María López Villarquide's Blog, page 25

February 6, 2021

Gordo de feria

Gordo de feria. Esther García Llovet. Barcelona: Anagrama, 2021

Círculo rojo

Dos unidades de un producto icónico de mi infancia aparecen en el diseño de cubierta de la última novela (o “novelita” o nouvelle, quizás) de Esther García Llovet (Málaga, 1963), se trata de dos “panteras rosas”, una delicia de la bollería industrial de los ochenta y noventa; los dos pastelillos están fotografiados uno al lado del otro, uno mordido y el otro intacto.

No me atrevería a decir que la historia quede perfectamente sintetizada con esa imagen pero, desde luego, creo que la idea roza la perfección. Diré por qué:

Luis “Castor” es un humorista gordo y untado de pasta que un día conoce a un camarero triste y simplón con quien comparte un increíble parecido físico. La cosa se lía y la aventura se sirve a golpe de situaciones sin pies ni cabeza que se agolpan una detrás de otra hasta el desenlace.

El absurdo que plantea la autora se asemeja al de Eduardo Mendoza: un héroe/antihéroe que persigue su salvación y emprende la aventura a través del desastre y la casualidad en un mundo castizo, madrileño, de barras de bar grasiento y barrio obrero:

“Se queda un rato por Usera; no sabe por qué, espera encontrarse con una plaza de toros por aquí. Hay prados, hay gallinas y hay chinos de tercera generación ya, con reconocimiento de huella. Pero plaza de toros ni una. Coge el metro. Son cuarenta mil estaciones hasta llegar de nuevo a Occidente. Al salir en la estación de Gregorio Marañón, el torniquete se cierra antes de tiempo y se queda allí pillado. No puede ni entrar”.

Desde luego que si no es perfecto lo de las panteras rosas es por que a lo mejor era preferible recurrir a dos bollitos de la marca “Círculo rojo”, del mismo fabricante pero con mucho menos caché, más de estantería de supermercado de fondo de pasillo, que no de la primera fila de cajas. Menos vistosos y más cutres, sin duda.

Una lectura para reírse a trozos, que se despliega como un monólogo de “stand-up” americano, con frases breves disfrazadas de aforismo y también con diálogos simples, comunes y cotidianos como un pastelito de crema del supermercado.

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Published on February 06, 2021 08:51

February 3, 2021

La mirada interior

La mirada interior. Mística femenina en la Edad Media. Victoria Cirlot y Blanca Garí. Madrid: Siruela, 2021

Amada en el amado transformada

San Juan de la Cruz se refería a su alma y a Dios sirviéndose de la imagen de dos amantes que se reúnen en clandestinidad para entregarse el uno al otro. La mística explora ese tipo de representaciones y aquella, en concreto, se plasmaba por escrito y por un hombre en el siglo XV.

La mirada interior, sin embargo, toma ejemplos de escritoras de los siglos XII y XIII, de mujeres que transcribieron sus visiones en textos hermosísimos y no siempre fáciles de interpretar, autoras que, en ocasiones, recibieron asistencia de un hombre para llevar a cabo esa tarea de “traducción” de sus revelaciones.

Es impresionante.

Victoria Cirlot (Barcelona, 1955), experta en mística medieval en el ámbito de la literatura comparada y una de las grandes conocedoras de Hildegard von Bingen realiza junto Blanca Garí (Barcelona, 1956) un minucioso análisis de algunos de los textos más representativos de las místicas seleccionadas: Hadewijch de Amberes, Beatriz de Nazaret, Matilde de Magdeburgo, Juliana de Norwich Margarita de Oingt y Margarita Porete. Ambas catedráticas aúnan perspectivas e investigación para conformar un compendio de testimonios, simbolismo, exacerbación y desmesura que explica y da a conocer al lector menos experto las vidas y parte de las obras de dichas místicas.

Además de renunciar al matrimonio, algunas de estas mujeres (las papelarde, beatas o beguinas) se organizaban en grupos o beguinatos para dar respuesta a sus dudas espirituales sin dejarse someter a ninguna orden religiosa prestablecida. Eran por tanto independientes y ejercían el cuidado de los enfermos de forma autónoma, viviendo de sus cultivos y trabajos manuales.

Sin embargo, ese anhelo de fusión del alma con Dios que tan bien describen estas mujeres no es otra cosa que una auténtica descripción del deseo y la pasión de índole, quizás, naturalmente sexual.

Para muestra, este “botón” de Hadewijch de Amberes:


“Deseaba la plena fruición de mi Amado, conocerlo y gustarlo plenamente, con todo lo que le pertenece; deseaba gozar en su totalidad de su humanidad unida con la mía, y que la mía, afianzada en la suya, fuera más fuerte y ganase firmeza y poseyera firmeza, pureza y unidad suficiente para satisfacerle plenamente en toda virtud…”


Visiones, I

Se trata por tanto de una independencia y autonomía relativas que no perseguiría otra cosa que la comunión divina, sumisa y definitivamente rendida ante la grandeza de Dios.

En su descripción de los “modos del Amor”, Beatriz de Nazaret lo explica así:


“Lo que más la aflige y la atormenta es lo que más la cura y la consuela; lo que más profundamente la hiere es su única salud”.


Siete modos V, 77-80

Son estas interesantes contradicciones tal vez lo que más llama la atención en los textos de estas mujeres pero no lo único. Merece la pena adentrarse en sus testimonios, bien por esclarecer es misteriosa psicología de las autoras o bien, por qué no, para profundizar un poco más en la nuestra, nueve siglos después cuando todo es tan diferente, casi siempre.

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Published on February 03, 2021 05:30

January 29, 2021

The Red Queen

The Red Queen. A Transcultural Tragicomedy. Margaret Drabble. London: Penguin Books, 2005

Haters will hate

Cuando descubrí que Margaret Drabble (Sheffield, Reino Unido, 1939) es hermana de A. S. Byatt (Sheffield, Reino Unido, 1936) en mi pecho se juntaron la emoción de la sorpresa y la de la curiosidad malsana. Quedé prendada de A Summer Bird Cage y había leído a Byatt mucho antes, durante la carrera, alentada por una profesora más bien rancia que quiso explicarnos con Posesión lo que era una “novela de Campus”. No me costó imaginar a las dos hermanas rivalizando por su talento durante lo que sin duda debió de ser una adolescencia de tormenta y sonrojo, como lo son todas. Fue fácil porque no tuve dudas respecto a cuál de las dos iba a ser mi preferida si las dos fuesen personajes de una historia y también, porque decidí que esa supuesta trama iba a estar escrita por Margaret Drabble, a quien adoro desde entonces por ésta , esta otra y, en menor medida, también esta novela.

Compré el ejemplar de The Red Queen en la tienda de segunda mano de una amiga y me dejé llevar por la curiosidad ante la faceta de Margaret Drabble como autora de novela histórica hasta ahora desconocida para mí.

Antes de leer investigué un poco e internet me asustó bastante con su despiadada facilidad para opinar: lectores de todo el mundo machacaban a mi querida Drabble por atreverse con un texto así, por hacerlo “tan aburrido y sin gracia” y por salirse de su estilo contemporáneo, ácido y vanguardista (lleva siéndolo desde 1967). Párrafos sangrientos recomendaban abandonar la lectura “antes de llegar al arrepentimiento”. Así, sin medias tintas: “no leas este libro de Margaret Drabble, hazme caso”.

Por supuesto que ignoré los cantos de sirena de los foros de Goodreads pero al hacer scroll y seguir bajando en la pantalla encontré una opinión que decía, tímida pero determinada, que la novela merecía leerse si el lector era consciente de que Margaret Drabble no había sido hasta entonces escritora de novelas históricas y tampoco de novelas de Campus pero su hermana sí.

Con eso aquella lectora terminó de convencerme.

Me ha tomado un mes entero acabar The Red Queen. No se parece en nada a otras novelas de la autora pero está claro que tampoco aspira a ello: una princesa coreana del siglo XVIII habla de su desasosegante vida durante la primera mitad de la historia mientras que la segunda se reserva para la narración en tercera persona del viaje de una investigadora inglesa a un Congreso de Medicina en Corea del Sur.

En ambas partes, como es natural, suceden desgracias y las dos protagonistas entrelazan sus vidas espiritual y simbólicamente. Drabble introduce teorías feministas que encajan en las dos tramas, separadas por doscientos años de diferencia y no abandona su sarcasmo en ningún momento.

Cierto que la historia imperial del comienzo endurece un poco el ritmo de lectura, que me he visto en el esfuerzo de conectar los sufrimientos de la princesa con los de la ponente del Congreso y me he tragado páginas y páginas de detalles cortesanos que me interesaban más bien poco pero, también es cierto que muy probablemente la escritora detrás de ese planteamiento de novela no deseara otra cosa que dar en las narices a su hermana autora de rancios best-sellers que tratan precisamente de eso: de historia, de universidades, de romance… y que son, las más de las veces, bastante aburridos para algunos lectores.

Si no es así tendré que dar la razón a los que la machacaron con sus negativos comentarios pero, por algún motivo me resisto a ello, quizás porque la propia Drabble decide hacer un cameo de sí misma en el desenlace de la historia y eso me reconcilia con el resto.

Sí, lo destripo porque son muchas las opiniones en contra de esta novela y no creo que un spoiler vaya a hacer más daño del que hace un aluvión de reseñas envenenadas.

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Published on January 29, 2021 08:26

December 13, 2020

Elijo a Elena

Elijo a Elena. Lucia Osborne-Crowley, trad. Victoria Malet. Barcelona: Alpha Decay, 2020





El dolor de las demás




“La culpa es la sensación de haber hecho algo malo; la vergüenza es la sensación de que eres mala. La culpa es una construcción interna, basada en el conocimiento de uno mismo y el reconocimiento de que nuestro comportamiento se ha desviado de ese ser; la vergüenza, en cambio, la recibimos de otros. La vergüenza es inorgánica.


La culpa dice: me he equivocado.


La vergüenza dice: soy una equivocación”.






Este no va a ser un texto agradable, ni complaciente y puede que tampoco anime a la lectura del libro que pretendo reseñar porque en mí ha causado dolor, rabia y mucha (demasiada) empatía con su autora y también narradora.





Ella expone su situación y da detalles de lo sucedido que no es agradable ni complaciente y que, por momentos, resulta muy difícil de leer pero, consciente de la necesidad de hacerlo, lo hace. Le salió una suerte de novela, un textito de denuncia y de recuerdo dañado que sirve para alarmar y entristecer y que a mí me ha hecho reflexionar.





Sin embargo reconozco que al leerlo no he pensado en ella, en Lucia, esa niña gimnasta de quien abusaron sexualmente durante años y a quien una violación en la adolescencia la dejó herida para el resto de su vida, víctima de enfermedades crónicas y trastornos sin cura. No, su historia me ha hecho pensar en las mujeres de mi vida, en las niñas que he conocido y que han confiado en mí para contarme sus experiencias, mujeres, hoy, que vivieron algún tipo de abuso o agresión sexual. Cinco. Cinco casos. Cinco amigas con cinco relatos terribles y pienso que yo, que no tengo un trabajo que me ponga en contacto con grupos en riesgo de exclusión social, que pertenezco a una clase cómoda y media, sin apuros, yo, simplemente yo que no soy nadie conozco nada menos que cinco casos de cinco mujeres que sufrieron ese tipo de ataques y es una barbaridad.





¿Qué demonios está pasando?





Elijo a Elena actúa como vehículo de desahogo documentado del injusto trato que dieron a Lucia Osborne-Crowley, su autora, cuando silenció la agresión sufrida y a cambio arrastró una vida de dolores, endometriosis, enfermedad de Crohn, depresión, anorexia… ella eligió no contar la verdad de lo que le había sucedido y los médicos consideraron que exageraba. Diagnosticaron trastornos psicológicos donde había desgarros físicos reales y hasta que apareció alguien que le demostró empatía no pudo contar la verdad.





Lucia la cuenta y es escalofriante, tanto como los recuerdos superventas de James Rhodes o la ficción magistral de Hanya Yanagihara A Little Life (que por cierto, la autora cita en un par de ocasiones) pero puede que de todo su relato lo que más me haya impactado haya sido la indefensión ante los y las médicos, la predisposición que había por parte de ellos y de ellas de tomar su caso como el de una mujer “psicológicamente alterada” más.





En el siglo XXI, no en una novela de Charlotte Perkins-Gilman ni Kate Chopin sino en la sociedad australiana de la primera década de los años 2000.





Lucia eligió a Elena y no voy a desvelar aquí por qué, hay que leerla para entender a lo que se refiere.





Yo las elijo a todas.

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Published on December 13, 2020 09:29

December 11, 2020

El pájaro de fuego y otros cuentos rusos

El pájaro de fuego y otros cuentos rusos. Aleksandr Afanásiev. Ilustraciones de Iván Bilibin. Trad. Joaquín Fernández-Valdés. Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2020.





El coleccionista



Quien encuentra satisfacción en la acumulación de objetos que, por algún motivo, se relacionan entre sí formando un amplio compendio de variables de un mismo tema suele aceptar todas las fuentes a su disposición, sin filtro, sin escrúpulos y en ocasiones con avaricia casi cruel. Si en vez de objetos lo que se guardan son historias, si éstas se clasifican, se ordenan en una compilación diversa y rica entonces lo que se consigue es una antología que, en casos como este, es abrumadora.





Los más de seiscientos relatos que sumaban aquellos Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikoláievich Afanásiev publicados en 1855 bebían de su propia cosecha, del boca-oreja de su pueblo natal pero también del archivo de la Sociedad Geográfica Rusa y de un minucioso (y generoso) etnógrafo que lo colmó con más de ciento cincuenta aportaciones. Parece que a Aleksandr todo le valía y que se entregó a la edición fervorosa hasta que aquella antología vio la luz.





Luego vinieron malos tiempos para el archivero, se dio a la crítica de temas políticos y religiosos poco favorables al zarismo imperante y acabó mal, muy mal, hasta su muerte, enfermo y empobrecido.





Sería cuarenta años después de su primera edición, cuando se decidió que la colección debía acompañarse de las ilustraciones de Iván Bilibin. Su desmesura ha sido reproducida hasta la saciedad hasta hoy y le queda trayecto todavía: grecas, detalles en miniatura, puro “horror vacui” y fantasía multicolor.





Así llega a nosotros hoy El pájaro de fuego y otros cuentos rusos, en una edición envuelta en falso pan de oro para un público más infantil que adulto de la mano de Libros del Zorro Rojo. Son solo siete de aquellos seiscientos y pico pero uno de ellos lo tenía yo guardado en mi colección particular de recuerdos infantiles. Con la lectura he abierto el cajón y han salido los Cuentos maravillosos de hoy y de siempre de James Riordan (Plaza y Janés, 1986), ha saltado sobre mi mesa aquel de la princesa rana que, convertida en jovencita buenorra, cocinaba panes exquisitamente decorados y tejía alfombras durante la noche pero que durante el día no era más que una rana, una triste y anodina rana de los barrizales.





Cuentos de animales, cuentos sobrenaturales, narraciones que repiten casi musicalmente sus diálogos, sus hipérboles; historias para dormir a niños y niñas y despertar a adultos y adultas, para recordarles que no está mal retener ciertos recuerdos, guardarlos y no olvidarlos, por si hay que seguir completando alguna colección.

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Published on December 11, 2020 00:00

December 7, 2020

Seré feliz mañana

Seré feliz mañana. Xacobe Pato. Barcelona: Espasa, 2020





Generación quemada



Si un escritor remite a su infancia para poner cualquier ejemplo de su pasado es porque es muy joven, un auténtico polluelo de las letras. El caso de Xacobe Pato sin duda es ese, si no ¿a santo de qué ha escrito un libro entero a base de pies de foto en su cuenta de Instagram? Porque ha nacido en 1987, que si no sería ridículo.





O envidiable, quizás.





Seré feliz mañana, con su prólogo de Laura Ferrero que lo precede es lectura de la que pasa volando, como un murciélago que se cuele en tu salón una noche inesperada: zas, ya lo has leído, ya se ha terminado. Es un compendio de fragmentos de un diario selecto, espontáneo, fresquito como la cerveza de las tabernas en Santiago de Compostela, igual.





Yo lo leo y me identifico con algunas (bastantes) de las anécdotas de librero que menciona porque la vida de los que trabajamos al otro lado de la pila de cajas y ejemplares plastificados, entre rollos de etiquetas y lectores de códigos de barras supongo que es siempre muy parecida. Lo leo, digo, y me da por escribir a mí también y contar cosillas del tipo “me río por la bajinis cuando una pareja de clientes entra en la librería y se dicen «vamos arriba, que tienen más ensayo y eso» y yo pienso «la planta de arriba está cerrada, pero chapadísima desde hace meses, ni me habéis mirado o saludado cuando habéis entrado en la tienda, bribones, pero eso sí, vosotros contaos y explicaos ese tipo de cosas porque sabéis mucho, mucho más que yo que trabajo aquí, desde luego». Me dan ganas pero no lo hago, el que escribe así pero mejor es él.





Yo nací en 1982, que sólo son cinco años de diferencia pero no me siento tan a gusto en las redes como los que llegaron un poco más tarde que yo a este valle de lágrimas. Como los bookstagramers, como los influencers, como toda esa gente de la que habla este libro que habla de tantas cosas y menciona a tantas personas por la inicial de su nombre.





Pero me he reído.





Me he reído, por ejemplo, cuando el autor se pone en plan gallego y se expresa como los que somos de allí tanto si vivimos en Galicia como si no; los gallegos nos metemos “en cama”, por ejemplo, sin artículo y permitimos a los gatitos que se nos suban “al colo“; vamos a hacer la compra al GADIS y lo más relevante: para ir a correr nos calzamos un par de tenis.





Aun así, aunque no vendas libros, no hayas nacido en Galicia y no te estés meciendo entre los treinta y los cuarenta años este libro también te puede encajar porque deja que te asomes a curiosidades cotidianas, muy reales, de una generación un tanto chamuscada ya de tanto teléfono y tanta tontería y por eso te recomiendo que lo leas.

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Published on December 07, 2020 04:51

November 19, 2020

Berg

Berg. Ann Quin. And Other Stories: Sheffield, 2019





Duda paralizadora



Tal vez desacertadamente, antes de cumplir los quince años me regalaron los diarios de Nijinsky. El virtuoso y legendario icono de la danza clásica y precursor de todo atisbo de danza moderna en el siglo XX, Vaslav, se desataba en unos textos fervorosos para explicarse a sí mismo (quién sabe si quizás creyendo que también a otros) su genialidad desbordada.





Leer aquello me reventó el entendimiento. Los delirios de Nijinsky acerca de sus ideas sobre Dios y él como uno sólo, del sexo, de la danza, su relación con Diagilev y con su esposa Rómola, los conceptos de creación, de vida y de muerte en general me confundieron bastante.





Más o menos por las mismas fechas alguien programó Hamlet en en la lista de lecturas obligatorias de una asignatura que teníamos en el instituto.





Menos mal que unas tres décadas (y pico) después leo Berg de Ann Quin. Menos mal.





Envuelta en la niebla que define las primeras obras de escritores suicidas, Berg llega al lector precedida del conocimiento de que su autora se ahogó antes de cumplir los cuarenta junto al palacio del famoso malecón de Brighton. Chisporroteos de curiosidad y una alfombra roja de morbo nos invitan a la lectura.





En Berg, un protagonista equívoco, misterioso y sobrado de delirios quiere asesinar a su padre pero todo son excusas para no hacerlo. La narración, que no admite a penas puntos ni comas ni espacios, tan solo fragmentos en cursiva aislados que reproducen el estilo directo de una madre que no está pero que se siente muy presente tiende a enloquecer también un poco a quien lee: alguien que habla de sí mismo en tercera persona, que parece que piensa en alto o “por escrito”, una suerte de fluido de consciencia agotador que parece que no conduzca a ningún buen destino.





Igual que el príncipe Hamlet, Alistair Berg (o Greb, según se mire, se lea y se entienda) se resiste a acabar con la vida de ese padre tan poco merecedor de su afecto y en el proceso lo espera, lo escucha junto a su amante, se recrea imaginándolo, imaginándolos. La obsesión por su muerte se mezcla con las olas y las algas del mar cercano al hotel en donde ambos se alojan y al final sucede algo, suceden muchas cosas que resuelven ese conflicto de manera nada ortodoxa pero no se entiende casi nada.





O yo no entendí ninguna de las lecturas tan bien escogidas en mi adolescencia. No lo sé. Dudo.

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Published on November 19, 2020 05:09

November 16, 2020

Zurbarán y sus doce hijos

Zurbarán y sus doce hijos. Arantxa Aguirre, 2020





Ese blanco



Alguien hacia la mitad del metraje de este último documental de Arantxa Aguirre menciona una de las características fundamentales en el estudio de la pintura de Francisco de Zurbarán: sus blancos. Es un aspecto que llama la atención, como tantas otras cosas en esta nueva producción del equipo de López-Li Films. Siguiendo la estela de esos trece retratos que un buen día salen del castillo de Auckland, en Escocia, para recorrer el mundo y dejarse exponer en lugares como Nueva York o Jerusalén, Arantxa y los suyos le cuentan al espectador ese misterio sin resolver sobre el origen, el destino y los motivos del artista para crearlos.





Jonathan Ruffer, ambicioso coleccionista escocés que rescató las pinturas para reinvertir los beneficios en dos fundaciones y un proyecto de restauración del propio castillo que los contiene, tomó así el relevo del obispo de Durham, Richard Trevor, quien en el siglo XVIII quiso dar en las narices a quienes rechazaron con no poca polémica, una ley a favor de los judíos residentes en Inglaterra. Trevor colgó de las paredes de su comedor a los doce patriarcas de las tribus de Israel junto a su padre, Jacob, para demostrar su apoyo a causas por entonces marginales como los derechos de emancipación de los judíos.





Y ahí está Arantxa con su troupe de realizadores, fotógrafos, montadores, sonidistas, animadores digitales y demás duendecillos del mundo del cine, haciendo de las suyas y colándose entre esas pinturas, invisibles, imperceptibles, como han hecho tantas veces con los bailarines dentro y fuera del escenario en sus películas sobre el Béjart Ballet de Lausanne. Así el espectador se siente dentro de ellas y vive, como nunca, la experiencia de contemplar una obra de arte.





Catolicismo, judaísmo y anglicanismo fundidos para contar una misma historia, igual que la paleta multicolor de Zurbarán que mezclaba un sinfín de pigmentos y conseguía ese extraño, único e inclasificable color blanco tan característico, ya lo dicen los expertos, de todos sus cuadros.





Ese blanco.

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Published on November 16, 2020 04:43

November 7, 2020

Volar a casa

Volar a casa. Daniel Monedero. Madrid: Páginas de espuma, 2020





Nadar de vuelta



Hay personas con las que a veces nos cruzamos sin llegar a notar su presencia, personas con quienes no coincidimos, con quienes jamás llegamos a compartir un verdadero espacio al mismo tiempo. Con la literatura pasa algo parecido: hay lectores, hay narraciones y hay momentos y no siempre coinciden entre sí.





Yo por ejemplo, sin ir más lejos, no suelo coincidir con cuentos y nunca había leído ninguno de Daniel Monedero.





Teniendo todo esto en cuenta podría haber concluido que este autor no es de verdad y que aunque los demás hablan de él y hacen colas eternas para que les firme sus libros podría yo haber creído que se tratase de una invención, como lo son los personajes de sus historias, por ejemplo.





Pero Dani existe y escribe, entre otras cosas, unos cuentos divertidos y desconcertantes.





Volar a casa unifica sus relatos a través de pájaros caprichosos, aves que asoman entre argumentos que, en principio, nada tienen que ver con ellos: son narraciones que se desdicen de lo que dicen constantemente, que provocan al lector, lo engañan, lo despistan. A mí, sin embargo, más que a pajaritos diría que sus cuentos me recuerdan a salmones: son escurridizos como peces, esos que llevan una vida salvaje entre aguas saladas y que, cuando les toca reproducirse y sentar la cabeza nadan a contracorriente para alcanzar el hogar en el agua dulce de la montaña. Las imágenes atrapadas en Volar a casa se resbalan como lo harían esos peces y como a mí me parece que también lo hacen los versos de los poemas: una quiere retenerlas y se van, desaparecen para dar paso a las siguientes en un flujo constante e inevitable hasta su final. Cinco relatos como cinco sueños delirantes sobre la soledad, los escritores, las escritoras, la lluvia, la enfermedad, los catedráticos de literatura comparada, el matrimonio, la muerte, la pena, los pájaros, la belleza, las palabras, las cosas.





Por ejemplo.

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Published on November 07, 2020 01:38

October 29, 2020

Un verdor terrible

Un verdor terrible. Benjamín Labatut. Barcelona: Anagrama, 2020





Pepitas de manzana





“Su método para extraer nitrógeno del aire había alterado de tal forma el equilibrio natural del planeta que él temía que el futuro de este mundo no pertenecería al ser humano sino a las plantas, ya que bastaría que la población mundial disminuyera a un nivel premoderno durante tan solo un par de décadas para que ellas fueran libres de crecer sin freno, aprovechando el exceso de nutrientes que la humanidad les había legado para esparcirse sobre la faz de a tierra hasta cubrirla por completo, ahogando todas las formas de vida bajo un verdor terrible”.





Mi padre advierte: conviene prestar atención cuando se comen manzanas porque las pepitas contienen cianuro. A una aseveración así de consistente hay que hacerle caso, poca broma que el cianuro mata y no estamos para tonterías.





Me entero leyendo Un verdor terrible de que haría falta una taza llena de esas pepitas para acabar con un ser humano pero ¿y los años que, desde niña, he temido haber tragado sin querer una de esas malditas bastardas como postre?





Lo que comienza con las uñas teñidas de color rojo de uno de los ajusticiados en Núremberg tras la Segunda Guerra Mundial se convierte de pronto en una descripción perfecta de la sustancia química y animal de la que procede el color azul de Prusia y los detalles más precisos de la muerte por asfixia con bombas de gas. Un verdor terrible es un arabesco de anécdotas entrelazadas con nombres de científicos, algunos aspectos de sus vidas y la alabanza arrodillada ante sus logros.





Terribles son las circunstancias y las paradojas que envuelven la salida a la luz de los descubrimientos de todos ellos si una se atiene a las descripciones vertidas en este libro pero el resultado es pura délicatesse: añádanse unas gotas de exageración y un chorrito de ficción a la realidad referida (sí, el mismo que salvó a parte de la humanidad de una hambruna devastadora al conseguir extraer nitrógeno del aire para la fabricación de fertilizantes dio también con la fórmula del gas empleado para aniquilar judíos durante la Segunda Guerra Mundial) agítese bien y sírvase en copa de balón.





Benjamín Labatut (Rotterdam, Países Bajos, 1980) narra cada uno de los capítulos de este libro y a su vez, cada fragmento dentro de ellos, como una sucesión de hechos aislados pero íntimamente ligados por el capricho de la ciencia, como si el lector pudiera ver a lo lejos en el horizonte de sus páginas una marabunta de frases agolpadas que avanzan hacia sí para acabar devorándolo con su contundencia.





Y cuidado con las manzanas.

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Published on October 29, 2020 02:06