María López Villarquide's Blog, page 17
July 5, 2022
Fotografías
Miles de fotografías. Inspirarse en retratos de personas que ya no están e imágenes tomadas de una ciudad en una época que pasó y que convierte a esa ciudad en otra completamente distinta es importante e inspirador, es necesario para construir una historia y también para «reconstruirla», por eso antes de viajar a París me lancé como pollo sin cabeza a identificar posibles «bancos de imágenes» del período que me interesaba para mi historia, pero bancos reales, espacios de almacenaje documental físico donde poder ir a buscar tal o cual carpeta con tal o cual representación gráfica de lo que yo quería. Un banco, por tanto, donde tal vez me hiciesen pagar a cambio de lo que yo pedía pero en donde sin duda podría satisfacer mi ilusión, que para eso me habían concedido una beca.
En medio de estas conclusiones que yo solita armaba en mi cabeza, además de entregarme a rebuscar también pedí ayuda y pregunté a algún experto, en concreto le pregunté a uno que me ayudó muchísimo y a quien temo que no estaré lo suficientemente agradecida nunca por su amabilidad conmigo, extraña desconocida que, presa del entusiasmo, le escribe un correo electrónico un buen día para saber cosas, para tener herramientas y mapas de ruta hacia donde virar sus pasos en su inminente visita a París.
Sí, esa fui yo.
Primero había leído sus libros, luego había tomado nota exhaustiva de sus comentarios y después me decidí a buscarlo y preguntarle directamente. El primer paso fue contactar con la British Academy, que es una institución que, aunque suena muy grandilocuente lo cierto es que tiene un servicio de consultas francamente eficaz y accesible y en donde responden con rápidez y amabilidad a cualquier parida que a una se le pase por la cabeza o, como fue mi caso, al intento de obtener el correo electrónico del fellow en cuestión con quien yo quería «hablar» o intercambiar correos, que para el caso es casi lo mismo.
─I don’t think that I can give you contact details of individual fellows due to UK GDPR restrictions, but…
Y así fue como me proporcinó la dirección de su agente literario y, gracias a ella, como pude escribirle a él.
Y él me respondió.
Me dio información, muchísima información de los años que él había pasado en París investigando y yo tomé nota de todo para tratar de seguir sus indicaciones pero, algo había cambiado desde entonces, un pequeño y sutil detalle llamado Internet.
Y es que él había trabajado allí en los lejanísimos años setenta; entonces se usaban plumas y cahiers o carnets, se portaban carpetas y se acudía a los archivos para ver miles de fotografías originales.
Quise hacer lo mismo y una tarde caminé hasta la galería Roger Viollet, entonces me indicaron, muy amablemente, que disponía de toda la inofrmación digitalizada en la base de datos de su web en internet.
Miles de fotos inaccesibles ya, o accesibles desde cualquier punto del planeta.
July 4, 2022
Sellos
Las buenas costumbres no hay que perderlas, como todo lo bueno, que debemos aferrarnos a ello y no soltarlo.
Enviar cartas y postales es una de las que reconozco son mis «mejores» costumbres y como tales las mantengo conmigo allá donde voy, también en París, claro.
Mi amiga Eva y yo tenemos un acuerdo que consiste en que ninguna de las dos se va de una sala de exposiciones en donde haya visto una muestra que le haya gustado sin comprar para la otra una postal y enviársela de recuerdo. Ella vive en Suiza y está jubilada, es viuda y dispone de muchísimo tiempo para organizarse e ir a ver todas las muestras a su alcance, yo no tanto, mi situación es bien distinta pero los dos meses en Paris puedo decir con orgullo que me los tomé muy en serio respecto a nuestro pacto.
Escribí postales de todos los museos a los que fuimos.
De todos.
El problema vino después, cuando las postales se acumulaban en mi bolso, cada una con su fecha y no llegaba a enviarlas nunca. Yo las escribía y luego las guardaba a la espera de encontrar estancos en donde adquirir sellos pero ignoraba lo más importante: que en París los estancos son cafeterías y los sellos se venden únicamente en las oficinas de la Poste.
¿Cuál es el problema? Que aunque hay miles de estafetas, el logo es tan discreto que pasa desapercibido al ojo español que busca carteles enormes de color amarillo.
Aclaradas las dudas un día me acerqué a la oficina más cercana a mi casa, la de la foto, un edificio por el que había pasado en varias ocasiones sin saber que se trataba de una «Poste» de esas y que me gustaba porque era bonito y les entregué un hatillo de postales para enviar a Suiza.
Después compré varios sellos y me los guardé para enviar de una en una las postales siguientes, porque me pareció más práctico y porque, al igual que sucede con las buenas costumbres, aquellas que nos simplifican la vida también debemos mantenerlas a nuestro lado.
July 3, 2022
Tapices
Me habían puesto en contacto con Almudena porque escribe, investiga y da clases en la Universidad sobre temas que, según me dijeron, podían ser interesantes para mí y para mi trabajo en París. Llevábamos hablando varias semanas y el momento de vernos se había tenido que posponer en dos ocasiones debido a dos viajes suyos a España.
Tuvo que ser en abril, cuando ya había transcurrido un mes de mi estancia allí, hasta entonces había sido imposible quedar aunque lo intentamos. Una de las veces iba a ser la ocasión de conocer la fábrica de tapices.
Me había llamado por teléfono para citarme allí.
─En autobús con la 91 llegas directamente. Te subes en Bastille y nos vemos allí. Gobelins, no te olvides.
Estaba tratando de localizar la parada enfrente de la ópera cuando volvió a llamarme. Lo lamentaba mucho pero tenía que cancelar el encuentro una vez más porque una compañera del trabajo había dado positivo en un test de antígenos y ella no se encontraba muy bien, con mocos y demás.
Así que ese día me quedé sin conocer la legendaria fábrica, el espacio de manufactura fundado hace más de seiscientos años y que hoy alberga exposiciones y organiza visitas guiadas.
En vez de eso, Fran y yo paseamos por otro barrio hasta que se nos hizo de noche y tomamos la foto que encabeza este texto. El cielo se puso así de golpe, como si hubiera querido comenzar a arder, autocombustión celestial espontánea.
Volvimos a la fábrica por nuestra cuenta unas semanas después pero no llegamos a verla por dentro porque estaba cerrada y por mi parte, no volví a pensar en los tapices hasta que regresé por tercera vez a la Opéra Garnier y me fijé en los cuadros, las enormes representaciones alegóricas que recubren pasillos y salas de camino a la sala de investigación de la biblioteca, que cuelgan junto a los bustos en mármol de personajes relacionados con las artes escénicas de la época: algunos, aunque lo parezcan, no están pintados sino que son auténticos tapices de Gobelins.
July 2, 2022
Death in Her Hands
Death in Her Hands. Ottessa Moshfegh. Dublin: Penguin Vintage, 2021.
La brujaCuando vuelvo a ver la película de Robert Eggers que recrea el posible origen del caso de las brujas de Salem, esas señoras en Massachusetts acusadas de ser brujas y que acabaron tan mal, me gusta y me interesa mucho la presencia del bosque la apertura infinita que ofrece a los personajes, cada uno según sus necesidades y condicionados por sus problemáticas particulares.
Lo salvaje, lo que se encuentra más allá de la puerta de la cabaña en donde se establece la rutina y el espacio familiar, lo cotidiano y confiable, ese concepto incontrolable que se expande siempre hacia afuera y bajo las leyes imparables de la naturaleza, ese espacio es el gran desconocido y a veces, en algunas historias, es también el peor enemigo.
Death in Her Hands es una novela de misterio, una extraña historia de obsesiones e intrigas por resolver y en ella también el bosque y su profundidad juegan un papel fundamental para determinar qué le pasa y qué le preocupa a Vesta, su personaje protagonista.
Trazada con los rasgos de una mujer anodina entrada en los setenta, que vive sola con su perro en una ciudad inventada llamada Bethsmane, Vesta se obsesiona durante toda la novela por resolver un supuesto crimen que ha sucedido en los alrededores de su casa, aislada de todo y de todos, en el bosque.
Aunque el punto de partida y el planteamiento sean los da una novela negra «casi» al uso, lo cierto es que Death in Her Hands tiende por otros derroteros y arrastra a su narradora detectivesca a una serie de reflexiones y conclusiones que nada tienen que ver con ninguna muerte, o no al menos tal y como el lector pueda imaginar a priori.
Las obsesiones y el peso de la educación, de la doctrina religiosa, del matrimonio y el amor no necesariamente bien relacionados entre sí son algunos de los temas sobre los cuales vuelve Vesta desde el momento en que encuentra una nota en el suelo y trata de resolver de dónde viene, quién la escrito y a quién se refiere.
Para contarlo, la autora acude a la explicación de los recursos narrativos básicos a la hora de levantar un relato de misterio y esos mismos recursos, que son los que utiliza Vesta para solucionar el enigma después de buscar en internet, son los que dan una lección original e interesante al lector, tanto que una no puede hacer otra cosa que aplaudir a doña Moshfegh y alegrarse de no haberse vuelto a vivir al campo.
July 1, 2022
Cucharillas
Me fijé una tarde en que regresaba a casa y me había parado en el portal para tratar de recordar la clave maldita que me permitiera entrar. Adosada a la puerta había una hilera de mesas, la típica terraza parisina apretujada y con los asientos pegados a la fachada, de esas pensadas para que el cliente «vea al peatón» y, a la vez, para que el peatón vea lo que éste está tomando.
Entonces me fijé: cucharillas.
Quizás fueran para revolver pero ¿quién quiere revolver una coca-cola? Tal vez para servir el refresco que acompaña al cocktail y evitar así el exceso de burbujas pero de nuevo ¿qué tipo de persona se bebe un cubata a las cuatro de la tarde?. Una vez más debía concluir que los parisinos eran gente misteriosa y me propuse investigar al respecto.
Al día siguiente María me escribió cuando estaba en la biblioteca de L’Arsenal; fue durante una de esas mañanas que quería aprovechar antes de que abriese la Médiathèque para repasar el manuscrito y corregir los cuatrocientos mil errores que tenía en él.
─Estoy por Bastille. No sé si te va bien tomar algo…
Pasábamos de las doce y media, podía decirse que se alcanzaba la hora parisina de comer para los que no habían desayunado dos croissants con medio kilo de fresones, entre los que yo me contaba.
Sí, me venía bien tomar algo por la zona. Una hora y media corrigiendo había sido suficiente por ese día.
Recogí mis bártulos y me despedí de mis coleguis de la recepción.
─Je pars définitivement.
Por algún motivo, la confirmación de que no iba a regresar parecía darles cierta satisfacción. Algo inexplicable. Otro misterio.
Caminé por el boulevard Henri IV hasta la plaza de la Bastilla, donde María me esperaba como un lagarto al sol junto a un semáforo.
Nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida cuando lo cierto era que, aquella, era la primera vez que nos veíamos. Habíamos hablado por Instagram, eso sí, pero aun no nos habíamos tratado en persona.
Pensamos hacia dónde caminar, el lugar en el cual sentarnos a charlar y matar esa hora extraña que para mí era temprana si me planteaban un almuerzo pero que tal vez para ella no lo fuera tanto.
Tras unos cuantos pasos errantes por el barrio acabamos sentándonos en el café junto a mi portal. No había nadie y nos pedimos un café y una infusión que pagó María porque habla francés, porque es rápida y porque fue ella quien se encargó de buscar a la camarera dentro del local.
Hablamos de muchas cosas, de su vida de periodista, de Agustín Gómez Arcos y de mi proyecto de novela pero olvidé preguntarle por el misterio de las cucharillas, quizás ella hubiera podido dar con la clave para resolverlo. Creo que ninguna de las dos tazas iba acompañada de una y eso me despistó.
Todavía le debo una invitación.
June 30, 2022
Árboles
Magnífico despliegue botánico el de la ciudad de París. Espléndidos sus parques, sus jardines, sus macetas y sus floristerías.
Asistir al despertar de la primavera allí es una suerte: del frío a la brisa discreta, de la lluvia al sol de mediodía, del abrigo a la chaquetilla «por si refresca» y de los árboles pelados a los cerezos en flor: ellos siempre son los primeros.
El cerezo se adelanta y luce la gama completa de rosas y fuxias, blancos y rojizos desde el mes de marzo y París, con ellos, se vuelve también la ciudad rosada durante unas semanas.
Después todo cambia y a la celebración de la floración se unen el resto de especies vegetales con su polen, sus pistilos y toda la fanfarria. Esplendor de temporada. Festín alergoso.
Por mi parte todo bien: las alergias están más o menos acotadas al ámbito doméstico (ácaros, pelo animal, etc) y no hay gramíneas que me afecte como antaño pero ojo, no hay que despistarse y con este asunto reconozco que yo he sido la primera en caer: hay que ponerse a cubierto.
Admirar la belleza de los árboles no hace daño a nadie, tomar fotos tampoco pero mucho cuidado con los pájaros.
Plof.
Será que las aves parisinas comen queso con uvas o será que beben vino blanco, el resultado me manchó el bolso y cayó sobre mi cabeza como un proyectil. Me hizo daño y echó a perder la belleza del momento.
La primavera.
June 29, 2022
Chimeneas
Al entrar en el piso por primera vez hacia las tres de la tarde de aquel lunes 28 de febrero, lo primero que secuestró mi atención, después de los cuatro pisos sin ascensor que acabábamos de subir cargados con una maleta que haría sombra a los báules de Conchita Piquer, fueron las vistas. Cuatro balcones se asomaban a un cuadro de París, un paisaje despejado y simétrico de una avenida normal, con coches normales aparcados a ambos lados de la calzada y una cuadrícula de fachadas, ventanas y tejados alineados hacia ese punto de fuga en el infinito donde siempre parece que todo va a juntarse aunque no llegue a hacerlo. A veces, cuando la «grisalla atmosférica» de París lo permitiese, iba a poder adivinarse también la iglesia del Sacré-Coeur en lo alto de la ladera más elevada, allá a lo lejos, chiquita y blanca.
Todo eso desde las ventanas de mi casa.
No fue dificil acostumbrarse a desayunar delante de una de esas ventanas, mirando al infinito como si de un plató de una serie de televisión se tratara, como si en vez de esa imagen real de edificios, tejados y callejuelas en realidad no tuviese más que un póster o un panel verde sobre el que postproducción se encargara de tratar más adelante el decorado idílico y perfecto de un apartamento cualquiera de París.
Sorbía mi café y suspiraba organizando la jornada que tenía por delante. A veces me levantaba y cogía los prismáticos para saludar a los gatitos del café de enfrente, otras masticaba mi croissant con calma, saboreando cada capa crujiente de mantequilla tostada y fue en una de esas ocasiones cuando me fijé en la cantidad de chimeneas que tenía delante.
Se lo dije a Fran:
─¿Has visto que el tejado de la casa de enfrente está lleno de chimeneas?
─Pues sí… ¿será que a cada piso le corresponde una?
No tenía ni idea pero era bonito: todos aquellos cubitos sobresaliendo de las buhardillas, asomando por encima de las mansardas y recortando el cielo… Me recordaban a las fichas de Hotel, el legendario juego de mesa de nuestra niñez, un montón de diminutos bloques alineados con criterio irregular, dejando a veces huecos entre las casillas porque el azar así lo había dispuesto. Trataba de contarlas pero, después de muchos intentos, no fui capaz de llegar a una cifra definitiva, soy hipermétrope y tengo fijación excéntrica por lo que las hileras de figuras semejantes me bailan a lo lejos.
El primer día me llamó la atención que en la mansarda de la casa que teníamos justo delante, asomara una mujer a fumar. Apartaba la maceta y se apoyaba en el alféizar, quedaba enmarcada por ese hueco que era justo de su tamaño, perfecto para albergarla a ella y a su cigarro.
Con el transcurrir de las semanas llegamos a la conclusión de que se asomaba varias veces a lo largo del día, por la mañana y por la tarde y que, muy probablemte, su apartamento fuera uno de los que dejaban un hueco entre sí, uno de los que no tenían chimenea, tal vez porque no la necesitase.
June 28, 2022
Galletas
Los museos en París me despertaban un profundo respeto y digo «despertaban» a propósito, empleo el pretérito imperfecto porque a día de hoy ya no lo hacen.
Hay muchos y todos son magníficos. Hay exhibiciones temporales excepcionales, curiosas, inesperadas y colecciones permanentes para arrodillarse y rezar por su grandeza y soberbia. Hay de todo y todo es espectacular, nunca diría lo contrario, el problema es, como casi siempre sucede: la gente.
Curioseo en Instagram esta mañana y mi feed me sugiere un anuncio de Louis Vuitton con Léa Seydoux paseando su belleza entre Les Nymphéas de Monet que cuelgan de las paredes de L’Orangerie y me da la risa. Recuerdo una historia…
Habíamos llegado al museo con la ilusión del fanático, con las expectativas bien altas, como a sabiendas de que el espectáculo no iba a decepcionarnos, de que los nenúfares al natural iban a ser, probablemente, lo mejor que íbamos a ver en ese año y, con total seguridad, en esa semana y sí, ahí estaban, en las salas ovaladas que lo impregnan todo de misticismo y paz mental, si no fuera por las cincuenta y siete personas a nuestro lado.
Las influencers con prendas a juego con los colores del cuadro.
Los niños que correteaban y se subían a los bancos o se bajaban de ellos, que gritaban, que molestaban.
Un letrero a la entrada de la sala propone al visitante que, en la medida de lo posible, respete la intención inicial del artista y evite elevar el tono de voz, que se trata de una sala diseñada para arrastrar al observador a la meditación, que el silencio es importante para apreciar la obra.
Tal vez el letrero debiera ser más grande o, tal vez, se trate de una petición abocada al fracaso.
Vimos los cuadros en silencio y también los comentamos, hablamos de ellos y no pasó nada pero, cuando en la sala contigua que se dedica a otro artista vi a una mujer plantada delante de una de las piezas y masticando galletas, una detrás de otra según las sacaba del bolsillo de la mochila que lleva colgando delante de su barriga, sin inmutarse, llenándolo todo de migas y de olor a galleta a su paso entonces fui yo la que quise gritar.
Y la miré pero no sirvió de nada. Era preferible seguir mirando los cuadros.
*La imagen que encabeza este texto la tomé en la MEP y no recuerdo si se trata de una fotografía de Larry Clark o de JH Engström, ambos incluidos en la muestra titulada «Love Songs. Photography and Intimacy».
June 27, 2022
Vosgos
La plaza más bonita de París.
La plaza más perfecta de París.
La plaza más antigua de París.
La primera plaza cuadrada de París.
La plaza de los Vosgos, que tiene un césped y unas fuentes preciosas, que no existían cuando se inauguró con el nombre de «Plaza Real», es un espacio simétrico que con sus 140 x 140 metros a mí me recuerda a un retal como los que mi madre usaba para coser edredones, un pedacito de parque que parchea el barrio de le Marais, entre el pespunte que forma la Rue des Francs Bourgueois y el remate en la plaza de la Bastilla, que para mí tiene ese nombre por algo. La plaza ideal en donde se pueden comprar boinas y sombreros, degustar entrecots de más de 100€ o echarse la siesta a la sombra de un tilo recortado en forma de cubo.
Algunos fines de semana también se convierte en espacio para un mercado de antigüedades al aire libre; filas de tenderetes de lona blanca se abren paso bajo los soportales de piedra centenarios, cada uno con un producto diferente: libros viejos, prendas viejas, muebles viejos… todo a la venta y todo a precio negociable.
Sin embargo, la belleza de esta plaza pienso que tiene mucho que ver con la belleza de sitios como el Panteón de Roma y al igual que allí, creo que no hay que buscársela en ningún ornamento: creo que es cuestión de matemáticas.
Alrededor de la plaza se levantan unas casas de piedra y ladrillo rojo en donde vivieron famosos y famosas aristócratas y artistas de todas las generaciones. Muchas de estas casas están deshabitadas y advierten un estado casi ruinoso, apuntaladas en la fachada y con las ventanas inclinadas, como si su cuadrícula perfecta se estuviera desdibujando, se torciera y se plegara poco a poco sobre sí misma, porque los cuatrocientos diecisiete años se le notan.
Se encontraba a menos de diez minutos andando desde mi casa y cruzarla cada tarde era un capricho, una propina para la vista. Estaba convencida de que dos meses allí y al menos una visita diaria me autorizaban para considerarla hermosa, de tanto verla, de tanto caminarla pero me equivocaba.
No fue hasta que accedí a una de esas casas que la circundan, la de Victor Hugo que alberga al museo con su nombre, y me asomé a una de sus ventanas de vidrio borroso por el paso del tiempo, cuando la vi desde arriba y en todo su esplendor simétrico que comprendí que lo era: la plaza perfecta.
June 26, 2022
Vestidos
No es lo que esperaba al entrar por primera vez en el Pompidou, pero abrazo la circunstancia igual que abrazo todo lo que me sucede en estos dos meses en esta ciudad tan especial y acepto la exposición de Yves Saint Laurent con todo su arte y toda su gracia. El asunto es ver determinados trajes de alta costura como si fueran piezas del museo y a ciertas obras de arte del museo en íntima relación con icónicos diseños de alta costura.
A veces es una blusa similar a la de la figura central de un cuadro y otras ni siquiera se trata de la misma prenda, sino de un color, una línea similar o lejana, sutil y parcialmente parecida. Continúo dando abrazos a lo que me cuentan en cada panel, a aquellos objetos que colocan ante mí bajo cada foco de las inmensas salas del museo. Todo lo acepto. Todo lo asimilio.
Hasta que llego al famoso vestido cuya réplica llevó mi amiga Haydée por su cumpleaños hace un par de temporadas (o tres) en su piso de Madrid, durante una fiesta en la que a todos los asistentes nos había dejado patidifusos con su charme, que así es ella.
Lo veo colgando delante de mí e inmediatamente tomo una fotografía para enviársela a ella.
─Ami: tu es là!
Le digo, por hacerle la broma ya que mi amiga es medio francesa y medio payasa, o payasa del todo y francesa sólo por parte de madre, que nuca sé bien cómo describirla. Me pregunta que en dónde estoy, claro.
Y es que estoy en el museo, pero en realidad me he trasladado mentalmente a su fiesta de cumpleaños de hace tres navidades y me he vuelto a reír mucho y doy las gracias por que sea mi amiga y, aunque no haya querido venir a verme cuando estaba en París porque ella no viaja y porque dice que el extranjero no le llama la atención, le agradezco que sí que lea este blog de vez en cuando igual que yo leo el suyo.
Vestidos, sí, y amigas también.


