María López Villarquide's Blog, page 18

June 25, 2022

Portales

Uno de los misterios que vivir en París durante dos meses ha arrastrado consigo para mí es el siguiente: ¿Por qué no hay porteros automáticos en la mayoría de las casas?

Sí, tal vez sea cosa que dependa del distrito, que según el arrondissement correspondiente el asunto esté más o menos superado pero, desde luego que en el barrio que me tocó habitar no llegué resolver el misterio de cómo sus habitantes lidian con esa carencia.

El casero me había dado un código de cuatro cifras y una letra:

─La próxima semana traeré la llave digital. La acercas al dispositivo de la entrada y se abre sin necesidad de marcar el código.

Perfecto. Sólo debería memorizar cuatro cifras y una letra para abrir el portal y otras otras cuatro cifras y otra letra para el acceso interior al edificio durante siete días, luego tendría una llave de contacto para despreocuparme.

Sin embrago la llave no llegó jamás. Tras una semana con un papelito en el bolso en donde había escrito las dos combinaciones y alguna que otra llamada incómoda al casero porque éste nunca aparecía cuando necesitaba abrir la puerta, me di cuenta de que era una fecha famosa y un par de iniciales relacionadas e inmediatamente se grabaron en mi cabeza, sin embargo, continuaba dándole vueltas ¿Y si pedía comida a domicilio? ¿Y si me compraba un par de mancuernas en Amazon y me las entregaban en casa al día siguiente? ¿Y si venía a visitarme de sorpresa un amigo? Cierto que eran tres posibilidades improbables tratándose de una estancia temporal en el extranjero pero, el edificio era grande, había muchas viviendas y mis vecinos no tenían pinta de ser todos turistas (ni escritores).

Tampoco los del edificio de enfrente, ni los del de justo al aldo de la panadería y ninguno tenía portero automático.

Observar los postales se convirtió en una obsesión durante un tiempo. Seguía a los repartidores en sus bicis y los estudiaba cuando se detenían delante de una puerta y miraban el teléfono antes de teclear ellos mismos el código correspondiente para abrir ¿Acaso eran códigos de dominio público?

No podía comprenderlo.

Y sigo sin hacerlo, aunque ya no me encuentre allí.

El otro misterio es de las cucharillas pero de él hablaré en otra ocasión.

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Published on June 25, 2022 03:31

June 24, 2022

Consumiciones

Ven, date prisa. Nos acaban de servir un platito con un aperitivo…

Pero ¿así de fácil? ¿Y con la primera consumicion?

Exacto. Te esperamos, venga ¡no tardes!

No es que en París pasásemos hambre, precisamente, pero la simple idea de acompañar una bière blonde con unos chips se hacía fantasiosa y extraña. No es habitual recibir un picoteo gratuito como al que estamos acostumbrados en Madrid y toda ocasión había de celebrarse.

Ese día me encontraba con mis padres, que acababan de llegar a pasar unos días de visita, y nos habíamos alejado de su hotel para alcanzar el mercado de Les Enfants Rouges. Escogimos un bar. Pedimos nuestras bebidas. Nos sirvieron y dimos gracias al Señor por aquel bol de patatas fritas artesanas.

Dos semanas antes, en el barrio de Belleville, no habíamos disfrutado de la misma suerte.

Fue durante la presentación de un libro y mientras esperábamos a que comenzase sin despegarnos de nuestro asiento. La librería contaba con un espacio de bar/café así que pedimos un par de cervezas y todo fue bien hasta que, al lanzarnos a una segunda ronda, el camarero puso cara de circunstancias y nos dijo que no podía…

Si pedís una segunda consumición tenés que comer algo. Verás, por ley no puedo servir alcohol si no es con comida… acá tengo unas empanadas…

Aquel fue el argumento del tipo y, ante la posibilidad de tener que abandonar el establecimiento y perdernos el evento al cual teníamos tantas ganas asistir, ordenamos una empanada. Cómo no hacerlo. Por lo visto la «brigada de las tapas» acecha en las calles París. Imaginamos a un policía oliendo alientos de clientes en los bares y multando a aquellos que habían osado beber sin comer.

Mucho cuidado.

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Published on June 24, 2022 02:39

June 23, 2022

Daguerrotipos

Llevaba tres horas leyendo y traduciendo cartas, mensajes personales intercambiados entre dos personas que son personajes en la novela que estoy escribiendo, historias de su día a día real y confesiones de su imaginación y sus deseos más íntimos. Estudiar la correspondencia tiene ese punto de chismosa de patio de luces, de cotilla, de voyeur insaciable y me encanta. Siento que no tengo que pedir permiso para hacerlo y que no hay nada de malo en la tarea pero aun así, es extraño. Tomar las conversaciones reales de dos personas y traerlas a la ficción. «Disculpen, han pasado unos ciento sesenta años de este momento, de esta discusión ¿les importa que la incluya en mi libro? Es que los estaba escuchando y me parece interesante… al fin y al cabo hay trece tomos editados con el contenido ¿puedo?».

Y como nadie me contesta, naturalmente, pues hago lo que me parece.

Esa tarde, cuando regreso de la médiathèque nos vamos a dar una vuelta por un barrio del distrito XIII, al sur de Montparnasse. Escogemos la zona porque, a priori, no hay nada allí que nos interese y a veces está bien desplazarse hasta lugares en donde no existe una excusa real para que nos acerquemos pero lo cierto es que sí que la hay: allí vivió una de las directoras de cine más entrañables y geniales de todos los tiempos, la magnífica Agnès Varda.

Allí rodó su película documental Daguerréotypes.

Recorremos la calle buscando los comercios que aparecen en la película pero, claro está: ya no existen, han pasado cuarenta y seis años desde aquel rodaje, es un lugar diferente y sin embargo, lo ocupan tipos semejantes a aquellos.

La rue Daguerre no es muy larga; comienza y termina con bares, tiendas de comestibles como fruterías, pastelerías, carnicerías y pescaderías. Es una calle «viva» que Agnes escogió para retratar en una película sobre el paso del tiempo y las rutinas de sus habitantes, ella como una más, habitante del número 88, una puerta pintada con rayas de colores en un muro frambuesa, distinto, alegre, auténtico. Nos detenemos justo enfrente y nos hacemos fotos; un cosquilleo de emoción sorprende a mi cuero cabelludo: «aquí es», pienso, «aquí vivía» y aunque durante estos dos meses en París la búsqueda de portales y casas donde ha vivido gente que me interesa se convierte en una práctica habitual, aunque me pase las mañanas revisando cartas y revolviendo conversaciones antiguas, en esta ocasión es diferente. En esta ocasión estoy conmovida.

Tal vez porque ella hizo un documental al respecto y tomó a personas reales como personajes.

Tal vez.

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Published on June 23, 2022 00:36

June 22, 2022

Prismáticos

Me dije «llévalos por si acaso, por si conseguimos un pase a precio reducido en la Ópera, que estará cerca de casa» y con la esperanza de usarlos allí, los prismáticos volaron conmigo en la maleta rumbo a París.

Durante el primer mes sólo los usé para espiar los movimientos de los gatitos del café vecino. Permanecían en el armario, junto a una libreta, unas gafas de sol en su funda y varios folletos informativos de exposiciones a las que habíamos ido. Se acomodaron en una existencia provisional y accesoria, estaban ahí, en el estante y «por si acaso» siempre listos, erguidos y alerta ante cualquier atisbo de auténtica necesidad por mi parte. Una necesidad que nunca llegó.

¿Vamos a ver a Benjamin Violay?

Me hizo la propuesta con el pulgar a punto de pulsar la opción de compra de las entradas, como hace casi siempre Fran en estos casos, que me pregunta para constatar decisiones ya tomadas.

Vale. ¿Es el de la peli esa que vimos? ¿La de Agnès Jaoui, verdad?

Sí, era ése. También el cantante de uno de los temas que más se repiten en la playlist de la librería en que trabajo. El mismo. Venga, compremos.

La aplicación lo sintió muchísimo: las localidades estaban agotadas. Fran le proporcionó su dirección de correo electrónico y se aferró a la esperanza de recibir una notificación si, en algún momento, dos personas renunciaba a sus asientos y nosotros dos podíamos dar cuenta de ellos en su lugar.

A los quince días llegó el mensaje deseado.

Los prismáticos se lanzaron a mi bolso como paracaidistas disciplinados y junto a ellos nos pusimos en marcha hacia la Philharmonie, en el parque de la Villette.

Y resultó que los asientos asignados estaban en las primeras filas, que de las 2.400 localidades del espacio, aquellas dos nuestras estaban cerca, tan cerca del escenario que cuando extraje a mis compañeros del bolso para darles el uso correspondiente me asusté: Benjamin y sus fosas nasales estaban ahí mismo.

Fue un concierto maravilloso.

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Published on June 22, 2022 03:39

June 20, 2022

Fideos

Antes de salir de casa esa mañana me había echado un paraguas al bolso, parecía que iba a llover y no me gusta mojarme. Habíamos quedado en la salida del metro a las 18:30, justo delante del Teatro de la Comédie Française, el de Molière, que en realidad se inauguró años después de su muerte pero ¿a quién le importan los detalles? El caso es entendernos.

Él llega antes, pasa por allí de camino a uno de sus locales preferidos de la ciudad, una librería de publicaciones en inglés de la Rue Rivoli donde puede pasar horas sin inmutarse. Me avisa por mensaje al móvil.

⏤Oye, hay una cola tremenda ¿seguro que Marién ha dicho este sitio?

Sí, mi amiga Marién ha dicho este sitio, un sitio especializado en ramen que, por lo visto, hay que probar. Hemos quedado con ella a las 19:30, una hora temprana para cenar pero que quizás sea prudente en vista de la espera que se nos viene encima hasta que se despeje la entrada.

⏤Vale, pues voy para allá directa desde la biblioteca. En media hora estoy.

Marién nos comunica que se retrasa.

Esperamos. Miramos en Internet qué tiene de especial ese sitio y por qué hay más gente formando una cola junto a la entrada, en una acera ridícula con el frío y la lluvia del mes de marzo que dentro.

Se abre la puerta y una mujer, uniformada con un chaleco reflectante al cual han pegado varias luces LED en la espalda, comienza a preguntar a los que esperamos que cuántos somos en cada grupo.

¿Era necesario vestirla como a un árbol de Navidad? ¿Cuánto pagarán a esa muchacha por hacer lo que hace? La pregunta permanece dando vueltas en mi cabeza y no llego a formulársela a Fran, que ya ha hecho sus investigaciones y me cuenta que se trata de un restaurante «temático».

⏤Aquí dice que se inspira en el puerto de Tokio, que Isabel Coixet se pasó hace unos días y lo ha recomendado en su perfil de Instagram.

Seguimos igual. Se ha hecho de noche. Marién todavía no ha llegado y a la mujer reflectante le hemos dicho que somos tres. Me acerco al cristal junto a la puerta y veo un montón de cosas amontonadas: cajas de madera, farolillos, redes de pescar… entre los huecos hay personas que han podido sentarse y que saborean sus boles de fideos caldosos. Todos bien apretados. Una maravilla.

Cuando llega nuestra amiga ya casi hemos ganado medio metro de acerca desde nuestra posición inicial. Son las nueve de la noche y nos invitan a pasar.

Se escuchan gaviotas, gritos en japonés, ruido de cubos que se arrastran y paladas de hielo picado lanzado sobre sacos de plástico. Nos sientan en una mesa al fondo, una mesa para nosotros tres y que no compartimos con nadie, todo un lujo para nuestros sentidos. Miramos la carta y decidimos.

La verdad es que estaba todo riquísimo. Mi ramen seco también, el único del menú. A mí no me gustan las sopas, la comida caldosa ni mojarme bajo la lluvia.

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Published on June 20, 2022 04:38

June 19, 2022

Bastones

El viejo camina despacio, avanza con una pierna ligeramente estirada, tal vez porque no puede articularla correctamente o porque le duele o las dos cosas a la vez. Se escucha su respiración atropellada desde el pasillo de la entrada y aunque todos en la Médiathèque estamos muy centrados en nuestro trabajo no podemos evitar mirarnos en cuanto lo oímos. Es él. Ha vuelto.

A veces eructa. A veces tose y carraspea. A veces hace gárgaras con sus propias flemas y escupe, antes de entrar, antes de cruzar la puerta. Cuando lo hace todos nos miramos, algunos sonríen y otras nos morimos de vergüenza peo él permanece impasible, se sienta en una de las mesas del fondo, junto a la puerta del depósito, deja su bastón apoyado en una de las sillas y lee. Lee muchísimo.

El anciano llega uno de los días con intención de llevarse una revista a su casa. Arrastra sus pies calzados en zapatillas deportivas hasta la bibliotecaria del puesto de información y le dice que le interesa ese número, que si puede llevárselo pero ella le explica que no, que no se realizan préstamos sin el carnet de investigador.

Pas possible, Monsieur…

Ante la negativa él regresa a su mesa, vuelve a colocar el bastón a su lado y sigue leyendo.

No se quita la chaqueta, una americana de espiguilla algo raída y sucia que tampoco me atrevo a mirar mucho por si él se da cuenta, por si le molesta que lo observen y me dice algo en su idioma que no entiendo. El viejo permanece sentado y a veces se rasca la pierna, hace un ruido de oso pardo al frotar sus uñas en la pana gruesa de sus bolsillos y luego carraspea, respira, apoya la cabeza en una mano y sigue leyendo.

Por un momento siento que he perdido de vista al viejo, parece que se ha ido, que ya no está en la sala de lectura, tampoco veo su bastón. Aprovecho la pausa para hacerme un selfie y me doy cuenta de que detrás de mí hay un esqueleto, debe de ser el típico muñeco que utilizan los estudiantes de anatomía y los bailarines para observar los movimientos, para comprender las articulaciones.

Efectivamente, el viejo ya no está y su bastón tampoco.

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Published on June 19, 2022 04:37

June 18, 2022

Asientos

Fetichistas y maniáticos los hay en todas partes. A veces pensamos que por viajar a otra ciudad o no hablar el mismo idioma podemos ahorrarnos el encuentro con perfiles de este tipo, pero no es así: gente peculiar, gente especial la hay en todas partes.

Después de la tienda de recuerdos y del intento fallido de de accedre a la exposición con el ticket del cine nos habíamos dispuesto a tomar unos buenos asientos en las primeras filas de la sala. Siempre las primeras filas, las mejores.

La sala de la Cinémathèque es gigante. Las butacas están dispuestas como una grada, de tal forma que las localidades más alejadas quedan en lo alto y las primeras, a pie de pantalla. Allí estábamos nosotros. Nadie más había llegado a media hora de iniciarse el pase y, por un momento, compartimos la emoción de sospechar que quizás nos fuéramos a quedar solos durante toda la película, que aquella, tal vez, se convertiría en una ocasión única para disfrutar una película clásica de los años veinte con todo el recinto para nosotros solos.

Naturalmente, esto no fue así y a los cinco minutos la sala comenzó a llenarse.

Para nuestro desconcierto hubo un caballero que, muy decidido, se sentó a mi lado y dejó toda la hilera de butacas a su derecha completamente vacía. Fran y yo nos miramos, aquello no tenía sentido ¿acaso aquel hombre no podía dejar un espacio libre? ¿Por qué se arrimaba? Si bien es cierto que las mascarillas habían dejado de ser obligatorias, ambos estábamos de acuerdo en que la educación y el sentido común era algo que debía mantenerse, hubiera o no restricciones ordenadas por las autoridades sanitarias a causa del Covid; pegarse a una pareja teniendo más de veinte localidades libres a tu lado era de locos.

Pero allí se quedó y nosotros también.

Finalmente la sala estaba completa. Nos alegramos de haber tenido el buen ojo de entrar los primeros para escoger nuestros sitios y de haber adquirido los pases con antelación o nos hubiéramos quedado sin ver la película.

Al apagarse las luces me llamó la atención reflejo en la butaca que tenía justo delante. Me acerqué para ver qué era y descubrí una placa metálica grabada con el nombre de ella, sin duda, la actriz más admirada y deseada por el extraño acompañante sentado a mi derecha.

No era a mí, por tanto, a quien aquel hombre quería arrimarse, al parecer quería su asiento compartido con Anna Karina.

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Published on June 18, 2022 03:08

June 17, 2022

Flores

Una mañana del mes de abril, ya bien avanzada la estancia parisina, acompaño a dos amigos que están de visita al barrio de Montmartre porque quieren recordar a Amélie, comprarse boinas, montar picnics sobre la hierba y recrearse en las vistas alucinantes y para eso estamos.

Ella se hace fotos, muchas fotos delante del Sacré-Coeur y también al pie de las escalinatas más famosas de la ciudad mientras nosotros preparamos la empanada y las patatas fritas sobre el césped. Hace muchísimo calor y hay demasiada gente en el trocito de hierba que hemos escogido, condiciones que nos impiden estar a gusto del todo pero es París y es lo que toca. Abrimos el vino de tapón de rosca, servimos en los vasos de papel y ella guarda el teléfono para regresar a nuestro lado. Comemos. Charlamos. Regresamos por donde hemos llegado.

Al cruzar por la Rue des Abbesses ella se detiene y abre mucho la boca con admiración porque hay un restauranteal cual han colocado una abundante mata de plantas y flores alrededor de la puerta; el adorno ocupa también parte de los ventanales en la planta superior del edificio y ella no puede dejarlo escapar a su cámara digital.

⏤¿Serán flores de verdad? Me encantan… qué preciosidad.

Yo lo pienso antes de darle una respuesta pero estoy casi segura de que no, de que se trata de de un arreglo de tela y plástico.

⏤Imagínate cambiar esto cada vez que se mueren las pobres plantas, no, no creo que sean auténticas.

Los tres miramos ese exceso de ornamentación durante un buen rato y luego nos marchamos.

Unos días después, de paseo descontextualizado por el Bvd. Saint-Germain una joven me grita desde la puerta de la boutique de Karl Lagerfeld. Al principio la ignoro, porque no creo que me reconozca como la prestigiosa autora de novela histórica que soy, me extraña que reclame mi atención por ello así que finjo no darme cuenta. En general, no suelo atender a los gritos pero ella insiste hasta que no tengo más remedio que acercarme.

Me entrega un ramo de flores. Están a punto de ponerse mustias. Las huelo y ella sonríe (el lenguaje universal, siempre).

⏤Nos han sobrado por el National Earth Day y no queremos tirarlas…

Pues no seré yo cómplice de ese crimen ecológico, pienso. Le doy las gracias y me quedo el ramo para proseguir mi camino pero a los pocos segundos comienzo a estornudar y no puedo parar. Mi nariz moquea litros de mucosa, no hay celulosa suficiente para calmar la fuga y he de tomar una decisión comprometida si queiro salvarme de la alergia.

Pienso que deben de ser las flores porque son naturales, son «de verdad».

Sintiéndolo mucho me deshago de ellas y las abandono a la puerta del Palais Bourbon, con todos mis respetos hacia el parlamento francés: he de reconocer que a veces las flores de plástico sientan mejor.

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Published on June 17, 2022 08:14

June 16, 2022

Tradiciones

Nos equivocábamos cuando Fran bajaba a comprar el desayuno a la panadería que teníamos justo delante del portal. La idea de hacernos con un par de croissants y un par de baguettes para el resto de la jornada era errónea.

El pan jamás llegaba a desempeñar su función de acompañamiento de la comida del mediodía. El pan desaparecía antes.

Porque ¿cómo resistierse al olor de esa pieza crujiente y ligera, sabrosa y en su punto exacto de jugosidad en la miga cuando descansa sobre la mesa de la cocina desde las ocho de la mañana sin querer devorarla antes de las dos del mediodía? Es imposible.

Salir a la calle al mediodía y toparse con una larga cola de clientes aguardando pacientes a la puerta de una boulangerie es lo normal, no porque en París las panaderías tengan un aforo reducido sino porque es cuando debe comprarse la famosa barra de pan y todos acuden a la misma hora. Puede incluso que el resto del día esos establecimeintos estén completamente vacíos.

De camino a la mediateca veo esas colas y, quienes las forman, no parecen molestos ni impacientes por estar allí, están acostumbrados y saben que hacen lo que deben.

⏤Una baguette, por favor

⏤¿Normal o tradition?

Tradition, siempre. La diferencia se palpa, se huele y se saborea. La variedad tradition es, sin duda, la correcta. Una atractiva capa de harina recubre la corteza opaca y de tostado irregular que al partirse deja ver una miga de infinitos alvéolos en los cuales yo he podido llegar a perderme si me despistaba.

Se compra, se coloca debajo del brazo, se prosigue con los recados pertinentes antes de regresar a casa para comer y, de camino, se parte el croûton y se saborea de aperitivo. Así siempre.

A los quince días de haber llegado a París la panadería de enfrente de casa cerró; a partir de entonces tuvimos que comprar el pan a lo largo del día y adaptarnos a las tradiciones.

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Published on June 16, 2022 02:21

June 15, 2022

Semáforos

Puede que una de las mejores formas de identificar a un español en París sea por un semáforo. Lo he observado. Lo he vivido.

París resulta encantadora como ciudad para caminarla, para atravesarla en largos paseos saltando por adoquines al borde del canal o, tal vez, tomando algún metro si la distancia se vuelve excesiva y el tiempo apremia. París asoma de calle en calle y de parque en parque: hay que abrir puertas y dejarse sorprender por vallas que perfilan parterres porque el resultado siempre merece la pena y lo que se descubre al otro lado, casi siempre, es impresionante.

Ahora bien, los grandes bulevares hay que cruzarlos, hay que atravesarlos y para eso se colocaron semáforos a ambos lados, a veces, hasta tres en cruces imposibles demarcados por carriles para bicicletas que llevan un ritmo independiente del resto del tráfico.

«Cuidado con las bicicletas» debería rezar la faja de una buena guía de viajes de la ciudad porque los ciclistas no avisan, sus vehículos cruzan cuando el semáforo está en rojo y también cuando está en verde, cuando pasan coches y cuando no, cuando un peatón decide asomarse y avanzar en una carrera ganando unos segundos a la luz roja y cuando está parado en plena calzada aguardando paciente a la luz verde. Esa luz, ha de saberse, tarda en cambiar.

Es en ese momento cuando se ve a los españoles, cuando nos desmarcamos del resto de parisinos y turistas internacionales porque el español va a apurar el paso en cuanto la luz verde comience a parpadear y hasta se atreverá a correr con apuro al ver que ésta se torna roja.

Pero no hay necesidad, los semáforos de París regalan unos segundos secretos en verde para el peatón y en rojo para el conductor que sonreirá al ver a otro grupo de españoles jugando a las carreras en cada parada, por cada bulevar.

Y cuidado con las bicis.

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Published on June 15, 2022 05:21