Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 18
March 21, 2015
Un selfi de 21 páginas
Un selfi de 21 páginas. Más o menos eso es la sección dedicada a Angélica Rivera, La Gaviota, y su familia en la revista Hola con motivo de la visita presidencial a Londres. Mientras que el resto de los mortales tiene que conformarse con postear en Facebook el vestido que llevó a la fiesta, la Primera Dama y sus hijas pueden dar cuenta de los palacios visitados, las joyas y atuendos portados y los modistos responsables de los mismos, a través de la revista ícono dedicada a las celebridades.
La noticia no es nueva, circula desde hace días y ha sido interpretada como una muestra de la falta de sensibilidad que viene desde Los Pinos en momentos en que se exige a la administración pública un recorte de los gastos presupuestales. Sin embargo, quisiera examinar en detalle el incidente, porque me parece que va mucho más allá de eso y remite al principal problema que enfrenta la gestión de Enrique Peña Nieto.
En su libro El Mirreynato, Ricardo Raphael explica que los llamados mirreyes son los juniors tradicionales pero con un nuevo ingrediente: la necesidad de hacer evidente que pueden exhibir la riqueza y los privilegios con absoluta impunidad. Estar por encima de los demás sólo tiene sentido si tales privilegios pueden exponerse a los demás, si hay posibilidad de gritarlo al mundo. No se trata de viajar en avión privado con las mascotas, como lo hizo la hija de Romero Deschamps, se trata de restregárselo al resto de los mexicanos. El asunto no es sólo que se pueda despilfarrar, sino que se pueda hacerlo de manera transgresora para que se entienda que ellos son distintos y mejores que los demás. Ese es el meollo, ese es el drama.
Que los Niños Verdes y los hijos de los nuevos políticos sean mirreyes constituye una dolorosa anécdota de lo que es nuestro país. Pero que la familia presidencial padezca este síndrome, por así decirlo, tiene implicaciones políticas de consecuencia.
Convertirse en presidente de México implica ingresar a las páginas de la historia universal. Ser heredero del trono de Moctezuma, Hernán Cortés, Benito Juárez o Lázaro Cárdenas tendría que significar algo más que aspirar a llenar las páginas de una revista de seudo celebridades. En fin, ser el líder político de la undécima economía del mundo y dirigir los destinos de 125 millones de personas entraña una responsabilidad que parece no haber comprendido la familia presidencial.
El problema es cuando se toma posesión de Palacio Nacional con más interés en disfrutar a fondo los privilegios que ofrece que las responsabilidades históricas que entraña. Todo un país se empequeñece cuando su presidente considera que ser recibido por el Papa y pasear con la reina de Inglaterra constituyen el momento culminante de su trayectoria personal y profesional, la cúspide de su biografía.
Parece que a nuestros gobernantes se les olvida que esta nación también tiene una historia imponente, dicho con todo respeto, los mayas ya alzaban pirámides imposibles en coreografía con los astros cuando los reyes sajones construían castillos primitivos de argamasa sin baño o agua corriente.
Se atribuye a la reina Antonieta, la guillotinada esposa del último rey de Francia, la lamentable frase “¿y por qué no les dan pastelillos?” cuando le dijeron que el pueblo parisino se había rebelado y pedía pan. Una frase ingenua y hasta cierto punto comprensible para alguien que vivió toda su vida en una burbuja. Pero una cosa distinta es cuando se intenta presumir al pueblo que pide pan los pastelillos a los que sólo el soberano tiene acceso. Eso y no otra cosa es la exhibición de joyas y vestidos con valor de miles de euros, los paseos por palacios y el roce con la realeza.
Así que no, lo de la revista Hola no es un problema de falta de sensibilidad. O no solamente eso. Revela algo mucho más grave que tiene que ver con la absoluta ausencia de perspectiva histórica de lo que es este país y lo que significa representar ante el mundo a la sociedad mexicana. Hay una fractura emocional y psicológica cuando se asume a la silla presidencial como el punto de llegada y no el punto de partida. Cuando los apetitos están dirigidos a festinar y no a producir; cuando se entiende el poder del soberano como el derecho legítimo a disponer de los bienes públicos y no como el responsable del bien común. Cuando la frase “Siervo de la Nación” no es más que un pie de foto en bronce para las fotos de la revista Hola.
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March 18, 2015
Aristegui o el fin del sexenio
No es sólo que México se ha deslizado dando tumbos de un escándalo a otro en los últimos meses; se convierte en un problema de gobernabilidad porque todos los golpes remiten al presidente Enrique Peña Nieto. Las facturas acumuladas a las puertas de Los Pinos han terminado por agotar el capital político del que hasta hace poco más de un año era para la prensa extranjera el “salvador de México”. El ambiente en el país comienza a parecerse al que se experimenta en el quinto año de gobierno de un sexenio, es decir, cuando se asume que ya no puede esperarse nada de la gestión actual porque esta ha agotado sus recursos políticos y todas las expectativas están puestas en la siguiente. Una percepción alarmante si consideramos que Peña Nieto ha cubierto menos del 40% de su período y le restan aún casi cuatro años al frente del país. Con el agravante de que ni siquiera hay el alivio esperanzador que supondría un relevo inminente.
Hay facturas que inevitablemente golpean al presidente como las casas millonarias encontradas a miembros de su círculo inmediato, o los excesos de sus familiares en las giras internacionales. Pero hay otras que simplemente remiten al pésimo manejo de su entorno. La desaparición de los 43 estudiantes de Iguala es una tragedia imputable a la violencia crónica que vive el país desde hace años, pero el torpe manejo de la oficina presidencial terminó convirtiéndola en una crisis de gobierno. De haber sido otra la estrategia, el mandatario podría haber convertido el desafortunado escándalo en una oportunidad para ponerse al frente de una cruzada en contra de la violencia y la impunidad. En lugar de eso, reaccionó tarde, subestimó su importancia y recurrió a la opacidad para intentar dejar atrás el incidente. En suma, terminó convirtiéndose en el destinatario de la indignación y la frustración.
El despido por parte de MVS de Carmen Aristegui, la conductora emblemática del periodismo crítico en la radio, constituye otra abolladura en la lastimada carcasa presidencial. “Periodista despedida tras un reportaje sobre la Primera Dama”, informó The New York Times, al tenor de los diarios más destacados del mundo. Desconozco las relaciones vigentes entre Los Pinos y MVS (el actual jefe de prensa y vocero de Peña Nieto fue director jurídico de esa empresa durante varios años), pero queda claro que alguien no hizo su trabajo o lo hizo mal. La abolladura internacional es poca comparada con el golpe autoritario que la opinión pública nacional le atribuye a la administración priista. Si no hubo consultas entre MVS y Los Pinos es una omisión grave. Y si la hubo es un desacierto mayúsculo. Por más que la empresa pretexte un asunto contractual, constituye un asunto de Estado despedir ostentosamente a quien acaba de publicar un escándalo que avergüenza al jefe de Estado. Tan sencillo como eso.
O quizá los asesores del presidente consideran que el costo de imagen vale la pena a cambio de deshacerse por fin de una periodista incómoda. Como si este fuera el país de hace treinta años, no hubiesen redes sociales y pudiera suprimirse una voz disidente de tal popularidad. Aristegui aparecerá el día de mañana en otro espacio, así sea en la blogosfera, pero la pátina de intolerancia y cerrazón que se le ha adosado al mandatario le seguirá hasta el fin de su gobierno. Si acaso se recuerda a Luis Echeverría aún hoy es por el golpe propinado al diario Excélsior, hace cuarenta años
Las consecuencias de este brutal desgaste de la figura presidencial podrían no ser calamitosas a ojos de algunos priistas. El mexicano no es un sistema parlamentario capaz de poner fin anticipado al período para el que un funcionario fue elegido. Es decir, Peña Nieto terminará su gestión el 30 de noviembre del 2018. Y por otro lado, no habiendo una fuerza política de oposición capaz de capitalizar el desgaste del PRI, las posiciones del grupo en el poder no están en riesgo en las elecciones de este verano, que redefinirán la composición en el Congreso.
No hay pues una amenaza a las posiciones de Peña Nieto en el poder. Nadie se lo va a quitar. Lo que si hay es una disminución brutal de la magnitud de ese poder y lo que puede hacer con él. Sin capacidad de liderazgo y bajísimos niveles de aprobación, su gobierno está condenado a atrincherarse en los próximos años. A leer las 21 páginas del Hola dedicadas a la visita del mandatario a Inglaterra y a dejar de leer todo lo demás. Los empresarios seguirán aplaudiéndolo en los eventos públicos, pero ninguno arriesgará nada a favor de sus iniciativas, salvo los beneficiados por sus cuestionadas asignaciones de obras. La inversión extranjera seguirá mirando al país como una tierra de violencia y corrupción, y con muy poca confianza a las garantías del gobierno. Los ciudadanos profundizarán la desconfianza que les merece la clase política. Los radicales encontrarán razones para radicalizarse. Y muchos de nosotros tendremos que preguntarnos si para efecto prácticos el sexenio ya terminó. ¿Cómo hicimos para que el “mexican moment” durara menos que los 15 minutos de gloria de los que habla Andy Warhol?
@jorgezepedap
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March 15, 2015
Los dilemas de Aristegui, dilemas de todos
¿Qué tienen en común el nombramiento de Eduardo Medina Mora a la Suprema Corte y las presiones contra Carmen Aristegui para que renuncie a su espacio de radio en MVS? Que ambas obedecen a la necesidad que tiene el poder presidencial de neutralizar espacios incómodos y fuera de control. La inclusión de Medina Mora, un funcionario y empleado del ejecutivo, entre los ministros de la Corte que en teoría deberían hacer contrapeso al ejecutivo no hace sino confirmar esta estrategia de desmantelamiento de todo aquello que resista al poder central.
Lo de Aristegui va en la misma dirección, sólo que peor. Los periodistas críticos nos hemos vuelto fiscales en este país al denunciar los excesos y malas prácticas de las autoridades porque los fiscales institucionales y el sistema de justicia, que deberían hacerlo, son en realidad cómplices subordinados al soberano. Al controlar a jueces y ministros eliminan el riesgo que suponen estos fiscales institucionales; al deshacerse de Carmen Aristegui quieren neutralizar a esos otros fiscales no oficiales que en la práctica subsanan la ausencia de un sistema de justicia capaz de llamar al orden a los poderosos.
Hay muy pocas dudas de que MVS está decidida a presionar a su conductora para que esta renuncie; la empresa no desea cargar con el estigma de un despido. Pero la manera tan ruda en que la presionan no deja dudas sobre el propósito. Se podría decir que Carmen ofreció el pretexto que andaban buscando cuando a nombre del noticiero que conduce hizo una alianza de información con otros medios, sin consultar con la empresa. Fue un descuido de Aristegui, pero un descuido explicable. Tenía la aprobación de Los Vargas, principales accionistas de MVS, para utilizar los contenidos del noticiero en su propio portal Aristegui Noticias, y a la vez beneficiaba a la empresa al incorporar material de su programa de CNN al propio noticiero. Supongo que esos valores entendidos explicarían la omisión de Carmen.
Lo que está claro es que se trata de un pretexto menor, escalado para convertirlo en un pecado mortal. La reprimenda pública por parte de MVS fue desmesurada y burda, y como quedó claro que Aristegui no iba a renunciar después de eso, la empresa decidió atacar a la yugular: primero con el despido hostil y desaseado de los reporteros que investigaron las propiedades de Peña Nieto y después estableciendo nuevos lineamientos de producción editorial que prácticamente le quitan el control de su noticiero (contratación de columnistas y reporteros, temas de investigación periodística, etc.).
Quitarle a Carmen Aristegui el espacio más escuchado de la radio (o dejarla allí, sin dientes ni uñas) será una enorme derrota para la democracia porque su noticiero se ha convertido en un verdadero foro de rendición de cuentas. Desde luego, no todo el público gusta de la periodista, pero todos se ven beneficiados del desvelamiento de las malas prácticas de los poderosos. Hay quienes critican lo extenso de sus coberturas que pueden llegar a ser cansinas (y en efecto, puede uno meterse a bañar y volver a salir y Carmen sigue con el mismo tema), pero no deja de ser una virtud frente al periodismo “entretenimiento” que se práctica en otros espacios, sin consideración hacia lo que es importante en aras de la “agilidad”. El periodismo dossier que favorece Aristegui es imprescindible para combatir la superficialidad que amenaza convertirnos en meros consumidores de novedades.
Otros afirman que hay un sesgo en sus coberturas debido a una agenda personal de la conductora en temas como Televisa. Yo simplemente diría que me parece admirable el esfuerzo que ella hace para mantener un periodismo profesional a pesar de los muchos ataques personales que recibe procedente de esos y otros frentes.
Al cierre de esta columna se desconoce la decisión que Carmen tomará. No lo tiene fácil. Renunciar equivale a conceder a MVS lo que desea: congraciarse con la presidencia ofreciendo la cabeza de la periodista incómoda. No renunciar supone prestarse a una mascarada: conducir un noticiero sin estar en control de sus contenidos. Por lo demás, es muy probable que los agravios de la empresa en contra de la periodista no pararán hasta conseguir su propósito. Desde luego cabe una tercera posibilidad; que la presión de la opinión pública eleve la factura de imagen a tal grado que conduzca a los Vargas a rectificar. Ya sucedió, hace cuatro años, cuando fue despedida por hacer alusión a los presuntos hábitos etílicos de Calderón, y la indignación de la gente obligó a la empresa a reinstalarla.
Pero francamente no veo las condiciones. El sistema en su conjunto se ha endurecido. Cientos de miles de firmas pidieron que no se instalara a Medina Mora en la Suprema Corte y resultaron infructuosas. Pudieron haber sido millones de firmas y habría dado lo mismo. Los que están en la cima han decidido dejar de escuchar. O para ponerlo en términos de la Plaza Tiananmen, de China, no es el momento de ponerse enfrente de los tanques, porque está claro que estos no van a detenerse.
@jorgezepedap
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March 11, 2015
Un país empriantanado
“Los gobiernos ya no son parte de la corrupción, el Estado es la corrupción”, dijo González Iñárritu hace unos días, para confirmar que su cuestionamiento al gobierno de México no había sido una ocurrencia al calor del Óscar recibido sino el resultado de una reflexión calculada. Días más tarde su colega Guillermo del Toro fue aún más lejos: “Me encantaría sentarme con la clase política y prenderles el fuego para que hubiera voluntad histórica, no nomás voluntad de robar. A muchos de nosotros nos van a olvidar, pero a ellos, las chingaderas que hacen, las va a recordar la historia”. Fernando del Paso, el laureado escritor de Noticias del Imperio, se lamentó esta semana porque “nuestra patria parece desmoronarse… algo se está quebrando en todas partes” y agregó: “me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia”.
No es frecuente una crítica política tan acerva por parte de artistas e intelectuales que han llegado a la cima del éxito. Por lo general, muchos de ellos lo han logrado a la sombra del árbol generoso y cómplice del Estado; otros simplemente prefieren mantenerse al margen de la política para no lastimar oportunidades presentes o futuras.
No es el caso de González Iñárritu, Guillermo del Toro o Fernando del Paso cuyo éxito internacional de alguna forma los blinda de las represalias que puede provocar una irritación de parte del gobierno mexicano.
Con todo, se requiere valor y honestidad para propinar un coscorrón a ese status quo que se inclina para venerarlos con el propósito de apropiarse de un pedacito de los laureles internacionales que ellos han cosechado. En cierta forma las nuevas declaraciones de González Iñárritu constituyen una forma de sacudirse el tuit que Peña Nieto difundió instantes después de que el Negro obtuviese la estatuilla (“qué merecido reconocimiento a tu trabajo, entrega y talento. ¡Felicidades! México lo celebra junto contigo”).
El comportamiento de estos artistas exhibe a las élites (y bien podríamos incluir a Alfonso Cuarón, quien en repetidas ocasiones ha vertido duros cuestionamientos al estado de la política y la corrupción en nuestro país). Un garbanzo de libra que hace más visible la complicidad de las dirigencias políticas, empresariales e intelectuales con la enorme corrupción institucional que padece México.
Justamente por eso es tan certera la caracterización que hace González Iñárritu: el Estado es la corrupción. La debacle no se reduce al hecho de que una generación de funcionarios y políticos voraces haya tomado el poder. Se trata de que las élites nacionales han dado la espalda de manera sistemática a toda consideración moral. Los escándalos de corrupción dentro del primer círculo de poder son cuestionados por una opinión pública difusa, pero no por los protagonistas que resultan decisivos en la definición de la agenda nacional. Los grandes empresarios son evasores sistemáticos de impuestos y beneficiarios de privilegios de toda índole; los dirigentes de la oposición medran en sus negociaciones con el poder; los legisladores han cobrado en oro su complicidad y los grandes medios de comunicación venden caro su amor; artistas e intelectuales cuidan como pueden los escasos islotes que aún persisten, permanentemente amenazados por la crisis y por el desprecio de funcionarios incultos; jueces y ministros de la corte siguen siendo una rama del poder político (y la designación de Eduardo Medina Mora el martes pasado no hace sino confirmarlo).
En cierta forma lo que atestiguamos es el triunfo absoluto del PRI: logró imponer sus valores al resto de la sociedad, o por lo menos a aquella parte de la sociedad que influye. Los panistas llegaron al poder y se convirtieron en una mala copia de los priistas; peor aún, la clase política en su conjunto ha hecho suya la moral del partido tricolor.
Peña Nieto y sus funcionarios pueden cometer cualquier arbitrariedad sin temer mayor contratiempo. No sólo porque no existen los mecanismos de rendición de cuentas, sino porque ni siquiera hay una reprobación moral en los círculos sociales en los que ellos se mueven. Basta con que omita leer la prensa extranjera y limite sus apariciones exclusivamente a sitios “pre producidos”. No habrá cejas levantadas en Las Lomas y en Santa Fe, en Cancún y en Los Cabos, en San Pedro, Nuevo León. No hay reservas morales desde las cuales sus pares puedan reclamar una comitiva de 200 personas para una breve visita a Londres (doctores y estilistas incluidos). ¿Cómo cuestionar la existencia de mansiones de valor inexplicable cuando todos ellos también las tienen?
El PRI ha convencido a las élites de las ventajas de chapotear en el lodo y de paso ha convertido la vida pública en un pantano infesto en el que todos ellos abrevan. En efecto, algo se quebró y no parece tener compustura.
@jorgezepedap
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March 4, 2015
House of cards a la mexicana
La gente respeta el poder, no la honestidad afirma Kevin Spacey, en su papel de presidente de Estados Unidos en House of Cards la aclamada serie de televisión de Netflix. El ocupante de la Casa Blanca, Frank Underwood, podrá ser de ficción, pero no su lema. Es el mantra con el cual viven y mueren los mandatarios de buena parte de la sociedades, incluyendo las democracias.
El Vladimir Putin de la serie de televisión, llamado Petrov, lo dice de manera mucho más cruda: el poder lo es todo; las leyes no son para dar garantías a los ciudadanos sino para asegurar la fuerza del soberano. El propio Putin encarna el mejor argumento de que los hombres y mujeres de a pie prefieren un líder poderoso antes que honesto. El mandatario ruso posee los niveles más altos de aprobación en el mundo de parte de sus ciudadanos (ronda el 85%) y desde luego nadie puede acusarlo de honestidad ni distinguirlo por su talante democrático. Los ciudadanos rusos podrán quejarse de la falta de medios de comunicación críticos, pero la mayoría parece dispuesto a sacrificarlos a cambio de una Rusia fuerte, una economía pujante y la sensación de seguridad en las calles y en sus casas (no es la oportunidad para analizar las verdaderas razones del “éxito” de Putin, derivado entre otras cosas de la enorme derrama económica que representan las vastas reservas de gas).
El rijoso y populista Rafael Correa en Ecuador es más apreciado por su pueblo que Michelle Bachelet de Chile o Dilma Rousseff de Brasil. Barak Obama apenas supera la cota de 40%, ligeramente superior a lo que inspira su colega mexicano, Enrique Peña Nieto.
Se dirá que las encuestas de popularidad son una herramienta muy poco fiable para evaluar la calidad de una administración y su habilidad para conseguir el bienestar de una comunidad. De acuerdo, pero es junto a los resultados electorales y la expresión de la opinión pública en los foros y en las calles, los termómetros que tenemos para conocer la relación entre gobernante y gobernados.
La afirmación de Frank Underwood de que los pueblos prefieren presidentes fuertes que presidentes honrados es dura, pero parecería coincidir con los resultados del Latinobarómetro destinado a conocer las actitudes de los ciudadanos frente a la democracia. En el último reporte, del año 2013, sólo 37% de los mexicanos cree que la democracia es preferible a un gobierno autoritario. Peor aún, 16% incluso expresa que preferiría un gobierno autoritario (al resto le da lo mismo o prefiere no contestar).
Me da la impresión de que en Los Pinos han estado viendo la serie House of Cards o, que en todo caso, han llegado a la misma conclusión. Los esfuerzos del gobierno de Peña Nieto para mostrar una voluntad de cambio frente a la corrupción y en respuesta a los escándalos de los últimos meses son tibios y desangelados. Sus diez anodinos puntos para combatir a la corrupción o la designación de un amigo y subordinado en el ministerio que investiga la limpieza de su gobierno, revelan la escasa importancia que el tema les merece. Más aún, llama la atención que ni siquiera hay la intención de proyectar la imagen de un gobierno verdaderamente preocupado por la honestidad. Son actos protocolarios que el fondo no intentan convencer a nadie.
En cambio, resultan evidente los esfuerzos que se realizan para otorgar a la presidencia mayor poder. El ejecutivo está inmerso en un cruzada para recuperar protagonismo frente a otros actores políticos. Con la ayuda del Partido Verde se busca el mayoriteo en el Congreso para convertirlo en extensión de la voluntad presidencial; hace tiempo que dejó de preocuparles cubrir las formas frente a las minorías parlamentarias. La propuesta Peña Nieto para la Suprema Corte de su embajador en Estados Unidos y ex procurador Eduardo Medina Mora, revela que en su ánimo la llamada autonomía del poder judicial no es un objetivo democrático sino un estorbo. La forma en que se ha intentado desmantelar de ciudadanos el control del Instituto Nacional Electoral a través del bloque priista de consejeros, muestra el deseo de poner fin a los residuos de la llamada primavera democrática que trajo la alternancia. Los esfuerzos por poner fin a las tibios progresos que se habían logrado en materia de transparencia dan cuenta de este empeño de otorgar a la institución presidencial mayor poder político y más margen de maniobra.
Es lamentable, aunque entendible, que a los gobernantes les incomoden las prácticas democráticas; más alarmante aún es que los ciudadanos comiencen a comprarse los argumentos de Frank Underwood. Con House of Cards podemos apagar la televisión y punto. Con la realidad nunca.
@jorgezepedap
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March 1, 2015
El color del vestido o ensayo sobre la ceguera
Ha nacido una nueva división entre los seres humanos: los que ven el vestido en color azul y negro y los que lo ven en blanco y oro. Ahora resulta que también en eso las personas somos distintas.
Como muchos de ustedes saben, la inocente pregunta de una escocesa el fin de semana pasado sobre el vestido que llevaba a una boda desencadenó un fenómeno viral en las redes sociales como no se había visto. Caitlin McNeill posteó la foto de su vestido y preguntó de qué color era. Diez horas más tarde la respuesta a la pregunta había generado 700,000 tuits. Algunos días después el tema rompía récords en la blogosfera. En el momento de mayor tráfico se registró que 670 mil personas a la vez estaban leyendo sobre el tema tan sólo en Buzzfeed, uno de los portales que lo publicó.
Resulta que al observar la foto 72% de las personas contemplan un vestido blanco con franjas doradas mientras que 28% perciben un vestido azul con rayas negras. No se trata de un asunto de enfoques y que simplemente al acercarse o alejarse uno percibirá el otro color. Tampoco es un tema del ángulo provocado por la luz. Simplemente hay seres humanos de un tipo (azules) y seres humanos de otro tipo (blancos). Punto. Al parecer un disposición fisiológica hace que el vestido sea percibido de una u otra manera.
Más allá del morbo que provoca lo que podría tomarse como un capricho de la naturaleza, el tema tiene mucho de inquietante. Todos estamos convencidos que aquello que vemos y palpamos “es lo que es”. Pero ahora se nos informa que no siempre es el caso. Dos individuos parados frente a lo mismo ven dos cosas completamente distintas. Cuando me mostraron la imagen me resultó tan evidente que se trataba de una vestido blanco y dorado que asumí que la persona a mi lado estaba bromeando cuando juró que era azul y negro. Incluso tuvimos un conato de discusión: ¿cómo es posible que no veas lo evidente? Al convencernos de que era auténtica la percepción tan contrastante, cada uno de los dos se quedó con la sensación que el otro tenía una deficiencia daltónica.
Las implicaciones de esta disposición visual neurológica para interpretar la realidad no son menores. ¿Y sin en verdad los seres humanos tenemos distintas maneras para asumir la realidad, más allá de las disposiciones culturales, familiares, de raza, religión o clase social? Para decirlo llanamente, siempre creí que la concepción del mundo que tiene Vicente Fox o Enrique Peña Nieto me resultaba ajena por los condicionamientos morales. ¿Ese país paradisiaco que sólo ellos ven es resultado de su capacidad para auto engañarse o es porque de veras ven el vestido de color rosado?
En el fondo el problema es para todos. Eli Paricer publicó en 2012 un libro inquietante: The filter bubble. Mostraba la manera en que el uso creciente de internet estaba provocando que los seres humanos nos atrincheráramos cada vez más en nuestra propia burbuja. Resulta que Google, Facebook o Twitter nos retroalimentan una y otra vez con materiales y sugerencias a partir de nuestras búsquedas anteriores. Los algoritmos de estos sitios detectan todo aquello que consultamos y nos ofrece más de lo mismo. Si usted escribe la palabra Egipto en el buscador de Google recibirá un desplegado de sitios distinto al de un vecino aunque se encuentre a cinco metros de distancia. Usted podría tener sugerencias sobre economía y ofertas de viaje a la tierra del Nilo; su vecino, en cambio, podría recibir ligas de música, películas y artistas egipcios. Todo en función del historial de navegación de cada cual. Hoy en día muchos jóvenes sólo ven las noticias que aparecen en su móvil de parte de tuiteros a los que siguen. Y escogen a los que siguen en funciones de afinidades.
A la larga, dice Paricer, acabamos prisioneros de nuestras visiones anteriores, del muro perimetral que vamos construyendo sin que nos demos cuenta. En otras palabras, terminamos alimentándonos de nuestros propios gustos, de aquellos que sólo piensan como nosotros, de lo que confirma nuestra visión del mundo.
La policromía del vestido de la escocesa nos muestra que la realidad es múltiple y acepta muchas percepciones. La posibilidad de vivir en armonía y crecer como sociedad reside en nuestra capacidad de aceptar nuestras diferencias y convertirlas en fuente de enriquecimiento mutuo. Pero eso supone curiosidad y apertura hacia la otredad, hacia los que piensan y actúan distinto. Por desgracia caminamos en la dirección opuesta.
El fenómeno del vestido deja una moraleja apabullante: 7 de cada 10 juran que es blanco y dorado. Están equivocados, el vestido en realidad es azul y negro. Inquietante, ¿no? ¿Y usted, de qué color lo ve?
Publicado en Sinembargo.mx y quince diarios regionales.
@jorgezepedap
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February 26, 2015
Iñárrritu, Messi y Nadal
El nacionalismo apesta, ya lo sabemos, pero hay algo conmovedor en la manera en que los españoles se enorgullecen de una victoria de Rafa Nadal en Wimblendon en el corazón mismo de la Pérfida Albión, o los argentinos se ufanan de Messi o de Maradona, universalmente venerados. Algo que los mexicanos experimentamos el domingo pasado con el triunfo de González Iñárritu en los Óscares en la categorías de mejor guión, película y dirección. El hecho de que el triunfo de el Negro secunde al de Alfonso Cuarón, de hace un año, ofrece una ilusoria pero momentánea sensación de revancha. Obtener el máximo galardón que ofrece Los Ángeles, una ciudad que los mexicanos han conquistado desde abajo como jardineros y lavaplatos, tiene algo reivindicador, pese a todo. A ellos les resta metrópoli, a nosotros periferia en el inventario de las ilusiones.
Lo que no provoca nada de ternura es el nacionalismo rampante en la llamada a cuentas que el gobierno mexicano le hizo al Papa por andar deseando que Argentina no se mexicanice en materia de violencia originada por el narcotráfico. Hace algunos días trascendió, aunque el Vaticano nunca lo confirmó, que el papa Francisco había externado a un concejal de su país que “ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa está de terror”. Y es que, en efecto, la escalada de violencia que experimentan algunas plazas argentinas, degollados y ejecuciones incluidos, se asemeja aunque aún en menor escala a las informaciones que llegan de nuestro país.
Supongo que la cancillería mexicana simplemente está haciendo su trabajo. Una reacción institucional en automático: no se debe estigmatizar a México ni desconocer los esfuerzos que el país realiza en materia de combate al narcotráfico, afirmó Relaciones Exteriores (el ministerio, dicho sea de paso, más rescatable de la actual administración). Pero el gobierno tendría que entender que hay momentos en que el pudor llamaría a quedarse callado: el mundo no olvida la masacre de 43 estudiantes en condiciones aun inexplicables. Por lo demás el Papa no habla a partir de un prejuicio sino de sus conversaciones con obispos mexicanos que están en la primera línea de batalla. “La cosa está de terror” no es un insulto sino una descripción. Jorge Mario Bergolio no extrajo sus temores de una vista de la película “Amores Perros” de Iñárritu, sino de ese profundo servicio de inteligencia de la vida cotidiana de nuestros pueblos que es la Iglesia Católica.
En los últimos dos años ocho curas han sido asesinados por los narcos, por motivos vinculados a su actividad pastoral, revela el reporte “El riesgo de ser sacerdote en México”, preparado por el Centro Católico Multimedia. En el mismo lapso se registran 520 amenazas y varios secuestros de prelados, particularmente en el sureste. Las pequeñas iglesias también han sido pasto de la violencia que arrasa las regiones salvajes. El Papa no se está inmiscuyendo en temas que no le atañen; por el contrario está hablando de su propia institución.
Por lo demás, en la defensa del gobierno mexicano hay mucho de hipocresía. Recuerdo aquellos años en los que nuestros capos eran aprendices de Pablo Escobar y se mencionaba en México el peligro de colombianización. Y cuando el corralito del peso con Fernando de la Rúa se hablaba en nuestra secretaría de Hacienda del riesgo de “argentinización”. Así que no entiendo esta pasión masiosare de envolverse en la bandera patria a la menor provocación aunque la tela con que se fabrique lleve la etiqueta made in China.
Pero más allá de los efluvios nacionalistas en esta defensa patriotera, me preocupa la actitud de fondo. En las últimas semanas parecería que el gobierno está renunciando a desarrollar estrategias para encontrar solución a los problemas y prefiere concentrar sus esfuerzos en el ocultamiento de esos problemas. “Si no hay respuesta a las dificultades estructurales, dejemos de hablar de ellas”, parecería ser la consigna de estos días.
Provoca inquietud este afán maquillador o silenciador de la realidad. Si se han tomado la molestia de enmendarle la plana al Papa, habida cuenta de la actitud reverente que hasta ahora ha caracterizado al trato de Los Pinos con el Vaticano, preocupa la actitud que podrían tener ante críticos menos connotados. Es decir, medios de comunicación, periodistas, miembros de la opinión pública, redes sociales.
Existe un riesgo evidente cuando el grupo gobernante comienza a asumir que la defensa de la Nación equivale a la defensa de su gestión política. El nacionalismo deja de ser esa sensación gozosa y de cohesión que provoca el triunfo de un coterráneo y se convierte en fuente para legitimar la intolerancia o el autoritarismo.
Publicado en El País
@jorgezepedap
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February 22, 2015
Mirreyes: nepotismo 2.0
En 1999 Warren Buffet, uno de los tres hombres más ricos del mundo, anunció que no heredaría a sus tres hijos su inmensa fortuna: pensaba otorgar 10 millones de dólares a cada uno de sus seis descendientes y el resto quería dejarlo a obras de caridad. Cuestionado por la “mezquindad” hacia sus parientes, considerando que su fortuna supera los 60 mil millones de dólares, explicó sus motivos. Primero dijo que sus hijos eran personas maravillosas y sabrían cómo crecer una herencia que la inmensa mayoría no tiene al nacer. Y luego reveló el argumento de fondo: “No veo una sola razón por la cual alguien que se sacó la lotería deba recibir el poder para comandar los recursos de la sociedad. Sería tanto como invitar a participar como competidores para las Olimpiadas de 2000 a las hijas y los hijos de quienes ganaron las medallas en el año 1976”.
No se a ustedes, pero la explicación de Buffet me parece la mejor crítica en contra del nepotismo que haya escuchado. Que los hijos de los ricos, simplemente por ser hijos de sus padres, se conviertan en la élite que dirige la economía de un país al margen de sus méritos y capacidades, es absurdo. Lo asumimos como un hecho natural, pero no sólo es injusto sino terriblemente ineficaz para la sociedad. En la práctica equivaldría a que el hijo de Hugo Sánchez (Q.E.P.D) fuese por decreto el centro delantero de la selección mexicana. ¿Suena extraño, no? Pues es precisamente lo que sucederá con Carlos Slim Jr. quien será el capitán de un conglomerado que en buena medida define el ritmo de la bolsa mexicana y, en general, de la economía del país.
La cita sobre Buffet y el análisis de este tema ha sido abordado excelentemente por Ricardo Raphael en su libro Mirreynato, la otra desigualdad (Temas de Hoy, Planeta). Jorge Alberto López Amores, quien se tiró al mar desde el quinto piso de un crucero durante el Mundial de Brasil; Miguel Lozano Ramos, quien cayó desde el sexto piso de un edificio en Londres mientras hacía el amor en la terraza durante una fiesta; Andrea Benítez, mejor conocida como Lady Profeco; Paulina Romero Deschamps, la orgullosa viajera transoceánica en aviones privados. Todos ellos, vinculados por el común denominador de ser hijos de funcionarios públicos, revelan la emergencia de una nueva dimensión del nepotismo: el paso del junior al mirrey.
A partir del análisis de estos casos, y muchos otros, Ricardo Raphael nos muestra que estamos ante un nuevo fenómeno. Hijos de papi siempre ha habido, pero la aparición de las redes sociales, el obsesivo narcisismo de la cultura de consumo y, sobre todo, la
impunidad que impera han provocado un cambio en el ADN con la consiguiente aparición de esta nueva especie, dice Raphael.
El mirrey es el junior sin inhibiciones; por el contrario, la ostentación de sus privilegios y su riqueza constituyen un rasgo fundante. Y para ser más preciso, el autor establece el decálogo que los define:
1.- Los mirreyes asumen que su papel en la sociedad deriva de una suerte de orden natural, acaso religioso, de las cosas. Se valoran a sí mismos como una subespecie por encima del resto.
2.- Son un grupo blindado y separado de los demás gracias a su riqueza y sus privilegios: entre ellos son “amigos de toda la vida”, se casan con “gente bien”, “gente como uno”.
3.- Los mirreyes utilizan la riqueza económica como el principal marcador de clase. No importa de dónde venga el dinero, la clave está en el poder de compra del que se ufana el mirrey.
4.- Los mirreyes no saben pasar desapercibidos: suelen utilizar cualquier objeto a su alcance para ostentar estatus social.
5.- Los mirreyes valoran la arrogancia pues constituye un rasgo de superioridad. El dinero entrega inmunidad para decir cosas desagradables, para tratar de la peor manera, para abusar de otros que no son como ellos. El mirrey más discriminador suele ganarse el respeto de sus acompañantes.
6.- Los mirreyes suelen tener un círculo de choferes, guaruras; un séquito que muestra su importancia.
7.- El mirrey es arropado por un cortejo de lambiscones, compañeros de juerga a quienes se les paga la cuenta.
8.- El mirrey desprecia la cultura del esfuerzo. Ganar algo por méritos propios revela carencia de recursos, muestra una debilidad.
9.- Los mirreyes no acuden a la escuela para adquirir conocimiento sino conocidos.
10. Al mirrey le produce sensaciones contradictorias haber nacido en México. Puede pintarse la cara de verde para ver a la selección de futbol, pero desprecia y se queja una y otra vez de la carencias del país o de la supuesta cultura autóctona, como si ellos pertenecieran en esencia a Nueva York, Londres o París.
El mirreynato, dice Ricardo Raphael, no es sólo un rasgo sobre esta excrecencia que son los nuevos juniors, sino una explicación misma de la sociedad despiadada, narcisa y discriminadora en que nos estamos convirtiendo. Un libro indispensable. Vean por qué.
Publicado en Sinembargo.mx y otros quince diarios
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February 19, 2015
Un hombre con suerte
Peña Nieto goza del mismo golpe de fortuna de aquél a quien felicitan por ser el único sobreviviente de un accidente automovilístico, aunque en el trance haya perdido una pierna. O al que roban justo después de haber gastado la mayor parte de su cartera.
Y es que, todos los sondeos lo muestran, Peña Nieto lo está haciendo mal, sólo que la oposición lo está haciendo peor. Las últimas encuestas de opinión revelan que la popularidad del presidente sigue cayendo, pero también el rechazo a los dos principales partidos rivales del PRI: el PAN a la derecha y el PRD a la izquierda.
Las razones de la caída del PAN no son un secreto. Aún no se repone del fracaso de sus doce años en el poder, de la lucha fratricida entre calderonistas y maderistas por el control del partido y de los continuos escándalos de corrupción.
Los motivos de la izquierda son igualmente obvios. La emergencia de Morena, la organización liderada por Andrés Manuel López Obrador escindida del PRD y convertida en partido político, dividirá casi por la mitad el voto de la izquierda.
Resulta difícil precisar el impacto que supondrá presentar candidatos distintos en la misma boleta electoral en las elecciones del próximo junio. Están en juego nueve Gubernaturas, 300 distritos electorales, casi mil presidencias municipales y delegaciones del Distrito Federal. Pero podemos dar por descontado que la izquierda perderá distritos, municipios y delegaciones que de otra manera habría obtenido. Y sin duda, el beneficiario principal será el partido del Presidente.
Alguien podría decir que no se trata de un golpe de suerte del PRI, sino de la simple recolección de los frutos sembrados. Aquellos que se salieron del PRD acusan a los Chuchos, la corriente que domina a ese partido, de haber sido enajenados por los hombres del Presidente. Aseguran que a partir de las negociaciones por el Pacto por México con el que arrancó la actual administración, la cúpula del PRD se ha convertido en un aliado de Los Pinos a cambio de canonjías inconfesables. Bajo esas circunstancias, afirman, la escisión de Morena era impostergable.
Por su parte, los dirigentes del PRD responden con argumentos políticos que abrevan en la tradición de la socialdemocracia. “Es mejor sentarse a hacer política con la derecha que dejarla gobernar sola”. Los Chuchos han validado una y otra vez las reformas del Presidente con el argumento de que para otorgar su beneplácito han logrado modificaciones a favor de las causas democráticas. Lo que ellos ven como una tarea de parlamentarismo responsable, López Obrador lo califica como un entreguismo oficialista y una traición a las causas del pueblo.
El hecho es que hoy en día un abismo separa a las dos fuerzas políticas de la llamada izquierda, y para efectos prácticos constituye una tragedia electoral. Algunos responsabilizan del previsible fracaso a Los Chuchos, otros a López Obrador. Como en todo divorcio las dos partes tienen que ver con el encono que ahora se prodigan, de lo que no hay duda es que son un agua y aceite irreconciliables.
Según los datos revelados esta semana por la empresa encuestadora Parametría, la intención de voto de los mexicanos sigue favoreciendo al PRI, pese a la desaprobación que provoca la gestión del gobierno de Enrique Peña Nieto. El partido en el poder concentraría 23 % de las preferencia brutas del electorado mexicano por 18% del PAN, 9% del PRD y 6% de Morena. Si se eliminan las respuestas “no contesta” y similares, la preferencia efectiva queda en 32%, 26%, 13% y 9% respectivamente para PRI, PAN, PRD y Morena (PT y Movimiento Ciudadano, más cercanos a Morena que al PRD aportarían otro 5%). Es decir, en conjunto la izquierda sumaría 27%, ligeramente por encima del PAN. Pero esa es una cifra platónica que sólo existe en el Excel. En la práctica Morena y PRD se harán pedazos mutuamente en la boleta electoral. Peor aún, ya lo han hecho. Frente a la debacle del PRI la izquierda ha sido incapaz de capitalizar el descontento popular debido al enorme deterioro de imagen que resulta, entre otras cosas, de la enconada y caníbal confrontación de ambas fracciones.
En otras palabras, el gobierno enfrentará las elecciones de junio de este año con una ventaja que, sin ser amplia, le otorga cierto margen de maniobra. Por lo general las elecciones intermedias suelen ser una dura prueba para la presidencia en funciones, por el desgaste que supone la gestión gubernamental. Y vaya que el gobierno de Peña Nieto se ha desgastado como ninguno. Sus niveles de desaprobación son los más altos desde que se tiene registro en la historia política reciente y, no obstante, no enfrentará mayor peligro en las urnas. Lo dicho, un sobreviviente con suerte.
Publicado en El País
@jorgezepedap
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February 16, 2015
Historia del maldito toldo
La historia sería difícil de creer si no la conociese de primera mano. Mi amigo Pepe tuvo la fortuna de enamorar a una hermosa europea que además resultó una extraordinaria cocinera. Tan buena, que de después de algunos meses de casados decidieron ambos dejar aparcados sus oficios para instalar una acogedora fonda gourmet en uno de los barrios de moda de la ciudad de México (los nombres y algunas referencias cambiadas para evitar represalias, verán por qué).
El lugar comenzó a aclientarse lentamente a fuerza de jornadas larguísimas de autoexplotación inclemente. Ellos cocinaban, atendían al público, hacían las compras, la limpieza o la contabilidad. Yo me dejaba caer de vez en vez para probar sus platillos exquisitos y para escuchar el relato entusiasmado de los progresos que registraba su changarro. Observaba en ellos ojeras cada vez más pronunciadas pero nunca en detrimento del brillo vehemente de sus miradas. Luego de un par de meses juzgaron que el negocio podía permitirse una empleada y decidieron emprender una segunda etapa: instalar un toldo.
La idea era dar mayor visibilidad y ofrecer una terraza en la banqueta como lo hacen tantos otros negocios en la zona. Pepe y su esposa procedieron de la misma forma en que lo habían hecho para fundar el negocio: siguiendo al pie de la letra las exigencias legales y administrativas. Enterados del carácter laberíntico del trámite, decidieron contratar a un gestor profesional. Nueve mil pesos más tarde (además de los honorarios del gestor) contaban ya con un “permiso de enseres” para poder colocar mesas y sillas en la banqueta, y exhibir en la fachada el dichoso toldo. Semanas después, y con diez mil pesos menos, tuvieron por fin en sus manos la lona y su estructura. La mañana en que habrían de instalarlo Luna (así la llamaremos) tendría que haber ido al mercado a las compras, pero decidió acudir a la fonda para no perderse el momento en que ascendiera al entrepecho el ansiado toldo. La operación terminó en tragedia, al menos para la joven pareja.
Una patrulla se apersonó en el lugar apenas iniciadas las primeras maniobras para instalar los tubos. Pepe y Luna se felicitaron de su previsión y, ufanos, mostraron a los policías su flamante permiso.
-Ah no, jóvenes. Este permiso es para tener un toldo en la fachada, pero en ningún lugar dice que se les autoriza a trabajar en la vía pública para instalarlo.
La pareja festejó lo que parecía una broma, pero el arribo de una segunda patrulla instantes más tarde mostró que los agentes no habían llegado allí para reírse. De hecho habían llegado allí para aterrorizarlos. Al parecer el uso de la escalera apoyada en la pared constituía un crimen de lesa humanidad que obligaría a una multa millonaria, al posible cierre del lugar y a la incautación del toldo.
Todos los esfuerzos que hicieron los mini empresarios para explicar lo kafkiano que suponía un permiso que autorizaba tener un toldo pero no a instalarlo se estrellaron contra la argumentación cantinflesca y siempre autoritaria de los policías. Finalmente, cuando estos juzgaron que sus víctimas estaban suficientemente ablandadas sugirieron la posibilidad de “arreglarse”. Con resignación, Pepe acudió a la exigua caja registradora, pero Luna paró en seco sus movimientos. Adujo que por ningún motivo su negocio iba a prosperar mediante un acto de corrupción. Él pensó en hacerle ver a su esposa la inutilidad de toda resistencia, explicarle que lo normal era avenirse a un arreglo, pero un segundo más tarde cayó en cuenta de que lo normal tendría que ser lo que Luna sostenía. Así es que regresó con los policías y les informó que suspendía la operación y que sacaría un permiso ex profeso para instalar el toldo. Para su fortuna fue tal la sorpresa de los agentes de la ley que decidieron retirarse por el momento, sumidos en la confusión.
Días más tarde Pepe descubrió que no hay en la delegación Cuauhtémoc ningún trámite explícito para usar la banqueta mientras se instala el toldo. Posee un permiso para tenerlo, pero no para colocarlo. Al parecer el edificio tendría que haber nacido con su pestaña de lona. El día en que ellos me lo contaron fue la primera vez que noté la ausencia de brillo en sus miradas.
Todo esta historia la recordé ayer, cuando salí a la calle y encontré una patrulla en la rampa de mi vecino. Este me saludó y me dijo medio en broma y medio indignado que lo iban a llevar a la cárcel. Un policía levantaba un acta por la escalera que estaba recostada contra la pared, mi vecino había estado sellando con silicón una ventana exterior cuando fue sorprendido en “delito infraganti”. Prometí enviarle cigarros a la cárcel y lo dejé descargando su indignación contra los agentes. Yo me quedé pensando en esa otra escalera de la corrupción que va del primer peldaño de un vacío legal diseñado para sobornar en la calle hasta el mecanismo que permite a un presidente designar a un compinche para que lo investigue. Y concluí que el primer peldaño explica el último y viceversa.
P.D. Pepe me envió hace un par de días la foto de su toldo ya instalado. En el transcurso de la semana espero enterarme de cómo lo hizo. Les aviso.
Publicado en Sinembargo.mx y otros quince diarios.
@jorgezepedap
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