María López Villarquide's Blog, page 14
August 4, 2022
Clubs
Abastecidos por la información que nos brindan los diversos museos de París es normal, supongo, que a la hora de organizar recuerdos e imágenes archivadas en el ordenador una se confunda. A mí me acaba de pasar.
El Museo Montmartre nos había regalado un generoso despliegue de datos, fechas y curiosidades del barrio, en su mayoría, todos ellos relacionados con los años alrededor de la Comuna que es cuando Montmartre cobra mayor protagonismo y fuerza respecto a la historia de la ciudad.
Sin saber en dónde me metía, había tomado nota de este pie de foto:
Los clubes*
H. Harrat y A. B. Houghton, Paris under the Commune – Women’s Club at the Boule Noire, boulevard Rochechouart en The Graphic, 3 de junio de 1871, litografía. Colección Gerard Jouhet.
Apareciendo ya en el siglo XVIII, los clubes permiten a los ciudadanos reunirse y discutir asuntos políticos. Ante el papel preponderante que jugaron durante la abortada insurrección del 22 de enero de 1871, el gobierno de Defensa Nacional decidió proscribirlos. La Comuna de París ve cómo los clubes se multiplican y ganan en importancia. Muchos están ubicados en Montmartre: el club Reine Blanche (88, bld de Clichy), el club Revolution (Elysée Montmartre), el club Vengeance (54, bld Rochechouart) o la Iglesia de San Bernardo.
El club Boule Noire (120, boulevard Rochechouart) es esencialmente femenino y está presidido por Sophie Poirier y Béatrix Excoffon. Alberga las reuniones del Comité de Vigilancia de los ciudadanos de Montmartre: se discute, entre otras cosas, la prostitución, la organización del trabajo y la educación.
*[Musée Montmartre, París]
Sin embargo, olvidé fotografiar la imagen con la cual se correspondía dicho texto y continué la visita por el museo sin volver a pensar en él.
Tres meses después, sentada ante el ordenador para escribir un nuevo texto sobre esos sesenta días en París, me doy cuenta de que me falta esa fotografía.
Maldigo al cielo, aunque el cielo no tiene la culpa y entonces maldigo al infierno, que tiene más sentido dadas las elevadas temperaturas circunstanciales. Al final me rindo y decido dejar de maldecir y ponerme a escribir sobre otra cosa hasta que descubro, entre los archivos, la imagen de uno de los salones organizados por Pauline Viardot-García. Vaya, me digo, quizás pueda escribir sobre esto y no sea una idea tan alejada de la anterior.
La imagen fue tomada en el museo de la Vida Romántica, que también se encuentra ubicado en el barrio de Montmartre pero que no tienen nada que ver con el anterior. En ella se aprecia a la cantante y anfitriona, Madame Viardot, acogiendo en su Salon (50, Rue Douai) a un buen grupo de personas interesadas en escucharla y debatir sus asuntos, charlar, conocerse o reencontrarse. El año pasado se cumplieron doscientos años de su nacimiento y le llovieron los homenajes a la mujer, dicho sea de paso.
Se trata de una litografía de una época anterior a la Comuna, tal vez de entre 1840 y 1860, entre los años que transcurren desde su matrimonio con el director del Théâtre-Italien y hasta que se retiró de los escenarios para irse a vivir con él a Baden-Baden.
Al verla pienso en los clubs, en el extraño origen de una palabra que inicialmente define a un «palo» con el que se golpea a un grupo de gente y acaba, por metonimia misma, derivando en la palabra con la que se designa a ese grupo en sí. Pienso en los motivos que llevaron a hacer esa foto de esa escena sin tomar otra de su correspondiente pie de foto y concluyo que, a veces, tengo un serio problema para organizarme o, quien sabe, si un don especial para relacionar cabos sueltos de mis archivos. Quién sabe.
August 3, 2022
Frutas
Nos habían estafado con los mangos.
El primer día en el mercado callejero de Richard Lenoir y nos habían colado tres mangos podridos. Tres. Nos verían en la cara que estábamos tan felices por vivir en París que aceptábamos lo que fuera por el precio que fuera y la consistencia y el color que fuera.
Los mangos se asentaron el frutero de la cocina. Acomodaron sus cojines, buscaron una mantita por si por la noche viendo la tele refrescaba y allí se quedaron. Proporcionalmente hubiera sido justo pedirles que pagaran parte del alquiler, todo aquel tiempo con nosotros los iba a convertir directamente en inquilinos en nuestro apartamento pero no lo hice. Me dije «en realidad los metimos nosotros en casa, quién sabe si en el fondo se sienten más bien víctimas de un secuestro».
Con lo bien que ellos vivían en el mercado.
Un boulevard entero que cada jueves y cada domingo se cubría de puestos de toldo naranja, verde y azul.
─Deux euros le barquette! Deux euros le barquette!
─C’est la banane! C’est la banaaaaaane!
Trinaban ofertas tentadoras para captar la atención del cliente. Hubo un vendedor que una mañana me ofreció un café. Me sonrió con su boca desdentada y me tendió un pedazo de melón. Insistió tanto que no pude negarme y acepté el pedazo; lo mordí sin mucho entusiasmo. No estaba malo pero, al volverme hacia mi derecha una mujer murmuró algo con desagrado:
─N’a pas de saveur…
Me encogí de hombros y le di las gracias al tendero. Después de echar un vistazo al género que me ofrecía me decidí por un kilo de zanahorias. Al pagarle echó a la bolsa unas dos o tres más. Les harían compañía a los mangos, pensé, perfecto, tal vez ocurra como con los gatos, que se aburren cuando se quedan solos en casa.
Me fui de allí feliz, directa a por los quesos, el mejor puesto del mercado.
Peatones despistados y turistas que se acercaban hasta allí a primera hora de la mañana y expertos oriundos de la zona que no acudían hasta bien entrado el mediodía, hora durante la cual el producto, prácticamente, se regalaba.
Nosotros fuimos lo primero, pero a la semana de estar allí nos habíamos convertido en lo segundo. No había costado mucho esfuerzo, tan solo la compañía de tres mangos y un par de zanahorias en el apartamento.
August 2, 2022
Andamios
─Espera, espera…
Habíamos cruzado la calle atestada de turistas, de peatones locales, de bicicletas, coches, runners, perros, carritos de niño y todo lo que a esas horas es habitual en los Champs Élysées, por otra parte: abarrotados a cualquier hora de cualquier día.
Íbamos de camino a la inauguración de una exposición, con cierta prisa pero sin agobio. Nos habíamos perdido ya la presentación, el discurso tardicional por una confusión con la hora de llegada. No importaba, o no demasiado, luego me disculparía con María que es quien la había organizado y quien nos había invitado; le diría que se nos había torcido la tarde y que no habíamos tenido más remedio que llegar, pues eso: tarde y sintiéndolo mucho.
El semáforo se acababa de poner en verde y habíamos cruzado. Una larga fila de personas estaban esperando alrededor de la entrada de un edificio, pero no uno cualquiera, la Maison Louis Vuitton, ya… me había sorprendido que esos clientes tuvieran que esperar fuera pero ahí estaban, esperando, como en una discoteca o un bar de copas, respetando el recorrido en zigzag de la catenaria de rigor. No parecían incómodos y tampoco decían nada. Miraban de reojo la pantalla de sus teléfonos móviles, acostumbrados a seguir la rutina y cumplir con las normas de las tiendas de lujo en París, donde hay que concertar una cita para ser atendidos como es debido.
Unos metros más arriba en dirección al Arco del Triunfo se adivinaba otro edificio, esta vez cubierto por un andamio y hacia él habíamos caminado porque aquella era nuestra dirección.
La Maison Dior, que estaba en obras, iba «vestida» con sus diseños más emblemáticos, todos de color blanco y sobre maniquíes sin cabeza, delicados, elegantes.
Una belleza de andamio, la verdad. Me detuve a observarlo y le hice una foto. Imaginé la reforma, quizás solo se tratase de la limpieza de su fachada, en cualquier caso, aquellos que quisieran concertar una cita y acudir a la tienda tendrían que esperar.
─¿Vamos?
─Sí, perdona. Por allí…
August 1, 2022
Manos
De todos los museos que hay en París, que son muchísimos, no deberían dejarse de visitar, sea cual sea el tipo de estancia que se realice en la ciudad, al menos dos: el Carnavalet y el Rodin.
Ahí dejo mi recomendación.
Ahora cuento mi experiencia personal, que para eso estamos aquí.
La primera vez en París, como ya dije en otra ocasión, nos habíamos perdido el primero porque estaban de obras y eso es algo que me pasa mucho, lo de llegar a los sitios con voluntad de visitar algo y no poder hacerlo porque ha cerrado, está en obras, ha ardido o se ha venido abajo. Para resarcirme, en esos dos meses fui al Carnavalet en cuatro ocasiones y las cuatro me encantaron: Se descubre la historia de la ciudad y se participa de un recorrido por una casa señorial preciosa. Poco más se le puede pedir a un museo gratuito, la verdad.
Con el Museo Rodin el idilio fue diferente.
Víctimas de la mayor ola de calor registrada en los anales de la Historia de la Humanidad (bueno, esto no sé si es cierto pero así lo recuerdo yo al menos) durante aquel viaje que Fran y yo hicimos a Paris en junio de 2019 tuvimos que «refugiarnos» del calor extremo en donde podíamos; a veces eran bares donde había que beber, a veces eran restaurantes donde había que comer y, a veces, eran museos donde había que ver cosas que, a veces, eran maravillosas como fue el caso del Rodin.
El museo no dispone de aire acondicionado pero sí se improvisó un rudimentario sistema de ventiladores en cada sala que permitían respirar al visitante. En cualquier caso, la cuestión no importaba demasiado: No sólo el espacio y sus jardines (los arbustos «peludos» son una tentación y hay que abrazarse a ellos como indico en la imagen) la dejan a una de pasta de boniato francés, lo increíble está dentro, en su colección (al fin y al cabo es lo que suele suceder en los museos, auténticos kinder sorpresa del arte) en esos pedazos de piedra tallada con forma de bustos, cuerpos y fragmentos humanos que sacuden la columna vertebral nada más verlos. De entre todos: las piezas de Camille, algunas identificadas y otras, como las de todos sus colaboradores, mezcladas con el resto de la obra de Auguste.
El día en que pisamos el museo huyendo de los 45º a la sombra vi aquellas manos y me puse a dibujarlas creyéndome artista.
El día en que regresamos ya no quise dibujarlas y solo me planté ante ellas para mirarlas, desde todos los ángulos con todas sus sombras. Preciosas.
July 31, 2022
Murs
El distrito XIII se encuentra al sureste de la ciudad. La «chinatown» de París comparte allí espacio con Olympiades, un conjunto de rascacielos, cada uno con el nombre de una ciudad en la cual se celebraron los Juegos Olímpicos a lo largo de la Historia.
Jacques Audiard estrenaba película ambientada en la zona durante aquellos días nuestros por París y nos apetecía conocer esas calles, esos suelos blancos, esas urbanizaciones desoladas y esos muros.
En realidad, se trata de un barrio más bien feo con unas torres angulosas que, lejos de transmitir la grandiosidad típica de este tipo de edificaciones la dejan a una indiferente, aburrida, decepcionada: porque París también es esto.
París también es feo, a ratos.
Se nos hacía tarde y era casi de noche, pero nos dio tiempo a recorrer las principales avenidas más allá de la Place d’Italie para ubicar en nuestro mapa algunos restaurantes recomendables de la zona.
─Está bien, yo los guardo pero sabes que no vamos a volver. Nos vamos en dos días.
─Da igual, tú guárdalos.
Los guardé y no regresamos, pero ahí tengo las recomendaciones debidamente almacenadas en mi teléfono, por si acaso regresamos a París y hay que ir a comer unas buenas empanadillas al vapor o unos noodles de garantía. Si alguien está desorientado al respecto que me pregunte.
Por el camino durante nuestra expedición también encontré el mural de la imagen.
Recordé los muros parlanchines de Agnès Varda y la época en que me obsesionaba con fotografiar grafitis allá donde fuera: ahora en cambio me tira más el almacenaje de información culinaria, será que me hago mayor.
Tengo carpetas con recuerdos de paredes de todos los viajes que he hecho y, de vez en cuanto, vuelvo a ellos. Éste en concreto no sé quién lo pintó ni recuerdo en qué calle se encontraba (hasta dudo de si tomé la foto en el distrito XIII exactamente) pero tenía que hacerla, no había duda, la pared acababa de murmurar algo y llamó mi atención para que me parase a retratarla, como cuando mi amiga Claudia me dijo que un cerdo le habló un día y desde entonces se hizo vegana, pues así mismo.
July 30, 2022
Escaleras
Si mi amiga Marién no me lo hubiera contado es muy probable que yo sola no hubiera dado con las famosas escaleras, o tal vez sí, lo que es seguro es que no habría ido a buscarlas porque ni siquiera sabía que se trataba de una localización real en la película. Imagino que los amigos están para eso: para indicarte dónde están los lugares en los que se rodaron películas famosas.
Esa es la verdadera amistad.
Vi Midnight in Paris cuando se estrenó en cines. Fui sola a una sala enorme y medio vacía del centro de A Coruña y me gustó, sí, pero no por lo que cuenta, que en su momento me pareció bastante flojo sino por París. Woody Allen tiene un arte para mostrar las ciudades en sus películas que las vuelve inconfundibles, las transforma y las idealiza hasta que el espectador se marea y ya no sabe diferenciar dónde termina la realidad y comienza la ficción y viceversa.
Fue durante una de las tardes que nos juntábamos para compartir una carafe de vino blanco en un café de nuesro barrio; allí Marién nos pidió que abriésemos Google Maps en cuanto le explicamos que al día siguiente teníamos pensado recorrer la zona de Sorbonne.
─Pues aquí, en esta esquina. Hay una iglesia con una puerta de madera en color violeta. Cuesta reconocerla porque no hay los mismos bares que en la peli pero, una vez que estéis allí lo veréis.
─¿Entonces es real?
─Sí, María: es una escalera. Digo yo que tampoco hará falta mucha postproducción para colocar una escalera de piedra en una película ¿no?
Seguramente no. Imaginé entonces al equipo de Woody recorriendo París a la busca y captura del rincón perfecto, del espacio en donde Owen Wilson pudiera sentarse a ver pasar ese vehículo que iba a trasladarlo hasta la década de 1920. El lugar existía y allí iban a rodar.
Por nuestra parte, sin embargo, resultó que el día acordado se postpuso; cuando finalmente pude ir a conocer la famosa escalera Fran no pudo acompañarme: las circunstancias lo pillaron fuera de París, así que la vi sola.
Recuerdo que llovía mucho y que por eso no pude sentarme en la piedra para hacerme la foto, que la puerta violeta se diferenciaba desde varios metros de distancia, que a su alrededor, los toldos de los restaurantes eran distintos a los de la película pero, aun así, recuerdo que me ilusionó bastante estar en aquella esquina y al pie de aquella escalera.
Luego la reconocí también en un capítulo de Emily in Paris y la ilusión se vino abajo. Supongo que son prejuicios: si tuviera que escoger una «realidad ficticia» para ellas, indudablemente, yo escogería la de Woody Allen.
July 29, 2022
Vallas
Me apena no poder decir lo contrario, pero la foto que encabeza esta entrada no es mía, no la tomé yo: la encontré en google al buscar imágenes del hospital de la Pitié-Salpêtrière y pido disculpas por no atribuir créditos a quien corresponde pero es que no sé a quién debo darlos.
Diré que, más o menos, el aspecto del edificio y de los jardines, así como la luz del día en que fui a visitarlo eran muy parecidos a los de la imagen y con eso salvaré la cuestión porque, ese día, no pude entrar para comprobarlo, no nos dejaron cruzar la valla.
Hace tiempo que leí la novela de Victoria Mas que se ambienta allí, razón más que sobrada para que, durante mis senta días en París, me empeñara en desplazarme a un barrio tan poco accesible como el barrio en donde se encuetra el dichoso hospital. Había que aprovecharse de todas las circunstancias para ver sitios, para explorar periferias, para tomar medios de transporte.
El baile de las locas (Salamandra, 2021) trae a colación con su relato el trato injusto que ciertos hombres dieron a las mujeres ingresadas en La Salpêtrière a finales del siglo XIX, cuando el edificio era hospital psiquiátrico exclusivo para mujeres y niñas. Hoy es una institución puntera, uno de los centros hospitalarios más grandes de Europa que alberga, además, la facultad de Medicina Pierre et Marie Curie.
Pero no nos permitieron entrar.
Cuesta creer, hoy día y desde el otro lado de sus extensas vallas, que allí, en esas impecables instalaciones ajardinadas con su propio recorrido para automóviles y autobuses se hacinasen, en el siglo XVII, mujeres condenadas a vivir encerradas en condiciones terroríficas. Unos cuantos cuadros como el de Tony Robert-Fleury se recrean en este motivo: las «locas» desperdigadas dentro y fuera del edificio, encadenadas, desesperadas, confinadas y, en definitiva, maltratadas.
Como sucede casi siempre con la ficción histórica (¿por qué sigue costando tanto entenderlo?), la novela cuenta una historia inventada que es muy interesante y que, para quien quiera saber y concoer a fondo detalles y procedimientos reales, inspira a la investigación.
Una de las consecuencias al leerla es, sin duda, la imperiosa necesidad de ir a París a conocer el edificio, sin embargo, sólo puede hacerse si hay motivos de ingreso por cuestiones obvias de salud que siempre es mejor evitar.
Así que no pudimos ver la Salpêtrière más que desde el otro lado de la valla pero, en el fondo, creo que fue lo mejor.
July 28, 2022
Picnics
¿Qué es exactamente el «Parmentier»*? ¿Una guarnición a base de capas de patata, nata y queso que odia mi padre porque, cuando la probó en París, le pareció que estaba medio cruda? ¿Un pastel de patata y carne? ¿El nombre del puré de patatas en Francia? ¿Cualquier plato que lleve patata y que sirva para acompañar a otro en la gastronomía francesa?
Me parece que todas las opciones anteriores y alguna más.
Parmentier, el señor Antoine Parmentier fue un agrónomo y naturalista que decidió que la patata iba a dejar de ser una planta no comestible y que, en cambio, salvaría la vida a muchas personas a lo largo de la historia. Un hombre respetable.
Y es que las patatas, una vez más, nos salvaron la vida en aquella ocasión. No era el primer picnic al cual nos entregábamos desde que estábamos en París; afortunadamente, habíamos vivido ya la auténtica experiencia de la comida y la bebida sentados en el suelo y al borde del río, dos aspectos que definen el picoteo «campestre» en esa ciudad, que no es campestre en absoluto sino más bien de adoquín y gravilla.
La ocasión a la que me refiero fue más compleja y, en principio, no iba a estar ligada a ningún río y tampoco al asfalto.
Nos habíamos desplazado hasta el Bois de Boulogne en un cándido intento de imitar nuestra particular «partida de campo»: sobre la hierba, al fresco y con la brisa meciendo nuestros cabellos. Bien provistos de bocadillos y crudités, de tarrinas con alimentos untables y de frutas de hueso íbamos a llegar allí y dejarnos caer en el suelo, indolentes, relajados. Aquel era nuestro plan pero, como casi siempre que se tiene un plan, éste también estaba sujeto a imprevistos y sucedió lo que no esperábamos.
Decidimos llevar una bolsa de patatas fritas que teníamos por casa y comprar todo lo demás en un supermercado, seguro que habría uno por la zona, París está cuajado de ellos, no habría ningún problema.
Alcanzamos Neuilly-sur-Seine con la ilusión de un nuevo descubrimiento, un barrio de aburguesadas viviendas unifamilliares, algunas de las cuales se conservan practicamente intactas desde el siglo XVIII y asoman al otro lado de parterres escondidos pero curiosos; un lugar precioso pero en él no había ni un sólo supermercado.
Vimos la fundación Louis Vuitton. No entramos en el edificio, sólo lo contemplamos desde fuera porque había demasiada gente, hacía demasiado sol para estar esperando y la entrada eran demasiados euros pero Frank Gehry sin duda nos pareció que había hecho un buen trabajo.
Luego apareció mucha gente que caminaba hacia lo que se anunciaba como Jardin d’acclimatation. Todos llevaban cestas, bolsas con comida y bebida, protector solar, gorras y demás enseres para lo que, sin duda, se les ofrecía como una auténtica jornada de diversión. Si ellos iban ¿por qué no íbamos nosotros también? Y así, sin pensar, como se hacen tantas otras cosas, fue como entramos al parque de atracciones infantil.
Sí, «de atracciones», por supuesto, que sólo resultan atractivas para su público: el infantil.
Enseguida nos dimos cuenta de que estábamos en el lugar equivocado ya que allí no había comida, sólo algodón de azúcar, helados y chucherías varias, a la venta en chiringuitos con colas de más de treinta personas esperando a ser atendidas. El horror.
Nos comimos las patatas que nos habíamos traído de casa: Monsieur Parmentier, somos conscientes de que le debemos una.
*En el escudo de la comuna de Altos del Sena, Neuilly-sur-Seine, se homenajean varias cosas: el puente, la actividad portuaria con su barco y los primeros cultivos de patata en la llanura de Sablons, a cargo del señor Parmentier, nombre con el que también se conoce a las flores de esa planta.
July 27, 2022
Silencios
─Ahora veo a los jóvenes y siento envidia, porque nosotros habíamos disfrutado tanto de los paseos… Nos entendíamos muy bien.
Tiene setenta y dos años y lleva un rato hablándome de «su pareja», que así se refiere al hombre con quien debió de compartir momentos felices de su vida y que ya no está.
─Fíjate que ahora valoro lo que es la jubilación, ahora lo entiendo porque ¡esto es la vida! Tomarse un zumo de naranja en una terraza a las doce de la mañana y pasear. Lo otro no.
«Lo otro», me dice, son las horas invertidas en sus clases. Fue profesora de Historia; su padre había querido que sus hijas y sus hijos estudiaran por igual y ella estudió porque, como tenía «buen ambiente» en la Facultad, no le había costado terminar la carrera y luego se había puesto a dar las clases… «casi sin pensar», me dice.
─Aquello no hubiera podido hacerlo ahora, imagínate, imposible ¡toda esa energía! Dónde va a parar… Ahora me toca pasear pero voy sola.
Acaba de comprar el libro de La muerte contada por un sapiens a un neandertal, de Millás y Arsuaga porque, dice, «el de la vida me pareció tan interesante…». Lo mete en una mochila que podría parecer demasiado juvenil para una señora de setenta y dos años aunque, bien pensado ¿qué significa eso? Es una mochila, un bolso para llevar colgado a la espalda y ella parece ir bastante cómoda.
─Me pasé un año hablando con él ¿sabes? Un año entero. Iba al cementerio y me sentaba delante de su tumba y le hablaba, como cuando estaba vivo. Luego me di cuenta de que no podía seguir así o iba a caer en una depresión, lo peor era el silencio… siempre silencio le dijera lo que le dijera… El pobrecito ¿qué me iba a decir?
Luego se había apuntado a clases de baile y su profesor resultó ser un excelente prescriptor de lecturas. Quise contarle que yo me había sentado delante de casi todas las tumbas de personas a quienes me hubiera gustado conocer en vida cuando estuve en París, que les dije cosas, que los buscaba hasta dar con ellos y luego pensaba en qué me hubiera gustado preguntarles pero no se lo dije.
Lo que sí le dije fue que yo había escrito un libro sobre una mujer que había podido acceder a la Universidad hace mucho y con mucho esfuerzo y ella se lo compró. Pocas dedicatorias las he escrito con tanta ilusión.
July 25, 2022
Nos vemos allá arriba
Nos vemos allá arriba. Pierre Lemaitre. Trad. José Antonio Soriano Marco. Barcelona: Salamandra, 2014
Condescendencia─Perdone ¿le falta algo? ¿Ha habido algún problema?
El cliente se asoma por encima del datáfono en donde acabo de cobrar a su compañero y frunce el ceño como si algo no le convenciera, escéptico, extrañado. Levanta la vista y luego me sonríe.
─¿Cómo? Perdón… No, estaba tratando de ver de qué libro se trata.
Tomo el ejemplar y se lo muestro. Lo estoy leyendo a ratos, aprovecho para hacerlo cuando no entra nadie en la tienda.
─Pierre Lemaitre… ¿lo conoce?
─Un excelente autor de novela negra. ─Su amigo se ha adelantado en responder con aplomo, tajante─ Es un escritor francés muy famoso…
No le doy tiempo a responder. El otro ya ha salido por la puerta y lo espera con cara de impaciencia. Parece que le ha molestado algo, no sé qué pero algo no ha salido como él esperaba en ese amago de conversación, o lección o lo que fuera.
Unos días después de esta extraña lluvia de ideas no solicitada termino la novela. Qué maravilla. Una historia de amistad, de víctimas y de verdugos, de trampeadores y de supervivientes, de amor, de sexo, de desamparo y sufrimiento, pero, aunque me empeño en buscarla, no encuentro la novela negra por ningún sitio.
Una historia, sobre todo, de amistad, la de dos hombres muy diferentes que cruzan sus vidas por azar, que se detestan a veces y se cuidan casi siempre, que se necesitan todo el tiempo y cuyas circunstancias y transformaciones hacen dudar al lector (hasta que no llega al epílogo que lo aclara) sobre la veracidad de unos hechos interesantes desde el primer párrafo y hasta el final.
Lo cierto es que la anterior ocasión de acercarme a este autor tampoco me dio a entender que aquel texto fuese nada parecido a una novela negra ¿o puede que sí? No sé. Estaré confundida.
Nos vemos allá arriba adopta a menudo una actitud sarcástica con el lector, el tono de su narrador omnisciente pero guasón, que todo lo sabe pero decide cómo y cuándo quiere contarlo merece un aplauso; los saltos de una trama a otra son pura droga para el lector que siempre quiere saber más, porque, como sucede cuando un libro es bueno y cuando una historia está bien contada, se acaba teniendo la sensación de que se conoce a sus personajes «personalmente», se entiende lo que les pasa, todo es coherente, es así.
Pasa en las mejores novelas, negras o de cualquier otro color o eso dicen los expertos supervisores, un asunto bien distinto será si hacerles caso o no.


