María López Villarquide's Blog, page 12

November 8, 2022

Los colores del incendio

Los colores del incendio. Pierre Lemaitre, trad. José Antonio Soriano Marco. Barcelona: Salamandra, 2019

Los intereses

Que una historia dé un giro inesperado hacia la mitad puede salir bien o puede salir mal; a mí me gusta que ese giro esté justificado, si no con aquello que ha sucedido hasta ese momento, al menos, con lo que va a suceder a continuación. Creo que es la teoría que me cuadra y me gusta leer historias así.

La anterior novela que leí de este autor, que es también la primera parte de Los colores del incendio (o quizás Los colores del incendio sea una continuación de aquella otra, no lo sé) tenía una coherencia progresiva: arrancaba muy arriba y luego sus personajes evolucionaban, sufrían, subían, bajaban y, al llegar al final, la historia se terminaba y todo formaba parte de un engranaje perfectamente ensamblado, pieza a pieza.

Una se quedaba a gusto con ese final.

Sin embargo esta segunda ha sido una experiencia distinta: a comenzado también en todo lo alto y de ahí ha ido bajando, enredándose, complicándose; al llegar a la mitad se ha dado la vuelta y me ha obligado a replanteármelo todo desde el principio, como sucede tan a menudo en la vida, como nos pasa a todos.

Y luego todo ha ido a peor.

Los giros inesperados que salen bien son difíciles, pero existen y la vida está llena de ellos. En literatura debería suceder lo mismo ¿acaso la literatura no copia la vida?.

Pues no, a veces sucede al revés.

Una familia burguesa parisina que pasa por todos los baches de las primeras décadas del siglo XX, que comienza con el final de la novela anterior pero que enseguida se aleja de ella hasta que el lector prácticamente olvida la otra, salvo por ocasiones puntuales en que algún personajillo sale a pasear por la trama y vuelve a esconderse. Nos acordamos, sí… pero tenemos que seguir con la acción de esta segunda novela y pasan demasiadas cosas, se enreda todo entre los intereses de unos y de otros y cada cual quiere salvarse de la quema hasta que todo acaba y, en esta ocasión, a mí no me cuadra.

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Published on November 08, 2022 11:42

November 2, 2022

La disuasión

¿Qué es lo peor que le puedes decir a un chiquillo de tres años para evitar que se suba a un columpio peligroso? Hay varias opciones pero, sin duda, la más directa es “no te subas ahí”. Si le dices eso él se subirá antes de que hayas terminado de pronunciar la frase; tú le dices “no te subas” y él ya está saltando desde lo alto del tobogán, precipitándose al vacío, impactando contra el suelo de gravilla meada. Llegar a un parque con un niño de la mano, mirar al tobogán que se adivina a lo lejos y temer lo peor es algo que sucede a menudo cuando se es canguro, verlo luego subiendo por las escalerillas oxidadas y haciendo equilibrios por no resbalarse con la humedad de la superficie. Tener la certeza de que no va a bajar nunca.

Jamás.

Pensar que lo has perdido.

Las canguros nos damos cuenta de que no ha sucedido nada malo poco después del susto inicial, sonreímos e incluso aplaudimos al pequeño explorador escurridizo que se alza sobre el balancín y nos hace gestos con la mano para saludarnos, orgulloso y triunfante: “Mira, estúpida. He logrado zafarme de tus torpes cuidados, una vez más y aquí estoy, estoy vivo pero habito en el peligro para hacerte sufrir. ¡Hola!”.

Una ricura.

Lo cierto era que pagaban bien, por lo que aquel pequeño demonio bien merecía el esfuerzo.

Pero el niño tenía una debilidad inconfesable por subirse a columpios peligrosos, columpios que podían acabar con su vida a nada que yo, la incauta de su niñera me despistara un segundo pasando la página de mi libro.

Un segundo y no lo veía.

Dos segundos y seguía sin verlo pero comenzaba a oírlo gritar, porque se había hecho daño al caer y ahora estaba llorando.

Ese fue el día que compré un reproductor de libros electrónicos y todos los que vinieron después lo llevé conmigo a dar paseos durante mis horas al cuidado del pequeño. Era muy práctico: no pesaba, no se manchaba, soportaba dignamente las eventuales gotas de lluvia y, sobre todo, me permitía leer con una sola mano y pasar las páginas dándole a un botón en el lateral. Clic con el pulgar y cambiaba la pantalla, empezaba otro capítulo, saltaba de línea y todo sin perder de vista al chiquillo.

⏤No entiendo cómo podéis leer en esos aparatos⏤ Me dijo un día una vecina que solía coincidir conmigo en el parque durante el ratito que pasaba allí con el niño ⏤Entre esa pantalla y la del teléfono yo acabaría harta. Aunque parece cómodo. Tal vez con uno de esos yo leería más.

⏤¡Sí que es cómodo! ⏤Le dije, aunque sin muchas ganas de convencerla de nada⏤ Pero bueno, ya sabes cómo va esto, si no te apetece pues no leas, tampoco hay necesidad.

Llevaba un año viviendo allí y aquel era mi primer trabajo, por supuesto: sin contrato. Cobraba francos suizos negros como la noche que la madre del niño me daba metidos en un sobre el último día del mes, sin falta y sin error. A mí aquello me parecía emocionante, porque puede que su hijo se jugara la vida en los parques pero yo iba por ahí con él de la mano durante tres horas y ni seguro ni nada, bien me podía atropellar un coche (o un tanque, porque donde yo vivía a veces cruzaban tanques por la carretera) y hubiéramos tenido que lidiar con alguna que otra circunstancia incómoda, pero no sucedió, nada de eso pasó salvo una mañana en que el crío me mordió un dedo.

Fue un corte leve, un rasguño en el nudillo, cerca de la cutícula. En aquella época yo me mordía las uñas y la piel de alrededor así que no me causaba un trauma particular llevar una herida más en el dedo, pero que aquellos dientecitos de leche se hubieran clavado con saña y a voluntad en mi propia carne era algo que sí me había perturbado, que todavía me pone los pelos de punta cuando lo recuerdo.

Él estaba enfadado por algo y, como todos los niños de esa edad, creía que insistiendo en su sufrimiento al respecto podía hacer cambiar el curso de los acontecimientos. No sé qué le había sucedido, pero sí que cuando oí el llanto procedente del arenero y me acerqué para ver lo que pasaba él reaccionó para apartarme: me daba golpecitos con sus manos en mi pierna:

⏤¡Vete! ⏤Me gritaba y yo insistía en asomarme por encima del caos de rastrillos y cubetas de plástico que él y otros dos niños habían formado.

⏤Devuélvele la pala, vamos. No es tuya y si no sabes compartir debes devolverla.

Pero él se resistía, se aferraba a aquel trozo de plástico como si fuera su bien más preciado y a mí me ordenaba que me fuera, así que lo tomé a la fuerza desde las axilas y lo levanté; él pataleó y chilló, un chillido agudo que se clavó en mi oído izquierdo hasta hacerme daño.

⏤¡Ya está bien! Regresamos a casa ¡se acabó!.

Lo dejé en el suelo y él lanzó la pala lejos, lo más lejos que pudo, apenas medio metro de distancia de sus piececitos y con todo el odio que cabía en su cuerpo de dos años y medio sin cumplir me mordió el dedo y me hizo tanto daño que primero abrí mucho los ojos sin comprender nada y luego, yo también comencé a llorar.

Al otro lado del parque no había nadie para socorrerme, nadie que se levantara de su asiento para venir a preguntarme si estaba bien o si necesitaba algo.

Nadie, en definitiva, lo suficientemente atento a lo que sucedía a su alrededor como para desatender la lectura de su novela.

“No leas” le había dicho yo y lo recordé en ese momento, cuando la reconocí enfrascada y absorta en un libro muy grueso que sostenía en su regazo abierto casi por la mitad.

Un libro de papel.

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Published on November 02, 2022 10:15

October 27, 2022

Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego. Mariana Enriquez. Barcelona: Anagrama, 2016

Maldita

La primera vez me senté sin saber que iba a ser la primera, que después vendrían más: agarré la pluma, una pluma de plástico con cartucho recargable, sin émbolo, sin engranaje sofisticado y me dispuse a escribir sobre ella. Lo hice bajo la influencia: Estábamos confinados, atrapados en nuestros apartamentos, departamentos, piezas, casas, pisos… da igual el idioma, le tocó a todo el planeta. No podíamos salir y algunos leíamos, yo una de ellos.

Luego me di cuenta de que era incapaz de articular palabra escrita sobre lo que había terminado de leer hacía unos minutos y regresé al libro, repasé los primeros capítulos, los últimos, los del medio. Nada, ni una frase. Imposible.

Mariana Enriquez es imbatible y escribir sobre lo que escribe Mariana Enriquez, probablemente una boludez, que dirían sus paisanos.

A mí una energía envidiosa me recorre la espina dorsal cuando la leo y para cuando puedo deslizar la bolita de iridio sobre el cuadernito encima de mi mesa y poner por escrito dos pensamientos, dos ridículas reflexiones sobre esa novela maldita que me ha volado la cabeza y la forma de entender lo que los términos «inquietante», «terrorífico», «sobrenatural» y «cotidiano» significan, que le ha dado una nueva dimensión a lo que yo entendía por literatura, entonces ya pasó.

Escribo una entrada en este blog y me olvido.

Hasta que pasan dos años.

Vuelvo a ella. Leo por segunda vez a Mariana y en esta ocasión leo cuentos. Qué difíciles los cuentos. Re complicado escribir cuentos y hacerlo como ella casi una ilusión. Las cosas que perdimos en el fuego reúne varios de los «niños terribles» de Mariana Enriquez (así los llama ella y así también los quiero llamar yo). Traen al presente del lector los mundos de pesadilla que fascinan a la autora, la misma que plantea en sus discursos de entrevista la analogía entre Alan Moore y Neil Gaiman como Borges y Cortázar, la misma. Terrores de violencia machista, de abuso infantil, de crímenes ecológicos y maltarto animal, miedos de bulling en la escuela y de leyendas urbanas adolescentes. La incertidumbre. El terror. El horror.

Qué absurdo es intentar explicarlo. Mejor ni sigo. Mejor leerla.

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Published on October 27, 2022 05:16

October 25, 2022

Llego con tres heridas

Llego con tres heridas. Violeta Gil. Barcelona: Caballo de Troya / Penguin Random House Mondadori, 2022

Vida de esta chica

La narradora de Llego con tres heridas cuenta, en tres partes, la forma que tiene de acercarse al conocimiento de una figura ausente en su vida desde que ella tiene tres meses.

La investigación desde la adolescencia, cuando descubre la verdad sobre la muerte de su padre, la arrastra a un ejercicio psicológico para aceptar esa pérdida y su efecto, no sólo en ella sino en todos los demás, los familiares, los amigos, los vecinos del pueblo extremeño de Cheles y, en general, el conjunto de una sociedad con fobia a tocar ciertos temas hasta convertirlos en prohibidos.

Esta chica vive sin duda una experiencia atroz y la cuenta, la trae a un entorno que para ella es de gran ayuda (el rural) y la narra tomando aire y respirando despacito: los pedazos de su padre aparecen como cartas o notas, en las historias recordadas por otros, en fotografías… La narradora busca el epicentro del dolor para tocarlo con los dedos, hacer que todo reviente y regresar a ese supuesto estado natural, tranquilo y pacífico de las cosas, el estado en que puede sentarse a escribirlas.

Son el «amor», la «muerte» y la «vida», igual que en el poema, aquellos de los que parte esa recostrucción de su pasado familiar; sus padres, esos universitarios que entre los años setenta y ochenta del siglo ya pasado dejaron Madrid para irse al campo y construir, cultivar, reproducirse, probar a hacer las cosas de otra manera aunque no supieran cómo.

Ella cita a gente, a mucha gente que la ha influido cantando o escribiendo y al final del libro les da las gracias educadamente, cierra el relato, se despide y termina.

Un libro que tiende la mano al lector con dos elementos amables y auténticos: la relación con los abuelos y la vida en los pueblos. Para quien goza de una sana y reconfortante experiencia de ambos asuntos éste será un libro a disfrutar y para ellos llega, con sus tres heridas.

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Published on October 25, 2022 09:10

October 24, 2022

The Marriage Portrait

The Marriage Portrait. Maggie O’Farrell, London: Tinder Press, 2022.

Ménade

Llevo un par de días tratando de absorber —en vano, por supuesto— el conocimineto que destila Mariana Enríquez en esta entrevista. También hará cosa de dos días que me he dejado atrapar por la última novela de Maggie O’Farrell; afortunadamente resulta que ambas circunstancias se dan la mano y diré, como asegura la primera en la entrevista, que yo también soy fan, yo también deseo devorar aquello que disfruto, sí: quiero comerme esta novela.

Devorar una novela de Maggie O’Farrell no es nada nuevo por este blog y me consta que no soy la única a quien le sucede. The Marriage Portrait retoma los aires de época que caracterizaban a Hamnet pero esta vez, con ellos sí que completa una novela histórica; no son en este caso excusa para tratar otros asuntos fascinantes, endemoniadamente bien traídos y fundamentales de la vida (y la muerte) porque en The Marriage Portrait se cuenta la vida de Lucrezia de Medici desde su infancia hasta que se casa con Alfonso d’Este, duque de Ferrara. Los referentes reales se moldean para encajar con la portentosa imaginación de la autora y la historia, una vez más, pone los pelos de punta en cuanto llegamos al desenlace.

Por favor: resérvense una cerveza, una onza de chocolate, un cigarrillo o la perversión que prefieran para leer ese final. Es néctar, es ambrosía pura.

Durante el recorrido hasta llegar a él al lector se le permite recrearse en belleza y armonía, en texturas, colores, olores y ambientes cálidos o fríos según el estado de animo de los personajes que los habitan. Una novela sobre el matrimonio en una corte renacentista, pero también sobre la diferencia, sobre la confianza, la traición y sobre curiosas e interesantísimas técnicas aplicadas a la pintura del 1600.

Un libro que se podría comer página a página, que yo al menos me trago extasiada como parte de ese ritual pagano al que me entrego a menudo, con cada nuevo texto que me encuentro de Maggie O’Farrell, como una fan, una de verdad.

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Published on October 24, 2022 09:05

October 17, 2022

Blonde

Blonde. Joyce Carol Oates. Trad. María Eugenia Ciocchini. Barcelona: Debolsillo, 2022

Sinécdoque

⏤Aunque se base en una verdad, lo que la gente dice siempre acaba convirtiéndose en una mentira.

Joyce Carol Oates. Blonde, 2009

Blonde, la novela, no es una reivindicación de la integridad mental de Norma Jean Baker y tampoco un retrato de la actriz como la defensora ⏤que tal vez fue⏤ de sus derechos, frente a la jauría de machos que la explotaron durante toda su carrera. La película que la adapta, tampoco.

De forma extraordinaria, absorbente y magníficamente bien resuelta, la escritora Joyce Carol Oates nos lleva a los lectores hacia un limbo entre la realidad y la fantasía y allí nos fuerza a perder el control. Blonde, la novela, no retrata a Marilyn Monroe sino que aporta retazos de reflejos borrosos que todos conocemos de ella, imágenes que llevamos en la cabeza, leyendas y cotilleos, falsas noticias en prensa y testimonios tergiversados de quienes estuvieron allí con ella y también de ella misma.

La autora se refiere a su trabajo en el mismo prólogo del libro como «sinécdoque»: esa «rubia» que titula su novela es la que define a la leyenda de Marilyn Monroe, la herramienta de trabajo y disfraz con el cual Norma Jean se hizo famosa. Esa corteza de la figura de la mujer más sexy y hermosa de Hollywood interviene, en Blonde, como un botón que se activa y se desactiva, a veces a su voluntad y otras a la de los que la rodean. Norma Jean busca a Marilyn, a «la niña mágica» en el espejo, se envuelve en ella y la utiliza para salir al ruedo y trabajar, dejarse devorar, consumir y ganar dinero; lo que llega al lector es un tornado de ideas, secuencias, dialogos y recreaciones tan desmesuradamente equívoco que es perfecto para lo que se propone.

Blonde confunde puntos de vista narrativos y utiliza esa confusión como recurso inmersivo para el lector. Leemos y somos esa mujer a caballo entre el icono y la vida real, esa desgraciada que leía los diarios de Nijinski y El origen de las especies tomando notas, que buscaba a su padre y perseguía el amor de su madre, que trataba de agradar para sobrevivir y que se destruyó trágica y misteriosamente, de puro éxito.

La novela no es otra cosa y es perfecta.

La película que la adapta, también.

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Published on October 17, 2022 07:00

October 9, 2022

Una copistería cercana

Hoy son las fotocopias.

Cuando llegaste a Madrid, hace demasiados años, entraste en una librería muy grande que hoy ya no existe. Subiste a la primera planta y le preguntaste a la dependienta que si tenían Edipo rey; tenías que leerlo para un examen y lo habías dejado para el último momento. La muchacha tecleó a su manera lo que tú le habías dicho; no obtuvo respuesta en la pantalla y no supo qué decirte salvo:

«Perdona ¿me lo puedes deletrear?»

Una vez deletreado correctamente entonces sí que la pantalla le indicó que tenían ejemplares en stock. Te compraste uno y no volviste a esa librería, pero años más tarde, en el mismo local, abrirían una zapatería muy moderna en donde tú entrarías a trabajar y donde conocerías a algunas de las personas más divertidas de tu vida.

Pero hoy son las fotocopias.

Hoy es la pregunta insistente y apretada de esa persona que necesita imprimir algo con urgencia, porque ha dejado la tarea para el último momento y la librería en la que tú trabajas de once a tres es el lugar en donde considera que su necesidad debe ser satisfecha.

Hoy.

En ese momento son las fotocopias.

Pero en la librería donde tú trabajas no se hacen fotocopias. Tampoco en la que hay dos calles más arriba de la plaza, ni siquiera en la del centro comercial y aunque no lo sabes, estás casi segura de que tampoco en aquella en la que compraste Edipo rey hace años, porque las librerías no son copisterías y por muy graciosa y muy rancia que suene la palabra debes aprender a usarla. Si trabajas en una librería debes aprender la dirección de la copistería más cercana. No lo has hecho y ahora pagas las consecuencias, porque te quedas en blanco y no sabes qué decir salvo:

«No, no hacemos fotocopias, lo siento».

Y ves el rostro de la decepción en la persona que te lo ha preguntado, el rostro de la angustia porque lo que necesita imprimir es un documento vital y por eso, inmediatamente después te preguntará que si sabes en dónde pueden hacerle una fotocopia por ahí cerca y no sabrás qué decir salvo:

«No, lo siento, no conozco el barrio».

Y la persona se marchará abatida, cabizbaja y triste porque no tiene su documento impreso, porque la carpetilla de plástico transparente y cierre de botón que lleva en la mano para guardar esa fotocopia que tú no le has hecho regresa consigo vacía, igual que llegó.

Hoy son las fotocopias y mañana, quizás, el ejemplar de un libro clásico que no vas a saber cómo se deletrea y, cuando te pregunten por él, no sabrás escribirlo correctamente.

Pedirás que te lo deletreen.

Mañana.

Hoy son las fotocopias.

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Published on October 09, 2022 09:40

September 27, 2022

Algo que está bajando

Contó las monedas: setenta y tres céntimos y dos rulos de veinticinco euros cada uno fuera de la caja. Anotó la cantidad en la libreta al lado de la suma total del arqueo del día y apagó el ordenador. Hacer aquella operación todas las noches lo vestía con un manto de autoridad responsable, de persona en quien se podía confiar y eso le gustaba. La tienda se quedaba tranquila y así él podía concentrarse en su tarea: dejaba caer las monedas una a una sobre el cajón, con calma, se dejaba sorprender por el tintineo cantarín de éstas, cuando se golpeaban entre sí al caer. Una delicia. Las contaba de dos en dos porque así iba más rápido aunque él nunca tenía prisa por llegar a ningún sitio, le daba igual salir diez minutos más tarde. Le gustaba sentirse eficaz y ágil. Con eso bastaba.

La tienda se quedaba en silencio en cuanto desconectaba el hilo musical y el aparato del aire acondicionado interrumpía su murmullo.

Al bloquear el interruptor general de la luz el silencio casi le estallaba en el oído. Clic.

Entonces algo comenzó a bajar.

Primero le pareció líquido que descendiera por la cañería: un borboteo como si el edificio sufriera una mala digestión, como si varios litros de aguas fecales hubieran decidido desprenderse en ese momento por la tubería. Sonó de golpe y sonó muy fuerte.

Recogió sus cosas y entró en la pequeña despensa para devolver un vaso que había usado aquella tarde. Al abrir el grifo para enjuagarlo escuchó la cañería y reconoció un sonido distinto al anterior. No, no había sido el agua.

El ruido regresó.

Bajó por la pared.

Con su mochila en la mano él se quedó quieto junto a la puerta de salida, incapaz de moverse: no quería provocar ningún movimiento sonoro que camuflara u ocultara aquel otro misterioso ronroneo al otro lado del tabique.

Tomó las llaves para activar la alarma y entonces el sonido tomó la forma de algo que se comenzaba a arrastrar desde la rendija del zócalo que remataba la pared hasta donde él estaba. Sintió los movimientos desde allí, en el almacén del fondo y cada vez más cercanos a la puerta de la salida por lo que se apresuró en activar la clave y salir.

Echó la llave.

Bajó la verja.

Dio dos vueltas al candado del exterior.

Algo que había bajado se había quedado allí y, muy probablemente, esperaría por él hasta la mañana siguiente, cuando regresara para abrir la tienda de nuevo.

O no: se dio cuenta de que al día siguiente le tocaba abrir a su compañera. Recordar que era su día libre le ponía siempre de buen humor.

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Published on September 27, 2022 07:39

September 22, 2022

El caballo ciego

El caballo ciego. Kay Boyle. Trad. Magdalena Palmer. Madrid: Muñeca infinita, 2022

Esa maldita autora

El caballo ciego es una breve novela originalmente publicada dentro de una antología de tres «short stories», en 1940. Aquí, Muñeca infinita ha escogido la que da título a ese libro (The Crazy Hunter, que no es «caballo» sino «cazador» y tampoco «ciego» sino «loco», pero sus motivos habrá). Un texto extraño e inquietante que me parece que está muy bien pero del cual poco tengo que decir, ya que su autora me ha secuestrado la atención.

Sí, porque ¿quién es Kay Boyle? Si existe una biografía suya* estaré encantada de leerla y si no, por favor, pongan los medios para escribirla.

El libro está bien, ya digo: me recuerda a Shirley Jackson por momentos, con sus ambigüedades y sus interpretaciones retorcidas de la realidad de los personajes. Por una parte está una madre perversa, egoísta, narcisista y manipuladora hacia su hija, una muchacha con aspiraciones truncadas que se aferra a lo único que le queda, un caballito enfermo y que no puede ver; por último, un padre que tiene también lo suyo con sus frustraciones y complejos, sus adicciones y sus secretos sin confesar. La familia perfecta, desde luego.

Sí, la metáfora está servida. Lean y disfruten pero, insisto ¿quién fue Kay Boyle?

Estudió arquitectura y violín y se dedicó a la escritura, le levantó el marido nada menos que a Peggy Guggenheim, se casó con él y tuvo tres hijos. En total fueron tres maridos, toda una trayectoria para los locos y sorprendentes años veinte europeos, porque Kay nació en Minnesota pero vivió gran parte de su vida en Europa.

Autora de más de cuarenta obras entre las que se cuentan novelas, colecciones de poemas y relatos cortos, cuentos infantiles, ensayos e incluso traducciones, Kay estuvo perseguida por sus ideas políticas y murió, como reza la solapa de este libro, en una comunidad de jubilados de California.

Desgracias.

Pero el libro está bien.

*Existe esa biografía y esta edición de Muñeca infinita incluye una versión del prólogo a la misma, publicada en 1994 por Joan Mellen (Kay Boyle. Author of Herself) pero me apetecía darle énfasis engañoso.

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Published on September 22, 2022 01:10

September 15, 2022

Una carta

Hace quince años envié una carta. La dirigí a la redacción del periódico El País y a la atención de uno de sus colaboradores, un escritor que se había atrevido a dejar por escrito en su columna semanal que el cine español no le gustaba y que la comedia había desaparecido. Dichos comentarios no me hubieran afectado lo más mínimo o, tal vez, ni me hubiera enterado de su existencia si los hubiera escrito otra persona, pero resultó que los había escrito el autor de Mañana en la batalla piensa en mí y a mí, por ser uno de mis libros favoritos entonces, me habían dolido.

En mi carta le explicaba que, sintiéndolo mucho y pese a lo mucho que admiraba su trabajo, tenía que decirle que no estaba de acuerdo con su columna y que me parecía que podía ofender a mucha gente con aseveraciones así, por otra parte, nada justas ya que, en mi opinión, sí existía buen cine hecho en España y sí que podían surgir grandes comedias contemporáneas, que no todo se había terminado de producir en 1963.

Mis veinticinco años y yo nos sentimos muy aliviados cuando metimos la carta en un sobre que rezaba «A la att. de D. Javier Marías» y la echamos al buzón.

Unos días después recibí un paquete que contenía un libro de bolsillo. En la primera página el autor me agradecía mi carta y apuntaba «un comentario: que si todos pensáramos que esta ya no es época de exquisiteces ni de excelencias» tendríamos que asistir, en consecuencia, a la desaparición del arte mismo.

Tiempo después volví a ver a Javier Marías en diferentes ocasiones, como hemos hecho casi todos los ciudadanos de Madrid alguna vez, paseando por la calle Mayor mientras fumaba, o en alguna de las presentaciones de sus libros; llegué a cobrarle alguno durante los días en que trabajé en una conocida librería de Callao y siempre guardé conmigo las gracias que me hubiera gustado darle por leer mi carta, por tomarse la molestia de responderla, por regalarme uno de sus libros, por animarme a no perder nunca las ganas de expresar por escrito lo que pienso, aunque no me lea nadie o aunque quien me lea no opine como yo.

Ahora que Javier Marías ha fallecido son muchas las muestras de afecto que salen a la luz, como es natural, las anécdotas de cada lector, los comentarios sobre su trabajo, tan extenso y diverso, tan provocador a veces, tan motivador. Creo que es un buen momento para decirle que, efectivamente, siempre habrá exquisiteces y siempre se perseguirá la excelencia, señor Marías, no me cabe duda, aunque usted ya no esté.

Eso y que le doy las gracias.

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Published on September 15, 2022 08:06