Sonia Pericich's Blog, page 12

January 10, 2020

"Temblores" - XX - Por qué


—XX—Por qué

Te cortas el pelo del mismo modo que los has hecho desde que tienes catorce años, en la peluquería de siempre que es la misma a la que tu mamá va todos los fines de semana a retocarse la tintura del pelo, y te das cuenta por primera vez de que quizás no eres el bodrio asqueroso que te convenciste de que eras cuando tenías doce. No eres perfecto ni saldrás en la portada de alguna revista detallando los solteros más codiciados, pero no eres deforme ni nada.—Pero si está tan lindo —dice la peluquera cuando termina de peinarte. Le sonríes a tu reflejo pero tu expresión no parece querer cooperar con la honestidad del sentimiento.Aun no sabes qué estudiar ni dónde, pero has estado escuchando las canciones de Néstor que Raquel a veces te manda. Has llegado al punto en que cuando oyes su voz, apenas suena como una persona que alguna vez conociste.
Después de tu primera lata de cerveza, beber entre tus compañeros del preuniversitario no es difícil. No te sientes
—Me voy a presentar en una cuestioncita de música el próximo mes, con Cris.—¿Quién es Cris?—Mi amigo, po. ¿El mateo?—¿Es tu amigo?Javier pone cara de circunstancias. Está mirando fijamente una estatua de la plaza.—¿Creo?—¿Quieres que vaya?—Me da lo mismo. Te decía más porque necesito tu ayuda para una cosita.Ya ha usado dos diminutivos. Debe ser muy importante.—Me dijiste que habías estado en clases de guitarra, ¿cierto? ¿Recuerdas algo?—Re-poco.—Perfecto. Toma.Te pasa su guitarra. Este es el momento culmine de tu amistad con él, piensas, porque le vas a romper todas las cuerdas sin querer y Javier nunca más te hablará. La recibes. Es una PRS, bien bonita. Bien cara. La acomodas en tus brazos, excesivamente consciente de que la última vez que tomaste una guitarra tenías muchos años menos y estabas frente a Néstor, casi chocando tus rodillas contra las suyas.Se te calienta la cabeza pero tratas de mantenerte enfocado.—¿Qué quieres que haga?—Yo te digo —murmura Javier, tomando los dedos que tienen en el mástil y moviéndotelos encima de las cuerdas. Te viene un acceso de risa raro, que él ignora—. Ya. Rasguea.Lo haces. Te mueve los dedos de nuevo y rasgueas, y repite el proceso hasta que llevas cinco acordes diferentes seguidos.—Ahora tócalos seguidos.Lo haces, aunque se te confundan las cuerdas y tengas los dedos tiesos. Suena terrible pero la mitad de eso, al menos, ha de ser por tu poca destreza.—¿Te suena como No Surprises de Radiohead?Sueltas una carcajada.—¿Eso? Suena más como Coldplay después de las anfetas.Javier se ríe y te quita la guitarra del regazo.—¿No hay acordes en Internet?—Es nuestro propio arreglo.—No lo llamaría arreglo…Javier te pide que vayas a su casa mañana, para que le hagas otro favorcito. Demasiados diminutivos. Dices que ya.
Mario te llama amarillista, sin dejar de sonreír o de mirarte como si fueras la Bolocco durante el 87. Quizás pensar en eso como referente te hace, de hecho, amarillista.—No vas a ganar muchos aliados para tus causas con esa actitud —murmuras, tratando de ocultar la molestia. Que te resbale, te dices, porque si dejas que te afecte luego te pondrás triste y hoy en día estar triste por tan solo un segundo te da urticaria.Están afuera del preu, compartiendo un cigarro bajo la lluvia. Tiene que esperar la micro y lo acompañas, pero ahora te arrepientes porque no estás aquí para que te insulten.—Ganaré a los que necesito ganar —dice. Reptilianos, piensas, por alguna razón estúpida. Mario estaba bromeando, o al menos eso dijo cuando tú te empezaste a reír hasta ponerte rojo. Pero no es chiste cuando habla sobre quemar bancos y farmacias y supermercados y dar vuelta postes y, simplemente, dejar la caga'. Eres dubitativo al respecto y no es que te tragues el discurso conservador pero no sientes que la solución vaya por el camino de la violencia porque, lo quieras o no, eres hijito de papá y no te gusta que la micro se quede estancada en un taco porque alguien derribó un semáforo. Qué se le va a hacer. Nunca has tenido espacio suficiente en tu cabeza para preocuparte de algo que no sea el inevitable cese de la consciencia humana.Tal vez eso te hace ingenuo. O amarillista.—¿Tú crees que así llegaremos a alguna parte?Te mira extraño mientras fuma el cigarro. Te da calor. Todo esto es muy tonto.—No.—¿Entonces?—Es algo que hacer para matar el tiempo. Si total…Te devuelve el cigarro. Te gustaría que terminara la idea pero no le vas a exigir demás. Más tarde tienes que ir donde Javier, de todos modos, y ahí tendrás oraciones inconclusas y pensamientos políticos profundos de sobra. Javier no tira piedras porque no va a las marchas por razones obvias, claro, pero sí sube sermones muy largos a Facebook sobre cualquier tema contingente.Mario toma su micro y te sonríe desde su asiento. Amarillista.Pero qué conchesumadre.
Llegas al departamento de Javier dos minutos después de la hora acordada y él te deja subir no sin antes decirte que el ascensor está malo. No te molesta subir las escaleras porque al menos quemaras quién sabe cuántas calorías, pero no te digas a ti mismo que pensaste eso.Tocas la puerta y Javier abre, lo saludas y toda tu atención se va inmediatamente a que no está solo. Hay alguien en la sala y tiene el pelo azul y no te toma mucho darte cuenta de que es el mismo tipo que tocó junto a Néstor en octubre.Te pones nervioso.—Gaspar, este es Cristóbal.Te pones aún más nervioso. Para tu fortuna, el tal fulano parece peor para esto que tú porque apenas murmulla un saludo. Está sentado frente a un teclado y se mira las rodillas. Tiene los ojos azules, aparte del pelo, y se ve desvalido, de cierto modo. Tu estómago igual se siente incómodo porque este es el mateo, que conoce a Néstor, así que si recuerdas bien, debe ser su amigo de Internet. No es un mero alcance de nombre.Podría ser peor. Al menos no está la ex de nadie presente.—Gaspar sabe harto de música —dice Javier y tú ni alcanzas a interrumpirlo para corregirlo— y nos va a ayudar a cachar si sonamos como la mierda.Cristóbal asiente y parece al borde de un ataque de ansiedad por un momento antes de poner los dedos en el teclado. Javier toma la guitarra botada en el sillón, cuenta hasta tres y Cristóbal empieza a tocar el teclado. Suena bonito. Luego Javier toca la guitarra y todo se va al carajo.—Suenan como la mierda. Están en diferentes escalas. ¿No se dieron cuenta?—Tenemos un desacuerdo artístico —dice Javier, mirando a Cristóbal agudamente, quien apenas reacciona.—Creo que deberías seguir el piano.—No Surprises no es tan aguda.—¿Quién va a cantar?Cristóbal levanta la mano.—Entonces que sea aguda, si él suena como mina cuando canta. Ni Chinoy, hueón.—Tampoco te pongas hiriente —responde Javier entre risitas. Cristóbal está rojo, lo que lo hace parecerse a la bandera con el pelo azul.—Inténtalo.Te hacen caso. Javier no está convencido pero te concede la razón, y Cristóbal no dice nada pero parece contento con lo logrado. Te sientes fuera de lugar hablando de música entre dos músicos, porque Javier está equivocado: tú no sabes de música. Te gusta escucharla pero eso no te hace un erudito ni nada por el estilo pero sientes que no tiene caso corregirlo.Los escuchas ensayar y les haces comentarios. Javier les ofrece té a ustedes dos y los echa antes de que lleguen sus papás porque, según él, pedirán que Cristóbal les toque sus rendiciones de canciones de Lizst.—Prefiero vivir sin ver a este pelotudo sobrarse.Cristóbal camina por tu mismo lado sin decirte nada. En la esquina, al parecer al darse cuenta de que tú vas al paradero mientras él seguirá caminando a otro lado, te detiene.—Gracias por ir a verme tocar con Néstor —dice. Las manos te sudan.—De nada. Les salió bien. Me gustó como te salió Atlántida.Asiente y murmura un adiós atolondrado.No sabes por qué, pero no te sientes mal.
Mario, esta vez, te llama vendido. No está lloviendo y es de noche porque es viernes y eso es cuando sales más tarde del preu, para tu desgracia. Solo queda la mitad de un cigarro.—¿Soy vendido porque no ando tirando piedras? —preguntas.—No. Eres vendido porque dices que no estás en desacuerdo que el país es mierda pero no quieres hacer nada al respecto porque eso te arruinaría la reputación.—¿Qué reputación? ¿Mi reputación de maricón?Se encoge de hombros.—No toda la gente que está en desacuerdo contigo es amarillista o vendida. Quizás simplemente estás equivocado.—No creo que lo estoy —dice Mario con cierto tono de complacencia.—Obvio que no lo crees.—¿Te caigo mal?—A veces. La mayor parte del tiempo.—Pucha.Te da el cigarro y te da ese calor molesto de nuevo.—¿Por qué pucha? —preguntas para distraerte de como tus órganos se sienten como algodón.—Porque, bien amarillo serás, pero igual estás cómo rico.Te mueves de un pie a otro, con las orejas calientes. Esto es horrible.—¿Qué? ¿Qué pasó? —ríe Mario ante tu silencio. No hallas como explicarle que tienes pensamientos contradictorios sobre él y el mundo en general, así que esta situación amenaza con darte un tumor cerebral.—Creí que los anarcos no se comían a los fachos —murmuras apenas, porque perdiste la capacidad de modular de pura vergüenza—. ¿No es alta traición o algo así?Ríes como gallina con histeria.—Tú no eres facho. Y yo no soy anarquista. Anarquistas eran Sacco y Vanzetti… yo soy más como anarco socialista.—Pero igual. Es que…Es difícil entender como alguien que te trata de la peor escoria política a la vez admita estas cosas. Mario tira las cenizas al suelo, da dos pasos en tu dirección y fuma de nuevo. Estás sudado bajo tu ropa pese al frío.—Cresta, que eres calienta-sopa, Henríquez.Lo intentas negar pero solo logras balbucear. Mario se va sin decir mucho más.Decides no decirle nunca a nadie acerca de esto.



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Published on January 10, 2020 20:36

January 6, 2020

La historia de Zahira: Seducción y Venganza - Novela de Bella Hayes


Sinopsis
Descarada, rencorosa y vengativa, esa es Zahira Sfeir. Prometida a Galal Al-Husayni cuando era una chica de trece años, aún recuerda el rechazo de su futuro marido al verla y, siete años después, decide seducirlo.
Galal, recuerda a su prometida como una chica fea, gorda y con acné, así que le es imposible reconocerla en la sirena que lo sedujo. Ahora deberá casarse con ella. Él espera la típica esposa islámica: dulce, sumisa y amorosa. Sorprendentemente, se encuentra con una prometida que suelta tacos cual marinero cuando se encabrona, es una fiera en la cama, y tiene como deporte ponerlo en su lugar. ¿Cómo podrá llegar a amarla?

Lee los primeros capítulos de esta historia AQUÍ


Puedes encontrar esta obra AQUÍ

Si quieres conocer un poco más sobre la autora y sus obras, puedes ver su ENTREVISTA EXTRA


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Published on January 06, 2020 16:25

La historia de Zahira: Seducción y Venganza - Capítulo 2


Capítulo 2

Galal salió del despacho de Azim para buscar a su joven prometida. La pobre chica se veía asustada, su mirada era como un cristal que revelaba todas sus emociones y él pudo ver claramente el miedo y el desconcierto en sus hermosos ojos. Quería hablar con ella para tranquilizarla y asegurarle que todo estaría bien. Su corazón se conmovió al verla correr detrás de su padre, tan pequeña y desamparada. «¡Maldito seas, Abraham Sfeir!», le increpó mentalmente. El hombre era malvado, ¿cómo era capaz de hacerle eso a su pequeña? Su deber como padre era proteger a sus hijos. «Sobre todo a las niñas, que son las más vulnerables en este país», pensó bastante molesto.
La escuchó llorar en uno de los salones y se quedó fuera, esperando a que ella se calmara, porque él no sabía cómo lidiar con una chica llorosa. Estaba seguro de que le prometería cualquier cosa con tal de que se calmara. Una de las khadimas[1] pasó y le hizo una señal para que se acercara sin hacer ruido, cuando estuvo lo suficientemente cerca para no ser oído por Zahira, le susurró que fuera en busca de Noor.
La doncella se movió rápida y silenciosamente para obedecer a su señor, Galal era un encanto y todas se esmeraban en complacerlo. El joven dudó en entrar porque su debilidad era una mujer llorando, sin embargo, en este caso, no sabría que decirle, ni cómo arreglar lo que estaba mal. Se excusó diciendo que no quería molestarla más con su presencia y esperó hasta que vio venir a su madre, el alivio lo inundó. Noor sabría cómo consolar a su prometida, ella era lo que Jameela llamaba un alma generosa, capaz de reconfortar hasta a la persona más triste. «Mi madre sabrá cómo tratar a la chiquilla», pensó marchándose. 
Noor entró en la estancia esperando encontrar a su futura nuera llorando desconsolada por la tristeza y, en su lugar, se encontró a una furiosa chica con lágrimas de rabia en sus ojos, se sorprendió ante la ira que mostraba su mirada.―¿Estás bien? ―preguntó la jequesa con cautela.―No, pero lo estaré ―respondió Zahira tratando de mantener la calma. Su suegra no tenía la culpa de la clase de hombre que era su hijo, sin embargo, no pudo evitar levantar su barbilla desafiantemente, sin darse cuenta de la vulnerabilidad que transmitía.―¿Qué se espera de mí de ahora en adelante? ―preguntó la joven tratando de cambiar el tema. No quería hablar sobre lo sucedido, una profunda vergüenza la invadió al pensar en repetir las palabras de su prometido.­―No te preocupes por eso, por el momento buscaremos una habitación para ti, quiero que descanses. También te buscaré algunas prendas de vestir para que uses mientras llegan tus cosas, verás como todo estará bien. ―Noor se levantó de su asiento y, amablemente, le pidió que la siguiera.
Obediente, Zahira siguió a su suegra. Su casa era una residencia grande y cómoda con bastantes lujos, pero el palacio era imponente. Subieron un tramo de escaleras, al llegar arriba había dos alas, Noor continuó hacia la izquierda y abrió una gran puerta dorada.―Estas son mis habitaciones, desde que enviudé se hacen muy grandes para mi sola. ¿Te importaría quedarte conmigo hasta que te vayas a Inglaterra con tus hermanas?―¿Hermanas?, querrá decir cuñadas. Se me informó que iría a estudiar a Inglaterra con las hermanas de mi prometido. Yo solo tengo una hermana, Jameela ―respondió Zahira mirando a su suegra con una expresión confusa.
Noor la miró, pensando cómo contarle la historia de Nahla y de Jameela. Debía tener cuidado con lo que dijera ya que había muchos secretos entre ambas familias, al parecer, más de los que ella pensaba. Se acercó al teléfono y pidió un servicio de té y una jarra de agua, luego se dirigió a un sofá y se sentó, palmeó un lugar a su lado y la llamó.―Ven aquí, Zahira, siéntate a mi lado y te contaré algunas cosas de tu familia y de la mía que debes saber ―dijo cariñosamente. Zahira la obedeció y se acomodó a su lado, ¿qué podría contarle de su familia que ella no supiera?―. ¿Sabes que tu papá tuvo, aparte de tu madre, otra esposa? ―Noor decidió empezar desde el principio, Zahira asintió con la cabeza animándola a proseguir―. Su primera esposa, Bashira, le dio dos hijas, Nahla y Jameela... ―empezó a relatar Noor antes de ser interrumpida.―No lo sabía, papá solo me habló de Jameela ―murmuró pensativa. Ahora entendía la referencia de Galal a que no era hermosa como sus hermanas.―Nahla es poco más de un año mayor que Jameela ―continuó Noor―. Cuando tenía doce años fue prometida como tercera esposa de mi esposo y fue enviada a estudiar a Inglaterra. Allí se enamoró y se casó con un inglés, por lo que tu padre la repudió; por eso no habla de ella. Meses después, Jameela tomó su lugar y se casó con el jeque. Jameela ahora vive en Inglaterra y las hermanas se visitan casi a diario.―¿Están muy unidas? ―preguntó Zahira recordando la indiferencia de su hermana.―Sí, lo están, tanto como lo estarán contigo cuando llegues a Inglaterra, estarán felices de que estés allí.―No lo creo, me imagino que ellas se criaron juntas y tienen la misma madre. ―Se quedó pensativa un momento antes de continuar―. Ya conocí a Jameela y prácticamente ni me miró.―No sé por qué ocurrió eso, pero te puedo asegurar, que tanto Nahla como Jameela son muy familiares, dales una oportunidad.―¿Por qué debo quedarme aquí hasta la boda? Yo quiero volver a mi casa, mi hermanito me necesita, en tres años puedo volver para casarme.―Lamento tener que decirte esto, pero tu padre quería una boda de inmediato, creo que fue una petición de tu nueva madre.―Anisa no es mi madre. La ley dice que no puedo casarme hasta los dieciséis años, así que papá no pudo negociar una boda en este momento. Además, ella no atenderá a mi hermano esa es mi obligación, porque mi mamá antes de morir me pidió que lo cuidara.  ―Zahira, cariño, una de las condiciones que Jameela puso para que mis hijos ayudaran a tu padre en los negocios, fue que tú no podrías ser comprometida ni casada sin el consentimiento del jeque...―Pero, ¿quién se cree ella para hacer eso? ―respondió furiosa.―Solo velaba por tu bienestar y no se equivocó ―indicó Noor, levantando una mano para que Zahira la dejara terminar de hablar―. Tu padre vino aquí buscando la aprobación del jeque para casarte de inmediato en el desierto, por eso Azim decidió que Galal se comprometiera contigo, para poder quitarle a tu padre el control de tu destino y entregárselo a tus hermanas que te esperan ansiosas en Inglaterra. Allá tendrás una nueva vida, podrás estudiar y Galal y tú os casaréis no en tres años, sino cuando estés preparada.
Zahira asintió distraída, sus pensamientos eran un caos y el rencor le apretaba el pecho. Al parecer, todo el mundo podía opinar y entrometerse en su vida, cuando ese papel solo le correspondía a su padre. Él era su Wali[2] no el jeque ni sus hermanas, y aunque no le gustaba que hubiese intentado casarla de inmediato, le daba mucha rabia el chantaje al que fue sometido. Estaría desesperado para acceder a prácticamente renunciar a su tutela y cedérsela al jeque.
Su padre no debía saber que la intención de este era entregarla a sus hermanas, trataría de hablar con él de nuevo, advertirlo; intentaría hacerle cambiar de opinión, le prometería que se mantendría al margen del manejo de la casa. No quiso escuchar la vocecita en su interior que le decía que no le importaba a su padre, que la había abandonado a su suerte.
Al día siguiente se levantó muy temprano para esperarlo, seguramente iría con Ebrahim para que pudieran despedirse y le llevaría su ropa. Al final de la tarde, varias doncellas entraron con sus maletas en la habitación, señal inequívoca de que su padre había llegado. Sin colocarse ni siquiera el hiyab, corrió escaleras abajo esperando encontrarlos allí. Llegó sin aire al despacho del jeque y, recordando sus modales, tocó la puerta y esperó impaciente la autorización para entrar, el mismo jeque Azim le abrió y al verla, la invitó a pasar.―As-salamaleikom[3], Zahira ―saludó amablemente el jeque.―As-salamaleikom,jeque Azim ―respondió ella tímidamente.―Seré tu cuñado, así que llámame Azim ―dijo el nuevo jeque brindándole una sonrisa a la chica.―Está bien, Azim ―aceptó ella un poco más segura de sí misma―. ¿Puedo hablar con mi padre? He intentado llamarlo varias veces al móvil y no contesta, y cada vez que llamó a la casa, Anisa dice que no ha llegado.―Tu padre no vino, envió tus pertenencias y los documentos donde me cede tu custodia con un chófer ―respondió mirándola compasivamente―. Lo lamento, si deseas hablar con él intentaré contactarlo.―No importa, gracias ―respondió en voz baja.
Todas sus esperanzas se vinieron abajo al darse cuenta de que su padre no la quería, no la dejó ni despedirse de su hermano. Tuvo que enfrentarse a lo que no quería creer: ella no era nadie, no era importante para su padre. En ese momento todo su dolor se convirtió en rabia, levantó la barbilla y rígidamente abandonó el despacho de su cuñado.




[1] Doncellas[2]Guardián[3] La paz esté contigo


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Published on January 06, 2020 16:23

La historia de Zahira: Seducción y Venganza - Prólogo y Capítulo 1


Prólogo

―¿Estás segura de lo que vas a hacer? ―preguntó su amiga Suhana mirándola a través del reflejo del espejo de su tocador, donde Zahira se pintaba los labios.―No, pero es lo que tengo que hacer y es lo que él se merece ―respondió con el ceño fruncido mientras examinaba su maquillaje.―Te odiará, ¿lo sabes? No quiero verte lastimada de nuevo, eres mi mejor amiga y te quiero ―dijo Suhana a su espalda.
Zahira se volvió a mirar a Suhana y sus ojos dorados inmediatamente se suavizaron. Estudiaban juntas y eran las mejores amigas desde el momento en que Zahira ingresó al exclusivo colegio donde Nahla la envió a estudiar, dos chicas de familias extranjeras con costumbres muy similares. La familia de Suhana era hindú y ella también debía casarse en un matrimonio concertado por sus padres.―Yo también te quiero. ―Sus ojos adquirieron determinación mientras hablaba―. No creo que me odie. Según Jameela, mi prometido es todo un caballero con un instinto protector muy desarrollado, él cuidará de mí después de que todo explote.―Entonces, ¿por qué no lo hablas con él? Podría acceder a casarse si le cuentas la amenaza de tu padre.―Haré las cosas a mi manera, no soy una maldita víctima de mi padre. Me cabrea su chantaje, se metió con Ebrahim y eso nunca se lo perdonaré. Me casaré con Galal y obedeceré su mandato, pero esto lo voy a hacer a mi manera, con todo el escándalo que pueda provocar. Para que se avergüence y para darle su merecido al cabrón de mi novio por ponerme los cuernos durante todos estos años. Galal destapó la olla por intentar romper nuestro compromiso.―Por lo que me cuentas solo se han visto en pocas ocasiones desde que se comprometieron hace siete años. No puedes culparlo por pensar que no quieres casarte con él ni por satisfacerse por ahí. Tú eras una niña. ¿Aspirabas el celibato de un hombre joven?  Por otra parte, ¿no crees que te reconocerá? ―No me reconocerá, recuerda que hace tres años que no nos vemos. Lo único que podría reconocer es el color de mis ojos y para eso usaré las lentes de contacto. Ahora mis ojos son oscuros, él solo recuerda a una adolescente regordeta y fea, con el cutis lleno de granos y los ojos amarillos.―¿Crees que es la mejor forma de comenzar un matrimonio? ¿Engañándolo? ―Suhana continuó en su intento de disuadirla. ―¿Me lo dice la chica que hizo que le reconstruyera el himen para engañar a su marido en la noche de bodas? ―preguntó Zahira levantando una ceja.―Lo sé, fui una loca al acostarme con Samuel en el primer año de la universidad, pero estaba muy enamorada y dispuesta a dejar a mi familia por él; cuando el muy malnacido solo quería experimentar con una virgen. Accedí a casarme con Nimai, es un buen hombre y me gusta, además ahora entiendo que necesito a mi familia. Si no me caso los perderé, y debo ser virgen para poder casarme. Estás desviándome del tema. ¿Crees que él te perdonará el engaño?―No me importa si no lo hace, sólo me interesa casarme para que papá no se lleve a Ebrahim. Después de que mi hermano cumpla la mayoría de edad me divorciaré, no amo a Galal.―¿En serio? ¿Lo dice la chica que tiene una caja del tamaño de una lavadora llena de recortes de su prometido? ¿La misma que se dejó besar por un desconocido estando ebria, la vez que salió una foto comprometedora de él con otra mujer en la prensa amarilla? ―preguntó Suhana irónicamente.―Eso está superado, ya Jade no compra esa porquería de revistas. ―Fue la respuesta de Zahira mientras se colocaba las lentes de contacto.―Eso fue hace menos de un año. Cada vez que sale una foto de Galal con otra mujer tú haces una locura; y no necesitas a Jade para eso, tú solita la compras. ¿O crees que no he descubierto tu nueva colección oculta bajo la cama?―No importa, ya lo decidí. ¿Contactaste con tu amiga paparazzi para que nos fotografiara?―Sí, sabe que es a Galal a quien seguirá, pero no sabe que eres tú la mujer que estará con él.―Bien. ¿Le dijiste que esperara mi salida de su apartamento? ―Sí, ya lo sabe y todo está listo. Sólo recuerda pasarme un mensaje con la dirección para dárselo a ella por si acaso los pierde.―Está bien, lo haré.
Se dio una última mirada en el espejo, levantó la barbilla y sonrió. Era hora de la seducción. La venganza acababa de comenzar.
. . .



Capítulo 1
Siete años antes

―¿Quieres que me case con una chiquilla de trece años? ―preguntó Galal a su hermano, el jeque Azim Al-Husayni.Su cara reflejaba asombro. A sus veintitrés años, se había graduado con honores en Oxford y en ese momento combinaba su postgrado de Comercio Internacional con un trabajo en el consorcio de la familia en Inglaterra. Sabía que debía casarse en un matrimonio concertado, pero era el menor de sus hermanos y pensaba que podría casarse en unos años y no con una chiquilla.―Quiero que te comprometas con la chica y estipules en el contrato de compromiso que ella debe quedar a cargo de nuestra familia, que será educada en Europa.―Sé que debo casarme en una alianza, pero ¿tiene que ser ya?―No tiene que ser ya, solo quiero que te comprometas para quitársela al padre. La chica es Zahira Sfeir, la hermana menor de Jameela y de Nahla, a petición de Kazim he mantenido un ojo sobre su familia. Su padre se volvió a casar hace poco más de un año y a su nueva y joven esposa le molesta su hijastra. Él la casará de inmediato en la provincia, para deshacerse de ella, de hecho, ya empezó las  negociaciones. Solo vino a solicitar mi autorización porque esa fue una de las condiciones que, a petición de Jameela, le pusimos para seguir apoyándolo en sus negocios. Por supuesto se la negué, pero temo que seguirá intentándolo hasta dar con alguien más poderoso, con quien yo no pueda objetar, o que lo haga a escondidas. Para tranquilizarlo, le dije que yo le buscaría marido de inmediato y que tú te casarías con ella.―¿Y  te creyó? ―cuestionó Galal con fastidio. ―Por supuesto que me creyó, no es una broma. Papá hizo sufrir mucho a esas hermanas y, en compensación, quiero entregarle a su hermanita para que la eduquen. En unos años te casarás con ella, pero no te preocupes, tendrás tiempo de conocerla. Además, sus hermanas mayores son sumamente hermosas, así que me imagino que esta será igual de bella.
Galal suspiró mirando al techo, sabiendo que aceptaría el compromiso ya que tenía sentido. Quería mucho a Jameela e imaginaba lo que debió sufrir al ser obligada a casarse con su padre siendo una adolescente, también tenía la certeza de que su papá la había maltratado.
En una ocasión se había adentrado en el jardín de la casa que la familia tenía en Riad y la encontró llorando. Estaba sentada en un banco con las manos cubriendo su rostro, sus sollozos eran desgarradores. Cuando le habló, Jameela levantó su cara y se secó las lágrimas desesperadamente, se sorprendió al ver el pánico en su mirada y el moratón de su mejilla. Sospechaba que no era la única vez que la había golpeado. Al morir su padre, Jameela casi se desmaya y, al socorrerla, se agitó desesperadamente por el dolor, más tarde le dijo que se había caído de unas escaleras en la biblioteca. Galal no tenía pruebas y no quiso incomodarla más preguntándoselo de nuevo.
Desde la visita a Riad, Galal la vigiló de cerca y se percató de que, cada vez que su padre entraba en una habitación donde ella estuviese, Jameela se ponía rígida, su cara se volvía inexpresiva y no lo miraba. Nunca miraba a su padre a menos que él se dirigiese a ella, siempre callada, siempre sumisa. En ese momento no entendía qué pasaba entre ellos. Con su madre y con la tía Delila su padre era pura amabilidad, hasta la víbora de Haifa recibía un mejor trato, pero con Jameela parecía que pagaba todas sus frustraciones. Por eso Galal siempre fue afectuoso con ella y trató, en la medida de lo posible, de protegerla.―Está bien, lo haré ―dijo a regañadientes―. ¿Cuándo conoceré a mi hermosísima prometida? ―preguntó irónico.―Él la traerá mañana, quiero hacer esto lo antes posible.―De acuerdo, hermano, tú ganas, pero me deben una y me la cobraré ―bromeó Galal.
El honor lo hizo aceptar, sin embargo, le gustaba molestar a su hermano y, de paso, intentaría sacar un poco de provecho de la situación. Estaba molesto porque Azim no le daba tantas responsabilidades en el negocio como él creía que se merecía, pero ante sus quejas, su hermano siempre le respondía que debía aprender a caminar antes de correr.―Solo si te dejo, hermanito ―replicó Azim, burlándose.             Zahira se vistió con sus mejores ropas, peinó su cabello y se colocó la abaya[1] y el hiyab[2], además de otro velo que le cubriera el rostro. Su madrastra Anisa quería que ella usase un niqab[3], pero su padre dijo que el jeque y su hermano querían verla. Estaba preocupada porque le había salido una erupción en la piel, no le gustaba el jabón que Anisa usaba, desde que lo había cambiado su piel picaba.
Miró su reflejo en el espejo y se evaluó, tenía un bonito y largo cabello negro como el cielo a medianoche, sus ojos eran grandes y de color dorado, era lo más llamativo de su rostro, estaba gordita y allí no podía hacer nada. Esperaba gustarle a su prometido, aunque Anisa decía que no importaba mucho si le gustaba, igual se casaría con ella gorda y fea como estaba. Su padre y el jeque ya habían llegado a un acuerdo verbal, faltaba concretar algunos detalles, pero a los efectos ya estaban comprometidos y no había vuelta atrás.
Zahira esperó sola en un salón del palacio mientras su padre estaba en el despacho del jeque, finiquitando los últimos arreglos del compromiso. Una señora de edad, pero aún hermosa y muy elegante, entró en la estancia y se presentó como Noor, la madre de su prometido; fue muy amable con ella, preguntándole cosas y charlando mientras esperaban. Le gustó la dama, era agradable y eso la tranquilizó, porque pensó que era bueno que se llevara bien con su suegra.
Su padre regresó con una sonrisa en el rostro, que ella le devolvió en respuesta. Él podía ser encantador cuando estaba contento, además, su sonrisa significaba que había logrado condiciones favorables para su boda, aunque deberían esperar al menos tres años para casarse. Cosa que le alegraba, porque así no debería dejar a Ebrahim tan pequeño; Anisa no se ocupaba mucho de él. En tres años su hermano se iría a estudiar a Londres, y ella se podría casar sin tener esa preocupación encima.
Se despidió de su futura suegra y caminó detrás de su padre para conocer a su prometido, entró en el despacho del jeque y sus ojos ansiosos buscaron a quien sería su marido. Al verlo se emocionó, era hermoso, alto, guapo, de ojos verdes y cabello oscuro. La sonrisa de Galal vaciló un poco al verla, pero fue amable cuando habló con ella. Zahira se ruborizó por sus atenciones, perdió la noción de lo que se hablaba en ese momento ocupada en mirar a su novio. Cuando salió de su estado de ensoñación, se percató de que su padre caminaba hacia la salida, se despidió apresuradamente y corrió detrás de él para alcanzarlo. Su sorpresa fue grande cuando este salió, cerrando la puerta del despacho detrás de sí. Asustada, se volvió a mirar al jeque y a su prometido.―Zahira, ¿no escuchaste lo que dijo tu padre? ―preguntó el jeque con amabilidad.
Negó con la cabeza mirándolos aturdida, su padre se iba y ellos la entretenían preguntándole cosas, trató de seguirlo cuando la voz del jeque la frenó.―A partir de ahora vivirás con nosotros, serás enviada a un internado en Inglaterra a estudiar junto a nuestras hermanas.―¡No! ―exclamó Zahira―, ¡no puedo dejar a Ebrahim!
 Salió corriendo de la estancia y alcanzó a su padre en los jardines. Asustada, se abalanzó sobre él para abrazarlo como cuando era una niña pequeña y tenía miedo. Él la tomó de los brazos y la separó de su cuerpo.―¿Qué crees que haces? Debes quedarte aquí porque esa fue una de las condiciones que negociamos en tu contrato de matrimonio.―Por favor, padre, aún no puedo dejar a Ebrahim, él me necesita. Pero en tres años se irá a estudiar a Inglaterra, y yo podré volver para casarme ―suplicó.
Sus expresivos ojos reflejaron el dolor de pensar en separarse de su hermano. Ebrahim la necesitaba y ella no podía dejarlo aún porque era muy pequeño, además, ella no quería ir a Europa, quería quedarse allí, cerca de su familia. El temor a su incierto futuro la puso a temblar.―¡No! Te quedarás aquí porque el jeque así lo exigió, Anisa se ocupará de Ebrahim. Ya estoy cansado de oír quejas sobre tu comportamiento, debes irte para que mi esposa pueda tomar el lugar de la señora de la casa sin tu interferencia, es su posición no la tuya ―dijo cruelmente.
Aturdida, Zahira vio a su padre alejarse. Se quedó largo rato observándolo marcharse sin mirar atrás, como si no acabara de dejar a su hija en una casa extraña, como si ella no le importase; cuando, hasta el momento de su boda con Anisa, había sido su niña consentida. Con la cabeza gacha y conteniendo las lágrimas volvió sobre sus pasos, quería hablar con el jeque y con su prometido sobre su situación, quería saber qué pasaría de ahora en adelante. Entró al palacio y buscó el despacho del jeque. La puerta estaba entreabierta y, al llegar, escuchó a su prometido hablar, sus palabras la impactaron, la decepcionaron y lastimaron profundamente.―Pensé que sería hermosa como sus hermanas. Tiene sobrepeso, acné y los dientes torcidos.―Son cosas que pueden mejorar ― dijo el jeque―, hablaré con Jameela para que se ocupe de ella.
Zahira retrocedió sobre sus pasos, las lágrimas corrían por sus ojos, a ciegas, encontró el salón donde estuvo esperando con su suegra y se sentó. Lo odiaba. ¿Cómo se atrevía a hablar así de ella? ¿Por qué accedió a casarse sin haberla visto? ¡Oh!, pero le haría tragarse sus palabras, se arrepentiría de haberla humillado de esa manera. Se juró a sí misma que en un futuro se las cobraría.


[1] Túnica larga hasta los pies que se usa sobre la vestimenta en los países árabes y del norte de África.[2]Velo que cubre la cabeza y el pecho que suelen usar las mujeres musulmanas desde la edad de la pubertad, en presencia de varones adultos que no sean de su familia inmediata como forma de atuendo modesto.[3]Velo que cubre el rostro y lo usan algunas mujeres musulmanas encima de su vestido.

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Published on January 06, 2020 16:23

La historia de Zahira: Seducción y Venganza - Capítulo 3


Capítulo 3

Una semana después viajaba a Londres en compañía de su suegra, su prometido y su cuñado Halim. Las mujeres salieron del palacio con su niqab puesto, como era lo reglamentario. Al llegar al aeropuerto, la limusina las dejó directamente en la puerta del avión donde abordaron inmediatamente, sin trámites burocráticos. Un empleado del jeque se había ocupado del papeleo con anterioridad. Aunque acostumbrada al lujo, Zahira se sorprendió de lo grande que era el avión y de la opulencia con que estaba decorado. Fue conducida por una azafata hasta un saloncito privado donde se sentó en uno de los cómodos sillones blancos.
Su suegra, con la ayuda de su kadhima, se quitó el niqab.  Zahira la imitó ya que estarían solas con sus doncellas y las azafatas, ningún hombre que no fuese de la familia ingresaría a esa zona de la aeronave. Mientras esperaban les sirvieron un jellab[1], su suegra tomó un sorbo de su vaso, luego rebuscó en su cartera y sacó un iPhone para enviar un mensaje. Zahira tomó su bebida lentamente, tenía un móvil nuevo que le había entregado su suegra igual al de ella, pero de color rosa. Los únicos números que había en sus contactos habían sido el de su padre y el de Noor. Después, su suegra se ocupó de que agregara los demás números de la familia. Zahira la obedeció porque le caía bien la señora, pero no le interesaba tener el teléfono de su prometido ni de ninguno de sus cuñados. No tenía a nadie con quien hablar, a quien decirle lo que sentía; nadie que la ayudara a deshacer el nudo que todo el tiempo sentía en su garganta y que no la dejaba respirar profundamente.
Resistió la tentación de escribirle a su padre. Se debatía entre las ganas de hablar con su hermano y la rabia de saberse ignorada, pero su orgullo ganó la batalla. Se recordó que ya lo había hecho en varias oportunidades para pedirle que la dejara hablar con Ebrahim, para despedirse y explicarle su partida, y sus mensajes habían sido ignorados. Lo que más dolía era que su pequeño hermano pensaría que lo había abandonado, ella era la persona más cercana a él y desaparecer de su vida sin darle explicaciones la tenía muy intranquila. Recordó todas las llamadas que hizo a la casa, esperando que fuera su aya quien contestara el teléfono, para pedirle que le explicara a Ebrahim la situación, pero en cada oportunidad, el aparato fue contestado por Anisa.
Galal y Halim, uno de sus cuñados, entraron al saloncito. Galal se sentó a su lado y Halim al lado de Noor, su prometido le dirigió una mirada amable y su cuñado un cortés movimiento de la cabeza―¿Estás nerviosa? ―preguntó Galal.―En absoluto ―respondió sin mirarlo.
Para evitar una conversación, sacó su móvil y empezó un juego que había descubierto hacía poco.―Pronto vamos a despegar, debes ponerlo en modo avión para no interferir en las comunicaciones. ¿Sabes cómo hacerlo?―No. ―Fue su respuesta mientras cerraba el juego y le pasaba el móvil con fastidio.―No ―dijo Galal, con lo que logró que lo mirara―, debes aprender a hacerlo tú misma para las próximas oportunidades en las que yo no esté contigo. Mira, es muy fácil. ―Galal tomó el móvil al tiempo que acercó su cabeza a la de ella para explicarle.
Su cercanía la puso nerviosa por lo que respiró profundo en un vano intento de calmarse, el olor de su prometido inundó sus fosas nasales sorprendiéndola por lo que la hizo sentir. «¡Qué bien huele!», pensó desconcertada. Avergonzada, se alejó un poco para tratar de recobrar la compostura. Desde que era una niña pequeña no había estado cerca de un hombre joven. En silencio, escuchó su explicación y procedió a seguir sus instrucciones hasta que Galal vio que lo había hecho correctamente. En el momento en que su futuro esposo le devolvió el móvil, sus dedos rozaron con los suyos provocando que su estómago se agitara; turbada, tomó el aparato y continuó jugando para esconder sus emociones.
Galal la miró jugar un rato, sus mejillas se habían sonrojado mientras él le daba la explicación. La piel de su cara y manos, que era lo único visible, había mejorado bastante desde que había llegado, lo que lo hizo suponer algún tipo de alergia. Al llegar le pediría a Kazim que la examinase para estar seguro. Era una niña bonita, sus ojos eran preciosos; pensó que cuando creciera, sería hermosa.
En un principio le había molestado que de nuevo le hubiesen escogido una esposa, por eso trató de luchar contra un nuevo compromiso y molestar a su hermano poniendo una y mil objeciones a la novia y a su familia. Pero ahora que su rabia había pasado entendía los motivos de Azim y estaba de acuerdo. De todos modos, debía contraer matrimonio en algún punto de su vida, y si con este compromiso lograba cambiar el destino de la hermana de Jameela, lo aceptaba de buen grado. Si le buscaba el lado positivo al asunto tenía mucho tiempo antes de casarse con esta jovencita, porque para eso ella debía crecer y madurar.
Halim Al-Husayni miraba a su joven cuñada con el ceño fruncido, se lamentaba de la suerte de su hermano menor, él había pasado por una boda impuesta y no se lo deseaba a nadie. Su esposa lo odiaba y él, aunque la deseó mucho, nunca la amó. Su padre se empeñó en casarlo muy joven para sellar un acuerdo importante con el ministro de finanzas del país del que, Sara, su esposa, era su sobrina. Estuvo casado dos años hasta que su padre murió y pudo pedirle a Kazim que le permitiera divorciarse, que lo dejara disfrutar de la libertad que ellos tuvieron, de eso hacía tres años y hasta la fecha no pensaba repetir el error.
Se había enamorado en la universidad de una chica y quiso romper su compromiso con Sara para casarse con ella, pero su padre se negó rotundamente, le dijo que no le dejaría abandonar a su prometida por una mujer extranjera sin moral. Cuando Halim se enfrentó al jeque este amenazó con desheredarlo. Al final, su padre había tenido razón en desconfiar, Marta lo había abandonado cuando supo que el jeque le retiraría su apoyo económico, además, la chica había aceptado dinero con la condición de desaparecer de su vida.
Halim nunca perdonó a su padre la manera en que lo trató y su forma de hacerle ver las cosas. Poco tiempo después, con el corazón destrozado y la lección aprendida, volvió a casa para su boda con Sara. Las mujeres solo servían para la cama y para parir a los hijos, su esposa había resultado ser estéril y como él había decidido no volver a casarse no tendría hijos, por lo que las limitaba a la cama.
Un par de horas después sirvieron el almuerzo. Zahira comió sin apetito, desde que su padre la dejó en casa del jeque casi no había probado bocado, la ansiedad le impedía disfrutar de las deliciosas comidas que le fueron servidas. El nerviosismo le cerró el estómago y empujó su plato sin tocar, ya que no le pasaba ningún bocado.―¿No tienes hambre, Zahira? ―preguntó su suegra amablemente―. Casi no has comido desde que llegaste a nuestra casa.―No quiero comer más, señora Noor, además, estoy gorda y debo rebajar.―Tonterías, niña. Estás un poco llenita, pero eso se solventará con el desarrollo, ¿no es cierto, Galal? ―preguntó Noor a su hijo intentando que ellos conversaran un poco.―Es cierto, Zahira, si quieres perder peso es preferible hacer ejercicio que pasar hambre.―Está bien ―contestó ella con indiferencia, volviendo su atención al juego. Galal hizo un gesto de duda a su madre y volvió su atención a su libro.
Poco antes de aterrizar, la kadhima entró en la salita del avión con dos abayas[2]  y dos hiyab[3]. Zahira la miró con curiosidad y Noor, al ver donde se dirigía su mirada, le comentó que en Londres no usarían los nicaqy le explicó las causas. Zahira se encogió mentalmente de hombros y pensó en lo que insistía su padre en tenerla cubierta, siempre le decía que mientras menos mostrara de sí misma más rápido encontraría marido, que una mujer decente nunca iría con el rostro descubierto. Se imaginó que como ya estaba comprometida para casarse, eso no importaba. En fin, si su suegra, que era una mujer muy honorable y distinguida, podía ir mostrando la cara, debía estar bien. Últimamente su padre había perdido bastante credibilidad.
Su primera impresión de Inglaterra fue de frialdad, el sol estaba oculto por una espesa nube gris que presagiaba lluvia. Se arrebujó en su abrigo nuevo tratando de entrar en calor, mientras el oficial de inmigración miraba su pasaporte. Se sintió incómoda cuando este posó la mirada en su rostro y, orgullosa, levantó la barbilla, si pensaba que podía intimidarla estaba muy equivocado. Galal sonrió al mirar a su prometida, pensó que sería una chica más dulce, pero le gustaba su brío y que no se dejara intimidar. Jameela y Nahla habían sufrido mucho por culpa de su padre y le alegraba saber que Abraham Sfeir no lograría hacer infeliz a esta niña también.
Se sentía bien saber que él había contribuido, aunque fuera de forma pasiva, a cambiar el destino de Zahira. Una vez que pasaron inmigración fueron a recoger el equipaje y las guiaron hacia las puertas de salida.
Nahla y Jameela esperaban impacientes la salida de los Al-Husayni. Nahla estaba acompañada de sus hijos, Billy, de tres años, y Sara, de uno, con sus correspondientes niñeras, Jade estaba en la universidad y Jake en el trabajo. Jameela estaba acompañada de su esposo Kazim, y de sus hijos, Kahil y Kazeem, ambos de ocho años, Mouna, de seis y Salma, de cuatro. El resto de la tribu Al-Husayni estaba en los internados y en la universidad, llegarían el fin de semana para conocer a la prometida de Galal.
Cuando salieron hubo una profusión de saludos. Los ojos de Jameela se llenaron de lágrimas y pensó que estaba muy feliz de ver de nuevo a su hermanita, creía que nunca podría ser parte de su vida. Pero ahora, gracias a Azim y a Galal, la tendría consigo. Tratando de mantener sus emociones bajo control se acercó y la abrazó. Zahira mantuvo los brazos a los lados sin devolver el saludo, esta era la mujer que la había ignorado tres años atrás, la que se creía con derechos a decidir sobre su vida. Jameela se sorprendió un poco de la frialdad de Zahira y dejó de abrazarla para mirarla a los ojos buscando un indicio de su rechazo. ¿Habrían llegado tarde y su padre ya la había hecho sufrir?, ¿la habría predispuesto contra ellas? Eran tantas las dudas que tenía en su mente y tantas las preguntas que no se atrevía a formular… pero sentía que con ella debía ir con pies de plomo, porque no quería equivocarse y alejarla más.―Bienvenida, Zahira, quisiera presentarte a tu otra hermana, Nahla Steel Sfeir.


[1]Bebida árabe clásica elaborada con melaza de uva y agua de rosas que puede servirse con piñones y pasas[2]Túnica larga hasta los pies que se usa sobre la vestimenta en los países árabes y del norte de África.[3]Velo que cubre la cabeza y el pecho que suelen usar las mujeres musulmanas desde la edad de la pubertad, en presencia de varones adultos que no sean de su familia inmediata como forma de atuendo modesto.


Si quieres seguir leyendo esta historia, puedes adquirirla AQUÍ


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Published on January 06, 2020 16:22

January 3, 2020

Entrevista EXTRA - Bella Hayes (Escritora)





Bella Hayes


Datos personalesNombre y apellido /Seudónimo: Bella HayesNacionalidad: venezolanaEdad: 49 años












¿Quién eres, en no más de 70 palabras? Descríbete como a uno de tus personajes, nada de datos a lo Wikipedia. Soy una mujer con bastante sentido del humor, y un temperamento explosivo aunque con la edad he aprendido a controlarlo. Mi lema de vida: es preferible tener paz que tener la razón, razón por la cual no discuto con nadie de política ni de religión. La familia siempre tendrá un primer lugar en mi vida, en este momento soy madre antes que nada, después soy esposa y por último profesional. 


¿Cuánto de ti y de personas que conoces hay en tus obras? ¿Tienes algo que confesar con respecto a esto? De mí creo que nada, pero los personajes de Jade y Zahira tienen aspectos de la personalidad de mis dos hijas, me basé en ellas para definirlos. Noor la primera esposa del jeque Amid también está inspirado en mi suegra, una mujer que a pesar de no haber tenido estudios tiene una inteligencia emocional muy grande y fue avanzada para la época que le tocó vivir, además de ser alma generosa siempre dispuesta a tenderle la mano a los demás. 


¿Héroes o villanos? ¿Final feliz o tragedia? ¿Rosa o negro? ¿Por qué? Rosa totalmente y siempre mis protagonistas son héroes, que cometen errores sí, pero que se dan cuenta de los mismos y siempre buscan corregirlos. También tengo mis buenos villanos, pero nunca ganan. Mis novelas siempre deben tener un final feliz porque ya la vida nos da los suficientes sinsabores como para tener que leer finales tristes. Yo como lectora quiero que al cerrar un libro me quede una sensación de bienestar y eso es lo que ofrezco en mis novelas. 


Se dice que los escritores tomamos mucho café (algunos dicen que también whisky, como en las películas)... ¿Tú con qué acompañas tus sesiones de escritura? Me encanta en whisky y también tomo café, pero no mientras escribo, generalmente me olvido hasta de comer. Cuando llega la inspiración no me levanto hasta completar la escena que quiero porque si no la pierdo. 


Si existiera un portal que te trasladara a cualquier libro que eligieras y te permitiera tomar el lugar de uno de los personajes: 
   a) Elijes a alguien que admiras para poder vivir su vida 
   b) Elijes al protagonista y haces todo lo contrario a lo que él hace en la historia original 
   c) Te metes en la piel de un secundario para poder ver todo desde la primera fila.

Vivo otras vidas a través de los personajes de mis libros, pero lo cierto es que no cambiaría mi vida, creo que de tener ese poder sería un personaje secundario para ver todo lo que ocurre desde la primera fila, los personajes principales generalmente sufren un montón. 


Asumiendo que disfrutas de escribir (porque lo disfrutas, ¿cierto?), ¿qué otras actividades realizas para distenderte? Y también, ¿hay algo que odies hacer dentro de tu rutina? Una vez una amigo me dijo que las personas generalmente descubren lo que quieren hacer hasta después de los 40, en ese momento me reí, pero comencé a escribir y he descubierto que me gusta muchísimo por lo que tengo que darle la razón. No puedo decir que odie algo de mi rutina, pero me gustaría prescindir de mi otro trabajo y quedarme solamente con escribir. 


Hoy las redes sociales acortan distancias y nuestra comunidad está formada por gente de distintas partes del mundo. ¿Me cuentas algo bonito sobre tu pueblo o ciudad? Maracaibo está a las orillas del lago que lleva su mismo nombre, tiene un puente que une la ciudad con el resto de Venezuela, su clima es caluroso y usamos el vos en nuestro hablar, nuestro humor es un poco retorcido y un poco ofensivo para las personas de otras partes del mundo.


Háblame sobre tus obras. Si son muchas elige una, dos o tres, y cuéntame algo sobre ellas. Pero no te limites a la trama: todo libro tiene algo más que letras entre sus páginas; un porqué, una anécdota, un propósito... Eso es lo que quiero. Me estrené en el mundo indie con un libro controversial y durísimo que se llama El Castigo, fue una época muy difícil para mí, estaba muy deprimida y la crisis económica que atraviesa mi país nos había dejado en muy mala posición, dejé de comer y perdí siete kilos ese mes, estaba de vacaciones sola en mi casa y un día comencé a escribir una escena que rondaba en mi cabeza, cada día escribía hasta el agotamiento, la terminé en mes y medio y la publiqué sin tener idea de lo que hacía. El primer mes se vendió muchísimo no podía creerlo cuando vi mi reporte de ventas, eso me permitió respirar económicamente, creo que si hubiese sabido lo que hoy sé no me hubiese atrevido a publicarla. Inmediatamente escribí mi segunda novela que es totalmente diferente, muy ligera con muchas escenas divertidas, quería algo totalmente opuesto a El Castigo y creo que lo logré. 


Has llegado hasta esta entrevista por haber participado en un reto, por lo que asumo que no me dirás que no si te propongo otro... ¿estás listo?  Lo que quiero es que mientas. Sí, así como lo oyes. Voy a hacerte una pregunta y quiero que me respondas con seguridad sin investigar absolutamente nada. ¡No hagas trampa! Aquí va:
¿Qué sabes sobre el unicornio rosa invisible? 
Lo sé todo sobre el unicornio rosa invisible, de hecho escribí el primer artículo donde se habla de él porque es invisible para todo el mundo menos para mí. Claro que las personas dicen que estoy loca porque un unicornio no puede ser invisible y ser rosa al mismo tiempo y aunque trato de explicarles no entienden que es invisible para los demás, pero yo sí puedo verlo y les aseguro que es rosa. Él y yo tenemos largas charlas de temas muy diversos, sobre todo de la estupidez humana que es infinita, también hemos hablado del amor y del odio, mi bello unicornio es proamor, dice que el odio solo trae odio y que el amor todo lo puede curar, no me quedó más remedio que estar de acuerdo con él ya que uso ese argumento mucho en mis libros. El único tema tabú dentro de nuestras largas conversaciones es donde habita, se lo he preguntado varias veces y siempre me manda a callar diciendo que si la gente supiera donde vive lo mataría por lo que respeto su decisión de mantener en secreto su morada, pero no me importa porque cada vez que necesito hablar con él lo llamo en mi mente y aparece volando a través de mi ventana, ¿te había dicho que tiene alas? 


Por último, te daré libertad para que expongas las carátulas de tus libros y los links de descarga o compra, así como también los links hacia tus sitios personales y redes sociales.
Sígueme por las redes sociales:    Facebook: BellaHayesautora,    Instagram: @bellahayesautora,    Twitter: @Bellahayesautor
.


El Castigo 
https://rxe.me/R7H2GN

Rose es condenada a un castigo brutal por un crimen que no cometió ¿Podrá Rose superar su castigo? ¿Será capaz de perdonar a su verdugo? ¿De amarlo?




TRILOGÍA HERMANAS SFEIR 


Tres hermanas víctimas de la ambición de su padre, novelas que tratan sobre el difícil mundo de los matrimonios concertados. 


1- LA HISTORIA DE NAHLA: La Hija de Nadie 
http://1xe.me/3RCWKC

Ella se enamoró arriesgándolo todo, él solo quería una noche de pasión, el destino los unió regalándoles una joya de valor incalculable.






2- LA HISTORIA DE JAMEELA: Sueños Rotos 
http://1xe.me/77NNFF

Un amor que traspasará las barreras de un matrimonio de conveniencia y perdurará en el tiempo.






2,5- DE CUANDO JADE SE ENAMORÓ DE NASSER
https://rxe.me/BDRYJY

La historia de una chica inglesa con el coeficiente intelectual de un genio y un sentido del humor un poco peculiar y, de un hombre árabe muy arrogante que piensa que puede conquistarla.






3- LA HISTORIA DE ZAHIRA: Seducción y Venganza 
https://rxe.me/BF1S5F

Él se casará por amor, ella lo seducirá por venganza. ¿Podrán llegar a amarse el caballero y la descarada? 






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Published on January 03, 2020 21:07

December 31, 2019

Adoquines de papel - Novela de Erik G. Méndez


Ana es una mujer que ha pasado la mayoría de tiempo entre las calles  frías de su ciudad: drogas, sexo, alcohol y orina, son el mundo donde ella se despeña como prostituta. Junto a sus compañeras de trabajo ha vivido experiencias que pocas mujeres serían capaz de soportar. Pero ella, tiene un motor gigantesco que aúpa sus sueños y la hace sobrevivir cada noche en medio de tantas adversidades. Por azares del destino se verá implicada en una compleja situación que la llevará a probar sus instintos de lucha y cuyo desenlace la hará perder el rumbo de su vida llenándose de odio, y del cual parece no haber salida. Adoquines de Papel,  una novela carga de misterio, cuyos protagonistas nos llevaran a lo obscuro de un mundo, donde vivir es un privilegio que se gana.




Cuando la lluvia cese, entre los adoquines habrá lágrimas que no desaparecerán, recuerdos dolorosos, y uno que otro espectador.ERIK GEOVANNY MENDEZ BULLA, 13/02-2019.
BOGOTÁ, COLOMBIA.


Lee los primeros capítulos de esta historia AQUÍ

Puedes encontrar esta obra  AQUÍ
Si quieres conocer un poco más al autor, puedes ver su ENTREVISTA EXTRA



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Published on December 31, 2019 00:03

"Adoquines de papel" - Capítulo 1


CAPITULO 1


La lluvia no daba tregua aquella fría mañana; el día estaba gris y lo acompañaba el inclemente viento. Ana María se resguardaba en la vieja caseta de tintos donde “doña Josefina”, dueña y tendera, que siempre al salir de turno le ofrecía uno a cambio de unos minutos de compañía. Todo indicaba que aquella mañana la charla debería extenderse por un rato más; en aquel punto de la ciudad los taxis no se acercan, e ir en busca de uno implica una caminata de más de 20 minutos a buen paso. Ana María no tiene problema alguno en refugiarse allí mientras bebe y fuma un cigarrillo. La noche ha sido "generosa" en muchos aspectos y ella debe dar gracias por ello. 
Son las 6:37 de la mañana, su hija, María Camila, una hermosa niña de 16 años que a esas alturas de la mañana debe estar alistándose para ir al colegio, es el motor que mueve su vida. Por la condición del trabajo, la joven vive con su abuela; todos los días sin excepción, Ana María visita a su hija después de clases. Le ayuda con las tareas, entabla conversaciones con ella, la lleva a comer un helado o cualquier otra cosa, y entrada la noche, la deja en su cama con profundo dolor, y reinicia su labor en las frías calles. Ana María es prostituta desde hace más de 20 años; su hija, producto de una violación, es quizá lo único que realmente ha valido la pena en su vida. Cada cliente que llega a su encuentro es peor que el anterior. Muchos de ellos son borrachos y drogadictos, con olores y sabores realmente desagradables, indolentes e indiferentes ante la mujer que tienen en frente, y en muchos casos agresivos e irascibles que buscan con quién desahogar su ira y frustración. No existe noche en la que la mujer no ruegue al cielo e implore que pueda sobrevivir al siguiente día. No por ella, sino por la vida que lleva a cuestas y que es lo único que la motiva. Las calles no son sólo frías y peligrosas; son injustas y a diario se ríen de aquellos que las usan para sobrevivir. Ana María cobra escasos 15 dólares, y esa exigua e irrisoria suma le da cabida a todo tipo de ultrajes y vejámenes. La primera vez que aquella mujer tuvo que vender su cuerpo por dinero, sintió como su alma se escapaba de sí misma; de los incontables hombres y mujeres que han pasado por sus muslos el primero de ellos jamás lo podrá olvidar. Ella, con escasos 17 años, fue vendida por su propio padre como carne a uno de sus jefes. Ese miércoles, ese maldito miércoles, llegó de estudiar como todos los días, y en la sala de su casa se encontraba su “amado” padre junto con un tipo de edad similar, regordete hasta el límite, calvo y con una barba canosa que le llegaba al cuello. «¡Hola papá!» La inocente niña no tenía modo de saber que aquel saludo no solo no sería respondido, sino que sería la ante sala de su mayor desgracia. 
—Saluda al señor Calixto —. La voz del padre era gruesa y algo tosca. 
Ana María obedeció, y el viejo se levantó cómo pudo del sofá, la saludó con una sonrisa enorme y con unos ojos depravados que la inspeccionaron de arriba abajo. Ana María sintió la incomodidad de inmediato, pero miedo no. ¿Por qué habría de tener miedo? Su padre estaba allí para defenderla, dado el caso. Ana María dio un paso atrás e hizo ademán de irse a su cuarto. Pero su padre le negó aquella opción. En ese momento sí sintió miedo, los ojos de su padre la miraban fijamente; pero algo no era normal, ella lo sentía en lo profundo de su ser, lo sentía en el ambiente también. «¿Jorge, no tienes que ir por algo de comer?» El que habló fue el tipo regordete que se hallaba a espaldas de los dos. El padre de Ana María dio media vuelta y se alejó rápidamente dejándola allí sola con el hombre. La chica comenzó a llorar, y aunque intento escapar, su intención fue sofocada rápidamente. Su victimario era mucho más fuerte y agresivo; la tomó por la espalda, le tapó la boca, la tiró boca abajo contra el sofá, le levantó la falda del colegio, le rasgó la ropa interior, y sin ningún reparo o compasión, la hizo suya sin posibilidad de defenderse. Mientras lo hacía, toda su vida cruzó ante ella; algún tiempo atrás, se le dio a elegir entre ambos padres, y mamá siempre fue una “cantaletosa” mujer, que no hacía más que quejarse en voz alta todo el tiempo. Mientras que su padre, su amado padre, siempre la consintió y la ayudó con las cosas diarias propias de los niños. Al separarse, a Ana María no le costó mucho decidirse con quién quedarse. Mamá se marchó lejos, y de ella solo sabía a través de una fría y corta llamada que hacía semanalmente. La chica lloró allí, sintió como su piel y carne se desgarró, escuchó los gemidos de placer del hombre regordete que la tenía allí postrada a su voluntad, y por primera vez, sin entender aún la naturaleza de tal acción, anheló tener a mamá cerca para que le ayudara. Cuando aquel hombre hubo terminado, se echó a un lado satisfecho, con una gran sonrisa en su sudado y macizo rostro. Tenía el pantalón en los tobillos, y no se molestó en subírselo pronto. La joven Ana María se quedó allí, boca abajo llorando inconsolable, y mientras tanto su victimario le acariciaba la espalda baja sin remordimiento alguno. Minutos más tarde se levantó, se subió el pantalón, y le esbozó al oído un "gracias niña", la dejó allí, tendida con su miseria. 
No fue sino al caer la noche, que su “amado padre" llegó; no tuvo el valor de darle la cara, y aunque la chica intentó confrontarlo, este la evadió a gritos y se encerró en su cuarto. Los siguientes días se hicieron aún más tediosos. No veía a su padre, y siempre llegaba a casa con temor de volver a repetir aquella escena. Lloraba cada noche, y su rendimiento en el colegio decayó totalmente. Dejó de alimentarse bien, y se aisló de sus compañeros y amigos. La vida se hizo un infierno, uno que no merecía. En una de esas tediosas noches, donde no podía dormir, se levantó al baño, y allí escuchó a su padre hablar por teléfono. 
—Puede pasar mañana a la hora que desee. 
Esas palabras llenaron de terror a la pobre chica, quien sin detenerse a meditar en lo que querría decir exactamente solo pensó en... Lo hará de nuevo. Subió a toda prisa, tomó su teléfono celular, empacó algo de ropa, y se llevó el poco dinero que poseía en ese momento. Salió de inmediato por la ventana y corrió lo más rápido que pudo. Se detuvo en el parque del vecindario. Tomó tanto aire como le fue posible, miró por última vez aquella casa y continuo sin un rumbo fijo. ¿A dónde iría? ¿Qué opciones tenía? Solo era una niña asustada, una a la que la vida le había jugado una terrible pasada. Pensó en ir a una estación de policía, pero sabía de sobra que la devolverían a casa, y allí no podía darse el lujo de volver. Ana María poco a poco descubrió, y de mala manera, que las calles son un mundo totalmente aparte, lúgubre y peligroso. Con el poco dinero que tenía se dirigió a una posada de mala reputación, donde la recepcionista la miró con desconfianza, la llenó de preguntas, y al final aceptó darle un cuarto para pasar la noche. El sitio era realmente horroroso. Olía a alcohol, a drogas, a polvo, y la tenue luz que llegaba,le daba un aspecto grotesco. Tal y como lo imaginó, el cuarto era aún peor, y aquella noche la pasó en vela en medio de pulgas y gemidos de los cuartos contiguos. 
Pero el tiempo había pasado, y 20 años después, aquel hotel se había convertido en su lugar predilecto para llevar a sus "prestigiosos clientes" y allí ser parte del insaciable ritual de carne. Con frecuencia, Ana María observa a detalle los rostros y expresiones de los sujetos con los que comparte algunos instantes. Son seres vacíos, casi tan vacíos como ella; por ley ninguno de ellos puede acceder a su boca; con su cuerpo pueden hacer lo que deseen, pero sus labios jamás pueden ser tocados. De hecho, hace muchísimo tiempo que aquella mujer no conoce el suave y dulce néctar de un beso cálido y amoroso. Cada cliente es un dejavú que parece no tener fin. Llegan, ella paga el alquiler del lugar por minutos, se encierran en cualquier cuarto asignado, y ninguno sin excepción, da espera a sus deseos primitivos. No usa ropa interior, es innecesaria, y a nadie le interesa lo que lleva puesto, lo único que quieren de ella está en medio de sus muslos, así que ella sabe de sobra qué es lo que le espera. Su sentido del olfato se ha hecho tan agudo, que solo con hablar detecta qué tipo de cigarrillo fuma, qué clase de alcohol ingiere, o qué colonia barata lleva. Algunos son tan desagradables que se ha sentido tentada a negarles el servicio. Pero es "vieja zorra" en el ámbito, y negar un servicio en medio de adoquines y paredes solitarias puede significar la muerte. No hay elección, todos los tipos de clientes son tolerables en las calles de la miseria y la depravación. En muchos casos lo mejor es dejar que la mente vuele hacia mejores deseos mientras la carne se corrompe en medio de dolor, asco y resignación. Cuando esto ocurre, Ana María piensa en su hermosa hija. La imagina yendo a la universidad, graduándose con honores, siendo una prestigiosa doctora, siempre la imagina así, con bata blanca, con una pequeña plaqueta de aluminio que dice "Doctora Rodríguez", la imagina viajando, conociendo el mar que jamás ella ha conocido, escalando montañas que solo ha visto por televisión, comprando en lugares de en sueño, y sobre todas las cosas, la imagina sonriendo feliz con lo que ha logrado. Ese pensamiento algunas veces le saca una sonrisa; sonrisa que en más de una ocasión algún cliente ha confundido con placer, y lo ha motivado a darle rienda suelta a sus irrisorias perversiones. Por costumbre Ana María fuma un cigarrillo entre cliente y cliente. La acera solitaria se ofrece como silla, y allí, en medio de compañeras de trabajo, personas que pululan expectantes, proxenetas, jibaros, drogadictos, y demás gente propia del lugar, se pone a pensar en la vida que llevan todos y cada uno de ellos, en cómo viven o comen. «¿Acaso soy diferente a ellos?» Esa pregunta siempre la sobresalta, la llena de miedo, de frustración y de mucha rabia. 
Después de que huyó de su casa, Ana María pasó un largo tiempo viviendo a escondidas en su propio hogar. Esperaba a que su padre se marchara a trabajar y aprovechaba esa ausencia para entrar, bañarse, comer, y robar algo de dinero si le era posible. Como era de esperarse, el depravado y despreocupado padre lo único que hizo por buscar a su "amada hija" fue poner el denuncio ante las autoridades competentes, y eso por mero protocolo y obligación. No acudió a los medios, ni llenó los postes con fotos y letreros de "se busca", nada, ni un maldito esfuerzo hizo por buscarla. En cambio cuando su madre se enteró de lo ocurrido, hizo hasta lo imposible por hallarla, y fue ahí donde Ana tomó la decisión de no regresar a escondidas a su casa. No quería ver a nadie, temía que su madre se pusiera de lado de su padre y no le creyera nada de lo que contara. Huyó hacia las frías calles que se hicieron su hogar, y desde entonces han sido su cruz y su bendición. La primera semana fue tan tormentosa que Ana María estuvo a punto de quitarse la vida; aquellas frías calles le dieron la bienvenida con un abuso por parte de tres "hombres" que amablemente se ofrecieron a ayudarla, y que para colmo la golpearon sin razón aparente ya que no ofreció resistencia ante la situación. Allí, en medio de la lluvia, maltratada y abusada, tomó una botella vacía, la rompió contra el andén, y decidió cortarse las venas. El arma cortopulzante, entró en la muñeca de la mano izquierda como lo hace un cuchillo en la mantequilla. Sintió un fuerte punzón, y la sangre manchó el lugar con ese carmesí caliente que brotaba silencioso y lento. La herida fue tan profunda que rasgó piel, carne, nervios, venas y tendones. Al intentar tomar el pedazo de vidrio para repetir la acción en la otra mano, los dedos no le respondieron a estímulos; la mano le temblaba, intentaba cerrar los dedos pero era un vacuo intento. Pasó un buen tiempo intentando agarrarlo, pero fue en vano. Poco a poco sintió los efectos de la herida, la sangre emanó en cantidades menores, y el frío recaía sobre la vena abierta haciéndole ver que aún seguía en el mundo de los vivos. En vista de que todo intento de lastimarse la otra muñeca era fútil, optó por recostarse allí, en medio de la basura, la orina y la indiferencia de las personas, quienes al pasar a su lado no mostraban un atisbo de compasión por la chica, cerró sus ojos en espera de la muerte, pero lamentablemente para ella su tiempo en esta tierra no había terminado. Se desmayó a causa de la pérdida de sangre, y al despertar se halló en una austera habitación, cuyas cortinas color amarillo no dejaban filtrar mucha luz. Vio la venda en su mano, y de inmediato el dolor y los recuerdos llegaron inconscientemente. Su colchón estaba duro; Ana María sentía las tablas de la cama en su espalda, una mesa de noche con una lámpara que alumbraba en rojo, y un cuadro de un paisaje, era todo lo que componía aquel lugar. Se levantó de allí, y al ponerse en pie su cabeza dio vueltas y por poco se desmaya de nuevo. Se sentó al borde de la cama, tomó algo de aire, y se quedó allí, intentando recuperar fuerzas. No comprendía qué había ocurrido; sus recuerdos de cómo había llegado allí eran más que borrosos y distantes. Cuando por fin pudo salir de aquella habitación, se halló en una casona vieja habitada por solo mujeres. No hizo falta una explicación lógica para el sitio, la joven Ana María sabía de sobra que estaba en un burdel, o casa de citas que llaman otros. En aquella casa la joven iniciaría su vida como prostituta, donde la vieja y pervertida Rosaura, la instruiría en el arte de dar placer a los demás. 
—Por fin ha dejado de llover —. Ana María mira al cielo despejarse y darle paso a los primeros rayos del sol y se alegra de que así sea. Bebe con parsimonia el tinto ofrecido, y fuma un cigarrillo demás. 
—¿Qué harás hoy mijita?— La pregunta de la dueña y administradora de la caseta, parece una pregunta retórica, pero Ana María contesta como siempre.

—Dormiré un rato, y luego en la tarde iré a visitar a mi hija. 
—Ya está muy grande —repite la señora mientras atiende a dos celadores que también seguramente acaban de terminar su jornada laboral.

—Si —responde ella, ignorando las miradas de deseo de aquellos hombres. Después se despide afablemente y comienza a caminar lentamente por las calles. Su falda corta y brillante, junto con los tacones altos, hacen resaltar la hermosa figura que a pesar del paso del tiempo conserva. A simple vista, y si no fuera por la calle de dónde la ven venir, nadie en absoluto pensaría que aquella bella chica es prostituta. Pero al llegar a la avenida principal las cosas son totalmente distintas; el pulular de gente, los vehículos, bicicletas, almacenes de ropa, y restaurantes hacen que su profesión se quede atrás, ahora es una persona más, una chica que va rumbo a cualquier lugar, las miradas de deseo se tornan tímidas, nadie intenta comprarla por algunos minutos, en absoluto a nadie le interesa... Lo mismo ocurre en las noches. 
Toma un taxi en la apodada "avenida de los pericos", llamada así por el exceso de vendedores ambulantes cuyo recurso principal de sustento es el famoso café con leche, o perico para los residentes del lugar. El tráfico avanza lentamente y el chófer, una mujer de cuarenta y tantos años, de inmediato infiere la profesión de Ana María. Puede que vaya maquillada, pero el olor a cigarrillo y a alcohol la delata de golpe. La mujer trata de ignorar todo aquello y llevarla lo más pronto posible, Ana María sabe que cuando eso ocurre, lo mejor es no intentar entablar conversación con el conductor, o de lo contrario puede terminar siendo bajada del vehículo, como otras tantas veces le ha ocurrido. La casa donde reside es relativamente cerca; si decidiera ir a pie tardaría poco más de una hora, pero en ocasiones, en muchas ocasiones, tal deseo no es grato, así que toma un taxi porque el transporte público no lo soporta. En un día normal tarda en llegar 20 minutos hasta su hogar, otros días algo más de 40. Sea como sea, siempre es mejor que ir caminando después de una larga y agotadora jornada. Son las 7:30, de la mañana, su viaje como de costumbre costó en promedio 6 dólares; más o menos la mitad de lo que paga un cliente. Entra a su cuarto, cuya atmósfera cálida y limpia llena de regocijo el alma, se prepara un tinto, se lo bebe después de tomar una merecida ducha, cierra las cortinas, pone la alarma para que suene a la 1:30, y se funde de inmediato en sus sueños. Por fortuna para la bella mujer, el sitio de residencia es tranquilo y silencioso. Dormirá pocas horas, pero en este caso es la calidad y no la cantidad lo que cuenta. Serán horas suficientes para aguantar otra noche de trabajo duro.

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Published on December 31, 2019 00:02

"Adoquines de papel" - Capítulo 2



CAPITULO 2


Hay días en que el sueño simplemente no llega. Otras veces es un constante duermevela que la impacienta de sobremanera. Ana María se levanta lentamente de su cama, pone a calentar en una vieja olla algo de café a fuego lento, y de inmediato se ducha. Siempre ha llegado de inmediato a bañarse, siempre lo ha hecho después de tomar algo de "descanso" y es quizá el momento más largo y feliz que tiene en aquella casa. Sentir el agua fría recorrer su esbelto cuerpo, es para ella el equivalente a borrar las huellas y las marcas que deja cada noche de trabajo. Friega su cuerpo con una estopa impregnada de jabón líquido, aromatizante, y aceites corporales. Es tan cuidadosa, que tomar la ducha a veces se extiende por más de una hora, y al salir encuentra la olla de café vacía a fuego lento. Se peina su hermosa cabellera, se pone unos pantalones ajustados con una camiseta corta que resalta su hermosa cintura y su busto, toma el dinero ganado el día anterior, lo cuenta, y aparta siempre el 60% de lo obtenido y lo hecha a su bolso. Recoge sus llaves y sale esplendorosa de nuevo a la calle. El panorama a media tarde es muy diferente. El sol no calienta muy fuerte, y el ruido de la ciudad parece que estuviese dormido a esa hora. Camina como cualquier otra mujer entre las casas y calles del lugar; algunos perros callejeros toman una siesta, los restaurantes casi vacíos, en los semáforos personas vendiendo películas piratas, ofreciendo volantes, bebidas de dudosa procedencia, comida en estado "aceptable", ladrones al acecho, y limosneros en algunos lugares. En ese momento, ella es parte del otro grupo de personas, es parte del montón, de la indiferencia, del cinismo, y de la ignorancia que prevalece en muchas ciudades del mundo. No le importa el sujeto que canta y toca guitarra por algunas monedas, ni el maldito mimo del semáforo de la avenida principal, ni mucho menos la señora postrada a orillas de la “calle Libertad”. En ese momento solo es ella con su primer objetivo; llega al banco, entra, hace la fila como cualquier ciudadano, y mientras lo hace, observa a detalle a todas las personas que le es posible: mira al cajero obeso, el cual siempre tiene el rostro brillante y sudoroso, a la cajera de gafas moradas, cuya actitud al atender no solo es ofensiva, sino que deja ver la forma en que menosprecia a los demás, al celador que pasea lentamente por el lugar, viendo con Morbo a todas las mujeres que entran y salen de allí, a los clientes que esperan desesperados en la fila, imposibilitados para sacar sus Smartphone, ya que por regla general del banco está prohibido el uso de celulares o cualquier otro tipo de elemento de comunicación. También observa a los asesores de ventas, los cuales paradójicamente son amables y atentos. Cuando es su momento de llegar a la caja, solo ruega para que sea el tipo obeso y sudoroso quien la atienda, y no la zorra barata y déspota de al lado. En nueve de diez casos, le toca la zorra, así que cuando está de suerte, agradece con una enorme sonrisa el ser atendida por aquel sujeto. Desde hace más de quince años, sin falta, cada día de su vida, ha entrado al mismo banco y consigna en una cuenta el porcentaje destinado al futuro de su hija. Ha sido una labor dura, pues para lograr eso ha tenido que privarse de cientos de cosas, pero lo hace de corazón. Aquel deseo de ahorrar para su hija nació un 26 de octubre, quince años atrás, cuando por azares de la vida tuvo que presenciar como su compañera de trabajo de aquel entonces moría a manos de uno de sus clientes; esa noche, en aquel burdel un hombre de estatura mediana se obsesionó con Carmencita, una mujer de 35 años, quien también fuera su instructora en todo el arte de dar placer. El hombre llegó, pagó por ella, y después bajó al bar a beber en la barra. Nadie en aquel momento hubiera imaginado que la tragedia estaba a punto de tocar a sus puertas. Cerca de las dos de la mañana, y justo cuando más demanda de trabajo había, Carmencita bajó de las escaleras ebria abrazada con un corpulento militar, se sentaron en una mesa discreta, y entre risas, besos y bebidas, pasaban el tiempo. El otro hombre observó detenidamente la escena, y sin razón ni previo aviso desenfundó su revólver y lo descargó contra Carmencita y su acompañante. La mujer dejó un niño de ocho años a merced de las calles. Cinco años después aquel niño murió de siete puñaladas por deudas de droga. Ese día algo cambió dentro de Ana María; quizá ver aquella escena le hizo ver las cosas de manera distinta. Sin importar qué ocurriera, contra viento y marea, a su adorada María Camila no le esperaría un final tan sombrío. No es su día de suerte, le tocó la zorra déspota, cuyas ínfulas de grandeza le impiden responder un saludo o mirar a sus clientes a los ojos. Ana María saluda como siempre, pone el dinero en el mostrador y espera su recibo. La cuantiosa suma ha ido creciendo día a día, y dentro de poco será suficiente para que su hija tenga un hogar propio y educación de calidad en alguna prestigiosa universidad. Se despide con un "muy amable" seco y en voz baja, que hace eco en los oídos de la cajera. Sale de allí, y de inmediato se dirige a en busca de su hija. 
María Camila ha vivido con su abuela casi toda su vida. Ana María ha tenido que esforzarse demasiado para que la niña la quiera y la respete como lo que es. Normalmente en situaciones así, hay que ser cautelosos y comprensivos, pues la abuela es quien prácticamente pasa todo el tiempo con ella, es quien da consejos, es quien la ha visto reír y llorar, la que guía y la que cuida de ella. Ana María ha aceptado ese hecho, y se conforma con un segundo lugar en su corazón. Hasta hace menos de un año, la niña comenzó a llamarla mamá. Aquel título siempre estuvo dado a su abuela, así que cuando lo oyó no pudo contener las lágrimas. Al llegar allí, como si se tratase de un dejavú, siempre la encuentra almorzando. Se ve tan hermosa y llena de vida, con aquel uniforme azul de cuadros, su falda bien planchada, su cabello negro azabache, y sus balacas multicolores. Ana Doris, su madre y abuela de la pequeña María Camila, siempre está allí con ella; no ha habido día en que cuando cruce la puerta no vea aquella bella escena. Eso la mantiene tranquila, pues sabe que está segura y llena de amor. Hay días en los que siente algo de envidia, pues si tan solo ella hubiese tenido los mismos cariños y cuidado con ella, quizá su vida sería totalmente distinta. Jamás su padre la habría vendido a su grotesco jefe, jamás hubiera tenido que huir para evitar que le ocurriese de nuevo, jamás habría terminado en aquellos adoquines de cemento, barro y orina. Pero como todo en su vida, el dolor y la alegría habitan el mismo lugar; Ana María pudo perdonar todo aquello que su madre y que su detestable padre hizo. Aceptó las lágrimas de su madre postrada de rodillas aquel agosto de hace 15 años. Le partió el alma verla así, y todo aquello que alimentó la ira y el rencor se desmoronó en ese instante. Desde ese día Ana Doris cuida de su nieta como nadie más lo haría. Ana María pudo dejar las calles, intentar iniciar una nueva vida, conseguir un trabajo "decente" y demás, pero muy a su pesar, descubrió que entre la mugre y la orina estaba su futuro. 
El almuerzo es más que delicioso; carne sudada con papas, arroz blanco, frijoles espesos como le gustan, y jugo de maracuyá en leche. La mujer come en silencio, mientras su hija cada tanto alza la mirada para dedicarle una sonrisa. Esos instantes no tienen precio, y cada sonrisa, cada gesto, y cada palabra de su bella hija, quedan grabadas en el alma. La casa de Ana Doris es amplia; muy amplia a decir verdad, después de que su padre fuese asesinado en una reyerta en un bar de mala muerte, el seguro de vida se hizo efectivo, y con dicha suma y la pensión de la mujer, se pudo vivir con dignidad. Jamás le ha pedido dinero a Ana María; eso facilita las cosas para consignar a diario en el banco, y por ello da gracias. Después de almorzar, se sienta al lado de su hija, revisa las tareas, le ayuda en las que puede, y aunque a veces le es imposible entender algunas de las cosas, hace un esfuerzo extra investigando para poder al menos orientarla. La niña está creciendo a pasos gigantes. Cada día está más hermosa, más alta, y más madura. En tres meses acabará el año escolar, y Ana María le ha prometido que se irán unos días a viajar a algún lugar lejos. Las ventajas de ser prostituta "independiente" son bien aprovechadas por la mujer. Atrás quedaron esos días donde estaba sometida al burdel; donde no había descanso para el cuerpo, pues sin importar la hora, siempre había clientes. Incluso habían días en los que se encontraba durmiendo en alguna habitación asignada y entraba alguno de los dueños del lugar, o alguno de los trabajadores, ya fueran los de seguridad o meseros, o el DJ, etc. La despertaban para estar dentro de ella. No podía rehusarse, pues una de las reglas del lugar era que sin importar la hora, cualquiera de los trabajadores podía hacerla suya. En total en ese entonces trabajaban 36 mujeres cuyas edades oscilaban entre los 15 y los 35 años. Ana María decidió dejar atrás aquello y comenzar a trabajar por su cuenta. Fue quizá la decisión más acertada de su vida y aunque al principio fue complejo pues debió de cambiar de calles, lo logró. Pasó dos años compitiendo con travestis, transexuales, y otras mujeres en dos calles llenas de basura, drogadictos y los populares "desechables" o habitantes de calle, que llaman. Fue allí donde hizo amistades que la cuidaban de algunos de los peligros y ninguno de ellos jamás quiso tocarla o abusar de ella. Comía en los andenes, poco se bañaba, y cuando el hambre era demasiado, chupaba bóxer o inhalaba algo de marihuana u otra sustancia. De eso también hace mucho tiempo, y su memoria solo lo recuerda vagamente.
Tiene pensado llevarla a la playa; es un sueño que ella tampoco ha podido cumplir y es la oportunidad perfecta para hacerlo. María Camila le muestra las fotos de sus compañeros de clase a través de su Smartphone, le señala al chico que la molesta, a su mejor amiga, a la profesora, a los vagos de la clase, y hasta los esmaltes que algunas de las niñas usan pese a sus cortas edades. El cuarto de la joven es tan parecido al que tuvo de niña, que por más que intente ocultarlo, los recuerdos salen a la luz. Una cama sencilla, que se está quedando chica para la ella, muchas muñecas de trapo, una lámpara, un espejo y dos mesitas de noche, componen el lugar. Es cálida, y se respira tranquilidad. No hay televisor en la casa, solo un equipo de sonido viejo, que casi no se usa, así que María Camila pasa la mayoría del tiempo con audífonos puestos escuchando música, y en las noches sus amados audio libros. Con pena y dolor, Ana María deja a su hija allí recostada. Siempre le da un cálido beso de buenas noches en la frente, y la arropa con toda la delicadeza del mundo, la niña sonríe, y cierra los ojos ante ella. Son cerca de las 8 de la noche, es hora de iniciar su lucha y su vida de nuevo. Sale de la casa en silencio, por lo general no se despide de Ana Doris, su madre, pues la señora se acuesta bastante temprano, y odia que la despierten sin una razón de peso. La noche es tibia; en lo alto brilla esplendorosa e imponente la luna llena, las calles totalmente iluminadas en ese sector, le dan cierto aire de seguridad al lugar, gente caminando por doquier, vehículos atascados en las angostas calles, y ella allí, avanzando sin prisa y con la mirada al frente. Camina sin cesar hasta su sitio de trabajo; tarda poco más de una hora, y al llegar allí, en medio de las calles pútridas y silenciosas, saca de su bolso una minifalda negra, y una blusa escotada; se quita toda la ropa en medio de los transeúntes y compañeras de trabajo. No le importa si los curiosos la observan, durante más de 20 años cientos de hombres la han visto sin nada y los años la han vuelto algo cínica en ese aspecto. Debajo de aquella minúscula ropa no hay nada más que piel y carne. Entra al pequeño y mal oliente estadero, saluda a la recepcionista, una flaca y ojerosa mujer de 75 años, cuya vida ha transcurrido en ese mismo lugar, y con quién tiene una buena relación. La mujer le ofrece un cigarrillo, el primero de muchos de cada noche, cruzan algunas palabras, le entrega la ropa y se marcha de inmediato de allí. Con algo de suerte, saludará a la mujer más de 15 veces en la noche. Aquellas calles no tienen casi nada de iluminación; el piso está encharcado, las pocas canecas de basura siempre están al tope, y el olor, al que Ana María y los residentes se acostumbraron, se puede sentir varias cuadras a la redonda. Se recuesta contra un poste de luz, cuyas farolas dejaron de funcionar hace mucho tiempo, y allí, espera pacientemente a que la noche traiga clientes, y que ojalá, no sean tan desagradables. 
Al fondo, bajo la tenue luz, se observan los autos pasar; algunos de ellos, la mayoría, siempre son de sujetos tímidos que sólo están allí sin la certeza de qué hacen, son curiosos, y con ganas de experimentar o simplemente salir de la rutina de sus trabajos, de sus familias, de ellos mismos. Los clientes de Ana María, por lo general andan a pie; sin importar el día de la semana que sea, el 99,9% está alcoholizado, drogado, o ambas. Ese tipo de gente siempre deja algo más de dinero, y son visitas fugaces. Allí, recostada en aquel poste, observa como una leona lo hace en la selva: estudia a sus víctimas, las inspecciona de arriba abajo, y en cuanto están en su rango se abalanza sobre ellos, cegando con sus atributos, dejándolos sin posibilidad de reacción o consciencia. El primer cliente de la noche es un tipo menudo, de cabello con corte militar, de ojos pequeños y color marrón, piel descuidada, pelo canoso, dientes amarillos y dispares, nariz chata, olor a mugre y alcohol, que se siente a varios metros de distancia. Son esos clientes los que todas las mujeres del sitio evitan: pero no Ana María, de acuerdo a su experiencia, el rechazo constante los hace fáciles de dominar, y muchas veces pagan más de lo que deberían solo por obtener algo de placer. Por la apariencia, ha de ser albañil o algo similar. Se le acerca con una sonrisa descarada, y él de inmediato centra toda su atención en ella. Aquella falda corta combinada con sus piernas largas la hace tan deseable para el hombre, que sin disimular y sin un atisbo de pena le pregunta el precio por "un ratico" 
—¿Cuánto estarías dispuesto a pagar? 
El tipo se queda en silencio un momento. En su cabeza está haciendo cuentas de lo que tiene en los bolsillos, y de lo que a concepto de sus ojos estaría dispuesto a pagar. Siempre se irán con sumas irrisorias a fin de lograr un buen precio. 
¡20 dólares! La suma ofrecida de entrada, representa un porcentaje más de lo que usualmente cobra. Ella sabe que puede sacar mucho más provecho de aquel insulso y débil hombre. Sonríe tiernamente y da la espalda fingiendo que no le interesa la oferta: el tipo de inmediato reacciona, y sin pensarlo y con voz algo fuerte esboza un "¡30 dólares!" Ana María se gira y sin pensarlo tampoco le dice con voz suave... "Qué sean 50, y usted paga la habitación y los preservativos". En efecto, los 15 dólares que usualmente cobra no incluyen ninguna de esas dos cosas, así que el cliente siempre paga 7 dólares por la habitación y tres dólares más por un preservativo. Parece ser injusto y la suma irrisoria, pero por lo general, Ana María no entrega su cuerpo por esa escasa suma. Aquel precio está fijado como una mínima para los días en que no haya muchos clientes. El sujeto la mira de arriba abajo; pasa saliva sin disimular, y después de unos segundos de "pensarlo" acepta el precio de buena gana. En una noche mala, Ana María puede hacerse a 250 dólares, y en días “de vacas gordas”, incluso ha llegado a tener 600 dólares. Comienzan a caminar, y el sujeto va detrás de ella como un perrito faldero. Durante el trayecto al estadero no cruzan ninguna palabra; paga el precio pactado, también la habitación y el preservativo. La vieja mujer les asigna una habitación al final del pasillo e ingresan los dos cerrando la puerta tras de sí. El lugar es obscuro y polvoriento; no importa, cuando se trata de saciar los deseos del cuerpo el lugar es lo de menos. El sujeto se sienta al borde de la cama, espera a que ella tome la iniciativa, quiere procrastinar el momento todo lo que le sea posible, pero ella no puede darse aquel lujo. Acerca sus manos lentamente por el cierre del pantalón del sujeto, este respira hondo intentando controlarse y quizá fingiendo que está acostumbrado a ello, pero en cuanto la mano derecha de Ana María se introduce de lleno en su interior, todo acaba antes de iniciar. Un gemido triste y desolador acompaña el momento, y allí, en medio de la vergüenza, quedan los dos sin pronunciar palabra alguna. Han sido los 50 dólares mejor ganados de toda su vida. El hombre muerto de la pena, incapaz de mirarla a los ojos, sale de allí lo más rápido posible, dejando a Ana María sola en la habitación. En el suelo yace el preservativo sin utilizar, la mujer lo recoge y sonríe, serán 1 dólar más, pues si no se utiliza la mujer de la recepción lo compra de nuevo.


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Published on December 31, 2019 00:00

December 28, 2019

Entrevista EXTRA - Erik G. Méndez (Escritor)




Erik G. Méndez


Datos personalesNombre: ERIK G MENDEZ Nacionalidad: COLOMBIANOEdad: 34











¿Quién eres, en no más de 70 palabras? Descríbete como a uno de tus personajes, nada de datos a lo Wikipedia.ERIK G MENDEZ, es un ser que sueña con hacer parte de la historia de la humanidad, a través de la escritura cada día, al levantarse Erik añora tomar la pluma y plasmar algo que inspire, y que sirva para los demás persistir y fusionarlo con la disciplina, es lo que rige su vida.

¿Cuánto de ti y de personas que conoces hay en tus obras? ¿Tienes algo que confesar con respecto a esto? Yo, por ejemplo, confieso que he matado a una ex cliente que me hacía pasar muy malos ratos... ¡en una historia, claro! Considero que hay mucho de ellas; en algunas obras he usado los nombres de las personas que amo, y aprecio a fin de darle una naturalidad a las novelas. En lo personal no me gustan las obras que usan nombres extranjeros a fin de darle un toque irrelevante a esto. Como escribo para mí, considero que la peculiaridad y la naturalidad

¿Héroes o villanos? ¿Final feliz o tragedia? ¿Rosa o negro? ¿Por qué?Me encantan los finales inesperados, pues dejan al lector con un sabor extraño. Un final negro es muy similar a la realidad, los finales rosas son predecibles, y si de villanos y héroes se trata, diré que las personas que se consideran buenas, son los mejores antagonistas para las obras.

Se dice que los escritores tomamos mucho café (algunos dicen que también whisky, como en las películas)... ¿Tú con qué acompañas tus sesiones de escritura? Creo que es más un tema social que se ha generalizado y que se ha tomado por moda: en mi caso particular, no bebo alcohol ni café para escribir, de hecho, prefiero la soledad de mi cuarto, sin distracciones de ninguna índole, así me fluye más rápido la inspiración.

Si existiera un portal que te trasladara a cualquier libro que eligieras y te permitiera tomar el lugar de uno de los personajes:
   a) Elijes a alguien que admiras para poder vivir su vida
   b) Elijes al protagonista y haces todo lo contrario a lo que él hace en la historia original 
   c) Te metes en la piel de un secundario para poder ver todo desde la primera fila.
Elegiría la opción B, pues muchas veces al leer, se deja uno llevar por los sentimientos, y desearía estar en su lugar, para no cometer el error, que evidentemente hizo. Claro que eso cambiaría toda la trama, llevándola por lugares insospechados.

Asumiendo que disfrutas de escribir (porque lo disfrutas, ¿cierto?), ¿qué otras actividades realizas para distenderte? Y también, ¿hay algo que odies hacer dentro de tu rutina?Disfruto mucho escribir: es la forma más pura y natural que tiene mi alma. La escritura y la música son el perfecto acompañante, y por ello, cuando se corta la inspiración, me refugio en escuchar buena música, logrando que después de un tiempo, las palabras flotan como efluvios matutinos.

Hoy las redes sociales acortan distancias y nuestra comunidad está formada por gente de distintas partes del mundo. ¿Me cuentas algo bonito sobre tu pueblo o ciudad?Vivo en el área metropolitana de Bogotá, así que aún queda mucho de esa parte verde que en las ciudades grandes, se ha reemplazado por concreto. Aun se puede ver pastales, grandes campos sembrados, y el aire es fresco. Considero que es un lugar perfecto para hacer que la inspiración nazca, y en las noches, la luna se puede observar majestuosa, perfecta para que la pluma y el papel hagan lo suyo.

Háblame sobre tus obras. Si son muchas elige una, dos o tres, y cuéntame algo sobre ellas. Pero no te limites a la trama: todo libro tiene algo más que letras entre sus páginas; un porqué, una anécdota, un propósito... Eso es lo que quiero.Bueno, Adoquines de papel, nace de la idea de darle voz a ese pequeño problema que azota al mundo en general: la prostitución. Quise relatar dos aspectos fundamentales allí, y es que aquellos que deambulan por las calles en busca de sexo y placer, viven entre el cielo y el infierno al mismo tiempo. Son situaciones oscuras, y que de vez en cuando, se tiñen de luz, dando esperanza a todos alrededor. La vida está llena de situaciones complejas, y muchas veces no sabemos afrontarlas.

Has llegado hasta esta entrevista por haber participado en un reto, por lo que asumo que no me dirás que no si te propongo otro... ¿estás listo?Lo que quiero es que mientas. Sí, así como lo oyes. Voy a hacerte una pregunta y quiero que me respondas con seguridad sin investigar absolutamente nada. ¡No hagas trampa! Aquí va:
¿Qué sabes sobre el unicornio rosa invisible?
El unicornio rosa es una novela genial: allí podemos ver como la utopía de vivir converge con la magia de la realidad. El unicornio representa todos los sueños que aún duermen en nuestro corazón, y que por temor no se han visualizado: el rosa, hace referencia al color rosado, y busca que de cierta manera, todo se convierta en color, dejando atrás todo lo oscuro de la vida y es invisible, porque aquello al ser una utopía, es pensamiento y  corazón.

Por último, te daré libertad para que expongas las carátulas de tus libros y los links de descarga o compra, así como también los links hacia tus sitios personales y redes sociales. 


Adoquines de papelhttps://rxe.me/179847008X



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Published on December 28, 2019 22:21