas más influyentes de la plaza, dos de los artistas plásticos más apreciados del país, el decano de una facultad importante, un arquitecto insigne, un intelectual independiente -individuo pausado y reflexivo-, un exitoso empresario tentado por la política y otros amigos y amigas entrañables. La conversación saltó de tema en tema, incluyendo las tropelías del nuevo presidente de los Estados Unidos, los últimos frutos de la literatura nacional, la extraordinaria labor cumplida por Ediciones UDP en las letras de la región, el futuro de la Argentina -país desde el cual yo venía llegando- y, naturalmente, la política chilena. Desde un punto de vista ideológico, los comensales abarcaban un amplio arco: desde la derecha ilustrada, hasta el progresismo laico y moderno (no había representantes del Frente Amplio; los invitados eran todos mayores de 30 años).
La ausencia de legado
El dueño de casa, un alto ejecutivo de la industria del retail, dirigía la conversación en forma tranquila y casi imperceptible. Ponía un tema, dejaba que se creara controversia, para luego cambiar el eje de la plática. Todo muy interesante y muy civilizado.
En cierto momento, alguien -es posible que haya sido yo mismo- preguntó cuál era el gran legado del gobierno de Piñera. Se produjo un silencio breve, pero notorio. Enseguida, muchos de los comensales empezaron a dar su opinión en forma atropellada. Se habló del millón de empleos, del crecimiento acelerado -por encima del 5%-, de la reconstrucción después del terremoto y de otras cuestiones de esa naturaleza.
Alguien -me parece que fue el arquitecto- dijo que, desde luego, el de Piñera había sido un gobierno competente. Además, no se podía negar que había tenido un poco de suerte: el ciclo económico internacional lo había ayudado. El artista terció diciendo que uno de sus mayores logros fue haber extendido el prenatal a seis meses. El periodista, hombre informado y estudioso, le rebatió, y afirmó que al restringir este permiso tan sólo a las madres (y excluir a los padres) se estaba yendo en contra de la tendencia internacional. Además, aseveró, los problemas éticos durante ese cuatrienio habían manchado, incluso, su débil herencia exitista.
El decano tomó la palabra y dijo que si bien había votado por Piñera -pensaba hacerlo nuevamente-, a veces se planteaba la interrogante del “gran legado”. Agregó que como tanto gobierno de derecha, en todas partes del mundo, el de Piñera había sido pragmático, eficiente y “cosista”, pero que no tenía algo grande que mostrar. Una ingeniera que hasta ese momento se había mantenido en silencio, dijo que si bien la historia no era su fuerte, a ella le parecía que los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher habían creado una épica enorme y habían cambiado el mundo.
Volvió a crearse un silencio, un tanto incómodo para los partidarios del ex presidente.
Fue en ese momento cuando el empresario dijo algo notable. Con absoluta seriedad, aseveró que el mayor logro de la administración de Piñera fue haber implementado la “portabilidad numérica”, la posibilidad de que las personas se quedaran con su número de celular cuando se cambiaban de compañía telefónica.
De inmediato se produjo una carcajada general. El artista preguntó si, de verdad, ese se podía clasificar como un “gran” logro. La ingeniera miró hacia el suelo, un poco avergonzada. El decano carraspeó y el periodista dijo que eso confirmaba lo vulgar que había sido ese gobierno. Enseguida se lamentó que Ricardo Lagos no fuera candidato a la presidencia.
El empresario no se achicó e insistió en su punto. Lo importante, insistió, es que los gobiernos satisfagan las sentidas demandas de la gente, aunque estas parezcan muy básicas, aunque no sean para los libros de historia. Pero nadie le hizo caso; todo el mundo volvió a reír y a hacer bromas a su costa. Durante los próximos minutos la conversación empezó a diluirse. Un grupo de los comensales se dirigió a la terraza para fumar y al poco rato la reunión llegó a su fin.
Apariencias y profundidad
Me quedó dando vueltas esto de la “portabilidad numérica”.
Me parece que es un ejemplo magnífico de lo que fue el gobierno de Sebastián Piñera. Por un lado, como se ha dicho muchas veces y se aseveró en esa comida, se trató de un gobierno que esencialmente se preocupó por cuestiones pragmáticas -como el tema de los números de celulares-, que afectan la calidad de vida de las personas.
Pero al mismo tiempo fue una administración cuyos logros no son suficientemente valorados; a veces por odiosidad, a veces porque no se entiende que muchos de ellos tienen un trasfondo mucho más sofisticado y profundo de lo que se cree.
Resulta que el caso de la portabilidad numérica es una de esas políticas que tienen un trasfondo importante. Al haber implementado esa medida, el gobierno de Piñera no sólo satisfizo una demanda práctica, sino que también aumentó fuertemente la competencia en un área donde, debido a razones tecnológicas -lo que los economistas llaman “externalidades de redes”- hay una tendencia al monopolio natural. Al poder llevarse su número del celular -y lo que es mucho más importante, sus contactos- cuando se cambian de proveedor, los consumidores están mucho más dispuestos a buscar y aceptar mejores ofertas de otras compañías, y de ese modo fomentan la competencia, la que es fuente de la productividad y el progreso.
De hecho, a la luz de la enorme multa que recientemente sufrió Google en la Unión Europea, en los últimos días algunos expertos -incluyendo el profesor de la Universidad de Chicago Luigi Zingales, quien hace unos meses visitara Chile- han propuesto que se implemente una “portabilidad de información” en las redes sociales. La idea es que las personas puedan cambiarse de buscador, o de plataforma social (Facebook), y llevarse toda la información personal que se ha acumulado en las redes; información sobre sus hábitos de compra, de lectura, de búsqueda, sobre sus amistades, sus preocupaciones y obsesiones. Si esto sucediera, argumentó Zingales en un artículo en el New York Times, aumentaría fuertemente la competencia, evitando que los consumidores sean virtuales prisioneros de las compañías de internet a las que se afiliaron tempranamente. (El tema es bastante simple: si todos mis amigos están en Facebook, yo no tengo otra opción que estar en la misma plataforma. Sin embargo, si mis amigos saben que yo me he cambiado a una plataforma nueva, y mantienen mis contactos, y pueden acceder a mi información y pueden contactarme con facilidad, yo estaría más dispuesto a buscar nuevas opciones).
Cómplices pasivos
Pero mi reflexión sobre el gobierno de Piñera y sus logros no estuvo restringida al tema de la telefonía, ni la reconstrucción, ni el empleo. Todos estos fueron avances importantes. Pero creo que el logro “grande” de esa administración fue que el presidente haya expresado que durante la dictadura hubo muchos “cómplices pasivos”. Esta aseveración, que molestó a muchos de los militantes de la UDI, marca un antes y un después en la derecha chilena. Es justamente por esto que es posible que en las próximas elecciones la candidatura de Piñera pueda atraer a la gran mayoría de quienes votaron por Felipe Kast durante las primarias. Más aún, hace posible que en un futuro no demasiado cercano se logre una alianza entre la centroderecha y una parte importante de la Democracia Cristiana. Pero para que esta posibilidad se transforme en algo real y concreto, es necesario que el candidato Piñera entienda que para muchos ciudadanos -y especialmente para los jóvenes- es esencial que el candidato por quien ellos votan sea alguien que hable con claridad sobre los horrores de la dictadura y no haga ninguna apología de Pinochet y su entorno.
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¿Qué sabe Javiera?
TENÍA contemplado dedicar esta columna a las lecciones que nos dejaron las elecciones primarias. Comentar la impresentable actuación de un gobierno que, con su desidia, hizo lo posible para que la participación ciudadana fuese reducida. Llamar la atención al señor Ossandón para que se deje de gustitos personales y asuma que lo suyo apenas supera el caudillismo en Puente Alto. Pedirle a Kast que, por favor, no pretenda ser el príncipe aspirante a la corona durante los próximos cuatro años. Restregar en el rostro del exrostro de TV sus incoherencias frente a la necesidad de efectuar primarias en la Nueva Mayoría.
Todo eso rondaba por mi cabeza cuando sucedió lo de Javiera. Pero si hasta el ministro de Hacienda, probablemente lo más razonable del actual gobierno, corría por los pasillos para convencer a los diputados de rechazar el informe de la comisión investigadora del Sename.
¿Qué tiene Javiera que merece tanta dedicación? ¿Javiera sabe algo que les podría perjudicar gravemente? ¿Por qué Javiera es desplazada del gabinete pero compensada con un cargo vitalicio? Francamente, tanta movilización y preocupación por Javiera resulta sospechosa. Quizás solo se trate de lealtad y compañerismo entre ministros y exministros. Quizás la Presidenta está muy agradecida del trabajo efectuado por Javiera. Pero el problema es que la historia nos dice otra cosa. Javiera, en la época del comando en Avenida Italia (ese espacio bien resguardado al que solo accedían algunos privilegiados), sufría. Decía que no formaba parte del núcleo más cercano a la entonces candidata, encabezado en ese entonces por los chicos de la G90 y que lideraba el galán rural. Que su cercanía a la DC la convertía en objeto de recelos y sospechas. Y a más de algún incauto hizo creer que, gracias a ella, las propuestas del programa resultaban menos revolucionarias de lo contemplado por la izquierda.
¿En qué momento, entonces, esta Javiera tan desprotegida y débil se convirtió en un baluarte a defender con tanto esmero? ¿Es cierto que la estrategia de Fernández era evitar un conflicto al gobierno? Pues bien, estimado ministro, esto se llama apagar el fuego con bencina.
Me temo que los ciudadanos merecemos una explicación, considerando que seguiremos soportando a Javiera por largo tiempo debido al cargo que la Presidenta tan graciosamente le obsequió. Explicación también nos deben los diputados y diputadas que votaron a favor del informe en la comisión respectiva y, dos semanas más tarde, optaron por su rechazo o abstención (que, para este caso, es lo mismo) en la sala. A ustedes, supuestos honorables, no los olvidaremos: Maya Fernández, Marcela Hernando, Ricardo Rincón, Claudio Arriagada, Luis Rocafull y, entre sollozos, la infaltable Camila Vallejo.
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“Lobby brutal”
LLEVANDO la presión al máximo, el gobierno finalmente logró derribar el informe aprobado por la segunda comisión investigadora del caso Sename. Una operación que no tuvo el más mínimo cuidado de las formas, y donde lo único que primó fue la necesidad de diluir las responsabilidades políticas de la exministra Javiera Blanco, a quien el texto desestimado imputaba una “negligencia inexcusable”.
Vergonzosamente, el despliegue del Ejecutivo logró dar vuelta incluso el voto favorable de varios diputados oficialistas integrantes de dicha comisión, que terminaron a última hora rechazando los resultados del trabajo investigativo que ellos mismos habían realizado por casi un año. Así, luego de una intervención inédita en la historia reciente, la independencia de un poder del Estado y las prerrogativas fiscalizadoras que según la constitución son propias de la Cámara de Diputados, terminaron rodando por el suelo.
En rigor, los ministros del comité político fueron mandatados por la presidenta Bachelet para poner en marcha una desesperada maniobra de rescate de la ex titular de Justicia, un “lobby brutal” según la expresión usada por el diputado Ramón Farías, presidente de la instancia a cargo de la investigación. Como corolario de esta arremetida quedó instalado un precedente muy delicado para una institución que, entre otras cosas, tiene por función fiscalizar y establecer las responsabilidades políticas de los actos del propio gobierno, abriendo de paso interrogantes inevitables: ¿tienen los otros poderes e instituciones públicas “derecho” a ejercer presiones equivalentes a las que en este caso se arrogó el gobierno? ¿Pueden el día de mañana hacer lo mismo la Corte Suprema, la Fiscalía Nacional o las fuerzas armadas? ¿O el “lobby brutal” frente a la labor fiscalizadora de la Cámara Baja es un privilegio que debe entenderse sólo reservado a la Presidencia de la República? La contraparte todavía más grave de esta burda operación para socavar la independencia de un Poder del Estado es que ella -al final- resultó efectiva, es decir, un grupo de diputados estuvo dispuesto a dejarse presionar y modificó las convicciones a las cuales había arribado en función de los antecedentes conocidos en el marco de la investigación. De algún modo, el criterio de los fiscalizadores pudo en este caso ser vulnerado por quienes, se suponía, eran los fiscalizados, llegando las autoridades de gobierno incluso a darse el lujo de sostener que la investigación evacuada por la comisión era “excesiva” e “incompleta”.
En resumen, el espectáculo de esta semana en el Congreso sólo vino a consumar uno de los más serios esfuerzos realizados por el actual gobierno, con el objeto de debilitar la autonomía y las atribuciones del Poder Legislativo. De algún modo, logró imponer un límite claro y preciso a la labor fiscalizadora de la Cámara de Diputados, un límite que sus propios integrantes decidieron esta vez aceptar. Desde ahora y teniendo esto en cuenta, quizás lo adecuado y conveniente sería que la próxima vez los diputados no pierdan el tiempo en comisiones investigadoras cuyo resultado deberá ser desestimado por sus propios integrantes, en caso de existir un “lobby brutal” de algún órgano público. Así, el tiempo y el trabajo dedicado a una labor a la larga inútil, podrá ser dispuesto para algo más productivo que implique, entre otras cosas, un mejor uso de los recursos de todos los chilenos.09
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July 8, 2017
La izquierda estrecha
EN LAS elecciones del domingo pasado, el Frente Amplio obtuvo poco más de 325 mil votos. Aunque muchos de sus dirigentes han dedicado la semana a elaborar sofisticadas teorías para explicarnos que triunfaron, es difícil negar que los números están muy por debajo de sus propias expectativas. Después de todo, el Frente Amplio busca encarnar una voluntad popular que habría estado -según ellos- secuestrada por el duopolio, el neoliberalismo y la alienación capitalista. Además, la derecha sí logró convocar; y, para peor, la omisión oficialista los había dejado sin competencia en la izquierda. En suma, ni la franja, ni la alta exposición de sus líderes, ni el nivel de conocimiento de su principal candidata pudieron generar un movimiento electoral demasiado temible.
La conclusión más obvia es que el Frente Amplio tiene enormes dificultades a la hora de hablarle a las masas y, en definitiva, al pueblo. Dicho de otro modo, más allá del folclore y del discurso grandilocuente, no hay nada popular en el FA. De hecho, su supuesto radicalismo es perfectamente funcional al sistema (por eso la Presidenta se dio el lujo de hablar de los “hijos de”). Su rebeldía tiene algo de impostada porque detrás del lirismo se esconde un conformismo intelectual bastante ramplón. Digamos que el Frente Amplio reemplazó las categorías marxistas clásicas por un lenguaje que invoca todas y cada una de las vanguardias culturales de las élites ilustradas. La franja de Beatriz Sánchez fue el festival de los buenos sentimientos y lo políticamente correcto: ellos son feministas, animalistas, ambientalistas, universalistas y defensores de las minorías y la diversidad. La pregunta que aún no recibe respuesta es cómo diablos podría producirse algo así como un proceso efectivo de transformación desde un collage heterogéneo. No estaría mal que alguien le dijera a los muchachos que, por este camino, la izquierda ha ido de tumbo en tumbo. Basta leer, por mencionar solo dos ejemplos, los libros de Walter Benn Michaels (La diversidad contra la igualdad) o de Thomas Frankl (Por qué los pobres votan a la derecha) para comprender la distancia de las masas con buena parte de la izquierda. La nueva moral que ésta defiende supone un profundo desprecio por la cultura y el arraigo populares, a los que miran desde la condescendencia (el caso de la inmigración es el más patente, aunque no el único). La izquierda ha dejado de ocuparse de las masas desfavorecidas, prefiriendo dirigirse a nichos muy acotados. Gana así espacio mediático (porque tiene la benevolencia de los nuevos predicadores: no es casual que su candidata venga del periodismo), pero pierden consistencia política y electoral (así está muriendo, por ejemplo, nada más ni nada menos que el socialismo francés).
El Frente Amplio padece aquello que Marx llamaba cosmopolitismo burgués y, por lo mismo, no logra conectar con una realidad ajena a sus categorías intelectuales. En ese contexto, no resulta extraño que Manuel José Ossandón -el candidato conservador y patriarcal- les haya sacado más de 45 mil votos. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
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