Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 17

May 6, 2015

El día que Jalisco se rajó

Sí, es preocupante que los narcos hayan podido tumbar un helicóptero de guerra blindado y artillado, pero lo que verdaderamente atemoriza es lo que siguió después: la capacidad logística que supone concertar en cuestión de horas una veintena de retenes simultáneos en diversos puntos del occidente de México, con la intención de ahogar a Jalisco y a su capital, Guadalajara, una ciudad de cuatro millones de habitantes. Un déjà vu de lo que el país experimentó seis años antes cuando Monterrey vivió secuestrado por los Zetas.


Durante décadas los mexicanos asumieron que el narcotráfico era un fenómeno inevitable pero circunscrito a determinadas zonas del país, por lo general aisladas y distantes. Algo que sucedía en la frontera o en la sierras, siniestro y terrible, pero ajeno y marginal. Algo que le sucedía “a los otros”. Como la miseria extrema o el paludismo. En un país tan desigual, en el que existen tantos “méxicos” pero sólo uno de ellos importa e influye, lo que suceda en los otros méxicos es algo que todavía no sucede en el México con mayúscula.


Por lo que respecta a las drogas, eso cambió en el sexenio anterior, con la estrategia que siguió Felipe Calderón. El ex presidente asegura que no fue él quien trajo la guerra a las ciudades, sino que la guerra vino a ellas. Afirma que el negocio de las drogas dejó de ser un fenómeno de trasiego entre las sierras de cultivo y la frontera estadounidense, para convertirse en una operación de control de mercados urbanos. Antes, dice esa versión, era una operación que involucraba esencialmente a los narcos mexicanos (y colombianos) y al consumidor norteamericano, y en pequeña escala a las autoridades necesarias para supervisar y asegurar dicho trasiego. Todo cambió cuando las grandes ciudades mexicanas comenzaron a convertirse en mercados de consumo apetecible para los cárteles, lo cual desató la guerra por el control de territorios. El Estado mexicano se vio obligado, dice Calderón, ha enfrentar esta amenaza de manera decidida y tajante. Cien mil muertos más tarde, seguimos en ello.


Como muchas cosas en la vida, la explicación es más compleja. La decisión de ir a la guerra tuvo mucho más que ver con razones de legitimidad política que con una crisis de inseguridad pública. De hecho la crisis de inseguridad fue el resultado de una estrategia equivocada en el combate en contra de los cárteles. A Calderón le urgía un golpe de liderazgo sobre la mesa en los primeros días de su gobierno, para dejar atrás la cantaleta lopezobradorista de ser un presidente ilegítimo. Se escogió el combate al narco porque se creyó que cumplía todos los requisitos: sería aplaudido por los gobiernos extranjeros, ofrecía resultados inmediatos (pobres narcos, nunca podrían contra el ejército), respondía a una creciente preocupación de la población, mostraba a un mandatario decidido y de pulso firme.


Lo que siguió lo conocemos todos. El ejército se ha pasado años dando palos de ciego al avispero, pacificando a medias una región sólo para ver los territorios vecinos infestados de la nueva plaga. Sin inteligencia militar ni una estrategia de combate integral al fenómeno del consumo, del lavado de dinero o de la impunidad y corrupción en el sistema judicial, la liquidación ocasional de cabezas del narco simplemente ha provocado la multiplicación fragmentada de organizaciones cada vez más salvajes. Este martes el gobierno federal anunció que el ejército tomaba el control en Jalisco y Guadalajara. Cómo lo hizo hace nueve años en Michoacán.


Los mexicanos volvieron a votar por el PRI no porque creyeran que había cambiado sino porque asumieron que, pese a sus defectos, tendría la capacidad política para poner en movimiento a la economía y resolver el problema de inseguridad en el que el PAN nos había metido. Ha sido una esperanza fallida. La administración de Peña Nieto ha seguido una estrategia similar a la de Calderón con idénticas consecuencias. Lo que sucedió en Guadalajara es una reedición de lo que padeció Monterrey en el sexenio anterior. Y peor aún, la confirmación de que la guerra contra el narco se ha instalado ya en todos los méxicos. O casi. En un acto de absoluta negación, el gobierno federal puede seguir manteniendo su postura esquizoide pretendiendo que la violencia inadmisible y salvaje sigue siendo periférica mientras no someta a la capital del país. Lo que ahora ha sucedido muestra que sólo es cuestión de tiempo. Ha llegado el momento de hacer otra cosa aunque ello implique sacudir las bases mismas del sistema. Lo de Jalisco es un aviso de que cosas peores están por suceder.


@jorgezepedap

Publicado en El País



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 06, 2015 18:11

May 3, 2015

Marcelo: cálculo y venganza

Cuenta la leyenda que durante el porfiriato un gobernador avisó a la capital que había un brote de insurrección en la zona; desde el centro le dieron instrucciones por telegrama: “sofóquelo sin derramar sangre”. El gobernador acató la orden puntualmente y respondió: “sofocado sin derrame de sangre”. Enterró vivos a los cabecillas.


Algo similar ha sucedido con Marcelo Ebrard en los últimos meses. Alguien, siguiendo instrucciones del centro, lo enterró vivo. Por razones de cálculo político, pero también de venganza personal.


Y es que el ex Jefe de Gobierno representa para muchos una amenaza política. Por lo mismo, en su linchamiento convergen distintos factores y variados protagonistas. Por un lado, es uno de las pocas variables no controladas por el PRI para lograr reelegirse en el 2018. El PAN carece de una figura competitiva y la izquierda está fragmentada entre Morena y el PRD. Pero Ebrard era un hilo suelto. Es una figura que al margen de los partidos genera interés entre en un amplio espectro del electorado que le considera un funcionario experimentado y progresista, sin la radicalidad o belicosidad que el atribuyen a AMLO. Los Pinos tenía que evitar a toda costa que en la segunda mitad del sexenio Ebrard adquiriera visibilidad y, por ende, gozara de popularidad de cara a la sucesión presidencial. Consecuentemente se le han cerrado todos los caminos a través de los cuales él podría tener una tribuna pública. El fallo polémico y forzado del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hace unos días para impedirle ser candidato a diputado por el Movimiento Ciudadano, es un fiel reflejo de esta estrategia.


Pero en la defenestración de Marcelo también converge el fuego amigo. Los líderes del PRD se aseguraron de bloquear sus pretensiones de llegar a la presidencia del partido, a fines del año pasado. En una elección interna Ebrard habría vencido a Carlos Navarrete, algo que Los Chuchos no iban a permitir. Tampoco Los Pinos. Tal posición le habría dado un protagonismo formidable en los próximos años y le habrían convertido en el enemigo a vencer en el 2018.


Por su parte, Miguel Ángel Mancera ha hecho lo propio para convertir en cadáver político a su ex jefe. La nueva administración ha conducido una campaña de exterminio contra todo lo que oliese a Ebrard, incluyendo proyectos y aliados. Como el apóstol San Pedro, los amigos del ex Jefe de Gobierno han tenido que deslindarse o de plano repudiarlo para mantenerse con vida en la estructura capitalina. Una y otra vez los intentos que ha hecho Ebrard para regresar a la escena pública fueron desactivados o boicoteados por sus muchos enemigos.


Y, también hay que decirlo, no es que Ebrard tenga muchos amigos. Incluso López Obrador ha sido demasiado tibio para salir en su defensa o para acogerlo en Morena. Si bien no hay una hostilidad abierta, ni mucho menos, parecería que a El Peje tampoco le hace gracia competir con Ebrard al interior de Morena de cara al 2018. En suma, Marcelo Ebrard ha sido víctima de sus virtudes. Su atractivo político se convirtió en una amenaza para todos.


Y si al cálculo político se añade el encono personal podemos entender la saña en la cacería desatada en su contra. Por un lado, Miguel Ángel Mancera no le perdona al ex jefe que nunca hubiera apoyado su candidatura, y sí en cambio la de Mario Delgado. Mancera siente que llegó a donde está no gracias sino a pesar de Ebrard. Y, en efecto, hubo mucho de soberbia en la intención de Marcelo de imponer a su delfín incluso cuando se hizo evidente que la correlación de fuerzas favorecía a Mancera.


Pero este último no es el único que le profesa un odio jarocho. Alguien en Los Pinos está convencido de que fue Ebrard quien filtró la información sobre “la Casa Blanca” de La Gaviota a los medios (algo que niega el ex funcionario). A ojos del soberano, la sola sospecha justificaría toda la rudeza innecesaria que pudiera aplicarse contra el responsable de tal sacrilegio.


No es casual, pues, el rosario de embates en contra de Marcelo Ebrard. Comenzó con el escándalo de la línea 12 del Metro y bien pudiera terminar con él. Más allá de las irregularidades en la construcción de la obra, el tema fue explotado para asestar un golpe mediático en contra de la reputación del ex Jefe de Gobierno, como si todas las decisiones hubiesen sido tomadas por su persona. En realidad es una obra en la que participaron distintos niveles de gobierno, entre ellos funcionarios que hoy forman parte de la administración de Peña Nieto. Pero las columnas y comederos políticos se cebaron exclusivamente en el ex aspirante a la candidatura presidencial. No se descarta que el asunto tenga un desenlace jurídico y penal, una especie de espada de Damocles sobre su cabeza. Una última carta de negociación para impedir su regreso a la arena política.


Marcelo Ebrard se encuentra literalmente en la lona, con muchos enemigos encima y ningún amigo. Una y otra vez, como su tutor Manuel Camacho, ha sabido levantarse de un knock-out cantado. No parece fácil esta vez, pero tampoco apostemos en contra.


@jorgezepedap

Publicado en Sinembargo.mx y otros quince diarios



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 03, 2015 10:13

April 29, 2015

Una lección desde los confines

Tancítaro no sólo es un pueblo de nombre hermoso y evocador. Es también el lugar desde el cual todos los mexicanos han recibido una esperanzadora lección de sentido común. Esta comunidad michoacana de treinta mil habitantes decidió que las elecciones de este verano no justificaban poner en riesgo el precario equilibrio que han alcanzado pese a encontrarse enclavados en una región devastada por la violencia de la guerra contra las drogas. Así que optaron por suprimir de facto la competencia electoral designando desde ahora a quien será su próximo alcalde. Los distintos representantes de la comunidad se reunieron y escogieron por unanimidad a Arturo Olivera, un médico de 53 años, profesor de inglés y química en la preparatoria, para que se convierta en alcalde durante los siguientes tres años, a partir de la jornada electoral de junio próximo.


Eso fue lo fácil. Lo difícil fue convencer al PRI, al PRD y al PAN que renunciaran a sus agendas y convirtieran a Olivera en su candidato. Para las dirigencias nacionales la propuesta equivalía a un sacrilegio. Hacer alianza con enemigos acérrimos y aparecer fusionados en una boleta electoral, era algo que trastocaba sus neuronas y boicoteaba sus engranes. Al final fueron convencidos por el argumento de que una situación límite requerían soluciones extremas. (Desde luego también ayudó el hecho de que se trata de una comunidad pequeña y de escasa población; es decir, no es un botín político imprescindible para ninguno de los partidos. Conozco suficiente a los dirigentes para saber que no hay generosidad sin cálculo político).


Lo cierto es que se trata de una solución inédita y esperanzadora. Algunos dirán que es una medida cuestionable por antidemocrática, pues le quitó al ciudadano común y corriente la posibilidad de elegir a sus autoridades. Quizá, pero eso significaría asumir que nuestros procesos electorales son democráticos, algo que dista de ser cierto, particularmente en las zonas más violentas del territorio nacional. Las opciones que ofrecen los partidos no tienen nada de democráticas y sí de burocráticas, y en regiones con presencia de crimen organizado, incluso criminales; al final, el ciudadano se ve obligado a votar por candidatos que ni siquiera habría elegido para estar en una boleta electoral.


Justamente ese era el temor de los habitante de Tancítaro. Muchas alcaldías han sido tomadas por candidatos vinculados a los cárteles de la droga. Es el caso de Iguala, funestamente célebre por la desaparición de los 43 estudiantes el año pasado. Los Narcos consiguen colocar a uno de los suyos como candidato de alguna fuerza política (y les ha pasado a todos los partidos), y lo hacen triunfar con una mezcla irresistible de dinero y amenazas. Tancítaro neutralizó de cuajo tal riesgo.


Tancítaro es un pueblo dedicado a la exportación de aguacate y su prosperidad ha estado permanentemente amenazada por el crimen organizado, que suele exigir un impuesto por hectárea cultivada. Los primeros intentos por resistirse provocaron el asesinato de diversas autoridades municipales por parte de los esbirros. En 2012 recibieron con los brazos abiertos a las guardias de autodefensa de la región y lograron erradicar momentáneamente a las bandas delincuentes. Pero la intervención del gobierno federal en contra de estas guardias civiles provocó el retorno de los cárteles. Finalmente, los agricultores optaron por una estrategia institucional: con sus propios recursos financiaron una policía municipal capacitada por profesionales, dotada de armas de alto poder. La medida dio resultado, las fuerzas locales han mantenido a raya a los delincuentes. No obstante, la estrategia seguida se volvería contraproducente si el narco colocaba a un presidente municipal. La policía local, ahora reforzada, quedaría a las órdenes de su esbirro. De allí la importancia de asegurar un candidato de la comunidad, ajeno a las agendas partidistas penetradas desde hace tiempo por los intereses del crimen organizado.


La solución es ad hoc, difícilmente exportable a otras latitudes. Lo que sí es exportable es la creatividad, la imaginación para encontrar formas de supervivencia al margen de las estructuras viciadas y agotadas. Tancítaro nos muestra que allá donde fracasa el Estado hay esperanza a condición de no rendirnos o quedarnos cruzados de brazos. Su solución puede ser imperfecta y desde luego entraña riesgos; podría incluso fracasar. Lo que no tengo duda es que seguirán intentándolo. Si con Iguala tocamos fondo y la tragedia nos hundió en el desánimo, la actitud de Tancítaro nos muestra una vía para remontar los infiernos y reconstruir la esperanza.


@jorgezepedap

Publicado en El País.



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 29, 2015 10:15

April 22, 2015

Oficio de tinieblas

Dicen que un cirujano es un asesino sublimado, alguien con la inclinación necesaria para tomar un instrumento afilado y acuchillar al prójimo. Nada reprochable, desde luego, si la acción tiene como propósito extirpar un tumor maligno. De igual forma, un periodista es un chismoso sublimado, alguien para quien todo secreto supone un desafío. Primero para descubrirlo, después para divulgarlo. En el alma del periodista anida el impulso soberbio y embriagador que supone saber algo que los demás ignoran y, acto seguido, disfrutar mostrando al mundo lo que sólo él sabe.


Con los políticos el tema es un poco más complejo. Es una vocación que entraña un impulso hacia el servicio público, el deseo de ser objeto de la admiración y del agradecimiento unánime, el anhelo de trascender. Por lo menos esa es la motivación que aparece en las perfiles autobiográficos. Pero a medida que los he conocido advierto que en la mayoría de ellos el verdadero motor simple y sencillamente es el apetito por el poder. Peor aún, ni siquiera cualquier tipo de poder sino aquél que incluye una fuerte dosis de transgresión.


El poder y la posibilidad de transgredir están íntimamente vinculados. Es fascinante saber que los destinos de otros dependen de la propia voluntad, pero es mucho más adictiva la sensación de estar por encima de las restricciones que afectan al resto de los mortales. No es sólo el acceso a determinados privilegios; después de todo, el dinero de los millonarios también permite gozar de muchos de esos privilegios, e incluso de otros.

Cualquiera que sea suficientemente rico puede rentar o incluso poseer un helicóptero para desplazarse por la ciudad sin necesidad de amargarse la existencia en un embotellamiento interminable. Pero sólo los políticos pueden darse la satisfacción de utilizar con fines personales o familiares una aeronave que pertenece al patrimonio público. El poder es una droga que sólo tiene efectos cuando es ejercido, y pocas maneras más potentes de ejercerlo que utilizarlo para realizar todo aquello que a los demás les está prohibido.


Es por eso que la corrupción política y la función pública muestran vínculos casi simbióticos en todas las sociedades en que la rendición de cuentas no está arraigada. Tener más dinero del que se puede gastar es un placer que se agota pronto. “Un político pobre es un pobre político”, sigue siendo un lema que por el que se rigen nuestros funcionarios, pero es apenas el punto de partida. Consideran un derecho asegurar el patrimonio familiar de la siguiente generación, pero la fascinación por el poder va mucho más allá de eso. Puedo imaginarme obscenamente enriquecido al ex gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, y al mismo tiempo profundamente infeliz por carecer del poder que antes le permitía satisfacer caprichos estuviesen o no permitidos por la ley.


Mandar sobre otros, decidir ascensos y descensos, posibilitar o rechazar proyectos es una atribución que pronto se convierte en rutina. Para los de libido alborotada, el acceso a hombres y mujeres de atractivo otrora inalcanzables resulta una tentación irresistible. Por ello es que el sexo constituye una de las recompensas esenciales en el ejercicio del poder. Pero incluso eso tiene límites.


El verdadero goce del poder se alimenta de la capacidad de acometer impunemente lo que otros no pueden. Y no necesariamente se trata de los pecados capitales, salvo en sus versiones más salvajes. Hay gobernadores que consideran que desaparecer a un periodista incómodo o despojar a un vecino de un rancho apetecido forma parte de sus atribuciones. En otros casos simplemente se trata de violaciones de primer grado: extender a voluntad el horario del bar en el cual se festeja, obtener un pasaporte en fin de semana, amedrentar a un antiguo rival con policías judiciales, cerrar el negocio de alguien por mera inquina personal, abrir asientos en un vuelo comercial ya saturado, levantarle la falda a una muchacha en un acto público, y un largo etcétera. Convertirse en senador es algo que muchos desearían, pero no tanto por la naturaleza de sus actividades como por el estatuto que se le atribuye: “gozar de influencias”, “estar por encima de la ley”.


Los políticos terminan habituándose a las pequeñas, medianas y grandes transgresiones hasta terminar necesitándolas como el aire que respiran. No sé cuál sea el oficio que subliman; ellos están convencidos de ser dioses del Olimpo.


@jorgezepedap

Publicado en El País



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 22, 2015 20:15

April 19, 2015

¿Y si el piloto no quiere?

No es fácil que un país cambie cuando sus élites están tan poco interesadas en el cambio. Y quizá esa es la gran tragedia que vive México. Los problemas estructurales que padece (inseguridad, desigualdad, impunidad y corrupción, entre otros) exigen ya soluciones radicales que van más allá de las aspirinas, pero aquellos que nos gobiernan son los menos interesados en que las cosas cambien. Y por muchas razones.


A fuerza de asegurar su supervivencia, el Partido Revolucionario Institucional terminó por eliminar de su traza genética cualquier elemento revolucionario para dar paso exclusivo a su gen institucional. El motor que mueve al partido que nos gobierna es esencialmente el de reproducir las condiciones que lo mantienen en el poder.


Esto en sí mismo no es condenable. Hay ocasiones en que un país necesita estabilidad y absoluta certidumbre para potenciar las posibilidades de expansión que le ofrece el hecho de encontrarse en una coyuntura favorable. Un poco como la trayectoria de cualquier persona. Hay momentos de cambio y momentos para asentarse. Momentos en que un reto profesional o personal exigen a un individuo perseverar y crecer ante la oportunidad que la vida ofrece. Pero hay otros momentos en que el estancamiento y la crisis obligan a cambiar.


México se encuentra en este último caso. La ausencia de un estado de derecho, la inseguridad pública y la violencia han terminado por afectar las posibilidades de crecimiento; la desigualdad crónica estrecha el mercado e impide la expansión económica; la presencia de monopolios y privilegios impide la competencia real; la falta de oportunidades multiplica a la economía informal; la omnipresencia de la corrupción contamina todos los espacios de la vida nacional.


Son problemas que ya no pueden ser resueltos con la batería de soluciones que aparentan ofrecer los que nos gobiernan. Ya no pueden hacernos creer que la detención del siguiente Chapo constituye una respuesta al problema de la inseguridad. O que entregarle a Olegario Vázquez Raña la tercera cadena de televisión prohijará la apertura y la producción de contenidos de calidad; y ciertamente las acciones de Rosario Robles en la Sedesol a favor de su partido no provocarán una disminución de la desigualdad ni nada que se le parezca.


En otras palabras, México no se encuentra ante un panorama en el que basta perseverar con lo que tenemos para prosperar. Porque lo que tenemos se ha convertido en la traba misma de cualquier posibilidad sostenida de expansión.


La sensación que padecería alguien para quien un determinado trabajo se ha convertido en una pesadilla cotidiana que lo mutila, lo humilla y lo disminuye como ser humano. Una situación que requiere asumir cambios significativos porque el contexto actual ha agotado su posibilidad de crecimiento.


Construir un estado de derecho o disminuir la desigualdad que propicie la expansión del mercado y el crecimiento sostenido, no son soluciones contempladas dentro del horizonte institucional en que nos movemos. Y justamente esa es la tragedia: lo que el país necesita en estos momentos es algo que no pueden ofrecer las élites que lo gobiernan.


Lo anterior produce una fractura abismal y perversa entre los intereses de la sociedad en su conjunto y los intereses de los responsables de conducirla. Un divorcio de realidades más que preocupantes. En cierta forma la historia puede ser leída como las etapas por las que transcurre esta tensión entre necesidades de la comunidad y necesidades de los que pilotean los destinos de la comunidad.


Es una fractura peligrosa porque no tiene solución automática. O las élites profundizan sus controles sobre la sociedad para evitar que las disfuncionalidades y, en última instancia, la inconformidad se traduzca en acciones de cambio; o la sociedad encuentra maneras de presionar a los de arriba para obligarles a introducir algunas transformaciones de mayor o menor calado. Ocasionalmente la tensión se resuelve de manera abrupta, como en la Revolución Mexicana o como lo que acaba de suceder en varios países árabes del norte de África: por el simple expediente de que la sociedad tumba a los de arriba de manera súbita y accidentada (normalmente con la participación de algunos de los de arriba, momentáneamente descontentos).


Una salida revolucionaria por parte de la sociedad es poco probable por muchas razones inabarcables en este espacio. Pero la simple persistencia de la fractura la profundiza. Y eso suele provocar un atrincheramiento de las élites con el consiguiente aumento de autoritarismo. Una tendencia que ya comenzamos a percibir en el gobierno de Peña Nieto: ante la imposibilidad de ofrecer solución a los problemas, intenta controlar las expresiones del descontento. En suma, las élites no van a producir los cambios que el país requiere. Los ciudadanos tienen la palabra, aunque sabemos que nunca es fácil para los pasajeros mover un avión cuando el piloto no quiere volar.


@jorgezepedap

Publicado en Sinembargo.mx y otros quince diarios regionales



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 19, 2015 10:17

April 12, 2015

Partidocracia: el bar en manos del borracho

El Niño Verde es a la política lo que Arnold Schwarzengger al arte cinematográfico: la prueba palpable de que se puede traicionar el oficio y convertirse en un triunfador inexpugnable. La existencia del Partido Verde representa un recordatorio permanente de que la política es el negocio de unos cuantos con cargo al bolsillo de todos los demás. Su invulnerabilidad está a prueba de cualquier exceso, abuso o infamia. Como un jugador de futbol al que sólo se le puede mostrar la tarjeta amarilla una y otra vez, sin importar a quien fracture o cuántos penaltis cometa.


El problema no es que estemos en manos de la partidocracia. O no sólo ese. El problema fundamental es que los partidos que tenemos son deplorables. Una punta de camarillas capaces de negociar a cualquier costo el presente y el futuro del país con tal de conservarse en el poder tres años más. La agenda programática o la plataforma de propuestas de cada partido (por no hablar de sus convicciones ideológicas) han desaparecido para dar paso a la exclusiva gestión de las canonjías de sus dirigentes. Es decir, su operación política está dedicada a asegurar la reproducción de los que controlan las altas esferas de cada institución política.


Una partidocracia que al menos confrontara en la arena pública distintos proyectos de país sería un consuelo. Pero no es nuestro caso. El Partido Verde pugna por toda reivindicación capaz de generar votos, sin importar la congruencia ecológica que tenga (incluyendo la pena de muerte). El PRD hace tiempo que perdió cualquier cosa que pudiera ser democrática y, desde luego, nunca fue revolucionario. Hoy parece más interesado en vender caro su amor a la Presidencia a cambio de favores y posiciones, que en luchar por la agenda de las causas relacionadas con la injusticia social, jurídica y económica. El Partido de Acción Nacional se mostró como el de la inacción nacional durante doce años; y ahora mismo chapotea en la complacencia de su propia corrupción, pese a que esta fue la bandera obsesivamente enarbolada durante sus primeros cincuenta años en la oposición. ¿Y el PRI? Bueno, el PRI es todo lo anterior, sumado.


De cara al público los partidos políticos hacen como que combaten mutuamente, pero en privado operan como cómplices y colegas de oficio. Una y otra vez optan por protegerse unos a otros cuando están en riesgo los privilegios del gremio. Juntos han ido expropiando de la sociedad civil cualquier intento de poner restricciones a los abusos y excesos de funcionarios y legisladores. Los integrantes de los supuestos mecanismos de rendición de cuentas y de autonomía como el IFAI, el Instituto Nacional Electoral, el TRIFE, los Comités de Competencia, la Suprema Corte, etc., dependen de las nominaciones que haga el Congreso (en algunos casos con participación de la Presidencia). Es decir, son nombramiento que deciden los líderes de las fracciones partidistas siguiendo instrucciones de sus dirigencias. En la práctica han optado por el reparto de cuotas: “uno para mi, otro para ti”. Esto significa que en el TRIFE, en la Suprema Corte o en el IFE existe el bando priista de ministros y consejeros capaz de neutralizar cualquier proyecto que atente contra los privilegios de la élite en el poder.


En otras palabras, no parece haber manera de sacudirse esta permanente expoliación. Han completado un círculo vicioso cerrado para hacerse inexpugnables. Las sanciones que recibe el Partido Verde son la mejor muestra de lo anterior. Las violaciones que este partido ha cometido una y otra vez, de manera calculada y deliberada, ameritarían su suspensión del proceso electoral y su eliminación de la boleta el próximo verano. Algo que no va a suceder. Al final son sólo multas (muchas de las cuales luego son perdonadas en instancias posteriores).


Y ya se sabe, en política lo que se consigue con dinero termina siendo gratis; entre otras razones porque no es su dinero sino el de otros. En el peor de los casos al PVEM no le importa si tiene que pagar 180 millones de pesos, si a cambio de eso inunda al país con su publicidad y levanta dos o tres puntos porcentuales su votación. Eso le reportará miles de millones de pesos en posiciones políticas de toda índole. Lograr una treintena de diputados en la Cámara le permite convertirse en el fiel de la balanza en votaciones apretadas y en esa medida negociar con el PRI enormes privilegios; conseguir una gubernatura como lo hizo en Chiapas, por ejemplo. ¿Qué son 100 o 200 millones contra eso? En suma. La política en manos de los que la prostituyen. El bar a cargo del borracho.


@jorgezepedap

Publicado en Sinembargo.mx y otros quince diarios regionales



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 12, 2015 10:19

April 8, 2015

Amapola, el otro petróleo

¿Qué pasa con el alma de un país cuando su economía deja de estar petrolizada para comenzar a estar “narcotraficada”? Muy probablemente 2015 sea el primer año en que las exportaciones de drogas ilegales superen los ingresos petroleros procedentes del extranjero. El auge del consumo de heroína en Estados Unidos ha provocado una explosión en la siembra de amapola en las sierras mexicanas para la producción de pasta de opio y su transformación en heroína, un fenómeno que se está convirtiendo en la nueva fiebre del oro.


En realidad el petróleo dejó de ser el principal producto de exportación del país hace tiempo, cuando las exportaciones de la industria automotriz desplazaron a los hidrocarburos como la principal fuente de ingresos del exterior. En 2014 los autos aportaron 49 mil millones de dólares a la balanza comercial, casi el doble que los 28 mil millones procedentes del petróleo. En 2015 se estima que los hidrocarburos se desplomarán casi a la mitad, para situarse entre 15 y 17 mil millones de dólares. Seguramente por debajo de los ingresos generados por el trafico de estupefacientes.


Probablemente nada describe mejor la sociedad dual en la que se ha convertido México que el hecho de que las principales exportaciones del país estén representadas por dos actividades tan disímbolas: autos y droga. La primera se caracteriza por cadenas productiva de tecnología punta y fábricas robotizadas ubicadas en su mayor parte en los altiplanos del norte del país. El proceso está en manos de un puñado de transnacionales y el efecto multiplicador sobre la economía local es débil, si se considera la magnitud de la operación.


En lo referente a la droga es justo lo contrario. La base de la pirámide involucra a cientos de miles de campesinos dispersos por las sierras inaccesibles de Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Durango y Chihuahua. Varios miles más participan en los laboratorios clandestinos para generar goma de opio y convertirla en heroína (15 mil plantas de amapola producen los 15 kilos de goma necesarios para un kilo de heroína).


Dependiendo de la calidad de la heroína el valor se multiplica exponencialmente a medida que se aleja de Guerrero y se acerca a Chicago o Nueva York. 5 o 6 mil dólares en la sierra, 25 mil dólares en la frontera, hasta 100 mil dólares al mayoreo en las calles de una urbe estadounidense. Desde luego son precios que no están sujetos a códigos de barra y dependen de la oferta y la demanda cambiante en cada lugar, en cada semana. Lo cierto es que a lo largo de la cadena de circulación y distribución hay una derrama continua que termina por involucrar a cientos de miles de personas. Desde los comerciantes que surten de productos químicos a plantíos y laboratorios, hasta autoridades locales y estatales de toda índole, pasando por guardias de plantíos, de almacenes y de rutas de circulación, cadenas de transportadores, sicarios, lavadores de dinero, policías y un largo etcétera.


¿De qué tamaño es el fenómeno económico? Por razones obvias es una actividad que sólo podemos dimensionar de bulto. Según el gobierno de Estados Unidos el consumo de heroína en 2010 alcanzó un valor de 27 mil millones de dólares en ese país. Eso fue hace cinco años y desde entonces las cifras se han disparado en magnitudes que podrían estar entre tres y cuatro veces el monto anterior. Basta un dato para ilustrarlo: de 2010 a 2012, en apenas dos años, los fallecimientos relacionados con sobredosis de esa droga aumentaron al doble pasando de 1 mil 779 a 3 mil 665 casos. Tales tendencias coinciden con los reportes del ejército mexicano sobre heroína incautada y hectáreas de sembradíos destruidos; ambos conceptos han crecido exponencialmente en los últimos años.


Imposible cuantificar con precisión el valor económico actual del consumo de heroína en Estados Unidos; para efectos de esta columna podríamos situarlo en cifras que van de 60 mil millones de dólares a 90 mil millones. ¿Cuánto de eso se queda en México? Según las autoridades del país vecino la mitad del abastecimiento procede de cárteles mexicanos. A valor frontera estaríamos hablando de 10 o 12 mil millones de dólares y de casi el triple al otro lado de la línea. Y toda vez que por lo general son los narcotraficantes nacionales los responsables del trasiego hasta las grandes ciudades de Norteamérica, por lo menos al mayoreo, es presumible suponer que la mayor parte del fenómeno tiene una derrama a todo lo largo de la pirámide del crimen organizado y desorganizado nacional. Es decir una cifra que rondaría los 20 mil millones de dólares y probablemente mucho más (siempre considerando que la otra mitad de la heroína consumida en Estados Unidos no procede de México).


El análisis de las consecuencias políticas y sociales del fenómeno desborda a este espacio. Pero el efecto brutal en términos de violencia y corrupción que ejerce en el tejido social y político está a la vista. Guerrero mismo, donde se siembra el 60% de la amapola, está desquiciado. En un contexto de miseria y atraso la flor de opio se convierte en una fuerza irresistible que corrompe absolutamente todo. La verdadera explicación de Ayotzinapa reside, en última instancia, en una flor. (Fuente: agencias del gobierno de México y de Estados Unidos, y el largo reportaje de Humberto Padgett en varias entregas en Sinembargo.mx en febrero pasado).


@jorgezepedap

Publicado en El País



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 08, 2015 10:22

April 5, 2015

El preocupante éxito de los imbéciles

Un político honesto e inteligente es casi un contrasentido. O dejará de ser honesto o dejará de ser político. O simplemente es un imbécil. Esa es la conclusión a la que uno llega después de leer los agudos argumentos de Dean Burnett, un columnista del diario inglés The Guardian. Argumentos meritorios, habría que decir, porque ni siquiera necesitó abordar las pruebas definitivas que le habría dado el análisis de la política mexicana.


Aquí sus argumentos. Los políticos que tienen una absoluta seguridad en lo que dicen y son contundentes resultan mucho más verosímiles para los votantes. Por desgracia esa contundencia no siempre está relacionada con la inteligencia o el conocimiento; en realidad suele ocurrir lo contrario. Está probado que un testigo que expresa un testimonio categórico y sin fisuras es infinitamente más convincente para un jurado, sin importar que sea un ignorante, que un testigo ponderado, honesto e inteligente que contesta con cuidado, sabiendo que no hay certezas absolutas. Una serie de estudios, cita Burnett, muestran que las personas menos inteligentes tienden a ser más categóricas en lo que dicen, pues resultan incapaces de imaginar o aceptar datos que contradigan su visión.


En la política sucede algo similar. El enorme atractivo de Vicente Fox como candidato no residía en su conocimiento de los asuntos públicos, sino en su capacidad para reducirlo a media docena de frases simplistas, pero eso sí, dichas con absoluta convicción. Resolver lo de “Chiapas en quince minutos” o sacar de Los Pinos a las culebras, tepocatas y alimañas. La profunda convicción que Fox tenía de sí mismo para presentarse como salvador del conflicto de Chiapas o para erradicar la corrupción, residían en su ignorancia. Y le funcionó, al menos para llegar a la presidencia.


Según la llamada Ley de Trivialidades de Parkinson, o mejor conocida como Teoría del Techo para Bicicletas, las personas no quieren oír hablar de los temas que ignoran o que resultan demasiado complejos. El nombre deriva del comité de una planta nuclear que dedicaba sus sesiones a discutir de qué material construirían el techo para el estacionamiento de bicicletas, en lugar de abordar la estrategia para definir el diseño de los reactores nucleares. Era demasiado complejo.


Un político que se ponga a desmenuzar las verdaderas causas del desempleo o de la devaluación del peso tiene muy pocas posibilidades de mantenerse en la política. Será arrasado por aquél que ofrezca una visión burda y simplificadora, pero eso sí, comunicada con absoluta convicción. Algo que no podría hacer un político que a la vez sea honesto e inteligente. Nadie puede afirmar que resolverá el problema de Chiapas en quince minutos a menos que sea muy ignorante o muy deshonesto. O está mintiendo y simplemente lo hace para conseguir votos, o es honesto pero un idiota.


La enorme popularidad de Ronald Reagan y los ocho años de George Bush en la Casa Blanca tendrían que ver con esta ignorancia transfigurada en virtud política. Y llevado más lejos el argumento ayudaría a explicar por qué un pueblo con la sofisticación cultural y científica de Alemania pudo elegir a un líder con la vehemencia para convencerle de que los problemas de la nación obedecían a los judíos y a las potencias extranjeras. Toda proporción guardada, el mismo principio que permitió a Sarah Palin convertirse en gobernadora de Alaska y candidata a la vicepresidencia, pese a su profunda ignorancia (o gracias a ella) que le llevaba a repetir una y otra vez, con profunda convicción, su creencia de que la solución de todos los problemas residía en reducir los impuestos, creer en la supremacía de Estados Unidos y confiar en los valores familiares. Está demostrado que la gente está mucho más dispuesta a enfocarse y dedicarle atención a algo trivial pero que le resulta conocido, que a algo complejo por más importante que parezca.


Desde luego que no todos los políticos son ignorantes o tontos. Hay muchos perfectamente enterados de la complejidad de los problemas y que poseen un IQ sobresaliente. Por lo mismo, muy pronto se dan cuenta de que sus posibilidades para ganar una elección reside en la simplificación de los temas, por no decir, en su distorsión o de plano en la mentira.


En resumen, los inteligentes terminan siendo poco honestos; y los que son “honestos” con las barbaridades que transmiten resultan ser poco inteligentes. No, México no va a crecer a tasas de 6 ó 7 por ciento a lo largo del sexenio, pero era una meta que se daba por descontado en el discurso oficial. ¿Deshonestidad o ignorancia?


@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net


Publicado en Sinembargo.mx y una quincena de diarios.



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 05, 2015 07:37

March 29, 2015

¿Agoreros de la desgracia?

México se está partiendo entre aquellos que ven a Peña Nieto como “el gran reformador” y aquellos que lo acusan de los todos los males y exigen su renuncia. Parecería que en la discusión pública sólo cabe la adulación al soberano o el discurso de los “agoreros de la desgracia”, como definió este viernes un líder empresarial a los que critican al presidente.


Entre estas dos versiones antagónicas e irreconciliables comienza a producirse un abismo infranqueable y, peor aún, sin vasos comunicantes. A los ojos de los críticos todo acto presidencial parecería confirmar la frivolidad o la ineptitud del mandatario; y por consiguiente se considera un borrego o un vendido a todo aquel que afirma que pese a todo podríamos estar peor o que más vale PRI por conocido que malo por conocer.


Del otro lado, los cuestionamientos que hacemos los críticos nos convierten en talibanes intransigentes, en aves de mal agüero. Exhibir, documentar o hablar de los males del sistema nos hace agentes de la destrucción y la inestabilidad, instigadores del anarquismo, profetas del apocalipsis. O como dijo algún columnista defensor del sistema: ¿y qué quieren?, ¿que nos vayamos todos de México?, ¿que lo tiremos a la basura?


Estas dos posiciones encontradas carecen de espacios de encuentro salvo los indispensables para descalificarse e insultarse. Cada uno se encierra en sus trincheras y se alimenta de sus propias burbujas. Nunca como ahora se ha ensanchado el divorcio entre lo que se informa en los noticieros de la noche con las “verdades oficiales” y las noticias y enfoques duros y descarnados que circulan en la blogosfera. Parecerían dos universos paralelos y antagónicos: justamente el de “Peña Nieto el gran reformador” o el “Peña Nieto ya renuncia”. Cada cual sigue a tuiteros, a páginas de Facebook, a columnistas, portales y blogs que confirman su visión del mundo, y elimina de su horizonte todo aquello que difiere de sus propias convicciones.


Desde luego que hay datos que no deberían omitirse por más que nos atrincheremos. Las encuestas dan cuenta de que Peña Nieto experimenta muy bajos niveles de aprobación (entre 38 y 40% de los encuestados). Eso confirma a los críticos que la mayoría de la población no apoya al presidente porque lo está haciendo mal. Nos decimos que 60% de los mexicanos no puede estar equivocado. De acuerdo, pero tampoco podemos desconocer al otro 40% y simplemente atribuir su opinión a que están siendo manipulados, son unos borregos o han sido comprados.


El problema con estas dos posiciones es que parecería no haber soluciones intermedias o posibilidad de conciliar las diferencias. Me da la impresión de que esta actitud ha permeado a los actores mismos. El propio círculo en torno a Peña Nieto ha asumido que no importa que hagan, va a ser criticado por “la envidia, la intolerancia o los intereses mezquinos”. Así que ya han dejado de hacer. Los veo cada vez más ensimismados en la burbuja de ese 40%, leyendo y escuchando exclusivamente a la prensa benigna, rodeados de aquellos que los aplauden, de la gente de bien que cree en México (es decir, en su presidente, en sus instituciones).


Que los mexicanos se partan en dos visiones tan viscerales y antagónicas es lamentable. Que el presidente de (en teoría) todos los mexicanos se compre esta visión y se encierre en uno de los dos bandos podría ser una tragedia. Los que tenemos alguna responsabilidad en la escena pública tendríamos que evitar que este abismo se siga ensanchando.


No, no creo que lo mejor para el país sea la renuncia de Peña Nieto. Ni es factible ni es conveniente. Entre otras cosas porque el problema no es el hombre sino el sistema. Los poderes de facto simplemente lo sustituirían por otro igualmente funcional a sus intereses, con la desventaja de una inestabilidad que perjudicaría a todos.


Pero reivindico la necesidad de cuestionar una y otra vez los excesos, los vicios y malas prácticas de su gobierno, porque estoy convencido de que sólo mediante la presión de la opinión pública y la intervención ciudadana, las élites de este país se verían obligadas a introducir cambios para disminuir la corrupción, la desigualdad o la injusticia. En efecto, México no es una dictadura militar y hay más apertura que hace treinta años. El sistema tiene muchos rasgos autoritarios pero está lejos de constituir un régimen represivo. Si así fuera no podría publicar lo que escribo en este espacio. Pero eso no quiere decir que debamos aceptar la miseria que se ceba en tantos, la corrupción ofensiva y la impunidad flagrante, las infamias que día a día se cometen en contra de los desprotegidos. El nuestro es un país profundamente desigual e injusto y todos somos responsables, pero nuestras autoridades están obligadas a ofrecer una respuesta.


Tenemos derecho a disentir, y ellos tienen derecho a ser juzgados y evaluados de acuerdo a todos sus actos y no sólo aquellos que confirman nuestras fobias y pesimismos. No en todo acto político o de gobierno hay un designio satánico ni mucho menos; pero tampoco en cada crítica hay un misil destinado a la destrucción. Mientras no lo entendamos continuaremos ahondado la intolerancia y la mutua indignación. No me interesa seguir indefinidamente confirmando las infamias de un sistema por demás imperfecto. Me resulta mucho más interesante revisar que podemos hacer para zanjar tales infamias. Y para ello tendríamos que comenzar dialogar los dos méxicos en los que nos hemos convertido.


@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net



Publicado en Sinembargo.mx y otros quince diarios



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 29, 2015 11:39

March 25, 2015

El peligro de la restauración imposible

Razones para el pesimismo hay muchas. El tema de fondo es qué vamos a hacer con él. El desencanto ciudadano con los políticos es profundo, generalizado ganado a pulso y no parece tener compostura. No hay un una semana sin que algún nuevo escándalo documente el hartazgo y la indignación que provoca el mal estado de los asuntos públicos y la infamia de los que la tutelan. Y tampoco es que el desencanto con la cosa pública constituya el regreso de un supuesto encantamiento; eso nunca existió. Los mexicanos experimentamos la ilusión democrática en algún momento en el 2000 cuando el voto fue capaz de poner fin a setenta años de monopolio priista y brevemente en el 2006 cuando parecía que el candidato popular podría imponerse al candidato del sistema. Pero tales “anomalías” democráticas fueron atajadas por la élite política tradicional.


No tengo dudas de que el sistema está inmerso en una especie de restauración política con rasgos del viejo orden, convencido de que las veleidades democráticas estorbaron las posibilidades de crecimiento y la modernización económica del país. Para muchos miembros de la élite el debilitamiento de la presidencia, que pudo haber tenido ventajas para algunos protagonistas, acabó siendo dañino para el conjunto. Hoy lo que estamos viendo es una estrategia sistemática para debilitar todo tipo de contrapesos que haga frente al poder de Los Pinos.


Ni siquiera me parece un designio personal de Enrique Peña Nieto. Parecería más bien la reacción del sistema luego de los doce años de parálisis e ineficiencia de los dos gobiernos panistas. Lo que vemos es una amplia operación política para subordinar al poder legislativo y a la Suprema Corte; para limitar los espacios de rendición de cuentas y de regulación; para meter en cintura a los medios de comunicación, a los gobernadores, a los líderes sindicales; para arbitrar con mayor autoridad entre los dueños del dinero. En suma, para regresarle al presidente muchos de los botones y palancas que perdió su tablero de mando en los últimos lustros.


No estoy seguro que tal restauración sea posible. Sobre todo porque se llevando a cabo sin el liderazgo o la popularidad que hacen tolerable para una sociedad entregarse a un poder más vertical. El Singapur de las últimas décadas, la Italia y la Alemania de los años treintas, el fidelismo o el chavismo de la primera época, muestran, cada una a su manera, que incluso el autoritarismo requiere amplias dosis de legitimidad popular para ser instaurado. Lo que estamos viendo en México es el esfuerzo de la clase política para reconquistar los escasos espacios de poder descentralizado o ciudadano que construyó el efímero y precario ensayo democrático.


El problema para los que intentan restaurar un presidencialismo arraigado en el pasado es que la sociedad mexicana ha dejado de ser aquella que era antes. Hay una ofensiva evidente y muy exitosa para imponer a los medios de comunicación tradicionales la narrativa oficial, pero ha surgido tal proliferación de alternativas en la blogosfera que hacen de la de tarea del silenciamiento y la opacidad una cortina de humo ridícula. Nunca había existido un contraste de tal magnitud entre las verdades oficiales difundidas por los noticieros de la televisión y la información dura e implacable que circula masivamente en las redes sociales. La sociedad mexicana ya no es ese mar informe de campesinos y sectores urbanos desarticulados de antaño; hoy existe todo un tejido variopinto de organizaciones hechas y a medio hacer, legales e ilegales, gracias al cual los individuos resuelven el día a día.


Los empresarios mismos están demasiado diversificados para acepar de buena gana el tutelaje de un poder político, particularmente cuando este tiende a recurrir a las viejas artimañas corruptas para privilegiar a un puñado de ellos en detrimento del resto.


La globalización ha convertido a buena parte de la economía mexicana en engrane de una maquinaria que escapa a la burocracia de la Ciudad de México. Y por otra parte, más del 50% de la población trabaja en el sector informal; es decir, más de la mitad de los mexicanos se hacen la vida al margen del gobierno y sus normas.


Así que no, no lo tienen fácil. Pueden imponer la música de la fiesta pero eso no quiere decir que los invitados se avengan a bailarla. Y eso es justamente lo que estamos presenciando. Chiflidos y abucheos para los que tocan y para los pocos que salen a la pista. Imposible saber qué seguirá a continuación. Podría suceder que muchos sigan la fiesta en otro lado, en la calle o en el solar de al lado, como lo han venido haciendo al margen del Estado. Una especie de “se acata pero no se cumple” con la consiguiente profundización de la esquizofrenia que experimenta el país.


Hay un riesgo a la vista cuando se busca restaurar o ampliar el autoritarismo sin la popularidad o legitimidad necesarias o cuando los ciudadanos lo ignoran o lo desdeñan. Simplemente ampliará el abismo entre la élite y el resto de la sociedad. Dirigentes y ciudadanos tendríamos que comenzar a tender puentes. Ya.


Publicado en El País


@jorgezepedap



Comentario:

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 25, 2015 18:51

Jorge Zepeda Patterson's Blog

Jorge Zepeda Patterson
Jorge Zepeda Patterson isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow Jorge Zepeda Patterson's blog with rss.