María López Villarquide's Blog, page 28

April 13, 2020

Sobre el cierre del blog “El Infierno de Barbusse”

Cierre del blog El infierno de Barbusse 2012-2020


El final del otoño

Llevo compartiendo impresiones de lecturas en este espacio desde el año 2009. Lo comencé motivada por los consejos de un profesor en una escuela de cine infame a la que asistí durante 6 meses, en Barcelona.


Entonces yo quería escribir sobre películas y con tal fin inicié La mano que escribe con pluma, pero el asunto se me fue de las manos y, poco a poco, las lecturas se hicieron con el sitio, lo llenaron todo de cajas, ocuparon rincones, empezaron a cambiarme los muebles de sitio y, como diría Coque Malla “colgaron su bandera, traspasaron la frontera” y se convirtieron en “las reinas”.


En el año 2012 yo ya dedicaba este blog casi por completo a la literatura. Me fui a vivir a un lugar solitario y en unas condiciones tales que me vi con tanto, tantísimo tiempo para leer que cuando lo recuerdo el confinamiento de estos días me suena a déjà vu, fíjense.


Yo leía y luego escribía sin pensar en quien pudiera dar con sus atenciones en La mano que escribe con pluma, porque en 2012 ya casi nadie leía blogs, la verdad sea dicha, así que en un ejercicio de organización que recomiendo a cualquiera opté por escribir para mí.


Fue ese año cuando descubrí el blog de Jesús J. Pelayo, durante el otoño y cuando estaba a punto de comenzar uno de sus otoños. Entonces todo cambió.


El infierno de Barbusse era como tener en el ordenador un profesor de literatura de los buenos, de los que se preocupan por que sus alumnos entiendan lo que leen y lo enganchen a sus vidas, a sus preocupaciones, a sus recuerdos, a sus deseos. Participé de principio a fin en dos de sus monográficos, uno dedicado a Flaubert y otro a Tolstói; luego me dediqué a otras cosas y le pasé las coordenadas a mi madre quien, desde ese día, se entregó por completo a todas las lecturas guiadas, actividades, recomendaciones y audaces concursos planteados por Jesús J. Pelayo.


Han pasado 8 años y esta mañana me he enterado por twitter de que El infierno de Barbusse se cierra para siempre.


En esta entrevista, su autor toma prestadas las palabras de Unamuno y asegura que “es preferible sacudir las entrañas o las cabezas de cuatro semejantes, a ser aplaudido y admirado por cuatro millones de imbéciles”.


Tal vez no le falte razón, es probable que la tenga toda pero la noticia me entristece y he venido aquí para contarlo.


Agradeceré siempre el trabajo y el esfuerzo volcados en la creación de un blog como el suyo, señor Pelayo, un blog para los demás que le garantizo que, al menos en esta familia, se ha aprovechado y disfrutado mucho.


Saludos y hasta siempre.

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Published on April 13, 2020 07:35

April 8, 2020

Los Pazos de Ulloa

Los Pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán, 1886. Madrid: Alianza, 2004


Lo que la naturaleza esconde

“Y así pasa el tiempo, con uniformidad, sin dichas ni amarguras, y la placidez de la Naturaleza penetra por el alma de Julián: piensa más en lo que le rodea, y se acostumbra  a vivir como los labriegos, pendiente de la cosecha, deseando la lluvia o el buen tiempo como el mayor beneficio que Dios puede otorgar al hombre, calentándose en el lar, diciendo misa muy temprano y acostándose antes de encender la luz, conociéndose por las estrellas si se prepara agua o sol, recogiendo castaña y patata”.



Si La madre Naturaleza, publicada un año después, es una continuación de esta novela no parece casualidad que la autora escogiera este título, animada tal vez por la fatal imposición de los acontecimientos naturales en la vida de las personas que determinan, inevitables, su devenir. La vida sucede y las personas evolucionamos en nuestro camino al ritmo que impone esa naturaleza que nos ha parido.


Los Pazos de Ulloa, ejemplo de ese naturalismo que rompía y rasgaba a finales del siglo XIX y que parecía insultar a los románticos con sus insatisfacciones y anhelos espirituales de índole superior es una historia de un paisano, un capellán que no ha hecho mal a nadie y asiste a las desgracias ajenas como testigo pero que, aunque trata por todos los medios de no implicarse, acaba pringando las consecuencias y tomando parte. No hay santos ni inocentes en este argumento pero sí un rudo retrato de las injusticias derivadas del caciquismo y las víctimas consecuentes: política amañada por ricos que no saben tratar asuntos de Gobierno y clases sociales empobrecidas que no levantan cabeza por culpa de estos señores empeñados en gobernarlos.


Emilia Pardo Bazán, señora sabia y decidida, conocedora del mundo aristócrata al que pertenecía desde la cuna corta con un cuchillo el espacio que podían compartir los personajes pobres y los ricos, los del pueblo y los de la ciudad y en cada uno de ellos, a su vez, traza parcelas en donde se dan cabida las cuitas de los hombres y las de las mujeres, recovecos de culebrón, aventurillas que, al fin y al cabo, puede esconder la Naturaleza.

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Published on April 08, 2020 09:47

April 4, 2020

Concurso de historias sobre nuestros héroes #NuestrosHéroes

Son días para participar en concursos como el que propone www.zendalibros.com así que aquí vamos:


Superman


Jacobo se arrastra por el parquet. Lleva una hora desperdigando piezas de su desmontable y el suelo ya no le parece una superficie estimulante para levantar torres de control, buques de carga ni garajes verticales. Ahora él rueda hacia la alfombra y su pijama de la patrulla X se le enrosca en las rodillas: hace dos días que no se lo cambian y a nadie parece importarle.


A su lado, sentada en el sofá de dos plazas, su hermana Teresa ojea una revista, pasa las páginas y se detiene en párrafos que antes no le habían llamado la atención para leerlo todo y rebañar las frases. Apura los contenidos como si fueran los últimos.  Tal vez lo sean, quizás no se vuelva a publicar más prensa en un tiempo, no se sabe cuánto. Se fija en una fotografía a doble página aunque no atina a discernir de qué se trata: es un anuncio de una nave, un prototipo futurista. Teresa abandona la revista sobre el sofá.


Cae la tarde y es casi la hora en la que la madre se dispone a preparar la cena: unas barritas de merluza empanadas que van del congelador a la freidora, una ensalada de tomates y queso fresco, unos yogures de limón para quien le apetezca postre. La tortilla francesa fue ayer y la carne tocará mañana, conviene no repetirse, es preferible no caer en la rutina y todo debe estar listo antes de las ocho porque los aplausos no se los saltan nunca, es el momento más divertido del día, sobre todo para el pequeño Jacobo y ¿quién puede quitarle la ilusión a un niño de cinco años?


─¡Mamá, corre! Hay un señor en el tejado ¡mira!


Virginia retira las barritas de merluza de la bolsa y las deja en una fuente mientras se calienta el aceite. Sale de la cocina para ver a qué se refiere su hija con ese grito.


─Cuidado, no salgáis ¿me has oído, Teresa? Cierra la ventana ─Para cuando llega al salón los dos están asomados, el pequeño mete la cabeza por los barrotes, quiere ver mejor lo que sucede en un edificio a lo lejos, en uno de los bloques de enfrente donde, al parecer, un hombre se ha subido a la azotea. Virginia les llama nerviosa ─¡Teresa! que cierres la ventana ¿cómo tengo que decirlo?─. Da un par de zancadas y toma al pequeño por los brazos para arrastrarlo hasta el interior del salón; su hija, mientras tanto, retrocede unos pasos y cierra la ventana obediente.


─Sólo queríamos ver qué pasaba. Los vecinos hablaban y he pensado que se trataba de los aplausos pero todavía queda un cuarto de hora para que empiecen─. Teresa se justifica por haber salido antes de tiempo al balcón, por permitir en un descuido que su hermano pequeño se encaramara a los barrotes─ Jacobo no ha hecho nada.


─Pues si no ha pasado nada haz el favor de tener más cuidado que éste se nos escapa─. Virginia revuelve el pelo al pequeño y regresa a la cocina en donde el botón de la freidora indica que ha alcanzado la temperatura correcta y ha pasado del rojo al verde.


─Poned la mesa que ya está casi lista la cena y no hagáis caso, seguro que se trata de un técnico de la antena o un electricista que vendrá reparar algo.


Los dos hermanos llevan cubiertos y vasos al comedor; en cada viaje desde la cocina aprovechan para lanzar miradas furtivas a través de la ventana. El jaleo de los vecinos es cada vez mayor y aunque Jacobo ya está entretenido ayudando a su madre, Teresa aprovecha para fijarse: no le parece un operario, es una silueta más grande que la de un hombre con uniforme de trabajo y parece que vaya envuelto en algo, una especie de manta. Tiene los brazos cruzados bajo el pecho como si vigilara.


Cuando por fin dan las ocho y la mesa está puesta salen los tres al balcón para sumarse a los aplausos de cada tarde. Teresa toma a Jacobo de la mano para que el chiquillo no trepe por la barandilla y la hermana mayor observa al misterioso personaje de la azotea. Se oyen comentarios a ambos lados de la calle, algunos preguntan y otros increpan al desconocido pero él no se mueve.


─Mamá ¿es un pájaro? ─El dedo diminuto de Jacobo señala la figura del tejado mientras pregunta.


Teresa no sabe qué responder e inicia sus aplausos. El niño la sigue y pronto toda la calle se funde en la ovación diaria.


Virginia se ha retirado y regresa al salón para tomar de nuevo la revista que había dejado sobre el sofá abierta por la fotografía a doble página de la nave; la mira y murmura para sí “es un avión”.


En ese momento un murmullo de llaves al rozar la cerradura la saca de su ensimismamiento; la puerta de entrada se abre y aparece su padre. Sonríe al retirarse la mascarilla en cuanto ve a Teresa en mitad del salón. Saluda a su hija con la mano, deja el abrigo en el perchero de la entrada y de un puntapié se desprende de los zapatos y les pasa un trapo húmedo por la suela antes de quitarse también los guantes de vinilo y tirarlos a la basura. Ella le devuelve la sonrisa y lo saluda, sigue a su padre con la mirada mientras él camina hacia el baño para lavarse las manos.


─¡En el hospital hemos dado de alta a otros dos! ─Grita el padre al otro lado del pasillo mientras corre el agua del grifo.


Una lágrima de alegría y esperanza se asoma en el rostro de Teresa que vuelve la vista por última vez a la azotea en busca de la figura robusta envuelta en su capa, pero allí ya no hay nadie vigilando.

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Published on April 04, 2020 10:00

March 29, 2020

El libro y la hermandad

El libro y la hermandad. Iris Murdoch, 1987. Trad. Jon Bilbao. Madrid: Impedimenta, 2016


El pájaro azul


En el acto final del ballet La bella durmiente, uno de los más populares del repertorio clásico de todos los tiempos, durante la celebración de las bodas de la princesa Aurora con el correspondiente príncipe aparecen varias parejas de invitados que ejecutan sus respectivas coreografías de pas de deux con variación independiente; todos son personajes de otros cuentos infantiles como “Caperucita Roja”, “El gato con botas” o “El pájaro azul”.


Para quien no lo sepa: “El pájaro azul” es un cuento infantil que en tiempos de Charles Perrault debió de ser muy popular. Largos años de mi infancia (en la era pre-internet) se centraron en la búsqueda del argumento de dicho cuento. Gracias a mi madre, cuya labor investigadora nunca me cansaré de alabar, pudimos concluir que trataba de lo siguiente: princesa enamorada de muchacho pobre y rey padre que descubre el idilio y los separa para que, tiempo después, una hechicera se apiade del chico vagabundo y lo convierta en pájaro azul que pueda visitar a su amada cada noche y cantarle desde la ventana.


Pues con El libro y la hermandad, al igual que con las demás novelas que conozco de la autora (si hay ganas, hay por aquí entradas sobre El unicornioEl mar, el mar,Bajo la red y la conferencia Iris Murdoch, en su centenario) me sucede algo similar a lo que sucede con los cuentos de hadas: que lo mágico se traslada a lo humano y el chismorreo entre colegas se vuelve narración de peso. Ese colectivo de amigos, antiguos compañeros de Universidad que se reencuentran una noche de verano en la que todo, de nuevo, se complica, a mí me parecen pájaros, algunos aves majestuosas y otros pajarracos asilvestrados pero todos criaturas con necesidad de batir alas y arrancarse a volar hacia donde sea.


La intensidad de la juventud y el estallido multicolor de la década de los ochenta se mezcla con los rencores de las expectativas no cumplidas y los desengaños amorosos. Todos los personajes de El libro y la hermandad tienen motivos para querer huir o para preferir quedarse y casi todos esconden algo: uno de ellos, la figura fascinante y casi sagrada que acostumbra a incluirse en las novelas de Murdoch, debe escribir un libro financiado por los demás y con ese pretexto se revoluciona el universo a un lado y a otro de los barrotes de esa jaula vital que los contiene a todos.


Si el pájaro azul, víctima de la desigualdad de clases, se consuela trinando para siempre en la ventana de la princesa Florine  los hombres y mujeres cuyas infidelidades y ambiciones sostienen la enredada trama de El libro y la hermandad aceptarán su destino con mejor o peor fortuna, muchos a picotazos. La batería de saltos del primero (aquí un enlace por el Royal Ballet de Londres) es, a día de hoy, uno de los ejercicios más complejos para un bailarín clásico y esta novela, por su parte, una de las cumbres de la narrativa de Murdoch según la contracubierta de esta edición; a Iris Murdoch incluso la incluyó el señoro Bloom en su súper canon de autores conque filigranas y virtuosismos están servidos y redactados.


Y una última cosa: lean por favor el postfacio de Rodrigo Fresán, un grandioso hacedor de alicatados literarios que embellece y saca lustre como nadie a obras ya magníficas. Esta creo que lo es.

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Published on March 29, 2020 04:25

March 16, 2020

Reloj sin manecillas

Reloj sin manecillas. Carson McCullers, 1961. Trad. Mariano Antolín Rato. Bruguera: Barcelona, 1984


Lo que flota

… en el limbo en que vivía, a la espera de la muerte, Malone estaba obsesionado con el tiempo. Siempre atosigaban al relojero, quejándose de que su reloj marchaba con dos minutos de retraso o tres de adelanto.


─Ya repasé este reloj hace un par de semanas. ¿Adónde vas para tener que llevar la hora tan exacta como la de los trenes?


La rabia hizo que Malone apretara los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos y juró como un niño enfadado:


¡Qué demonios te importa adónde voy! ¡Qué coño te importa!



En el aire un tipo de virus hasta ahora desconocido del que debemos protegernos e insisten, los que saben: que hay que cuidarse de él porque es “el octavo pasajero”. Más allá de los visillos los balcones el buen tiempo inexplicable, las ganas de seguir como si esto fuera algo normal algo a lo que acostumbrarse. Una nube de incertidumbre nos impide ver qué hay después, debajo, tocando el suelo que pisamos con nuestros piececitos cotidianos y entonces leemos y lo que leemos es, más que nunca, aquello que nos acompaña.


Hacía meses que no me pasaba por el escritorio de esta página web, porque he estado muy ocupada dedicando mi tiempo a perderlo en mi trabajo y ahora que tengo lo primero porque ya no tengo lo segundo, me decido y leo el último libro que compré a una amiga librera, uno de Carson McCullers, el último que escribió antes de morir.


Reloj sin manecillas parece estar hecho con la pasta de la muerte pero entiéndanme: no porque sea sórdido, lúgubre o siquiera contagie un ánimo oscuro al lector sino porque sus personajes conversan e hilvanan las tramas de sus vidas con el peso de esa muerte flotando sobre ellos de manera constante.


Ambientada en una pequeña población de Ohio en la década de los cincuenta, Reloj sin manecillas plantea los miedos y las incertidumbres de cuatro hombres que huelen la muerte a la vuelta de la esquina. La historia obliga a los cuatro a reubicar sus prioridades, a descubrir los escondrijos en los otros habían guardado sus respectivas miserias y a abrazar ese cese de la vida como un estado natural que también forma parte de la existencia.


Lo mismo a la hora de describir la forma en que un personaje se prepara unos huevos escalfados con tostadas que los pensamientos de un huraño y racista juez sentado en la intimidad de su retrete, Carson McCullers (Columbus, Georgia, 1917 – New York, 1967) afila de nuevo sus palabras y hiere, acierta y despierta al lector con ellas.


Una novela que entra y sale del prejuicio, la intolerancia, el racismo y la homofobia para tratar asuntos como la aplicación de la justicia en esos EEUU del sur durante el siglo pasado y quizás, también, durante éste.


Que uno cree que puede controlar el curso de su vida como el de las manecillas de su reloj y lo cierto es que, a veces, los relojes simplemente adelantan, atrasan o dejan de funcionar y todo lo demás flota.

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Published on March 16, 2020 06:27

January 19, 2020

Érase una vez en Hollywood

Érase una vez en Hollywood. Quentin Tarantino, 2019


Como desees


Cuentan que Quentin quiso declarar su amor al mundo del cine rodando una película inspirada en la leyenda, la magia y las fascinación que Hollywood alimentó en mentes como la suya (y la nuestra) con sus producciones durante las décadas de 1960 y 70. Algunos creen que lo consiguió y otros que se quedó a medias porque olvidó, con tanto bombo y tanto platillo, que debía introducir una historia en esa declaración apasionada a su adorado cine hollywoodiense retro.


Sea como fuere, no hay duda en que Quentin nos cuenta un cuento, uno de hadas pícaras y dragones que viven para hacer el mal a su alrededor, uno de caballeros guapos como retablos medievales y escuderos todavía más apuestos que se encargan de cuidar del castillo, dar de beber al corcel y proteger a su amo y señor de los monstruos malintencionados; un cuento de hermosas princesas imaginadas que se parecen a otras reales aunque no tanto como para hacerles sombra a éstas y confundirnos.


Con sus cosas buenas y sus cosas malas, Tarantino bebe de sí mismo una vez más: después de revolver la mezcla ─sin agitarla─ se traga sus ritmos musicales exóticos y pegadizos combinándolos con actores y actrices de los que no pueden trabajar mal ni aunque se lo propongan; toma la realidad, se limpia el culete con ella, lo pringa todo de sangre bien viscosa y tachán: sale una peli suya.


Una peli que a mí no me ha gustado, que he tardado seis meses en ver porque temía y sospechaba lo que finalmente me ha confirmado así que todo bien: el bofetón llega pero si una lo ve venir se hace más fácil esquivarlo y no duele.


Colorín colorado.

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Published on January 19, 2020 07:52

January 5, 2020

Últimas tardes con Teresa

Últimas tardes con Teresa. Juan Marsé. Barcelona: Random House, 2010


La belleza amueblada

En sus orígenes el Premio Biblioteca Breve se concedía a jóvenes autores con cuya obra se aspiraba a contribuir a la renovación de la literatura europea del momento, decían; en 1965 dieron el premio a una novela que arranca casi diez años antes, lejos de todo en cuanto a voces, tramas, mensajes y conclusiones. Últimas tardes con Teresa es una de las más grandes historias de la posguerra, decían.


Hoy, de la novela de Juan Marsé se sigue pensando lo mismo.


Contada por un observador externo que se mete en el bolsillo al lector desde el primer párrafo y a ratos, también por voces interiores de sus personajes, Últimas tardes con Teresa sube y baja continuamente de la sociedad burguesa y pudiente a lo más bajo de un arrabal ubicado curiosamente en lo alto de una montaña, entre barracas y descampados: de San Gervasio al Carmelo y de ahí a la playa de Blanes que se reserva a los ricos, a los pijos en esa Cataluña de posguerra y franquismo tan añeja ya.


Y el Pijoaparte.


El personaje protagonista, Manolo Reyes, recibe un mote que llega a definir a toda una estirpe de chulos delincuentes y canallas de atractivo indiscutible pero también patéticos rebeldes que tenían demasiada causa para serlo: pobres inmigrantes que buscando un trabajo topaban con los medios menos adecuados para conseguirlo.


Y Teresa.


La bonita niña bien que adopta una pose de concienciada con la causa política contraria al régimen de Franco, la muchacha que vive de verano en verano y de curso en curso de la Facultad tonteando con el gran riesgo de su generación, el que suponía perder la virginidad antes de tiempo o quien fuera más inconveniente.


Últimas tardes con Teresa es un motivo para admirar a los buenos escritores, esa gente capaz de conducir al lector hacia el interior de sus propios recuerdos y sus creencias con una simple o elaboradísima ficción. Esa gente.


Una novela en la que la luz se derrama sobre cajas y algunas chicas van más “amuebladas” que arregladas; un retrato de clases sociales incompatibles que se empeñan en mezclarse y que tuercen la vida de los que menos culpa tienen, como sucedía antes y como sucede ahora.

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Published on January 05, 2020 13:08

December 28, 2019

Mujercitas

Mujercitas. Greta Gerwig, 2019


Perspectiva (de género)

No hay navidades suficientes en esta vida para abarcar las veces en que nosotras (o nosotros) nos dejamos caer frente al sofá para ver una vez (y otra y otra) cualquiera de las adaptaciones al cine que hay de Mujercitas. Ciento cincuenta años después de la primera publicación del libro de Louisa May Alcott llega Greta y le da la vuelta al clásico.


Greta Gerwig (Sacramento, California, 1983) consigue con el guión y la dirección de su Mujercitas que la historia tantas veces contada de esas hermanas con perspectivas opuestas sobre sus vidas nos parezca nueva o, al menos, lo bastante fresca y renovada como para sorprendernos.


Ella dice que es una obra “cubista”; sugiere interpretar los textos de 1868 y 1869 como el relato de una multiplicidad de puntos de vista en la misma historia, a la vez, como los cuadros de Braque o Picasso. Esas hermanas quieren cosas diferentes, aspiran cada una a un objetivo distinto y sufren por motivos que poco tiene que ver entre sí y todos se dan al mismo tiempo. Para transmitir ese efecto, ese golpe visual equívoco y algo confuso pero simultáneo, la directora se atreve con saltos temporales que hasta ahora no se habían contemplado en ninguna de las adaptaciones y logra, con ello, lo que se propone: la ruptura y la vanguardia misma.


Con el final nos quitamos el sombrero.


Mujercitas es, igual que lo fue Ladybird, un trabajo de autora, un ejemplo de dirección a la manera única y genuina de Greta Gerwig, con todo el carisma y encanto personales que desprende en sus interpretaciones aunque, tal vez, le sobre o tropiece contra esa chispa atractiva que la envuelve por completo, la aparición de Emma Watson. A mí, desde luego, me sobra del todo.


Jo y Laurie, como ya sucedía en las anteriores adaptaciones, sostienen el eje argumental pero no son sus trayectorias las más interesantes de la trama y desde luego, no es su romance accidentado lo que mantiene al espectador atrapado a medida que avanza la película. Son Saoirse Ronan y Timothée Chalamet quienes embaucan al espectador y es, por encima de ellos, Florence Pugh quien arrasa con todo y demuestra que tanto infantil y caprichosa como adulta y madura, un mismo personaje puede convencer a sus espectadores.


¿Feminismo? El de Greta sí, el que pone en boca de Jo, desde luego, el que escribió Alcott mejor llamémoslo rebeldía, irreverencia o extrañeza de la época.


Según cómo se mire.

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Published on December 28, 2019 07:08

December 18, 2019

33º Certamen Coreográfico de Madrid. Lingua, Compañía Natalia Fernandes. Premio de la Crítica.

Lingua. Coreografía: Natalia Fernandes. Intérpretes: Isabela Rossi y Fran Martínez. Música: Gyorgy Ligeti y Frank Sinatra. Compañía Natalia Fernandes. Madrid, 13/12/19


Extraños y silentes

Estudios científicos aseguran que es durante el sueño nocturno cuando las ideas se procesan y el cerebro asimila la información absorbida durante el día. Dicen que sólo al alejarnos y tomar perspectiva es cuando podemos comprender lo que nos confunde y que la Tierra vista desde la Luna relativiza la importancia de los problemas cotidianos hasta volverlos insignificantes.


La coreografía ganadora del premio de la crítica en el 33º Certamen Coreográfico de Madrid y del premio UC3M precisa ser reposada: ha de verse y escucharse incluso en sus espacios sin música ni movimiento para, a continuación, dejar que se complete con tranquilidad dentro de una. Sólo así llega adonde debe. Sólo así se comunica en la misma medida que lo hace el lenguaje humano.


Dos extraños en esa noche que a veces es la oscuridad del escenario (no en vano, arropados durante unos minutos por la voz de Frank Sinatra) se encuentran, se reconocen y se acercan para intercambiar sus cuerpos por medio de los sentidos. Isabela Rossi y Fran Martínez pasan del desconocimiento al éxtasis con el olfato, el gusto, el tacto y la vista y es esa brutal confluencia de las energías de ambos la que impacta y confunde al público. Los gemidos de los dos bailarines los convierten en animales, sus instintos rozan el suelo y, al deslizarse entre sí, ambos cuerpos cuentan al espectador una historia.


Esa historia no se comprende hasta que no ha pasado cierto tiempo desde el primer encuentro, mucho después de que Frank Sinatra calle y los deje a ambos exhaustos y jadeando recién apagadas las luces.


Así, el mensaje se completa y la lengua cumple su función.


En 1995, Jiri Kylian traía a una pareja de bailarinas que, con la fluidez de las plantas acuáticas, se comunicaban sin tocarse; Bella Figura apelaba a la belleza pura de la desnudez física y el barroco musical y enfrentaba a esas dos siluetas para mostrar su peculiar modo de comunicación. Podría decirse que la creación de Natalia Fernandes recuerda ese mensaje pero desprovisto de efectos y embellecimientos: sus dos figuras simplemente están, quieren hablarse y, aunque no saben cómo, se sirven de los recursos a su alcance, aprenden a manejar los sentidos y acaban en posesión el uno de la otra y viceversa.


Nos quedamos mudas, igual que si despertáramos de un sueño o lo viéramos todo desde lejos.


María López Villarquide

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Published on December 18, 2019 08:48

December 1, 2019

Mantícora

Mantícora. Robertson Davies. Trad. Miguel Martínez-Lage. Barcelona: Libros del Asteroide, 2006


El hombre en busca de (mil millones de años) de sentido

Si con el primer volumen de su trilogía la mirada del lector se volvía hacia el que no era centro de interés (o al menos no lo parecía) en la historia de los tres amigos del pueblo canadiense de Deptford, con este segundo libro se hace un alto en el camino y se profundiza en la mente de David Stauton mientras él asiste a sesiones de terapia jungiana para comprenderse, para comprendernos.


David Stauton a veces sueña con matícoras y, en un acceso que él considera desesperado, acude a Suiza para tratarse de una dolencia psíquica que lo mantiene obsesionado con la muerte de su padre, el multimillonario Boy Stauton, a quien los lectores ya hemos conocido en la primera novela de la serie. Detalles que conectan con hitos propios del cine clásico (Rosebud, Rosebud…) y una profundidad reflexiva muy del estilo de John Irving o el Javier Marías de los años en los cuales yo lo leía (¿hace quince? ¿veinte?) dan a Mantícora el carácter esperado.


“la gran tarea que nos espera consiste en llegar a ver a las personas como son, sin que las velen y nublen los arquetipos que llevamos dentro. No se trata de andar en busca del gancho idóneo para colgar a cada una”.


El hijo de aquél que había lanzado una bola de nieve “envenenada”  a Ramsay y que, por error, había impactado en la señora Dempster provocando el prematuro parto del pequeño Paul se empeña en investigar y, después de descender a las cavernas más oscuras y tenebrosas, acaba cubierto de mierda (los dos conceptos se dan en un magistral juego literal y figurado casi a la vez).


Este volumen se centra en las sesiones de terapia a las que se entrega con devoción y sacrificio el narrador, David Stauton, e invita a divagar por las generalidades de la psique de todos nosotros que nos creemos tan diferentes y, sin embargo, nos parecemos tanto en nuestras reacciones, nuestros miedos y nuestras rabias patológicas: no sólo somos lo que aprendemos sino que proyectamos en los demás lo que ya conocemos de antemano:


“¿No sabe usted lo que es el fanatismo? Es sencillo: se trata de un exceso de compensación frente a la duda”.


El granito rosa de Canadá puede tener hasta mil millones de años y por eso es inútil aferrarse a un pedazo y asumir que sea “nuestro”: ya estaba ahí, llevaba un buen rato y ahí seguirá cuando esto se termine para nosotros.


Parece un ejemplo al azar pero no lo es, el libro explica el resto.

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Published on December 01, 2019 10:18