Sonia Pericich's Blog, page 6

August 25, 2020

"Viajeros del viento" - Cuento de Sonia Pericich



Victoria y Blas no se conocen, y a simple vista parecen no tener nada en común. Sin embargo, el destino tiene planes para ellos.Él tiene nueve años; ella, once. El último recuerdo de ambos es estar cruzando el parque... ¿Dónde están ahora? ¿Cómo es que llegaron allí? Una aventura no planeada cambiará sus vidas y las de los habitantes de aquel pueblo oculto entre colinas. Y quizás, también la tuya.
En este libro puedes perderte o encontrarte. Ya me dirás, a tu regreso, lo que has ganado en el viaje.


Disponible en su versión EPUB en PayHip
Próximamente disponible, en físico y digital, en Amazon KDP

"Viajeros del viento" en Goodreads


✴ ✴ ✴  APOYA A AUTORES INDEPENDIENTES  ✴ ✴ ✴




INICIO

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 25, 2020 16:24

August 17, 2020

Beat (exhausto) - Relato de Sonia Pericich



Tenía el dinero justo para llegar a París e instalarme en el Beat Hotel, como me habían recomendado. Dijeron que algo había entre aquellas paredes que lograría quitarme ese bloqueo que me volvería miserable en muy poco tiempo.Mi viaje fue una especie de inversión, la última creía yo, porque todos mis ahorros quedarían allí si no funcionaba, y también yo, como un vagabundo más en sus calles. Pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr, tenía que existir algo más allí afuera; estaba cansado pero aún no abatido.Me habían dicho que no esperara lujos, pero tampoco estaba acostumbrado a ellos, así que no me importó. De hecho el lugar, aunque un poco austero, se veía más bien como algo "artesanal" y no simplemente descuidado. La ventana de mi habitación daba a una escalera interna, como todas las demás, y la luz era escasa, sin embargo eso no me incomodaba. El hecho de estar acompañado de otros artistas hacía también que poco importara el hecho de que mis sábanas no hubiesen sido cambiadas hace tiempo.Tenía dinero para quedarme un mes, pero decidí acortar la estadía a cambio de dos o tres baños de agua caliente en la bañera comunitaria del hotel, disponible solo los fines de semana y bajo reserva con pago extra incluido. No es que fuera un hombre muy pulcro, sino que de haber sabido esto de antemano hubiera preferido ir en verano. Con pulmonía no llegaría a ser ni vagabundo, no era un buen negocio.Durante las primeras dos semanas nada sucedió. Estaba pasando buenos ratos con algunos artistas, incluso había aportado alguna idea para una que otra canción del compositor de la habitación contigua, pero mis hojas seguían de un blanco tan inmaculado que contrastaba horrendamente con las tristes cortinas de color marfil, otrora quizás hueso o hasta blancas, quién sabe.Comenzaba a desesperarme aquella noche, después de mi segundo baño de agua caliente, cuando noté algo diferente en la pared frente a la cama. La dueña del hotel me había dicho que podía dejar mi impronta en aquella habitación si así lo deseaba, como otros habían hecho, pero en todo ese tiempo no había salido de mi boca una idea prometedora o una frase "célebre" que valiera la pena. En un rincón, sobre un dibujo del rostro de una mujer con un cigarrillo en su boca y la mirada desafiante pero a la vez triste, pude distinguir claramente la palabra "beat", pero antes no estaba allí. Lo sabía perfectamente, llevaba días viendo aquellas paredes en busca de una idea salvadora. En ese momento comencé a escuchar un ritmo de jazz inundando mi cabeza, la habitación y quizás el hotel entero. Era tenue pero espeso, todo lo cubría. Creía que vendría del bistró del primer piso, sin embargo, al abrir la puerta de mi habitación noté que en el pasillo reinaba el silencio. "Ya me he vuelto loco", pensé, y volví a cerrar la puerta, pero al hacerlo la música volvió a inundarlo todo. Incluso podía distinguir entre las notas de aquel jazz, las voces de algunos de los artistas con los que había estado conviviendo esas últimas semanas. Me sentí algo mareado y busqué afirmarme en el escritorio. Al apoyar mis manos de lleno sobre él, mis dedos comenzaron a alargarse hacia el montón de hojas en blanco y estas a su vez comenzaron a temblar. Di un salto hacia atrás con temor y a tientas, sin dejar de ver aquellas hojas temblorosas, busqué el picaporte de la puerta para ir en busca de ayuda, pero no lo encontré, de hecho tampoco estaban allí la puerta ni la ventana como hacía unos segundos atrás. Sentí mucha sed y mis rodillas comenzaron a ceder. Luego ya no pude parpadear. Comencé a sudar frío y creo que dejé de respirar por un rato considerable, porque lo que pasó después fue que comenzaron a brotar palabras desde aquellas artísticas paredes hasta cubrirlas por completo en un negro manto con aroma a tinta, que se propagó por el suelo, por los muebles y finalmente consumió todo mi cuerpo, ahogando mis gritos mudos y llevando mi alma hacia un sombrío silencio.Luego, sentí paz. Paz y felicidad. Casi de forma instantánea mi cuerpo se alivianó y se liberó de los miedos y preocupaciones, entendiéndolo todo. No había nada a mi alrededor, y aunque sintiera que estaba moviendo los brazos intentando tocar algún objeto, no lograba hacer contacto con nada, ni siquiera conmigo mismo. Me volví etéreo, fui solo un alma, y me entregué a aquella paz sonriendo como un niño frente a un regalo de navidad de tamaño considerable. Cerré los ojos -que sentía tener abiertos aunque no estuvieran allí- porque ya no había nada por hacer más que pensar en la nada misma, y me fundí en un tácito acuerdo con ella a cambio de sentir eternamente la libertad que me invadía.Lo siguiente fue despertar sobre el escritorio tras los intensos golpes a la puerta del músico de la habitación contigua. Me incorporé rápido a pesar de lo confundido que me sentía y mi cuello se quejó por la mala postura en la que al parecer había dormido. Luego abrí la puerta, que había vuelto a estar en su lugar, para escuchar a John decirme que bajarían al bistró y que me veía fatal.Sobre la pared donde se encontraba el rostro de aquella mujer y la palabra "beat", había un pequeño espejo en el cual constaté que John tenía razón. Parecía que no había dormido en días. Luego noté que mis manos estaban manchadas con tinta y recordé la extraña experiencia que había vivido. "¿Lo habré soñado?", me pregunté. Fue entonces que volví al escritorio y vi que mis hojas ya no eran blancas. En su lugar, encontré la novela que me sacó de la miseria a la que me condenaba mi ignorancia y debilidad, la que me liberó de la presión del sueño americano que me había arrastrado hasta allí, la que el Beat Hotel me regaló de una misteriosa forma que no cuestionaré jamás.



INICIO
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 17, 2020 20:35

Aquelarre - Cuento de Sonia Pericich


Pedro Contreras era un hombre valiente.

En sus aventuras había enfrentado montañas, desiertos y hasta había cruzado mares. Sin embargo, tenía cierto respeto por los bosques.
Era difícil creer que un hombre como él, tan enorme en carácter como en tamaño, fuera incapaz de pasar una noche rodeado solo de árboles inertes; por eso había decidido que aquella primavera, habiendo cumplido sus 44 años, vencería de una vez sus miedos en algún bosque español.
Llegar fue sencillo. Particularmente, Pedro sentía un enorme cariño por España y siempre había sido para él un destino seguro. Sabía que en cuestión de bosques no se sentiría defraudado por aquel bello país, ni en ninguna otra cuestión en realidad, así que eligió uno al azar. 
El bosque lo recibió tranquilo, como ignorándolo, lo que hizo a Pedro aumentar su nivel de confianza y querer adentrarse bastante más de lo previsto.
Pasó una tarde agradable dentro de los límites de su ansiedad, buscando ramas para la fogata y disponiendo de todo lo necesario para una noche sin sobresaltos. Los animales no le importaban, nunca les había temido, lo que a él le preocupaba era casi cómico y un poco vergonzoso para su edad. Pudo haber sido culpa de su abuela, que lo amenazaba de niño cuando hacía alguna travesura, pero también era probable que su instinto lo estuviera protegiendo. En todo caso el bosque para él siempre había sido un tabú gracias a eso: las brujas.

Encendió el fuego y comió algo a pesar de no sentir hambre, no podría dormir con el estómago vacío. Luego tomó algunas fotos, escribió unas líneas en su cuaderno de aventuras y pasó el resto de los minutos de luz imaginando su huida y deshaciendo su camino. La noche llegaba avasallante... y Pedro ya no quería estar allí.

En la espesura nocturna, con la sola compañía de la luna llena y el fuego, sentía que el corazón se le salía del pecho con cada aleteo que lo hacía sobresaltarse. Ramas quebradas, cortezas crujiendo, pequeñas ráfagas de viento que se habían abierto camino entre los gigantes inmóviles lo hacían girar sobre si mismo y buscar en la oscuridad su procedencia. Pedro era presa del pánico, pero en el fondo aún quería vencer ese miedo que lo avergonzaba.

La luna llena jugaba con sombras de formas extrañas, como si hubiese otras personas corriendo por el bosque, personas que parecían estar vigilándolo, susurrando cosas sobre él, esperando a que se quede dormido, acechándolo.

Cuando aquella cornamenta se dejó ver tras un arbusto, Pedro no dudó en entrar por fin a la carpa, con paso presuroso y repitiendo por lo bajo cuanto rezo recordada.

A lo lejos le pareció oír una risa. Luego dos. Y la tercera le entibió la nuca. Por un instante contuvo la respiración, sintió erizarse la piel de su espalda y su cuero cabelludo y luego se desvaneció con los ojos abiertos. Mientras caía, en esa milésima de segundo entre la vida y la muerte, recordó a su abuela con rencor y le dedicó la peor de las blasfemias.
En su mente el aquelarre terminaba, mientras los lobos comenzaban su festín.

  









 


INICIO

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 17, 2020 18:15

June 25, 2020

"Bety" - Cuento de Sonia Pericich



Bety nació negra, la única oveja negra en un rebaño de blancas. Su mamá la amaba tanto como a sus hermanas, pero Bety no lo creía así y eso la hacía preocuparse. Varias veces había intentado hacerle entender que el color de su lana no era importante y que lo verdaderamente importante era que fuera feliz junto a su rebaño, pero Bety siempre tenía una respuesta del tipo “lo dices porque eres mi madre y es tu obligación”, y hasta una vez, en plena adolescencia, se atrevió a decirle “tú eres idéntica a las demás, nunca sabrás lo que se siente ser diferente”.

Las otras mamás ovejas se sentían mal por la mamá de Bety, pero en su afán de consolarla por tener una hija rebelde no la escuchaban cuando esta les decía que no era eso lo que la preocupaba. En realidad, la mamá de Bety estaba orgullosa del carácter de su hija, pero sentía que no lo estaba utilizando correctamente. La autoestima de Bety iba cayendo, discutiendo incluso con otras ovejas adolescentes —hasta con sus hermanas—, argumentando que la dejaban de lado al salir a pastar cuando era ella misma la que no intentaba incorporarse al grupo.

Y un día Bety decidió abandonar el campo. Se le había metido en la cabeza que iba a estar mejor sola, y a pesar de lo mucho que su madre le había advertido sobre los peligros más allá del alambrado, le pareció que cualquier cosa valdría más la pena que quedarse allí.

Aprovechó la noche y el sueño profundo de su rebaño para llegar hasta el lejano alambrado, y vaciló al ver sus imponentes púas, pero aun así tomó coraje para traspasarlo y llegar al camino de tierra del otro lado. Le costó bastante y se lastimó un poco, sin contar el miedo que sintió al verse en aquel camino oscuro a merced de quién sabe qué, pero la necesidad de alejarse de lo que tanto dolor le provocaba era más fuerte. Parte de su lana quedó allí, coronando el alambrado como prueba de su huida.

Con la respiración entrecortada caminó varios kilómetros hasta toparse con un pequeño monte donde decidió descansar hasta que amaneciera. El alambrado que tuvo que cruzar para llegar hasta él no tenía púas, así que no fue tan difícil, pero la verdad es que casi no pudo dormir de todas maneras. Siempre que el cansancio parecía vencerla, una corteza crujiendo o un ladrido lejano la sobresaltaban.

El sol la encontró a la par que un sabueso y su amo a caballo. Intentó correr pero aquel hombre de campo era hábil, y pronto se encontró camino a una estancia que no era la suya.

Llegando se enteró que allí no había ovejas, solo vacas, caballos y gallinas, y lo supo porque le tocó compartir su pasto con las primeras. Solo una de ellas llevaba cencerro, y asumió que sería la más sabia, así que se acercó a hablar con ella.

—Buenos días, señora. ¿Sabría usted decirme dónde estoy?

—Muuuuuy buenos días, pequeña. Estás en la estancia de Don Mateo.

—¿Podría decirme también si aquí hay ovejas negras como yo?

—Aquí no hay ovejas, niña, y lo único negro es el caballo del hijo de Don Mateo. Las vacas somos todas marrones; las gallinas, blancas; los caballos, manchados. Solo él es tan negro como la noche.

Bety pensó que quizás aquel caballo estaría sufriendo tanto la indiferencia como ella, y le pareció buena idea hablar con él. Hasta ahora no se había puesto a pensar en que quizás otros podrían estar pasando lo mismo que ella.

—¿Sabe usted dónde puedo encontrarlo? —preguntó entonces.

—¿A Froilán? Suele venir muuuuy temprano a pastar por aquí. Luego su amo lo lleva otra vez a la caballeriza y suelta a los demás. ¡Mira, allí vienen…!

Bety escuchó otra vez al sabueso ladrar y lo vio mover la cola eufórico, a lo lejos. A la par de él, un montón de caballos manchados corrían a pastar del otro lado del campo.

—Señora, una última pregunta: ¿dónde están las caballerizas?

La vaca del cencerro giró pesadamente y cabeceando le indicó la dirección a Bety, pero también le aconsejó no acercarse mucho a la casa.

Bety le agradeció el consejo y fue en busca de Froilán.

Cruzó el gallinero y revolucionó a las chismosas gallinas, que entre ellas comentaban quién sería la osada extranjera que iba tan decidida rumbo a las caballerizas, y que para qué, y que si acaso estaría loca. El gallo decidió tomar partido, dio un paso al frente y le gritó:

—¡¿Kikirikistas haciendo?! ¿A dónde crees que vas, pequeña?

—A ver a Froilán —respondió Bety, apenas aminorando la marcha.

—¿Sabes que hay sabuesos cerca de la casa, cierto? Esos no son como Tom. ¿Sabes quién es Tom?

Bety frenó en seco. Quizás sería mejor hablar un poco con aquel gallo.

—Supongo que es el sabueso que acompaña a Don Mateo. Él no fue tan rudo conmigo cuando me encontraron.

—Claro, él no es rudo, de hecho es bastante simpático. ¿Has visto que pelo tan bonito tiene? Pero los que están cerca de la casa son muy diferentes, solo de verlos te das cuenta.

A Bety este comentario la incomodó. Le parecía que aquel gallo estaba juzgando a los sabuesos de la casa por su apariencia, como le sucedía a ella en su estancia, así que pensó que también quería conocer a los sabuesos.

—Gracias, señor gallo, tendré en cuenta el consejo. Hasta luego —respondió, aunque con un poco de sarcasmo, y siguió su camino. A sus espaldas, las gallinas siguieron cacareando por lo bajo.

Pasando las viviendas de los peones, encontró la gran caballeriza. Froilán dormitaba parado en su espacio, y no solo era más negro que la noche sino que brillaba casi tanto como las estrellas.

—Buenos días, Froilán. ¿Le molestaría que le hiciera unas preguntas?

Froilán se sobresaltó y relinchó del susto.

—¡Niña! ¡Qué susto me has dado! Estaba soñando que ganaba mi segunda medalla de campeón.

—¿Campeón? —preguntó Bety.

—Así es. Un tiempo atrás mi amo y yo participamos de un concurso de belleza, y ya sabrás con solo verme que ganamos el primer premio.

—¿Entonces no le molesta ser el único caballo negro de la estancia?

—¿Por qué debería molestarme? Soy muy querido por mi amo y por Don Mateo, y los demás caballos sienten admiración por mí.

—¡Eso no es verdad! —se escuchó decir desde uno de los espacios del fondo. Bety se acercó para ver quién era el que había dicho eso, y un caballo viejo y petiso se asomó al fin—. Algunos te admiran y otros de envidian muy feo, Froilán.

—Tienes razón, Tuerto, pero a esos que me envidian los ignoro. Si supieran que cualquiera de ellos podría estar en mi lugar…

—¿A qué se refiere con eso, señor Froilán? —intervino Bety.

—Es fácil, niña. Mi amo se fijó en mí por mi actitud cuando era un potrillo. Siempre creí que era especial. Mi madre me lo decía y para mí su palabra era ley. Cuando todos los demás potrillos salían a trotar, yo corría. Cuando ellos volvían a la caballeriza, yo me hacía perseguir por el sabueso. Cuando traían el heno, a veces me negaba a comer si no era de la mano de mi amo. Todas las miradas estaban siempre en mí, yo destacaba, y mi amo vio en mí al caballo especial que soy. Si cualquiera de ellos me hubiese imitado, quizás hoy sería un campeón como yo.

Bety recordó a su madre. Pensó en las veces que le había dicho a ella lo especial que era, tal como le había sucedido a Froilán con la suya. Luego miró hacia el final de la caballeriza y se preguntó por qué Tuerto estaría allí y no con los demás.

—¿Y qué hay de usted, señor Tuerto? ¿Usted también es especial?

—¡Todos lo somos, niña! Mira, por ejemplo, yo soy el caballo que más distancia ha recorrido dentro de la estancia. Don Mateo y yo hemos viajado mucho cuando era joven, llevábamos huevos a estancias vecinas. Ahora estoy aquí porque ya estoy viejo y me gusta mucho dormir —. Tuerto mostró una sonrisa enorme y a Bety le dio mucha risa.

—¿Y por qué se ha quedado tuerto, señor Tuerto? Si no le molesta contarlo… —preguntó Bety después.

—En realidad no lo soy, me han puesto ese nombre por la mancha blanca que tengo en el ojo izquierdo. La verdad es que los amos no son muy creativos. ¿Y tú cómo te llamas, niña?

—Me llamo Bety, señor, aunque no sé por qué me han puesto ese nombre…

—Pues, bienvenida, Bety. Tú también serás especial aquí, ¡ya eres al menos la única oveja! —dijo Froilán.

Bety se despidió de Froilán y Tuerto y se alejó pensando en sus palabras. Estaba confundida, no sabía si ser única era lo mismo que ser especial. Necesitaba hacer más preguntas.

Al salir de la caballeriza divisó el casco de la estancia. Era más pequeño que el de la suya, a pesar de que en ella había más animales y peones. Caminó cautelosa hacia allí en busca de los sabuesos. No tenía dudas, hablar con ellos le daría una respuesta definitiva a su aventura… o un final muy trágico.

Eran tres, y al ver que no estaban atados se le heló la sangre. Los tres giraron hacia ella y avanzaron amenazantes, gruñendo por lo bajo.

—Grrrr, no te acerques más, niña, grrrr… ¿Qué buscas aquí? —dijo uno de ellos.

Bety tomó coraje y respondió:

—Ve-e-e-e-e-engo a conocerlos. Soy nueva en la estancia y me han dicho en el gallinero dónde podría encontrarlos. Me llamo Bety.

—¿El gallinero? Ese gallo lengualarga te ha enviado directo a la muerte, niña, grrrr —. Los tres seguían avanzando muy lentamente hacia ella, pero Bety decidió no retroceder.

—Pues, no veo motivo alguno para morir. Solo he venido a conocerlos —. Le temblaban las patas traseras, pero deseaba demostrar que aquel gallo estaba equivocado y obtener más respuestas.

Los tres sabuesos comenzaron a dudar. Se miraron entre sí al no saber cómo actuar frente a aquel coraje y tal afirmación. La niña tenía razón, no había motivo.

Bety notó las miradas y aprovechó para seguir hablando:

—Sé que su trabajo es defender la casa, pero no he venido a robar nada, solo quiero hacerles unas preguntas. Puedo irme si lo desean, aunque eso afirmará lo que ha dicho el gallo sobre ustedes…

—Grrrr… ese lengualarga… ¿Qué es lo que ha dicho sobre nosotros? —preguntó uno de los sabuesos, y se sentó a esperar una respuesta. Betty soltó todo el aire que tenía en los pulmones.

—Él cree que ustedes son feroces, no amigables como Tom. Pero yo no estuve de acuerdo. Solo cree eso porque ustedes son mucho más grandes que él, y estoy segura de que no se ha acercado jamás a hablar con ustedes. ¿Me equivoco?

—No te equivocas —respondió otro de los sabuesos—. Nadie del gallinero se acerca a la casa. Solo cuchichean si alguna vez nos ven pasar. Tom es nuestro amigo, y nos ha dicho varias veces que deberíamos mover un poco más el rabo…

Los tres sabuesos cambiaron su expresión de golpe, se pusieron algo tristes. Bety tenía razón, los sabuesos de la casa estaban siendo juzgados por su apariencia, y solo se comportaban feroces porque eso se esperaba de ellos.

Al llegar a esa conclusión supo que ser diferente, único o especial no era el motivo real para estar en boca de los demás. El motivo era simplemente la envidia, la falta de comunicación, el prejuicio y la ignorancia de aquellos que no se animaban a conocer, a hacer preguntas y a encontrar su propia manera de ser especial, como le había dicho Tuerto.

—Pues, yo creo que los cuatro son muy buenos haciendo su trabajo, y que ya es tiempo de volver a casa —dijo después, mostrando una sonrisa.

Los tres sabuesos le agradecieron la visita, hacía mucho tiempo que no hablaban con alguien más allá del patio de la casa. Betty volvió al campo, junto a la vaca con el cencerro, y pastó tranquila mientras asumía todo lo que había aprendido.

Pensó en huir esa misma noche y volver a casa, pero no tuvo necesidad de hacerlo. Al atardecer, justo después de volver al corral, Don Mateo vino a verla junto a su amo, Don Pascual.

—¡Sí! ¡Es mi Bety! ¡Qué susto me di al no encontrarla! —exclamó al verla, y Bety, estupefacta, recibió muchas caricias de su parte. No tenía idea de que fuera tan importante para él.

—Ya ve, Don Pascual, por eso a los rebeldes se les dice “ovejas negras”: ¡aventurera y con coraje! Los peones me han contado que hoy ha estado paseando por toda la estancia, ¡y hasta se ha hecho amiga de mis perros guardianes!

Bety volvió a casa, y para mayor sorpresa todo el rebaño la recibió feliz. Se habían preocupado mucho por su desaparición, y notó en sus rostros que estaban siendo sinceros.

En la noche, antes de dormir, le pidió perdón a su mamá, y desde entonces tiene claro que ser diferente no es lo mismo que ser único, y que todos, todos, podemos ser especiales.




INICIO


 

 

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 25, 2020 09:42

Reseña "Los ecos de todos los siglos", de Klaus Schwarzloch - por Ana Larraz Galé



Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020



Mi reseña de"Los ecos de todos los siglos", de Klaus Schwarzloch

por Ana Larraz Galé




Acabo de terminar la novela “Los ecos de todos los siglos” de Klaus Schwarzloch y me he quedado con un buen sabor de boca. Se trata de una historia de un alemán que decide emigrar, con la idea de conocer mundo, a Sudamérica un poco antes de comenzar la Guerra del Pacífico.
Se trata de una novela en la que se mezcla las historias de amor, con la triste historia de esa época, con la guerra entre Chile, Perú y Bolivia, de la que yo apenas sabría nada y que, gracias a esta obra, y a la pormenorizada descripción que el autor hace de la misma, me he propuesto aprender mucho más de ella; me ha parecido interesantísima.
La novela, nos cuenta el estilo de vida de la sociedad de aquella época, el punto de vista que los emigrantes y los lugareños tenían unos sobre otros, y describe perfectamente las relaciones que existían entre ambos, así como entre los ganadores y perdedores de la guerra.
Un libro muy entretenido que recomiendo.







INICIO

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 25, 2020 09:14

Reseña "El joyero de Carla", de Moisés González Muñoz - por Klaus Schwarzloch



Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020



Mi reseña de “El joyero de Carla” , de Moisés González Muñoz

por Klaus Schwarzloch




Es la historia de varias generaciones de una familia en una España rural de mediados del siglo XX. Cada miembro de esta familia debe afrontar conflictos, abusos e intrigas derivados de ricos terratenientes y de la Guerra Civil Española.
La trama se va desarrollando en dos líneas de tiempo a partir de diciembre del 2016 con una narrativa flashback que hacen su lectura interesante y fácil de seguir. Los personajes, bien perfilados, nos hacen vivir un período en la historia española cuyos detalles, personalmente, desconocía. Destaco también el impecable estilo del autor.
Una lectura enriquecedora que recomiendo totalmente.












INICIO

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 25, 2020 09:07

Reseña "30 de febrero (Viajes en el tiempo)", de Pablo Rojas - por Ana Larraz Galé



Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020



Mi reseña de “30 de febrero (Viajes en el tiempo)” , de Pablo Rojas
por Ana Larraz Galé




He disfrutado un montón con este libro en el que los viajes en el tiempo son el eje central. El autor ha conseguido a base de ingenio, casi convencernos de que son algo habitual, tal y como sus protagonistas lo ven, una cosa fácil y sencilla y nos ha explicado claramente cómo funcionan, en su imaginación, claro. He pasado un buen rato, disfrutando de estas páginas, lo recomiendo, sobre todo a los amantes de la ciencia ficción

















INICIO

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 25, 2020 08:59

Reseña "30 de febrero (Viajes en el tiempo)", de Pablo Rojas - por Pilar González


Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020



Mi reseña de “30 de febrero (Viajes en el tiempo)” , de Pablo Rojas
por Pilar González





Un libro lleno de misterio, intriga y acción, que me ha gustado mucho. Original y entretenido, engancha e invita a seguir leyendo porque consigue mantener la atención del lector. Los viajes en el tiempo son con frecuencia un tema de la literatura de ciencia ficción, pero en este caso la creatividad del autor nos permite estar ante un libro diferente, en el que los destinos de los distintos poseedores del reloj, objeto sobre el que recae la trama, darán giros imprevisibles e insospechados.
En especial los amantes de la ciencia ficción disfrutarán seguro con esta novela, pero también otro tipo de lectores.












INICIO


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 25, 2020 08:53

Reseña "La constelación del olvido", de Pilar González - por Klaus Schwarzloch



Lecturas Conjuntas "Hoja en blanco"Seis autores, seis obras, de febrero a mayo de 2020



Mi reseña de “La constelación del olvido” , de Pilar González

por Klaus Schwarzloch





Debo confesar que me encantan las novelas que dirigen mi mirada hacia el pasado y me ayudan a mirar el futuro. Pilar nos narra una historia de mujeres de coraje e intrepidez. Viven sus vidas de acuerdo a la época que les tocó vivir y que los conflictos que deben enfrentar son los mismos de hoy.
La fuerza motriz es un secreto familiar que se ha guardado durante mucho tiempo. Los personajes están bien diseñados y la genealogía que se da al principio ayuda bastante a seguir la trama. Costumbres, escenarios, emoción y aventura encontraremos en La constelación del olvido , cuya lectura recomiendo sinceramente.












INICIO

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 25, 2020 08:46

May 26, 2020

House of Wolves - Capítulo 1: Encuentro en el bosque



Capítulo 1Encuentro en el Bosque
Hacia el Este, las últimas estrellas de la noche desaparecían en el inexorable azul. Amanecía un tórrido día de verano sobre los Bosques del Sur, pero debajo de las gruesas ramas de sus árboles la sombra permanecería fresca por horas aún. Lentamente, el silencio de la noche empezaba a extinguirse con susurros y cantos que invadían el aire. 
El pájaro asomó la cabeza desde debajo de su ala y parpadeó perezoso ante los rayos de sol que se colaban por las hojas de su hogar. Soltando un trino para anunciar su regreso al mundo, abandonó el calor del nido y dio unos saltitos hacia la punta de su rama. Su compañera regresaría pronto a cuidar de los huevos y a él le esperaba un largo día de recolección. Estiró las alas y se lanzó al vacío… Una piedra chocó contra su cabeza. El pájaro se precipitó hacia el suelo en un remolino de plumas y huesos rotos. Cayó con un golpe seco sobre una piedra plana junto al arroyo, pero estaba muerto antes de aterrizar. La cazadora se acercó a su presa, la levantó por las patas y la sopesó. Serviría. Una vez que lo hubiera desplumado y hervido, sería una buena cena; tal vez un poco frugal. Con movimientos expertos, lo ató a su cinturón, de donde ya colgaba su compañera junto a otras presas que había tenido la suerte de capturar. Había sido una noche muy productiva. Satisfecha consigo misma, la cazadora dirigió su mirada hacia la rama de la que había descendido el pájaro. Técnicamente, tenía carne suficiente para pasar este y varios de los siguientes días, quizá incluso para escabullirse en el mercado en las afueras del pueblo y vender un poco. No necesitaba los huevos escondidos ahí como un tesoro, pero sería un desperdicio dejarlos. Los pichones nacerían sin nadie que los alimentara y morirían de hambre casi inmediatamente, si no se los comía algún pájaro más grande o incluso algún reptil trepador. Además… podía usarlos para hacerse una torta de miel con la vieja receta de la Abuelita. Hacía mucho tiempo que no se regalaba un gusto. 



Si te interesa seguir leyendo esta historia, puedes encontrarla AQUÍ


✴ ✴ ✴  APOYA A AUTORES INDEPENDIENTES  ✴ ✴ ✴



INICIO
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 26, 2020 18:31