María López Villarquide's Blog, page 26
October 27, 2020
El mito de la belleza
El mito de la belleza. Naomi Wolf. Trad. Matilde Pérez. Madrid: Continta Me Tienes, 2020
No estamos bien
Hola a todas: ojalá poder llegar a vosotras. Sabemos que la cosa está mal a todos los niveles pero nosotras vamos bien, hemos mejorado, tal vez podamos relajarnos y dejar que todo siga su curso natural sin insistir, reclamar, recordar y subrayar lo que otras antes que nosotras hicieron por nosotras y también, por supuesto, por ellas.
Qué equivocadas estamos.
En 1991 Naomi Wolf (San Francisco, California) tenía 29 años. A esa edad publicó el que sería un texto revolucionario para la construcción del imaginario feminista de la época acuñado bajo el término “tercera ola”. El mito de la belleza dio la vuelta al mundo y vendió abrumadoras cantidades de ejemplares. Amas de casa de mente abierta, altas ejecutivas de empresa y distinguidas miembros de academias y universidades, hijas de una sociedad que había sido ahogada por el machismo se asomaron a la lectura de un texto que les explicaba que tal vez, entonces, mientras leían esas páginas, convencidas de que toda injusticia contra ellas había sido superada, existía sin embargo una nueva amenaza en curso.
La llamada “dama de hierro” que describía Naomi Wolf en aquel texto encarnaba una serie de presiones sociales, económicas e incluso legales que se ejercían deliberadamente sobre las mujeres y bajo su propio consentimiento porque no se daban cuenta. La belleza alcanzaba el estatus de objetivo ideal e imprescindible para que una mujer pudiera lograr el éxito a todos los niveles en la sociedad; competía por ella, se enfrentaba a las otras y lo más terrible: ignoraba que lo estaba haciendo autodestruyéndose física, moral y psicológicamente por el camino. Esa dama de hierro había dejado a las mujeres que habían vivido los años 70, 80 y se adentraban en los 90 completamente agotadas pero gracias al texto de Naomi Wolf abrieron los ojos al motivo y comenzaron a cabrearse mucho.
Año 2020. El mito de la belleza, traducido por Matilde Pérez en una nueva edición de Continta Me Tienes está de nuevo entre nosotras; puede que no se hubiera ido del todo pero, posiblemente, es un momento excelente para hacerle un sitio y que se quede.
Leédlo, por favor, aunque duela.
Aunque creamos que sí, todavía no estamos bien pero llegará un momento en que podamos estarlo y leer lo que dice El mito de la belleza entender que habla de nosotras y de cómo pensamos creo que ayuda.
October 20, 2020
Gente normal
Gente normal. Sally Rooney. Trad. Inga Pellisa. Barcelona: Penguin Random House, 2019
Tormentas
Imagino que llegar a la última línea de Gente normal coloca al lector en un estado de cierto desamparo, incertidumbre y extrañeza; supongo que la cercanía con unos personajes como Connell y Marianne, dos chavales nacidos y criados en un pueblo irlandés durante los años noventa y los dos mil se siente durante la lectura y se pierde, para siempre, en cuanto esta se interrumpe llegado el final y no importa la edad que ese lector tenga, ni sus orígenes, ni la formación académica que haya recibido o el calor afectivo que haya envuelto su vida hasta la fecha.
Creo que nada de eso importa a la hora de dejarse conmover por Gente normal porque todos nos sentimos por un motivo u otro unidos a esas extrañezas que definen la relación de estos dos chicos e identificados con ellos.
Sally Rooney (Castlebar, Irlanda, 1991) dio una lección con su primera novela que vio la luz cuando ella tenía veintiséis años; al año siguiente publicó Gente normal. Que una veinteañera explique a través de diálogos casi encriptados sentimientos profundos y tenebrosos acerca de personalidades depresivas y lo haga tan bien es de extrañar, es raro, pero todavía lo es más que conecte con tantos lectores, tantas personas, tanta gente “normal”.
Porque somos normales ¿no?.
El tira y afloja que viven el chico de familia humilde y la chica de familia pija, las dos mentes más brillantes de su instituto, su colegio universitario y su variable círculo de amigos es algo así como un “ojalá que fuera todo fácil y funcionase pero qué pena que no lo es y, precisamente no siéndolo, qué bien que sucede, cómo escuece, cuánto aprendo de ello: persigamos la tormenta”. Gente normal habla de dos personas especiales; a través de la lectura podemos leer su retorcido pensamiento, sus voluntades y entendemos aquello que en la vida real no se comprende pero se intuye o se pasa por alto.
Casi todo.
Hay maltrato psicológico y físico, complejos, autolesiones, fantasías sadomasoquistas, se consumen drogas y se bebe alcohol, se baila en fiestas y se frecuentan pubs, se estudia, se lee, se huye y se suceden cuatro años entre comienzo y final de Gente normal. El sexo se separa del amor y el amor del sentimiento romántico; la amistad se descifra y la muerte parece que amenace a la vuelta de cada párrafo.
Nada parece normal en esta historia pero ay, si la vida fuese así.
Ay, si la vida no fuese tan normal.
October 7, 2020
Concurso de #historiasrurales
Se organiza nuevo concurso de cuentos en http://www.zendalibros.com así que aquí me lanzo de nuevo con mi participación:
Zwölf
Faltan cinco minutos. Las doce llegan aquí enseguida, como las dos en España imagino, adivino. Restan cinco minutos, me digo, para que las agujas del puntual reloj se arrimen y se rocen sin pudor hasta eclipsar una a la otra. Sé que es difícil: una hora complicada me han dicho aquí en el pueblo. He escuchado rumores (en dialectos locales) de que llegado el momento señalado es como si el mundo suizo suspendiera su actividad y la nada flotase por un período indeterminado de tiempo, un rato, no demasiado. Así de impreciso me parece todo y así lo creo cuando me lo cuentan, que para eso soy extranjera en estas montañas perfectas: imagino que para dejarme sorprender por cualquier cosa.
Aun así me equivoco. Es tarde.
Tarde para encontrar a alguien en mitad del camino y charlar de asuntos triviales, sin fundamento pero amables, aunque sea en lenguas extranjeras ¡qué remedio! a mí eso ya me da lo mismo.
Me equivoco y aquí en el sendero no hay más que un par de cabras. Ante ellas me detengo, echo el freno de mi bicicleta y a las dos dirijo mis comentarios porque necesito que alguien, que algo se haga eco de mis lamentaciones:
─Me obligan a parar ¿sabéis? a recluirme en mi buhardilla (ese retazo de vivienda unifamiliar que comparto con dos familias más) y esperar hasta que la hora boba y sin sustancia termine de pasar en el día. Ellos no lo comprenden, ignoran que allá de donde vengo a media mañana todavía estoy preparándome, quizás, para salir de casa y emprender la jornada, hacer recados, los que sean, esos que me toman fresca y despejada porque son los primeros: la compra en el supermercado, la visita al banco, el segundo café tal vez, no lo sé. Aquí en su pueblo sin embargo me obligan a quedarme en mi casa y freírme el bistec, a comérmelo y a comenzar el ciclo digestivo porque sí, porque aquí se hace así y así se comportan todos como eclipsándose unos a los otros en su actividad.
Y ninguna de las dos cabras me responde ─era de esperar─ y ambas me observan como si evaluaran mis circunstancias, casi como si comprendieran lo que pasa por mi cabeza. Me miran y mascan, impasibles y displicentes. Yo continúo con mi discurso:
─Vosotras que lo sabéis todo de mí porque me veis a diario cuando cruzo esta carretera polvorienta ahora no disimuléis. Miradme y responded a lo que os pregunto porque necesito de algún alma que se apiade y me ampare en esta desesperación que me trae de cabeza… no sé qué hacer ¿acaso vosotras no sentís lo mismo o siquiera algo parecido? cuando me veis por las mañanas no sólo claváis vuestros ojillos en mí sino que llamáis mi atención, me soltáis un berrido que yo interpreto como saludo; no me hagáis replantearme una nueva lectura a vuestros comentarios. Hasta ahora me caíais bien. Decidme entonces ¿Cómo lo hacéis?
Las cabras me observan y mascan a la vez, clavadas en mitad de su parcela triscan hierba a dos carrillos como quien saborea una ensalada de rúcula o quién sabe si un bistec. Se las ve satisfechas, gustosas de cada bocado, adaptadas al compás sin inconvenientes en ese medio en que les ha tocado vivir.
Pero no dicen nada.
Nadie me dice nada.
A las doce del mediodía nadie hace nada en Suiza.
October 4, 2020
El fulgor y la sangre
Historia de España
“Hoy es un mal día para los que vivimos en el castillo. Han matado a uno… No se sabe a quién. Han matado a uno de los que han salido al campo. Entiendes ¿verdad? Sabemos que lo traerán luego…”
D., poco acostumbrada a la literatura contemporánea, viene a visitarme y me habla de esta novela. Le ha encantado. “Es un novelón”, dice, me insiste tanto que remuevo bibliotecas, librerías de segunda mano y acervos personales hasta que la encuentro.
La leo.
Paso dos semanas bebiendo a breves sorbos una historia que transcurre en apenas una jornada, desde las dos hasta el crepúsculo de un día de verano: tres, cuatro páginas al día, momentos que reservo para darme un paseo por los caminos de los años cincuenta con un grupo de guardias civiles que conviven con sus esposas e hijos en un castillo de Castilla. Sus circunstancias me explican lo que sucede en ese momento crítico que precede a la revelación de una desgracia. Alguien ha muerto y hasta el final del relato se desconoce su identidad. Intermitentes analepsis dan cuenta de episodios en las vidas de las mujeres, las esposas de cada uno de esos “picoletos”: de dónde viene cada una y cómo llegó a ese castillo con o sin hijos, de qué forma se prepara para conocer la terrible noticia que se alcanza con la caída de la tarde, del sol y de los ánimos de ese grupo de personas sin esperanza en una polvorienta y gris España de posguerra.
Y qué bien las frases concisas, las descripciones a través del habla de personajes desconocidos pero a quienes tan poco cuesta imaginar en ese escenario reseco, de tierra revuelta, de pensamientos que se callan pero que condicionan tanto, siempre, a todos, a todas. Aldecoa escoge principalmente la palabra de las mujeres y con ella perfila la silueta de una tragedia que es fruto del azar y terrible, como todas. La conjetura y el miedo de esas esposas que se anticipan al desenlace desde la primera aparición de una de ellas guían en la lectura y condicionan, tanto que para cuando se sabe qué es lo ha sucedido parece que lo de menos es saber de quién se trata: la historia era otra.
La novela -“el novelón”- ha sido todo lo demás.
September 16, 2020
Traición
Traición. Harold Pinter. Versión y traducción de Pablo Remón. Dirección: Israel Elejalde. Teatro Pavón, Kamikaze. Madrid, 27 agosto – 4 octubre 2020
Isósceles
La amistad bien entendida no debería contener desconfianza. Sin embargo se duda, a menudo, no sólo de lo que no se tiene seguridad sino de aquello o aquellos a quienes se conoce demasiado. A un amigo se lo conoce bien, con sus virtudes y sus defectos y por eso, por sus defectos tal vez haya ocasiones en las cuales no nos atrevamos a poner la mano en el fuego por él o por ella.
Traición, escrita por Harold Pinter y estrenada en 1978, representada en unas cuantas ocasiones y llevada al cine por David Jones en 1983, con guión del propio Pinter es el rebobinado de una de esas historias que, de haberse evitado cuando todavía se estaba a tiempo (en este caso, al final de la obra que es el comienzo en su cronología) nunca hubiera existido.
Con las ganas derivadas de varios meses privados y privadas de cines y teatros, estos días y hasta el 4 de octubre, se recupera la programación del Teatro Pavón, Kamikaze prevista para justo el comienzo de la pandemia que arrasó con todo y puede verse Traición.
Irene Arcos, Raúl Arévalo y Miki Esparbé componen ese triángulo de dos lados iguales y uno diferente: dos parejas en donde falta un miembro que nunca aparece, tres amigos, dos hombres, una mujer y una infidelidad: entre todos hilvanan el recuerdo de lo que en 1968 sucedió y desencadenó el presente con el que comienza la trama, en 1977. Los colores del mobiliario cambian a medida que ese relato retrocede, se ajustan a un contexto concreto cada vez, una ubicación espacial y un estado de ánimo también; los actores anuncian esas acotaciones y, a veces, subrayan determinados pasajes con letreros, no para que entendamos lo que sucede (sabemos que no es necesario) sino para que fijemos la atención en lo que más atormenta a sus personajes: la mentira, la sospecha, la susceptibilidad, los celos… y así, con la técnica de introducir en escena al personaje antes de que se encuentre según el texto, porque alguien piensa en él, como si se lo invocara, el espectador entra en esa lucha triangular que sólo conduce al abismo, a una oscuridad como la del patio de butacas, eso sí, adornado con mascarillas.
Bravo.
September 12, 2020
El desencantado
El desencantado. Budd Schulberg. Trad. J. Martín Lloret. Barcelona: Acantilado, 2004
LA LA Land
Recuerdo que terminar Suave es la noche me dejó churretones de melancolía escurridos por la mejilla: aquella historia que recreaba con otros nombres las vidas de Francis Scott y Zelda Fitzgerald invitaba a la reflexión acerca de una época y un modo de vida tan atractivos como aterradores por sus consecuencias. Bonita pero triste, muy triste.
Leo El desencantado animada por la perspectiva de una historia sobre guionistas del Hollywood de los años cincuenta, no tan lejos ni tan diferentes de los del Madrid de 2021 y, cuando me doy cuenta, estoy hundida de nuevo en los detalles más crueles de aquella pareja de desgraciados fascinantes, esas dos víctimas de los locos años caídos en picado de la montaña rusa de la fiesta y el despiporre, de nuevo Francis y Zelda, aunque aquí se llamen Manley y Jere.
El desencantado toma como hilo conductor la narración de Seph, un joven guionista a quien contratan para trabajar junto al mismísimo Manley Halliday en una producción de Hollywood. Emocionado por la oportunidad de crear una película codo con codo junto a su escritor favorito, Seph se entregará a un viaje de conocimiento inesperado de su ídolo, de sí mismo y de la hipocresía del negocio del cine. Seph vivirá el auténtico desencanto de la mano de un total desencantado y, como Don Quijote y Sancho Panza, entre los dos se forjará una relación simbiótica, complementaria, una metamorfosis recíproca que culminará en uno de los soliloquios más emocionantes que por aquí se han leído en mucho tiempo.
Porque LA LA Land (Damien Chazelle, 2016) podrá clasificarse como película romántica pero cada vez que vuelvo a verla me provoca una rabia y una tristeza que sólo consigo explicar si la interpreto como tomadura de pelo de su creador. Con ella el desencanto es similar al de esta novela; es una historia sobre las falsas esperanzas alimentadas por la varita de ese “bosque mágico” que es Hollywood. Lo dije entonces e insisto ahora: nada acaba como queremos, como nos han prometido que acabaría en ese cuento cruel, porque la vida no es así pero ¿qué sentido tendría no ilusionarse con que así lo fuera?
September 1, 2020
Panza de burro
Panza de burro. Andrea Abreu. Sevilla: Barrett, 2020
Comer libros
La semana pasada fui a la peluquería y me di barros. Me tiñeron el pelo con un ungüento templado a base de plantas que da mucho asco, no sólo por el olor a infusión fermentada que desprende sino también por la consistencia viscosa y pesada, parecida a la del chocolate fundido o cualquier otra cosa marrón, espesa y caliente que una pueda imaginarse. Me dejé convencer por los cantos de sirena de una peluquera que ensalzaba todo tipo de bondades en los resultados de dichos barros: producto natural, sin oxidantes, respetuoso con la piel y la fibra capilar, que nutre desde la raíz y aporta elasticidad. Algo maravilloso. Vamos a probarlo.
La experiencia, poco agradable de por sí, se acompañaba de los comentarios entusiastas de la estilista que, con cada brochazo sobre mi sien alababa lo bien que olía, lo eco-friendly que era, lo mucho que se acercaba a mi tono original (a saber: el de una planta podrida). Yo ya había dejado de creer en lo que me decía aquella mujer pero era tarde para echarse atrás, opté por abrazar con esperanza un tratamiento que se completaba con media hora de lámpara bien calentita directamente orientada hacia mi cabeza, que ya estaba envuelta en un gorro de ducha. La temperatura ambiente era de unos 35 grados. Cerré los ojos.
Salí de allí con un pelo muy suave y un color bastante bonito pero, sobre todo: supe que con ello había entrado en la experiencia moderna de lo chungo y que tarde o temprano acabaría por devorarme.
Explica Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) en el prólogo de Panza de burro que los buenos textos deberían poder editarse hasta desaparecer. Creo que no le falta razón: una editora como ella enamorada de un buen texto como el de Andrea Abreu (Icod de los Vinos, Tenerife, 1995) lo estudia, lo toquetea, lo recorta y suprime hasta que engulle cada una de sus partes no esenciales y lo reduce al mínimo, como si lo saboreara y lo tragara para siempre y nadie más que ella misma.
Todo el texto de Panza de burro, me digo, es muy similar a la plasta color café que cubría mi cabello el otro día: pura expresión de un lugar recóndito de Tenerife que a una lectora que no ha pisado las islas en su vida le resulta extraña, a veces indescifrable y empleada con maestría para narrar ciertas vivencias femeninas e infantiles en el momento justo en que se pierden para siempre. Una amistad inocente entre dos amigas que se mezcla con todo tipo de desechos y es arrastrada por el agua de la cañería hasta que llega al mar y ya no regresa.
Es una historia sin mucha historia pero que envuelve y atrae durante la lectura: la perspectiva fascinada de una niña hacia su amiga en un entorno tan bien descrito que se ve y se huele. Muy desagradable. Muy chungo.
Una novela natural y sin oxidantes que deja la mente sedosa, sin duda.
August 28, 2020
Los cazadores
Los cazadores. James Salter, trad. Eugenia Vázquez Nacarino. Barcelona: Siruela, 2020
Guerra de formación
Las historias con clima bélico, los campos de batalla que se imaginan en todos grises y verdosos, con hollín, barro, humareda, hostilidad y violencia en general me aburren. No suelo escoger lecturas sobre soldados o contadas por soldados en pleno campo de batalla aunque sí me llaman la atención sus regresos. La figura del retornado de una guerra siempre es interesante porque, imagino, la experiencia debe de ser como volver no ya de otra vida si no, sobre todo, a una vida que es otra.
Los cazadores es la primera novela que escribió James Salter (Nueva York, 1925 – Sag Harbor, 2015) y la escribió basándose en sus propias vivencias al frente de un escuadrón de combate durante la Guerra de Corea. Poco más de veinte páginas son necesarias para esclarecer el sentido general de su trama: es una lucha constante de su protagonista, capitán ambicioso del ejército del aire, por hacerse un nombre, por ser un hombre importante en esa guerra y derribar cuantos más aviones del enemigo, mejor.
El ansia de éxito se describe de manera explícita:
“Sucedía igual que con el dinero: daba lo mismo por qué medios se había adquirido, únicamente importaba tenerlo. Ése era el veredicto final. Todo se reducía a los MiG. Si los derribabas, te convertías en un modelo de excelencia. El mundo te sonreía. Los mecánicos de vuelo se alegraban de que pilotaras sus aparatos. Las actrices de gira querían conocerte. Eras el centro de todo: las alabanzas, el entusiasmo, las envidias”.
Y como sucede en las historias que recrean este tipo de ambientes, a veces, los personajes aprenden lecciones por choque consigo mismos: el entorno se limita a grupo de soldados, algunos amigos y otros casi enemigos que rivalizan por el poder y la gloria, la vida entonces a ellos se les reduce a eso y entonces alguien entre todos ellos ve con claridad, como si madurase, y entiende que la vida quizás sea otra cosa:
“Pertenecer a un escuadrón resumía las etapas de la vida de un hombre. Eras un niño cuando entrabas. Un sinfín de posibilidades se abrían ante ti, y todo era nuevo. Gradualmente, casi sin darte cuenta, los días del dolorosa aprendizaje y la alegría acababan; alcanzabas la madurez, y entonces de pronto eras viejo, y nuevos rostros, vínculos difíciles de reconocer, surgían a tu alrededor hasta que te sentías prácticamente un estorbo…”
Las novelas de formación describen las meteduras de pata y también los aciertos, el descubrimiento de las aptitudes de adolescentes que sueñan con comerse el mundo y acaban por encajar golpes y aceptar su respectivas personalidades. Los cazadores es algo parecido: unos vencidos y otros triunfantes, sus personajes surcan el cielo y abren fuego contra el enemigo pero además pasan por diferentes situaciones que ponen a prueba sus egos y envidias, momentos que tensan sus relaciones para terminar de romperlas o afianzarlas.
La guerra termina y la batalla permanece en el recuerdo para ser contada, escrita o leída.
August 19, 2020
Falso espejo
Falso espejo. Reflexiones sobre el autoengaño. Jia Tolentino, trad. Juan Trejo. Barcelona: Temas de hoy, 2020.
Them all
Supe de la existencia de Jia Tolentino (Toronto, Canadá, 1988) por un podcast. En el 2020, en la era pandémica que nos ha tocado vivir, un podcast se ha convertido en un aliado, una balsa que reconforta en su viaje a quien escucha, sea lo que sea aquello que le cuenta. En el caso de Jia Tolentino me sorprendió su frescura “no complaciente” sus ganas provocadoras de contar aquello que quería compartir sin aparente ánimo de colmar las expectativas de nadie.
Supongo que es la actitud que todo orador debe tener en los tiempos que corren.
O quizás supongo demasiado: no soy una oyente norteamericana, millenial, ávida de contenidos culturales nuevos con los que impresionar a mis amistades ni concienciada con ninguna causa política o ideológica tal que me arrastre a mostrar mi opinión públicamente en un espacio tan accesible como es internet. No: me acerco a los cuarenta, soy gallega, mi infancia y mi adolescencia no han estado pautadas por los horarios de la misa diaria en una iglesia evangélica de Houston, no aspiro a “influir” en nadie y no lamento mi incapacidad para el liderazgo. No, no soy ciudadana norteamericana, insisto, no me identifico con la lectora objetiva de Jia Tolentino.
Por este motivo me gustaría llamar la atención sobre la contracubierta de la edición española de su libro a cargo de Temas de Hoy (Planeta) porque en ella se dicen cosas muy raras que no se corresponden con lo que una lee luego, una vez que se adentra en sus contenidos: Jia Tolentino habla sin bozal de las necesidades implantadas por el capitalismo de “nueva ola” basado en lo sano y lo feminista, habla de los casos de violaciones en comunidades universitarias que prescriben irremediablemente, de drogas sintéticas (y de otro tipo) y del curioso paralelismo de su consumo con el lavado de cerebro consecuente a una estricta educación religiosa, de la importancia del culto al cuerpo en la primera era del siglo XXI, de la crisis económica, de las crisis en general… todo eso y no para convertirse en “mi nueva mejor amiga” o en mi “escritora favorita” como reza esa aberrante contracubierta.
Sobre todo, Jia Tolentino cuestiona la necesidad de “aspirar a algo” pero no para todos sino, en particular, para las mujeres: más delgadas (siempre) más fuertes, más sanas, más listas, más independientes… pero no mejores, sino más similares a un reflejo que no es real, que está implantado y viene de fuera. Para ello cita a John Berger y a Taffy Broedesser-Akner y nos explica lo mucho que sudó en sus clases diarias de “barre”.
Aquí tengo que hacer otro inciso.
Resulta que el estilo de entrenamiento físico creado por Lotte Berk en 1959, ese que hemos visto durante décadas en programas de televisión como los de Eva Nasarre o en películas como Showgirls o All that Jazz por irme a ejemplos extremos, el de las mallas hasta las ingles y los calentadores, resulta que ha sido tendencia en el cogollo neoyorkino durante en la época que Jia escribió su libro, meses antes del confinamiento, en esa época que considerábamos “actual” pero que no podemos volver a calificar como tal ahora que todo ha cambiado.
Las clases de “barre”, por lo visto muy sexuales y muy dinámicas, enganchan a la autora y además le ponen el culete duro, lo cual es una aspiración elevada, sin duda.
Mientras lo cuenta resulta simpática, no tanto como Caitlin Moran pero bastante; se ceba contra las redes sociales porque alimentan la inseguridad, ataca la popularidad volátil que desata internet porque no es real, no es cierta, no refleja nada auténtico y es por tanto falsa.
Eso cuenta Jia y se lo cuenta a todas ellas. Por algún motivo siento que a mí no pero, qué se yo, me equivoco tantas veces.
August 13, 2020
Basilisco
Basilisco. Jon Bilbao, Madrid: Impedimenta, 2020
El llanero
Puede que el habitante de las llanuras que se maneja a trote ocioso en un corcel que levanta el polvo a su paso además de mascar tabaco y escupirlo sin pudor se encuentre sin compañía, solo a su suerte en mitad de la estepa. Tal vez sus ánimos no sean festivos y viva acostumbrado a esa soledad tan codiciada a veces y que por ella misma lo acaben considerando solitario. El llanero solitario, ese personaje.
John Dunbar podría ser él: entrelazadas con las historias familiares de pareja, hijos y amigos de un narrador que es escritor y comparte algunos rasgos (intuimos) con el propio Jon Bilbao, las breves narraciones de Dunbar podrían ser también las de un llanero solitario pero no lo son, no sólo porque el bueno de Dunbar no lleva máscara ni reclama justicia con asistencia de un nativo, que también. Simplemente no lo son porque son algo más retorcido.
Como ya es tradición en los relatos (cortos como éstos y éstos y largos como éste) de Jon Bilbao, Basilisco resulta inquietante, extraña, sórdida a veces y otras oscura; la epopeya de un excombatiente de la guerra de Secesión americana que huye de pistoleros y colabora en una exótica expedición a la búsqueda de algo, un remanente del pasado animal convertido en mineral en las profundidades de una cueva. Él, apodado “Basilisco”, es la excusa y el motivo de enganchar las preocupaciones del otro personaje, el escritor asturiano en crisis vital y profesional con dos tramas, a priori, nada parecidas pero que en realidad lo son.
Basilisco, además de entretenida por lo que cuenta, por las peripecias de un asturiano en la Norteamérica profunda y los entramados de indios y vaqueros tiene un atractivo especial por la forma en que está contada: son capítulos como cuentos, cada uno con su propio argumento autoconcluso pero a la vez, Basilisco es en conjunto una novela cuya historia golpea al lector y le habla directamente de la vida, de la soledad, de la llanura de la existencia.


