María López Villarquide's Blog, page 19

June 14, 2022

Bailarines

Suben y bajan por la rampa de acceso a cada planta del edificio, se sientan en el suelo, mueven las mesas, fuman en la puerta, comen ensaladas de tuppers diminutos, ríen, hablan, se estiran, se felicitan, se admiran. Son los bailarines del Centre national de la danse y paso con ellos unas cuatro o cinco horas diarias, cada uno a lo suyo: Ellos siendo bailarines y yo trabajando en la documentación de mi novela.

Me preguntan que si me importa que se sienten en mi mesa, que si tengo algún problema en compartir el banco con ellos. En absoluto: dejad que los bailarines se acerquen a mí, que invadan mi espacio, quiero escuchar sus conversaciones y no comprenderlas porque están en francés, quiero admirarme de su languidez y reirme ante las absurdas posturas que adoptan para comerse un sándwich.

Pienso que una vez fui como ellos y me entra el pudor. Qué tontería. Eso me pasa.

Sigo rebuscando entre las biografías y notaciones coreográficas, pasando las páginas de primeras ediciones de 1844 y los veo al otro lado del cristal, bailando o rascándose la nariz. Me parece que habitan un mundo diferente al mío, un mundo marcado por la rutina de ejercicio y los espejos, las prendas flojas y las puntas de los pies bien orientadas hacia afuera en dehors, un espacio delimitado por techos de hormigón y suelos de linóleo y en el que se rellenan botellas de agua de forma ilimitada. Un universo peculiar.

La excursión avanza por el pasillo de entrada del edificio. La forman unos quince niños de no más de siete años encabezados por una mujer que señala arriba y a los lados según llegan hasta donde yo estoy sentada. Les da indicaciones y ellos abren mucho los ojos para fijarse en lo que ella les cuenta. Alguno me mira a mí y luego agacha la cabeza o se rie. Supongo que están de visita y que hoy, en el cole, aprenderán lo que son los bailarines y qué hacen en su día a día, como hicieron conmigo cuando me llevaron al parque de bomberos o a la fábrica de pan: «aquí suena la sirena y luego bajan por esta barra hasta el camión», «aquí es donde se mezcla la harina y se deja crecer la masa madre» y «aquí es donde una mujer se sienta a escribir antes de que abran la mediateca y observa a los señores y las señoras que bailan».

Supongo. Cada día se aprende algo nuevo.

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Published on June 14, 2022 07:36

June 13, 2022

Apaches. Los salvajes de París

Apaches. Los salvajes de París. V.V.A.A.. Madrid: La Felguera, 2021

La gente mala

La gente mala
Es muy mala
Ya les vale, ¿de qué van?
(Ya les vale, ¿de qué van?)


Ojete calor, 2017

La Felguera rescata de sus profundidades descatalogadas la tercera edición de este compendio de artículos sobre los «apaches» de París, un colectivo (des)organizado de matones, rateros, navajeros, asesinos y bailarines que, tomando su propia justicia por la mano, se hicieron populares entre finales del siglo XIX y principios del XX, como consecuencia del auge de las clases elitistas que sobrevino a la Comuna de 1871 y el gesto se vuelve necesario; un libro así esclarece conceptos, pienso yo, para matizar alguna confusión, alguna dificultad latente en la sociedad reciente.

Porque el patio está revuelto.

Mi amiga Ana, que es una gran artista y, en tanto que tal, también una gran observadora del género humano, contaba el otro día que, por lo visto, los tatuajes feos se han convertido en una corriente, una forma de expresión feísta y deliberada a través de la cual, hoy, algunos están optando por definirse.

Entre sus páginas acartonadas, impresas en blanco y negro, a doble página y sin apenas márgenes, este libro muestra los rostros de esos delincuentes tan fieles a sus principios y tan implacables con la opresión social ejercida contra ellos; el lector les pone cara y también conoce sus tatuajes, los de ellos y los de ellas.

Ya les vale.

¿De qué van?

Apaches… pone en contexto y describe, narra con ejemplos e ilustra con imágenes. Poco más se puede pedir. Pese a tratarse de una amalgama algo heterogénea y que en algunos de sus artículos se repite, es interesante, es curiosa.

Yo no diría que las chonis son las actuales casqued’or ni que los quinquis de los años 70 podrían atreverse siquiera a compararse con ellos, porque las causas y los motivos son de sobra distintos en cada caso pero sí creo que, tras la lectura de este libro, se llega a la conclusión, fácilmente, de que el bueno de Travis en Taxi Driver no iba tan desencaminado si tomamos al pie de la letra los propósitos e intenciones de los muchachos parisinos de la Belle Époque.

La gente mala, es que es muy mala.

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Published on June 13, 2022 01:13

June 11, 2022

Archivos

Las visitas guiadas estaban completas, hasta mayo nadie podía apuntarse a ninguna y en mayo yo ya no iba a estar allí.

Mi ilusión por conocer por dentro el hogar del fantasma caía a velocidad vertiginosa por el pozo de la decepción. Dos meses en París y no sólo me quedaba sin entradas para ver La Bayadère de Nureyev en la Opéra Bastille, sino que tampoco podría recorrer el edificio de la Garnier.

Como hago a menudo, opté por comunicarme por correo electrónico con diferentes personas relacionadas con la institución. Expliqué mis circunstancias con todo lujo de detalles y traté de ser clara, lo más clara que me fue posible utilizando la lengua inglesa: que si estoy aquí porque estoy escribiendo una novela gracias a una ayuda del Ministerio en mi país, que si necesito ver el edificio por dentro, que si la documentación para mi libro depende de ello y que sólo dispongo de marzo y abril para completarla, etcétera.

Me sugirieron que hablase todo aquello con Severine, que ellos le reenviarían mis correos y que ya se pondría ella en contacto conmigo en cuanto tuviera ocasión, porque era una mujer muy ocupada.

Severine me escribe, sin falta, un par de días después. Me cito con ella en la sala de consulta de la Opéra Garnier para revisar archivos y pienso «una sala de consulta como cualquier otra, cuatro paredes, alguna ventana y algún paciente bibliotecario como Severine dispuesto a echarme un cable si se lo pido».

Y sí, soy escritora, pero reconozcamos que con la imaginación, a veces, voy muy justa.

Llegué puntual a mi cita y entré al edificio por la puerta de las visitas guiadas, esas de las cuales me habían dejado bien claro que jamás iba a poder participar. Pasé el control de seguridad y fui directa a información, sin pararme en la taquilla ni hacer cola ninguna ¿yo? Yo vengo a investigar mis cosas. Yo no hago colas. Yo reviso archivos.

Disculpe ¿la sala de consulta?

Dos plantas más arriba.

Miro en la dirección que la azafata me indica y sólo veo la entrada hacia la imponente escalinata de mármol de la Opéra.

Pero… ¿está segura de que es por ahí? ¿Subo la escalera sin más?

Sí, claro.

Y sí, se sube por la escalera, claro, pero esa escalera… la grandiosa escalera de entrada de la Opéra Garnier es quizás excesiva para alcanzar mi destino, pienso.

Llamo a la puerta y una mujer muy pequeña con unas gafas muy grandes me abre con esfuerzo, las bisagras emiten un desagradable chirrido. La madera pesa.

Madame Lopes?

Esa soy yo, la que se pasa las siguientes dos horas haciendo fotos de todo lo que ve en esa sala de consulta, que tiene demasiados ventanales y demasiado grandes para ser una sala de consulta «como cualquier otra».

Cuando me echan, porque tienen que cerrar el edificio y yo no puedo quedarme a dormir, me despido de las fichas, los carteles, las carpetas y los cientos de libros allí almacenados como se almacenaban éstos antes de que existiesen nubes virtuales y consultas digitales.

Me marcho y bajo, naturalmente, por las mismas escaleras.

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Published on June 11, 2022 11:11

(Tras)tiendas

Me dicen que «hasta aquí», que más allá del tercer burro en al fila central del establecimeinto no puedo seguir avanzando porque es «privado». He entrado allí después de un largo paseo por el barrio de Le Marais; llego maravillada por exquisiteces a las que no puedo acceder desde mi bolsillo y que he visto en sus escaparates; he entrado en la tienda porque rezaba «vintage» junto a la puerta y ya se sabe que lo que tiene más de veinte años, si se adjetiva así, es que es barato.

A veces.

⏤Hasta aquí, señorita. Disculpe.

Doy un par de pasos atrás y me disculpo. Una barrera tan invisible como el traje nuevo del emperador separa a los quince clientes que nos apretujamos en la tienda de ese cuarto burro misterioso del fondo. El vendedor guarda celosamente un grupo de pellizas, chaquetas de cuero y bolsos que, por el motivo «privado» que sea, él no quiere sacar a la venta y prefiere reservar. Nosotros miramos curiosos. Todo lo que se nos niega pasa a ser aquello que más nos interesa en cualquier circunstancia, en una tienda de ropa de invierno con olor a naftalina durante el mes de abril, también.

En realidad, me doy cuenta de que no quiero comprar nada que parezca sacado de un documental sobre Janis Joplin porque no es mi estilo pero ¿por qué no puedo acercarme?. Me intrigan las texturas, la rugosidad de esas pieles cedidas por el paso de los años, maltratadas y tratadas con grasa de caballo mal aplicada; necesito acariciar los forros descosidos y rebuscar en los bolsillos por si encuentro en ellos algún papelito grapado al interior que dé cuenta de un servicio de limpieza en seco olvidado, desperdiciado.

El hombre me mira amenazante y entiendo que es capaz de llamar a la policía si me atreviera a tocar aquello que es suyo, «su tesoro».

Regreso a las perchas de los chándals de Tactel y las camisetas con pelotillas, retrocedo hasta la salida, hacia la luz exterior y el aire fresco de la calle, me alejo de esa cueva de Ali-Babá que reconozco que no me interesa pero a la que sé que volveré otro día y quizás, si llego temprano por la mañana, ese día tal vez pueda acceder al cuarto burro sin que él me vea.

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Published on June 11, 2022 01:52

June 10, 2022

Gatos

Delante de mi casa parisina había un café donde siempre se agolpaba una larguísima fila de personas, todas con una misma debilidad: observar y acariciar gatitos.

El establecimiento se llamaba «Le café des Chats» y tenía un horario mas o menos ininterrumpido de lunes a domingo. Allí se podían hacer desayunos tardíos, comidas, meriendas y cenas, se podía beber cerveza, té y café pero, sobre todo, se podía tener la increíble suerte de que uno de los trece felinos que vivían en el local se acercase y ronronease para ser acariciado por el visitante.

Izmir, con su pelaje esponjoso y perfectamente acondicionado saltó sobre mi regazo una tarde; Izmir se propuso enganchar sus garras a mi jersey de fibras sintéticas y un bajo porcentaje de lana y no dejarme completar un texto al que yo trataba de dar forma en mi ordenador portátil. Izmir lo logró. Yo me rendí.

Desde entonces, cada mañana antes de salir de casa para ir a la biblioteca me aseguraba de que Izmir estuviera también listo para emprender la jornada laboral y lo observaba con mis prismáticos desde la ventana de la cocina. A veces, Izmir saltaba al escaparate del café, antes de que éste abriera, para mirar a los perros y ponerlos nerviosos, o permanecía muy quieto junto a la puerta mientras el transportista descargaba la mercancía en la puerta del establecimiento.

Los otros doce gatos del Café des chats no eran tan comunicativos como Izmir, se limitaban a dejarse ver y punto, el resto del tiempo preferían comer, dormir, o intentar colarse en los aseos del café, algo que tenían terminantemente prohibido, algo que les fascinaba.

En el restaurante de enfrente vivía Justice.

Justice era de color negro y pelo muy cortito y brillante. A veces aparecía entre las mesas y a veces se esfumaba pero era raro que se dejase acariciar. Justice se escapaba por la ventana y regresaba cuando le apetecía.

Dice la Wikipedia que en la ciudad de Esmirna, en Turquía, hay un castillo con el nombre de Kadifekale y que significa «castillo de terciopelo», que desde allí se puede observar la ciudad, quizás con prismáticos.

Esmirna, por cierto, significa «Izmir».

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Published on June 10, 2022 05:25

June 9, 2022

Entradas

La primera vez que vamos al cine ⏤a ver una película que tardará un par de meses en estrenarse en España y por aquello de sentirnos avant-garde de todo⏤ nos extraña que nadie se moleste en pedirnos el ticket al entrar en la sala, y cuando digo «nadie» me refiero a que no existe ninguna persona encargada de cerciorarse de que aquellos que nos encontramos sentaditos en nuestras butacas hemos pagado los euros correspondientes por estar ahí. Nadie.

Esa tarde, compramos nuestra entrada unos cuarenta y cinco minutos antes de que comience la sesión y luego, nos vamos a comer un crep de plátano y nutellla que merecerá un post en sí mismo. Al regresar, vemos la película y nos vamos.

Podría tratarse de un caso excepcional pero en las siguientes ocasiones y, pese a tratarse de salas diferentes, comprobamos que ocurre exactamente lo mismo. A saber:

Proyección de Libertad con presencia de la directora. Aquirimos la entrada el día antes, no vaya a ser que nos quedemos fuera, pero no: pasamos entre la multitud y nos vamos sin que allí nadie nos pida papelito alguno.

Proyección de Quién lo impide con presencia del director: aquí, además, llegamos un poco antes y nos dan merienda, empanada y vino para todo el que cruce la Rue Champollion, que lo mismo da que hayas pagado por el pase que que seas un mendigo con hambre y se dé la casualidad de que en ese momento cruces el barrio universitario porque ellos, generosamente, te invitan.

Y llegamos a la Cinémathèque para ver Les Nuits de Chicago, previo repaso de librería e instalaciones de Frank Gehry. Todo estupendo y ya que estamos, vamos a ver la exposición retrospectiva de Romy Schneider.

⏤Buenas tardes ¿sus billetes, por favor?

Ah, pues no tenemos, no sabíamos… Qué tontería, pretendíamos pasar con la entrada del cine, habrán pensado que queríamos colarnos, claro.

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Published on June 09, 2022 01:53

June 8, 2022

Influencers

El primer fin de semana en París lo reservamos a Montmartre, una decisión abocada al fracaso desde su nacimiento puesto que se trata de un barrio impracticable de viernes a lunes. Aun así, pasamos el sábado entre mercadillos e imaginando la bohemia de finales del siglo XIX rodando por sus callejuelas.

La tarea se vuelve todavía más accidentada en cuanto bajamos del metro en Pigalle porque, además de mucha gente, como cualquier sábado, resulta que esa gente es casi toda gente que está allí porque se trata de la «semana de la moda» y es «ese tipo de gente»: gente junto a la cual es imposible hacerse una foto sin perder el protagonismo de la misma, gente que no se aparta, que invade la calle, la acera y la calzada juntas, que se desplaza a pasos gigantes con sus tacones o a carreritas para darle a otra gente sus abrigos y decirles en qué momento deben comenzar a grabarles los vídeos, para que parezca que salen de un sitio o que entran en otro.

Los influencers.

Sin que se sepa quiénes son exactamente, a qué se dedican y cómo organizan su tiempo libre lo cierto es que París está lleno de ellos todo el año; en estos días y en un barrio en donde se celebran algunos de los desfiles, hay más y parecen mucho más nerviosos.

Nos sentamos en una terraza, una de las que orientan sus sillas por parejas hacia la carretera y damos gracias de ser dos, que si fuéramos tres a la tercera persona le hubiera tocado el taburete y de espaldas al meollo, siempre la peor opción. Pedimos la bebida y nos recreamos en el espectáculo: hay muchas personas y hacen mucho ruido. Se agolpan a la salida de cierto local que no vemos desde la terraza; posan, pasean, se paran, miran, sonríen, chillan, dan órdenes, se disculpan por empujarse, se empujan para avanzar, toman fotos, piden permiso para hacer fotos, aceptan fotos y rechazan fotos.

La pinta de cerveza se termina y nos vamos de allí. Bajamos la calle Richelieu en dirección a la plaza de la Opéra. Por el camino nos detenemos en una tienda que ha llamado la atención de Fran «espera ¿te importa que entremos?» y como no me importa pues entramos.

Yo espero cerca de la puerta porque, además de ostentosamente cara, resulta que es una boutique de ropa de hombre, de dandy, de tio estiloso que se hace trajes a medida y sospecho que no hay nada allí que se ajuste a mis necesidades. Al fondo del establecimeinto hay un espejo y veo a Fran avanzar hacia él sin darse cuenta de que la tienda termina ahí; entonces choca con ella, se disculpa y sigue viendo americanas de tweed de más de 1.000 euros, lo veo apartar una percha tras otra sin inmutarse, sin reaccionar, como si no se hubiera tropezado con Alexa Chung mientras ella se probaba unos botines delante de la pared de espejo.

No se ha dado cuenta. No ha reconocido a la bellísima modelo, presentadora e it girl.

Le doy un codazo y se lo explico. Luego nos marchamos. Pienso en los influencers de antes, los que se peleaban unas calles más arriba y creo que me hubiera gustado decirles que ella no está allí y que mi novio le ha dado un empujón sin querer porque no la ha reconocido.

Luego entramos en la sede de la Biblioteca Nacional que se encuentra justo enfrente y tomamos fotos y hacemos videos porque es espectacular.

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Published on June 08, 2022 07:06

June 7, 2022

Facturas

⏤Necesitaría una factura, por favor.

El hombre detrás del mostrador me mira extrañado, sorprendido por mis necesidades.

⏤Sí, aquí la tiene

Me extiende el pedazo de papel térmico con la operación de caja que acabo de realizar, con los datos del valor exacto de mi compra, la fecha, la hora, el nombre del establecimeinto, su número de SIRET (impuesto francés equivalente al IVA español) y sí, todo está muy claro y muy preciso en el ticket pero a mí no me vale porque necesito una factura.

⏤Lo veo ⏤Le respondo, siempre sonriendo⏤ Pero no aparecen mis datos, ya sabe: mi DNI, mi nombre, la dirección… con este ticket no puedo justificar el gasto en mi país y debo hacerlo para percibir una ayuda del Ministerio ¿comprende?

No, no me comprende.

No me comprenden en la farmacia y tampoco en el restaurante cuando pido mi menú del día; no saben a lo que me refiero cuando pido una factura en el museo, ni en la taquilla del metro cuando regreso al día siguiente de haber adquirido mi abono y les muestro mi tarjeta, ni en la panadería, ni en el primer supermercado al que voy pero, afortunadamente, sí lo saben en el segundo. Fruncen el ceño y me ponen pegas pero consigo que me extiendan una factura.

Doblo el papel con cuidado y lo guardo en el bolsillo interior de mi bolso. No me puedo desprender de él, se convierte en mi mejor aliado durante la estancia: es la muestra, el único ejemplo que tengo para referirme a esa suerte de entelequia para los franceses llamada «factura». Si está conmigo puedo señalarlo e indicar que quiero uno igual siempre que lo necesite. Ni la fotocopia del pasaporte me da mayor paz de espíritu.

A veces, sin embargo, me olvido de él, me lo dejo en casa y salgo a pasear por París con el viento azotando mi rostro como una amazona y me siento salvaje, libre, me siento como Lady Godiva en mi desnudez documental, expuesta a posibles respuestas negativas pero contenta, París es así.

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Published on June 07, 2022 05:03

Azucre

Azucre. Bibiana Candia. Logroño: Pepitas de calabaza, 2021.

O que sente

«Somos de un lugar que no nos quiere, que nos azota y nos lo niega todo, nuestra tierra tal vez nos odia ¿Y Dios? Si existe, hace tiempo que no nos escucha».

Azucre, Bibiana Candia. 2021

La denuncia de un acontecimiento histórico silenciado injustamente y perdido en la memoria de las generaciones es el comienzo. Azucre toma esa excusa, esa difícil circunstancia, la de contar lo que se ha callado durante siglos y, con ella, crea una historia conmovedora.

En la historia de Azucre las piedras sienten, el suelo sabe que es pisado y las luciérnagas agonizan a cambio de iluminar por unas horas a alguien que no duerme durante una noche. Bibiana Candia (A Coruña, 1977) se propone apelar a sus lectores con las voces recreadas de los protagonistas de este suceso trágico, las de ellos y también las de los objetos inertes que los rodean son las que cuentan Azucre: 1.700 gallegos que, a mediados del siglo XIX, viajaron a Cuba en busca de una oportunidad de trabajo y que se toparon con la mentira, la fuerza bruta y la explotación. Efectivamente, los datos por sí solos no sirven y quienes desconocemos la naturaleza de ciertos sucesos necesitamos el relato, ese relato que pasa por el filtro de las perspectivas de quienes lo sufrieron, lo ejercieron o fueron testigos de ello.

Una novela histórica que se pretende y se logra diferente del resto, que inventa y que canaliza con la ficción ese recuerdo injustamente olvidado, Azucre es un conjunto de pinceladas imprescindibles para entender un suceso como el que vivieron os rapaces coordinados por Urbano Feijoo de Sotomayor en 1853, en ese camino desesperado hacia la salvación de sus vidas y las de sus familias que acabó perdiéndolos para siempre.

Azucre combina pasajes brevísimos que expresan pensamientos de las víctimas y de los verdugos con otros que dibujan el pasado y el contexto de cada uno para poder ubicarlos en el tiempo y el espacio. Algunos inventados y otros no, como pasa siempre, como siempre se sienten las buenas historias.

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Published on June 07, 2022 00:20

June 6, 2022

Bibliotecas

Acabo de llegar a Paris y, además de comprar cremas y tapones para los oídos que mi amiga Marta me ha dicho que son muy baratos, tengo dos meses por delante para organizar el argumento de una novela. Sesenta días para archivar contenidos, fotografías y anécdotas para «amueblar» un libro que todavía no he escrito. Primera necesidad: un espacio para escribir.

Salgo a la calle el martes 1 de marzo y me compro el abono mensual. Tendré que tomar un par de metros diarios que me lleven al barrio de Pantin así que me siento en una marquesina de autobús con la fotografía de carnet que me traje de España y la pego en mi tarjeta Navigo. Ya estoy identificada. Ya puedo subirme a todos los medios de transporte público que esta ciudad pone a mi disposición, pero son las nueve de la mañana y el Centre National de la Danse no abre las puertas de su Médiathèque hasta las 13:00.

Me han aconsejado el espacio del museo Pompidou, una biblioteca muy vistosa pero que permanece cerrada hasta las 11:00. Tengo un problema.

⏤Disculpa ¿a qué hora abren las bibliotecas aquí?

Una joven bastante más joven que yo está esperando a alguien en el banco junto a la marquesina del autobús en donde estoy sentada. Me mira. Busca en la pantalla de su teléfono y me responde que vaya a la Biblothèque de LArsenal, que está a unos diez minutos de distancia y está abierta. Se lo agradezco y, antes de que me dé tiempo a despedirme, llega otro joven todavía más joven que ella y le entrega una bolsa a cambio de un billete de diez euros (deduzco que se trata de una compra acordada a través de alguna aplicación) se sonríen y se saludan. Yo ya no existo para ninguno de los dos. Hablan en francés y me diluyo entre el banco y el asfalto. Me voy en busca de la biblioteca.

Camino por el Boulevard Henri IV y tachán, a la izquierda a aparece el jardín con su parterre, su gravilla, sus flores y detrás, el imponente edificio de la biblioteca. Compruebo que está abierta hasta las 18:00 así que me lo puedo tomar con calma.

El idioma universal de la sonrisa me permite explicar al personal de la sala, sin necesidad de un dominio de la lengua francesa del cual carezco, que sólo necesito un asiento bien iluminado y un trozo de mesa para trabajar durante unas horas. Me sonríen mucho y me piden que rellene un trozo de fotocopia como los que entregábamos en casa cuando el colegio nos llevaba de excursión, para que nuestros padres lo firmaran y autorizaran la salida. Firmo el pedazo mal recortado y se lo entrego al sonriente bibliotecario, a cambio me entrega mi «pase temporal» que él mismo ha escrito a boli bic con mis datos personales. Es el salvoconducto que necesito, ya lo tengo todo o eso creo.

A la media hora de estar allí disfrutando de mi esquinita de la mesa centenaria reconozco lo que es más importante en una biblioteca de esta ciudad: un buen par de tapones para los oídos porque, la principal diferencia entre este sitio y el mercado de abastos es que aquí sí hay libros.

Ahora comprendo por qué son tan baratos en las farmacias.

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Published on June 06, 2022 01:30