María López Villarquide's Blog, page 32
May 15, 2019
París no se acaba nunca
París no se acaba nunca. Enrique Vila-Matas. Barcelona: Anagrama, 2003
“No” es “nunca”
Me gustaría ser irónica como el señor Vila-Matas que aunque no se parece en nada a Hemingway insiste en convencernos a sus lectores/oyentes desde las primeras líneas de esta ¿novela? de que sí. Y digo “novela” pero así, bajito, porque él la llama “conferencia de tres días” y hay que respetar al autor; en cualquier caso seamos cautos con lo que Enrique dice.
Irónica, me gustaría alcanzar excelsos niveles de ironía como los suyos de vez en cuando, con según quienes y en según qué términos pero no puedo: imagino que me faltan años, me sobra pelo y no me llega la testosterona al cerebro.
Me gustaría decir “no”. Me gustaría decir “no, nunca más” y más a menudo.
París no sé acaba nunca, hombre pues no lo sé, lo que parecen no tener fin son las referencias que Enrique hace a sí mismo (igualito que los autores modernos de la “autoficción” cool que invaden hoy las librerías, igual) y a ese pasado en la buhardilla que Marguerite Duras le alquilaba en el número 5 de la Rue Saint Benoît. La misma buhardilla en la que vivió durante una temporada el que fue mi director de tesis y así hasta alcanzar un círculo perfecto de casualidades con anillos concéntricos que rematan en Roman Polanski y en mí misma leyendo novelas por error y comprando billetes para conocer París en un par de meses.
Si no es por F. que además acaba de regalarme la lámina más bonita del mundo de Rosemary’s Baby, me quedo sin verlo porque se acabará algún día. Seguro, igual que se acabó Notre Dame.
Pero al señor Vila-Matas le da igual si yo voy a París o no y si el cine de Polanski es efectivamente siniestro porque con este libro ha venido a hablar de sí mismo, de él hablando a los que le escuchan “recuerdo esto… me encontré con éste… aprendí esto otro”. Se trata de una enumeración sin prisa de aspectos de un París que ya no existe porque, aunque no se ha acabado todavía, estoy convencida de que ha cambiado desde la década de los sesenta que él describe. Un verdadera lástima: ojalá poder bajarse del avión y volver a esa década como hace Owen Wilson en la película de Woody Allen.
Ese París, además, tampoco debió de existir jamás porque ya digo: con Vila-Matas hay que andarse con ojo y no fiarse nunca.
Ahora que lo pienso: con Woody Allen también, que menudos sustos si una piensa que las ciudades de sus películas son como él las pinta y luego llega a ellas y encuentra lo que encuentra: asfalto, desolación, gente vestida de INDITEX, ninguna planta decorando interiores con gusto exquisito y nada de tenue luz naranja del atardecer.
Pero regresemos a Enrique, sus ganas de escribir una novela sobre asesinas, su falta de dinero, Marguerite, las traducciones y los cafés de París; París no se acaba nunca lo condensa todo en capítulos minúsculos.
Al final, se acaba, como todo.
May 13, 2019
Love Streams
Love Streams. John Cassavetes, 1984
Corriente alterna
No me pasa siempre porque no todos los días veo películas y pocas veces las veo acompañada pero en las últimas semanas está siendo así: las veo con alguien, se terminan y no puedo dar una respuesta a la pregunta de si me han gustado o no porque necesito tiempo. Necesito respirar lo que he visto.
Años hace que me enamoré de Gena Rowlands bailando alocada El lago de los cisnes en A Woman Under the Influence (1974) en la que es, creo, una de las mejores lecciones interpretativas que puede darse gratis a cualquier actriz: ver esa secuencia y dar gracias al santísimo por estar viva en el siglo de las reproducciones digitales infinitas en el confort del hogar.
Pues bien, una década después del estreno de aquella y diagnosticado de una enfermedad que iba a acabar con él en seis meses, John Cassavetes se lanzó a rodar una adaptación libre de la obra de teatro homónima de Ted Allan. Él todavía viviría cinco años más. La película iba a seguir poniendo los pelos de punta a quien la viera hasta el día de hoy.
Más o menos expresa, como hacen siempre las películas de este hombre, los momentos exactos en los que suceden esos acontecimientos de las vidas de los personajes que no suelen ser motivo central en las historias, pero que las determinan, como el respirar, vaya: ese clic que separa la cordura de la “normalidad”, el momento en que alguien rompe a llorar justo antes de que lo haga (o inmediatamente después), el miedo a quedarse solo, el miedo a saber que se está completamente solo y ese tipo de asuntos.
La vida.
Love Streams explora una relación (la de dos hermanos) y a su vez traza las demás relaciones que interfieren en ésa (las que sus protagonistas mantienen con sus amantes, sus ex parejas, sus hijos y en general, con el resto de sus vidas) pero aunque el título pueda inducir a pensárselo, lo cierto es que nada fluye en ella. Absolutamente nada y por eso la película es un maldito caos.
No es una cinta de primeros planos, esta vez Cassavetes opta más por el arrastre que por el acercamiento compulsivo. Love Streams salta de una trama a otra y deja que sea el espectador quien conecte el argumento como buenamente pueda. La “corriente del amor” puede ser desbordante, desde luego, porque pocas cosas más bonitas que una mujer que regala a su hermano un par de caballos enanos, una cabra y varios pollos para que aprenda a estimular sus afectos “por algo” y sin embargo, esa corriente también puede interrumpirse y estancarse pero nunca se termina, ni siquiera cuando la película llega al final y tampoco cuando Cassavetes cuela elementos perturbadores que más parecen prestados de David Lynch que cosecha propia.
Mirar a Gena Rowlands volverse adorablemente loca y luego, tomar aire.
May 12, 2019
Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año
Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año. Francis Scott Fitzgerald. Trad. Julia Osuna. Madrid: Gallo Nero, 2011
El olor de la oscuridad más líquida
Zelda y Francis viven como nos hubiera gustado vivir a todos, de hecho viven como les hubiera gustado poder vivir a ellos mismos, en Nueva York, en 1923 aunque enseguida se trasladan a Long Island porque él, trata de escribir una novela. A través de breves y contundentes capitulillos, el primero de los tres artículos que compone Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año regala como de grano en grano varias perlas que son ejemplo del buen dejarse llevar y perderlo todo porque el señor Fitzgerald y esposa y se dedican a vivir a tope. Pero muy a tope. Por todo lo alto, que parece que se siga al pie de la letra esa frase de empresario jubilado que reza “para ganar dinero hay que gastar dinero” pero, en vez de por referirse al tipo de inversión que uno debe hacer en sus clientes para prosperar con su negocio, por hablar más bien del dinero de uno y el gasto de ese dinero en uno mismo hasta agotarlo, que luego ya se verá.
“No tenemos dinero. Vayamos a ver una película” dice Zelda a su esposo en un momento del relato. Y se van y gastan.
En el segundo artículo y a consecuencia del despiporre de comportamiento descrito en el primero, se explica cómo ahorrar o, más concretamente, como vivir sin dinero: Cómo sobrevivir con casi nada al año. Los Fitzgerald y su nena se van a Francia para ahorrar (qué tiempos tan extraños eran esos) y a terminar esa novela que había comenzado en el anterior artículo que se titulará El Gran Gatsby. Además del despliegue de sarcasmo xenófobo que ya una se imaginaba, se relatan las atroces pero divertidas experiencias de hotel en hotel entre París y la costa azul del Mediterráneo. Ellos, los “americanos” (aunque sean sólo tres de la parte norte del continente) y el resto del mundo concentrado en la corteza francesa de Europa. Hacía tiempo que no me reía tanto y sin embargo ¡qué trágico! se huele que las cosas van a ponerse oscuras, oscuras y “líquidas” como expresa él y para eso llegarán novelas posteriores.
El tercer artículo lo escribe quien ha recibido de manos de su hija las declaraciones de la renta desde 1919 hasta 1940, período que incluye esos tumultuosos años descritos en las dos primeras partes del libro. Aunque parezca mentira, la información que se descifraba a través de ellos (que Francis Scott se esforzaba por ahorrar y apuntaba cada capricho y necesidad invertida en dólares en varios cuadernos, pero que alcanzaba con ello un éxito semejante al de aquél que hace dieta y se atiborra a golosinas) da para otro artículo más y con ella se cierra el libro: con el olor de lo que se venía encima: la oscuridad líquida y la noche suave.
April 27, 2019
Fiesta: The Sun Also Rises
Fiesta: The Sun Also Rises. Ernest Hemingway. London, Penguin Random House, 2004
Estupenda
Soy estupenda, señores: sépanlo. Soy una persona que se entusiasma por la lectura cuando ve que tiene tiempo en perspectiva para dedicárselo y que, ante la idea de un inminente primer viaje a París, quiere devorar clásicos y nutrirse de clichés a la sazón. Todo. Todos.
Pues bien, me he equivocado de libro.
Recuerdo que hace quince años le dije esto mismo a un profesor en la Facultad, le dije “me he equivocado de carrera” justo antes de hacer un examen oral y me quedé más a gusto que un arbusto, pues igual. Yo quería leer París era una fiesta y tomé Fiesta en su lugar.
¿Soy absurda? Lo soy.
Esperaba recrearme en los ambientes parisinos, los cafés, ver que Hemingway era muy pobre pero muy feliz y que a mitad de la historia irrumpiera Fitzgerald para tener una peculiar y sexualmente censurable conversación con él en unos lavabos; lo había leído en otros textos sobre París era una fiesta y sin embargo nada, en lo que yo leía los personajes no hacían otra cosa que beber y ver encierros en Pamplona, pasear por Biarritz y pelearse por la misma mujer inglesa y aristocrática lejos de París (comienza en París, eso sí, pero en seguida la abandonan).
No entendía nada.
Y yo, estupenda de mí, le decía a la gente que estaba leyendo París era una fiesta y además, en el inglés original que para eso una estudió sus años de Filología y que no entendía el porqué de la traducción, que hay que ver cómo son las traducciones en España muy indignada, muchísimo. Pero no, que estaba equivocada, que no estaba leyendo lo que creía que leía.
Así que como los protagonistas, me subí y me bajé de la historia “algo confusa”, del mismo modo que estos estadounidenses que aterrizan en Europa y la viven hasta el fondo con sus consecuencias: pasión, borrachera, celos y envidias varias.
Una fiesta todo.
Y yo, estupenda.
April 23, 2019
Velocidad de los jardines
Velocidad de los jardines. Eloy Tizón. Barcelona, Anagrama, 1992
Más de media vida
“Your memory is a monster; you forget—it doesn’t. It simply files things away. It keeps things for you, or hides things from you—and summons them to your recall with will of its own. You think you have a memory; but it has you!”
John Irving. A Prayer for Owen Meany, 1989
Llegar a ser un “inmundo adolescente” parece que nos tome más de media vida; eso decía John Irving en una novela que no recuerdo si era El hotel New Hampshire o cualquier otra de las seis suyas que leí cuando la adolescente era yo y subrayaba libros, copiaba citas y las guardaba en mi memoria creyendo -ilusa de mí- que las recordaría para siempre.
Lo de la incertidumbre y la “no-permanencia” de las cosas lo aprendí más tarde.
Los cuentos que componen Velocidad de los jardines creo que hablan de eso, de que el tiempo corre muy deprisa cuando uno es menos consciente de ello: cuando pasa de la infancia a la adolescencia y sin embargo, es la época que más perdura en nuestros recuerdos mezclada, tergiversada, exagerada y dramatizada como un sueño loco y maravilloso.
Leo Velocidad de los jardines con la parsimonia que ya es habitual en mí siempre que me zambullo en el mundo de los cuentos. Soy lectora de novelas ¡qué le voy a hacer! y cuanto más largas, mejor. No obstante, leo cada día un cuento, para que reposen y no se mezclen entre sí como mis aburridos aunque intensos (siempre lo son) años adolescentes. Leo las bellas imágenes con las que Eloy Tizón monta las tramas fugaces de sus historias, la melancolía de la Educación General Básica, los patios, los amores frenéticos y también los viajes: hay viajes y viajeros en Velocidad de los jardines, hay conductores y trenes con destino oscuro. Hombres y mujeres adultos que recuerdan, que describen olores, colores, sabores, que escriben libros… Y todos van deprisa hacia el final que suele ser el presente de sus vidas en donde la memoria se da un bofetón con la realidad.
Buscaré aquella cita, me gustaba mucho aunque la haya olvidado.
April 21, 2019
Relève
Relève. Thierry Demaizière y Alban Teurlay. 2015
…y besar el santo
No diré quién ni tampoco diré dónde pero una vez me pusieron al Ballet de la Ópera de París como ejemplo de compañía extremadamente arcaica y jerárquica en la cual cada bailarín debía escalar puestos a golpe de sudor, lágrimas y sangre para ir adquiriendo contratos en consonancia a su caché artístico; era alguien del gremio, alguien de la ─podemos considerarla así─ “competencia” y era, en cualquier caso, alguien que conocía perfectamente aquello de lo que me estaba hablando.
El Ballet de la Ópera de París es, efectivamente, una compañía con unos cuatrocientos años de historia que ha consolidado un estilo propio en donde el repertorio clásico brilla por su presencia. El ballet, lo más parecido a la rutina de jornadas de un ejército profesional, encaja en el perfil de lo que ha sido y será siempre esta compañía: trabajo extenuante, sacrificio, disciplina y que no todo el mundo vale: valen los de proporciones alargadas y esbeltas que trabajan de forma extenuante, se sacrifican y tienen disciplina.
Hace unos años el documental de Frederick Wiseman exploraba las maneras de Brigitte Lefèvre para sacar adelante las temporadas de la Compañía lidiando, sobre todo, con problemas administrativos y económicos. Quisieron que el guapo de Benjamin Millepied la relevara con su gracejo comercial, porque lo vieron bienintencionado con sus inquietudes renovadoras, su ambición por colaborar con artistas contemporáneos, su estética de muchacho rebelde que ha triunfado (aunque tampoco tanto) en los EEUU y les salió el tiro por la culata.
Es que es la Ópera de París, vamos a ver… es la Ó-P-E-R-A-D-E-P-A-R-Í-S.
Que en la primera secuencia de la película aparezca Natalie Portman puede resultar sospechoso pero es la idea, son esos los propósitos. La estética, cuqui. Los bailarines, los más guapos y mejor vestidos, peinados y maquillados ocupan cada plano y cada secuencia en precisos y poéticos slowmotions que podrían pertenecer más a un anuncio de perfume francés que aun documental sobre ballet, sobre el maldito Ballet de la Ópera de París y sobre la transición de una a otro director entre 2014 y 2015.
Benjamin duró un año al frente de la compañía. renunció por “motivos estrictamente personales” y la película lo notifica en un par de frases al final, sin abundar más, con elegancia francesa.
Benjamin dice, en un momento más bien poco afortunado de la película que quiero creer, no se quedó en la sala de montaje precisamente porque cuando se estrenó él ya no era su director, que son la mejor compañía de danza contemporánea del mundo y se queda tan ancho. Ole ahí, Ben: siglos de prestigio clásico por el retrete.
Porque no se puede llegar…
April 15, 2019
El cantar de Aglaé
El cantar de Aglaé. Anne Simon. Trad. Rubén Lardín. Barcelona: La Cúpula, 2019
Gesta feminista
Los hechos memorables de uno o varios héroes se cantaban a través de poemas, canciones para la memoria colectiva que mitificaban las hazañas de señores que había que recordar para la posteridad.
Tralarí tralará.
Aglaé es una bicharraca fea como un dolor pero en este cómic se pretende hermosa y sensual. Todos los personajes son horrendos: una mezcla de atributos animales antropomorfos que recuerdan mucho a las fantasías de Tim Burton y Edward Gorey. Ella la lía: se queda embarazada, soltera, es repudiada por su padre, se busca la vida en un reino en donde el tirano gobernante tiene como norma asesinar a las mamás desprovistas de marido y como es lista y ejemplar se las resuelve para solucionar todos y cada uno de los embrollos en los que mete la pata.
Hasta ahí este es un cómic feminista que pondrá los pelos de punta al orgulloso gremio de hermanas y sorores, adalides del 8 M: nos encanta a todas.
Pero, hay un pero porque si no, sería demasiado fácil y no tendría ganas de escribir sobre él por aquí.
Y es que cuando Aglaé parece que ha tocado lo más alto en su escala de éxitos personales resulta que todo se complica y deja de caernos tan bien como al principio (aunque para aportar ese punto de vista objetivo están los “interludios de Simone, mujer en la sombra”, puro sarcasmo).
Memorable.
Ayer regalé El cantar de Aglaé a mi amiga Marta y espero con ganas que se lo lea y me cuente qué le ha parecido, porque es una gesta y mitifica hazañas de una señora que quizás convenga recordar para la posteridad, por eso creo que es buena cosa hablar de ella o regalarla o colgarla en un blog.
April 14, 2019
We Have Always Lived in the Castle
We Have Always Lived in the Castle. Shirley Jackson. New York, Penguin Classics, 2009
Melody, Gloucester, Pegasus
Lo que importan los finales. No es que el desenlace de esta novela sea inesperado, ni que aporte un giro a los acontecimientos previos que regale un sentido nuevo al conjunto pero es una imagen poderosa: el final de We Have Always Lived in the Castle es como una fotografía antigua o un cuadro deteriorado por el paso del tiempo que el lector observa claramente antes de cerrar el libro.
En el comentario al final de la edición inglesa de Penguin, Joyce Carol Oates explica, entre otras cosas, la importancia del simbolismo mágico a lo largo de la obra. Se trata de un tipo de “magia” inventada por su protagonista y narradora, una suerte de conjuros, supersticiones, fantasías que conducen al lector hacia una conclusión final sobre sí misma y sobre el porqué de los verdaderos acontecimientos de su pasado que no debería ser sorprendente y, sin embargo, lo es. Merricat, una adolescente quizás demasiado aniñada para los dieciocho años que afirma tener en la primera página del libro, que desea vivir en la luna y tener un caballo volador no sólo narra la historia sino que la adorna con sus propias supersticiones y con mucho, muchísimo cinismo.
No podemos fiarnos de lo que cuenta Merricat y sin embargo, no podemos evitar hacerlo, como si nos embrujara con sus palabras. Joyce Carol Oates establece una comparación entre esta técnica y la que caracteriza el estilo narrativo de The Turn of the Screw de Henry James: no hay que fiarse pero ¡qué obsesiones fascinantes! el delirio del deseo reprimido, el odio latente, el miedo al mundo exterior…
Se insinúa que Shirley Jackson, que murió antes de los cincuenta años y con un problema serio de adicción a las anfetaminas y el alcohol había sufrido una suerte de “acoso antisemita” junto a su marido por parte de la comunidad cristiana de su vecindario y que eso la inspiró para ésta y otras historias. Evocador, desde luego.
“MELODY, GLOUCESTER, PEGASUS” dice Merricat, son las palabras mágicas, antes de que todo cambie y cuando por fin cambia lo vemos perfectamente.
Y qué importante es el final.
April 7, 2019
La lotería de Shirley Jackson
La lotería de Shirley Jackson. Miles Hyman. Trad. Héctor Arnau. Madrid, Nórdica Cómic, 2018
Bingo
…Una representación, en definitiva, muy conveniente para una artista cuya propia obra sobrepasa hábilmente los límites entre la luz y la oscuridad, el humor y el horror.
En el prefacio a la adaptación al formato de novela gráfica del relato de su abuela, Miles Hyman (Vermont, 1962) pone las cartas sobre la mesa: no sólo introduce la historia negra y polvorienta de una comunidad estadounidense de la década de los 30-40 que se reúne para llevar a cabo un peculiar ritual al que llaman “lotería” por el bien de la cosecha anual sino que también nos presenta a “la abuela Shirley”. La familia saca de entre los trastos viejos una caja de música inquietante y la pone en marcha, lo que al pequeño Miles le trae a la memoria la figura de esa ancianita lectora de novelas de terror y bebedora de copazos de bourbon J. W Dant. La señora debía de ser fascinate. Su relato da miedo.
La lotería, publicado originalmente en el New Yorker en la misma fecha en la cual suceden los acontecimientos que relata (26 de junio) responde magistral a las premisas de un buen cuento: plantea con claridad y brevedad, avanza rápido hacia el final y en cuanto lo alcanza sorprende y desestabiliza. Lo conciso y contundente como un mazazo en el cogote que nos deja impactados, vaya con la abuela Shirley…
Con estilo que recuerda sin ánimo de disimulo a lo que bien podría ser un buen storyboard de cualquier película, el cómic de Hyman es parco en textos explicativos ni diálogos y traslada todo el peso de la narración a enormes viñetas de tonos oscuros, rostros de ojos achinados y ceños fruncidos que ponen al lector en situación y lo preparan para lo que, sin embargo, no se espera en el desenlace.
Los ciclos, los ritos, las tradiciones.
April 6, 2019
Dog Soldiers
Dog Soldiers. Robert Stone (1973); trad. Mariano Antolín e Inga Pellisa; Madrid; Malas Tierras, 2019
The end
Creo que no me voy a cansar nunca de decir que Rodrigo Fresán escribe buenos prólogos. También escribe buenos libros, pero sus prólogos tienen algo de adictivo y revelador que pocas veces consigue uno con una novela.
Lo digo siempre que algún cliente despistado me pregunta por alguna edición “que esté bien” de Drácula. Es el momento que aprovecho para señalarles el ejemplar de Mondadori (2005) que reposa en la repisa de “clásicos en tapa dura” y lo hago, porque el prólogo que incluye es interesantísimo, está brillantemente escrito y también es de Rodrigo Fresán.
Dog Soldiers publicada inicialmente en España por Libros del Silencio y recuperada ahora por Malas Tierras va precedida de unas páginas del argentino que son claras, ilustrativas y sentidas, tal y como me las imaginaba. Fresán puro que habla de los personajes y de sus creadores como si los hubiera conocido a todos y se hubiera tomado más de un café en casa de alguno, da igual si es Bram Stoker, Robert Stone o James M. Barrie; él sabe de ellos lo que hay que contar, justo lo que es interesante de leer.
Con Rodrigo Fresán se aprende y se disfruta. Te pone en antecedentes sobre el autor y su mundo para que una vez estés ubicado, te sientas preparado para leer sus ficciones.
Y yo me he leído Dog Soldiers después de haberme enterado (gracias al prólogo) de que Robert Stone había sido periodista para una publicación independiente en plena guerra de Vietnam, mientras estuvo alistado en la Marina. He imaginado los helicópteros de Apocalypse Now zumbando más allá de las ventanas de un hotelucho de Saigón y a Converse, el eje desviado en torno al cual gira esta historia, describiendo sus experiencias como reportero allí sentado, sufriendo por ese “the End, Beautiful Friend” que persigue a los protagonistas con la voz de Jim Morrison como banda sonora.
Una historia que sabemos que no es dulce ni color de rosa y que tal vez por eso nos cale con la fuerza que lo hace siempre: El mal, la caída, la huída y la búsqueda, la desintegración de la mente y la desfragmentación del disco duro de nuestros sentimientos. El comercio y el crimen de la droga, el consumo ciego, desesperado y agónico de heroína por una panda de chavales que son encarnación misma del concepto de delusion (inglés del que no se traduce, lo siento).
Porque es una guerra sin mucho sentido (perogrullada, lo sé) la que transcurre en esos días y los personajes que recorren los Estados Unidos cargados de droga y despistando al cabrón de turno que trata de dar con ellos no dejan de ser víctimas de esas circunstancias, pero también de sí mismos.
La maternidad, la fidelidad, la fraternidad y la profesionalidad pierden su significado en esta historia de corrupción, sexo y violencia, tejida con millones de diálogos dispuestos “a la brava”, como si quien los hubiera escrito los hubiera pronunciado realmente o al menos, estuviera muy drogado en el momento en que los redactó.
Una buena novela, que es sin duda el mejor final para el prólogo que la antecede.


