María López Villarquide's Blog, page 29

November 23, 2019

Cómo la ballena se convirtió en ballena y otras fábulas

Cómo la ballena se convirtió en ballena y otras fábulas. Ted Hughes. Trad. Clara Pastor. Barcelona: Elba, 2019


Prosopopeya

En 2013 la Royal Opera House estrenó una adaptación de los cuentos de Ted Hughes How The Whale Became, cuentos escritos a comienzos de la década de los sesenta, cuando el autor y su señora moraban en la soleada costa de Benidorm y la “ley por la regulación del uso de bikini” en las playas españolas acababa de ver la luz. Al menos en Benidorm se podía y Sylvia bajaba cada tarde en su favorecedor “dos piezas” blanco  para tostarse y refrescarse aprovechando la hora de la siesta de los nativos. Luego Ted le leía algo de lo que estaba escribiendo, algunos cuentos, éstos entre ellos.


A veces ella también dibujaba (lo he contado en otra entrada):


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Las fábulas de Hughes son un bonito compendio de fantasías, personificaciones, alegorías y moralejas para niños (él se las dedica a los suyos) y esta edición de Elba se acompaña de conmovedoras y expresivas ilustraciones a lápiz y acuarela de Miguel Macaya y son, como mínimo, imperdibles.


Porque había una vez un búho, una ballena, un zorro y tantos otros animales que no sabían que eran un búho, una ballena y un zorro entre otros animales porque los búhos, las ballenas y los zorros, además del resto de los animales, todavía no se llamaban así: es tarea del lector el descubrir lo que pasa luego (o del oyente, porque son cuentos para leerse en voz alta a los más pequeños y atentos futuros lectores).

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Published on November 23, 2019 09:08

November 20, 2019

Miau

Miau. Benito Pérez Galdós. Ed. Francisco Javier Díez de Revenga. Madrid, Cátedra: 2000.


Cochino bodegón

Anoche vi Una vita difficile (Dino Risi, 1961) sobre las desgracias de un rufián antifascista en la Italia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Alberto Sordi se come en ella a un personaje al que, efectivamente, la vida no puede resultarle más difícil desde el momento en que se la salva una joven desconocida y hasta el final. Una comedia, si es que tenemos en cuenta que Sordi es cómico aunque aquí se ahogue en desgracias sucesivas a cada cual más descorazonadora.


Algo similar atufa el aire de la novela de Galdós que traigo a esta entrada: Miau brota desde el madrileño barrio de Conde Duque y, con la excusa de poner ante el lector la entrañable figura de una niño que ve y habla con Dios de vez en cuando en arrebatos místicos involuntarios, enlaza su historia y las de los varios miembros de su familia a esa desgracia vital incurable de la España de finales del XIX y también, por su puesto, de nuestros días: el ser pobre, tener ideas propias y soñar con un Gobierno justo y digno en una sociedad que no lo es y tampoco lo merece.


Miau es tristísima y llegado el final todavía se atreve a arruinar un poco más los ánimos de su lector pero, qué personajes, qué simpatía en los diálogos de los tontos y los listos, los buenos y los malos, los honestos y los mentirosos.


Los hay que quieren aparentar tener más de lo que ganan, que se lucen ante los demás en los palcos de la ópera aunque no tengan ni para comer y otros que se aprovechan de la bondad e inocencia de quienes se les ponen a tiro para arrebatarles corazón e ilusión y salir corriendo luego. Hay sabios, mentes lúcidas que confían en la bondad del ser humano pero que, ante la evidencia del desastre, se rinden y lo dejan todo después de abrazar unas migajas de la alegría propia de la libertad. Así los escribía Galdós, como si los hubiera conocido previamente y pudiera permitirse el lujo de tratarlos con confianza ciega, igual que si se hubieran encontrado antes en un cochino bodegón, que le diría cualquiera de ellos: Don Benito, que usté bien sabía cómo eran.


Pocos lo han hecho tan bien y tantas veces, con el cariño especial que él dedicaba a la clase más baja del Madrid de aquella y de todas las épocas.


Hasta el 16 de febrero pueden acercarse a la BNE a conocer más en la expo que se le ha dedicado.

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Published on November 20, 2019 07:04

November 16, 2019

El irlandés

El irlandés. Martin Scorsese, 2019


Chances are

Cuando me ganaba los francos suizos cuidando del pequeño Gabe una de las peticiones más habituales que me hacía era que le leyera un cuento, el del alce que come muffins, concretamente: Literatura de altura.


If you give a Moose a Muffin (Laura Numeroff, Haper Collins, 1991) cumplía con nuestras expectativas, las suyas (se lo sabía de memoria) y las mías (se terminaba pronto) y siempre que alcanzábamos la última página recitábamos a la vez aquello de que si a un alce le das mermelada probablemente te pida un muffin para acompañarlo, con lo que la historia cerraba su argumento de forma circular y perfecta.


Desde aquí se lo recomiendo. Da mucho en lo que pensar.


Y dicho esto, vengo con la última película de Scorsese.


Basada en la novela del fiscal y supervisor de asuntos sociales en Harlem Charles Brandt, El irlandés recrea las memorias de un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial que se mete a asesino y colaborador de mafiosos de la zona de Detroit y Filadelfia y que traba una peculiar amistad con un sindicalista del cual, extrañamente, nunca más nada volverá a saberse a partir de 1975. Es extraordinaria. Es un relato para el que las virguerías técnicas y visuales podrían sobrar pero en donde no sobra nada, ni siquiera los ojos azules de de Niro, ni su rostro rejuvenecido con efectos digitales para la ocasión, nada de nada.


Hasta su desenlace El irlandés hila una trama que se acomoda en el espectador para ganarse su empatía y agarrar sus sentimientos (que los mafiosos también tienen corazón, envejecen y hasta son olvidados) porque claro: Si a Scorsese le das a un Joe Pesci casi retirado, a Robert de Niro tratado con GI y a Al Pacino haciendo de líder exaltado para que interpreten a un grupo de representantes del crimen organizado de posguerra en una historia que se alarga durante tres horas y media ¿qué puede suceder?.


Probablemente una película magnífica.


Y entonces vuelves a empezar y la ves otra vez en Netflix. Redondo.

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Published on November 16, 2019 08:19

October 29, 2019

Suave es la noche

Suave es la noche. Francis Scott Fitzgerald. Trad. Rafael Ruiz de la Cuesta. Barcelona: Alfaguara, 200


Equilibrios

Hay un momento en el tramo final de esta suave y alargada novela de F. S. Fitzgerald en el que un personaje masculino, no desvelaré cual, alardea de su capacidad para hacer el pino e impresionar con ello a las mujeres de su entorno; con ello también se impresiona a sí mismo y valora, llegado a ese punto, de qué le ha servido esa facultad, ese “don” durante sus años de juventud ahora que toca la madurez con los dedos de las manos.


Suave es la noche, triste y cierta como ciertos son sus desgraciados personajes inspirados en las vidas de Francis Scott y Zelda y varias parejas de amigos con los que disfrutaban de la Costa Azul cuando tocaba, trata de lo que merece la pena y lo que no, de aquello que suma y aporta algo en la existencia y aquello que, aunque en un momento dado haya brillado con fulgor joven y envidiable, en realidad, pasado el tiempo se desdibuja y desaparece.


Narrada desde una tercera persona impasible que desgrana a su ritmo los entresijos de lo que realmente sucede en la vida del matrimonio compuesto por Dick Diver y su esposa Nicole Warren, Suave es la noche describe el antes, el después y el durante de ese amor tan loco, intenso y cruel como cualquier otro en una época empapada por el exceso y el miedo.


El matrimonio se precipita en una pendiente hacia el vacío. En la cúspide de esa montaña quedan los recuerdos de una popularidad y un éxito social de los que marcan los apellidos y en el límite de la ladera, abajo del todo, la más absoluta de las desdichas. Son dos, pero Dick Diver es quien vuelve la vista y sopesa en la balanza de las prioridades, quien hace balancear su eje y comprende qué es lo que ha pasado, cuáles han sido los errores y de qué no merece la pena arrepentirse jamás.

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Published on October 29, 2019 05:37

October 27, 2019

Las lealtades

Las lealtades. Delphine de Vigan. Trad. Javier Albiñana. Barcelona: Anagrama, 2019


Las respuestas

Tras leer su última novela, arrastrada por la curiosidad y la congoja suscitadas en el encuentro compartido para los seguidores de Delphine de Vigan con Elvira Navarro, puedo decir que mis dudas están aclaradas. No, este libro no se parece absolutamente en nada al anterior e hice muy bien en no sacar el tema ni preguntar nada llegada la ocasión de hacerlo.


Las lealtades es breve e incisiva: va al tajo y sin rodeos con varios asuntos de mórbida actualidad y relevancia social. No los enumeraré, destriparía el contenido y no sería de recibo que lo hiciera puesto que la lectura es recomendada.


Entiendo, ahora (imposible haberlo hecho antes de leer la novela) la pregunta de Elvira Navarro respecto al título porque lo de las “lealtades” desconcierta. Pese al párrafo inicial “Las lealtades. Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás…” y aunque, efectivamente, la historia está plagada de personajes vinculados entre sí de una forma que sólo la lealtad puede justificar, sea ésta de la naturaleza que sea (“las leyes de la infancia…, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir…”) aún así son otras las emociones que conectan al lector con la historia y a la sazón se me vienen a la cabeza algunos títulos alternativos como puedan ser los prejuicioslas frustraciones, las sugestioneslas decepciones o los fracasoslos abusos, las injusticias… y sin embargo es Las lealtades.


Una novela de puntos de vista narrativos fragmentados que se alternan, que permiten ver lo que pasa en otros apartamentos, fuera o dentro de los mismos edificios, según las vivencias las tenga un niño o un adulto, una víctima o un acusador, quien esté en lo cierto y quien fantasee demasiado arrastrado por el fantasma de su propio recuerdo.


Sabe a poco.


Duele más.


 

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Published on October 27, 2019 11:58

October 20, 2019

Francesca Woodman. Ser un ángel / On Being an Angel

Francesca Woodman. Ser un ángel / On Being an Angel. Fundación Canal de Madrid. Del 3/10/19 al 5/01/20


Blanco roto

La infancia de Francesca Woodman es descrita por su padre como la de una niña criada “bajo el cielo de las Montañas Rocosas, acompañada de un hermano, dos gatos y clases de piano”. En un texto escrito con motivo de la exposición retrospectiva de la obra de su hija que tuvo lugar en Londres, en 2014, George Woodman se refería a las influencias de la artista, a los factores externos que habían moldeado el ideario creativo de una fotógrafa que, precisamente en el momento álgido de su producción, se había quitado la vida lanzándose por el balcón. Tenía 23 años y había hecho cerca de mil fotografías.


El catálogo de la exposición que estos días puede verse en la Fundación Canal de Madrid recoge ese texto y otras reflexiones de la autora Anna-Karin Palm y la profesora Anna Tellgren que también pueden leerse en las cartelas de la muestra.


Francesca Woodman, artista de los sesenta y setenta, influyente hasta nuestros días, creció efectivamente en un entorno que impulsó su talento: padre pintor y fotógrafo, madre escultora,  hermano videoartista, una casa de veraneo a las afueras de Florencia y varias becas para estudiar con los mejores profesores en centros destacados de Roma y la Colonia MacDowell en Peterborough, New Hampshire.


Sin embargo en su trabajo, lo mismo que en su vida, algo se rompe y algo hiere. El espectador de sus fotografías siente resquebrajarse -igual que lo haría el papel pintado- la comprensión de lo que ella decide plasmar entre luces, sombras y azulados diazotipos. Usa su cuerpo y actúa sobre él, es una mujer portadora a la vez que creadora de sentido y nos deja retratos de desnudos borrosos, modelos sin cabeza y paredes desconchadas entre las que emergen siluetas fantasmales.


La exposición exhibe además una serie de breves cortometrajes en donde la artista experimenta con la presencia y la ausencia de ese cuerpo suyo ante la cámara: se graba y luego sale de campo, se levanta del suelo en donde ha estado tendida  y nos desvela ese espacio que ocupaba y que ahora es puro vacío.


Puro vacío.

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Published on October 20, 2019 06:19

October 19, 2019

Día de lluvia en Nueva York

Día de lluvia en Nueva York. Woody Allen, 2019


Instrucciones para disfrutar de una película de Woody Allen

Me decía mi amiga M. que le intrigaba mucho saber quién le pone las plantas a Woody Allen y, a la sazón, escribí un post hace tiempo. Fascinada por la catarata de interiores perfectos en las ambientaciones de su cine de ahora y de siempre, M., que es observadora del reino vegetal, no podía dejar de fijarse y es bien cierto: hay plantas hermosas por doquier.


Creo que la actitud de M. es la más indicada para disfrutar de las películas de Woody Allen, sobre todo de las de los últimos años. Día de lluvia en Nueva York no es una excepción.


Tal vez habría que relajarse un poco, eso para empezar: este señor lleva más de cuarenta años trabajando de lo suyo y eso está muy bien ¿que nos gustan sus ficus y los ramos de rosas que decoran sus ambientes? Pues uno se relaja y los contempla. No pasa nada.


Luego están las historias.


Algunas son deliciosas y otras no tanto. Hace años que la crítica está esperando al bueno de Allen a la vuelta de la esquina con cada estreno, como lo hacen los abusones en el patio del colegio y él por supuesto ni se defiende. Es Woody Allen, por favor, que haga lo que le dé la gana, ha escrito diálogos tan ingeniosos que han hecho historia, dejen que se coma el bocata tranquilo.


También tenemos el controvertido asunto de los castings.


Sabemos que al señor director le tiran las estrellitas del momento y unas veces la cosa funciona y otras pues no. En Día de lluvia en Nueva York yo diría que sí, que esas caras conocidas interpretando a criajos millonarios encajan muy bien con el aura elitista e intelectual del Upper East – Upper West neoyorkino, ese que tanto le gusta a él y además, Timothée Chalamet cantando “Everything Happens to Me” creo que nos gusta a todos.


Ay, Timothée: el nuevo efebo de moda ejerce de alter ego de Woody Allen, porque siempre tiene que haber uno y en 2019 le ha tocado a él, nada nuevo.


¿Y qué pasa con ellas? Pues que otra vez son guapas y llevan las faldas muy cortas, solo que ahora nos fijamos más, lo cual es interesante y necesario pero no debería sorprendernos.


Un día de lluvia en Nueva York está pintada con los colores de Woody Allen y se disfruta si uno no pierde de vista estos sencillos pasos.


Porque no es la vida y porque son son sus películas.


 

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Published on October 19, 2019 07:11

October 12, 2019

Encuentro con Delphine de Vigan y Elvira Navarro presentando Las lealtades

Encuentro con Delphine de Vigan y Elvira Navarro presentando Las lealtades (trad. Javier Albiñana; Barcelona: Anagrama, 2019)


Que nada se oponga

Me quedo con ganas de preguntarle a Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, Francia, 1966) que si Basada e hechos reales la escribió pensando en que quería que Roman Polanski hiciera una película sobre ella o no, porque recuerdo que esa idea no me abandonó durante toda su lectura pero finalmente no pregunto nada, típico de mí: me limito a asistir atónita a la rueda de preguntas que una Elvira Navarro hiperventilante le lanza desde la silla en la que se sienta a su izquierda. Estamos en el Institut Français de Madrid, son las ocho de la tarde y el auditorio está hasta arriba de bilingües. No es mi caso y tampoco el de mi madre; ambas nos incrustamos sendos auriculares para escuchar la traducción simultánea de Javier Albiñana hasta que me interrumpen con un suave codazo:


─Perdona ¿puedes bajar un poco el volumen? Está muy alto.


Claro que sí, amiga y desconocida: lo bajo. Por ti lo que haga falta.


Giro la ruedecita del aparato y sin embargo se sigue escuchando más alta la traducción que a la autora desde el escenario, vaya, me parece que no soy yo. Nos volvemos para mirar en la fila de butacas a nuestra espalda y, efectivamente, se trata de otra persona.


Elvira pregunta “¿Por qué el título Las lealtades?” y Delphine contesta “lo decidí con mis editores”. Elvira pregunta “¿Cómo te enfrentas al proceso de escritura?” y Delphine contesta “apunto ideas y doy muchas vueltas”. Elvira pregunta y Delphine contesta unas cuantas cosas más.


Se habla mucho de Nada se opone a la noche. Elvira comenta que lo ha leído varias veces y también que ha consultado la Wikipedia y ha descubierto que Delphine escribía sus novelas aprovechando las horas nocturnas, porque la vida no le daba para más. Pregunta que si es eso cierto.


Delphine nos explica que sí pero que eso pasaba antes cuando trabajaba en una empresa en la que estuvo veinte años, que ya no, que ahora no trabaja y sólo escribe.


Delphine tiene dos hijos.


Delphine ha dirigido cine, ha escrito guiones y ha recibido premios.


Se abren los micrófonos y el público pregunta. Delphine contesta. Delphine es muy amable. Alguien quiere saber si siendo mujer le ha resultado muy difícil escribir y dirigir.


Estamos en el auditorio del Institut Français de Madrid, son cerca de las nueve de la noche de un miércoles de octubre de 2019, siglo XXI.


Delphine contesta:


“Cuando estoy bloqueada vacío el lavaplatos”.


Mierda: tenía que haberle preguntado por lo de Polanski.

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Published on October 12, 2019 07:57

La novela de la Costa Azul

La novela de la Costa Azul. Giuseppe Scaraffia, trad. Francisco Campillo. Cáceres: Periférica, 2019


Joie de vivre

Hace unos días se pasó mi amigo D. por la librería y me pidió que le recomendase una biografía. Aunque venía a por un cuento infantil, me preguntó y y no supe qué decirle. Me pilló desprevenida, como lo estoy tantas veces cuando me toca desempeñarme detrás del mostrador en la “pecera” de álbumes ilustrados y colecciones para primeros lectores en donde trabajo los fines de semana.


Pues bien, D., querido: lee La novela de la Costa Azul; no es una biografía, son un ciento y las disfrutarás como se disfrutan las descripciones de anécdotas y lugares cuando parece que le sucedan a uno mismo al bajar a la playa o al tomarse una copa en el sofisticado bar del pueblo, exactamente así. Es contagiosa.


Giuseppe Scaraffia (Turín, 1950) actualmente profesor en una universidad romana, al parecer escribió una tesis sobre Denis Diderot y esa rebuscada idea ilustrada de la felicidad que invade al hombre en cuanto conoce, comprende, descubre y amplia su saber sobre las cosas de la vida. Imagino que algo de ese trabajo académico se contagia en sus escritos, al menos: bastante de ello se plasma en éste.


Merece la pena leer La novela de la Costa Azul con un ordenador al lado y con la Wikipedia abierta; conviene, insisto, buscar a los artistas que el autor menciona como excusas para recorrer esa Côte d’Azur pueblo a pueblo, capítulo a capítulo de las vidas fragmentadas de los “invasores” de la Riviera francesa. Ponerles caras y antecedentes a esos personajes reales ayuda al lector a recrearse en un texto que es, por todo lo que cuenta y el modo en que lo hace, puro divertimiento.


Puede que uno sea más feliz después de leerlo y hasta puede que el motivo sea que se conoce un poco más de algo, de alguien, de aquellos intelectuales excéntricos (unos más que otros) que entre finales del siglo XIX y comienzos del XX llegaron y se quedaron por una temporada en la costa mediterránea de Francia para aprovecharse de ese cielo y ese mar tan azules y hacer de ese lugar el entorno perfecto para beber, crear, discutir, escandalizar y dejar su huella.


Hemingway, Joseph Roth, Picasso, Zweig, los Fitzgerald, Coco Chanel, Romain Gary y Jean Seberg, André Gide, Kiki de Montparnasse… están todos, no falta nadie, quizás el lector, que ya le gustaría.

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Published on October 12, 2019 06:51

October 5, 2019

Joker

Joker. Todd Phillips, 2019


In his shoes

El ojo que ves no es

ojo porque tú lo veas;

es ojo porque te ve.


(A. Machado, Proverbios y cantares)



Te creemos, Joker, estamos contigo. Inspirarás a hordas de salvajes ciudadanos y liderarás el crimen organizado; otros tomarán tu ejemplo y ejercerán el mal en todas sus formas y con todas sus consecuencias pero es que la vida te ha hecho así y es dura, durísima, tío. Aquí estamos todos como regaderas.


Te vemos, we feel you. Das mucha pena.


En Joker Joaquin Phoenix es un histrión asesino y además de interpretar a un demente es capaz de bailar como tal. Subrayo: bailar, moverse al ritmo de una música que está en su cabeza y retumba en la sala de cine, cerrar los ojos y dejarse ir con los codos, con las rodillas, con el arco de su espalda. Un loco. Un enfermo mental.


Y es gracias a esa sutil manera de plasmar la falta de contacto con el suelo sensato lo que permite al espectador de Joker entrar hasta la cocina del protagonista: la sonrisa se maquilla y se emborrona, la carcajada se vuelve patológica y la familia el lugar menos seguro.


Opinen los lectores de Batman sobre el modo en que los motivos de este villano son tratados en relación al relato germinal del héroe de su cómic, yo no me meto, pero diré que me parece poco invasivo respecto a la trama que atañe al millonario vengador y que la cosa se agradece: él va por un lado y Bruce Wayne por otro.


Luego está lo de la desmesura en la preparación física para interpretar a un determinado personaje que es ya una práctica más que habitual en la carrera hacia los Oscars de los tiempos más recientes. Joaquin Phoenix se sube al carro, claramente, y en Joker nos demuestra que, si él quiere, puede ponerse a perder kilos y ganar credibilidad hasta que nos duela verle el hueco entre las costillas y el estómago. Lo consigue y el resultado impresiona.


Copias, plagios y casualidades a gogó pero eso da para otro comentario y a mí, ya no me afecta.


 

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Published on October 05, 2019 09:30