Sonia Pericich's Blog, page 8
March 20, 2020
Reseña "8 SANTOS", de Sonia Pericich - por Pilar González
Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020
Mi reseña de"8 SANTOS", de Sonia Pericich
por Pilar González
La novela comienza describiendo un tranquilo pueblo que se verá sacudido por varios asesinatos y se desarrolla mediante la investigación que llevarán a cabo dos agentes locales, el detective Santos y su asistente.La narración está contada en tercera persona y sus frases son en general largas, algo que me suele gustar y que en este caso no impide que la lectura sea ágil y amena. Tiene una prosa abundante y cuidada que alterna con diálogos.La historia atrapa desde el principio. La trama policíaca, muy bien engarzada, mantiene el interés y el suspense. Los personajes son variados y bien definidos, cada uno de ellos con características peculiares. En ningún momento se sospecha quién será el asesino, y los giros harán dudar a cada instante, así que la intriga está garantizada.En resumen, una novela bien escrita, que invita a seguir leyendo, con un final inesperado y por tanto muy recomendable.¡Enhorabuena, Sonia!
INICIO
Mi reseña de"8 SANTOS", de Sonia Pericich
por Pilar González
La novela comienza describiendo un tranquilo pueblo que se verá sacudido por varios asesinatos y se desarrolla mediante la investigación que llevarán a cabo dos agentes locales, el detective Santos y su asistente.La narración está contada en tercera persona y sus frases son en general largas, algo que me suele gustar y que en este caso no impide que la lectura sea ágil y amena. Tiene una prosa abundante y cuidada que alterna con diálogos.La historia atrapa desde el principio. La trama policíaca, muy bien engarzada, mantiene el interés y el suspense. Los personajes son variados y bien definidos, cada uno de ellos con características peculiares. En ningún momento se sospecha quién será el asesino, y los giros harán dudar a cada instante, así que la intriga está garantizada.En resumen, una novela bien escrita, que invita a seguir leyendo, con un final inesperado y por tanto muy recomendable.¡Enhorabuena, Sonia!
INICIO
Published on March 20, 2020 16:20
Reseña "Los ecos de todos los siglos", de Klaus Schwarzloch - por Pablo Rojas
Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020
Mi reseña de"Los ecos de todos los siglos", de Klaus Schwarzloch
por Pablo Rojas
He salido de mi zona de confort, vaya sorpresa.“Los ecos de todos los siglos” es una obra que no está comprendida dentro de las lecturas que suelo escoger, tengo que agradecer a esta lectura conjunta en Hoja en blanco, esta novela es una de esas obras que me ha quedado silbando en la cabeza. Una obra de arte.Nuestro autor nos transporta desde la antigua Alemania antes del 1900 hacía Chile y Perú. Nuestro protagonista, Hans, es un joven alemán envalentonado, quien huye de su hogar por no querer ser juez como su padre dictaminó. Hans quería explorar el mundo, conocer lugares y vivir aventuras, pero en épocas donde el padre decide el destino de sus hijos se le impuso el trabajo de oficina. Emprendiendo un arduo viaje hacia la preciada América, en plena de época de migración como muchos otros europeos, cumplirá con su deseo de explorar nuevas tierras. En la historia podemos apreciar un estilo de vida distinto a la actualidad, las costumbres familiares, las relaciones amorosas y matrimonios, tiempos de guerra, y las jerarquías familiares donde a quien da una orden no se le discute. Las viejas cartas y telegramas que eran el medio de comunicación más viable, y las noticias sociales que en ocasiones demoraban días en llegar. Si algo hay que quiero destacar de esta obra en lo personal, es que simpaticé mucho con el protagonista en el inicio, me sentí muy identificado con él. En el correr de la historia podemos ver su evolución con el correr de los años, donde ya no me sentí identificado porque su vida toma otro giro, pero si he comprendido su situación. El amor no falta en esta historia y me ha dejado con la boca abierta, y como gran aporte me han gustado mucho esos detalles del antiguo Chile y Perú que desconocía totalmente, además de las expresiones típicas. Gran parte de la narración es en tercera persona de narrador omnisciente, y también en primera persona mediante cartas y diarios personales que le dan otro tinte. Al día de hoy la obra no ha sido publicada, estaré esperando a que salga a la luz para publicitarla.
INICIO
Mi reseña de"Los ecos de todos los siglos", de Klaus Schwarzloch
por Pablo Rojas
He salido de mi zona de confort, vaya sorpresa.“Los ecos de todos los siglos” es una obra que no está comprendida dentro de las lecturas que suelo escoger, tengo que agradecer a esta lectura conjunta en Hoja en blanco, esta novela es una de esas obras que me ha quedado silbando en la cabeza. Una obra de arte.Nuestro autor nos transporta desde la antigua Alemania antes del 1900 hacía Chile y Perú. Nuestro protagonista, Hans, es un joven alemán envalentonado, quien huye de su hogar por no querer ser juez como su padre dictaminó. Hans quería explorar el mundo, conocer lugares y vivir aventuras, pero en épocas donde el padre decide el destino de sus hijos se le impuso el trabajo de oficina. Emprendiendo un arduo viaje hacia la preciada América, en plena de época de migración como muchos otros europeos, cumplirá con su deseo de explorar nuevas tierras. En la historia podemos apreciar un estilo de vida distinto a la actualidad, las costumbres familiares, las relaciones amorosas y matrimonios, tiempos de guerra, y las jerarquías familiares donde a quien da una orden no se le discute. Las viejas cartas y telegramas que eran el medio de comunicación más viable, y las noticias sociales que en ocasiones demoraban días en llegar. Si algo hay que quiero destacar de esta obra en lo personal, es que simpaticé mucho con el protagonista en el inicio, me sentí muy identificado con él. En el correr de la historia podemos ver su evolución con el correr de los años, donde ya no me sentí identificado porque su vida toma otro giro, pero si he comprendido su situación. El amor no falta en esta historia y me ha dejado con la boca abierta, y como gran aporte me han gustado mucho esos detalles del antiguo Chile y Perú que desconocía totalmente, además de las expresiones típicas. Gran parte de la narración es en tercera persona de narrador omnisciente, y también en primera persona mediante cartas y diarios personales que le dan otro tinte. Al día de hoy la obra no ha sido publicada, estaré esperando a que salga a la luz para publicitarla.
INICIO
Published on March 20, 2020 16:13
"Buitres" - de Vecca Preetz
Todos tememos de la vida en algún momento. El miedo a quedarnos solos. Miedo a llegar a viejos.Cuando estemos viejos y el fantasma merodee cerca nuestro, como un buitre hambriento que revolotea sobre nuestra cabeza, esperando a que dejemos de movernos, justo ahí, el miedo se instala. Los amigos han partido y no precisamente en un tour de vacaciones. Se han subido en el tren del olvido inevitable. Entonces, sentados en un rincón de la casa observamos la rutina que nos envuelve, tratando de hacernos invisibles, de pasar desapercibidos, sacamos las fotos viejas para que no sea tan cruel haber vivido. Nadie quiere oírnos cuando somos viejos. Nada interesante que escuchar ni nada interesante que decir. Es más importante subir el volumen de la televisión que el volumen de nuestros sentidos. Y es ahí, justo en ese momento, cuando el buitre se queda atento a nuestros movimientos. Vuela en círculos midiendo la distancia justa para arremeter contra nuestros ojos y cegarnos el destino. Y así, nadie querrá acercarse a mirar el festín que se tragó la soledad y nos dejó malheridos. Es tan fácil ignorar a un viejo y tan letal. Nadie quiere llegar a viejos, pero todos llegamos en algún momento. La soledad se convierte en cenizas cuando alguien te da la mano. Si tienes abuelos en tu casa, y está sentado en un rincón, desconecta una hora por día tu wifi, tómale la mano y acércate a conversar. No te das una idea la cantidad de buitres que espantarás de su cabeza.
INICIO
INICIO
Published on March 20, 2020 15:55
March 13, 2020
"Temblores" - XXIII - Los reyes magos
—XXIII—Los reyes magos
Tu entrada a la universidad es sin pena ni gloria. No haces amigos de inmediato ni durante la segunda semana y no te adaptas muy bien al cambio de ritmo. Tienes mucho tiempo libre pero lo ocupas mal, en dormir y sentirte asqueroso, y cómo te sientes asqueroso decides dejar de comer tanto lo que en cambio te hace sentir patético y te cansa, así que duermes aún más.Nadie que es feliz duerme tanto, dijo Javier alguna vez.No te duele pensar que ya no verás a tus compañeros de curso. Algunos de ellos derramaron lágrimas deshonestas. Al menos podrás ver sus estados de Facebook cuando quieras sentirte superior o bien como un desperdicio de espacio.Dejas que Mario te de besos sin mucha emoción pero no dejas que te toque porque algo te da miedo y aún no sabes qué es. Al contrario de Adrián, no trata de sacarle algún significado la relación entre ustedes dos. Te da un poco de pena. Estos días todo te da pena, desde ir a la U hasta volver de la U y cuándo te preguntan de la U y cuando Javier habla de lo bien que le está yendo.Algo hace falta pero no lo hallas y no te percatas de dónde deberías empezar a buscar así que lo que haces es lo que has hecho siempre y te enfocas en cosas que no te importan para que aquellas que te duelen desaparezcan de tu mente. Te vuelves el estudiante que levanta la mano por todo y que todos sus compañeros conocen pero que a nadie le apetece hablarle. Y estás solo, es verdad, pero al menos no tienes por qué volver a tu casa después de clases. Puedes ir dónde Javier o dónde Mario así que todo está bien, tú estás bien, tu vida está bien. Si lo miramos objetivamente, Gaspar, eres exitoso. Tienes amigos y un casi-pololo y vas a la universidad y tus papás te quieren.Sientes que todo esto es una vil mentira que te dices, te gritas, porque muchas repeticiones hacen una verdad, ¿no es así? Eso dijo Aldous Huxley, o eso fue lo que Javier te dijo que ese caballero escribió alguna vez. Porque lo cierto es que tienes un amigo y este amigo al parecer tiene una enfermedad crónica que lo está dejando sordo pero jamás te encontró lo suficientemente importante como para mencionártelo. Tu casi pololo se ríe de todo lo que dices y no soportas mirarlo a la cara. No querías ir a la universidad. No estás seguro de si tus papás te quieren a ti o a este monstruo pensativo y amilanado que inventaste para ellos.Pero no es tan terrible. Nada nunca es tan terrible.
El día empieza raro. Está lloviendo pero no hace frío así que no sabes cómo vestirte para ir a clases, lo que ya es un problema. No pillas tus llaves así que tienes que irte sin ellas y rezar que cuando vuelvas haya alguien que te pueda abrir la puerta. La búsqueda te quitó tiempo que recuperas corriendo al paradero, pero te mareas porque no recuerdas cuando fue la última vez que comiste de modo decente.Te hacen hablar frente al curso respecto a ya ni sabes qué, lo que te arruina el día desde el principio. Son solo dos minutos pero cuando te callas no puedes quitarte la incomodidad de encima y sabes que estarás así hasta la noche.Javier te manda fotos de vinilos que pilló en alguna tienda perdida de Viña del Mar y tú, por primera vez desde que lo conoces, no logras conjurar las ganas de responderle aunque te devore la culpabilidad. Te vas de la universidad con ganas de solo dormir hasta que sea mañana, pero lo primero que ves después de pagarle al chofer es a una persona que casi se te había olvidado que existía.Néstor no te ve hasta que tú casi te tropiezas en el proceso de caminar hasta el fondo de la micro y quedar de pie a su lado. Te mira por el rabillo del ojo, puedes sentirlo, pero finges que no te has percatado de su presencia. No lo quieres ver a detalle pero ya notaste que tiene el pelo corto y está más alto y ya no se ve al borde de la muerte.—¿Gaspar? —te dice y tú tomas aire y giras la cabeza para verlo con el mayor desinterés que puedes inventarte. Te vas a la mierda pero tratas de que no se te vea en la cara como se te despedaza el alma. Puedes saborear tu desgracia.Te arrepientes de todo, de absolutamente todo.Néstor te mira como si estuviera esperando algo y tú quieres dárselo, lo que sea que es—ya no por cualquier rastro de afecto empedernido y adolescente, sino porque era tu mejor amigo y aun hoy lo extrañas cuando te das cuenta de lo solo que quedaste apenas lo echaste de tu vida. No lo puedes tener de vuelta. No es opción.—¿Cómo has estado? —te pregunta.No lo puedes tener de vuelta porque no lo mereces, porque si él ahora mismo te ofreciera ir a algún lugar tú te negarías para resguardar su dignidad. Te fuiste porque siempre has sido egoísta, Gaspar, eres egoísta y no entiendes a la gente y te frustran mientras más los conoces. Fuiste cruel cuando no tenías derecho a serlo y así echaste por el drenaje algo que no vas a hallar en ningún otro lado, nunca más. Estabas enojado y dolido y querías sentir que tú también podías herir a otras personas. Estabas tan solo.¿Cuántas veces rogaste silenciosamente poder volver en el tiempo y no quedarte callado, no arrebatarte, no decir absolutamente nada? Ahora tienes algo que decir que no será un clavo en una ataúd que no estaba listo para ser enterrado. Lo tienes en tus manos.No puedes porque a estas alturas no significa nada.—Bien, ¿y tú?No hay nada que puedas hacer porque te saboteaste solo, Gaspar.
Javier nota tus ganas de llorar cuando lo ves al otro día en la plaza pero no dice nada. Sientes que sabe, de algún modo, pero conoce a los amigos de Néstor e incluso a Néstor mismo. Tal vez le dijeron. No hablan mucho y es más de darse compañía. Te gustaría preguntarle cómo lo trata la vida pero solo quieres esconderte en algún lugar.Toca la guitarra a desgana y te empieza a deprimir, hasta que se sienta derecho contra el árbol y toma su guitarra con fuerza.—Canta conmigo —dice Javier. Parpadeas.—Javier, no sé si te has dado cuenta después de todos estos años, pero canto como el hoyo.—¿Y? No te estoy pidiendo una serenata, te estoy pidiendo que cantes conmigo.Obedeces. Javier agarra su guitarra y no te pregunta qué canción sino que empieza a rasguear con precisión. Reconoces la canción enseguida y Javier empieza a cantar antes de que puedas realmente procesarlo. Máquina del tiempo. Casi ríes porque estás seguro de que a Javier no le gusta Niño Cohete.Te metes en el tercer verso y Javier te sonríe, toca con más ímpetu y tú cantas un poquito más fuerte en el estribillo. Javier te deja cantar solo lo que viene después y la voz te tiembla por todas partes y te escuchas terrible, lo sabes, pero Javier sigue tocando la guitarra y te acompaña en los últimos versos.Es la primera vez que sientes que de verdad eres amigo de alguien, desde Néstor. Javier no canta hasta después de que tú empiezas, pese a que tu voz no se compara para nada con la de él o la de Cristóbal o Néstor, pero te sobrepasa en el último estribillo. No sabes si es porque no se puede escuchar bien a sí mismo o porque el estímulo creativo lo superó, pero cantas junto a él y los últimos restos de la vergüenza desaparecen.Tienes tantas ganas de llorar pero, más que eso, quieres que alguien llore por ti.
Mario no dice mucho cuando estás en su pieza a oscuras, en la tarde de un sábado, rayando una hoja de papel con palabras sueltas en busca de algo de inspiración. Él está haciendo algo en su celular, el ceño fruncido y los labios apretados. No quieres preguntar. No vas a preguntar pero no necesitas hacerlo porque él habla antes que tú.—¿Quién es Javier?Esta no es tu vida. Te rehúsas a creer que esta es tu vida.—¿Quién?No llegarás muy lejos haciéndote el tonto, piensas. Mario se sienta derecho en su cama y te mira fijamente, entre molesto e impaciente. No sabes por qué está enojado o en realidad sí pero no quieres pensar que tiene el derecho a estar enojado.—Javier Murilla. Va en la UNAB, en tercer año. Es tu amigo, ¿no?—No sé de quién me hablas.—¿En serio?—¿Qué hay con él?¿Por qué cresta las manos no te dejan de tiritar? ¿Qué tienen que temer los que nada hacen?—Me mandó unos mensajes por Face.No entres en pánico, Gaspar. Respira hondo.—¿Sí? ¿Qué decían?—Me preguntaban por ti, con nombre y apellido. Quería saber si yo te conocía. Pero eso no es lo interesante, sino que este hueón que tú dices que no te conoce luego me dijo, y cito —Mario aprieta botones en su celular y lee—, "dile, si anda por ahí, que lo puedo ir a buscar si necesita", y una carita feliz. ¿Qué debo pensar de esto?Por la cresta, Javier.—¿Nada? Es un amigo —titubeas y agregas, en contra de tu voluntad—, como tú.Mario mira al piso y deja su celular en la cama. Pone los codos en las rodillas.—¿Somos amigos, según tú?—No sé qué otra cosa podríamos ser.Entonces da con la vista en ti y te observa del mismo modo que lo hacía Adrián cuando tú huías de sus cursilerías pero a la vez no es del todo igual. Adrián no disfrutaba estar enojado contigo pero pareciera que a Mario sí, que es su primera respuesta para cada ocasión en la que vas en su contra. Adrián ponía cara de pena. Mario se ve al borde del asesinato.—¿Y qué fue eso en el paradero? ¿Qué ha sido toda esta hueá de venir acá y, no sé, hacerte el hueón? Porque yo no estoy para jueguitos raros o…Se pone de pie y se pasa las manos por el pelo. No entiendes a la gente o quizás eres tú el que actúa raro, el que es poco sensible.—¿Quieres que sea algo? —preguntas, aunque no sientes la pregunta del todo. Mario se da cuenta.—¿Para qué chucha preguntas si no quieres, de todos modos?—No es que no quiera…—¿Entonces qué? ¿Voy a ser el hueón de al lado? ¿También dejas que el tal Javier te lama las amígdalas?Ese vocabulario. Te muerdes la lengua.—No. Somos amigos no más.Mario tiene los ojos húmedos, enrojecidos. No estás seguro de cómo proceder pero te duele el estómago. No sientes nada especial por Mario, nada que no hayas sentido en su dado momento por algún compañero de curso con simetría facial sobre el promedio. Lo único que tienes para él es una atracción enfermiza y que ni siquiera logra ser tan notoria. La única razón por la que sigues viniendo aquí es porque estás esperando que alguien te quiera ahora que asesinaste todas tus posibilidades.—Podemos intentar algo.Mario ríe.—¿"Intentar"? ¿Qué hueá crees que soy?Alguien fácil, piensas, pero no lo dices. Todos son fáciles, es solo que con algunos se requiere más paciencia. Tal vez estás siendo manipulado pero sientes más que eres tú el que está usando a Mario, aunque te cueste respirar cuando tocas ese pensamiento.—¿Quieres o no? Porque me puedo ir si no.Y Mario, aunque parece al borde de las lágrimas o de reventarte una botella en la cabeza, da un paso al frente y te hace recordar lo repugnante que eres. No parece darse cuenta o importarle y tú siempre fuiste bueno para olvidarte de ti mismo cuando estabas con Adrián. Tal vez te agarra más fuerte de lo necesario o te besa como si te odiara, pero es mejor que nada y, ¿no es esto lo que querías, al final?Te da tanto asco y Mario te mira como si tú le dieras asco. Es justo. Ojalá nadie pueda escuchar. Ojalá te deje vestirte en silencio e irte sin mencionar nada, pero este es Mario, que si calla, revienta. Ni te deja ponerte de pie sin hacer escándalo.—La única diferencia, Gaspar, entre una puta y tú —te dice con sus dedos casi metiéndose entre los huesos de tu antebrazo, y tú te rehúsas a apartar la mirada o mostrarte algo menos que firme— es que al menos una puta cobra.Lo ves patético pero, dios, qué dice eso de ti.—Si no te gusta, dime que no vuelva. Para qué torturarte, ¿cierto?No te dice nada.—Eso pensé.Debería darte vergüenza.
Capítulo anterior
INICIO
Published on March 13, 2020 09:53
"Temblores" - XXII - Los cuándos
—XXII—Los cuándos
No son los peores tres meses de tu vida pero sí son muy insípidos. Javier todavía te invita a su casa a revisar canciones y conversar con Cristóbal, cuyo cabello nunca destiñe, al parecer, o tiene el cuidado de retocarlo a cada rato. Te gustaría poder vivir en la casa de Javier, aunque tuvieras que dormir en la tina.Cumples dieciocho. Das la PSU. Recuerdas qué se siente hablar con alguien que seguramente no te está escuchando. Mario no es tu amigo porque Javier lo es, incluso Adrián y Cristóbal tal vez cuenten como tales, y ninguno de ellos te mete los dedos en la herida hasta el nudillo. Debe saber qué está haciendo.No sabes por qué le sigues hablando. Quieres ser querido, tal vez, y Mario estaría fuera de tus posibilidades si él fuera una persona normal. Esto es como una victoria en medio de la mierda. No le mencionas nada a nadie de tus charlas nocturnas con Mario o las veces que te convence de capearte clases para ir a perder el tiempo a otro lugar. Llegas a pensar que, si te ofreciera quemar un árbol de la plaza, lo ayudarías a comprar las botellas.No le echas la culpa cuando dejas la mitad de la prueba de lenguaje sin responder porque fuiste tú el hormonal que dijo que sí a todas esas tardes desperdiciadas entre risitas e insultos. Contrólate, animal. Hay más cosas en la vida que tener conversaciones vacías en ansias de que en algún momento Mario se digne a tirar contigo, y mira que con qué cara te tildó de andar calentándole la sopa.Mientras más lo piensas, más se te derrite el cerebro y llega un momento en que te cuestionas si quieres esto porque Mario te gusta o porque te detestas y sabes que Mario probablemente te escupirá en la cara en pleno proceso. Quizás es solo la naturaleza exigiendo lo que es suyo. Sea lo que sea, eres repugnante y últimamente siquiera la idea de masturbarte te da náuseas.Vas a la casa de Javier unos días antes de Navidad y Cristóbal no está, pero su teclado sí. Te extraña su ausencia pero luego te percatas de que han pasado semanas desde que conversaste a solas con Javier. Es algo nostálgico.—¿Y Cristóbal?—Haciendo trámites. Vuelve como en dos horas, me dijo. ¿No te lo pillaste afuera?—No.Javier tararea algo que suena como Rage Against The Machine. Merodeas el teclado de Cristóbal, aprovechando su ausencia, y Javier se pone de pie cuando aprietas una tecla y no pasa nada.—Está desenchufado —dice a la vez que resuelve esa situación. Presiona un botón en el teclado, se detiene un momento y luego, con una sola mano, toca una melodía que desconoces. Frunces el ceño.—¿Sabes tocar el piano?—Poco.Toca el tema principal de The Legend of Zelda. Notas que, en la posición en la que tiene sus manos, sus nudillos se ven extraños. Decides no preguntar y en cambio te enfocas en su guitarra, que tiene cuerdas nuevas.—¿Sabes tocar algo más? —preguntas.—La batería, pero lo mismo, es tan poco que no puedo decir que sé, exactamente. Cristóbal es el multiinstrumentista.—¿Toca algo aparte del piano?—El saxofón. Eso tocaba en la orquesta del colegio, al menos. También sabe tocar el violín, la guitarra y, cómo se llama esta cuestión, que es súper grande… ¡el contrabajo! Y tú ya viste que canta.—¿Tú no estabas en la orquesta?—No me dejaron entrar porque cuando intenté meterme me había hecho los aros en la ceja dos meses antes. Me dijeron que me los tenía que quitar.—Y no quisiste.—Pero qué cabro más inteligente. Además, estar tanto rato sentado me hace doler la espalda.Dice lo último con un leve dejo de timidez que te extraña pero que decides no mencionar. Lo miras tomar su guitarra y poner el pie encima del sillón, probablemente porque cree que se ve bacán en vez de estúpido.—¿Te sabes En la ciudad de la furia? ¿Soda Stereo?—Obvio.—Cántala.—Al menos di por favor.—Canta fuerte —te recuerda. No puedes evitar dirigir la vista a sus auriculares.Cristóbal llega, como dijo, dos horas después. Tiene un ojo en tinta pero Javier no dice nada al respecto así que tú tampoco preguntas, en parte porque Cristóbal palidece al verte. Le hablas acerca de la orquesta en la que estaba para no sentir remordimiento por su nerviosismo. Él, en cambio, te pregunta cómo te fue en la PSU y qué vas a estudiar, lo que te trae a la mente que no tienes idea de qué hace Cristóbal con su vida.Javier te observa como con una advertencia en los ojos y tú decides que es mejor no preguntar, así que solo respondes, con una amplia sonrisa, que no tienes ni la más remota idea.
Tu papá te dice, durante enero, en términos gentiles pero firmes, que no es sencillo tener seis hijos y que uno de ellos vaya a la universidad, lo que tiene por objetivo que te consigas una pega de medio tiempo, que es algo que haces sin quejarte. La señora del negocio de la calle de abajo te pagará sueldo mínimo por acomodarle las cosas de la tienda, lo que es un trabajo tan monótono y sencillo que hasta tú puedes hacerlo, Gaspar.En eso ocupas tu verano después de que haces la postulación a Química y Farmacia, luego de hacer sorteo con Cristóbal y Javier entre eso y cinco carreras más. Cristóbal te dijo suavemente que no era buena idea decidir tu futuro de manera tan irresponsable a la vez que Javier te informaba diligentemente que si estudiabas Química y Farmacia podrías convertirte en Walter White. Fue un argumento fuerte. Con eso resuelto, ya no tienes nada que hacer. Todos están muy orgullosos de ti.—¿Y tú qué vas a hacer?—Me voy a ir a Santiago —dice Mario. Tratas de que te importe, pero no lo logras completamente, así que intentas de que eso te ponga triste pero tampoco encuentras esa emoción dentro de ti.—Mira tú.Nada está cambiando como debería.
—Andas raro últimamente —te dice Javier un día que te quedas hasta demasiado tarde en su casa. Sus papás están durmiendo ya y tú deberías partir. Te encamina hasta el paradero.—¿Sí?—Medio callado.—Siempre ando callado.—Entonces callado de una manera diferente.—Yo no te hablo de tus cambios de humor o de tus otras cosas.Javier no te responde de inmediato pero empieza a caminar más lento.—Antes te quejabas de que no hablábamos de nada y ahora me dices que no quieres hablar de nada. ¿Cuál es?—No es nada importante.Lo escuchas suspirar y te sientes un poquito culpable. Deberían ver una película juntos uno de estos días. Night of the Living Dead suena como una buena opción y piensas en proponerlo pero algo te frena de abrir la boca. Ya estás molestando lo suficiente con tus rarezas.—Si quieres hablar, no me molesta escucharte —te dice y se te ablanda un poco el corazón. Javier, pese a sus asperezas y opiniones fuertes, no es una mala persona. Ha de tener cierta ternura interior si en su dado momento pololeó con Rebecca.—No te preocupes.Ojalá te haga caso.
Mario no sabe nada de música y esto te irrita de sobremanera y, por una razón u otra, te hace sentir que estás hablando con un ignorante grandísimo. No sabe quién es Thom Yorke o Stevie Wonders y su referente más grande de música latina es Camila Moreno. Quieres darle coscorrones de pura rabia.Le recomiendas bandas pero tienes la sensación de que no las va a escuchar. Él te habla de libros que no te importan mucho así que supones que están en las mismas.—No soy de libros. Me gustan más los poemas —dices.—Entonces yo no soy de música sino de sonido ambiental.Lo andas comparando con Adrián todo el día, porque Adrián hizo absolutamente de todo en su intento por caerte bien. Hasta el día de hoy es fanático de Queens of The Stone Age gracias a tus menciones constantes. Es chistoso que solo te empezó a agradar cuando dejó de intentarlo. Tal vez este es tu castigo divino por ser tan cruel y difícil de complacer.Mario se sienta al lado de ti en su cama y miran documentales del Discovery Channel. El cerebro se te está derritiendo y saliendo por las orejas y es ridículo que hayas llegado tan lejos en esta excursión. ¿Qué quieres lograr, Gaspar? Nunca estuviste dispuesto a aburrirte solo por agradarle a Néstor. Esa era la gracia de tu amor: no tenías que esforzarte. Era tan sencillo querer a Néstor y era tan fácil ser querido por Adrián. No entiendes por qué esto está siendo tan complicado.Te quedas dormido y despiertas cuando ya está oscureciendo. Mario está en su computador y te observa algo turbado cuando logras terminar de despertarte. Se te suben las ansias bajo su mirada.—Perdón —dices. Mario sacude la cabeza.—Está bien.—Me debería ir —murmuras mientras te pones de pie—. Mi mamá debe estar preparando la once.—Puedes tomar once acá.Suena comprometedor. Hay que abortar esta misión.—No, gracias. Quizás otro día.—Entonces te acompaño afuera.Así lo hace y tú te pones más tembloroso mientras más cerca tuyo camina. Tu brazo se roza contra el suyo y eso es completamente intencional. No hay nadie en la calle. Sus vecinos no miran por las ventanas. Ni siquiera hay perros.Tragas saliva. Mario, como leyéndote la mente, te pone en la esquina del paradero techado y tus pies se chocan contra los de él. La pared a tu espalda está helada o eres tú el que tiene fiebre. Hasta tu sudor se siente frío.Dile que no, Gaspar. Dile que no tienes la fortaleza mental como para lidiar con algo así en este momento de tu vida. Lo intentaste una vez y terminaste hiriendo a Adrián cuando este no lo merecía. Eres muy mal partido y él te da algo de asco pero puede que sea solo repugnancia ante ti mismo.—¿Por qué esa cara? —ríe Mario. Te muerdes los labios.Te entierras los dedos en los muslos hasta que te duele y luego besas a Mario de la manera más seca, bruta y atolondrada posible de imaginar, con el mentón casi temblándote de miedo ante algo que está dentro de ti mismo, y casi logras escuchar tus dientes chocar con los de él. Te agarra de la cara para guiarte porque debe creer que es simplemente que no sabes dar besos en lugar de que estas al borde de un ataque de ansiedad.Mario te observa con cuidado cuando se aleja, todavía con sus manos en toda tu cara. Sus dedos están demasiado secos y cálidos y te sacudes su agarre antes de que te haga vomitar.—Eres súper raro —te dice entre risitas.—A mucha honra —logras susurrar con la garganta apretada.Te vas en la siguiente micro que pasa, aunque no sabes a dónde cresta va, despidiéndote entre tartamudeos ante su mirada estupefacta y casi ofendida. Qué estás haciendo, Gaspar. Todo esto es muy mala idea. Tienes que parar.Te sientes muy extraño. Sucio en las venas y como si tu piel fuera de mentira. Te refriegas los ojos. Sudas frío y tu cerebro se eleva en tu cráneo hasta que te cuesta tener los ojos abiertos. Le cedes el asiento a una señora embarazada pero todo se mueve bajo tus pies. La micro está volando.Algo no está bien en tu cabeza, Gaspar.
Capítulo anterior
Capítulo siguiente
INICIO
Published on March 13, 2020 09:51
March 5, 2020
"El joyero de Carla" - novela de Moisés González Muñoz
Carla, estudiante de periodismo, hace prácticas como becaria en una emisora radiofónica nacional. La noticia del grave accidente de su bisabuelo llega a las puertas de un puente festivo. La joven y su hermana Lucía deciden viajar al pueblo de sus antepasados para compartir con la familia aquellos duros momentos. La aparición de Ismael, el inseparable amigo de Javier, pone ante los ojos de Carla parte de la vida de la España del siglo XX. Allí descubre que a mediados de los años veinte su bisabuelo vivió una feliz infancia en el pueblo, rodeado de sus amigos, la familia y la naturaleza, y que su inocencia le mantuvo ajeno a las dificultades que padecían para subsistir. Todo se truncó cuando apareció por su casa el hijo del amo de las tierras que cultivaban en arriendo, trayendo con él la desgracia. El destino hace que Carla se quede a mitad de la historia, pero ella no está dispuesta a darse por vencida y decide investigar. En su empeño por descifrar el pasado de la familia, la periodista encontrará el amor, pero también el odio, la mentira y la traición. Cuando todo parece llegar a su fin, la joven descubre el joyero de su bisabuelo, destinado a alimentar el fuego de la casa del pueblo. Desconoce, sin embargo, lo que el viejo cofre oculta en su interior. Aquella decisión será de vital importancia para desentrañar el oscuro secreto de la familia.
Lee el prólogo y el primer capítulo AQUÍ
Puedes adquirir esta obra AQUÍ
Conoce más sobre el autor y sus obras AQUÍ
✴ ✴ ✴ APOYA A AUTORES INDEPENDIENTES ✴ ✴ ✴
INICIO
Lee el prólogo y el primer capítulo AQUÍ
Puedes adquirir esta obra AQUÍ
Conoce más sobre el autor y sus obras AQUÍ
✴ ✴ ✴ APOYA A AUTORES INDEPENDIENTES ✴ ✴ ✴
INICIO
Published on March 05, 2020 20:47
Reseña "30 de febrero (Viajes en el tiempo)", de Pablo Rojas - por Moisés González Muñoz
Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020
Mi reseña de"30 de febrero (Viajes en el tiempo)", de Pablo Rojas
por Moisés González Muñoz
¿Quién no ha soñado alguna vez con dominar el tiempo y modificar el pasado o visionar el futuro? ¿Cómo actuaríamos si se nos presentara esa posibilidad? ¿Qué consecuencias podría acarrear eso en nuestras vidas?
Un viejo anticuario recibe de manos de su hijo, Tomas, un extraño reloj que permite viajar del pasado al futuro sin modificar la línea del tiempo. Días más tarde, el misterioso objeto cae en manos de otro joven, Damián, quien al hacer uso de él descubre cómo se van sucediendo una serie de acontecimientos trascendentales que pueden alterar el devenir de su existencia. A medida que el reloj va cambiando de propietario, los sucesos se van precipitando de manera insospechada. El halo de misterio que acompaña al reloj, cuando el dueño mueve las agujas a su antojo, lo convierte en objeto de deseo para algunas personas y en indeseable para otras. Gracias la medidor del tiempo, a medida que avanza la trama, el destino de los poseedores toma un rumbo impredecible.
Desde el punto de vista de la historia debo reconocer que la trama es muy original e imaginativa y, a mi modo de entender, difícil de desarrollar, cosa que el autor consigue superar con creces. La intriga es constante, la ambientación está muy bien lograda y los personajes bien caracterizados. La trama tiene acción, es atrayente y el conflicto entre los personajes y el reloj, sobre el que gira la acción, permanente, lo que te invita a seguir leyendo. Ese constante ir y venir de un espacio temporal a otro, de la acción, ha hecho que en varios momentos me resultara difícil saber dónde transcurría exactamente. Otra curiosidad para mí es esa alternancia de los tiempos verbales por parte del narrador y el lenguaje tan particular de los personajes. Todo ello, habitual en países sudamericanos, pero infrecuente para mí, por cuestiones idiomáticas supongo, me han obligado a tener que releer ciertos párrafos para entender el significado de dichas expresiones o frases hechas.
El libro me ha gustado, pero reconozco que no soy un fan de la literatura de ficción y tal vez a causa de esa subjetividad me cueste más conectar con según que historias. Culpa mía, sin duda.
INICIO
Mi reseña de"30 de febrero (Viajes en el tiempo)", de Pablo Rojas
por Moisés González Muñoz
¿Quién no ha soñado alguna vez con dominar el tiempo y modificar el pasado o visionar el futuro? ¿Cómo actuaríamos si se nos presentara esa posibilidad? ¿Qué consecuencias podría acarrear eso en nuestras vidas?
Un viejo anticuario recibe de manos de su hijo, Tomas, un extraño reloj que permite viajar del pasado al futuro sin modificar la línea del tiempo. Días más tarde, el misterioso objeto cae en manos de otro joven, Damián, quien al hacer uso de él descubre cómo se van sucediendo una serie de acontecimientos trascendentales que pueden alterar el devenir de su existencia. A medida que el reloj va cambiando de propietario, los sucesos se van precipitando de manera insospechada. El halo de misterio que acompaña al reloj, cuando el dueño mueve las agujas a su antojo, lo convierte en objeto de deseo para algunas personas y en indeseable para otras. Gracias la medidor del tiempo, a medida que avanza la trama, el destino de los poseedores toma un rumbo impredecible.
Desde el punto de vista de la historia debo reconocer que la trama es muy original e imaginativa y, a mi modo de entender, difícil de desarrollar, cosa que el autor consigue superar con creces. La intriga es constante, la ambientación está muy bien lograda y los personajes bien caracterizados. La trama tiene acción, es atrayente y el conflicto entre los personajes y el reloj, sobre el que gira la acción, permanente, lo que te invita a seguir leyendo. Ese constante ir y venir de un espacio temporal a otro, de la acción, ha hecho que en varios momentos me resultara difícil saber dónde transcurría exactamente. Otra curiosidad para mí es esa alternancia de los tiempos verbales por parte del narrador y el lenguaje tan particular de los personajes. Todo ello, habitual en países sudamericanos, pero infrecuente para mí, por cuestiones idiomáticas supongo, me han obligado a tener que releer ciertos párrafos para entender el significado de dichas expresiones o frases hechas.
El libro me ha gustado, pero reconozco que no soy un fan de la literatura de ficción y tal vez a causa de esa subjetividad me cueste más conectar con según que historias. Culpa mía, sin duda.
INICIO
Published on March 05, 2020 20:46
"El joyero de Carla" - Prólogo y Capítulo I
Prólogo
Recordando recuerdos
Somos lo que elegimos ser. Tanto si nos abandonamos o adaptamos a lo que va viniendo, como si nos empeñamos en pulirnos para dirigirnos a una dirección, somos lo que elegimos ser… dentro de cada circunstancia. Pero, irremediablemente, una parte de nosotros está hecha de recuerdos. Y no porque estos existan y nos condicionen, sino porque los recuerdos forman parte de nuestra historia y, tanto si dejamos que nos influencien como si los olvidamos, esa elección nos hace ser de un modo u otro. Abro la puerta de la terraza a las cuatro de la tarde y el sol de abril inunda los amplios doce metros cuadrados de baldosas y muro. Es inusual, en esta época del año en Ávila, esta temperatura. Los rayos de sol calientan mi piel agradablemente, la tibieza del ambiente inunda mis sentidos y el aroma de la primavera se ceba especialmente en uno de ellos, mezclando su fragancia con el de la ropa limpia que cuelga, aún húmeda y más blanca que otras veces por la luz, cerca de mí. Pienso en que
Paula Velasco Ávila, 12 de abril de 2019
Capítulo 1 Días de angustia
Jueves, 8 de diciembre de 2016 Terrassa. 05:56 de la mañana. Doce horas después de recibir la noticia del accidente y el ingreso del anciano en el Hospital Provincial de Ávila.
Habían transcurrido casi tres décadas desde el accidente en la montaña. Durante años Javier se había mantenido ágil y lleno de vitalidad, pero tras el atropello de ayer todo se había precipitado. La edad pasaba factura y aquello no presagiaba nada bueno. El padre de Lucía y Carla no entendía el empeño de su abuelo por alejarse de Terrassa y pasar largas temporadas en el pueblo. «Si hubiera continuado con nosotros todo sería más fácil. Él estaría ingresado en un hospital cercano a casa; mis padres no se hubieran tenido que quedar con él y nosotros no tendríamos que realizar este montaje. Ahora entiendo a mi padre cuando decía que siempre fue un cabezota», pensó mientras cerraba la maleta. ―Venga, niñas. No os entretengáis más, por favor, que ya son casi las seis ―les apremió Carol a sus hijas. ―Vámonos o perderéis el tren ―añadió su padre, mientras cargaba el equipaje en el ascensor. ―Ya voy, papá ―asintió Lucía saliendo del servicio. ―¡Un momento, plis! Guardo el joyero, cojo el ordenador y salgo en seguida―contestó Carla desde su habitación. ―Adiós, mamá ―se despidió Lucía, besando a su madre. ―Hasta el sábado, mami ―continuó Carla, abrazándola. David y sus dos hijas descendieron hasta el garaje, subieron al coche y salieron a la calle para dirigirse a la estación del Norte. Al llegar a la rotonda del Paseo 22 de julio se toparon con la Policía que les cerraba el paso, impidiéndoles el avance. ―¿Qué sucede? ―preguntó Lucía a uno de los agentes. ―El edificio y la plaza de la estación están ocupados por unos manifestantes que no permiten el acceso a las vías. ―Mierda ―gruñó Carla al ver que no podían seguir adelante. ―Nos vamos a la estación del Este. Aún estamos a tiempo de llegar ―anunció David sacando el vehículo de aquel atolladero. Poco después estacionaron el coche al aire libre y corrieron hacia el moderno edificio de vidrio y metal veteado en rojo. Lucía casi se estampa contra el cristal de la puerta de acceso al vestíbulo, pues a pesar de la hora, esta seguía cerrada con llave. ―Lo que nos faltaba ―refunfuñó David golpeando el vidrio. ―¡A buenas horas llega el listo este! ―se lamentó Carla al ver aparecer, corriendo y medio adormilado, al vigilante. Justo entonces se escuchó el traqueteo de las vías. Momentos después, mientras el guardia jurado abría la puerta del vestíbulo, el sonido del tren comenzó a alejarse de la estación. ―¡Perdón! Lo siento mucho. Me he despistado ―se excusó el portador de las llaves intentando justificar su retraso. ―¿Lo sientes? Lo sientas o no, nos has fastidiado bien. Como ellas pierdan el AVE te pondré una denuncia ―amenazó David. Con más de media hora de retraso según lo previsto las dos mozas llegaron a la estación de Sants (Barcelona). Abandonaron el adormilado cercanías a toda prisa; ascendieron por la escalera metálica a empujones; sortearon a la muchedumbre que hacía cola en las taquillas; descendieron por otra escalera y; tras correr por el solitario andén accedieron al AVE en el último instante. ―¡Por los pelos! ―exclamó Lucía al cerrarse las puertas. ―Suerte que llevamos zapatillas. Con tacones nos hubiéramos matado ―comentó Carla, entre jadeos. Se acomodaron en sus asientos dispuestas a dejar pasar, de la mejor manera posible, las tres horas de viaje hasta Madrid. Carla miró el móvil y vio que tenía cuatro llamadas perdidas. «¿Qué querrás ahora, mami? Luego te llamo», se dijo para sí. Lucía extrajo el e-book del bolso y se dispuso a releer su libro preferido, Candiles para Lucía, para adelantar el trabajo que estaba haciendo en la facultad con sus alumnos sobre la España rural del S. XX. Casi se lo sabía de memoria, pero el vínculo que le unía a él la llevaba a releerlo cada cierto tiempo. Entonces sonó el móvil de Carla y ella aceptó la llamada. ―Dime, mami… Sí… ¿Quéé?… ¡Mierda, mierda, mierda! ―¿Qué sucede? ―se alarmó Lucía, al escuchar la malsonante expresión de su hermana. ―Que con las prisas me he dejado el ordenador en el asiento del coche de papá y lo necesito para terminar el artículo de hoy. ―No sufras. No creo que allí te haga falta. En el pueblo no tenemos conexión a internet y no podrás enviarlo a través del ordenador a no ser que te las arregles con el móvil. Además, apenas llega la señal. Es un verdadero suplicio. ―Tenía pensado pasarme por casa de tía Clara, en Ávila, para que me dejara conectarme a su red y subirlo desde allí a la nube, pero llevo un rato llamándola al móvil y no me coge el teléfono. ―Pues llama a papá o mamá y diles que te lo envíen ellos. Ya le pedirás el portátil a tía Clara más tarde. No creo que ella lo utilice demasiado. Con el de sobremesa tendrá suficiente. ―Ok. Le enviaré un wasap para ver si lo tiene disponible. A las tres horas del viaje hasta Atocha, debieron añadir otra de espera en la estación de Chamartín y dos más para recorrer el insufrible trayecto entre la capital española y la abulense. Más de un siglo después, Ávila continuaba tan alejada de Madrid como el día en que se inauguró la línea de ferrocarril. Cuando las jóvenes descendían del tren en la estación de Ávila vieron una cara conocida. Su abuelo Javi las esperaba en el andén para acompañarlas al hospital donde estaba el bisabuelo. ―¿Cómo ha ido el viaje, chicas? ―preguntó el abuelo al llegar a la altura de sus dos nietas. ―Cansado, pero bien ―contestó Carla dándole un beso. ―¡Hace un día de perros! ¿Qué tal vuestros padres? ―Bien, bien. Ellos vendrán el sábado. Mamá viaja hoy a París y no regresará hasta mañana por la noche. Y papá tiene una reunión en la empresa mañana por la tarde ―explicó Lucía. Acto seguido se desplazaron al hospital en taxi y una vez allí localizaron la UCI, donde se encontraba el paciente. Junto a él permanecía su nuera Isabel desde el día del ingreso. ―Hola yaya ―dijeron Lucía y Carla dirigiéndose a su abuela. ―Hola niñas. ¡Qué alegría veros! ―contestó ella abrazando y besando a sus nietas―. ¿Y vuestros padres? ¿Qué tal están? ―Bien. Llegarán el sábado a mediodía. Mamá está de viaje y papá trabaja mañana ―respondió Carla. ―¿Cómo está el bisabuelo? ―preguntó Lucía a su yaya. ―Bastante mal. Los médicos no tienen muchas esperanzas. ―¿Está consciente? ¿Sabes si nos oye? ―preguntó Carla. ―No lo sé. El neurólogo dice que le hablemos de sus cosas. Que le recordemos anécdotas. A veces parece que haga muecas, pero no ha abierto los ojos, ni ha dicho nada, desde que ingresó. En aquel momento entró la enfermera para decirles que había terminado el horario de visitas y que debían abandonar el box. ―Por cierto ―les comunicó esta― ha venido un señor muy mayor diciendo que era amigo de Javier desde pequeño y nos ha preguntado si podía verlo. Le hemos explicado que ahora era imposible, pero que lo consultara con ustedes cuando acabaran la visita. Lleva un buen rato sentado ahí fuera, esperando. Tras dejar al paciente a cargo de la enfermera, el cuarteto se dirigió a la desangelada sala de espera para saludar al visitante. Nada más verlo, Javi e Isabel lo reconocieron. Era Ismael, el amigo de infancia de Javier. Le saludaron con cortesía y tras presentarle a Lucía y Carla le pusieron al corriente del delicado estado de salud de su apreciado compañero. ―Lo siento mucho. Es mi mejor amigo ―dijo Ismael. ―Lo sabemos ―contestó el abuelo― él te tiene mucho cariño. ―¿Qué dicen los médicos? ¿Se recuperará? ―Dicen que está muy mal. Dudan que salga del coma. Y si lo hace, no saben cómo quedará. Eso sí, nos piden que le hablemos para ver si recupera la consciencia ―intervino Isabel. ―¿Os molesta si vengo a visitarlo por las tardes? ―Claro que no, Ismael. Puedes venir cuando quieras. Pero ya sabes que aquí el horario de visitas es muy estricto y nosotros estaremos con él todo el tiempo que podamos ―aclaró Javi. ―Muchas gracias. Lo entiendo. Intentaré no ser un problema. Vivo cerca de aquí y me puedo pasar a cualquier hora. Al día siguiente, Ismael fue el primero en ir a visitar a su fiel amigo y pronto se ganó la confianza de familiares y enfermeras. Por eso, cuando Carla entró en el Hospital y descubrió que el enfermo había sido trasladado a planta, y que junto a él estaba su inseparable amigo, haciéndole compañía y hablándole de cosas del pasado, le agradeció el gesto con sentidas muestras de afecto. Tras besar a su bisabuelo, acariciarle y dirigirle unas palabras, a Carla le sonó el móvil y salió al pasillo para atender la llamada. Terminada la conversación regresó de nuevo a la habitación y, sin quererlo, quedó prendada por las vivencias que Ismael traía, en voz alta, a la memoria de su amigo. Entonces floreció la idea. Los días siguientes se repitió la escena y, sin consultarlo, Carla comenzó grabar con su móvil las historias de Ismael. El sábado llegaron los padres de las jóvenes y tras hablar con los doctores se confirmaron los peores augurios: «mientras no remitiera la hemorragia era imposible evaluar los daños», dijeron. Al mediodía del día siguiente, domingo, 11 de diciembre de 2016, al ver que la evolución del enfermo era impredecible, Lucía, Carla y sus padres decidieron regresar a Terrassa para reincorporarse a sus respectivos puestos de trabajo. A la hora de la despedida Carla hizo un aparte con Ismael. Le explicó sus intenciones y le preguntó si estaría dispuesto a grabar las historias y enviárselas para que ella las recopilara en un libro. ―No sé si sabré hacerlo, joven. No me llevo demasiado bien con estos aparatos y con la vista que tengo, peor aún. ―Claro que sabrá, hombre ―le animó Carla dándole un beso. ―Se lo diré a mi nieto Ángel para que me eche una mano con el móvil. Él es un experto en estos temas. ―Muchas gracias, Ismael. Ordenaré todo lo que me envíen, lo pasaré al ordenador y se lo remitiré para conocer su opinión. Una vez conseguido su propósito, Carla besó al anciano, al enfermo y a sus abuelos y abandonó la habitación con destino al coche donde la esperaban sus padres y su hermana. ―Vamos. ¿Dónde te has metido? ―protestó su padre. ―Ya pensábamos en ir a buscarte ―añadió su madre. ―Tranquilos. Me estaba despidiendo de Ismael ―aclaró ella. ―Pues menuda despedida ―rezongó Lucia, con segundas. ―Venga, que a este paso vamos a llegar a las tantas ―zanjó la charla el padre, abrochándose el cinturón de seguridad. Instantes después circulaban, silenciosos y preocupados, por la carretera N-110, con destino a la autopista que les conduciría a su destino en Terrassa.
¿Te gustaría seguir leyendo esta historia? Puedes conseguirla AQUÍ
INICIO
Recordando recuerdos
Somos lo que elegimos ser. Tanto si nos abandonamos o adaptamos a lo que va viniendo, como si nos empeñamos en pulirnos para dirigirnos a una dirección, somos lo que elegimos ser… dentro de cada circunstancia. Pero, irremediablemente, una parte de nosotros está hecha de recuerdos. Y no porque estos existan y nos condicionen, sino porque los recuerdos forman parte de nuestra historia y, tanto si dejamos que nos influencien como si los olvidamos, esa elección nos hace ser de un modo u otro. Abro la puerta de la terraza a las cuatro de la tarde y el sol de abril inunda los amplios doce metros cuadrados de baldosas y muro. Es inusual, en esta época del año en Ávila, esta temperatura. Los rayos de sol calientan mi piel agradablemente, la tibieza del ambiente inunda mis sentidos y el aroma de la primavera se ceba especialmente en uno de ellos, mezclando su fragancia con el de la ropa limpia que cuelga, aún húmeda y más blanca que otras veces por la luz, cerca de mí. Pienso en que
Paula Velasco Ávila, 12 de abril de 2019
Capítulo 1 Días de angustia
Jueves, 8 de diciembre de 2016 Terrassa. 05:56 de la mañana. Doce horas después de recibir la noticia del accidente y el ingreso del anciano en el Hospital Provincial de Ávila.
Habían transcurrido casi tres décadas desde el accidente en la montaña. Durante años Javier se había mantenido ágil y lleno de vitalidad, pero tras el atropello de ayer todo se había precipitado. La edad pasaba factura y aquello no presagiaba nada bueno. El padre de Lucía y Carla no entendía el empeño de su abuelo por alejarse de Terrassa y pasar largas temporadas en el pueblo. «Si hubiera continuado con nosotros todo sería más fácil. Él estaría ingresado en un hospital cercano a casa; mis padres no se hubieran tenido que quedar con él y nosotros no tendríamos que realizar este montaje. Ahora entiendo a mi padre cuando decía que siempre fue un cabezota», pensó mientras cerraba la maleta. ―Venga, niñas. No os entretengáis más, por favor, que ya son casi las seis ―les apremió Carol a sus hijas. ―Vámonos o perderéis el tren ―añadió su padre, mientras cargaba el equipaje en el ascensor. ―Ya voy, papá ―asintió Lucía saliendo del servicio. ―¡Un momento, plis! Guardo el joyero, cojo el ordenador y salgo en seguida―contestó Carla desde su habitación. ―Adiós, mamá ―se despidió Lucía, besando a su madre. ―Hasta el sábado, mami ―continuó Carla, abrazándola. David y sus dos hijas descendieron hasta el garaje, subieron al coche y salieron a la calle para dirigirse a la estación del Norte. Al llegar a la rotonda del Paseo 22 de julio se toparon con la Policía que les cerraba el paso, impidiéndoles el avance. ―¿Qué sucede? ―preguntó Lucía a uno de los agentes. ―El edificio y la plaza de la estación están ocupados por unos manifestantes que no permiten el acceso a las vías. ―Mierda ―gruñó Carla al ver que no podían seguir adelante. ―Nos vamos a la estación del Este. Aún estamos a tiempo de llegar ―anunció David sacando el vehículo de aquel atolladero. Poco después estacionaron el coche al aire libre y corrieron hacia el moderno edificio de vidrio y metal veteado en rojo. Lucía casi se estampa contra el cristal de la puerta de acceso al vestíbulo, pues a pesar de la hora, esta seguía cerrada con llave. ―Lo que nos faltaba ―refunfuñó David golpeando el vidrio. ―¡A buenas horas llega el listo este! ―se lamentó Carla al ver aparecer, corriendo y medio adormilado, al vigilante. Justo entonces se escuchó el traqueteo de las vías. Momentos después, mientras el guardia jurado abría la puerta del vestíbulo, el sonido del tren comenzó a alejarse de la estación. ―¡Perdón! Lo siento mucho. Me he despistado ―se excusó el portador de las llaves intentando justificar su retraso. ―¿Lo sientes? Lo sientas o no, nos has fastidiado bien. Como ellas pierdan el AVE te pondré una denuncia ―amenazó David. Con más de media hora de retraso según lo previsto las dos mozas llegaron a la estación de Sants (Barcelona). Abandonaron el adormilado cercanías a toda prisa; ascendieron por la escalera metálica a empujones; sortearon a la muchedumbre que hacía cola en las taquillas; descendieron por otra escalera y; tras correr por el solitario andén accedieron al AVE en el último instante. ―¡Por los pelos! ―exclamó Lucía al cerrarse las puertas. ―Suerte que llevamos zapatillas. Con tacones nos hubiéramos matado ―comentó Carla, entre jadeos. Se acomodaron en sus asientos dispuestas a dejar pasar, de la mejor manera posible, las tres horas de viaje hasta Madrid. Carla miró el móvil y vio que tenía cuatro llamadas perdidas. «¿Qué querrás ahora, mami? Luego te llamo», se dijo para sí. Lucía extrajo el e-book del bolso y se dispuso a releer su libro preferido, Candiles para Lucía, para adelantar el trabajo que estaba haciendo en la facultad con sus alumnos sobre la España rural del S. XX. Casi se lo sabía de memoria, pero el vínculo que le unía a él la llevaba a releerlo cada cierto tiempo. Entonces sonó el móvil de Carla y ella aceptó la llamada. ―Dime, mami… Sí… ¿Quéé?… ¡Mierda, mierda, mierda! ―¿Qué sucede? ―se alarmó Lucía, al escuchar la malsonante expresión de su hermana. ―Que con las prisas me he dejado el ordenador en el asiento del coche de papá y lo necesito para terminar el artículo de hoy. ―No sufras. No creo que allí te haga falta. En el pueblo no tenemos conexión a internet y no podrás enviarlo a través del ordenador a no ser que te las arregles con el móvil. Además, apenas llega la señal. Es un verdadero suplicio. ―Tenía pensado pasarme por casa de tía Clara, en Ávila, para que me dejara conectarme a su red y subirlo desde allí a la nube, pero llevo un rato llamándola al móvil y no me coge el teléfono. ―Pues llama a papá o mamá y diles que te lo envíen ellos. Ya le pedirás el portátil a tía Clara más tarde. No creo que ella lo utilice demasiado. Con el de sobremesa tendrá suficiente. ―Ok. Le enviaré un wasap para ver si lo tiene disponible. A las tres horas del viaje hasta Atocha, debieron añadir otra de espera en la estación de Chamartín y dos más para recorrer el insufrible trayecto entre la capital española y la abulense. Más de un siglo después, Ávila continuaba tan alejada de Madrid como el día en que se inauguró la línea de ferrocarril. Cuando las jóvenes descendían del tren en la estación de Ávila vieron una cara conocida. Su abuelo Javi las esperaba en el andén para acompañarlas al hospital donde estaba el bisabuelo. ―¿Cómo ha ido el viaje, chicas? ―preguntó el abuelo al llegar a la altura de sus dos nietas. ―Cansado, pero bien ―contestó Carla dándole un beso. ―¡Hace un día de perros! ¿Qué tal vuestros padres? ―Bien, bien. Ellos vendrán el sábado. Mamá viaja hoy a París y no regresará hasta mañana por la noche. Y papá tiene una reunión en la empresa mañana por la tarde ―explicó Lucía. Acto seguido se desplazaron al hospital en taxi y una vez allí localizaron la UCI, donde se encontraba el paciente. Junto a él permanecía su nuera Isabel desde el día del ingreso. ―Hola yaya ―dijeron Lucía y Carla dirigiéndose a su abuela. ―Hola niñas. ¡Qué alegría veros! ―contestó ella abrazando y besando a sus nietas―. ¿Y vuestros padres? ¿Qué tal están? ―Bien. Llegarán el sábado a mediodía. Mamá está de viaje y papá trabaja mañana ―respondió Carla. ―¿Cómo está el bisabuelo? ―preguntó Lucía a su yaya. ―Bastante mal. Los médicos no tienen muchas esperanzas. ―¿Está consciente? ¿Sabes si nos oye? ―preguntó Carla. ―No lo sé. El neurólogo dice que le hablemos de sus cosas. Que le recordemos anécdotas. A veces parece que haga muecas, pero no ha abierto los ojos, ni ha dicho nada, desde que ingresó. En aquel momento entró la enfermera para decirles que había terminado el horario de visitas y que debían abandonar el box. ―Por cierto ―les comunicó esta― ha venido un señor muy mayor diciendo que era amigo de Javier desde pequeño y nos ha preguntado si podía verlo. Le hemos explicado que ahora era imposible, pero que lo consultara con ustedes cuando acabaran la visita. Lleva un buen rato sentado ahí fuera, esperando. Tras dejar al paciente a cargo de la enfermera, el cuarteto se dirigió a la desangelada sala de espera para saludar al visitante. Nada más verlo, Javi e Isabel lo reconocieron. Era Ismael, el amigo de infancia de Javier. Le saludaron con cortesía y tras presentarle a Lucía y Carla le pusieron al corriente del delicado estado de salud de su apreciado compañero. ―Lo siento mucho. Es mi mejor amigo ―dijo Ismael. ―Lo sabemos ―contestó el abuelo― él te tiene mucho cariño. ―¿Qué dicen los médicos? ¿Se recuperará? ―Dicen que está muy mal. Dudan que salga del coma. Y si lo hace, no saben cómo quedará. Eso sí, nos piden que le hablemos para ver si recupera la consciencia ―intervino Isabel. ―¿Os molesta si vengo a visitarlo por las tardes? ―Claro que no, Ismael. Puedes venir cuando quieras. Pero ya sabes que aquí el horario de visitas es muy estricto y nosotros estaremos con él todo el tiempo que podamos ―aclaró Javi. ―Muchas gracias. Lo entiendo. Intentaré no ser un problema. Vivo cerca de aquí y me puedo pasar a cualquier hora. Al día siguiente, Ismael fue el primero en ir a visitar a su fiel amigo y pronto se ganó la confianza de familiares y enfermeras. Por eso, cuando Carla entró en el Hospital y descubrió que el enfermo había sido trasladado a planta, y que junto a él estaba su inseparable amigo, haciéndole compañía y hablándole de cosas del pasado, le agradeció el gesto con sentidas muestras de afecto. Tras besar a su bisabuelo, acariciarle y dirigirle unas palabras, a Carla le sonó el móvil y salió al pasillo para atender la llamada. Terminada la conversación regresó de nuevo a la habitación y, sin quererlo, quedó prendada por las vivencias que Ismael traía, en voz alta, a la memoria de su amigo. Entonces floreció la idea. Los días siguientes se repitió la escena y, sin consultarlo, Carla comenzó grabar con su móvil las historias de Ismael. El sábado llegaron los padres de las jóvenes y tras hablar con los doctores se confirmaron los peores augurios: «mientras no remitiera la hemorragia era imposible evaluar los daños», dijeron. Al mediodía del día siguiente, domingo, 11 de diciembre de 2016, al ver que la evolución del enfermo era impredecible, Lucía, Carla y sus padres decidieron regresar a Terrassa para reincorporarse a sus respectivos puestos de trabajo. A la hora de la despedida Carla hizo un aparte con Ismael. Le explicó sus intenciones y le preguntó si estaría dispuesto a grabar las historias y enviárselas para que ella las recopilara en un libro. ―No sé si sabré hacerlo, joven. No me llevo demasiado bien con estos aparatos y con la vista que tengo, peor aún. ―Claro que sabrá, hombre ―le animó Carla dándole un beso. ―Se lo diré a mi nieto Ángel para que me eche una mano con el móvil. Él es un experto en estos temas. ―Muchas gracias, Ismael. Ordenaré todo lo que me envíen, lo pasaré al ordenador y se lo remitiré para conocer su opinión. Una vez conseguido su propósito, Carla besó al anciano, al enfermo y a sus abuelos y abandonó la habitación con destino al coche donde la esperaban sus padres y su hermana. ―Vamos. ¿Dónde te has metido? ―protestó su padre. ―Ya pensábamos en ir a buscarte ―añadió su madre. ―Tranquilos. Me estaba despidiendo de Ismael ―aclaró ella. ―Pues menuda despedida ―rezongó Lucia, con segundas. ―Venga, que a este paso vamos a llegar a las tantas ―zanjó la charla el padre, abrochándose el cinturón de seguridad. Instantes después circulaban, silenciosos y preocupados, por la carretera N-110, con destino a la autopista que les conduciría a su destino en Terrassa.
¿Te gustaría seguir leyendo esta historia? Puedes conseguirla AQUÍ
INICIO
Published on March 05, 2020 20:46
Reseña "El joyero de Carla", de Misés González Muñoz - por Ana Larraz Galé
Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020
Mi reseña de "El joyero de Carla" , de Moisés González Muñoz
por Ana Larraz Galé
El joyero de Carla es una bonita historia de una familia que comienza en los años veinte y que llega hasta nuestros días haciéndonos recorrer con los protagonistas la historia de España. Contada de una manera amena y sencilla, el autor mantiene dos lineas temporales en cada capítulo de una manera muy interesante: unas frases al inicio de cada capítulo en el que se narra las peripecias de la dueña del joyero para conocer la historia de los suyos. Una historia llena de giros y momentos muy intensos, en la que nada es lo que parece.
Un libro muy recomendable. Solo me queda felicitar al escritor por este buen y elaborado trabajo.
INICIO
Mi reseña de "El joyero de Carla" , de Moisés González Muñoz
por Ana Larraz Galé
El joyero de Carla es una bonita historia de una familia que comienza en los años veinte y que llega hasta nuestros días haciéndonos recorrer con los protagonistas la historia de España. Contada de una manera amena y sencilla, el autor mantiene dos lineas temporales en cada capítulo de una manera muy interesante: unas frases al inicio de cada capítulo en el que se narra las peripecias de la dueña del joyero para conocer la historia de los suyos. Una historia llena de giros y momentos muy intensos, en la que nada es lo que parece.
Un libro muy recomendable. Solo me queda felicitar al escritor por este buen y elaborado trabajo.
INICIO
Published on March 05, 2020 20:45
Reseña "Los ecos de todos los siglos", de Klaus Swarzloch - por Moisés González Muñoz
Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020
Mi reseña de "Los ecos de todos los siglos" , de Klaus Schwarzloch
por Moisés González Muñoz
Hans Zimmer es un acomodado joven alemán que decide emigrar a América del Sur en busca de emociones y fortuna. Tras una dura caminata con destino al puerto donde debe embarcar, y cuando está a punto de arrepentirse y regresar al hogar, conoce a Klaus, un joven Chileno de origen germano que regresa a su casa. Desde aquel momento se convierten en amigos de por vida.
Poco tiempo después de instalarse en Valparaíso, Hans conoce a la que será el amor de su vida, Lucía. La Guerra del Pacífico se convierte en una dolorosa barrera para los enamorados y ellos deciden mitigarla sellando un pacto de amor que mitigue la lejanía.
Mientras el amor mueve a los jóvenes, para seguir luchando por un futuro en compañía, el odio, la destrucción y la muerte siembran de desolación y pena en Chile, Perú y Bolivia.
¿Sobrevivirá el pacto de los enamorados al sanguinario conflicto bélico entre hermanos o seguirá la barbarie sepultando vidas y destrozando corazones?
Una novela histórico-costumbrista atrayente y cargada de intriga. Un texto ágil y de fácil lectura donde conviven las emociones y las pasiones más diversas. Una bonita historia que nace de las ansias de conocer el mundo y vivir la aventura (a costa de perder todo lo que uno tiene). Una trama donde se alternan el amor con el odio, la verdad con la mentira, la paz con la guerra, la lealtad con la traición o la vida con la muerte.
Como sucede con algunas obras que me llegan de autores Sudamericanos, hay varias expresiones y tiempos verbales que me obligan a deliberar sobre las diferencias a la hora de expresarnos, según nuestra situación geográfica, en el idioma castellano.
Enhorabuena por la historia.
INICIO
Mi reseña de "Los ecos de todos los siglos" , de Klaus Schwarzloch
por Moisés González Muñoz
Hans Zimmer es un acomodado joven alemán que decide emigrar a América del Sur en busca de emociones y fortuna. Tras una dura caminata con destino al puerto donde debe embarcar, y cuando está a punto de arrepentirse y regresar al hogar, conoce a Klaus, un joven Chileno de origen germano que regresa a su casa. Desde aquel momento se convierten en amigos de por vida. Poco tiempo después de instalarse en Valparaíso, Hans conoce a la que será el amor de su vida, Lucía. La Guerra del Pacífico se convierte en una dolorosa barrera para los enamorados y ellos deciden mitigarla sellando un pacto de amor que mitigue la lejanía.
Mientras el amor mueve a los jóvenes, para seguir luchando por un futuro en compañía, el odio, la destrucción y la muerte siembran de desolación y pena en Chile, Perú y Bolivia.
¿Sobrevivirá el pacto de los enamorados al sanguinario conflicto bélico entre hermanos o seguirá la barbarie sepultando vidas y destrozando corazones?
Una novela histórico-costumbrista atrayente y cargada de intriga. Un texto ágil y de fácil lectura donde conviven las emociones y las pasiones más diversas. Una bonita historia que nace de las ansias de conocer el mundo y vivir la aventura (a costa de perder todo lo que uno tiene). Una trama donde se alternan el amor con el odio, la verdad con la mentira, la paz con la guerra, la lealtad con la traición o la vida con la muerte.
Como sucede con algunas obras que me llegan de autores Sudamericanos, hay varias expresiones y tiempos verbales que me obligan a deliberar sobre las diferencias a la hora de expresarnos, según nuestra situación geográfica, en el idioma castellano.
Enhorabuena por la historia.
INICIO
Published on March 05, 2020 20:44


